Sunday, December 25, 2005

VINO A LOS SUYOS...


VINO A LOS SUYOS...

Misa del día / Ciclo B / 25-12-2005

Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: «Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí, me ha precedido, porque existía antes que yo». De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios el que lo ha revelado es el Dios Hijo único, que está en el seno del Padre. (Jn 1,1-18)

La Navidad es la fiesta conmemorativa del nacimiento de Jesús. Es la ocasión para tomar una mayor conciencia de la alianza que Dios hace con nosotros por medio de la encarnación. Es la fiesta del misterio de la salvación puesto a nuestro alcance por la fidelidad inquebrantable de Dios que viene y está ya compartiendo nuestra vida en Cristo vivo.

La Navidad es la fiesta para celebrar y agradecer el inmenso beneficio que Dios nos hace dándonos a su Hijo: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo”. Es la fiesta en la que tomamos mayor conciencia de que Dios, como Padre y Pastor, comparte nuestra historia sin abandonarnos nunca. El “puso su tienda entre nosotros” y se compromete a vivir con nosotros todos los días, y aunque “nosotros le seamos infieles, él permanece fiel”.

Sin embargo el hombre, engañado por las fuerzas del mal y en complicidad con ellas, siembra las tinieblas de la injusticia, del hambre, del odio, de la guerra, de la pobreza, del orgullo, del pecado, de la impiedad. Pero el Salvador se compromete a “iluminar a todo hombre que viene a este mundo”, a “los que han nacido por voluntad de Dios” a una vida sobrenatural y eternamente feliz.

El nacimiento del Hijo de Dios en carne mortal cobra su pleno sentido en la perspectiva de la Resurrección, la cual fue el “nacimiento” de Cristo para la eternidad. La acogida real de Cristo en el corazón, en la vida, en la familia..., es lo que hace que la Navidad sea verdadera, y nos prepara a la Navidad eterna a través la muerte, que es la puerta de la resurrección, nacimiento a la vida eterna. He ahí el pleno sentido y el fruto de la Navidad.

La Navidad hoy se vive sobre todo en el acto sencillo y a la vez supremo de la comunión eucarística, donde se realiza de forma especial lo dicho por Juan evangelista: “A quienes lo acogieron, les dio la capacidad de ser hijos de Dios”.

Pero la Navidad se paganiza si nos cerramos a la presencia real del Redentor resucitado, Dios-con-nosotros, pues se realizaría lo que dice el Evangelio de hoy: “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. No hay Navidad sin Cristo.

La Navidad es real, auténtica cuando con fe y amor se acoge a Cristo Resucitado en el corazón, en la vida, en la familia, pues sólo así se celebra de verdad el acontecimiento de su primera Navidad en la humildad y nos preparamos a la Navidad eterna por la resurrección.

“Dichosos ustedes porque han oído y creído, pues todo el que cree, como María, concibe y da a luz al Verbo de Dios”, dice san Ambrosio.

Is 52, 7-10

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: «Tu Dios es Rey»! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Rompan a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén: el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.

Isaías se refiere al final del destierro y al regreso a Jerusalén, su ciudad reducida a ruinas. Destierro y destrucción son consecuencia de haber abandonado a Dios suplantándolo por otros valores idolatrados: armas, aliados, soberbia, autosuficiencia, vida corrupta...

¿Quién no ha probado en su vida la ausencia de Dios a causa del rechazo a Dios? Se lo excluye de la familia, de la sociedad, de la enseñanza, de la política, del trabajo, de las relaciones, del sufrimiento y de la alegría..., y a menudo lo echamos incluso de la Iglesia, del culto vacío de amor a él y al prójimo; amor que es el corazón del culto, que sin amor está muerto. Dios mismo se lamenta: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. Y luego llegamos incluso al descaro de echarle la culpa a él.

Pero Dios mismo toma la iniciativa de saltar la distancia que hemos puesto entre nosotros y él. Si la tristeza es el resultado del pecado, la alegría es la consecuencia del perdón de Dios y del perdón entre nosotros. El nacimiento de Jesús es el inicio de este acercamiento libre de Dios hacia nosotros, que sólo espera ser acogido como Amor misericordioso para llenarnos de luz, alegría, paz, sentido de la vida, y para llevarnos a la eterna Navidad.

Hebreos 1,1-6.

En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los Profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. El es reflejo de su gloria, impronta de su ser. El sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado»? O: ¿«Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo»? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios».

El autor alude a la Palabra de Dios en el Antiguo Testamento, pronunciada por los profetas, pero ahora hecha carne en Cristo glorioso, Palabra viva y personificada del Padre. El Hijo ha sido nombrado heredero de toda la inmensa creación visible a invisible, que él gobierna y sostiene con su brazo poderoso, y guía hoy a la humanidad con su Palabra viva.

Pero Cristo ha ejercido y ejerce su omnipotencia sobre todo arrancando al hombre del poder del mal, mediante el perdón y la purificación de los pecados de los hijos de Dios extraviados, alejados de él. Y ahora está encumbrado sobre todos los ángeles, a la derecha del Padre, donde intercede por nosotros y nos prepara un puesto en su banquete eterno.

Es para saltar de gratitud y alegría ante el infinito amor misericordioso que Dios nos ha mostrado y muestra en su Hijo encarnado, crucificado y resucitado, el Dios-con-nosotros de cada día, que quiere vivir con nosotros y en nosotros una perenne navidad: “Llamo a la puerta; y quien me abra, me tendrá consigo a la mesa”.

Somos cuna y templo del Resucitado. Y en nuestra persona lo adoran los ángeles de Dios, como en Belén. Dichosa realidad para creer y vivir con amorosa gratitud.

¡FELIZ NAVIDAD! Y que toda tu vida sea Navidad por la acogida perenne del Resucitado, Dios-con-nosotros de cada día, hasta la Navidad eterna.
P. Jesús Álvarez, ssp

Sunday, December 18, 2005

JESÚS SIGUE NACIENDO


JESÚS SIGUE NACIENDO

Domingo 4° Adviento – b / 18-dic. 2005

Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una joven virgen que estaba comprometida en matrimonio con un hombre llamado José, de la familia de David. La virgen se llamaba María. Llegó el ángel hasta ella y le dijo: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo." María quedó muy conmovida al oír estas palabras, y se preguntaba qué significaría tal saludo. Pero el ángel le dijo: "No temas, María, porque has encontrado el favor de Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús. Será grande y justamente será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su antepasado David; gobernará por siempre al pueblo de Jacob y su reinado no terminará jamás." María entonces dijo al ángel: "¿Cómo puede ser eso, si yo soy virgen?" Contestó el ángel: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel está esperando un hijo en su vejez, y aunque no podía tener familia, se encuentra ya en el sexto mes del embarazo. Para Dios, nada es imposible." Dijo María: "Yo soy la servidora del Señor: hágase en mí tal como has dicho." Después la dejó el ángel. Lc 1, 26-38

En un rincón ignorado por el mundo de entonces, en el seno de una jovencita insignificante, el Mesías asumía la vida mortal para hacer eterna nuestra vida temporal. Este hecho desconocido iba a cambiar para siempre la historia de la humanidad.

