Saturday, January 27, 2007

PEDIR SÍ, PERO TAMBIÉN ESCUCHAR A QUIEN PIDE.

PEDIR SÍ, PERO TAMBIÉN ESCUCHAR A QUIEN PIDE.

Domingo 4º del tiempo ordinario-C / 28-1-07


Jesús empezó a decir en la sinagoga: - Hoy les llegan noticias de cómo se cumplen estas palabras proféticas. Todos lo aprobaban y se quedaban maravillados al escuchar esta proclamación de la gracia de Dios que salía de sus labios. Y decían: - ¡Pensar que es el hijo de José! Jesús les dijo: - Seguramente ustedes me van a recordar el dicho: Médico, cúrate a ti mismo. Realiza también aquí, en tu patria, lo que nos cuentan que hiciste en Cafarnaún. Y Jesús añadió: - Ningún profeta es bien recibido en su patria. En verdad les digo que había muchas viudas en Israel en tiempos de Elías, cuando el cielo retuvo la lluvia durante tres años y medio y una gran hambre asoló todo el país. Sin embargo Elías no fue enviado a ninguna de ellas, sino a una mujer de Sarepta, en tierras de Sidón. También había muchos leprosos en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio. Todos en la sinagoga se indignaron al escuchar estas palabras; se levantaron y lo empujaron fuera del pueblo, llevándolo hacia un barranco del cerro sobre el que está construido el pueblo, con intención de arrojarlo desde allí. Pero Jesús pasó por medio de ellos y siguió su camino. (Lucas 4, 21 - 30).

Desconcertante la reacción de los nazarenos ante el anuncio de Jesús que declaraba ser el Mesías por ellos mismos esperado. ¿Cómo va a ser el Mesías el hijo de un carpintero?

Si admitían a Jesús como Mesías, sus paisanos tenían que cambiar la forma de pensar y de vivir. Sin embargo, ni siquiera se rinden ante el poder milagroso de Jesús, que los inmoviliza y se libera de ser despeñado, deslizándose de sus manos ileso, seguro, tranquilo.

Dios nos ama. Cristo nació, vivió, predicó, sufrió, murió y resucitó para enseñarnos que el amor de Dios y del prójimo es el camino auténtico de la felicidad y de la vida. La religión auténtica. Para eso pone continuamente profetas en nuestro camino a fin de que despertemos de muy posibles letargos, y cuestionemos lo que tenemos por tan seguro, como si fuera lo mejor, pero sin verificarlo, ya que siempre se puede ser y hacer más y mejor.

Palabras, gestos, conducta y necesidades de personas importantes o insignificantes, niños, jóvenes, adultos, ricos o pobres, familiares o ajenos, sacerdotes o fieles, creyentes o no creyentes, pueden ser nuestros profetas de cada día, a través de los cuales Dios nos habla.

Pero escuchar a un profeta exige aceptar el esfuerzo, sufrido y feliz a la vez, de orientar mejor la vida hacia Dios y hacia el prójimo, como fuentes únicas de la felicidad que solemos buscar donde no puede encontrarse: en el dinero, en el placer, en el poder.

El mayor sufrimiento del profeta es ver rechazado su mensaje de liberación y salvación llevado a sus oyentes, sin otro interés que el amor y el deseo del máximo bien para ellos. El rechazo de Jesús por parte de los judíos lo hizo llorar de pena y amargura; pero también lo empujó a enviar a sus mensajeros de la salvación fuera del pueblo escogido, a todo el mundo.

Todo cristiano es mensajero y profeta por vocación, a menos que rechace a Cristo, como dice San Juan evangelista: “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. El cristiano verdadero acoge a Cristo en su vida real diaria, y es de aquellos de quienes dice el mismo evangelista: “Pero a cuantos lo recibieron, les concedió ser hijos de Dios”.

Estos dejan que Dios intervenga en sus vidas y a través de sus obras. No se contentan con rezos, ir a misa, dar alguna limosnita, tener imágenes en casa, hablar de Dios, leer la Biblia... Saben que Dios se les manifiesta en el rostro y en la vida de sus semejantes, por más que tengan otra forma de pensar y de vivir, y por ellos les habla. Y a la vez se hacen profetas.

Ante el profeta Jesús presente y sus profetas, hay sólo dos actitudes: quedar conmovidos en el alma y abrirse a él con fe, amor y gratitud, y cambiar de vida; o cerrarse a él por egoísmo. ¿Cuál es nuestra actitud real y profunda? Vale la pena verificarlo con lealtad. Nos jugamos el éxito de la vida y la eternidad.

