Sunday, August 27, 2006

CREER EN UNA PRESENCIA AMOROSA

Domingo 21° del tiempo ordinario B – 27-08-2006

Después de escuchar la enseñanza de Jesús, muchos de sus discípulos decían: «¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?» Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen». En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede». Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de Él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?» Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios» (Jn 6, 60-69).

Jesús había afirmado algo totalmente nuevo: “Yo soy el pan de vida que baja del cielo. El que coma de este pan, vivirá para siempre”. “Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes”. Y el auditorio se “escandaliza”, no pueden aceptar que Jesús, el hijo de un simple carpintero, use un lenguaje tan desconcertante, extraño, difícil de comprender y aceptar. Y la mayoría opta por lo más fácil: abandonar.

Este abandono de Cristo, Pan de vida, sigue repitiéndose a través de la historia: casi todas las iglesias separadas y las sectas han abandonado la Eucaristía, privando a sus miembros del don más alto de Dios a los hombres: Cristo hecho Pan de Vida eterna.

Pero lo que “escandaliza” aun más es que también más del 90% de los católicos, una vez hecha la primera comunión, abandonan la Eucaristía; y no todos los que van a misa los domingos reciben la comunión, porque, en realidad, no creen en la Eucaristía. Gandhi dijo que si los católicos creyesen de verdad que Cristo está en la Eucaristía, comulgarían muchos más.

Pero lo más triste es que entre los que reciben físicamente la hostia, no son muchos los que aceptan en su vida diaria al Jesús que reciben en la Comunión. Se limitan al rito externo, prescindiendo de la Persona viva y presente de Cristo. Prefieren una vida cómoda antes que el esfuerzo de imitar a Jesús, como exige la unión eucarística con él. La Eucaristía sin fe y sin amor a Cristo resucitado presente en la Eucaristía y sin amor al prójimo, es un negro contrasentido. Como el beso hipócrita de Judas, con sus fatales consecuencias.

La catequesis eucarística debe estar fallando: se ocupa más de la doctrina y del rito, que de facilitar el encuentro real con Cristo resucitado presente en la Eucaristía. Hay hambre de Cristo y muchos mueren de anemia espiritual por falta de experiencia eucarística.

Jesús afirma además que es imposible creer en él sin la ayuda del Padre. Entonces, ¿qué culpa tienen los cristianos y los católicos que no creen en la Eucaristía ni la reciben? Jesús mismo da la respuesta: “Pidan y recibirán, porque quien pide, recibe, y quien busca, encuentra”. “Todo lo que pidan al Padre en mi nombre, él se lo concederá”.

Por esa oración confiada, Cristo sigue siendo el Pan de Vida diario para millones de seguidores suyos en todo el mundo y en todos los tiempos.

Estos repiten con Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a ir? Sólo tú tienes palabras de vida eterna”. Creen más allá de lo que ven y tocan. Son felices por creer y amar sin ver. Esperan, acogen, aman a Jesús como único Salvador, y se asocian a su cruz, que les merecerá la resurrección y la vida eterna. Lo tienen como luz, alegría y paz; creen y viven en su presencia y amistad infalible: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.

Josué 24,1-2

Josué reunió en Siquém a todas las tribus de Israel, y convocó a los ancianos de Israel, a sus jefes, a sus jueces y a sus escribas, y ellos se presentaron delante del Señor. Entonces Josué dijo a todo el pueblo: «Si no están dispuestos a servir al Señor, elijan hoy a quién quieren servir: si a los dioses a quienes sirvieron sus antepasados al otro lado del Río, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país ustedes ahora habitan. Yo y mi familia serviremos al Señor». El pueblo respondió: «Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses. Porque el Señor, nuestro Dios, es el que nos hizo salir de Egipto, de ese lugar de esclavitud, a nosotros y a nuestros padres, y el que realizó ante nuestros ojos aquellos grandes prodigios. Él nos protegió en todo el camino que recorrimos y en todos los pueblos por donde pasamos. Por eso, también nosotros serviremos al Señor, ya que Él es nuestro Dios».

Josué nos invita también a nosotros a decidir libre y conscientemente a quién queremos amar y servir de veras: a Dios, fuente de todo bien, de la vida y de la salvación; o a los ídolos del placer, del dinero y del poder, que terminan destruyendo a sus adoradores.