La jovencita María estudiaba y vivía cuanto en las Escrituras se refería a la venida del Mesías prometido. Anhelaba e imploraba su pronta llegada, pero nunca habría soñado ser ella la madre del Salvador. Y en esto el Ángel le anunció que Dios se había fijado en ella para hacerla madre del Mesías Salvador que pedía y esperaba.

María se quedó perpleja, pues la propuesta no cuadraba con su proyecto de vida virginal, totalmente consagrada a Dios para entregarse como servidora a plena disposición del Mesías, cuya venida ella esperada como inminente, igual que todo el pueblo sometido a la dura dominación romana.

Pero María, valiente y humilde, pidió explicaciones al Ángel, quien le había dicho que se alegrara. Ahora la tranquilizaba respecto a su virginidad, aclarando que el Dios del amor omnipotente la había elegido para ser la madre virgen del Mesías.

María aceptó y se llenó de júbilo, porque Dios añadía a su virginidad el incomparable privilegio de la virginal maternidad del Dios-con-nosotros.

Así la virginidad y la maternidad virginal ponían en marcha el proyecto de salvación a favor de su pueblo y de todos los pueblos. Ese día se concretó el amor salvífico de María por nosotros, y luego, al pie de la cruz, nos engendró con Cristo para la vida eterna.

En un mundo que ha elegido el odio y la muerte, estamos llamados a vivir en el amor y dar un sí a la vida, a imitación de María, hasta cuando nos toque entregar la existencia temporal en la espera de recibir a cambio la resurrección y la vida eterna, que es eterna fiesta navideña.

Cada cristiano, para serlo de verdad, tiene que acoger con alegría en su vida al Salvador, Cristo resucitado, para ofrecerlo a los demás, como María. Nos salvaremos ayudando a otros a conocer al único Salvador y a gozar de su salvación.

2 Samuel 7, 1-5. 8-12. 14. 16

Cuando David se estableció en su casa y el Señor le dio paz, librándolo de todos sus enemigos de alrededor, el rey dijo al profeta Natán: «Mira, yo habito en una casa de cedro, mientras el Arca de Dios está en una tienda de campaña». Natán respondió al rey: «Ve a hacer todo lo que tienes pensado, porque el Señor está contigo». Pero aquella misma noche, la palabra del Señor llegó a Natán en estos términos: «Ve a decirle a mi servidor David: Así habla el Señor: ¿Eres tú el que me va a edificar una casa para que Yo la habite? Yo te saqué del campo de pastoreo, de detrás del rebaño, para que fueras el jefe de mi pueblo Israel. Estuve contigo dondequiera que fuiste y exterminé a todos tus enemigos delante de ti. Yo haré que tu nombre sea tan grande como el de los grandes de la tierra. Fijaré un lugar para mi pueblo Israel y lo plantaré para que tenga allí su morada. Ya no será perturbado, ni los malhechores seguirán oprimiéndolo como lo hacían antes, desde el día en que establecí Jueces sobre mi pueblo Israel. Yo te he dado paz, librándote de todos tus enemigos. Y el Señor te ha anunciado que El mismo te hará una casa. Sí, cuando hayas llegado al término de tus días y vayas a descansar con tus padres, Yo elevaré después de ti a uno de tus descendientes, a uno que saldrá de tus entrañas, y afianzaré su realeza. Seré un padre para él, y él será para mí un hijo. Tu casa y tu reino durarán eternamente delante de mí, y tu trono será estable para siempre».

Dios nunca se deja vencer en generosidad. David quiere “hacer un favor” a Dios, pero Dios corresponde a ese deseo de David con un inmenso favor: dar a su casa una duración eterna al nacer de su descendencia el Mesías, aunque no sea David quien edifique el templo a Dios, sino su hijo Salomón.

Por lo demás, Dios prefiere la tienda movible y no ser encerrado en un templo inamovible: quiere estar con el hombre allí donde este se encuentre, para hacerse él mismo patria del hombre.

La casa que Dios le construirá a David será al fin el templo preferido de Dios en todo el mundo: Jesús, quien se califica a sí mismo como templo: “Destruyan este templo, y en tres días yo lo reedificaré”. Jesús es la Luz del mundo y va al frente de su pueblo guiando su caminar hacia la luz eterna, plenitud de la promesa de Dios.

Jesús es el Dios-con-nosotros, templo, víctima y altar. Pero él, a su vez, tiene un templo preferido por encima de todo templo-construcción: el templo-hombre. “Si alguien me ama, lo amará mi Padre, y vendremos a morar en él”. ¡Inmensa dignidad del hombre e inaudita dignación de Dios!

Romanos 16, 25-27

Hermanos: Gloria a Dios, que tiene el poder de afianzarlos, según la Buena Noticia que yo anuncio, proclamando a Jesucristo, y revelando un misterio que fue guardado en secreto desde la eternidad y que ahora se ha manifestado! Este es el misterio que, por medio de los escritos proféticos y según el designio del Dios eterno, fue dado a conocer a todas las naciones para llevarlas a la obediencia de la fe. ¡A Dios, el único sabio, por Jesucristo, sea la gloria eternamente! Amén.

Deberíamos alegrarnos y agradecer a Dios sin descanso el que nos haya concedido vivir en la época de Jesús, en quien se ha revelado y se realiza la plenitud del misterio de la salvación de Dios. Misterio oculto antes de la venida de Jesús.

