Sunday, August 26, 2007

¿CUÁNTOS SE SALVARÁN?

¿CUÁNTOS SE SALVARÁN?

Domingo 21º tiempo ordinario-C / 26-8-2007

Alguien preguntó a Jesús: Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan? Jesús respondió: Esfuércense por entrar por la puerta estrecha, porque les digo que muchos intentarán entrar y no lo conseguirán. Cuando el amo de casa se levante y cierre la puerta, ustedes se quedarán fuera y gritarán golpeando la puerta: “¡Señor, ábrenos!” Pero él les contestará: “No sé quiénes son ustedes”. Entonces comenzarán a decir: “Nosotros hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas”. Pero él les dirá: “No sé de dónde son ustedes. ¡Aléjense de mí todos los malhechores!” (Lucas 13,22-27).

“Son pocos los que se salvan?” Una pregunta de inútil curiosidad, que siguen haciéndose muchos hoy. Pero la pregunta seria y válida, es la del joven rico: “¿Qué tengo que hacer para salvarme?”

A esta pregunta responde Jesús, y no a la de simple curiosidad sin compromiso e interés serio por salvación propia y ajena. Esta, en realidad, no se merece ni se gana. Es un don gratuito que Dios concede a quienes reúnen las condiciones para acogerlo: pasar por la puerta estrecha de la bondad, de la justicia, de la honradez, del amor a Dios y al prójimo, usando los medios de salvación a nuestro alcance: ayuda al necesitado, escucha de la Palabra de Dios para hacerla vida, la oración, los sacramentos, la cruz cotidiana ofrecida en unión con Cristo.

Por desgracia muchos que tratan de conseguir “por rebajas” la salvación, como aquellos que pretendían que el amo les abriera las puertas del cielo. Hoy dirán: “Asistimos a misa, llevamos hábito y escapulario, hicimos novenas y procesiones, rezamos rosarios, leímos la Biblia, pusimos tu imagen en casa, somos católicos, sacerdotes, religiosos, miembros de un grupo parroquial…”

Y la respuesta se repetirá: “No los conozco. ¡Aléjense de mí, malvados!” Pues todo eso, “si no lo hago por amor, de nada me sirve”, dice san Pablo.

¿Cómo se explica? Porque se contentaban con prácticas puramente externas, sin espíritu, sin amor y sin vida, y con ellas encubrían injusticias, indiferencias ante el prójimo necesitado y ante el amor de Dios, y nadaban en abundancia y placeres, a costa del sufrimiento ajeno, incluso en el propio hogar.

Jesús condiciona la salvación ante todo a la ayuda prójimo necesitado, con quien él se identifica: personas, o familias, o grupos sociales marginados, o pueblos o naciones pobres… “Tuve hambre, estuve desnudo, enfermo, en la cárcel... y ustedes me socorrieron…; vengan, benditos de mi Padre a poseer el reino preparado para ustedes”… Y a la escucha y cumplimiento de su Palabra, a los sacramentos que nos unen a él, haciéndonos capaces de frutos de salvación.

Esas necesidades físicas simbolizan también otras necesidades morales y espirituales: respeto, perdón, amor, buen ejemplo, formación, oración, fe contagiada, ayuda en el camino de la salvación, sufrimiento ofrecido...

La puerta estrecha se identifica con el mismo Cristo, como él dijo: “Yo soy la puerta…; quien entra por mí, encontrará pastos abundantes”. “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”. Se entiende: fruto de salvación para sí y para otros. “Quien desee venirse conmigo, tome su cruz cada día, y me siga”.

En lugar de preguntar si son pocos o muchos los que se salvan, debemos preguntarnos si estamos en el camino de la salvación y ayudamos a los otros a vivir y a salvarse. Ahí está la seguridad de la salvación. “No se alegren porque les obedezcan los demonios, sino porque sus nombres están escritos en el Libro de la vida”, declara Cristo Jesús.

