Sunday, March 26, 2006

LA SERPIENTE Y LA CRUZ

LA SERPIENTE Y LA CRUZ

Domingo IV cuaresma-B / 26-3-06

Juan 3,14-21.

En aquel tiempo dijo Jesús: - Recuerden la serpiente que Moisés hizo levantar en el desierto: así también tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, y entonces todo el que crea en él, tendrá por él vida eterna. ¡Así amó Dios al mundo! Le dio al Hijo Único, para que quien cree en él, no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a él. Para quien cree en él no hay juicio. En cambio, el que no cree ya se ha condenado, por el hecho de no creer en el Nombre del Hijo único de Dios. Esto requiere un juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Pues el que obra el mal odia la luz y no va a la luz, no sea que sus obras malas sean descubiertas y condenadas. Pero el que hace la verdad va a la luz, para que se vea que sus obras han sido hechas en Dios.

Jesús invita a recordar la imagen de la serpiente de bronce que Moisés elevó en el desierto sobre un palo para que, al mirarla, quedaran curados quienes eran mordidos por serpientes venenosas. Es un símbolo de la cruz de Cristo, desde la cual cura del pecado y merece la resurrección y la vida eterna a quienes lo miran con fe, amor y esperanza como único Salvador.

Es impensable que algún hebreo se le haya pasado por la mente que la curación milagrosa fuera obra de la serpiente de bronce, pues era sólo un signo visible mediante el cual Dios los curaba al mirarla. Y a él le atribuían la curación, no a la serpiente. Los dones de Dios no pueden atribuirse a imágenes, ni a santos, y ni siquiera a la Virgen María, sino sólo a Dios, que se puede valer –y se vale- de esos intercesores como mediadores de sus dones.

La serpiente de bronce – como lo ángeles del Arca - justifica la veneración, no la adoración de las imágenes en la Iglesia católica, que las considera como un dedo, un signo que indica el sol (Cristo), un símbolo que ayuda al encuentro con Jesús muerto y resucitado, a ejemplo de las personas representadas por las imágenes, que entregaron sus vidas por amor a Dios y al prójimo. Pero es idólatra quien se queda mirando sólo el dedo o el signo, sin orientarse a Dios, lo cual constituye el gran pecado de idolatría, tal vez muy frecuente.

En el Éxodo (cap. 20, 1-5) Dios no prohíbe hacer imágenes, sino darles el culto de latría sólo a Dios debido. Sí: es idolatría suplantar a Dios por una imagen, un objeto o un ser humano cediéndole el lugar que sólo a Él le corresponde en el corazón y en la vida.

Dios mismo le mandó a Moisés fundir la serpiente de bronce, pero no para que la adoraran, como luego adorarían el becerro de oro (Éx 32, 1-5). Y también le mandó hacer dos imágenes de querubines para el Arca de la Alianza (Éxodo 25, 18-20), y a nadie se le ocurrió adorar a aquellos ángeles de oro, sino a Dios, cuya presencia anunciaban.

Es más: Dios mismo hizo y hace millones de imágenes suyas, pues toda persona humana es imagen de Dios, su obra maestra - aunque a menudo muy deformada – a cuya cabeza está su imagen suprema: Cristo, “imagen de Dios invisible”, como afirma san Pablo.

Es evidente que la cruz sola no salva, sino Quien murió clavado en ella para curar de la mordedura del pecado y de la muerte a quienes lo miren y crean en él como único Salvador, y correspondan al amor inmenso del Padre, que lo “envió al mundo, no para condenarlo, sino para salvarlo” de la muerte eterna mediante la cruz y la resurrección.

Orar o contemplar un crucifijo, no es idolatrar al crucifijo, sino orar y adorar a Quien el crucifijo representa: Cristo muerto y resucitado en persona y presente, que pasó por la cruz a la resurrección y al paraíso, mostrándonos y abriéndonos el camino.

Asimismo, rezar ante la imagen de un santo o santa, que siguieron heroicamente a Cristo crucificado y resucitado, no nos aparta de Dios, sino que nos acerca a él y nos estimula en la adoración y amor a Dios a imitación de ellos. Que si ellos pudieron, ¿por qué no podríamos nosotros? Eran personas hechas de nuestra misma pasta.

