Sunday, May 27, 2007

¡VEN, ESPÍRITU SANTO!



¡VEN, ESPÍRITU SANTO!


Pentecostés, 27 - 05 - 2007


Ese mismo día, el primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos por la tarde, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se puso de pie en medio de ellos y les dijo: ¡La paz esté con ustedes! Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor. Jesús les volvió a decir: ¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, así los envío yo también a ustedes. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo: a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos. (Juan. 20,19 - 23).


Como les pasó a los discípulos de Jesús, así el miedo y la cobardía marcan también la actitud de los pastores y de los fieles cristianos mientras no vivamos conscientes de que Jesús resucitado está en medio de nosotros, y eso nos llene de paz, alegría y seguridad. Él no está diciéndonos una mentira piadosa cuando declara: “Estoy con ustedes todos los días”. ¡Inmensa dignación! Sólo hace falta que nosotros correspondamos a esa promesa entrañable con el sereno esfuerzo cotidiano y la voluntad optimista de “estar con él todos los días”.


Por otra parte, debemos tener presente que, como el Padre lo envió a él, así él nos envía a nosotros para ser testigos de su palabra y de su presencia resucitada allí donde vivimos y donde alcancemos según nuestras posibilidades potenciadas por la fuerza omnipotente del Espíritu Santo.


“Así los envío yo a ustedes”, no es una consigna en exclusiva para la jerarquía o el clero, sino que alcanza a toda la comunidad, a todo cristiano, por el meero hecho de ser cristiano, nombre que significa eso: “portador de Cristo”, “testigo de Cristo resucitado”.


Ser testigos de Jesús no consiste en sólo repetir sus palabras y su doctrina, sino en imitarlo en sus actitudes y obras, lo cual sólo es posible por la acción del Espíritu Santo en nosotros, como lo afirma san Pablo: “No podemos decir: ‘Jesús es el Señor’ si no es bajo la acción del Espíritu Santo”.


A pesar de ser débiles, pecadores y deficientes en todo, Jesús nos enco-mienda su misma misión confiada a los apóstoles, en un mundo donde imperan las poderosas fuerzas del mal, que nos superan inmensamente. Pero si nos encarga la misma misión que a los apóstoles, también pone a nuestra disposición los mismos dones y carismas que concedió a los apóstoles.


No bastan los proyectos pastorales, la profesionalidad, los medios, la oratoria, los estudios teológicos y pedagógicos, etc.; todo eso es bueno, pero sin la acción del Espíritu Santo resulta inútil, e incluso fatal, como sugieren las palabras de Jesús a quienes pedían entrar en el paraíso: “No los conozco, obradores de iniquidad”, pues habían prescindido de Dios al realizar las obras de Dios.


Jesús nos envía el Espíritu Santo y viene con él para que produzcamos mucho fruto, asegurado por su promesa infalible: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”. Por eso nuestra primera y principal preocupación tiene que ser en absoluto la de vivir unidos a Cristo resucitado presente; todo lo demás es relativo, por muy bueno que sea.


El cristiano –clero o laico- unido a Cristo en el Espíritu, “es imposible que no produzca frutos de salvación, como es imposible que el sol no produzca luz y calor”. (S. J. Crisóstomo).


Hechos 2, 1 - 11


Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido, como el de una violenta ráfaga de viento, que llenó toda la casa donde estaban, y aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y fueron posándose sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía que se expresaran. Estaban de paso en Jerusalén judíos piadosos, llegados de todas las naciones que hay bajo el cielo. Y entre el gentío que acudió al oír aquel ruido, cada uno los oía hablar en su propia lengua. Todos quedaron muy desconcertados y se decían, llenos de estupor y admiración: "Pero estos ¿no son todos galileos? ¡Y miren cómo hablan! Cada uno de nosotros les oímos hablar en nuestras propias lenguas las maravillas de Dios."


Los discípulos, unidos en torno a la Madre de Jesús, compartían el miedo y el sufrimiento, la oración confiada y la esperanza. Estaban cerrados en el Cenáculo, pero no encerrados en sí mismos. Por otra parte, si se hubieran dispersado, no habría sido posible el milagro de Pentecostés.


Y así el milagro se prolonga en la calle y en las plazas: la gente escucha y se convierte al oírlos hablar con valentía sobre Jesús resucitado. Antes de su pasión el Maestro decía a sus discípulos: “En esto reconocerán que ustedes son mis discípulos: si se aman unos a otros”; y oraba así por ellos: “Padre, que sean uno, como nosotros somos uno, para que el mundo crea”. Vivían unidos y les creían.