A esta realidad sólo podemos y debemos corresponder con una fe viva en la presencia del Resucitado en nuestras vidas y en el mundo: “Estoy con ustedes todos los días”, y vivir en permanente alabanza, con una gratitud hecha obediencia, a imitación de la obediencia de Jesús, entregado a la liberación y salvación del hombre.
P. Jesús Álvarez, ssp

Sunday, December 11, 2005

EL PROFETA Y LOS PROFETAS


EL PROFETA Y LOS PROFETAS

Domingo 3° Adviento-B / 11-12-2005

Vino un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino para dar testimonio, como testigo de la luz, para que todos creyeran por él. Aunque no fuera él la luz, le tocaba dar testimonio de la luz. Este fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén para preguntarle: "¿Quién eres tú?" Juan lo declaró y no ocultó la verdad: "Yo no soy el Mesías." Le preguntaron: "¿Quién eres, entonces? ¿Elías?" Contestó: "No lo soy." Le dijeron: "¿Eres el Profeta?" Contestó: "No." Le preguntaron de nuevo: "¿Quién eres, entonces? Pues tenemos que llevar una respuesta a los que nos han enviado. ¿Qué dices de ti mismo?" Juan contestó: "Yo soy, como dijo el profeta Isaías, la voz que grita en el desierto: Enderecen el camino del Señor." Los enviados eran del grupo de los fariseos, y le hicieron otra pregunta: "¿Por qué bautizas entonces, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?" Les contestó Juan: "Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno a quien ustedes no conocen, y aunque viene detrás de mí, yo no soy digno de soltarle la correa de su sandalia." (Jn 1,6-8. 19-28).

En tiempo de Juan Bautista estaba muy viva la esperanza de la inminente venida del Mesías Salvador. Y al aparecer Juan proclamando que el reino de Dios estaba cerca, y que era necesario convertirse para acogerlo dignamente, muchos empezaron a preguntarse si no sería Juan el Mesías esperado.

Por eso los jefes religiosos le envían una comisión para que se identifique: si es o no es el Mesías esperado. La ocasión era inmejorable para que Juan se hiciera pasar por el Mesías Rey esperado. Le bastaba decir un sí. Pero dijo un rotundo no.

Juan había asimilado muy bien su misión, según la profecía de su padre Zacarías: “Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos”, y por eso ratificó con firmeza que él no era el Mesías, sino un simple mensajero encargado de prepararle el camino al Salvador. Ejemplo admirable para todo predicador, catequista, evangelizador, pastor, maestros y padres cristianos...

Juan no perdía ocasión para declarar que ya estaba en medio de ellos el verdadero Mesías que esperaban, y cuyo bautismo sería muy superior al suyo. Así se lo señaló con el dedo a sus mismos discípulos, que empezaron a irse con Jesús. El Bautista, en su gran humildad declaró: “Conviene que él crezca y yo desaparezca”. Y así sucedió: fueron disminuyendo sus discípulos, hasta quedar solo, terminando encarcelado y degollado, confirmando su fe con el martirio, que le abrió las puertas de la vida eterna, en premio de su misión cumplida.

La vocación del Bautista es la de todo cristiano: ser profetas, testigos de Cristo e indicarlo presente en el mundo, con un testimonio coherente, con la vida, palabras, actitudes y obras reflejen a Cristo por la unión viva con él, pues en eso consiste el ser cristiano.

Lo más importante en la vida de una persona no es lo que hace, sino lo que es, lo que vive y, en consecuencia, las obras que surgen de sus convicciones y motivaciones profundas, continuamente alimentas por el trato personal con Cristo resucitado y presente.

Una práctica religiosa sin convicciones sólidas y sin experiencia personal de Cristo Resucitado, es un edificio sin fundamentos que se derrumba ante el viento de la primera crisis o dificultad. Y esto puede constatarse en las comuniones, confirmaciones y celebraciones en masa, que una vez realizadas, también en masa se abandonan, sin escrúpulo alguno, los sacramentos, la oración, la Eucaristía, la formación permanente, cuyo objetivo ineludible no puede ser otro que el encuentro vivo con el Resucitado presente y con el prójimo necesitado.

Sólo estos dos protagonistas acogidos en persona pueden hacer que la vida cristiana sea cristiana de verdad.

Isaías 61, 1-2. 10-11

El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor. Yo desbordo de alegría en el Señor, mi alma se regocija en mi Dios. Porque Él me vistió con las vestiduras de la salvación y me envolvió con el manto de la justicia, como un esposo que se ajusta la diadema y como una esposa que se adorna con sus joyas. Porque así como la tierra da sus brotes y un jardín hace germinar lo sembrado, así el Señor hará germinar la justicia y la alabanza ante todas las naciones.

El pueblo sufre las consecuencias de su idolatría, pues al expulsar a Dios de la vida familiar, social y hasta de la fe religiosa, ya no hay motivos para respetar al prójimo, su dignidad y sus bienes. El hombre sin Dios, no es de fiar, pues es capaz de toda crueldad y destrucción. Y las primeras víctimas son siempre los más pobres e indefensos. Mas los agentes de la destrucción serán víctimas fatales de su propia maldad y de sus trampas.

Sin embargo, en el corazón de este panorama desolador siempre suscita Dios profetas de su misericordia, de su perdón, liberación y salvación; profetas que preparan el camino al Salvador universal, el Ungido de Dios, y lo señalan presente en el mundo.

Pero el Salvador se ha querido rodear profetas y ungidos que colaboren directamente con él en la liberación y salvación de la humanidad esclavizada por los ídolos del poder, del tener y del placer. Son los ungidos con una consagración especial y también todos los cristianos ungidos en el bautismo como profetas, sacerdotes y reyes.

La primera y máxima ungida por su propio Hijo, el Ungido de Dios, es María, que reconoce y agradece su excelsa vocación con el Magníficat, calcado sobre el cántico de Isaías: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, desbordo de alegría en el Señor, porque se ha fijado en la insignificancia de su esclava”. Todo cristiano está llamado a imitar a María, acogiendo a Cristo en su persona para darlo al mundo. Y así vivir su misma alegría y gratitud.

Tesalonicenses 5, 16-24

Hermanos: Estén siempre alegres. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús. No extingan la acción del Espíritu; no desprecien las profecías; examínenlo todo y quédense con lo bueno. Cuídense del mal en todas sus formas. Que el Dios de la paz los santifique plenamente, para que ustedes se conserven irreprochables en todo su ser --espíritu, alma y cuerpo-- hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo. El que los llama es fiel, y así lo hará.

Alegría, oración y gratitud marcan la vida del verdadero cristiano, justo porque esa es la voluntad de Dios, y porque sabemos que el Salvador esperado ya ha venido, está presente y actúa la liberación y salvación de quienes a él se acogen.

La alegría, la oración y la gratitud que no aflojan en las horas difíciles y de sufrimiento, ya que esas tres expresiones de la vida cristiana no se tambalean porque no están a merced de las dificultades y sufrimientos, sino que se apoyan en la roca firme e inamovible, que es Cristo resucitado en persona, unido a la vida y persona de sus discípulos.

Alegría porque él está presente y guía hacia la victoria segura a quienes se le unen; oración, para mantener e intensificar la unión amorosa con él; y gratitud gozosa por su presencia y por sus dones, para librarnos de las idolatrías que tratan de seducirnos a cada momento y por doquier. Alegría, oración y gratitud: las tres expresiones de la santidad real.