Crónicas 36, 14-16. 19-23

Todos los jefes de Judá, los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, imitando todas las abominaciones de los paganos, y contaminaron el Templo que el Señor se había consagrado en Jerusalén. El Señor, el Dios de sus padres, les llamó la atención constantemente por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su Morada. Pero ellos escarnecían a los mensajeros de Dios, despreciaban sus palabras y ponían en ridículo a sus profetas, hasta que la ira del Señor contra su pueblo subió a tal punto, que ya no hubo más remedio. Los caldeos quemaron la Casa de Dios, demolieron las murallas de Jerusalén, prendieron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Nabucodonosor deportó a Babilonia a los que habían escapado de la espada y estos se convirtieron en esclavos del rey y de sus hijos. En el primer año del reinado de Ciro, rey de Persia, para que se cumpliera la palabra del Señor pronunciada por Jeremías, el Señor despertó el espíritu de Ciro, el rey de Persia, y este mandó proclamar de viva voz y por escrito en todo su reino: «Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor, el Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra y Él me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, de Judá. Si alguno de ustedes pertenece a ese pueblo, ¡que el Señor, su Dios, lo acompañe y que suba!»

Los jefes, los sacerdotes y el pueblo se habían pervertido imitando las abominaciones de los paganos, y Dios los llama al orden por medio de los profetas. Pero ellos desprecian las palabras de Dios, ridiculizan y hasta persiguen y asesinan a sus mensajeros.

Esta situación se repite a través de la historia del mundo y de la misma Iglesia: líderes políticos y religiosos que se venden por un cargo, un poco poder, de dinero y de placer, ridiculizan o persiguen a quienes los denuncian, y arrastran al pueblo a la corrupción .

Pero el hombre no tiene a su alcance el control de las consecuencias de sus acciones perversas: guerras, desastres, holocaustos de inocentes, hogares convertidos en verdaderos infiernos, comunidades religiosas, eclesiales y civiles que agonizan sin remedio por haber abandonado a Dios y traicionado el amor al prójimo.

Sin embargo Dios quiere salvar al pueblo por encima de todo, y al no encontrar en ese pueblo a quien lo guíe en nombre suyo, se vale incluso de paganos para llevar a cabo su plan de salvación, como hizo con el pagano rey Darío, que se reconoce elegido por Dios para gobernar las naciones, salvar al pueblo de Israel y reconstruir el templo. Abramos los ojos…

Efesios 2, 4-10

Hermanos: Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo -¡ustedes han sido salvados gratuitamente!- y con Cristo Jesús nos resucitó y nos hizo reinar con Él en el cielo. Así, Dios ha querido demostrar a los tiempos futuros la inmensa riqueza de su gracia por el amor que nos tiene en Cristo Jesús. Porque ustedes han sido salvados por su gracia, mediante la fe. Esto no proviene de ustedes, sino que es un don de Dios; y no es el resultado de las obras, para que nadie se gloríe. Nosotros somos creación suya: fuimos creados en Cristo Jesús, a fin de realizar aquellas buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos.

La gran falla de muchos que se dicen creyentes, consiste en no creer en el amor de Cristo, y vivir en la indiferencia e ingratitud ante tan inmenso amor, que lo llevó a dar la vida para librarnos de nuestros pecados y de sus consecuencias, sin merecerlo en absoluto.

El perdón de las ofensas es tal vez la mayor demostración de amor, y Jesús nos demostró su amor realizando con nosotros su lema: “No hay amor más grande que dar la vida por los que se ama”, “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”.

La mayor prueba de amor a quien nos perdona por amor, es la correspondencia a ese amor con la vida y las obras –y el perdón al prójimo-, con tanta mayor generosidad cuanto más graves y numerosos han sido los pecados perdonados. La mayor ofensa a quien ama y perdona es la ingratitud. ¿Nos vemos de verdad libres del pecado de ingratitud a Dios?