P. Jesús Álvarez, ssp.


Jeremias 1, 4 - 5, 17 - 19

Me llegó una palabra de Yavé: "Antes de formarte en el seno de tu madre, ya te conocía; antes de que tú nacieras, yo te consagré, y te destiné a ser profeta de las naciones." Tú, ahora, muévete y anda a decirles todo lo que yo te mande. No temas enfrentarlos, porque yo también podría asustarte delante de ellos. Este día hago de ti una fortaleza, un pilar de hierro y una muralla de bronce frente a la nación entera: frente a los reyes de Judá y a sus ministros, frente a los sacerdotes y a los propietarios. Ellos te declararán la guerra, pero no podrán vencerte, pues yo estoy contigo para ampararte, palabra de Yavé."

Lo que Dios le dice a Isaías en el Antiguo Testamento, lo realiza en los seguidores de Cristo. En el bautismo recibimos la consagración de Dios como profetas, sacerdotes y reyes. Como profetas, para comprender y ayudar a comprender la realidad, los hechos, las personas, desde la perspectiva de Dios. Como sacerdotes, para compartir con Cristo la obra de la salvación nuestra y de muchos otros, sobre todo mediante la celebración de la Eucaristía. Como reyes, hijos del Rey supremo y universal, para vivir y actuar con la libertad de los hijos de Dios. Para eso fuimos formados desde el seno de nuestras madres. ¡Gran privilegio y amor!


1 Corintios 12, 31. 13, 1-13

Ustedes, con todo, aspiren a los carismas más elevados; y yo quisiera mostrarles un camino que los supera a todos. Aunque hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si me falta el amor, sería como bronce que resuena o campana que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía y descubriera todos los misterios -el saber más elevado-; aunque tuviera tanta fe como para trasladar montes, si me falta el amor, nada es. Aunque repartiera todo lo que poseo e incluso sacrificara mi cuerpo, pero para recibir alabanzas, sin hacerlo por amor, de nada me sirve. El amor es paciente y muestra comprensión. El amor no tiene celos, no aparenta ni se envanece. No actúa con bajeza ni busca su propio interés; no se deja llevar por la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo injusto, sino que se goza en la verdad. Perdura a pesar de todo, lo cree todo, lo espera todo y lo soporta todo. El amor nunca pasará. Las profecías perderán su razón de ser; callarán las lenguas y ya no servirá el saber más elevado. Porque este saber se queda muy corto, y nuestras profecías también son algo muy limitado; y cuando llegue lo perfecto, desaparecerá lo que es limitado. Ahora son válidas la fe, la esperanza y el amor; las tres, pero la mayor de estas tres es el amor.

Esta extraordinaria página de san Pablo es el necesario paradigma que nos ayuda a distinguir hoy, con claridad, si vivimos o no en el verdadero amor o en el egoísmo camuflado de amor.

El poder, el dinero y el placer luchan sin descanso para sepultar el amor bajo las losas del egoísmo, y sobre ellas escriben en letras doradas la palabra amor, embaucando así a la gran mayoría de la humanidad, que se arrodilla, engañada, ante los altares de esos tres bienes convertidos en ídolos, dispuestos a destruir a quienes buscan en ellos la felicidad que no dan.

El amor verdadero se diferencia del falso (egoísmo) por la capacidad de renuncia sufriente a todo lo que puede hacer daño a la persona amada, y por el esfuerzo costoso de hacerle el mayor bien posible. Por eso no existe amor real sin el sufrimiento real que lo sostenga.

Es evidente, pues, que el amor verdadero no se identifica con la experiencia sexual, como se esfuerzan por hacerlo creer, sobre todo a los jóvenes, los tres ídolos del poder, del poseer y del placer. Si estos perdieran la lucha del amor falso por la victoria del verdadero (que es el que todo el mundo busca, pero donde no se encuentra), sus redondos negocios sucumbirían.

Pero el mayor de los amores es dar la vida por quienes se ama (el mayor y más feliz de los sacrificios). Dar la vida por su salvación eterna, como lo hizo Cristo. Pues esta constituye el máximo bien del hombre, según la misma palabra de Jesús: “¿De qué le vale al hombre ganar todo el mundo, si al final se pierde a sí mismo?” “¿Qué podrá dar en rescate por su vida?”