Pablo pide cuidarnos del mal en todas sus formas, porque a veces es fácil sentirnos muy satisfechos de cosas que hacemos bien, y creernos con derecho a hacer otras cosas mal.

P. Jesús Álvarez, ssp

Thursday, December 08, 2005

LA INMACULADA, primicia de la redención


LA INMACULADA, primicia de la redención

8-12-2005

Llegó el ángel Gabriel hasta María y le dijo: - Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. María quedó muy conmovida al oír estas palabras, y se preguntaba qué significaría tal saludo. Pero el ángel le dijo: - No temas, María, porque has encontrado el favor de Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús. Será grande y justamente será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su antepasado David; gobernará por siempre al pueblo de Jacob y su reinado no terminará jamás. María entonces dijo al ángel: - ¿Cómo puede ser eso, si yo soy virgen? Contestó el ángel: - El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios. (Lc. 1,28-35)

La solemnidad de la Inmaculada al principio del adviento no es pura coincidencia, sino que forma parte del misterio del adviento: por la María Inmaculada viene al mundo el Salvador. La Inmaculada es el símbolo y la primicia de la humanidad redimida y el fruto más espléndido de la venida de Cristo a nuestra tierra y de su obra redentora. María acoge y engendra a Cristo para darlo al mundo. Purísima, inmaculada, “llena de gracia” debía ser la madre del Hijo de Dios.

La Inmaculada es un dogma. La Iglesia define un dogma apoyándose en la experiencia de fe vivida durante mucho tiempo por el pueblo de Dios y lo propone como un acontecimiento profundo del amor salvador de Dios que supera la inteligencia y la capacidad expresiva del lenguaje humano. Es un sendero esplendoroso abierto a la vida, al infinito y a la eternidad gloriosa. Un don de Dios que alcanza al hombre en su ser y en sus aspiraciones más profundas e imperecederas, que sólo se podrán realizar en el “reinado de Cristo que no terminará jamás”.

¿Quién puede no desear compartir con María la transparencia, la alegría, la plenitud, la gracia de ser Inmaculada? Ella es la garantía de que un día seremos como ella, que es el modelo de la humanidad redimida, de todos los que acogen con fe y amor al fruto de su vientre, Cristo Jesús, único Salvador del mundo y de cada uno de nosotros.

María recibió la vocación y la misión de acoger en su seno al mismo Hijo de Dios y de entregarlo a los hombres para su salvación. Y la verdadera devoción a la Virgen consiste en imitarla en esta vocación y misión: acoger en nuestro corazón y en nuestras vidas a Cristo, por obra del Espíritu Santo, para darlo a los otros con el ejemplo, la oración, las obras, el sufrimiento ofrecido, la palabra, la alegría, el amor, la fe y la esperanza.

En la Comunión eucarística recibimos al mismo Jesús que María acogió en la Anunciación. Y si lo acogemos con fe, amor y pureza de corazón, lo daremos sin duda a los otros, aunque no nos demos cuenta. Y Dios producirá frutos de salvación para los otros y para nosotros, porque “quien está unido a mí, produce mucho fruto”, nos asegura el mismo Jesús. María fue la criatura más unida a Cristo, y por eso la que más fruto de salvación produjo para la humanidad: Jesús es “el fruto bendito de su vientre”.

María Inmaculada es el signo de la meta a que Dios nos llama: vencer el pecado, el mal y la muerte, que por Cristo se hace puerta de la resurrección y de la gloria. El mal, el pecado existen en nuestro corazón y a nuestro alrededor, en la familia, en la Iglesia y en la sociedad: la injusticia, la violencia, las violaciones, la corrupción, el holocausto de inocentes no nacidos y nacidos, la indiferencia, el placer egoísta a costa del sufrimiento ajeno, el divorcio, el odio, la guerra, el dominio despótico sobre los más débiles...

Pero el mal y el pecado se vencen sólo “a golpes” de bien, en unión con Cristo y con María Inmaculada, que tienen en su mano la victoria sobre el pecado, sobre el mal y sobre la misma muerte. La presencia de Jesús victorioso, formado también en nosotros por el Espíritu Santo, y la presencia maternal de María en nuestras vidas, las tenemos garantizadas por la misma palabra infalible de Jesús: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.

El mensaje de esta fiesta es el anuncio de que la humanidad va a ser sanada de raíz. Esta es la promesa que esperamos.


Gn 3, 9-15. 20

Después que el hombre y la mujer comieron del árbol que Dios les había prohibido, el Señor Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?» «Oí tus pasos por el jardín», respondió él, «y tuve miedo porque estaba desnudo. Por eso me escondí». Él replicó: «¿Y quién te dijo que estabas desnudo? ¿Acaso has comido del árbol que yo te prohibí?». El hombre respondió: «La mujer que pusiste a mi lado me dio el fruto y yo comí de él». El Señor Dios dijo a la mujer: «¿Cómo hiciste semejante cosa?». La mujer respondió: «La serpiente me sedujo y comí». Y el Señor Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho esto, maldita seas entre todos los animales domésticos y entre todos los animales del campo. Te arrastrarás sobre tu vientre, y comerás polvo todos los días de tu vida. Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya. Él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón». El hombre dio a su mujer el nombre de Eva, por ser ella la madre de todos los vivientes.

El escritor sagrado hace un relato imaginativo, poético-mítico, para explicar al pueblo la ineludible realidad y misterio del bien y del mal. Pero no por ser imaginativo y poético es falso o mentiroso dicho relato, como no son mentiras las parábolas del Evangelio.

El pecado original no fue comer una manzana (esta es sólo un símbolo), sino pretender ser como Dios prescindiendo de Dios y haciendo caso al enemigo de Dios. Y ese sigue siendo el pecado del hombre en todos los tiempos, seducido por las serpientes del orgullo, del poder, del dinero y del placer, que perturban las relaciones entre Dios, el hombre y la mujer

Al verse culpable, el hombre echa la culpa a la mujer, y la mujer culpa a la serpiente. Y la escena se repite a diario a través de la historia: echar la culpa al otro para evadir la propia responsabilidad. Pero sólo reconociendo la propia culpa y detestándola ante Dios, podremos recuperar la paz y podremos volver a mirar sin miedo a Dios y vivir en amistad con él.

Dios maldice a la serpiente, pero no maldice al hombre y a la mujer, aunque deban soportar el dolor y el duro trabajo para sobrevivir. El hombre es responsable del pecado por idolatrar los bienes de Dios y rechazar al Creador de esos bienes.