Isaías 66,18-21

Ahora vengo a reunir a los paganos de todos los pueblos y de todos los idiomas. Y cuando vengan, serán testigos de mi gloria. Yo haré un prodigio en medio de ellos y, luego, mandaré los sobrevivientes hacia todas las naciones: hacia Tarsis, Lud y Put, Meshek, Tubal y Javan, en una palabra, hacia las tierras lejanas de ultramar que no saben de mi fama ni han visto mi gloria. Ellos darán a conocer mi gloria entre las naciones a lo lejos, y de todos los pueblos traerán a todos tus hermanos dispersos como una ofrenda a Yavé, a caballo, en carro, en carretas, a lomo de mula o de camello. Me los traerán a mi cerro santo en Jerusalén, igual que los hijos de Israel me traen sus regalos para el templo de Yavé en vasos puros. Y Yavé lo afirma: "De entre ellos también tomaré sacerdotes y levitas para mí."

El pueblo de Israel tenía como misión dar a conocer a los pueblos paganos la grandeza, la gloria y el amor de Dios. Y el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, (las iglesias) sigue teniendo la misma misión.

Cada miembro de la Iglesia tiene esa misión con respecto a los alejados de Dios, a quienes lo desconocen o alimentan una idea deformada de Dios, que no tiene nada que ver con lo que Dios es: Amor. Y no hace falta ir lejos, pues los tenemos en nuestras familias, grupos, parroquias…

¿Cómo evangelizar? Ante todo con el ejemplo de una vida unida a Cristo resucitado presente. Si nos falta esta palabra esencial, todas las demás serán siembra en el desierto.

A partir de la palabra de la vida, podremos llegar también a los alejados lejanos: con la Eucaristía, en la que Cristo alcanza a todos los hombres; con la oración, el sufrimiento ofrecido por la salvación nuestra y de la humanidad…

Hebreos 12,5-7. 12,11-13

Tal vez hayan olvidado la palabra de consuelo que la sabiduría les dirige como a hijos: Hijo, no te pongas triste porque el Señor te corrige, no te desanimes cuando te reprenda; pues el Señor corrige al que ama y castiga al que recibe como hijo. Ustedes sufren, pero es para su bien, y Dios los trata como a hijos: ¿A qué hijo no lo corrige su padre? Ninguna corrección nos alegra en el momento, más bien duele; pero con el tiempo, si nos dejamos instruir, traerá frutos de paz y de santidad. Por lo tanto, levanten las manos caídas y fortalezcan las rodillas que tiemblan, enderecen los caminos tortuosos por donde han de pasar, para que el cojo no se pierda y más bien se mejore.

Quien de la vida espera sólo placer y bienestar, cuando venga el sufrimiento, que no puede menos de venir, se desalentará, protestará, se entristecerá, echará la culpa a Dios y a los otros, y buscará todos los medios para recuperar el placer y el bienestar: dinero, sexo, droga…, con lo cual, tarde o temprano, el sufrimiento consiguiente se redoblará sin esperanza.

Pero quien llega a comprender y vivir que el sufrimiento no es enemigo de la felicidad, sino que puede ser fuente de felicidad temporal y eterna, cuando se acepta y se ofrece. Esa es su finalidad y su fruto.

Dios no es culpable de nuestros sufrimientos, sino que los hace lugares de su amor hacia nosotros, convirtiéndolos en fuente de madurez, purificación, amplitud de horizontes, y sobre todo de felicidad eterna. Lo mismo que hizo con su Hijo Jesús, hace con nosotros, hermanos de Jesús: a través del sufrimiento y la muerte aceptados y ofrecidos, llegamos como él a la resurrección y a la gloria.La espera de la resurrección y de la gloria fue la que dio valor a Cristo para abrazar la cruz y la muerte, seguro del premio para él y para nosotros.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, August 19, 2007

FUEGO, GUERRA, PAZ

FUEGO, GUERRA, PAZ

Domingo XX tiempo ordinario-C / 19-08-2001

Dijo Jesús: He venido a traer fuego a la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! Pero también he de recibir un bautismo y ¡qué angustia siento hasta que no se haya cumplido! ¿Creen ustedes que he venido para establecer la paz en la tierra? Les digo que no; más bien he venido a traer división. Pues de ahora en adelante hasta en una casa de cinco personas habrá división: tres contra dos y dos contra tres. El padre estará contra del hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra." Lucas 12, 49 - 57

El fuego que Jesús trae a la tierra es amor, purificación, renovación, juicio, junto con la destrucción de todo lo malo. Es el mismo reino de Dios que lleva en sí una fuerza destructora del pecado, del mal y de la muerte.