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, March 19, 2006

ORACIÓN Y COMERCIO

ORACIÓN Y COMERCIO

Domingo 3° cuaresma / 19-03-2006

Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados detrás de sus mesas. Hizo un látigo con cuerdas y los echó a todos fuera del Templo junto con las ovejas y bueyes; derribó las mesas de los cambistas y desparramó el dinero por el suelo. A los que vendían palomas les dijo: "Saquen eso de aquí y no conviertan la Casa de mi Padre en un mercado." Sus discípulos se acordaron de lo que dice la Escritura: "Me devora el celo por tu Casa." Los judíos intervinieron: "¿Qué señal milagrosa nos muestras para justificar lo que haces?" Jesús respondió: "Destruyan este templo y yo lo reedificaré en tres días." Ellos contestaron: "Han demorado cuaren-ta y seis años en la construcción de este templo, y ¿tú piensas reconstruirlo en tres días?" En realidad, Jesús hablaba del Templo que es su cuerpo. Solamente cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron tanto en la Escritura como en lo que Jesús dijo. Jn 2,13-25

Jesús iba con frecuencia al Templo de Jerusalén, y había visto y comprobado cómo el culto se había convertido en negocio. Hasta que un día, no pudiendo contener por más tiempo su indignación, arremetió contra los responsables de haber instalado el “ídolo dinero” en el templo del Dios vivo, y de haber hecho del culto una liturgia blasfema.

Convertir el templo en un lugar de negocios, es lo mismo que ir a la celebración eucarística o hacer oración para cumplir un rito, no para encontrarse con Dios en amor y gratitud; para tranquilizar la conciencia, no para sanarla. O utilizar los sacramentos – sobre todo bautismos, primeras comuniones y matrimonios - como pretexto para un acto social, un negocio donde la oración, la fe, el amor a Dios y al prójimo brillan por su ausencia.

A los jefes del templo que le pedían a Jesús razón de su proceder, les dijo proféticamente que destruyeran aquel templo y él lo levantaría en tres días. No entendieron que se refería a la muerte y resurrección de su Cuerpo, el verdadero templo de Dios, que sustituye al templo profanado de Jerusalén, y destruido pocos años después.

Este hecho nos invita a cuestionar en serio las actitudes, pensamientos, intenciones, intereses y disposiciones con que vamos al templo -o cuando hacemos oración personal-: darnos cuenta de si vamos con el deseo de celebrar el encuentro salvador con Jesús Resucitado presente, o si vamos para cumplir un simple deber religioso, un rito externo.

Por otra parte, a semejanza de Jesús, nosotros también somos templos de Dios, como nos asegura san Pablo: “¿No saben que ustedes son templo de Dios?”

¿Acogemos, amamos y adoramos a Dios cuando vamos al templo, y en el templo de nuestra persona y de las personas del prójimo, o lo expulsamos suplantándolo por los ídolos del dinero, del poder, del placer, de intereses y preocupaciones? ¿Cómo acogemos y tratamos a Dios en los templos vivos de nuestros prójimos, en especial de los niños y los pobres?

Es pura ilusión y engaño creer que acogemos a Dios porque vamos a misa, comulgamos, rezamos, cuando luego lo rechazamos en el prójimo con ofensas, indiferencia, maltrato, o lo expulsamos de nosotros mismos con vicios, pecados, ingratitud, desinterés por él, y no nos esforzamos por convertirnos a su amor y al amor al prójimo.

Es decisivo acoger a Dios con respeto y amor en sus diversos templos, para que él no se vea obligado a expulsarnos, sino que se sienta feliz de poder acogernos en “el templo de su santa gloria”, el paraíso eterno. Al fin y al cabo, esto es lo que deseamos y necesitamos desde lo más profundo de nuestro ser.

Éxodo 20, 1-4. 7-8. 12-17

Dios pronunció estas palabras: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud. No tendrás otros dioses delante de mí. No te harás ninguna escultura y ninguna imagen de lo que hay arriba, en el cielo, o abajo, en la tierra, o debajo de la tierra, en las aguas. No pronunciarás en vano el Nombre del Señor, tu Dios, porque El no dejará sin castigo al que lo pronuncie en vano. Acuérdate del día sábado para santificarlo. Honra a tu padre y a tu madre, para que tengas una larga vida en la tierra que el Señor, tu Dios, te da. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás falso testimonio contra tu prójimo. No codiciarás la casa de tu prójimo: no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni ninguna otra cosa que le pertenezca».

