Sunday, April 27, 2008

NO OS DEJARÉ HUÉRFANOS: VOLVERÉ A VOSOTROS.

NO OS DEJARÉ HUÉRFANOS: VOLVERÉ A VOSOTROS

Domingo 6º de Pascua- A / 27-04-2008

Juan 14,15-21

Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros. No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros si me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis. Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros. El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.

Hechos de los Apóstoles 8, 5 - 8, 14 - 17

Felipe bajó a una ciudad de Samaria y les predicaba a Cristo. La gente escuchaba con atención y con un mismo espíritu lo que decía Felipe, porque le oían y veían las señales que realizaba; pues de muchos posesos salían los espíritus inmundos dando grandes voces, y muchos paralíticos y cojos quedaron curados. Y hubo una gran alegría en aquella ciudad. Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaria había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.

1 Pedro 3,15-18

Al contrario, dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza. Pero hacedlo con dulzura y respeto. Mantened una buena conciencia, para que aquello mismo que os echen en cara, sirva de confusión a quienes critiquen vuestra buena conducta en Cristo. Pues más vale padecer por obrar el bien, si esa es la voluntad de Dios, que por obrar el mal. Pues también Cristo, para llevarnos a Dios, murió una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, muerto en la carne, vivificado en el espíritu.

Sunday, April 20, 2008

EN EL CIELO HAY MUCHO ESPACIO


EN EL CIELO HAY MUCHO ESPACIO



Domingo 5º de Pascua- A / 20-04-2008



Dijo Jesús a sus discípulos: No pierdan la calma. Crean en Dios y crean también en mí. En la casa de mi Padre hay mucho espacio; y me voy allá a prepararles un lugar; (si no fuera así, se lo habría dicho). Y cuando se lo tenga preparado, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo estoy, estén también ustedes. Para ir a donde yo voy ustedes ya conocen el camino. Tomás le dijo: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo podemos conocer el camino? Jesús le respondió: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si ustedes me conocen, conocerán también al Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto. Felipe le dijo: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Jesús le replica: Hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre... Créanme: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Créanlo al menos por las obras. Les aseguro que quien cree en mí, hará también las obras que yo hago, y aun mayores, porque me voy al Padre. Y yo haré todo lo que ustedes pidan en mi nombre. (Juan 14, 1 - 12)


¿Cuándo perdemos la calma, la paz, la serenidad? Cuando apoyamos nuestra esperanza, nuestras ilusiones, nuestra felicidad y nuestra vida en valores o realidades que al final se nos escaparán de las manos y de la vida, por descuidar los valores eternos de la fe.


La esperanza en Dios, en la resurrección y la vida eterna, junto con el esfuerzo sincero y permanente por cultivar esa fe viva en Dios vivo, presente y amoroso, nos devuelve la paz y la serenidad, porque esos valores son infalibles y nadie jamás nos los podrá arrebatar. Sólo nosotros podemos descuidarlos, ignorarlos y perderlos.


En la casa de Dios Padre hay amor infinito, gozo inmenso; hay puesto para todos, no sólo para ciento cuarenta y cuatro mil, sino para “una multitud inmensa que nadie puede contar”, como dice el Apocalipsis en el capítulo 7, versículo 9. Allá está Jesús preparando sitio para todos aquellos que se esfuercen de veras en seguirlo imitando su vida con las actitudes, sentimientos, palabras y obras, y compartiendo con él su misión salvífica a favor de los hombres.


Tomás quiere conocer el camino del paraíso, y Jesús le responde con la expresión que constituye la mejor definición de sí mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.


Cristo nos ha abierto el camino y va delante de nosotros. Él mismo es “el Camino que nos conduce al Padre”, y nos invita a seguirlo pisando sus huellas y tomados de su mano, amando como él amó y lo que él amó y ama. Él es “la Verdad que nos hace libres” frente a los falsos valores y esperanzas caducas que nos ofrecen los ídolos del poder, del placer y del poseer, que tratan de apartarnos de Dios y del camino que lleva a la vida eterna. Y él es la “Vida divina” que se injerta en nuestra vida humana y nos la hace eterna. “Quien cree en mí, posee la vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”, nos asegura nuestro Salvador.


Felipe quiere ver al Padre cara a cara, lo cual sólo es posible en la otra vida. Acá tenemos que contentarnos con verle por la fe, abriendo los ojos ante las maravillas que realiza a diario en la creación, en la historia, en la Iglesia, en el prójimo, con su palabra en la Biblia, en la Eucaristía, en nosotros mismos.


