Sunday, October 29, 2006

CIEGOS QUE VEN y CIEGOS QUE SE NIEGAN A VER

CIEGOS QUE VEN y CIEGOS QUE SE NIEGAN A VER

Domingo 30º tiempo ordinario-B / 29-10-2006.

Llegaron a Jericó. Al salir Jesús de allí con sus discípulos y con bastante más gente, un limosnero ciego se encontraba a la orilla del camino. Se llamaba Bartimeo (hijo de Timeo). Al enterarse de que era Jesús de Nazaret el que pasaba, empezó a gritar: ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! Varias personas trataban de hacerlo callar. Pero él gritaba con más fuerza: ¡Hijo de David, ten compasión de mí! Jesús se detuvo y dijo: Llámenlo. Llamaron, pues, al ciego diciéndole: Vamos, levántate, que te está llamando. Y él, arrojando su manto, se puso en pie de un salto y se acercó a Jesús. Jesús le preguntó: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego respondió: Maestro, que vea. Entonces Jesús le dijo: Puedes irte; tu fe te ha salvado. Y al instante pudo ver y siguió a Jesús por el camino. Marcos. 10, 46 - 52.

La ceguera en tiempos de Jesús - y también hoy en muchos casos - condena a los pacientes a una vida dura, pobre y marginada. Y en los países pobres no tienen otra salida que mendigar o morir de hambre en la angustia de las tinieblas.

Sin embargo también se dan muchos casos de ciegos que saben aprovechar su limitación física como ocasión para aumentar su visión mental y espiritual, y ganarse la vida con su trabajo. Me decía amigo que perdió la vista y al encanto de sus ojos, su esposa, en un accidente: "Desde que estoy ciego, veo mejor".

Como hay una ceguera física, también hay ceguera mental por falta de formación, cultura, información, comunicación. Hay una ceguera espiritual por desconocimiento del sentido y del destino eterno de la vida: ceguera por ausencia de fe y de esperanza, incapacidad para ver más allá de las preocupaciones e intereses inmediatos materiales. Es la peor ceguera y la miseria total.

La multitud que seguía a Jesús iba buscando luz y sentido eterno para su vida. Sin embargo, entre los que s juntaban con Jesús entonces y entre los que hoy aparentan seguir a Jesús, hay quiénes sólo buscan intereses materiales. El Hijo de Dios y su plan salvación no entran en sus planes egoístas. Asisten a manifestaciones y celebraciones religiosas, y luego ignoran a Cristo vivo presente en la Eucaristía, en la Biblia, en los que sufren. Se cierran al amor de Dios, al amor del prójimo, y por tanto a la salvación. Ponen su vida y esperanza en lo destinado a perecer.

A los que acompañaban a Jesús no les interesaba el sufrimiento del pobre ciego. Sólo Jesús sintió compasión e interés por él. ¿No sucede hoy lo mismo con tantos que se profesan cristianos, católicos y viven indiferentes, cierran los ojos y el corazón ante el sufrimiento de multitud de hermanos? A veces de hermanos con los que se rozan o viven cada día. No hay peor ciego que el que no quiere ver.

“¡Señor, que yo vea!”, tiene que ser también hoy el grito sincero de cada uno de nosotros. Supliquemos que se nos abran los ojos de la cara para ver y contemplar las maravillas de la creación, transparencia y presencia de Dios. Que se nos abran los ojos del corazón para descubrir las expresiones del amor de Dios para con nosotros y el grito de Cristo suplicándonos un gesto de amor en los que sufren de mil maneras. Que se nos abran los ojos de la mente, para conocer la verdad que nos hace libres e hijos de Dios. Que se nos abran los ojos de la fe, para ver y vivir el sentido profundo de la vida y alcanzar el feliz destino eterno de nuestra existencia.

Sólo quien se reconoce ciego y pobre, puede desear, pedir y recibir la curación. Creer en Jesús no es cuestión sólo de palabras, doctrinas, ideas y rezos, ritos, sino de hechos, de adhesión amorosa a Él allí donde se manifiesta: Eucaristía, Biblia, prójimo, naturaleza... “¡Señor Jesús, que yo vea!” Dame la fe que me cure.

Jeremías 31, 7 – 9

Así dice Yavé: “¡Vitoreen con alegría a Jacob, aclamen a la primera de las naciones! Háganse escuchar, celébrenlo y publíquenlo: ‘¡Yavé ha salvado a su pueblo, al resto de Israel!’ Miren cómo los traigo del país del norte, y cómo los junto de los extremos del mundo. Están todos, ciegos y cojos, mujeres encinta y con hijos, y forman una multitud que vuelve para acá. Partieron en medio de lágrimas, pero los hago regresar contentos; los voy a llevar a los arroyos por un camino plano para que nadie se caiga. Pues he llegado a ser un padre para Israel y Efraím es mi primogénito.