Todos estamos llamados a dar la vida por la salvación de los demás -¡tenemos que darla de todas maneras!-, por amor a los demás, ejerciendo así con Cristo nuestro misterioso y eficaz sacerdocio bautismal. Si nos falta el amor, nada somos.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, January 21, 2007

Enviado de Dios

Enviado de Dios

Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribir para ti, ilustre Teófilo, un relato ordenado a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido.

En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la región. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso de pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «EI Espíritu del Señor está sobre mi, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor». Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Y se puso a decirles: «Hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír». Lucas 1, 1 - 4 : 4, 14 - 21.

Nehemias 8, 2 - 4a. 5 - 6. 8 - 10.

En aquellos días, el sacerdote Esdras trajo el libro de la Ley ante la asamblea, compuesta de hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón. Era mediados del mes séptimo. En la plaza de la Puerta del Agua, desde el amanecer hasta el mediodía, estuvo leyendo el libro a los hombres, a las mujeres y a los que tenían uso de razón. Toda la gente seguía con atención la lectura de la Ley. Esdras, el escriba, estaba de pie en el púlpito de madera que había hecho para la ocasión. Esdras abrió el libro a la vista de todo el pueblo - pues se hallaba en un puesto elevado - y, cuando lo abrió, toda la gente se puso de pie. Esdras bendijo al Señor, el Dios grande, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió:- «Amén, amén».Después se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra. Los levitas leían el libro de la Ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieran la lectura. Nehemías, el gobernador; Esdras, el sacerdote y escriba, y los levitas que enseñaban al pueblo decían al pueblo entero:- «Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagan duelo ni lloren» .Porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la Ley. Y añadieron: - «Vayan, coman alimentos exquisitos, beban vino dulce y envíen porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estén tristes, pues la alegría en el Señor es la fortaleza de ustedes».

Corintios 12, 12 - 30.

Hermanos: Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. El cuerpo tiene muchos miembros, no uno solo. Si el pie dijera: «No soy mano, luego no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el oído dijera: «No soy ojo, luego no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿cómo oiría? Si el cuerpo entero fuera oído, ¿como olería? Pues bien, Dios distribuyó el cuerpo y cada uno de los miembros como él quiso. Si todos fueran un mismo miembro, ¿donde estaría el cuerpo? Los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decir a la mano: «No te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «No los necesito». Más aun, los miembros que parecen más débiles son más necesarios. Los que nos parecen despreciables, los apreciamos más. Los menos decentes, los tratamos con más decoro. Porque los miembros más decentes no lo necesitan. Ahora bien, Dios organizó los miembros del cuerpo dando mayor honor a los que menos valían. Así, no hay divisiones en el cuerpo, porque todos los miembros por igual se preocupan unos de otros. Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos se felicitan. Pues bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro. Y Dios los ha distribuido en la Iglesia: en el primer puesto los apóstoles, en el segundo los profetas, en el tercero los maestros, después vienen los milagros, luego el don de curar, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas. ¿Acaso son todos apóstoles? ¿O todos son profetas? ¿O todos maestros? ¿O hacen todos milagros? ¿Tienen todos don de curar? ¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan?.

Saturday, January 13, 2007

DIOS EN LAS ALEGRÍAS Y PENAS HUMANAS

DIOS EN LAS ALEGRÍAS Y PENAS HUMANAS

Domingo 2° durante el año - C / 14 - 01 - 07


Tres días más tarde se celebraba una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. También fue invitado Jesús a la boda con sus discípulos. Sucedió que se terminó el vino preparado para la boda, y se quedaron sin vino. Entonces la madre de Jesús le dijo: "No tienen vino." Jesús le respondió: "Mujer, ¿por qué te metes en mis asuntos? Aún no ha llegado mi hora." Pero su madre dijo a los sirvientes: "Hagan lo que él les diga." Había allí seis recipientes de piedra, de los que usan los judíos para sus purificaciones, de unos cien litros de capacidad cada uno. Jesús dijo: "Llenen de agua esos recipientes." Y los llenaron hasta el borde. Les dijo: ”Saquen ahora y llévenle al mayordomo." Y ellos se lo llevaron. Después de probar el agua convertida en vino, el mayordomo llamó al novio, pues no sabía de dónde provenía, a pesar de que lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua. Y le dijo: "Todo el mundo sirve al principio el vino mejor, y cuando ya todos han bebido bastante, les dan el de menos calidad; pero tú has dejado el mejor vino para el final." Esta señal milagrosa fue la primera, y Jesús la hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él. Juan 2, 1 - 12

Jesús santifica con su presencia las bodas de Caná. Confirma como sagrado el matrimonio instituido por Dios. Sagrado porque da furza de salvación a la unión conyugal, a la familia, a la música, a la alegría, a la danza, a la comida... Todo lo verdaderamente humano está abierto a lo divino y a ser eternizado.

