Sunday, May 25, 2008


Acto de fe, amor y alabanza a Cristo Eucarístico


Glorifica, Sión, a tu Salvador, aclama con himnos y cantos a tu Jefe y tu Pastor.


Glorifícalo cuanto puedas, porque Él está sobre todo elogio y nunca lo glorificarás bastante.


El motivo de alabanza que hoy se nos propone es, el pan que da la vida.


El mismo pan que en la Cena Cristo entregó a los Doce, congregados como hermanos.


Alabemos ese pan con entusiasmo, alabémoslo con alegría, que resuene nuestro júbilo ferviente.


Porque hoy celebramos el día en que se renueva la institución de este sagrado banquete.


En esta mesa del nuevo Rey, la Pascua de la nueva alianza pone fin a la Pascua antigua.


El nuevo rito sustituye al viejo, las sombras se disipan ante la verdad, la luz ahuyenta las tinieblas.


Lo que Cristo hizo en la Cena, mandó que se repitiera en memoria de su amor.


Instruidos con su enseñanza, consagramos el pan y el vino para el sacrificio de la salvación.


Es verdad de fe para los cristianos que el pan se convierte en la carne, y el vino, en la sangre de Cristo.


Lo que no comprendes y no ves, es atestiguado por la fe, por encima del orden natural.


Bajo la forma del pan y del vino, que son signos solamente, se ocultan preciosas realidades.


Su carne es comida, y su sangre, bebida, pero bajo cada uno de estos signos, está Cristo todo entero.


Se lo recibe íntegramente, sin que nadie pueda dividirlo ni quebrarlo ni partirlo.


Lo recibe uno, lo reciben mil, tanto éstos como aquél, sin que nadie pueda consumirlo.


Es vida para unos y muerte para otros. Buenos y malos, todos lo reciben, pero con diverso resultado.


Es muerte para los pecadores no arrepentidos, y vida para los justos; mira cómo un mismo alimento tiene efectos tan contrarios.


Cuando se parte la hostia, no vaciles: recuerda que en cada fragmento está Cristo todo entero.


La realidad permanece intacta, sólo se parten los signos, y Cristo no queda disminuido, ni en su ser ni en su medida.


Éste es el pan de los ángeles, convertido en alimento de los hombres peregrinos: es el verdadero pan de los hijos, que no debe tirarse a los perros.


Varios signos lo anunciaron: el sacrificio de Isaac, la inmolación del Cordero pascual y el maná que comieron nuestros padres.

Jesús, buen Pastor, pan verdadero, ten piedad de nosotros: apaciéntanos y cuídanos; permítenos contemplar los bienes eternos en la tierra de los vivientes.


Tú, que lo sabes y lo puedes todo, Tú, que nos alimentas en este mundo, conviértenos en tus comensales del cielo, en tus coherederos y amigos, junto con todos los santos.

SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO


SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO


Ciclo A - 25 MAYO 2008


Jesús dijo a los judíos: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo». Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?» Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y Yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él. Así como Yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente». Juan 6,51-58


Jesús, “el pan vivo bajado del cielo”, estaba para regresar al cielo mediante de la muerte, la resurrección y la ascensión; pero el inmenso amor a los suyos le llevó a buscar una forma milagrosa de quedarse con ellos para siempre: la Eucaristía. No teman. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.


La Eucarística es el acontecimiento salvífico desde el cual se irradia para la humanidad, de forma continua, la fuerza sanadora, santificadora y salvadora de Cristo muerto y resucitado. En la celebración de la Eucaristía todos ejercemos el sacerdocio que Cristo nos confirió en el bautismo, y compartimos con él la salvación de toda la humanidad y de la creación entera, si nos ofrecemos al Padre junto con Él. Así nos lo aseguró él mismo: "Quien está unido a mí, produce mucho fruto".


En la comunión eucarística se realiza la máxima unión entre la persona de Jesús y la nuestra; unión como la del alimento. “Tomen y coman”. “Tomen y beban”. “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. "Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él". Quien comulga con fe y amor puede en verdad decir con san Pablo: “Ya no soy yo quien vive; es Cristo quien vive en mí”.