La historia del pueblo de Israel refleja nuestra historia individual, familiar, eclesial, nacional, mundial: infidelidad a Dios, pecado, goce desordenado a costa del sufrimiento ajeno, y al final de cuentas, también del propio... No sólo sufrimos a causa de los pecados propios, sino -sobre todo los inocentes-, a causa de los ajenos.

Y Dios calla frente a los que hacen sufrir y ante los que sufren. Como que se oculta. Se demora en intervenir. Pero no se olvida. Él no puede fallar: permanece fiel a su promesa de rescatar a quienes sufren, salvarlos y llevarlos a la Jerusalén celestial, su eterna Casa paterna, nuestro destino. Con tal de que deseemos ser salvados, manifestando este deseo con súplicas confiadas, conversión real, recurso a los medios de salvación: buenas obras, sacramentos, sufrimiento ofrecido, confianza en el omnipotente amor paternal y maternal de Dios.

La seguridad de la salvación consiste en que Dios es nuestro Padre y se porta como tal con todos sus hijos. Lo decisivo es que le creamos, lo aceptemos y amemos como Padre. Él sabe de nuestros llantos y sufrimientos, y conoce las angustias de toda la humanidad. Puede demorarse, pero no olvida. Llega siempre a tiempo y en el momento justo.

Hebreos 5, 1 – 6.

Todo sumo sacerdote es tomado de entre los hombres, y le piden representarlos ante Dios y presentar sus ofrendas y víctimas por el pecado. Es capaz de comprender a los ignorantes y a los extraviados, pues también lleva el peso de su propia debilidad; por esta razón debe ofrecer sacrificios por sus propios pecados al igual que por los del pueblo. Pero nadie se apropia esta dignidad, sino que debe ser llamado por Dios, como lo fue Aarón. Y tampoco Cristo se atribuyó la dignidad de sumo sacerdote, sino que se la otorgó aquel que dice:”Tú eres mi Hijo, te he dado vida hoy mismo”. Y en otro lugar se dijo: “Tú eres sacerdote para siempre a semejanza de Melquisedec”.

El sacerdocio del Antiguo Testamento consistía en representar al pueblo ante Dios y ofrecer sacrificios de expiación por los pecados de ese pueblo y por los propios.

Pero Cristo añadió al sacerdocio una nueva función: ofrecerse a sí mismo por los pecados del pueblo. O sea: realizar a favor del pueblo la obra máxima de amor señalada y vivida por Jesús: Nadie tiene un amor tan grande como el de quien da la vida por los que ama. Sólo ese amor da eficacia salvífica al sacerdocio ministerial y al sacerdocio bautismal. No basta con sólo ofrecer sacrificios, aunque sea el máximo: la Eucaristía, sino que es necesario ofrecerse en unión con Cristo, como ofrenda agradable al Padre a favor de la humanidad y por el prójimo de cada día.

Y todo bautizado tiene la dignidad del sacerdocio bautismal, que es el sacerdocio fundamental, por el que comparte el sumo sacerdocio de Cristo y el sacerdocio ministerial, realizando, a su nivel, las tres funciones del sacerdocio: representar a otros ante Dios mediante la oración, ofrecer sacrificios (sufrimientos, trabajos, penas) y ofrecerse a sí mismo en reparación por los pecados propios y ajenos.

María es modelo de todo sacerdocio. Después del Sacerdocio Supremo de Cristo, ella ejerce el máximo sacerdocio: dar a Cristo al mundo. Su sacerdocio supera en eficacia salvadora al de todos los sacerdotes, obispos y papas juntos.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, October 22, 2006

EL PRECIO DE LA VIDA ETERNA

EL PRECIO DE LA VIDA ETERNA

Domingo 29º Tiempo Ordinario-B / 22-10-2006


Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: - Maestro, concédenos que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda cuando estés en tu reino. Jesús les dijo: - Ustedes no saben lo que piden. ¿Pueden beber la copa que yo estoy bebiendo o ser bautizados como yo soy bautizado? Ellos contestaron: - Sí, podemos. Jesús les dijo: - Pues bien, la copa que yo bebo, la beberán también ustedes, y serán bautizados con el mismo bautismo que yo estoy recibiendo; pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde a mí concederlo; eso ha sido preparado para otros. Los otros diez se enojaron con Santiago y Juan. Jesús los llamó y les dijo: Como ustedes saben, los que se consideran jefes de las naciones actúan como dictadores, y los que ocupan cargos abusan de su autoridad. Pero no será así entre ustedes. Por el contrario, el que quiera ser el más importante entre ustedes, debe hacerse el servidor de todos, y el que quiera ser el primero, se hará esclavo de todos. Sepan que el Hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida como rescate por todos. Mc 10,32-45

Mientras un padre agonizaba entre indecibles dolores, sus cinco hijos se peleaban por la herencia. Algo así sucedía con los discípulos de Jesús: se peleaban por los primeros puestos del ansiado reino temporal de Jesús, mientras él vivía la angustia de la muerte inminente. No podían creer que la victoria total del Maestro por la resurrección sería el resultado de su fracaso parcial en la cruz.