La Iglesia de Jesús ha hecho del matrimonio un sacramento; o sea, un medio para conseguir la salvación: la unión en el amor, incluida la mutua ternura física , es un camino hacia la felicidad eterna.

La finalidad del sacramento del matrimonio consiste en acoger a Cristo como miembro de la familia, a fin de que él sea garantía de la perseverancia en el amor fiel -más fuerte que la muerte-, como camino de salvación, a pesar de las penas, que él convierte en felicidad en el tiempo y en la eternidad.

¿Por qué extrañarse que sobrevengan tempestades fatales cuando la pareja, la familia se olvida de Cristo, lo arrincona, lo excluye de su vida y del hogar, su santuario doméstico? Cuando los apóstoles se fueron a pescar sin Jesús, no pescaron nada; y cuando se lanzaron al mar sin él, estuvieron a punto de hundirse. Pero al aparecer Jesús y reconocerlo, todo cambió.

En realidad Jesús nos garantiza su la presencia infalible: “Yo estoy con ustedes todos los días”. Aunque a veces parece dormido, como cuando se desencadenó una tempestad: los discípulos lo despertaron y se calmó la tempestad. Lo decisivo es que nosotros lo acojamos entre nosotros, lo llamemos como los apóstoles: “¡Sálvanos, Señor, que perecemos!”

Dios está en nuestras alegrías para hacerlas eternas, y está en nuestras penas para transformarlas en fuentes de vida eterna. La condición es que lo tengamos presente, que lo acojamos de corazón en el gozo y en el dolor.

Con Cristo presente será feliz la fecundidad y la vida engendrada. Y será realidad la fecundidad salvífica, que consiste en engendrar a los hijos también para la vida eterna, con la fe, la oración, la palabra, el amor a Dios y a ellos, el sufrimiento ofrecido, el ejemplo. Familia unida en Cristo, permanecerá unida por toda la eternidad en el amor y la felicidad sin fin. Ese es su destino.

Isaías 62, 1 - 5

Por amor a Sión no me callaré, por Jerusalén no quedaré tranquilo hasta que su justicia se haga claridad y su salvación brille como antorcha. Verán tu justicia las naciones, y los reyes contemplarán tu gloria y te llamarán con un nombre nuevo, el que Yavé te habrá dado. Y serás una corona preciosa en manos de Yavé, un anillo real en el dedo de tu Dios. No te llamarán más "Abandonada", ni a tu tierra "Desolada", sino que te llamarán "Mi preferida" y a tu tierra "Desposada". Porque Yavé se complacerá en ti y tu tierra tendrá un esposo. Como un joven se casa con una joven virgen, así el que te reconstruyó se casará contigo, y como el esposo goza con su esposa, así tú harás las delicias de tu Dios.

La relación de Dios con su pueblo, es una relación de amor, como la relación entre marido y esposa. Pero el pueblo rompe a menudo esa alianza de amor y adora a ídolos paganos, que lo llevan al desastre. Sin embargo Dios, por su amor eterno, arranca a su pueblo de la desolación, lo llama preferido y pone en él sus delicias, como el joven que se casa con una joven virgen.

Mas esto no es sólo una figura del pueblo de Israel, sino que refleja la historia de cada uno de nosotros, que tan a menudo traicionamos el amor infinito de Dios hacia nosotros y menospreciamos su presencia. Sin embargo, a partir de la muerte y resurrección de Cristo, que son la prueba máxima del amor de Dios hacia nosotros, el perdón está siempre a nuestro alcance.

A menudo nosotros pretendemos conseguir la felicidad por nuestra cuenta, al aire de nuestro egoísmo, y a espaldas de Dios. Tarea imposible, pues así nos alejamos de la única fuente de la felicidad auténtica, y sólo encontramos cosquillas engañosas que al fin nos desgarran y dejan vacíos.

Sin embargo, seguimos siendo hijos preferidos de Dios. Basta con volver a él nuestros ojos y nuestro corazón y quedaremos radiantes. No huyamos de él, tampoco cuando pecamos, pues sólo él puede librarnos de las garras del pecado. Démosle a Dios el gozo de sentirse acogido en nuestra pobre vida.