Jesús es el portador del fuego de Dios, que purifica lo que es bueno y destruye lo perverso. Él desea que la voluntad de Dios se cumpla, pero a la vez siente la angustia en la espera del desenlace: su pasión y muerte, puerta de la resurrección y la gloria.

Pero los poderosos, amigos de la paz falsa construida sobre la opresión contra los pobres y los débiles, no pueden soportar el lenguaje de Jesús y planean el “bautismo” de sangre: la crucifixión del Hijo de Dios. Por eso el mismo Príncipe de la paz dice que no ha venido a traer la paz, sino la guerra, porque quien esté con él y con sus planteamientos, tendrá la guerra declarada por parte de quienes están en contra de la verdadera paz.

Quienes trabajan por la verdad, deberán enfrentarse con quienes viven de la mentira. Los que medran a fuerza de injusticias, entran en conflicto con quienes luchan por la justicia. Y eso puede pasar incluso en el seno de una familia, en las comunidades cristianas y hasta en la misma Iglesia...

Los mismos que nos llamamos cristianos podemos ser bomberos del fuego con que Jesús vino a incendiar la tierra. Porque extender el fuego y la paz de Jesús supone entrar en un camino de oposiciones y sufrimientos, a los que solemos resistirnos, pero es el único camino de la paz, de la alegría verdadera y de la salvación eterna.

Siempre es útil cuestionarse, como personas, familia, comunidad, Iglesia, si realmente se está a favor del fuego y de la paz que Jesús vino a traer a la tierra, o se entra en componendas con los enemigos de Jesús. Pobre de la persona, familia cristiana, comunidad o Iglesia que se cierra a la autocrítica, dando por supuesto que ya está totalmente de parte de Jesús.

O se opta radicalmente por Cristo o se entra en complicidad con este mundo injusto. “Quien no está conmigo, está contra mí”. “Quien conmigo no recoge, desparrama”. “A quien se ponga a mi favor ante los hombres, yo lo defenderé ante mi Padre; y a quien me niegue ante los hombres, yo lo negaré ante mi Padre”. ¡No basta salvar las apariencias!

La lectura leal y valiente del Evangelio, con la ayuda de Dios, nos harán transparencia y presencia de Cristo. ¡Que así sea!

Jeremías 38, 3 - 6. 8 - 10

El profeta Jeremías decía al pueblo: «Así habla el Señor: "Esta ciudad será entregada al ejército del rey de Babilonia, y éste la tomará"». Los jefes dijeron al rey: «Que este hombre sea condenado a muerte, porque con semejantes discursos desmoraliza a los hombres de guerra que aún quedan en esta ciudad, y a todo el pueblo. No, este hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia». El rey Sedecías respondió: «Ahí lo tienen en sus manos, porque el rey ya no puede nada contra ustedes». Entonces ellos tomaron a Jeremías y lo arrojaron al aljibe de Malquías, hijo del rey, que estaba en el patio de la guardia, descolgándolo con cuerdas. En el aljibe no había agua sino sólo barro, y Jeremías se hundió en el barro. Ebed Mélec salió de la casa del rey y le dijo: «Rey, mi señor, esos hombres han obrado mal tratando así a Jeremías; lo han arrojado al aljibe, y allí abajo morirá de hambre, porque ya no hay pan en la ciudad». El rey dio esta orden a Ebed Mélec, el hombre de Cusa: «Toma de aquí a tres hombres contigo, y saca del aljibe a Jeremías, el profeta, antes de que muera».

Jeremías dice la verdad en nombre de Dios, que quiere la salvación del pueblo, pero no en la forma que desean los políticos. Por eso el profeta es condenado.

Jeremías es una figura de Cristo Jesús, condenado a muerte por decir la verdad y promover la justicia. También hoy se multiplican los mártires del bien y de la verdad en todo el mundo, víctimas del egoísmo, del poder, del placer desordenado, de la guerra, de la violencia. Mártires de toda raza y religión.