Y también hoy, mientras Cristo sufre y muere en millones de seres humanos, hijos del mismo Padre, una buena parte de los mismos cristianos viven indiferentes, e incluso cómplices, ante el sufrimiento y muerte de sus hermanos, y se enredan en una lucha mezquina por el poder, el dinero y los privilegios.

Jesús pregunta a los ambiciosos discípulos si están dispuestos a pagar el precio de lo que piden: "beber el cáliz”, compartir su pasión y muerte. Ellos responden que sí, sin saber lo que dicen. Pero beberán el cáliz del martirio, a imitación de Cristo, que les dará infinitamente más de lo que pedían: les dará la resurrección, la vida eterna e insospechados puestos de gloria en su reino eterno.


También Iglesia hay quiénes ambicionan mezquinamente puestos, poder, y privilegios. Pero la autoridad en la Iglesia no puede ser sino un servicio ejercido a imitación y en nombre de Cristo muerto y resucitado. O se vive y ejerce en la lógica de la cruz, de la resurrección y del servicio en el amor, o se pervierte en dominio indigno. El máximo honor es para quien más ama, no para quien más poder tiene. La autoridad se hace cruz de servicio en el amor, hasta imitar a Jesús en el máximo servicio: dar la vida por los que ama, para así resucitar con ellos.


Pero dar la vida no significa sólo morir, sino proyectar la vida entera como donación por el bien y la salvación de los hombres, para así recuperarla en total plenitud por la resurrección.

Jesús, pagando el precio de su muerte por nuestra vida, adquirió para sí y para la humanidad la victoria total y definitiva sobre su muerte y la nuestra con su resurrección.

Los guías religiosos no han sido elegidos “para ser servidos, sino para servir y dar la vida por sus hermanos”, como Cristo. A servicio total, premio total.

Jesús nos pide vivir en el amor sin dominio posesivo sobre los demás. Y si tenemos alguna autoridad, usémosla como él: con amor servicial, sin evadir responsabilidades y exigiendo el cumplimiento de responsabilidades a quienes nos han sido encomendados.

Is 53,10-11

Quiso Yavé destrozarlo con padecimientos, y él ofreció su vida como sacrificio por el pecado. Por esto verá a sus descendientes y tendrá larga vida, y el proyecto de Dios prosperará en sus manos. Después de las amarguras que haya padecido su alma, gozará del pleno conocimiento. El Justo, mi servidor, hará una multitud de justos, después de cargar con sus deudas.

La expresión del profeta: “Quiso Yavé destrozarlo con padecimientos”, hoy la entendemos así: “El Padre lo asistió cuando era destrozado con padecimientos”, pues Dios no es un padre sádico que se ensaña contra el que más ama: su Hijo predilecto. El Dios-Amor no puede querer el mal de sus hijos; pero sí entra en el sufrimiento de sus hijos para convertirlo en bien, felicidad y vida eterna.

El Padre no planeó ni aprobó el sufrimiento de Jesús, sino la fidelidad en el amor a él y a los hombres a pesar del sufrimiento: dio su vida por librarnos del pecado, de la muerte y del infierno, y ganarnos la resurrección y la vida eterna.

Los sufrimientos de Cristo fueron como dolores de parto, pues con ellos engendró a sus hermanos para la vida sin fin en la Familia eterna de la Trinidad, según su plan de salvación a favor de los hombres, nosotros.

También nosotros estamos llamados a realizar lo mismo: a compartir con Cristo nuestros sufrimientos, incluida la misma muerte, para engendrar, en unión él, a muchos hermanos, compartiendo así la paternidad-maternidad universal del Padre en favor de los pecadores, empezando por los más cercanos.

Acojamos con gozo esta vocación casi “corredentora”, asociando nuestros sufrimientos inevitables, y los ajenos, a los de Cristo, presentándonos “como ofrenda agradable al Padre”, especialmente en la celebración de la Eucaristía, donde Cristo realiza de nuevo cada día el misterio de la salvación.

Heb 4,14-16

Tenemos, pues, un Sumo Sacerdote excepcional, que ha entrado en el mismo cielo, Jesús, el Hijo de Dios. Esto es suficiente para que nos mantengamos firmes en la fe que profesamos. Nuestro sumo sacerdote no se queda indiferente ante nuestras debilidades, pues ha sido probado en todo igual que nosotros, a excepción del pecado. Por lo tanto, acerquémonos con plena confianza al Dios de bondad, a fin de obtener misericordia y hallar la gracia del auxilio oportuno.