Es decisivo, para no jugarnos la vida eterna, reconocer lealmente si servimos o no a Dios en el templo de nuestra persona y de nuestra vida, y no sólo en el templo de piedra o cemento. Huyamos del autoengaño de dar por supuesto que Dios tiene su trono en nuestro corazón y nuestra vida. Estas son las pistas de verificación: “De la abundancia del corazón habla la boca”. “Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón”. Por los frutos nos conoceremos.

Efesios 5,21-32

Hermanos: Sométanse los unos a los otros, por consideración a Cristo. Las mujeres a su propio marido como al Señor, porque el varón es la cabeza de la mujer, como Cristo es la Cabeza y el Salvador de la Iglesia, que es su Cuerpo. Así como la Iglesia está sometida a Cristo, de la misma manera las mujeres deben respetar en todo a su marido. Los maridos amen a su esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla. Él la purificó con el bautismo del agua y la palabra, porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e inmaculada. Del mismo modo, los maridos deben amar a su mujer como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a sí mismo. Nadie menosprecia a su propio cuerpo, sino que lo alimenta y lo cuida. Así hace Cristo por la Iglesia, por nosotros, que somos los miembros de su Cuerpo. "Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos serán una sola carne". Éste es un gran misterio: y yo digo que se refiere a Cristo y a la Iglesia. En cuanto a ustedes, cada uno debe amar a su propia mujer como a sí mismo, y la esposa debe respetar a su marido.

A partir de este texto se ha acusado de machista a san Pablo. Pero el apóstol deja bien claro que la ley suprema del matrimonio es el amor, el único valor que hace iguales y felices a las personas, a los esposos, y elimina todo machismo, que esclaviza por egoísmo a la mujer. En otro lugar dirá: “Sean esclavos unos de los otros por amor”. La esclavitud por amor es la mayor libertad y el mayor respeto. Lee el capítulo 13 de la 1ª carta a los Corintios.


P. Jesús Álvarez, ssp

Sunday, August 20, 2006

COMUNIÓN y VIDA ETERNA

COMUNIÓN y VIDA ETERNA


Domingo 20° T.O.-B / 20-08-2006


Jesús dijo a los judíos: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo». Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?» Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y Yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él. Así como Yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente». Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaúm. Jn 6, 51-59

Las palabras de Jesús sobre el Pan de Vida eterna, resultan inauditas e inaceptables para sus oyentes. Por eso lo abandonan. Sólo se quedan sus discípulos. Y Jesús los desafía también a ellos, poniéndolos con firmeza ante la alternativa de creer o de irse.

Mientras Jesús hace curaciones, multiplica y reparte el pan material, todos lo admiran y quieren estar a su lado. Pero aceptar a Jesús que ofrece mucho más: el Pan espiritual de Vida eterna, compromete sus seguridades, sus costumbres y su misma religión de ritos externos sin compromiso de vida. ¿Sigue pasando hoy lo mismo entre nosotros?

Las cosas no han cambiado mucho. ¡Cuántos comulgantes toman la hostia, pero no comulgan con Cristo Resucitado en la vida cotidiana, en el amor al prójimo, en el sufrimiento, en las alegrías, en el trabajo, ni en la misma oración. Y así Él resulta un don nadie ajeno a la vida, excluido de la vida como un estorbo.

La promesa de Jesús: Quien coma de este pan, vivirá para siempre, no se aplica a quien sólo recibe la hostia, sino que, en la hostia que recibe, acoge a Cristo Resucitado, y luego comulga con él en la vida cotidiana, con su Palabra y con el amor al prójimo, con quien él se identifica: “Todo lo que hagan a uno de estos, a mi me lo hacen”.

La promesa infalible de Jesús: Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí yo en él, nos sitúa dentro de una realidad tan maravillosa, misteriosa y feliz, que nos puede parecer increíble, inaceptable. Y humanamente así es. Mas para el Amor omnipotente de Dios nada hay imposible. La Vida divina, que es Cristo en persona, nos lleva a la victoria sobre la muerte mediante la resurrección.

Frente a esta maravillosa e inaudita obra del amor salvífico de Cristo para con todos los hijos de Dios, cabe preguntarse: ¿Por qué la Eucaristía, fuente de vida para todos los hombres, hijos de Dios, llega a tan pocos? ¡Una situación preocupante que nos cuestiona!

Con todo, en otros pasos del evangelio, Jesús declara como cauces de salvación y de vida eterna también otras realidades: - Quien escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna. - Si ustedes perdonan, también el Padre celestial les perdonará. - Tuve hambre y ustedes me dieron de comer, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron… Vengan, benditos de mi Padre, a poseer el reino preparado para ustedes.