La unión en el amor de Cristo es la primera condición – y la primera palabra creíble - de la eficacia salvadora en la evangelización. La unión con y en Cristo es el lenguaje que todo el mundo entiende. Pero la falta de unión hace incomprensible e inaceptable el mensaje de Jesús.


Grupos, comunidades, catequistas, familias cristianas, clero y laicos, sólo harán creíble el Evangelio si viven esa unión en torno a Cristo resucitado, que sigue enviando su Espíritu a quienes lo desean, lo piden y lo acogen.

1 Corintios 12, 3 - 7. 12 - 13

Nadie puede decir: “Jesús es el Señor”, si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.

Parecería que san Pablo exagera al afirmar que por nuestras solas fuerzas no podemos decir ni siquiera: “Jesús es el Señor”. Pero no se trata de pronunciar una frase, sino de creer y vivir que Jesús es el Hijo de Dios, muerto y resucitado, vivo y presente entre nosotros; lo cual es imposible sin la ayuda del Espíritu Santo.


Asimismo, sólo es posible por la acción del Espíritu santo el que cada cual asuma con gozo, convicción y gratitud activa sus talentos para cumplir su misión en el mundo, en la Iglesia, en la familia, en el grupo o comunidad, como valiosa aportación a la obra de la liberación y salvación encabezada por Cristo en el Espíritu. Sin envidia, ni rivalidades, ni privilegios, ni indiferencia. Estamos en la “era del Espíritu Santo”: supliquemos sus dones como hicieron los apóstoles en intensa oración unidos con María, la Madre de Jesús, Madre y Reina de los Apóstoles.



P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, May 20, 2007

EL ÉXITO FELIZ Y TOTAL

EL ÉXITO FELIZ Y TOTAL



Ascensión del Señor-C / 20-5-2007


Les dijo Jesús a sus discípulos: - Todo esto estaba escrito: los padecimientos del Mesías y su resurrección de entre los muertos al tercer día. Luego debe proclamarse en su nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados, comenzando por Jerusalén, y yendo después a todas las naciones, invitándolas a que se conviertan. Ustedes son testigos de todo esto. Ahora yo voy a enviar sobre ustedes lo que mi Padre prometió. Permanezcan, pues, en la ciudad hasta que sean revestidos de la fuerza que viene de arriba. Jesús los llevó hasta cerca de Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos se postraron ante él. Después volvieron llenos de gozo a Jerusalén, y continuamente estaban en el Templo alabando a Dios. (Lucas 24, 46 - 53).

La Ascensión de Jesús constituye la cumbre de nuestra esperanza: mediante las obras de bien y los padecimientos inevitables de esta vida y de la muerte, llegar en unión con él y como él, a la resurrección y la eterna felicidad en la Casa del Padre.


“Subir al cielo” equivale al éxito total y final de la existencia humana; éxito que nos mereció Jesús con su encarnación, vida, pasión, muerte y resurrección; éxito que equivale a un salto inaudito en calidad de vida para mejor.


Jesús no se encarnó, trabajó, predicó, sufrió, murió y resucitó sólo para transmitirnos una doctrina o una moral, sino ante todo para enseñarnos una forma de vivir, de amar, de obrar y de morir, y para acompañarnos todos los días de nuestra vida. Amor, alegrías, penas y obras en conformidad con la voluntad del Padre, marcan la misión y razón de ser de Cristo Jesús; y también nuestra misión y el éxito final de nuestra existencia.


Jesús ascendió al reino de los cielos en la casa del Padre después de haber echado las bases del reino de Dios en la casa de los hombres, el mundo. Así nos enseña que el acceso al reino de Dios en los cielos sólo es posible a través del esfuerzo serio y eficaz con Jesús por implantar en el hogar, en la sociedad y en el mundo el reino de Dios, que culminará en la tierra con la fraternidad universal bajo un solo Pastor, y en el cielo con la gloria eterna.


Esa es nuestra esperanza infalible fundada en la piedra angular y roca firme: Cristo resucitado. Esperanza de una “tierra nueva” donde reine la paz y la justicia, la verdad y la libertad, el amor, el deleite y la alegría; y de un “cielo nuevo” donde no habrá más llanto ni dolor.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, May 13, 2007

AMOR y PAZ

AMOR y PAZ

Domingo 6° de Pascua-C / 13-05-2007

Jesús dijo: "Si alguien me ama, guardará mis palabras, y mi Padre lo amará. Entonces vendremos a él para poner nuestra morada en él. El que no me ama, no guarda mis palabras; pero el mensaje que escuchan no es mío, sino del Padre que me ha enviado. Les he dicho todo esto mientras estaba con ustedes. En adelante el Espíritu Santo, el Intérprete que el Padre les va a enviar en mi Nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho. Les dejo la paz, les doy mi paz. La paz que yo les doy no es como la que da el mundo. Que no haya en ustedes angustia ni miedo". (Juan 14, 23 - 29).