En China son encarcelados, torturados y desaparecidos muchos cristianos, sacerdotes y obispos. Y en nuestra misma nación sigue habiendo mártires, en especial de inocentes, que no pueden hacer valer su derecho a la vida.

Y muchos que se consideran cristianos y católicos, son cómplices de tanto martirio, mientras que miembros de otras religiones, e incluso ateos, luchan por los inocentes, incluso hasta perder la vida. ¿Estamos con los verdugos o con las víctimas? ¿Con quiénes queremos estar en el juicio de Dios?

Hebreos 12, 1 - 4

Hermanos: Ya que estamos rodeados de una verdadera nube de testigos, despojémonos de todo lo que nos estorba, en especial del pecado, que siempre nos asedia, y corramos resueltamente al combate que se nos presenta. Fijemos la mirada en el iniciador y consumador de nuestra fe, en Jesús, el cual, en lugar del gozo que se le ofrecía, soportó la cruz sin tener en cuenta la infamia, y ahora «está sentado a la derecha» del trono de Dios. Piensen en Aquél que sufrió semejante hostilidad por parte de los pecadores, y así no se dejarán abatir por el desaliento. Después de todo, en la lucha contra el pecado, ustedes no han resistido todavía hasta derramar su sangre.

El cristiano verdadero –persona unida a Cristo, que imita Cristo- tendrá siempre espectadores indiferentes, burlones o perseguidores. Y a la vez se sentirá asediado por toda clase de tentaciones, como los no cristianos.

Y la peor tentación será la de ceder ante cualquier dificultad, sufrimiento o placer que se le presente, “convirtiéndose en una hoja a merced de cualquier viento de doctrina”: nueva era, reencarnación, superstición, indiferencia religiosa.

El cristiano verdadero tiene la mirada fija en Cristo, que camina con él, que lo imita en el sufrimiento, con la mirada puesta en la resurrección, no tanto en la cruz y en la muerte.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, August 12, 2007

LA GLORIA DE NUESTRA REINA Y MADRE

LA GLORIA DE NUESTRA REINA Y MADRE

Asunción de María / 12 agosto 2007

Entró María en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Al oír el saludo Isabel, el niño saltó de alegría en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu Santo y exclamó: - ¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!... ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirán las promesas del Señor! María entonces dijo: - Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque se fijó en su humilde esclava, y desde ahora todas las generaciones me llamarán feliz. El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí: ¡Santo es su Nombre! Muestra su misericordia siglo tras siglo a todos aquellos que viven en su presencia. Desplegó la fuerza de su brazo: deshizo a los soberbios y sus planes. Derribó a los poderosos de sus tronos y exaltó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su siervo, se acordó de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a sus descendientes para siempre. Lucas 1, 38-56.

Santa Isabel ensalza a la Virgen María por el prodigio realizado en ella: la encarnación del Hijo de Dios, el Salvador del mundo. Y Dios la ensalza a los cielos porque ha creído en el mensaje del ángel sobre la promesa de la salvación universal por obra de su Hijo; y por haberle dado la vida humana y haber compartido con él las alegrías y las penas, las persecuciones y la pasión.

Y nosotros ensalzamos a la Virgen María con la fiesta de la Asunción, porque Dios la elevó a la gloria del cielo en premio de su fe y de su fidelidad. Y la constituyó reina de cielos y tierra y madre de la misericordia.

Si Dios ama, venera y exalta de manera tan extraordinaria a Madre de Jesús, ¿cómo no amarla y glorificarla nosotros, que de él la hemos recibido también como Madre? Amar y celebrar a María no supone disminuir al Hijo. Quien ama al Hijo, ¿cómo podrá no amar a su Madre? Y quien menosprecia a la Madre, no aprecia ni ama de verdad al Hijo.

Los católicos no ponemos a María a la par o por encima de Jesús: no le damos un culto de adoración que sólo a Dios se debe, sino un culto de veneración. Quienes la adorasen como se adora a Dios, ofenderían a la Trinidad y a la Virgen María.

Hoy es un día especial para felicitar a nuestra Madre María por el triunfo que Jesús le concedió sobre la muerte y por el aniversario de su nacimiento a la vida eterna. Y es un día para felicitarnos a nosotros, porque su Asunción es la garantía de que Dios quiere y prepara lo mismo para nosotros. Nuestro cuerpo ha sido consagrado por el bautismo como templo de la Trinidad, y no será destruido por la muerte, sino que Cristo resucitado lo convertirá en cuerpo glorioso como el suyo.