Pero el pecador es capaz de luchar contra el pecado y sus consecuencias, volviendo a Dios y uniéndose a Jesús y a María en la lucha victoriosa contra el mal, el pecado y la muerte.

Ef 1, 3-6. 11-12

Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en Él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor. Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, que nos dio en su Hijo muy querido. En Él hemos sido constituidos herederos, y destinados de antemano --según el previo designio del que realiza todas las cosas conforme a su voluntad-- a ser aquellos que han puesto su esperanza en Cristo, para alabanza de su gloria.

A partir del pecado original, Dios traza su proyecto de salvación para la humanidad, para hacer al hombre hijo suyo en su Hijo, que se hace Hijo de María, para que el hombre sea heredero de todos los bienes de su reino, de la misma vida de Dios y de su gloria.

El destino del hombre es dar gloria y alabanza a Dios, y no porque Dios necesite la gloria y alabanza del hombre, sino que el hombre encuentra su plena realización y su total felicidad al reconocer, agradecer y alabar a Dios, como al ignorar a Dios o rechazarlo termina hundiéndose en su propia infelicidad, alejado de Dios Padre y de los hombres sus hermanos.

La fuente y el camino de la felicidad posible en la tierra y de la felicidad eterna, es la santidad. Pero se debe entender y experimentar en qué consiste esta santidad: simplemente en vivir unidos a Cristo resucitado presente. San Pablo lo comprendió y experimentó a la perfección: “Para mí la vida es Cristo”; “No soy yo el que vive; es Cristo quien vive en mí”. Jesús lo expresó así: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”, y se entiende: fruto de santidad y salvación. Podríamos decir que santidad es sinónimo de felicidad plena.Por eso sólo en Cristo y por María podemos cifrar nuestra esperanza de santidad, felicidad, liberación y salvación. Que no busquemos otros salvadores engañadores.
P. Jesús Álvarez, ssp

Sunday, December 04, 2005

CAMINO de CONVERSIÓN

CAMINO de CONVERSIÓN

Domingo 2º adviento - b / 4-12-2005

Este es el comienzo de la Buena Nueva de Jesucristo, Hijo de Dios. En el libro del profeta Isaías estaba escrito: “Mira, te voy a enviar a mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Escuchen ese grito en el desierto: ¡Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos!” Así empezó Juan Bautista a bautizar en el desierto. Allí predicaba el bautismo e invitaba a la conversión para alcanzar el perdón de los pecados. Toda la provincia de la Judea y el pueblo de Jerusalén acudían a Juan para confesar sus pecados y ser bautizados por él en el río Jordán. Juan llevaba un manto de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de langostas y miel silvestre. Proclamaba este mensaje: - Detrás de mí viene uno con mayor poder que yo, y yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias arrodillado a sus pies. (Mc 1, 1-8).

La Buena Noticia de la venida de Jesús no es fruto de la historia o de la ciencia humana, sino don directo, espléndido y sorprendente de Dios. La buena y alegre noticia es la venida y la presencia real del mismo Hijo de Dios en el mundo, a quien Juan Bautista anunciaba como mayor que él, y ante quien no se sentía digno siquiera de desatarle las correas de sus sandalias.

El hecho de que Jesús, el Hijo de Dios, haya venido al mundo y sea Dios-con-nosotros, es evangelio; o sea, buena noticia, porque tomó nuestra carne para salvarnos desde nuestra carne y hacernos con él hijos de Dios, con derecho a su misma vida y gloria eterna.

Hoy la Buena Noticia para nosotros no es sólo la venida y nacimiento histórico de Cristo hace más de dos mil años, sino su presencia salvadora, real, gozosa y eficaz entre nosotros y en el mundo, como conductor, centro y rey de la historia, Cabeza de la Iglesia, que él va guiando de manera misteriosa, pero real y segura, hasta que haya un solo rebaño y un solo Pastor. A él hay prepararle los caminos de la vida enderezando conductas extraviadas, de espaldas a Dios y al prójimo, y ayudando a otros, con el ejemplo, a hacer los mismo.

Preparar el camino al Señor exige dejar todo lo que margina a Dios y al prójimo en nuestra vida diaria: la mentira, la indiferencia, la envidia, el rencor, la venganza, la cobardía, la incomprensión, la hipocresía, la ira, la idolatría…

Y enderezar sus caminos es echar mano de todo lo que nos vuelve a Dios, al prójimo, y a nosotros mismos: el amor, la conversión, el perdón, el diálogo, la ayuda, la paz, el respeto, la alegría de vivir, la gratitud a Dios y a los demás, la oración sincera, la honradez, el trabajo con calidad y optimismo, el sufrimiento ofrecido…, y echar mano de Cristo mismo, a quien el Padre nos lo da como el máximo don, y se hace realmente nuestro, de modo especial en la Biblia, en la Eucaristía y en el prójimo.

Juan predicaba el bautismo y la conversión a la vez; y no sólo el bautismo como rito externo. Los sacramentos sólo tienen valor de salvación cuando en ellos y desde ellos - que son acontecimientos de salvación - mejoramos continuamente la relación de amor con Dios y con el prójimo. Los sacramentos bien recibidos nos abren para que el Espíritu Santo nos bautice por dentro con el fuego del amor, que se experimenta y cultiva con obras concretas.

Es necesario romper con las esclavitudes propias y ajenas que se hacen pasar por libertad: cambiar los gestos de amor fingido, por amor verdadero; dejar las falsas alegrías y las diversiones frívolas prefabricadas, a fin de alcanzar la alegría del corazón y de la vida, para contagiarla a los demás, que tanto la necesitan. Abandonar los ídolos que nos devoran y cambiar las falsas imágenes de Dios por el Dios Persona presente, Dios Amor, Dios Misericordia, Dios Vida, Dios Paz y Dios Alegría.

La fuente de la verdadera alegría brota allí donde la persona se encuentra con Dios y con el prójimo en el amor.

Isaías 40, 1-5. 9-11

¡Consuelen, consuelen a mi Pueblo! -dice su Dios-. Hablen al corazón de Jerusalén y anúncienle que su tiempo de servicio se ha cumplido, que su culpa está pagada, que ha recibido de la mano del Señor doble castigo por todos sus pecados. Una voz proclama: ¡Preparen en el desierto el camino del Señor, tracen en la estepa un sendero para nuestro Dios! ¡Que se rellenen todos los valles y se aplanen todas las montañas y colinas; que las quebradas se conviertan en llanuras, los terrenos escarpados, en planicies! Entonces se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la verán juntamente, porque ha hablado la boca del Señor. Súbete a una montaña elevada, tú que llevas la buena noticia a Sión; levanta con fuerza tu voz, tú que llevas la buena noticia a Jerusalén. Levántala sin temor, di a las ciudades de Judá: «¡Aquí está tu Dios!» Ya llega el Señor con poder y su brazo le asegura el dominio: el premio de su victoria lo acompaña y su recompensa lo precede. Como un pastor, él apacienta su rebaño, lo reúne con su brazo; lleva sobre su pecho a los corderos y guía con cuidado a las que han dado a luz.