Jesús también asegura que quien crea en él y le siga, hará incluso mayores obras que él, porque en realidad es él quien realiza esas obras a través de los suyos. Por ejemplo, él no pudo hablar a millones de personas a la vez, como lo podemos hacer hoy a través de la televisión, de la radio, de internet y otros multiplicadores de su Palabra.


Pero Jesús tal vez nos puede reprochar hoy como a Felipe: “Llevo veinte siglos entre ustedes, y todavía no me conocen”, a pesar de que “estoy todos los días con ustedes”. Hacemos tantas prácticas religiosas, pero quizás no lo conocemos porque no lo tratamos, no nos relacionamos con él como Persona presente y amante, ni lo amamos ni escuchamos como a quien nos ama más que nadie.


Quien cree, espera y ama, hará el bien, tendrá calma, y Jesús le está asegurando un puesto en la Casa del Padre.


Hechos de los Apóstoles 6, 1 - 7


En aquellos días: Como el número de discípulos aumentaba, los helenistas comenzaron a murmurar contra los hebreos porque se desatendía a sus viudas en la distribución diaria de los alimentos. Entonces los Doce convocaron a todos los discípulos y les dijeron: «No es justo que descuidemos el ministerio de la Palabra de Dios para ocuparnos de servir las mesas. Es preferible, hermanos, que busquen entre ustedes a siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, y nosotros les encargaremos esta tarea. De esa manera, podremos dedicarnos a la oración y al ministerio de la Palabra». La asamblea aprobó esta propuesta y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe y a Prócoro, a Nicanor y a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía. Los presentaron a los apóstoles, y estos, después de orar, les impusieron las manos. Así la Palabra de Dios se extendía cada vez más, el número de discípulos aumentaba considerablemente en Jerusalén y muchos sacerdotes abrazaban la fe.


Situaciones semejantes se presentan en la Iglesia de hoy: sacerdotes, religiosos, misioneros se sobrecargan de múltiples tareas y compromisos materiales, que no les dejan tiempo para orar y evangelizar, y que deberían delegar a laicos comprometidos y competentes, “llenos del Espíritu Santo”, para dedicarse ellos a la evangelización y a la oración.


Los apóstoles tenían como tarea primordial la predicación, cuyo tema fundamental era la resurrección de Cristo, o mejor dicho, Cristo resucitado presente. Y no principalmente la celebración eucarística y los sacramentos, que eran consecuencia y vivencia del evangelio predicado, y les ocupaban mucho menos tiempo. El sacramento sin suficiente evangelización, se queda estéril, pues ni se comprende ni se vive; por eso carece de fuerza transformadora y salvífica.


Pero muchos pastores se dedican principalmente a la administración y a la sacramentalización, y la vida cristiana se desintegra en apariencias y ritos; no progresa.


1 Pedro 2, 4 - 10


Queridos hermanos: Al acercarse al Señor, la piedra viva, rechazada por los hombres, pero elegida y preciosa a los ojos de Dios, también ustedes, a manera de piedras vivas, son edificados como una casa espiritual, para ejercer un sacerdocio santo y ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo. Porque dice la Escritura: «Yo pongo en Sión una piedra angular, elegida y preciosa: el que deposita su confianza en ella, no será confundido». Por lo tanto, a ustedes, los que creen, les corresponde el honor. En cambio, para los incrédulos, «la piedra que los constructores rechazaron, ha llegado a ser la piedra angular: piedra de tropiezo y roca de escándalo». Ellos tropiezan porque no creen en la Palabra: esa es la suerte que les está reservada. Ustedes, en cambio, son «una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido» para anunciar las maravillas de aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz. Ustedes, que antes no eran un pueblo, ahora son el Pueblo de Dios; ustedes, que antes no habían obtenido misericordia, ahora la han alcanzado.


Cristo Jesús es la piedra viva, la piedra angular rechazada por muchos, pero elegida y puesta por Dios; y quienes siguen a Cristo confiando en él, se hacen también piedras vivas del edificio de la Iglesia, que es su templo y su Cuerpo.


Los cristianos somos “una raza elegida”, con el privilegio del sacerdocio real y santo que se nos confiere en el bautismo, y que se actúa ofreciendo sacrificios espirituales, agradables a Dios. Los sacrificios agradables a Dios son la oración, el trabajo honrado y de calidad, la ayuda al necesitado, el sufrimiento ofrecido por la salvación de la humanidad, el testimonio de Cristo resucitado, y sobre todo la Eucaristía, en la cual podemos compartir de manera única el sacerdocio supremo de Jesús, si nos ofrecemos en unión con él y por sus mismas intenciones.


Es urgente y necesario recuperar el sacerdocio bautismal y ejercerlo con fe en unión con el sacerdocio ministerial.