El destino definitivo de nuestro cuerpo no es el sepulcro ni una absurda reencarnación indefinida. Del cuerpo físico Dios hace surgir milagrosamente un cuerpo glorioso, a semejanza de la semilla que se pudre bajo tierra para dar vida a una planta muy superior a la semilla sembrada. “El misterio de la Asunción proclama el destino sobrenatural y la dignidad de todo cuerpo humano”, dije Juan Pablo II.

En su canto, el Magníficat, María resume sus sentimientos de gratitud a Dios, canta su amor social hacia su pueblo y su experiencia de salvación. El Magníficat es un canto de alabanza y gratitud y liberación. Ella engendró al Hijo de Dios, que hizo posible lo humanamente imposible. Y desde entonces los hombres podemos trabajar esperanzados por lo que parece imposible, pero que es necesario: la solidaridad y fraternidad universal, la resurrección y la gloria, como María y en unión con el Resucitado.

La devoción a María consiste en imitarla, estarle agradecidos, amarla e invocarla.

Apocalipsis 11,19. 12,1-6. 10

Entonces se abrió el Santuario de Dios en el Cielo y pudo verse el arca de la Alianza de Dios dentro del Santuario. Se produjeron relámpagos, fragor y truenos, un terremoto y una fuerte granizada. Apareció en el cielo una señal grandiosa: una mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza. Está embarazada y grita de dolor, porque le ha llegado la hora de dar a luz. Apareció también otra señal: un enorme dragón rojo con siete cabezas y diez cuernos, y en las cabezas siete coronas; con su cola barre la tercera parte de las estrellas del cielo, precipitándolas sobre la tierra. El dragón se detuvo delante de la mujer que iba a dar a luz para devorar a su hijo en cuanto naciera. Y la mujer dio a luz un hijo varón, que ha de gobernar a todas las naciones con vara de hierro; pero su hijo fue arrebatado y llevado ante Dios y su trono, mientras la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar que Dios le ha preparado.

La mujer y el dragón del Apocalipsis simbolizan la encarnizada lucha entre el bien y el mal, que también hoy se libra frente al anuncio del Evangelio rechazado por mundo. Pero la mujer – María y la Iglesia – tiene asegurada la victoria, cuyos signos son el vestido de sol y la corona de doce estrellas con que está engalanada.

La Iglesia, Pueblo de Dios, es guiada y conducida por el mismo Cristo Resucitado en persona hacia la victoria final: la Iglesia triunfante en la eternidad. La misión de la Iglesia - la paz y la salvación de los hombres- tiene destino de victoria, pues el invencible Rey de la Gloria está con ella “todos los días hasta el fin del mundo”.

El “dragón rojo” simboliza al mal que infecta toda la historia humana, principalmente por obra de quienes detentan el poder temporal, y tratan de eliminar el fruto del vientre de la mujer, considerado una amenaza. Y este fruto es Cristo, a quien María engendró para darlo al mundo, y a quien la Iglesia sigue engendrando para darlo al mundo de hoy y de todos los tiempos.

María es a la vez figura de la Iglesia triunfante, resucitada, en el cielo, y de la Iglesia militante aquí en la tierra. María, vestida de sol y coronada de estrellas, prefigura la victoria final sobre el mal y la muerte. Victoria que compartirá todo el que se asocie a Cristo en la lucha por un mundo mejor y por alcanzar el reino eterno, donde él nos está preparando un lugar.

1 Corintios 15,20-27

Cristo resucitó de entre los muertos, siendo el primero y primicia de los que se durmieron. Un hombre trajo la muerte, y un hombre también trae la resurrección de los muertos. Todos mueren por estar incluidos en Adán, y todos también recibirán la vida en Cristo. Pero se respeta el lugar de cada uno: Cristo es primero, y más tarde le tocará a los suyos, cuando Cristo nos visite. Luego llegará el fin. Cristo entregará a Dios Padre el Reino después de haber desarmado todo principado, poder y fuerza. Cristo debe ejercer el poder hasta que Dios haya puesto a todos sus enemigos bajo sus pies, y el último de los enemigos sometidos será la muerte. Dios pondrá todas las cosas bajo sus pies.