El pueblo de Israel está desterrado y humillado, al borde de la desesperación, dejado de la mano de Dios porque él mismo ha rehusado tender la mano a Dios y asirse a ella.

Pero el Señor colma el abismo que el pueblo ha cavado frente a él con sus pecados: le prepara el retorno a la tierra prometida, lo consuela con ternura infinita, lo toma de la mano ya sin fuerzas para alzarse, y se pone en marcha con él hacia la libertad.

La misericordia y ternura de Dios están inseparablemente unidas a su omnipotencia. Él levanta su brazo poderoso contra los opresores y toma en brazos a su pueblo herido, como el Buen Pastor lleva en brazos la oveja herida.

En el N. T. la misericordia y la ternura de Dios se han personificado en Cristo Jesús, que se ha hecho Dios-con-nosotros de todos los días, y se nos da realmente en la Eucaristía, en su Palabra, en la Iglesia, en el prójimo, en el sufrimiento y en la alegría. Creámosle y vivamos correspondiendo a su promesa infalible: “Yo estoy con ustedes todos los días”.

Jesús es el máximo don permanente del Padre: ¿qué hacemos con él? Está en persona con nosotros, para librarnos del pecado, del sufrimiento y de la muerte. Nos tiende ambas manos: no rehusemos tomarlas, creyendo que otras manos pueden hacer más por nosotros.

Pedro 3, 8-14

Queridos hermanos, no deben ignorar que, delante del Señor, un día es como mil años y mil años como un día. El Señor no tarda en cumplir lo que ha prometido, como algunos se imaginan, sino que tiene paciencia con ustedes porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan. Sin embargo, el Día del Señor llegará como un ladrón, y ese día, los cielos desaparecerán estrepitosamente; los elementos serán desintegrados por el fuego, y la tierra, con todo lo que hay en ella, será consumida. Ya que todas las cosas se desintegrarán de esa manera, ¡qué santa y piadosa debe ser la conducta de ustedes, esperando y acelerando la venida del Día del Señor! Entonces se consumirán los cielos y los elementos quedarán fundidos por el fuego. Pero nosotros, de acuerdo con la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva donde habitará la justicia. Por eso, queridos hermanos, mientras esperan esto, procuren vivir de tal manera que Él los encuentre en paz, sin mancha ni reproche.

Los ancianos suelen decir: ¡Qué rápido pasó el tiempo! Mas para Dios el tiempo se hace eterno y la eternidad entra en el tiempo. Por eso tiene con nosotros una paciencia infinita, y en su ternura espera siempre que nos volvamos a él para poder salvarnos. Pero no olvidemos que nuestro tiempo no es eterno: decidámonos ya de una vez y de todo corazón por Dios.

Porque todo lo que nos fascina y nos distrae de él, será desintegrado y consumido por el fuego para dar lugar a una tierra nueva y a un cielo nuevo, lo cual sucederá ya de alguna manera el día en que de improviso Dios nos llame.

Lo decisivo es que apoyemos nuestra vida y pongamos nuestro corazón en bienes que no serán desintegrados ni consumidos: las obras buenas, el amor a Dios y al prójimo.
P. Jesús Álvarez, ssp

Sunday, November 27, 2005

¡QUE NOS ENCUENTRE DESPIERTOS!

¡QUE NOS ENCUENTRE DESPIERTOS!


Domingo 1º de Adviento - B / 27-11-2005

Decía Jesús a sus discípulos: - Estén preparados y vigilantes, porque no saben cuándo será el momento. Cuando un hombre viaja al extranjero, dejando su casa al cuidado de los sirvientes, cada cual con su tarea, al portero le encarga estar vigilante. Lo mismo ustedes: estén vigilantes, ya que no saben cuándo vendrá el dueño de casa: si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo o de madrugada; no sea que llegue de repente y los encuentre dormidos. Lo que les digo a ustedes, se lo digo a todos: estén despiertos. Mc 13, 33-37

Con el primero de los cuatro domingos de Adviento, comenzamos un nuevo año litúrgico, con las lecturas del Ciclo B.

El Adviento es tiempo de reflexión, vigilancia, silencio fecundo, oración y gozosa apertura al Mesías que viene cada día. Tiempo de aprender a vivir en continua conversión, despiertos en la presencia del Resucitado, nuestro compañero de camino, y así estar preparados para el momento inesperado en que nos llame a entrar por la puerta de la muerte a la resurrección y al paraíso, eterna Navidad, a recibir el puesto de gloria que tiene preparado para quienes pasan por la vida haciendo el bien.

Vivir despiertos ante Cristo resucitado implica sobre todo vivir despiertos cada día ante las incontables necesidades del prójimo en quien él vive: prójimos en el hogar, en el trabajo, grupo, educación, evangelización, comunidad, hospital, cárcel, Iglesia, sociedad, política, medios de comunicación… Sobre esto nos va a juzgar el día que nos llame: sobre la ayuda que a él mismo le prestamos o negamos en el prójimo necesitado, con quien se identifica.

Vivir dormidos, es lo mismo que vivir indiferentes ante el sufrimiento humano, hacer sufrir y, peor aun, vivir gozando a costa del dolor ajeno, del inocente, del indefenso, del pobre, del enfermo, del ignorante, del niño desvalido, del anciano. Que Dios nos libre de ese fatal letargo y nosotros hagamos lo posible para despertarnos de ese vivir dormidos. Nos examinará sobre lo que hicimos mal, pero sobre todo sobre el bien que no hicimos.

Adviento significa “acercamiento” de alguien que esperamos y nos busca. No significa esperar de nuevo el nacimiento de Cristo, pues ya sucedió hace más de dos siglos, y no se repite, sino que se conmemora. Significa abrirnos y acoger con gozo al Mesías Salvador, Cristo Jesús resucitado, que se nos acerca día a día, sobre todo en los necesitados con cualquier clase de necesidades. No podemos esperar a quien ya vino y está con nosotros. No podemos imitar a los judíos que lo siguen esperando, anclados en el Antiguo Testamento.

En realidad, el objetivo profundo del Adviento como preparación a la Navidad y a la última venida gloriosa de Cristo al final de los tiempos, consiste en acogerlo en su venida real y continua a nuestra vida de cada día, en las más diversas situaciones y personas, y así él nos acogerá en su venida al final de nuestros días terrenos y nos tendrá a su derecha en su última venida gloriosa.