Proverbios 9, 1-6

La Sabiduría edificó su casa, talló sus siete columnas, inmoló sus víctimas, mezcló su vino, y también preparó su mesa. Ella envió a sus servidoras a proclamar sobre los sitios más altos de la ciudad: «El que sea incauto, que venga aquí». Y al falto de entendimiento, le dice: «Vengan, coman de mi pan, y beban del vino que yo mezclé. Abandonen la ingenuidad, y vivirán, y sigan derecho por el camino de la inteligencia».

El banquete que prepara la Sabiduría, es prefiguración del Banquete eucarístico, en el cual la Sabiduría en persona, Cristo Jesús resucitado, se ofrece a sí mismo como alimento en el Pan de la Palabra que da la Vida y en el Pan eucarístico bajado del cielo. Cristo es la Sabiduría y el Pan que nos sostiene en el camino hacia el Banquete eterno en la Casa del Padre. Todos estamos invitados a estos dos banquetes. Podemos aceptarlos con amor y gratitud, podemos aceptarlos sólo en apariencia y podemos menospreciarlos.

La experiencia real de Cristo resucitado presente en la Eucaristía y la Comunión, nos libran de la falta de sentido común, de la necedad, de la ingenuidad y del sinsentido de la existencia.

Para que la Eucaristía produzca frutos de vida cristiana y de vida eterna, hay que vivirla como experiencia vital y real de unión con Cristo Resucitado, que nos invita a su mesa eucarística y a su mesa eterna.

Al respecto, es importante volver a la comunión espiritual frecuente, como extensión de la comunión sacramental. Lo cual es factible en cualquier momento o situación. Con ella se continúa acogiendo al mismo Cristo Resucitado en la propia vida, relaciones, trabajo, sufrimientos, alegrías... Comunión asequible también para quienes no pueden comulgar sacramentalmente.

Efesios 5, 15-20

Hermanos: Cuiden mucho su conducta y no procedan como necios, sino como personas sensatas que saben aprovechar bien el momento presente, porque estos tiempos son malos. No sean irresponsables, sino traten de saber cuál es la volun­tad del Señor. No abusen del vino que lleva al libertinaje; más bien, llénense del Espíritu Santo. Cuando se reúnan, reciten salmos, himnos y cantos espiritua­les, cantando y celebrando al Señor de todo corazón. Siempre y por cualquier motivo, den gracias a Dios, nuestro Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.

San Pablo nos exhorta a vivir conscientes de los dones inauditos que Dios pone a nuestra disposición, para no desperdiciarlos como unos necios. Los mayores dones los hemos recibido y nos son conservados sin pagar un centavo ni una fatiga: la vida, la inteligencia, el aire que respiramos, la fe, los sacramentos… Vivimos sumergidos en los dones inmensos de Dios, pero podemos vivir en la necedad de la ingratitud, creyéndonos con derecho absoluto a todo e incluso con derecho a desperdiciarlos…, con el riesgo de perderlos para siempre.

Pablo nos invita a darle gracias a Dios por todo y siempre con toda el alma, y sobre todo por la Eucaristía, por su Palabra y por el paraíso que nos ha merecido Jesucristo. Dones para agradecer en el tiempo y en la eternidad. Es justo hacer de nuestra vida, llena de gracias, una acción de gracias permanente.


P. Jesús Álvarez, ssp

Sunday, August 13, 2006

PAN DE VIDA * RITOS SIN VIDA

PAN DE VIDA * RITOS SIN VIDA

Domingo 19°-B T.O. / 13 agosto 2006

Los judíos murmuraban de Jesús, porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo». Y decían: «¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: "Yo he bajado del cielo?"» Jesús tomó la palabra y les dijo: «No murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y Yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en el libro de los Profetas: "Todos serán instruidos por Dios". Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí. Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo Él ha visto al Padre. Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna. Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero éste es el pan que desciende del cielo, para que aquél que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo». Jn 6, 41-51

Los judíos conocían a Jesús como un vecino más. Conocían su familia humilde. Pero se negaron a reconocer en su persona algo más de lo que ya sabían de él. Murmuraban porque no creían que un simple hombre pudiera tener origen divino, como daba a entender: “Yo soy el pan bajado del cielo”. Y si su cuerpo es pan para comer, estaría en contra de la Ley, que prohíbe comer carne humana.