Estas realidades inauditas no son fáciles de creer y de vivir. Sólo fiándonos del mismo Hijo de Dios que nos las reveló, podemos creer y vivir lo que nos dice. Y es necesario orar con insistencia: “Creo, Señor, pero aumenta mi fe”. La Eucaristía es garantía de salvación eterna: “Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”.


La comunión, que es unión real con Cristo, requiere y produce la comunión fraterna con el prójimo, empezando por casa. Aunque uno reciba la ostia consagrada, no recibe a Cristo ni comulga con él si alimenta rencores, desprecios, explotación, violencia o indiferencia hacia el prójimo, con quien Cristo mismo se identifica: “Todo lo que hagan a uno de éstos, a mí me lo hacen”. "Si falta la fraternidad, sobra la Eucaristía". Si la fe y el corazón perciben a Cristo en la Eucaristía, también lo percibirán y amarán en el prójimo.


Quienes toman la hostia consagrada sólo por costumbre, por rutina, sin fe ni respeto amoroso, merecen la advertencia de San Pablo: “Quien come el Cuerpo de Cristo a la ligera, se come y traga su propia condena”. Decir que se cree en Jesús, y luego llevar una vida contraria a la suya, es no creer en él, sino negarlo.


Jesús instituyó la Eucaristía para todos los hijos de Dios, hermanos suyos… "Cuerpo entregado y sangre derramada por ustedes y por todos los hombres". La Iglesia tiene el infinito tesoro de la Eucaristía, pero sólo acceden a él un tres por ciento de los bautizados. ¿Puede ser ésa la voluntad del Salvador presente en la Eucaristía para todos?


¿Por dónde tienen que ir los pasos y la creatividad de la Iglesia para que se distribuya el Pan de la Salvación a sus destinatarios, que mueren de anemia espiritual y existencial ante la mirada impasible de muchos supuestos discípulos de Cristo? Es urgente una gran renovación de la catequesis eucarística que produzca una masiva conversión a Cristo Eucarístico, centro de la vida del cristiano, de la Iglesia y del mundo. “Sólo los hombres eucarísticos podrán transformar el mundo” (Aparecida).

Monday, May 19, 2008

OCÉANO DE AMOR, TRINIDAD SANTA

Océano de Amor, Trinidad Santa,
origen del universo y de la vida,
torrente del Amor en que se anida
la esperanza del hombre que te canta.

Manantial de eternidad participada
que trasciendes el tiempo y el espacio,
corriente de un encuentro regalado
en la vida que de tu seno se derrama.

Contemplar en este día tu Belleza
ansío desde el fondo de mi alma,
la Belleza del Amor que todo calma
y al hombre participa tu grandeza.

Paternal Amor que sin reservas
al Hijo se entrega totalmente,
generando la donación eternamente
fuente de Vida que todo lo conservas.

Amor filial que al Padre restituye
dinámico en su fuente de obediencia
el Amor que recibe en su inmanencia
contemplando el rostro del que fluye.

Amor de Espíritu donado y recibido
dador de vida, santidad del alma,
soplo del ardor que me entusiasma
a caminar en tu Reino renacido.

A Ti la gloria, Amor que todo creas
al que liberas al hombre y lo redimes,
la adoración en el Amor sublime
que santificando todo lo renuevas.

R. Ferreiro

Sunday, May 18, 2008

DIOS ES AMOR, VIDA Y FELICIDAD EN FAMILIA


DIOS ES AMOR, VIDA Y FELICIDAD EN FAMILIA



Santísima Trinidad – A /18 mayo 2008



¡Tanto amó Dios al mundo, que le dio al Hijo Único, para que quien cree en él, no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a él. Para quien cree en él, no hay juicio. En cambio, el que no cree, ya se ha condenado, por el hecho de no creer en el nombre del Hijo único de Dios. Juan 3,16-18


Dios es vida, amor y felicidad en familia, constituida por las tres Personas de la Santísima Trinidad. Y él nos creó por amor para compartir con nosotros la vida, el amor y la felicidad en su eterna Familia Trinitaria.