El Sumo Sacerdote israelita entraba en el Tabernáculo, para expiar ante Dios los propios pecados y los del pueblo. Jesús, el nuevo Sumo Sacerdote, se presenta ante el Padre cargado con nuestros pecados y sufrimientos.

Si Cristo ha hecho tanto por nosotros, es justo que nos acerquemos a él con plena confianza suplicando perdón, conversión, resurrección y vida eterna, puesto que para eso se encarnó, trabajó, predicó, sufrió, murió y resucitó. ¿Qué más podría hacer por nosotros, sus hermanos? Nos declara san Pablo: Ustedes han sido comprados a un gran precio (1Cor 6,20).

Necesitaremos toda la eternidad para agradecer tan inmensos favores. Pero debemos agradecerlos también ya en esta vida, compartiendo el Sacerdocio de Jesús mediante el sacerdocio que nos ha conferido en el bautismo: Él confiere el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo (Prefacio de Jesús Sumo Sacerdote).

Ejercer el sacerdocio bautismal es imitar a Cristo: Él entregó la vida por nosotros; y también nosotros debemos dar ahora la vida por nuestros hermanos (1 Jn 3,16). Puesto que de todos modos debemos darla, démosla sacerdotalmente junto con Cristo, para recuperarla resucitada por él.

P. Jesús Álvarez, ssp

Sunday, October 15, 2006

¿¡FELICES LOS RICOS!?

¿¡FELICES LOS RICOS!?

Domingo 28º tiempo ordinario-B/ 15 oct. 2006


Un hombre salió al encuentro de Jesús, se arrodilló delante de él y le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna?” Jesús le dijo: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo Dios. Ya conoces los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no digas cosas falsas de tu hermano, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre”. El hombre le contestó: “Maestro, todo eso lo he practicado desde muy joven”. Jesús fijó su mirada en él, le tomó cariño y le dijo: “Sólo te falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes y reparte el dinero entre los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme”. Al oír esto se desanimó totalmente, pues era un hombre muy rico, y se fue triste. Entonces Jesús paseó su mirada sobre sus discípulos y les dijo: “¡Qué difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas!” Los discípulos se sorprendieron al oír estas palabras, pero Jesús insistió: “Hijos, ¡qué difícil es para los que ponen su confianza en el dinero entrar en el Reino de Dios! Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de Dios”. Ellos se sombraron todavía más y comentaban: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?” Jesús los miró fijamente y les dijo: “Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para Dios todo es posible”. (Marcos 10,17-30)

El joven rico estaba dispuesto cumplir la ley, las prácticas religiosas y también a dar algunas limosnas para ganarse el cielo. Pero Jesús le pide todo a cambio de la felicidad temporal y eterna que busca. Mas él se queda triste con sus riquezas, renunciando a la alegría y a la libertad frente a los bienes materiales y poniéndose en peligro de perder la vida eterna.


También hoy existen muchos adinerados dispuestos a hacer algunas obras buenas, pero pocos se deciden a emplear en el bien sus riquezas y a cargar con amor la cruz inevitable que lleva a la suprema riqueza: el reino de Dios, la resurrección y la vida eterna.

Jesús afirma que es muy difícil que se salven quienes ponen su confianza en el dinero, ricos o pobres, y dejan que este ídolo suplante en su corazón y en su vida a Dios y al prójimo necesitado. ¡Infelices los ricos que sólo tienen plata y los pobres que sólo ambicionan dinero!

Viene a la mente la definición que del verdadero hace la beata Teresa de Calcuta: “Rico no es quien más tiene, sino el que menos necesita”. Definición que se puede completar así: “Rico no es el que más tiene, sino el que menos necesita y da a los pobres lo que no necesita”. Rico es el que da de lo que tiene y de lo que es. No sólo bienes económicos, sino también bienes personales: tiempo, inteligencia, amor, profesionalidad, testimonio, fe. Así lo hizo la Madre Teresa.

El dinero y los bienes materiales son una bendición de Dios para compartir. Mas el hombre puede convertirlos en maldición a causa del egoísmo; pero también en un cúmulo de bendiciones por el amor y las obras de bien, sobre todo promoviendo la evangelización para la salvación de los hombres.

Los ricos desprendidos son los camellos cargados de tesoros que van repartiendo de lo que son y de lo que tienen para cubrir necesidades ajenas y hacer el bien. Y por eso pueden pasar por el agujero de una aguja hacia la resurrección y la gloria, porque para Dios nada hay imposible. Dios escucha al rico que convierte las riquezas materiales en moneda depositada en el banco del Reino eterno, donde no pueden ser roídas por la polilla ni arrebatadas por los ladrones. Sus nombres están escritos en el Libro de la Vida.

Cuántos reyes, poderosos y ricos, usando sus bienes y su persona como Dios quiere, han llegado a una gran santidad. Pensemos en Moisés, José, virrey de Egipto, san Mateo, san Bernardo, san Francisco de Asís…, a los que han imitado innumerables reyes, poderosos, empresarios a través de la historia.