1 Corintios 12, 4 - 11

Hay diferentes dones espirituales, pero el Espíritu es el mismo. Hay diversos ministerios, pero el Señor es el mismo. Hay diversidad de obras, pero es el mismo Dios quien obra todo en todos. La manifestación del Espíritu que a cada uno se le da es para provecho común. A uno se le da, por el Espíritu, palabra de sabiduría; a otro, palabra de conocimiento según el mismo Espíritu; a otro, el don de la fe, por el Espíritu; a otro, el don de hacer curaciones, por el único Espíritu; a otro, poder de hacer milagros; a otro, profecía; a otro, reconocimiento de lo que viene del bueno o del mal espíritu; a otro, hablar en lenguas; a otro, interpretar lo que se dijo en lenguas. Y todo esto es obra del mismo y único Espíritu, que da a cada uno como quiere.

Dios nos ha dado a cada uno dotes, dones, cualidades y medios para una misión especial en la vida. Es una gran necedad envidiar los dones que el Espíritu ha dado a los demás, sean cuales sea, e infravalorar los nuestros.

La sabiduría, la realización y el éxito final de nuestra vida consiste en reconocer, apreciar, cultivar nuestras posibilidades y cumplir nuestra misión, unidos a Cristo. Misión que nadie más podrá cumplir por nosotros.

La felicidad no está en ser y tener más que los demás, sino en desarrollar al máximo nuestros talentos en nuestra propia misión para alcanzar el máximo premio: la felicidad, la plenitud, la grandeza y la gloria eternas.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, January 07, 2007

MEZCLADO CON LOS PECADORES PARA SALVARNOS

MEZCLADO CON LOS PECADORES PARA SALVARNOS

Fiesta del Bautismo de Jesús – C – 7-1-2007


El pueblo estaba en la duda, y todos se preguntaban interiormente si Juan no sería el Mesías; por lo que Juan hizo a todos esta declaración: - Yo les bautizo con agua, pero está para llegar uno con más poder que yo, y yo no soy digno de desatar las correas de su sandalia. El los bautizará con el Espíritu Santo y el fuego. Un día fue bautizado también Jesús entre el pueblo que venía a recibir el bautismo. Y mientras estaba en oración, se abrieron los cielos: el Espíritu Santo bajó sobre él y se manifestó en forma corporal, como una paloma, y del cielo vino una voz: - Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección. (Lucas 3,15-16.21-22).

Jesús, el Hijo de Dios, el Justo, se mezcla entre los pecadores para ser bautizado por Juan, y así dar al agua fuerza salvadora para su nuevo bautismo mediante el fuego del Espíritu.

Y Jesús sigue hoy entre los pecadores, entre nosotros, para arrancarnos del pecado; pero no renuncia a su condición divina, pues sólo desde su divinidad puede quitar el pecado y darnos la resurrección y la gloria.

Con el bautismo, Cristo inicia su misión mesiánica de liberar al pueblo de sus esclavitudes, sufrimientos y pecados, y así abrirle las puertas de la salvación eterna. El mismo Padre, por medio del Espíritu Santo, lo presenta a la humanidad: Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección.

Luego el Padre lo acogerá en la cruz, lo resucitará en la Pascua y lo sentará a su derecha en la Ascensión. En su gloria espera y acoge a la humanidad redimida por su vida, muerte y resurrección. Allí nos espera según su promesa: "Me voy a prepararles un puesto y luego vendré a buscarlos".

La Iglesia, pecadora en sus miembros (nosotros), pero santa en su Cabeza (Jesús), continúa la misión liberadora, santificadora y salvadora de Cristo. La Iglesia tiene que encarnarse en la realidad y humanizarse, pero sin renunciar a su condición divina, pues su Cabeza es el Hijo de Dios, el único que puede salvar, pero se sirve de la Iglesia para la obra de la salvación. Si olvidara esta su condición divina, haría traición a su misión, al pueblo de Dios y a Cristo mismo, pues cerraría las puertas de la salvación abiertas por Cristo: “No entran ustedes ni dejan entrar”.

Nuestro bautismo nos integra en el bautismo de Jesús, nos hace miembros de su Cuerpo místico, que es la Iglesia, y nos asocia a su misión sacerdotal para salvación de la humanidad. El bautismo purifica y salva a condición de que se abrace una vida de amor, de justicia y verdad, de paz y alegría. Exige un compromiso de libertad frente a las seducciones del poder, del placer y del dinero.