Estas palabras de Dios a los israelitas son de una actualidad candente. Tampoco hoy muchos cristianos no le agradecen a Dios los inmensos beneficios que de él reciben cada día: su presencia protectora, la existencia, la salud, la creación, la fe…, y al final el cielo prometido. Y, encima, echan la culpa a Dios de los males que sufren ellos y otros, siendo así que él, el mejor Padre, no puede desear ni hacer mal a sus hijos, sino que sufre con ellos.

Dios no puede soportar que pongamos por encima de él a otras personas, o bienes, placeres, prestigio, cultura…, ya que eso es idolatría. Dios prohíbe las imágenes y esculturas idolátricas que lo suplantan; pero no prohíbe las imágenes que llevan a él, que revelan su presencia, como los querubines de oro del Arca de la Alianza y la serpiente de bronce en el desierto que él mismo mandó hacer. Nuestras imágenes no son ídolos, sino símbolos que orientan hacia Dios, aunque haya quiénes las tengan como ídolos, olvidando a Dios.

Dios nos pide dedicarle al menos un día a la semana. Y qué menos, cuando él nos dedica todos los días de la semana. Y nos exhorta a no pronunciar su nombre en vano, con ligereza, pues con Dios no se puede jugar impunemente: merece y tiene derecho al respeto.

Nos pide honrar a los padres, porque son sus colaboradores en la creación de nuestra vida y sus representantes en la familia. A cambio nos promete el premio de una larga vida.

Por otra parte, ¿cuándo como hoy se han quebrantado tanto sus mandamientos: no matar, no robar dinero ni desear bienes ajenos, no cometer adulterio, no calumniar? Y quienes eso hacen, luego culpan a Dios por los males que ellos mismos causan y merecen.

Corintios 1, 22-25

Hermanos: Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos. Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres.

La salvación es obra exclusiva de Dios. Pero frente a esta necesidad ineludible el hombre exige seguridad y condiciones: los judíos quieren milagros, señales espectaculares que les garanticen la acción salvadora por el poder de Dios; mientras que los griegos buscan la salvación por la filosofía, asequible por el poder de la razón. Hoy siguen los “milagreros”, que buscan una salvación mágica, milagrosa, cómoda; y los “prácticos”, que reducen la salvación a las propias seguridades y conquistas humanas en este mundo.

Tanto para unos como para los otros, la cruz es un puro suplicio, una necedad, un absurdo, un escándalo, y la resurrección una fábula. Mas el creyente verdadero ve en la cruz la sabiduría y la fuerza de Dios para la liberación y salvación que culminan en la resurrección.

La cruz salva porque en ella Jesús realiza la máxima fidelidad al amor del Padre y al amor por el hombre, venciendo el poder de la muerte con el poder de la resurrección.

P. Jesús Álvarez, ssp

Sunday, March 12, 2006

TRANSFIGÚRANOS, SEÑOR

TRANSFIGÚRANOS, SEÑOR

Domingo 2º de cuaresma – B / 12-3-06

Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan y los llevó a ellos solos a un monte alto. A la vista de ellos su aspecto cambió completamente. Incluso sus ropas se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo sería capaz de blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, que conversaban con Jesús. Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: - Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Levantemos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. En realidad no sabía lo que decía, porque estaban aturdidos. En eso se formó una nube que los cubrió con su sombra, y desde la nube llegaron estas palabras: - Este es mi Hijo, el Amado; escúchenlo. Y de pronto, mirando a su alrededor, no vieron ya a nadie; sólo Jesús estaba con ellos. Cuando bajaban del cerro, les ordenó que no dijeran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del Hombre resucitara de entre los muertos. Ellos guardaron el secreto, aunque se preguntaban unos a otros qué querría decir eso de "resucitar de entre los muertos". (Mc 9,2-10).