Esa venida permanente de Cristo resucitado a nuestra persona y a nuestra vida, él mismo la confirma con su palabra infalible: “Estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. “Estoy a la puerta y llamo; si alguien me abre, entraré y comeremos juntos”. “Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él”. En la Eucaristía es donde ser realiza su venida privilegiada, si la celebramos con él y lo acogemos de verdad en la comunión.

El Adviento es la ocasión para intensificar la apertura amorosa en la vida diaria a Jesús presente, el trato de amistad con él, Dios-con-nosotros de cada día, acogiéndolo en el prójimo necesitado, en su Palabra, en la Eucaristía, en la oración, en la alegría y en el sufrimiento, y así nos dará la Navidad eterna al final de nuestros breves días terrenos.

La acogida diaria al Mesías Salvador y al prójimo por él, es la que proporciona eficacia salvadora a nuestra vida y a todo lo que vivimos, gozamos sufrimos y hacemos en su nombre, en gracia de su primera venida por la Encarnación y Nacimiento hace más de dos mil años.

Isaías 63, 16-17. 19; 64, 2-7

¡Tú, Señor, eres nuestro Padre, «nuestro Redentor» es tu Nombre desde siempre! ¿Por qué, Señor, nos desvías de tus caminos y endureces nuestros corazones para que dejen de temerte? ¡Vuelve, por amor a tus servidores y a las tribus de tu herencia! ¡Si rasgaras el cielo y descendieras, las montañas se disolverían delante de ti! Cuando hiciste portentos inesperados, que nadie había escuchado jamás, ningún oído oyó, ningún ojo vio a otro Dios, fuera de ti, que hiciera tales cosas por los que esperan en Él. Tú vas al encuentro de los que practican la justicia y se acuerdan de tus caminos. Tú estás irritado, y nosotros hemos pecado, desde siempre fuimos rebeldes contra ti Nos hemos convertido en una cosa impura, toda nuestra justicia es como un trapo sucio. Nos hemos marchitado como el follaje y nuestras culpas nos arrastran como el viento. No hay nadie que invoque tu Nombre, nadie que despierte para aferrarse a ti, porque Tú nos ocultaste tu rostro y nos pusiste a merced de nuestras culpas. Pero Tú, Señor, eres nuestro Padre; nosotros somos la arcilla, y Tú, nuestro alfarero: ¡todos somos la obra de tus manos!

En el 587 a. C. Jerusalén es arrasada, el templo destruido y el pueblo destrozado. Los supervivientes se sienten culpables a causa de sus rebeliones, idolatría y pecados.

No saben explicarse cómo ellos han llegado a tales extremos ni cómo Dios lo haya consentido y les oculte su rostro dejándolos a merced de su pecado. Sin embargo, en medido de tanto sufrimiento, se abre paso la esperanza y la súplica confiada a Dios, y en lugar de echarle la culpa de la situación desastrosa, piden perdón e invocan a Dios como Padre, tal y como enseñaría Jesús de Nazaret cinco siglos más tarde. Un padre no puede desear el mal de sus hijos ni permanecer insensible a su desgracia.

Una lección muy actual, pues la gran mayoría de los humanos parecen abandonados por Dios a las desastrosas consecuencias de los pecados propios ajenos; y ellos abandonan o expulsan a Dios de su vida individual, familiar, social, ¡e incluso religiosa, negándolo con la vida mientras lo proclaman de palabra o con ritos! Y Dios parece ausente o inexistente.

Sin embargo, la única solución posible está sólo en Dios, y es necesario reconocer la culpa propia y la ajena, convertirse a él y apelarse a su entrañable ternura de Padre, a su celo, misericordia y pasión por el hombre. Y pedir y esperar la intervención divina, que no puede fallar si de corazón se le pide, pues “si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”.

1 Corintios, 1, 3-9

Hermanos: Llegue a ustedes la gracia y la paz que proceden de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo. No dejo de dar gracias a Dios por ustedes, por la gracia que Él les ha concedido en Cristo Jesús. En efecto, ustedes han sido colmados en Él con toda clase de riquezas, las de la palabra y las del conocimiento, en la medida que el testimonio de Cristo se arraigó en ustedes. Por eso, mientras esperan la Revelación de nuestro Señor Jesucristo, no les falta ningún don de la gracia. Él los mantendrá firmes hasta el fin, para que sean irreprochables en el día de la Venida de nuestro Señor Jesucristo. Porque Dios es fiel, y Él los llamó a vivir en comunión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor.

Pablo augura a la comunidad de Corinto "la gracia y la paz" del Padre y del Hijo. La gracia es el don que el Padre hace al mundo y al hombre, al entregarle a su Hijo, el Príncipe de la paz; paz que él comunica a quienes lo acogen. En otras palabras: la gracia consiste en que Dios vuelva su rostro hacia nosotros y nos salve. Pero el rostro de Dios es Cristo, como afirmó el mismo Jesús: “Felipe, quien me ve a mí, ve al Padre”.

Jesucristo es el compendio viviente de todos los bienes mesiánicos anunciados por los profetas, y abre para el hombre la experiencia de una nueva relación filial con Dios, Padre de Jesús y Padre nuestro. El mismo Jesús nos garantiza: “El amor con que el Padre me ama a mí, los amo yo a ustedes”. ¡Infinita dignación que jamás podremos agradecer!

Viviendo esta relación filial en comunión con Jesús, que nos prometió estar todos los días con nosotros, él nos mantendrá firmes e irreprochables hasta su venida. Que así sea.
P. Jesús Álvarez, ssp

Sunday, November 20, 2005

SIN OBRAS DE AMOR, NO HAY SALVACIÓN


SIN OBRAS DE AMOR, NO HAY SALVACIÓN

Fiesta de Cristo Rey – A / 20-11-2005

Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria rodeado de todos sus ángeles, se sentará en el trono de gloria, que es suyo. Todas las naciones serán llevadas a su presencia, y separará a unos de otros, al igual que el pastor separa las ovejas de los chivos. Colocará a las ovejas a su derecha y a los chivos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que están a su derecha: "Vengan, benditos de mi Padre, y tomen posesión del reino que ha sido preparado para ustedes desde el principio del mundo. Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y ustedes me dieron de beber. Fui forastero y ustedes me recibieron en su casa. Anduve sin ropas y me vistieron. Estuve enfermo y fueron a visitarme. Estuve en la cárcel y me fueron a ver." Entonces los justos dirán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te recibimos, sin ropa y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?” El Rey responderá: "En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí." Dirá después a los que estén a la izquierda: "¡Malditos, aléjense de mí y vayan al fuego eterno, que ha sido preparado para el diablo y para sus ángeles! Porque tuve hambre y ustedes no me dieron de comer; tuve sed y no me dieron de beber; era forastero y no me recibieron en su casa; estaba sin ropa y no me vistieron; estuve enfermo y encarcelado y no me visitaron." Estos preguntarán también: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, desnudo o forastero, enfermo o encarcelado, y no te ayudamos?" El Rey les responderá: "En verdad les digo: siempre que no lo hicieron con alguno de estos más pequeños, ustedes dejaron de hacérmelo a mí. Y éstos irán a un suplicio eterno, y los buenos a la vida eterna." (Mt 25,31-46).