El simple conocimiento humano de Jesús les impide reconocerlo como “pan bajado del cielo”, como el Mesías de Dios. Están en la actitud de quienes creen que la razón lo explica todo. Pero “la fe tiene razones que la razón no conoce”, asegura Pascal. A quien cree, le sobran razones; a quien no quiere creer, no le bastan todas las razones del mundo, ni la evidencia, ni los milagros.

Hoy sigue siendo difícil creer y vivir la realidad de la Eucaristía; o sea: con todo lo que supone la fe en Cristo Eucaristía, “Pan bajado del cielo para la vida del mundo”, Cuerpo de Cristo entregado para el perdón de los pecados”.

Y esa dificultad se debe en parte a que no estamos acostumbrados a escuchar a Dios que habla de continuo a nuestro corazón, pues “todos los hombres son discípulos de Dios”. Quien escucha al Padre, escucha también al Hijo, que habla en su nombre. El mismo Padre nos pidió en el Bautismo de Jesús y en la Transfiguración: “Este es mi Hijo muy amado: escúchenlo”.

También es difícil creer en el “Pan bajado del cielo”, porque implica el esfuerzo de imitar la vida de Quien es el Pan del cielo. Pero de nada vale el rito de comer la hostia si no se vive en unión con Cristo vivo que se nos da en la hostia. Comulgar la hostia sin acoger a Cristo en la vida, sin poner en práctica su Palabra, sin amarlo en el prójimo, equivale a “tragarse la propia condenación”, como afirma san Pablo. Es serio imperativo verificar qué estamos haciendo con el “Pan bajado del cielo”: ¿Acogiéndolo como Pan de Vida o realizando un rito sin vida?

Es creyente quien escucha la Palabra de Dios y la cumple, recibe el Pan eucarístico y ama al prójimo, pues en esas tres realidades se nos presenta Cristo vivo. Quien se contenta sólo con el rito y el cumplimiento de normas, es observante. El creyente vive la vida de Dios en Cristo; el observante sólo realiza ritos y obras muertas.

Solamente desde el cariño hacia Dios podemos comprender a Jesús como Pan de vida que elimina la muerte al injertar su vida divina en nuestra vida humana; vida divina que vencerá nuestra muerte con la resurrección.

La fe en Cristo -que es acogerlo con amor en la vida como enviado del Padre-, es un don de Dios al alcance de todos, como afirma el mismo Jesús: “A quien venga a mí, no lo rechazaré”; “El que cree en mí, tiene vida eterna”.

1 Reyes 19, 4-8

El rey Ajab contó a Jezabel todo lo que había hecho Elías y cómo había pasado a todos los profetas al filo de la espada. Jezabel envió entonces un mensajero a Elías para decirle: «Que los dioses me castiguen si mañana, a la misma hora, yo no hago con tu vida lo que tú hiciste con la de ellos». Él tuvo miedo, y partió en seguida para salvar su vida. Llegó a Berseba de Judá y dejó allí a su sirviente. Luego Elías caminó un día entero por el desierto, y al final se sentó bajo una retama. Entonces se deseó la muerte y exclamó: «¡Basta ya, Señor! ¡Quítame la vida, porque yo no valgo más que mis padres!» Se acostó y se quedó dormido bajo la retama. Pero un ángel lo tocó y le dijo: «¡Levántate, come!» Él miró y vio que había a su cabecera un pan cocido sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió, bebió y se acostó de nuevo. Pero el Ángel del Señor volvió otra vez, lo tocó y le dijo: «¡Levántate, come, porque todavía te queda mucho por caminar!» Elías se levantó, comió y bebió, y fortalecido por ese alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta la montaña de Dios, el Horeb.

El profeta Elías logra un gran triunfo sobre la idolatría; pero la consecuencia es la persecución política a muerte. Y huye sin rumbo a través del desierto, acosado por el hambre, el miedo, el sentimiento de culpa y la desesperación. Se encuentra solo y desea morirse. Pero Dios acude en su ayuda, le proporciona alimento, y Elías se recobra y sigue hacia el monte de la fe, el Horeb o Sinaí.

Buen ejemplo para nosotros cuando nos encontramos en situaciones parecidas. Abandonarse y desesperarse no es la solución. Lo que procede es volverse a Dios, el único que nos queda a mano, ponerse en sus manos de Padre y pedirle fuerzas para continuar subiendo por el camino de la fe, que da feliz sentido eterno a una vida de sufrimiento, por difícil que sea.