Cristo Jesús es la primicia de los resucitados, y María la primera criatura humana que participa en el gran triunfo de la resurrección y en la gran fiesta de la Familia Trinitaria.

Jesucristo no resucita para sí solo, sino que también resucita para abrirnos a todos el camino de la resurrección y de la gloria eterna. Y María es la primera de nuestra raza que recorre ese camino abierto por su Hijo.

La Asunción de María nos confirma que con la resurrección de Jesús la humanidad y la creación entera llega a su plenitud. Nuestro destino no se realiza ni en el cosmos ni en el cuerpo, sino más allá del universo, de la carne humana y del tiempo: en el reino eterno de Cristo.

Este reino es un reino de vida, y su peor enemigo es la muerte, que al fin también será aniquilado por el Resucitado, para que reine totalmente la vida. Y vida eterna en abundancia para todos los que optan por Cristo y por construir su reino ya desde este mundo.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Saturday, August 04, 2007

ACUMULAR PARA LA VIDA ETERNA

ACUMULAR PARA LA VIDA ETERNA

Domingo 18° Tiempo Ordinario – C / 5 agosto 2007

Uno de entre la gente pidió a Jesús: "Maestro, dile a mi hermano que me dé mi parte de la herencia." Jesús le contestó: "Amigo, ¿quién me ha nombrado juez o partidor de herencias?" Después dijo a la gente: "Eviten con gran cuidado toda clase de codicia, pues aunque uno lo tenga todo, no son sus posesiones las que le dan vida." A continuación les propuso este ejemplo: "Había un hombre rico, al que sus campos le habían producido mucho. Pensaba: ¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mis cosechas. Y se dijo: ‘Haré lo siguiente: echaré abajo mis graneros y construiré otros más grandes; allí amontonaré todo mi trigo, todas mis reservas. Entonces yo conmigo hablaré: Alma mía, tienes aquí muchas cosas guardadas para muchos años; descansa, come, bebe, pásalo bien.’ Pero Dios le dijo: ‘¡Pobre loco! Esta misma noche te van a reclamar tu vida. ¿Quién se quedará con lo que has preparado?’ Esto vale para toda persona que amontona para sí misma, en vez de acumular para Dios." Lucas 12,13-21

Jesús no vino para resolver conflictos económicos, sino para enseñarnos a vivir de manera que logremos la salvación eterna con todos los medios a nuestro alance, recibidos como ayuda para nuestra salvación y la de otros.

El rico necio de la parábola cree que la felicidad está en lo que tiene. Pero no se da cuenta de que su felicidad es tan frágil, que ese mismo día la pierde toda y para siempre.

No es malo tener bienes; lo malo está en adquirirlos mal y acumularlos sólo para sí mismo, haciéndose esclavo de ellos, en lugar de ponerlos al servicio de valores más altos, usarlos y administrarlos para producir también a favor de los demás, con ayudas e iniciativas que mejoren las condiciones de vida de los otros.

La desgracia consiste en que las riquezas posean a quienes las idolatran, y a ellas inmolan familia, amistad, y la misma vida. Así convierten los medios en fin, juntando una economía próspera con una vida en quiebra. ¡Qué fatal necedad!

Las riquezas y bienes materiales son un constante peligro para la vida de fe y para la comunidad cristiana, en cuanto que el afán de riquezas las convierte en ídolos que suplantan a Dios y al prójimo. Ese es el peligro que acecha de continuo a quienes poseen riquezas, y ponen en ellas su vida, siendo así que la vida está sólo en las manos de Dios. Todos los bienes del mundo no salvan de la muerte.

Por eso se ha de tomar la decisión firme de usar los bienes y las riquezas con la finalidad precisa de conseguir la vida eterna mediante obras de bien. Hay que acumular obras buenas en el banco del paraíso, donde nadie puede robar y donde producen intereses eternos. De lo contrario, se llega a lo que más se teme: la infelicidad y la muerte, en vez de la felicidad y la vida eterna.