P. Jesús Alvarez, ssp.

Sunday, April 13, 2008

Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.


Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.


Domingo 4° pascua - A / 13 abril 2008

Juan 10, 1 - 10

En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero, y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños. Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba. Entonces Jesús les dijo de nuevo: En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon. Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto. El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.


Hechos de los Apóstoles 2,14. 36 - 41

«Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado.» Al oír esto, dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás apóstoles: «¿Qué hemos de hacer, hermanos?» Pedro les contestó: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo; pues la Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro.» Con otras muchas palabras les conjuraba y les exhortaba: «Salvaos de esta generación perversa.» Los que acogieron su Palabra fueron bautizados. Aquel día se les unieron unas 3.000 almas.


Pedro 2, 20 - 25

¿Pues qué gloria hay en soportar los golpes cuando habéis faltado? Pero si obrando el bien soportáis el sufrimiento, esto es cosa bella ante Dios. Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus huellas. El que no cometió pecado, y en cuya boca no se halló engaño; el que, al ser insultado, no respondía con insultos; al padecer, no amenazaba, sino que se ponía en manos de Aquel que juzga con justicia; el mismo que, sobre el madero, llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia; con cuyas heridas habéis sido curados. Erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas.

Sunday, April 06, 2008

AL PARTIR EL PAN


AL PARTIR EL PAN


Domingo 3° pascua - A / 6 abril 2008


Dos discípulos de Jesús iban camino de Emaús comentando lo que había sucedido en Jerusalén. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se les acercó y se puso a caminar con ellos. Pero no se daban cuenta de que era Jesús. El les preguntó: ¿Que vienen comentando por el camino? Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: ¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días! Jesús les dijo: ¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era acaso necesario que el Mesías soportara todos esos sufrimientos para entrar en su gloria? Y comenzando por Moisés y continuando por todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que a él se refería. Cuando llegaron cerca del pueblo donde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba. El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición. Luego se lo partió y se lo dio. Entonces los discípulos lo reconocieron. Pero Jesús desapareció de su vista. Y se decían: ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras? Y regresando al momento a Jerusalén, contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Lucas 24, 13-35.


A los discípulos les costó creer en la resurrección de Jesús, antes y después de que sucediera. A Tomás le costó tanto, que no creyó hasta tocar a Cristo resucitado; y los discípulos de Emaús no lo reconocieron mientras caminaba y hablaba con ellos, hasta que les partió y dio el pan, como lo había hecho en la Última Cena. Pedro y Juan creyeron sólo cuando vieron el sepulcro vacío, y María Magdalena creyó cuando Jesús mismo la llamó por su nombre.


¿Y nosotros? Nos resulta fácil tal vez creer en la resurrección de Jesús como hecho misterioso, histórico y real; creer en la propia resurrección ya nos cuesta más; pero sobre todo nos cuesta creer en el mismo Jesús resucitado, hermano y compañero cotidiano de camino en nuestra vida y en la ajena, en la Iglesia en la historia. ¡Qué duros de entendimiento y de corazón para creer al Evangelio en el que nos habla él mismo!


Sin embargo, Jesús resucitado es el fundamento esencial de nuestra fe cristiana. Sin Cristo resucitado presente, reconocido y amado, la fe no tiene fundamento creíble. Y los sacramentos, tampoco, pues sólo son reales y eficaces por la acción directa de Jesús vivo y presente en ellos.


Creer no es sólo aceptar teóricamente una verdad o un misterio, porque así creen incluso los demonios, y no les sirve de nada. Creer, en el sentido bíblico, evangélico y real, es saber que Jesús vivo nos acompaña, y vivir la relación personal de amistad sincera con él, vivo y presente en nuestra vida, en nuestras tareas y descanso, en nuestro sufrimiento y alegría, en los días de gracia y en los de pecado, para darnos el perdón y la fuerza contra el mal; en la agonía y en la muerte, que él convertirá en puerta de la resurrección.


Por la fe verdadera Cristo entra en nuestros proyectos y decisiones, en nuestros deseos y sentimientos, en nuestras relaciones y aficiones, en nuestras penas y gozos; en nuestras luchas, trabajos, dudas, tentaciones, éxitos, fracasos..., en la vida y en la muerte, de la que nos resucita.


Lo decisivo es, pues, abrirse a Cristo resucitado presente, acogerlo en la vida diaria, reconocerlo al escuchar su Palabra, al partir y tomar el Pan en la Eucaristía, y en el prójimo necesitado, en su Palabra, lugares privilegiados de su presencia resucitada y salvadora. Y que nos dejemos encontrar por él, que nos busca más que nosotros a él: “Estoy a la puerta llamando; si alguien me abre, entraré y comeremos juntos”. “Estoy con ustedes todos los días”. Ese es el camino real de la resurrección y de la gloria eterna a la que aspiramos desde lo más profundo de nuestro ser.