Cuando nos creemos seguros y satisfechos de nuestras virtudes, de nuestra fe, prácticas, influencias, cargos, éxitos externos, adhesiones incondicionales…, es fácil que se haya excluido a Dios de la propia vida, y al fin llega la crisis, la quiebra, y vemos que estamos todavía al principio o tal vez fuera del camino que lleva a Sinaí: “Sean perfectos como el Padre celestial es perfecto”.

Ef 4, 30 - 5, 2

Hermanos: No entristezcan al Espíritu Santo de Dios, que los ha marcado con un sello para el día de la redención. Eviten la amargura, los arrebatos, la ira, los gritos, los insultos y toda clase de maldad. Por el contrario, sean mutuamente buenos y compasivos, perdonándose los unos a los otros como Dios los ha perdonado en Cristo. Traten de imitar a Dios, como hijos suyos muy queridos. Practiquen el amor, a ejemplo de Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y sacrificio agradable a Dios.

Sí, nosotros somos capaces de entristecer al mismo Espíritu Santo de Dios, a pesar de que sabemos que de él recibimos todo lo que somos, tenemos, amamos, gozamos y esperamos. Y eso sucede cuando cedemos a la ira, a la prepotencia, al insulto, a la condena, creando un verdadero infierno en torno a nosotros.

Mas también somos capaces de ser la alegría de Dios dándole gracias, pidiéndole perdón, y amando al prójimo, sobre todo con el perdón de las ofensas. Eso mismo nos hace a la vez alegría del prójimo.

Pero el amor más grande a Dios y al prójimo consiste en imitar a Cristo, entregando nuestra vida –como sea tenemos que entregarla- por la santificación y salvación de quienes amamos, haciéndonos así ofrenda agradable a Dios. Es lo máximo que podemos hacer por nuestro prójimo, por Dios y por nosotros mismos. Y eso que está al alcance de todos.

Jesús Álvarez, ssp

Sunday, August 06, 2006

TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR

TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR

Ciclo B - 6-8-2006


Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor. Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: «Éste es mi Hijo muy querido, escúchenlo». De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos. Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron la orden, pero se preguntaban qué significaría «resucitar de entre los muertos». Mc 9, 2-10

Jesús trata de hacerles comprender a los discípulos que su mesianismo va mucho más allá de un reino terreno, que es mucho más glorioso y definitivo, y que lo alcanzará a través de la pasión, la muerte y la resurrección. Pero como eso de la resurrección a los discípulos no les dice nada, no pueden aceptar el fracaso de sus ideales a consecuencia de la muerte-fracaso del Maestro.


El mismo Pedro, que poco antes había confesado: “Tú eres el Mesías de Dios”, cuando Jesús les anuncia su pasión, lo toma a parte e intenta disuadirlo de someterse a la muerte. Pero el Maestro no duda en llamarle ‘Satanás’ a la cara, delante de todos, por sus pretensiones contrarias a la voluntad del Padre.

Entonces los discípulos caen en una profunda depresión por el derrumbe inminente de sus sueños. Y Jesús siente en el alma el dolor de los suyos, que se suma al que él sufre por la trágica muerte que le espera. El Padre, compadecido de tanto sufrimiento, dispone la escena del Tabor en presencia de sus discípulos preferidos, para que con él gocen por unos momentos de la verdadera gloria mesiánica que le espera a él y a ellos por la muerte y la resurrección.

Es de admirar la fidelidad inquebrantable de Jesús hacia Pedro, que lo eligió para ver su gloria en el Tabor, cuando poco antes lo había reprochado con el más humillante de los títulos: Satanás. Y Pedro experimentará de nuevo la fidelidad, la compasión y el perdón de Jesús después de haberlo negado tres veces.

Los discípulos se sienten en el cielo al contemplar el rostro glorioso de Jesús resplandeciente como el sol, sus vestidos blancos como la luz y a Elías y Moisés conversando con Jesús. Y le piden al Maestro poder quedarse allí indefinidamente. Pero aquello era un pequeño anticipo de la realidad futura, no esa realidad.

Jesús no vivió ni propuso una vida de sufrimiento, sino de alegría, incluso en medio del sufrimiento, que tiene destino de felicidad. “Les he dicho estas cosas para que mi alegría esté en ustedes y esa alegría sea total”.