Jesús hace una promesa inaudita a quienes lo aman de verdad. Y la demostración de ese amor es la fidelidad en escuchar su Palabra y cumplirla. Esa promesa, que nadie podría jamás imaginarse, consiste en que la persona fiel a su Palabra será amada por la Trinidad, que entrará a morar en ella.

Es un gran misterio de vida, amor, luz y enaltecimiento que debería llenarnos de júbilo, paz y esperanza invencible: la presencia de la Trinidad en el corazón y en la vida del que ama a Cristo Jesús cumpliendo su Palabra. Sólo Dios puede revelar este misterio de amor infinito y hacerlo realidad en la vida del cristiano; es decir, de quien ama a Cristo y vive unido a él.

Y no se trata de un privilegio exclusivo de místicos y santos de altar. Es una realidad al alcance de todo creyente. Y más aun: una necesidad del creyente para ser creyente de verdad.

Ante tan “divina” oferta del amor de Dios, no nos queda otra que abrirnos sin reticencias ni retrasos para acogerlo con inmensa gratitud, pidiendo al Espíritu Santo nos capacite para ser el templo donde la Trinidad se encuentra de veras a gusto, y nosotros con ella, en una relación sencilla, amorosa, íntima y perma-nente con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. ¿Hay algo más sublime que podamos desear y gozar aquí en la tierra?

Eso sería - mejor: ¡es! – el cielo que empieza ya en la tierra, incluso en medio de las cruces. Y a pesar de ser cosa tan divina y sublime, es propia de vida cristiana, que no es otra cosa que “vida en Cristo”; de lo contrario no es cristiana. Al ser “vida en Cristo”, por escuchar y vivir su Palabra, es también “vida en la Trinidad”, porque las tres divinas Personas son inseparables.

Tenemos gran necesidad de hacernos más conscientes de esta inaudita promesa de nuestro Salvador. Por parte de Dios no falla, pero puede fallar por nuestra indiferencia o incredulidad ante tan inmensa condescendencia divina.

Nuestros pecados pasados no pueden impedir este milagro divino, sino que son eliminados por esa presencia trinitaria, por el amor de Dios y el amor a Dios. Entonces viviremos la oferta de Jesús: “Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten por nada ni teman!” ¿Cómo inquietarse y temer, sabiendo que la Trinidad, tierno poder infinito, habita en nosotros y está totalmente a nuestro favor? Aunque a veces no lo parezca?

La experiencia más viva de esta inhabitación de la Santísima Trinidad en nosotros, se verifica en la Eucaristía y en la comunión eucarística. Es su máxima expresión y su sostén.

Hechos 15, 1 - 2

Llegaron algunos de Judea que aleccionaban a los hermanos con estas palabras: "Ustedes no pueden salvarse, a no ser que se circunciden como lo manda Moisés." Esto ocasionó bastante perturbación, así como discusiones muy violentas de Pablo y Bernabé con ellos. Al fin se decidió que Pablo y Bernabé junto con algunos de ellos subieran a Jerusalén para tratar esta cuestión con los apóstoles y los presbíteros. Entonces los apóstoles y los presbíteros, de acuerdo con toda la Iglesia, decidieron elegir algunos hombres de entre ellos para enviarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Fueron elegidos Judas, llamado Barsabás, y Silas, ambos dirigentes entre los hermanos. Debían entregar la siguiente carta: "Los apóstoles y los hermanos con título de ancianos saludan a los hermanos no judíos de Antioquía, Siria y Cilicia. Nos hemos enterado de que algunos de entre nosotros los han inquietado y perturbado con sus palabras. No tenían mandato alguno nuestro. Les enviamos, pues, a Judas y a Silas, que les expondrán de viva voz todo el asunto. Fue el parecer del Espíritu Santo y el nuestro no imponerles ninguna otra carga fuera de las indispensables”.

Pablo y Bernabé olfatearon enseguida el peligro judaizante para la fe de los paganos convertidos, e intervinieron decididos, derivando la cuestión a los mismos Apóstoles de la Iglesia de Jerusalén.