Es significativo que ya en el segundo domingo de cuaresma se ponga a nuestra consideración el relato de la transfiguración. Este hecho nos aclara el sentido de la cuaresma con sus penitencias, ayunos, limosnas, oración: conseguir la libertad, la alegría, la resurrección y la vida eterna. Que no vendamos esta inmensa herencia por nada del mundo.

Los discípulos caen en un profundo abatimiento porque el anuncio de la pasión y muerte de Jesús derrumbaba todos sus sueños de un reino temporal con Jesús. Y al no entender qué quería decir Jesús con eso de "resucitar al tercer día", tampoco podían sospechar que a través de la muerte y resurrección Jesús les abriría el camino hacia la gloria del verdadero reino mesiánico eterno, infinitamente superior a la gloria de un reino terreno.

Jesús, al ver sufrir a sus discípulos, quiere mostrarles a sus tres preferidos un anticipo de la gloria que les espera gracias a su muerte y su resurrección. Pero no acaban de creer ni de entender. Pero quizá tampoco nosotros hoy acabamos de creer y entender que el sufrimiento y la muerte no terminan en sí mismos, sino que son camino de felicidad y puerta de la vida gloriosa sin fin si los aceptamos y ofrecemos. Debemos creer en la "transfiguración" del sufrimiento en felicidad y de la muerte en vida. Tenemos que creer y vivir que Jesús resucitado está “con nosotros todos los días” y que está preparándonos un puesto en el cielo. De lo contrario viviremos esclavos del terror al sufrimiento y a la muere física.

San Pablo nos asegura: "Si sufrimos con Cristo, reinaremos con Él; si morimos con Él, viviremos con Él". "Ni ojo vio, no oído oyó, ni mente humana puede sospechar lo que Dios tiene preparado para quienes lo aman". "Los sufrimientos de esta vida no son nada en comparación con el peso de gloria que nos espera". "Para mí es con mucho lo mejor morirme para estar con Cristo". “Estén alegres cuando comparten los sufrimientos de Cristo”.

Las palabras de Jesús: "Quien desee venirse conmigo, cargue con su cruz de cada día y se venga conmigo", podrían interpretarse así: "Quien desee compartir ya en la tierra mi alegría de vivir, y luego mi gloria en el cielo, renuncie a las felicidades egoístas y perjudiciales, cargue conmigo las cruces de cada día, y al final también la muerte, se venga conmigo a la resurrección y a la gloria de la vida eterna".

Pocos días antes de la Transfiguración, Pedro había confesado: "Tú eres el Mesías de Dios". Y en el Tabor el Padre mismo confirma quién es Jesús: "Este es mi Hijo predilecto: escúchenlo". Luego Jesús ratificará: "Quien escucha mi palabra y la cumple, tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día". Hay que pasar del mero oír hablar de Jesús a escucharlo a él y hablar con él. Lo cual está a nuestro alcance por su infalible presencia continua.

Jesús, "transfigurado" por la resurrección, está todos los días con nosotros, como lo ha prometido con palabra infalible. Por la fe y el amor podemos contemplar su rostro glorioso y quedar radiantes, aun en medio del sufrimiento. Esta presencia de Cristo vivo y operante, nos transforma cada día, nos cristifica. Y así podemos vivir la experiencia de San Pablo: "Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir".

Génesis 22, 1-2. 9-13. 15-18

Dios puso a prueba a Abraham. «¡Abraham!», le dijo. Él respondió: «Aquí estoy». Entonces Dios le siguió diciendo: «Toma a tu hijo único, el que tanto amas, a Isaac; ve a la región de Moria, y ofrécelo en holocausto sobre la montaña que Yo te indicaré». Cuando llegaron al lugar que Dios le había indicado, Abraham erigió un altar, dispuso la leña, ató a su hijo Isaac, y lo puso sobre el altar encima de la leña. Luego extendió su mano y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo. Pero el Ángel del Señor lo llamó desde el cielo: «¡Abraham, Abraham!» «Aquí estoy», respondió él. Y el Ángel le dijo: «No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ahora sé que temes a Dios, porque no me has negado ni siquiera a tu hijo único». Al levantar la vista, Abraham vio un carnero que tenía los cuernos enredados en una zarza. Entonces fue a tomar el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. Luego el Ángel del Señor llamó por segunda vez a Abraham desde el cielo, y le dijo: «Juro por mí mismo --oráculo del Señor--: porque has obrado de esa manera y no me has negado a tu hijo único, Yo te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar».