La tarea primordial y fundamental de la vida cristiana consiste en cultivar constantemente la fe en Cristo Jesús resucitado, que está presente en diversas y variadas formas; también en nuestra propia persona, según su promesa infalible: ”No teman. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Reconozcámoslo sobre todo en la Eucaristía: “Lo reconocieron al partir el pan”.


Presionemos a Jesús para que se quede con nosotros, empezando por lo principal: abrirnos a él, a su presencia, dirigiéndole la palabra, escuchándolo, adorándolo, amándolo.


Hechos de los Apostoles 2, 14. 22-33


El día de Pentecostés, Pedro, poniéndose de pie con los Once, levantó la voz y dijo: «Hombres de Judea y todos los que habitan en Jerusalén, presten atención, porque voy a explicarles lo que ha sucedido. A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él. En efecto, refiriéndose a él, dijo David: “Veía sin cesar al Señor delante de mí, porque él está a mi derecha para que yo no vacile. Por eso se alegra mi corazón y mi lengua canta llena de gozo. También mi cuerpo descansará en la esperanza, porque tú no entregarás mi alma al abismo, ni dejarás que tu servidor sufra la corrupción”».


Los apóstoles, después de haber visto a Cristo resucitado, especialmente por las experiencias de tenerlo vivo entre ellos durante cuarenta días y haberlo visto “subir” a la gloria del Padre, enfrentan con valentía a los culpables de su muerte.


La prueba máxima de que Jesús es el Hijo de Dios, la constituye el milagro de la resurrección de Cristo después de ajusticiado. Y Pedro trata de demostrarlo incluso por la misma Escritura Sagrada, que sus oyentes conocen bien. Aunque ninguna prueba es suficiente para demostrar la resurrección de Jesús cuando las mentes y los corazones se niegan a creer con la adhesión de la mente y del corazón.


La resurrección, y el consiguiente gozo de la fe pascual, son el núcleo y fundamento de la predicación y catequesis cristiana. La predicación moralizante y dogmatista está muy lejos de la predicación apostólica, que se centraba en el testimonio de Cristo resucitado. Los moralismos y dogmatismos no calan en los corazones ni en la vida. La fe viva tiene por centro a la Persona de Cristo vivo y presente, no la moral y el dogma desligados del Resucitado.


1 Pedro 1, 17-21


Queridos hermanos: Ya que ustedes llaman Padre a aquel que, sin hacer acepción de personas, juzga a cada uno según sus obras, vivan en el temor mientras están de paso en este mundo. Ustedes saben que «fueron rescatados» de la vana conducta heredada de sus padres, no con bienes corruptibles, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos para bien de ustedes. Por él, ustedes creen en Dios, que lo ha resucitado y lo ha glorificado, de manera que la fe y la esperanza de ustedes estén puestas en Dios.


Cuando invocamos a Dios como Padre, no podemos en absoluto percibirlo como un “padrazo bonachón”, al que todo le da igual y no le importa si cumplimos su santa voluntad o nuestra voluntad egoísta contraria a la suya, y que al fin tratará por igual a mártires y a sus verdugos.


No. En Dios se “casan” misteriosamente los contrarios: es Padre infinitamente bueno, pero también juez justo, insobornable, que tratará a cada cual según sus obras. Ningún padre es bueno si trata al hijo que sufre vejaciones igual que al hijo que atormenta a su hermano.


El temor de Dios no es temor a Dios, sino temor a traicionar su amor y a que se enfríe el nuestro hacia él y hacia el prójimo. Pues si esos amores se enfrían, se va hacia la infelicidad eterna, que es ausencia del amor de Dios y a Dios, y falta del amor del prójimo y al prójimo.


La muerte y resurrección de Jesús son un misterio del amor de Dios hacia nosotros: una ayuda segura en la marcha hacia la Casa del Padre, siempre que secundemos y agradezcamos esa ayuda amorosa, asumiendo también por nuestra parte el compromiso de prestar a nuestros hermanos la ayuda que Dios nos presta a nosotros envistas a alcanzar el paraíso.


Cristo nos mereció, con su sangre, ser liberados del pecado y de la muerte; pero se nos concede esa liberación por la resurrección sólo si colaboramos con él en la salvación propia y ajena, haciendo el bien y evitando el mal, a imitación suya y en unión con él.


P. Jesús Álvarez, ssp.