Pero resultó que no tenían mandato alguno por parte de los Apóstoles, los cuales declararon que el Espíritu Santo y ellos, dispensaban de la circuncisión a los paganos convertidos. Un gran paso en la evangelización de los gentiles.

Situaciones parecidas suelen darse en los grupos cristianos, parroquias, familias, comunidades, Iglesia... No es raro que haya individuos que intentan imponer sus propias opiniones y costumbres sin mandato alguno, sin referencia a la palabra y el ejemplo de Jesús. Es necesario desenmascararlos recurriendo a la autoridad competente y a personas sabias, de fiar, consagradas de verdad al servicio de Cristo, que no se buscan a sí mismas.

Apocalipsis 21, 10 - 14

Me trasladó en espíritu a un cerro muy grande y elevado y me mostró la Ciudad Santa de Jerusalén, que bajaba del cielo de junto a Dios, envuelta en la gloria de Dios. Resplandecía como piedra muy preciosa con el color del jaspe cristalino. Tenía una muralla grande y alta con doce puertas, y sobre las puertas doce ángeles y nombres grabados, que son los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel. La muralla de la ciudad descansa sobre doce bases en las que están escritos los nombres de los doce Apóstoles del Cordero. No vi templo alguno en la ciudad, porque su templo es el Señor Dios, el Todopoderoso, y el Cordero. La ciudad no necesita luz del sol ni de la luna, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero.

Muy poco podemos intuir cómo es el cielo. El Apocalipsis propone imágenes grandiosas, pero se quedan inmensamente cortas. Pero lo cierto es que allí todo habla de Dios, todo está inundado de su luz, de su felicidad, de su gloria, de su paz, de su amor, que él comparte gozoso con sus criaturas. Y ese cielo empieza ya aquí para quienes se hacen templos de la Santísima Trinidad, pues el mismo Dios del cielo mora en quien lo acoge en su corazón y vida, incluso con penas.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, May 06, 2007

GLORIFICACIÓN Y AMOR

GLORIFICACIÓN Y AMOR

Domingo 5° de Pascua- C / 6-5-07

Cuando Judas salió, Jesús dijo: "Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él. Por lo tanto, Dios lo va a introducir en su propia Gloria, y lo glorificará muy pronto. Hijos míos, yo estaré con ustedes por muy poco tiempo. Me buscarán, y como ya dije a los judíos, ahora se lo digo a ustedes: donde yo voy, ustedes no pueden venir. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Ustedes deben amarse unos a otros como yo los he amado. En esto reconocerán todos que son mis discípulos: en que se aman unos a otros." Juan 13,31-33.

Dios es glorificado en Jesús porque él ha realizado en sí el proyecto humano del Padre al crear al hombre a su imagen y al redimirlo: en Cristo la imagen se ha identificado con el original, pues “el Hijo del hombre” es a la vez “el Hijo de Dios”.

Y Jesús va a ser glorificado, reconocido por el Padre mediante el premio de la resurrección y la gloria por su fidelidad inquebrantable hasta la muerte.

Jesús está de despedida y dice a los discípulos que ellos no pueden ir con él por ahora; pero no les dice que no lo encontrarán, como les dijo a los escribas y fariseos, que lo rechazaron. Ellos sí lo encontrarán, pues los acompañará en sus obras de evangelización y salvación a favor de los hombres, y les dará la fortaleza de imitarlo hasta el amor más grande: “dar la vida por los que se ama”; y, al recuperar la vida como él a través de la resurrección, lo encontrarán para siempre en la gloria eterna. Y como fue para los discípulos de entonces, lo será para los de hoy, nosotros, si lo imitamos como ellos.

De camino hacia su glorificación por la muerte y la resurrección, Jesús deja a los discípulos su testamento entrañable: “Ámense unos a otros como yo los he amado”. No es un consejo, sino un mandato, la síntesis de todos los mandamientos. Cumplido ese mandato, todos los demás están cumplidos: “Ama y haz lo que quieras”, declara san Agustín. Sólo puede salvar y salvarnos el amor al prójimo fundado en el amor de Dios.

El amor cualitativo goza con las cualidades de las personas y las cosas; y el amor solidario goza identificándose con las personas amadas, con sus ideales y necesidades. Este es el amor verdadero que da plenitud a la vida, nos hace adultos, nos salva y da fuerza de salvación a nuestra vida y obras. De él habla San Pablo en 1 Corintios 13, donde afirma: “Si no tengo amor, nada soy”.

Este amor tiene tres grados: amar al prójimo como a nosotros mismos; amarlo como amamos a Jesús; amarlo como Jesús lo ama: “Ámense como yo los amo”. Este tercer grado es el amor pleno, a imitación del amor de Cristo.