Cuando Dios pide algo que nos cuesta mucho, es que piensa darnos inmensamente más de lo que nos pide. Él no se deja vencer en generosidad. A Abraham le pidió el único hijo Isaac, mas le devolvió el hijo intacto y le hizo padre de una multitud de descendientes numerosos como la arena del mar. Lo hizo padre de todos los creyentes. Dios no se anda con cálculos mezquinos como nosotros: me das, te doy tanto o menos.

La escena del monte Moria evoca la escena del huerto de los Olivos: Jesús pide al Padre que le salve la vida física; mas muere en el monte Calvario. Pero el Padre le da infinitamente más: la resurrección y el cuerpo glorioso, inmensamente más perfecto y más capaz de deleite que el cuerpo físico, y no sujeto al sufrimiento. En esta perspectiva hay que valorar y vivir todo sufrimiento: como fuente de salvación, resurrección y felicidad eterna.

Los pueblos contemporáneos de Abraham solían inmolar niños primogénitos a los ídolos; pero Dios, al no permitir que el niño Isaac fuese inmolado por su padre, demuestra que Él no quiere sacrificios humanos como ofrenda de honor y obediencia.

Pero hoy, más que nunca, se inmolan millones de niños a los ídolos del placer, del dinero y del poder. Mas no solamente niños. Y nos parece casi normal… Muy pocos luchan contra ese inmenso holocausto de inocentes cuya sangre clama al cielo pidiendo justicia. Esa horrible crueldad, ¿no está causando la autodestrucción de las sociedades opulentas?

Luchemos con todas las fuerzas y recursos por la vida y la defensa de los inocentes.

Romanos 8, 31-34

Hermanos: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con Él toda clase de favores? ¿Quién podrá acusar a los elegidos de Dios? «Dios es el que justifica. ¿Quién se atreverá a condenarlos?» ¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más aun, el que resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros?

Muchos cristianos creen que Dios espía nuestros pecados para castigarnos; y otros piensan que Dios se desentiende del hombre, pues no castiga siquiera a los peores.

Pero Dios misericordioso no piensa como nosotros: ojo por ojo y diente por diente, y lo antes posible. Tiene una paciencia infinita, y no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y se salve. Y nos da tiempo para que reaccionemos y nos convirtamos.

Mas no sólo nos da tiempo, sino que nos dio a su propio Hijo para cargar en la cruz con nuestros pecados y sufrimientos, para merecernos la resurrección e interceder por nosotros. ¿Cómo podríamos desconfiar del perdón de Dios? Si Dios nos absuelve, ¿quién podrá condenarnos?

Y por el contrario: ¿Cómo podríamos despreciar tanta misericordia y burlarnos de tanto amor no correspondiendo con amor y conversión?

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, March 05, 2006

CONVERSIÓN a la LIBERTAD y a la ALEGRÍA

CONVERSIÓN a la LIBERTAD y a la ALEGRÍA

Domingo 1º Cuaresma- B / 05-03-2006

Enseguida el Espíritu lo empujó al desierto. Estuvo cuarenta días en el desierto y fue tentado por Satanás. Vivía entre los animales salvajes y los ángeles le servían.

Después de que tomaron preso a Juan, Jesús fue a Galilea y empezó a proclamar la Buena Nueva de Dios. Decía: - El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca. Conviértanse de sus caminos equivocados y crean al Evangelio. (Mc 1,12-15).

Jesús quiso someterse a las tentaciones a que acosan a toda persona humana, para enseñarnos a mantenernos libres frente a los ídolos que tratan de esclavizarnos y privarnos de la dignidad y libertad de los hijos de Dios. Tenemos que evitar los caminos de perdición.