¡Felices, pues, ricos que se hacen pobres, y con sus riquezas compran el reino de Dios en la tierra y en el cielo! Y ¡felices los pobres que lo esperan todo de Dios, a la vez que luchan por una vida digna y ayudan a otros a salir de la miseria material, moral y espiritual!

Sabiduría 7, 7-11

Oré y me fue dada la inteligencia; supliqué, y el espíritu de sabiduría vino a mí. La preferí a los cetros y a los tronos, y estimé en nada la riqueza al lado de ella. Vi que valía más que las piedras preciosas; el oro es sólo un poco de arena delante de ella, y la plata, menos que el barro. La amé más que a la salud y a la belleza, incluso la preferí a la luz del sol, pues su claridad nunca se oculta. Junto con ella me llegaron todos los bienes: sus manos estaban repletas de riquezas incontables.

La verdadera sabiduría es la capacidad de ver, juzgar y sentir a las personas, las cosas, los acontecimientos con los ojos, la mente y el corazón de Dios. Lo cual se consigue con la oración: “Oré y descendió sobre mí el espíritu de la Sabiduría”. La oración verdadera es el espacio del encuentro con el Dios vivo y escuela del conocimiento amoroso de Dios Amor, Dios Trinidad y Familia, fuente de toda sabiduría y de todos los bienes que sólo de ella derivan.

La Sabiduría es el tesoro escondido por el cual vale la pena darlo todo, pues ella nos devuelve al mil por uno todo lo que para adquirirla hayamos dejado, e inmensamente más. Darlo todo para alcanzar la sabiduría es la mejor inversión, el mejor negocio de nuestra vida. Frente a esta inversión, todas las demás inversiones son nada y vacío.

“Si alguno se ve falto de sabiduría, pídala a Dios, que da generosamente y sin poner condiciones, y Él se la dará” (St 1, 5).

Así como la Palabra de Dios va más allá de la palabra sonido y nos comunica con la Palabra Persona, el Verbo Divino, Jesucristo, así también la Sabiduría se identifica con la Sabiduría Persona, que es el mismo Cristo Jesús.

Hebreos 4, 12-13

En efecto, la palabra de Dios es viva y eficaz, más penetrante que espada de doble filo, y penetra hasta donde se dividen el alma y el espíritu, los huesos y los tuétanos, haciendo un discernimiento de los deseos y pensamientos más íntimos. No hay criatura a la que su luz no pueda penetrar; todo queda desnudo y al descubierto a los ojos de aquél al que rendiremos cuentas.


La Palabra de Dios, por su eficacia, no regresa a Él sin comunicar luz: “Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero” (Sl 118), sin producir frutos de salvación. Jesús, la Palabra de Dios personificada, nos asegura: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto” (Jn 15, 5).

La Palabra de Dios es como una espada tajante que separa la verdad de la mentira, la luz de las tinieblas, el bien del mal, las intenciones buenas de las malas, la vida de la muerte, la justicia de la injusticia, el amor del egoísmo, la transparencia de la hipocresía...

No podemos acercarnos a la Palabra de Dios sin dejarnos iluminar agradecidos y aceptar ser cuestionados amorosamente por ella, a fin de que nuestras vidas vayan por caminos de luz, de verdad y de bien, de resurrección y de vida eterna.

Pero tengamos bien presente que si la Palabra de Dios escrita, pronunciada, memorizada o hecha imagen, no nos llevara al encuentro con la Palabra viva, la Palabra Persona, Cristo, el Verbo de Dios, esa Palabra resultaría estéril, y al final seríamos juzgados por ella misma.

La Palabra de Dios no sólo es la que está escrita en la Biblia; también es Palabra de Dios, - que nos habla de Él -, la creación, la vida, las personas, y la que está escrita en nuestros corazones. No está lejos de nosotros, sino a nuestro alrededor y en nuestra persona, templo del Espíritu Santo, donde resuena la Palabra de Dios. Quien la escucha y la pone en práctica, se hace testigo verdadero de Cristo resucitado.

P. Jesús Álvarez, ssp

Sunday, October 08, 2006

PLACER, AMOR, FELICIDAD

PLACER, AMOR, FELICIDAD

Domingo 27° durante el año – B – 8-10-2006

En eso llegaron unos (fariseos que querían ponerle a prueba) y le preguntaron: "¿Puede un marido despedir a su esposa?" Les respondió: "¿Qué les ha ordenado Moisés?" Contestaron: "Moisés ha permitido firmar un acta de separación y después divorciarse". Jesús les dijo: "Moisés, al escribir esta ley, tomó en cuenta lo tercos que eran ustedes. Pero al principio de la creación Dios los hizo hombre y mujer; por eso dejará el hombre a su padre y a su madre para unirse con su esposa, y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino uno solo. Pues bien, lo que Dios ha unido, que el hombre no lo separe". Cuando ya estaban en casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo, y él les dijo: "El que se separa de su esposa y se casa con otra mujer, comete adulterio contra su esposa; y si la esposa abandona a su marido para casarse con otro hombre, también esta comete adulterio". Algunas personas le presentaban los niños para que los tocara, pero los discípulos les reprendían. Jesús, al ver esto, se indignó y les dijo: "Dejen que los niños vengan a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. En verdad les digo: quien no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él”. Jesús tomaba a los niños en brazos e, imponiéndoles las manos, los bendecía. (Mc 10, 2-16)