Poco importa que no podamos comprender ni explicar el misterio de la Trinidad. Lo que sí importa es que podemos, por gracia de Dios, amar, adorar, gozar y tratar a todas y cada una de las tres divinas Personas de la Trinidad, ya en el tiempo y luego por toda la eternidad, pues ellas se abajan a nosotros y habitan en nosotros como en su templo preferido. Jamás podríamos sospechar esta dignación si el mismo Hijo de Dios, hecho carne, no lo hubiera revelado: “Vendremos a él y haremos morada en él”.


Pero las fuerzas del mal, envidiosas del feliz destino trinitario del hombre, hicieron, hacen y harán todo lo posible por apartar a los hijos de Dios del camino que los devuelve a su Familia de origen y destino: la Trinidad.


Fatal e irreparable desgracia sería el ignorar a nuestra Familia eterna, su amor, su gloria y su felicidad infinita, que desea también para nosotros. No podemos vender esa incomparable herencia por un plato de lentejas: los bienes y placeres efímeros temporales, prefiriéndolos al amor de Dios, a los bienes y gozos eternos.


Ante esta fatal posibilidad del hombre, Dios llega al extremo de enviarnos y entregarnos a su Hijo único, para enseñarnos el camino de la vida eterna y a caminar por él, dejando los caminos que nos alejan de nuestra felicísima meta, la Trinidad.


Dios no envió a su Hijo al mundo para castigar a los hombres que le dan la espalda, sino para salvarlos: “No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta a mí y viva”. Pero Jesús no impone la salvación a nadie; solamente la propone: “Para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”.


Pero quien le vuelve la espalda, se aleja de él, y se pone en el camino de perder para siempre las personas y bienes terrenos, a sí mismo y al propio Dios. Mientras que, a quien emprende el camino de la salvación, por arduo que sea, Dios le dará el ciento por uno en cosas, personas y placeres gozados con orden y gratitud al Creador de todo, y los gozará para siempre en la Familia eterna.


Amar a las criaturas de Dios más que a Dios, es idolatría. Es renunciar a la herencia eterna que Dios nos ofrece. Es no creer en el único que puede salvar.


Vale la pena preguntarse en serio y a tiempo, -aunque seamos practicantes, catequistas, religiosos, sacerdotes....: ¿qué o quién es el posible ídolo o ídolos que están desplazando o suplantando a Dios en mi vida, persona y corazón?


Jesús nos indicó muy claro cómo el hombre se hace miembro de la Familia Trinitaria: “Estos son mi madre,mi padre, mis hermanos o hermanas: los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica”. “Quien quiera salvar su vida, la perderá; y quien pierda la vida por mí, la salvará”. Se entiende: quien pretenda salvar la vida por egoísmo, la perderá; pero quien la entregue por amor a Dios y al prójimo, la tiene asegurada para la eternidad. No hay otra alternativa.


Éxodo 34, 4b-6. 8-9


En aquellos días: Moisés subió a la montaña del Sinaí, como el Señor se lo había ordenado, llevando las dos tablas en sus manos. El Señor descendió en la nube, y permaneció allí, junto a él. Moisés invocó el Nombre del Señor. El Señor pasó delante de él y exclamó: «El Señor es un Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad». Moisés cayó de rodillas y se postró, diciendo: «Si realmente me has brindado tu amistad, dígnate, Señor, ir en medio de nosotros. Es verdad que éste es un pueblo obstinado, pero perdona nuestra culpa y nuestro pecado, y conviértenos en tu herencia».


En su camino por el desierto hacia la tierra prometida, el pueblo de Israel promete hacer todo lo que manda el Señor. Pero pronto se olvida de su compromiso y vuelve la espalda a Dios adorando a un ídolo como si fuera su salvador: el becerro de oro, obra de manos humanas, y por tanto muy inferior al mismo hombre.


A pesar de eso, Moisés intercede por el pueblo y Dios decide continuar teniéndolo como su heredad predilecta, y le concede su compasión, clemencia, amor, misericordia, y fidelidad, a pesar de que el pueblo no se lo merece.


Dios no se aleja de nosotros ni nos rechaza, sino que somos nosotros quienes nos podemos alejar de él y rechazarlo sin motivo justificado. Él respeta nuestro rechazo, pero sigue siempre ofreciéndonos su presencia fiel, amorosa y gozosa, a pesar de nuestras idolatrías.