Hay que huir de la multitud de los que se han vendido a los ídolos, y se han convertido en autómatas programados para la ‘esclavitud de la alienación’: libres para hacer lo que quieran, con tal de que quieran hacer lo que se les sugiere y les agrada. Son esclavos de los ídolos del poder, del placer y del dinero; mecanizados y manipulados como robots sin vida, ni opciones propias, ni valores que no se esfumen con el rápido paso del tiempo.

Jesús nos da ejemplo de libertad en el uso de esos dones de Dios, para que no se conviertan en ídolos al servicio del egoísmo, del mal y de la muerte. La Iglesia nos propone para la cuaresma -camino hacia la Pascua-, tres recursos para reconquistar el amor, la libertad y la alegría de los hijos de Dios: la oración, la limosna y el ayuno.

La oración nos libra de la esclavitud al ídolo-poder. La oración es el máximo poder del hombre, pues en ella tiene a su disposición la omnipotencia de Dios. "Es el poder del hombre y la debilidad de Dios". El Infinito se abaja hasta nosotros. ¡Qué inmensa dignación!

En la oración el ser humano vive su máxima grandeza: ser imagen e hijo de Dios, mediante el trato filial y de amistad con él, de tú a tú. Por la paternidad y la amistad de Dios nos hacemos semejantes a él como hijos y amigos suyos. De él hemos recibido la vida temporal a través de nuestros padres naturales, y directamente la vida espiritual que sostiene la del cuerpo en el camino hacia la vida eterna. - Amor a Dios.

La limosna nos hace libres frente al ídolo-dinero y los bienes materiales. Nos hace capaces de compartir, sobre todo con los necesitados, pues Dios nos ayuda para que ayudemos. No podemos merecer los dones de Dios si luego nos negamos a compartir. Sólo recibiremos de Dios el ciento por uno de lo que compartimos y de lo que gozamos con gratitud y orden. Todo lo demás lo perderemos...

Pero la limosna no es sólo dar dinero y bienes materiales, sino de todo lo que somos, amamos, tenemos, creemos y esperamos. De eso hay que hacer limosna. Eso es amar, aunque no sintamos el amor. Renuncias sin amor, son polvo al viento. - Amor al prójimo.

El ayuno es hacerse libres frente al ídolo-placer, negándonos a todo lo que hace daño o perjudica al prójimo, a la creación, a nosotros mismos y al Creador. Pero además el ayuno ayuda a gozar con orden, intensidad y gratitud el placer de vivir y todos los demás placeres con los cuales Dios nos hace agradable y feliz la existencia física, moral, espiritual, familiar y social –incluso en el sufrimiento-, como anticipo del inmenso y eterno placer en el paraíso que esperamos, que Jesús mismo nos está preparando y nos dará por la resurrección.

El placer hecho ídolo termina envenenando todo placer y corta el camino al placer eterno. Hacernos esclavos del placer, es vender nuestra vida terrena y nuestra herencia eterna por un plato de lentejas. Huyamos de tan fatal fracaso sin remedio.

Los ídolos prometen caminos placenteros, pero minados, que no podemos pisar si queremos vivir. Los ídolos sólo se abaten dando a Cristo el lugar que le pertenece en la vida y en el corazón. Donde está Cristo, no queda espacio para los ídolos. – Amor a sí mismo.

Es necesario aferrarse a Cristo resucitado, presente y operante, el único remedio contra el poder destructor de los ídolos. Sólo su presencia pascual y su Palabra nos pueden librar de la esclavitud del poder, del placer y del dinero. “El reino de Dios está cerca”, dentro de nosotros. “¡Venga a nosotros tu reino!”