El matrimonio tiene sentido y destino de felicidad, éxito y eternidad, porque el amor, que es su raíz y su vida, tiende por naturaleza a crecer indefinidamente y hacerse eterno. Es evidente que no hablamos del simple disfrute sexual, que puede darse sin amor alguno.

Al amor verdadero van siempre unidas la libertad y la felicidad, incluso en medio del sufrimiento, e incluso a causa del sufrimiento, por paradójico que parezca. Amor, libertad y felicidad son bienes inseparables que la persona humana desea vivir y gozar para siempre.

La indisolubilidad del matrimonio propuesta por Jesús no es cuestión de leyes, sino de vida y de amor; no es una simple prohibición, sino la posibilidad, la oportunidad y responsabilidad para el amor total, para la felicidad en el tiempo y en la eternidad, de la mente, del corazón, del espíritu y del cuerpo.

La indisolubilidad del matrimonio es un programa de vida plena y feliz, a pesar de sufrimientos y dificultades. Jesús ratifica el plan inicial de Dios, sin conceder rebajas. Sabe que cualquier otro camino lleva al fracaso. Y Él no quiere el fracaso de sus hermanos.

El matrimonio indisoluble es una buena noticia, un sí a la familia, a la vida, a la dignidad de la mujer y del hombre, al amor pleno, al derecho del niño a nacer, a tener y amar a un padre y a una madre que se amen y lo amen. Es un sí a la felicidad temporal y eterna. En el cielo ya no se casan, pero allí encuentra su plenitud eterna el matrimonio.

La Iglesia no debe separar lo que Dios ha unido. Ella no puede engañar a los fieles admitiendo el divorcio como salida feliz, ya que es más bien salida hacia la infelicidad.

La sexualidad, para que sea humana, feliz y salvadora, debe ser comunión de amor entre dos personas en su totalidad: cuerpo, espíritu, mente, corazón y voluntad, pero a la vez comunión con Dios, creador de todo lo que se es, se ama, se goza y se espera. Los fracasos matrimoniales son tantos porque son muy pocos los que buscan, encuentran y viven el amor verdadero: el amor-felicidad-libertad, sumergido en el amor de Dios, su fuente. El arroyo del amor humano cortado de su fuente, se seca y siembra desolación.

Una pareja o familia sin amor, es como una planta sin agua y sin luz, como un lugar de fiesta convertido en infierno. La solución no es el divorcio. La solución no está destruir la planta, sino en volver decididos a regarla con amor, fe, esperanza, decisión, perseverancia y optimismo, pues para Dios y para quien cree en él y a él se acoge, nada hay imposible.

Gén 2, 2. 7. 18-24

Dijo Yavé Dios: "No es bueno que el hombre esté solo. Le daré, pues, un ser semejante a él para que lo ayude". Entonces Yavé Dios formó de la tierra a todos los animales del campo y a todas las aves del cielo, y los llevó ante el hombre para que les pusiera nombre. Y el nombre de todo ser viviente había de ser el que el hombre le había dado. El hombre puso nombre a todos los animales, a las aves del cielo y a las fieras salvajes. Pero no se encontró a ninguno que estuviera a su altura y lo ayudara. Entonces Yavé hizo caer en un profundo sueño al hombre y este se durmió. Le sacó una de sus costillas y rellenó el hueco con carne. De la costilla que Yavé había sacado al hombre, formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces el hombre exclamó: "Esta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada varona porque del varón ha sido tomada". Por eso el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y pasan a ser una sola carne.

Según el Génesis, Dios creó al hombre y lo puso en un jardín delicioso, e incluso el mismo Dios por las tardes paseaba conversando con él. Pero en ausencia de Dios se sentía sólo y nada lo llenaba, pues nada de lo creado se relacionaba con él a su nivel.

Dios se dio cuenta de que no era bueno para el hombre estar solo. Y por eso le dio a la mujer, sacándola del cuerpo del hombre. Es el primer signo de predilección de Dios hacia la mujer: en vez de formarla de la tierra como al hombre, la formó de la materia más noble existente, la carne del hombre. Era la ayuda y compañía apropiada, su complemento.