Esta página del Evangelio, aunque a primera vista no lo parezca, calza muy bien con la fiesta de Cristo Rey, pues su reino se construye a base de obras de misericordia corporal, moral, afectiva, psicológica, familiar, eclesial, social, espiritual... Todo lo demás, incluidos los sacramentos, sin el “sacramento del prójimo”, no nos dan derecho a entrar en el reino del Rey del universo. No se acoge a Cristo en los sacramentos si no se lo acoge en el prójimo.

Al fin del mundo todos seremos convocados al juicio universal; pero ya al final de nuestra vida terrena seremos juzgados individualmente sobre las obras de amor al prójimo, medida de nuestro amor a Dios. No podemos vivir en la mediocridad: sería exponernos a la maldición.

Prepararse para la muerte, o mejor dicho, para la resurrección y la vida eterna, significa prepararse para el encuentro con Cristo Rey, que nos juzgará sobre el amor hecho obras.

Es significativo que Jesús no haga aquí alusión alguna a las prácticas de culto, porque el culto fundamental es el amor a Dios vivido en las obras de amor al prójimo, sin el cual todo otro rito de culto resulta estéril, y hasta escandaloso. ¡Tomémoslo en serio!

No se nos examinará sólo sobre lo que hayamos hecho mal, sino principalmente sobre el bien que hemos dejado de hacer al prójimo necesitado de mil maneras. Y obra máxima que podemos hacer al prójimo, es ayudarle a conseguir la salvación eterna: con el ejemplo, la oración, el sufrimiento reparador, el perdón, el consejo... Pero es puro engaño pretender esto ignorando o negándose a socorrer las necesidades temporales a nuestro alcance.

Algún teólogo llama a esta página “la página más laica del Evangelio”, “el evangelio de los que no conocen a Dios”, pero que se dedican al bien del prójimo, empezando por el amor en la familia y continuando por el amor al pueblo, a la nación, al mundo. Y son multitud, que no pertenecen a la Iglesia institucional, o ni siquiera conocen a Cristo, pero son por él reconocidos, los sostiene y los acoge en su reino, gracias al “sacramento del amor al prójimo necesitado” por ellos practicado en sus vidas. Pero este sacramento, para el cristiano, no excluye, sino que incluye los otros.

Ezequiel 34, 11-12. 15-17

Así habla el Señor: ¡Aquí estoy Yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él. Como el pastor se ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado, en un día de nubes y tinieblas. Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las llevaré a descansar -oráculo del Señor-. Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la herida y sanaré a la enferma, pero exterminaré a la que está gorda y robusta. Yo las apacentaré con justicia. En cuanto a ustedes, ovejas de mi rebaño, así habla el Señor: «Yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carneros y chivos».

En la Biblia el pastor evoca a una persona cercana, cariñosa, que ayuda, defiende, cuida, cura, orienta, va delante como guía hacia verdades y valores que proporcionan la alegría de vivir. Y orientan hacia el Buen Pastor y guían hacia la “tierra prometida”, la vida eterna.

Pero a veces hay pastores se apacientan a sí mismos a costa de las ovejas, de quienes les han sido encomendados. Son más funcionarios que seguidores de Jesús, y más que señalar a Jesús, lo suplantan poniéndose a sí mismos en su lugar. Se sirven a sí mismos en vez de servir al pueblo. Y son causa de muchos males que sufren las ovejas. Mas la amenaza de Dios contra los malos pastores es terrible: “¡Ay de los pastores que se apacientan a sí mismos!”

Sin embargo, entre los cristianos nunca debe cundir el desaliento por causa de algún mal pastor, pues Dios afirma que él mismo en persona se ocupará de su rebaño. Y lo hace por medio de su Hijo, el Buen Pastor, que conoce a sus ovejas y ellas lo conocen a él, que las guía hacia abundantes pastos y “da la vida por ellas”, por cada uno de nosotros.

Nuestra fe cristiana no se fundamenta en los pastores humanos, buenos o malos, sino en Cristo Rey y Buen Pastor, que nos ha prometido con palabra infalible: “Yo estoy con ustedes todos los días”, y sólo espera que nosotros queramos estar con él para llevarnos a los buenos pastos de su paz, palabra, de su eucaristía, de su alegría, de la vida eterna. Y además nos dará buenos pastores, si se los pedimos, merecemos y agradecemos.

1Corintios 15, 20-26. 28

Hermanos: Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos. Porque la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y también por medio de un hombre viene la resurrección. En efecto, así como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo, cada uno según el orden que le corresponde: Cristo, el primero de todos; luego, aquellos que estén unidos a Él en el momento de su venida. En seguida vendrá el fin, cuando Cristo entregue el Reino a Dios, el Padre, después de haber aniquilado todo Principado, Dominio y Poder. Porque es necesario que Cristo reine hasta que ponga a todos los enemigos debajo de sus pies. El último enemigo que será vencido es la muerte. Y cuando el universo entero le sea sometido, el mismo Hijo se someterá también a Aquel que le sometió todas las cosas, a fin de que Dios sea todo en todos.

Cristo es el primer resucitado para tomar posesión, como Rey universal, de toda la creación, sometida hasta él al pecado y a la muerte. Por su presencia resucitada se hace conductor y protagonista de la historia, y la va conduciendo misteriosamente hacia su final glorioso, cuando se manifestará abiertamente su triunfo redentor sobre el pecado y la muerte, el peor enemigo del hombre. A este triunfo asociará a todos los que se unan a él.

No sólo el hombre será resucitado, sino también toda la creación, que “está sufriendo dolores de parto” para dar a luz “un mundo nuevo y una tierra nueva”, “donde Dios será todo en todos”. La resurrección es lo máximo a que puede aspirar el hombre, y el Resucitado la concederá a todo el que lo acoja: “A quienes lo reciban, les dará el ser hijos de Dios.

P. Jesús Álvarez, ssp