Los bautizados en la infancia sólo alcanzamos la madurez del bautismo asumiéndolo con una fe consciente, adulta, que es amor a Dios y amor-servicio al prójimo. Fe que es acogida al Hijo, gratitud al Padre y apertura al Espíritu Santo, que nos bautiza con el fuego de su amor.

Sólo puede considerarse cristiano quien escucha a Jesús y vive unido a él, cumpliendo su Palabra. En el Bautismo Jesús se consagró como un hombre para los demás; y el bautismo nos hace también a nosotros personas para los demás, amándolos con el amor con que Cristo los ama y nos ama, el mismo amor con que el Padre lo ama a él.

Una vida egoísta, centrada en uno mismo, es negación del bautismo, negación de Cristo y del prójimo, negación de la fe y renuncia a la salvación.

Isaías 40, 1-5. 9-11

¡Consuelen, consuelen a mi Pueblo, dice su Dios! Hablen al corazón de Jerusalén y anúncienle que su tiempo de servicio se ha cumplido, que su culpa está pagada, que ha recibido de la mano del Señor doble castigo por todos sus pecados. Entonces se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la verán juntamente, porque ha hablado la boca del Señor. Súbete a una montaña elevada, tú que llevas la buena noticia a Sión; levanta con fuerza tu voz, tú que llevas la buena noticia a Jerusalén. Levántala sin temor, di a las ciudades de Judá: «¡Aquí está su Dios!» Ya llega el Señor con poder y su brazo le asegura el dominio: el premio de su victoria lo acompaña y su recompensa lo precede. Como un pastor, Él apacienta su rebaño, lo reúne con su brazo; lleva sobre su pecho a los corderos y guía con cuidado a las que han dado a luz.

Los individuos y los pueblos somos a menudo víctimas de los propios pecados y de los pecados ajenos: enfermedades, fracasos, muerte, grandes calamidades, guerras, hambre, violencias, asesinatos, holocausto de inocentes… Son como los dolores de parto que están dando a luz un mundo nuevo, con la fuerza invencible de la tierna mano de Dios que se hace presente para liberar y salvar.

A máximo sufrimiento, máximo remedio. La vida y la alegría surgen del fondo de la pena, cuando nos confiamos a Dios Padre: A tus manos, Señor, encomiendo mi vida, confío en ti: tú actuarás”. “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”, porque “aquí está tu Dios”: “Estoy con ustedes todos los días”.

“Tu Dios” que convierte el fracaso en victoria, la enfermedad en felicidad y la muerte en resurrección y vida: “Quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá”. Hay razones para esperar contra toda apariencia de fracaso, dolor y muerte.

Carta de San Pablo a Tito 2, 11-14; 3, 4-7

Querido hijo: La gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado. Ella nos enseña a rechazar la impiedad y los deseos mundanos, para vivir en la vida presente con sobriedad, justicia y piedad, mientras aguardamos la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador, Cristo Jesús. Él se entregó por nosotros, a fin de librarnos de toda iniquidad, purificarnos y crear para sí un Pueblo elegido y lleno de celo en la práctica del bien. Pero cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres, no por las obras de justicia que habíamos realizado, sino solamente por su misericordia, El nos salvó, haciéndonos renacer por el bautismo y renovándonos por el Espíritu Santo. Y derramó abundantemente ese Espíritu sobre nosotros por medio de Jesucristo, nuestro Salvador, a fin de que, justificados por su gracia, seamos en esperanza herederos de la Vida eterna.

La gracia -el amor y la misericordia- de Dios es la que nos salva, no nuestras obras de bien que, sin embargo, son indispensables para que la salvación de Dios nos alcance: “Rechazar la impiedad y los deseos mundanos para vivir con sobriedad, justicia y piedad”, en una justa relación con Dios y con el prójimo.

“Nuestro gran Dios y Salvador, Jesucristo… se entregó por nosotros”, para merecernos el perdón, la conversión, santificación y la salvación que no podíamos merecer ni lograr por nosotros solos.

Nuestra parte consiste en ser “buenos pecadores”, o sea: pecadores arrepentidos y convertidos de verdad, vueltos al Padre; pecadores profundamente agradecidos por el don inmenso del perdón de Dios, que nos anima a no pecar.

La gratitud es una expresión del amor a Dios, y “a quien ama mucho, mucho se le perdona”. Pero la verdadera gratitud se muestra con una vida conforme a la voluntad de Dios: rechazar el mal y obrar el bien a favor del prójimo. Sólo así nos hacemos “herederos de la vida eterna”.

P. Jesús Álvarez, ssp.