Allí empezó el matrimonio como Dios lo quería: dos en una sola carne, como una sola persona, hechos el uno para el otro en ayuda mutua, esclavos el uno del otro en la gozosa libertad del amor. No en la esclavitud del instinto, que por sí solo degrada al hombre y a la mujer por debajo de los animales. El matrimonio es por sí una gran bendición de Dios.

Hebreos 2,9-11

Al que Dios había hecho por un momento inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor como premio de su muerte dolorosa. Fue una gracia de Dios que experimentara la muerte por todos. Dios, del que viene todo y que actúa en todo, quería introducir en la gloria a un gran número de hijos, y le pareció bien hacer perfecto, por medio del sufrimiento, al que se hacía cargo de la salvación de todos; de este modo, el que comunicaba la santidad, se identificaría con aquellos a los que santificaba. Por eso él no se avergüenza de llamarnos hermanos.

El hombre, hecho poco inferior a los ángeles, se degradó por debajo de su propia condición al pretender ser superior a los ángeles, igual a Dios. Quiso apropiarse la condición de Dios prescindiendo de Dios e incluso contra Dios. Y esa pretensión sigue hoy entre los hombres.

Por eso Dios vuelve a comunicarse directamente con el hombre en la persona de Cristo que, entregado al sufrimiento por amor al hombre y a Dios, brinda de nuevo a la humanidad el verdadero amor, la unión y la comunicación, perdidos por el egoísmo del placer, del poseer y del poder, con que los humanos destruyen y se autodestruyen.

Jesús, Dios hecho hombre, se somete a la humillación del sufrimiento para devolver al hombre su dignidad de hijo de Dios y el gozo de compartir con él la creación de nuevos hijos de Dios y la salvación de los mismos, engendrándolos en Cristo para la vida eterna.

Cristo, el Hijo de Dios, ya no se conforma con ofrecer al hombre conversación en un paraíso terrenal, sino que se compromete a estar con él todos los días hasta el fin del mundo. Como los hombres son también hijos de su mismo Padre, no se avergüenza de llamarlos hermanos y de cargar con sus rebeliones para así llevarlos al Paraíso eterno.

P. Jesús Álvarez, ssp

Sunday, October 01, 2006

MONOPOLIO Y ECUMENISMO

MONOPOLIO Y ECUMENISMO

Domingo 26° durante el año-B- 1-10-2006

Juan le dijo a Jesús: "Maestro, hemos visto a uno que hacía uso de tu nombre para expulsar demonios, y hemos tratado de impedírselo porque no anda con nosotros." Jesús contestó: "No se lo prohíban, ya que nadie puede hacer un milagro en mi nombre y luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está con nosotros. Y cualquiera que les dé de beber un vaso de agua porque son de Cristo, yo les aseguro que no quedará sin recompensa." "El que haga caer a uno de estos pequeños que creen en mí, sería mejor para él que le ataran al cuello una gran piedra de moler y lo echaran al mar. Si tu mano te está haciendo caer, córtatela; pues es mejor para ti entrar con una sola mano en la vida, que ir con las dos a la gehenna, al fuego que no se apaga. Pues es mejor para ti entrar cojo en la vida que ser arrojado con los dos pies a la gehenna. Pues es mejor para ti entrar con un solo ojo en el Reino de Dios que ser arrojado con los dos al infierno, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga”. (Mc 9,38-43)

También los discípulos de Jesús querían para su grupo el monopolio de los milagros, de la verdad, del bien, de la fe, de la salvación y del mismo Dios. El móvil solapado era, y sigue siendo, el dominio y los privilegios, no el servicio humano y salvífico.

Gracias a Dios, el Espíritu Santo sopla donde quiere y como quiere, también fuera de los cálculos y límites de los intransigentes y sectarios, y “gene bien” que se creen los únicos poseedores de la verdad y de toda la verdad.

¿Vamos a sentirnos recelosos porque la obra de Dios, de Jesús, no pase en exclusiva por nuestros grupos, por nuestros criterios o por nuestra Iglesia católica? Más bien hemos de admirar, agradecer y alabar a Dios porque así lo hace, y colaborar a su obra de salvación universal con todos los medios a nuestro alcance: oración, palabra, obras, testimonio y sacrificios unidos al que Cristo ofreció “por ustedes y por todos los hombres”.

La obra de salvación más eficaz y universal a nuestro alcance es la Eucaristía, pues en ella se nos ofrece la posibilidad de compartir con Cristo mismo la salvación de la humanidad, al sumarnos al sacrifico eucarístico como ofrendas agradables al Padre.

Por ahí van los caminos del ecumenismo, de un sano pluralismo, que llevará a realizar el anhelo de Jesús: “Padre, que todos sean uno”; “Que haya un solo rebaño bajo un solo Pastor”. Firmes en la fe, hay que admirar, acoger y apoyar todo lo bueno, esté donde esté y venga a través de quien venga, pues sólo proceder del Espíritu Santo.