Jesús hizo felices a sus predilectos por unos momentos en el Tabor; pero con el Calvario y la Resurrección les ganó la felicidad para siempre en unión con todos los que se esfuercen por imitarlo pasando por la vida haciendo el bien.

No podemos quedarnos en el Tabor de pasajeras felicidades que nos aparten de la felicidad eterna, ni pretender el cielo en la tierra, y menos a costa de hacerles el infierno a otros, pues eso nos llevaría derechos al fracaso total de nuestra existencia y de nuestro anhelo de felicidad sin fin.

El Padre mismo nos señala el modo de seguir a Jesús para compartir con él su resurrección y su gloria: “Este es mi Hijo predilecto: escúchenlo”.

Dn 7, 9-10. 13-14

Daniel continuó el relato de sus visiones, diciendo: «Yo estuve mirando hasta que fueron colocados unos tronos y un Anciano se sentó. Su vestidura era blanca como la nieve y los cabellos de su cabeza como la lana pura; su trono, llamas de fuego, con ruedas de fuego ardiente. Un río de fuego brotaba y corría delante de Él. Miles de millares lo servían, y centenares de miles estaban de pie en su presencia. El tribunal se sentó y fueron abiertos unos libros. Yo estaba mirando, en las visiones nocturnas, y vi que venía sobre las nubes del cielo como un Hijo de hombre; Él avanzó hacia el Anciano y lo hicieron acercar hasta Él. Y le fue dado el dominio, la gloria y el reino, y lo sirvieron todos los pueblos, naciones y lenguas. Su dominio es un dominio eterno que no pasará, y su reino no será destruido».

Los reinos de este mundo, fundados sobre, las armas, la violencia, la prepotencia, el orgullo, la egolatría…, no mejoran el mundo, sino todo lo contrario: la infelicidad, el sufrimiento, la destrucción y la muerte se multiplican sin cesar a causa de los ídolos del poder, del placer y del poseer.

Cualquier pueblo o cualquiera de nosotros puede llegar a ser víctima de una ferocidad sin compasión. Pero ante esa posibilidad nada improbable, debemos vivir en vela ante el Hijo del hombre, cuyo reino eterno no podrá ser jamás destruido por ninguna fuerza del mal.

La sociedad secularizada y violenta nos invita a dejar de lado a Dios, la fe y el amor, y a sumarnos a su idolatría del poder, del placer y del dinero, para atraparnos en sus planes de destrucción masiva. Frente a sus voces seductoras, escuchemos y cumplamos la Palabra de Dios, para ser miembros de su Familia Trinitaria y súbditos fieles del Rey eterno, que está con nosotros todos los días, y es el único que puede librarnos de las garras de este mundo violento y de la muerte mediante la resurrección.

2 Ped 1, 16-19

Queridos hermanos: No les hicimos conocer el poder y la Venida de nuestro Señor Jesucristo basados en fábulas ingeniosamente inventadas, sino como testigos oculares de su grandeza. En efecto, Él recibió de Dios Padre el honor y la gloria, cuando la Gloria llena de majestad le dirigió esta palabra: «Éste es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección». Nosotros oímos esta voz que venía del cielo, mientras estábamos con Él en la montaña santa. Así hemos visto confirmada la palabra de los profetas, y ustedes hacen bien en prestar atención a ella, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro hasta que despunte el día y aparezca el lucero de la mañana en sus corazones.

Los hechos narrados en los Evangelio no podría inventarlos jamás la mente más ingeniosa y soñadora. Ninguna otra religión tiene en su origen acontecimientos tan desconcertantes y extraordinarios narrados por tantos testigos oculares, y en especial por los apóstoles, que para nada eran personas experimentadas en literatura de fantasía, pero sí “duros de cerviz” para creer, sobre todo para creer en la resurrección, hasta que “tocaron” a Cristo resucitado en persona.

La transfiguración es anticipo de la resurrección y de la gloriosa venida de Cristo al final de los tiempos. Jesús pidió a los tres discípulos que no hablaran de lo que vieron, pues nadie les creería y hasta se burlarían de ellos. Como algunos hicieron luego ante el anuncio de la resurrección hecho por “unas mujeres”.Nuestra fe está bien fundamentada, pero no sólo en hechos históricos y testigos que dieron por ella la vida, sino en la gracia de Cristo presente, que nos la sostiene por su Espíritu, a quien hemos de pedirle que nos la aumente cada día.

P. Jesús Álvarez, ssp