Génesis 9, 8-15

Dios dijo a Noé y a sus hijos: «Yo establezco mi Alianza con ustedes, con sus descendientes, y con todos los seres vivientes que están con ustedes: con los pájaros, el ganado y las fieras salvajes; con todos los animales que salieron del arca, en una palabra, con todos los seres vivientes que hay en la tierra. Yo estableceré mi Alianza con ustedes: los mortales ya no volverán a ser exterminados por las aguas del Diluvio, ni habrá otro Diluvio para devastar la tierra». Dios añadió: «Éste será el signo de la Alianza que establezco con ustedes, y con todos los seres vivientes que los acompañan, para todos los tiempos futuros: Yo pongo mi arco en las nubes, como un signo de mi Alianza con la tierra. Cuando cubra de nubes la tierra y aparezca mi arco entre ellas, me acordaré de mi Alianza con ustedes y con todos los seres vivientes, y no volverán a precipitarse las aguas del Diluvio para destruir a los mortales».

Los contemporáneos de Noé pasaron improvisamente de su seguridad y depravación a la aniquilación. ¿No sigue sucediendo también hoy lo mismo? Aunque las catástrofes sólo alcancen a una pequeña parte del mundo. Pero el arco iris sigue apareciendo en el cielo y Dios sigue siendo fiel a su Alianza, y no sólo no destruye la humanidad y la creación, sino que tiene que defenderlas contra iniquidad destructora de muchos hombres aliados del mal.

Dios hace Alianza -promete la bendición de su presencia conservadora y salvadora- a favor de todos los hombres y de todos los seres vivos y, por consiguiente, también de toda la creación inanimada –alianza cósmica-, porque Dios ama las obras de sus manos y no las abandona al poder destructor del hombre ni de las “superpotencias” del mal y de la muerte.

Mas hoy la Alianza bendita de Dios es una persona: Cristo crucificado y resucitado, el “Dios-con-nosotros” de cada día, que está conduciendo la historia, la humanidad y la creación por misteriosos caminos hacia la resurrección. Y lo hace principalmente desde la Iglesia, y en especial desde la Eucaristía, mediante la cual llega la salvación a toda la humanidad, incluyendo las víctimas de los desastres naturales, del egoísmo, del odio y de las guerras.

Los paganos y seguidores de otras religiones tampoco están fuera del alcance de la gracia salvadora de Dios en Cristo. Es más: nos pide nuestra colaboración la tarea de la salvación universal, especialmente con la vivencia de la Eucaristía, ofreciéndonos con él.

Pedro 3, 18-22

Queridos hermanos: Cristo padeció una vez por los pecados -el justo por los injustos- para que, entregado a la muerte en su carne y vivificado en el Espíritu, los llevara a ustedes a Dios. Y entonces fue a hacer su anuncio a los espíritus que estaban prisioneros, a los que se resistieron a creer cuando Dios esperaba pacientemente, en los días en que Noé construía el arca. En ella, unos pocos -ocho en total- se salvaron a través del agua. Todo esto es figura del bautismo, por el que ahora ustedes son salvados, el cual no consiste en la supresión de una mancha corporal, sino que es el compromiso con Dios de una conciencia pura, por la resurrección de Jesucristo, que está a la derecha de Dios, después de subir al cielo y de habérsele sometido los Ángeles, las Dominaciones y las Potestades.

Cristo murió una sola vez, pues su muerte y su resurrección tienen una eficacia infinita de salvación a favor de la humanidad. Y sin embargo, esa eficacia absoluta sólo realiza la salvación en quienes la acogen libremente con la conversión y asocian la propia cruz a la cruz de Cristo, ya sea de forma consciente o implícita.

Entre su muerte y su resurrección Jesús fue a anunciar la Buena Nueva “a los espíritus que estaban prisioneros” por haberse resistido a creer en Dios. Esta misteriosa alusión de san Pedro trae a la mente la expresión de Jesús: “A los hombres se les perdonarán todos los pecados, menos el pecado contra el Espíritu Santo, que no se perdonará en esta vida ni en la otra”, y la oración de Jesús en la cruz por sus asesinos: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. ¡Oh misericordia infinita!

Las aguas del diluvio -que lavaron la tierra de la corrupción-, son figura del agua del bautismo, que nos libra del pecado y nos hace hijos de Dios, con derechos divinos y deberes de hijos: compromiso de vivir con una conciencia pura y un corazón sumiso, en relación filial con él. Así alcanzaremos un día la plenitud de la filiación, “viéndolo cara a cara, tal cual es”.
P. Jesús Álvarez, ssp