Jesús nos habla hoy también del escándalo, que es inducir a otros al mal, con malas acciones, palabras, gestos, actitudes u omisiones, destruyendo la fe en el corazón de los sencillos. Jesús considera el escándalo de tan extrema gravedad, que afirma que más valdría ser arrojados al fondo del mar, antes que fracasar la vida en el tormento eterno a causa del escándalo.

¡Cuánto debemos orar, trabajar y ofrecer las cruces – y sobre todo la Eucaristía - por la salvación de los que hemos escandalizado, tal vez de mil maneras, durante nuestra vida!

El Señor se refiere también al escándalo personal al que nos puede llevar el instinto mediante los ojos, los oídos, las manos, los pies, u otro miembro, con riesgo de perderse a sí mismo y perder la herencia eterna que Cristo nos ganó con su vida, pasión, muerte y resurrección. Por eso pedimos una y otra vez en el Padre nuestro: “No nos dejes caer en tentación y líbranos de mal”. Líbranos sobre todo del máximo mal: el tormento eterno.

Números 11,25-29

Entonces Yavé bajó en la nube y habló, luego tomó del espíritu que estaba en Moisés y lo puso en los setenta hombres ancianos. Cuando el espíritu se posó sobre ellos, se pusieron a profetizar, pero después no lo hicieron más. Dos hombres se habían quedado en el campamento, el primero se llamaba Eldad y el otro, Medad; el espíritu se posó sobre ellos. Pertenecían a los inscritos, pero no habían ido a la Tienda, y profetizaron en el campamento. Un muchacho corrió para anunciárselo a Moisés: "Eldad y Medad están profetizando en el campamento". Josué, hijo de Nun, servidor de Moisés desde su juventud, tomó la palabra: "¡Mi señor Moisés, prohíbeselo!" Pero Moisés le respondió: "¿Así que te pones celoso por mí? ¡Ojalá que todo el pueblo de Yavé fuera profeta, que Yavé les diera a todos su espíritu!"

Dios elige de forma especial a personas y grupos para comunicarles su Espíritu con el fin de guiar a su pueblo hacia la salvación. Pero no se ata a nadie como si Él fuera un monopolio. Se reserva la libertad total de comunicar su Espíritu más allá de todo límite.

Esa apertura universal la retoma Jesús y se la comunica a sus apóstoles, frente al pueblo judío que pretendía poseer en exclusiva a Dios y su salvación. También hoy en las distintas iglesias y religiones (incluida la católica) muchos pretenden tener el monopolio de la verdad, de Dios y de la salvación. Esto ha causado las grandes y escandalosas divisiones religiosas, y las sigue causando y manteniendo.

Pero el Espíritu de Dios sopla donde quiere, y dichosos quienes lo secundan con un corazón ecuménico, universal, en todo lo que obra fuera de toda institución religiosa, incluida la fundada por el mismo Jesucristo, quien confirmó sin medias tintas: “Tengo otras ovejas que no son de este corral; también las llamaré y escucharán mi voz” (Jn 10, 16).

Santiago 5,1-6

Ahora les toca a los ricos: lloren y laméntense porque les ha venido encima desgracias. Los gusanos se han metido en sus reservas y la polilla se come sus vestidos, su oro y su plata se han oxidado. El óxido se levanta como acusador contra ustedes y como un fuego les devora las carnes. ¿Cómo han atesorado, si ya eran los últimos tiempos? El salario de los trabajadores que cosecharon sus campos se ha puesto a gritar, pues ustedes no les pagaron; las quejas de los segadores ya habían llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Han conocido sólo lujo y placeres en este mundo, y lo pasaron muy bien, mientras otros eran asesinados. Condenaron y mataron al inocente, pues ¿cómo podía defenderse?

Santiago se refiere a los ricos que han hecho de las riquezas su dios, su ídolo, cifrando en ellas todas las esperanzas de su vida, sin poner esos bienes al servicio de sus semejantes, pues para eso los recibieron, a menos que sean fruto de corrupción y robos.

Pues muchos se han hecho ricos a costa de la pobreza de sus semejantes, y han construido y construyen su vida incluso sobre la muerte de inocentes. Y esto no se refiere sólo a individuos, sino también a pueblos, naciones y continentes. ¿Qué pueden esperar?

Sus seguridades y esperanzas serán destruidas de improviso, cuando menos lo piensen. Así como sus víctimas no pudieron defenderse de ellos, así ellos no podrán escapar de lo que les vendrá encima. ¡Más nos vale estar lejos de esas condiciones!

Cristianos ricos, instituciones y naciones ricas, vean de dónde les vienen sus riquezas y cómo las invierten, pues pueden convertírseles en la trampa fatal de sus seguridades. ¡Pónganse a salvo a tiempo, sin pensarlo dos veces!

P. Jesús Álvarez, ssp