Y cuando hablamos de bienes, nos referimos también a prestigio, profesión, cultura, salud, saber, inteligencia, capacidad de amar, etc. Que si no sirven para la salvación, al final no nos sirven para nada o para la ruina eterna, mientras van a para en manos tal vez de quienes se lo pasan en grande a costa de lo que quizá se ha ganó y ahorró con duro trabajo y privaciones.

Necesitamos descubrir y vivir el verdadero sentido de todo lo que Dios pone a nuestra disposición, a fin de que nos sirva para nuestro verdadero destino: la gloria en la casa eterna de nuestro Padre Dios, donde la riqueza es inmensa.

Eclesiastés 1,2. 2,21-23

¡Vanidad, pura vanidad! – dice el sabio Qohélet - . ¡Vanidad, pura vanidad! Porque un hombre que ha trabajado con sabiduría, con ciencia y eficacia, tiene que dejar su parte a otro que no hizo ningún esfuerzo. También esto es vanidad y una grave desgracia. ¿Qué le reporta al hombre todo su esfuerzo y todo lo que busca afanosamente bajo el sol? Porque todos sus días son penosos, y su ocupación un sufrimiento; ni siquiera de noche descansa su corazón. También esto es vanidad.

El sabio Qohélet ha intentado con esfuerzo todas las experiencias posibles en busca de la felicidad y del sentido pleno de la vida. Pero debe concluir que, en este mundo, todo es vanidad, todo se esfuma en esta pobre vida al estrellarse contra el muro de la muerte.

Triste realidad cuando se subordina el ser al tener y al disfrutar, pues entonces se puede tener mucho, pero sin ser nadie. Decía un amigo fallecido joven: “He visto a un rico tan pobre, tan pobre, que sólo tenía dinero”.

Gran vanidad es vivir la vida sin sentido eterno, al permitir que sea sofocado por los bienes materiales y los placeres frenéticos, lo cual acaba en una autocondena eterna.

Jesús nos advierte: “¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si al final se pierde a sí mismo?” La vida sin proyección de eternidad se convierte en tiempo vacío. Pero la vida en unión con Cristo, se hace tiempo fecundo en vida eterna.

La mejor manera de disfrutar de la vida, consiste en vivirla con gratitud hacia Quien nos la dio y en el orden por él establecido, para hacerla camino y anticipo de la felicidad eterna.

Colosenses 3,1-5. 9-11

Si han sido resucitados con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Preocúpense por las cosas de arriba, no por las de la tierra. Pues han muerto, y su vida está ahora escondida con Cristo en Dios. Cuando se manifieste el que es nuestra vida, también ustedes se verán con él en la gloria. Por tanto, hagan morir en ustedes lo que es "terrenal", es decir, libertinaje, impureza, pasión desordenada, malos deseos y el amor al dinero, que es una manera de servir a los ídolos. No se mientan unos a otros: ustedes se despojaron del hombre viejo y de sus vicios y se revistieron del hombre nuevo que no cesa de renovarse a la imagen de su Creador, hasta alcanzar el perfecto conocimiento.

Estar resucitados con Cristo consiste en vivir unidos a él, que es el Resucitado, el hombre nuevo por excelencia. Y esta posibilidad de vida nueva, resucitada en Cristo, está a nuestro alcance, a la mano, garantizada por la palabra infalible del mismo Jesús: “Yo estoy con ustedes todos los días”.

Lo decisivo es que nosotros le demos su espacio en la vida, dejando todo lo que nos impida estar con él y triunfar con él sobre la muerte. Y hay que empezar por cuestionarnos el dar por supuesto que ya estamos de seguro con él. Porque es muy fácil ser “cristianos sin Cristo”, cristianos de sólo nombre, sin interés por la felicidad eterna.

Somos cristianos sólo si vivimos como tales: personas afectiva y efectivamente unidas a Cristo. Así como somos verdaderos hijos de Dios sólo si vivimos como tales.Las cosas de arriba tienen como centro a Cristo resucitado, presente y operante. Por su triunfo sobre la muerte mediante la resurrección, todo lo terreno y humano positivo adquiere sentido de eternidad gloriosa, en conformidad con la promesa de Jesús: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”. Se entiende: fruto de vida y gloria eterna.

P. Jesús Álvarez, ssp.