Este amarse como Jesús nos ama, testimonia la presencia de Cristo Resucitado, acogido entre los suyos por la fe hecha amor. “La señal por la que conocerán que ustedes son discípulos míos, será que se amen unos a otros”. Ningún otro signo es válido si falta este. Ni siquiera la Eucaristía, que más bien se hace escándalo cuando no está motivada y vivida en ese amor fraterno.

El amor fraterno es el distintivo original del cristiano frente a tantas otras religiones. Sin amor de nada sirve la fe, la alegría, el sufrimiento, la vida y la muerte. Sólo el amor verdadero a Dios y al prójimo nos puede merecer la felicidad en esta vida y al final la vida eterna a través de la resurrección. Nada es tan grave como no tener ese amor. Es necesario pedirlo y cultivarlo.

Si queremos verificar la seriedad y autenticidad de nuestra fe, verifiquemos la calidad de nuestro amor. Nos va en ello la alegría de vivir, de morir y resucitar.

Hechos 14, 21 - 27

Pablo y Bernabé, después de haber evangelizado en Derbe, donde hicieron muchos discípulos, regresaron de nuevo a Listra y de allí fueron a Iconio y Antioquía. A su paso animaban a los discípulos y los invitaban a perseverar en la fe; les decían: "Es necesario que pasemos por muchas pruebas para entrar en el Reino de Dios." En cada Iglesia designaban presbíteros y, después de orar y ayunar, los encomendaban al Señor en quien habían creído. Atravesaron la provincia de Pisidia y llegaron a la de Panfilia. Predicaron la Palabra en Perge y bajaron después a Atalía. Allí se embarcaron para volver a Antioquía, de donde habían partido encomendados a la gracia de Dios para la obra que acababan de realizar. A su llegada reunieron a la Iglesia y les contaron todo lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto las puertas de la fe a los pueblos paganos.

La verdadera evangelización no se limita a predicar la Palabra de Dios, sino que debe confortar y animar a la perseverancia, pues sólo “quien persevere hasta el fin, se salvará”. Tarde o temprano el verdadero cristiano se verá afligido por tribulaciones y contrariedades, a imitación de Cristo.

Otra tarea ineludible de la evangelización consiste en “establecer presbíteros”, que animen a las comunidades, las cuales deberán apoyarlos con “la oración y el ayuno” para que su trabajo pastoral y salvífico sea eficaz. La escasez de sacerdotes y de vocaciones al sacerdocio se debe a la falta de responsabilidad, de iniciativas, de oración y sufrimientos ofrecidos por los sacerdotes y las vocaciones sacerdotales , tanto por parte de los fieles como de los pastores.

Y el verdadero evangelizador no se conforma con “su grupito” del 7% que acude al templo, sino que se preocupa y ocupa en evangelizar al 93% de los bautizados alejados y a los no creyentes. Y comparte con los fieles la misma preocupación misionera, implicándolos en ella. De lo contrario no cumpliría el mandato de Jesús: “Vayan y evangelicen a todas las gentes”.

Apocalipsis 21, 1 - 5

Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y el mar no existe ya. Y vi a la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia que se adorna para recibir a su esposo. Y oí una voz que clamaba desde el trono: "Esta es la morada de Dios con los hombres; él habitará en medio de ellos; ellos serán su pueblo y él será Dios-con-ellos; él enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte ni lamento, ni llanto ni pena, pues todo lo anterior ha pasado." Y el que estaba sentado en el trono dijo: "Ahora todo lo hago nuevo". Luego me dijo: "Escribe, que estas palabras son ciertas y verdaderas."

Esta tierra y este universo maravillosos, que sólo Dios sabe cuántos millones de años tiene, y cuántos ha de durar todavía, dejarán un día el puesto a otra tierra y a otro cielo inmensamente más maravillosos, por obra del mismo Creador.

Allí recobrará el hombre la felicidad original del paraíso terrenal, pero de una calidad inmensamente superior a aquella. Allí, en la nueva Jerusalén, el nuevo paraíso, Dios mismo, con sus manos tiernas, enjugará las lágrimas derramadas por las contrariedades, los sufrimientos, las enfermedades y la muerte. Y no habrá más lamento, ni pena ni muerte. Misterio esperanzador.

Así Jesús realizará en plenitud las “delicias que encuentra al estar con los hijos de los hombres”. Y a la vez saciará el ansia infinita del hombre de estar con Dios y con todos los hombres redimidos y resucitados.

P. Jesús Álvarez, ssp.