Ante esta inaudita dignación del amor de Dios hacia nosotros, lo único correcto y justo es la adoración, el amor y la gratitud que se transforma en súplica de perdón, sin ceder a la tentación de creer que Dios nos ha abandonado.


La omnipotencia de Dios se manifiesta principalmente en el perdón de los pecados del hombre. Su poder es infinito, como infinito es su amor. ¿Cómo no volvernos siempre a él y buscar en su amistad la herencia eterna por la que suspiramos: Dios mismo?


2 Corintios 13, 11-13


Hermanos: Alégrense, trabajen para alcanzar la perfección, anímense unos a otros, vivan en armonía y en paz. Y entonces, el Dios del amor y de la paz permanecerá con ustedes. Salúdense mutuamente con el beso santo. Todos los hermanos les envían saludos. La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes.


La reflexión sobre la Trinidad y la experiencia trinitaria aparecen pronto en la Iglesia. Y no se trata de una teoría, sino de una realidad viva y esencial para el creyente.


Las tres Personas Divinas, unidas en Trinidad, no son personajes abstractos o lejanos, o un misterio absurdo, sino Personas reales que se experimentan como amor (el Padre), como gracia o don (el Hijo) y como unión (el Espíritu Santo). Están en relación con nosotros, y nos ayudan a vivir una perspectiva superior.


Lo decisivo es creer en Dios Uno y Trino, sentirse amados por él y vivir unidos a él, en una relación personal cercana, tierna, gratificante con cada una de las tres Divinas Personas. No hay experiencia humana que pueda igualarse con esta.


La expresión final de la carta a los corintios ha sido asumida por la liturgia como saludo al inicio de la Eucaristía, y pide la bendición de la Trinidad sobre la asamblea con los dones propios de cada Persona: amor, gracia y comunión.


La vida física se puede perder en cualquier momento. Lo decisivo es ofrecerla con Cristo por la salvación del prójimo y del mundo, como él, ya desde ahora, para que, a través de la muerte física nos lleve a la resurrección, dándonos un cuerpo glorioso como el suyo, capaz de gozar de la Trinidad, nuestra Familia eterna.



Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, May 11, 2008

¡VEN, ESPÍRITU SANTO!


¡VEN, ESPÍRITU SANTO!


Pentecostés, 11-05-2008


Ese mismo día, el primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos por la tarde, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se puso de pie en medio de ellos y les dijo: ¡La paz esté con ustedes! Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor. Jesús les volvió a decir: ¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, así los envío yo también a ustedes. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo: a quienes absuelvan de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos. (Juan. 20,19-23).


Estamos en la era del Espíritu Santo, y sin embargo es el gran desconocido incluso para la mayoría de los mismos católicos, que lo identifican con una paloma, uno de los símbolos usados para representarlo. En el bautismo de Jesús se apareció bajo forma de paloma, y en día de Pentecostés en forma de lenguas de fuego.


Pero son muchos otros los signos que lo representan y nos dan de él una idea más completa: fuego, luz, calor, don, consuelo, huésped, descanso, brisa, viento, gozo, aliento, amor, libertad, paz; y su acción consiste en penetrar, enriquecer, alentar, regar, sanar, lavar, dar calor, guiar, transformar, repartir dones, dar vida, liberar, salvar…


El Espíritu Santo nos invita a cada uno a colaborar con Cristo en la evangelización, catequesis, celebraciones, agradeciendo, ofreciendo sacrificios y alabanzas, dando testimonio, trabajando por la unión, la paz, la justicia, la fraternidad universal, para que se forme “un solo rebaño bajo un solo Pastor”.


Jesús dice a sus discípulos – los cristianos somos sus discípulos también - “Como el Padre me envió a mí, así los envío yo a ustedes”. No se trata una consigna en exclusiva para la jerarquía o el clero, sino que compromete a toda la comunidad, a todo cristiano, por el mero hecho de ser cristiano, nombre que significa eso: “portador de Cristo”,testigo de Cristo resucitado”.


Como les pasó a los discípulos de Jesús, así el miedo y la cobardía marcarán también la actitud de los pastores y de los fieles que no vivan conscientes de que Jesús resucitado está presente con su Espíritu para llenarlos de paz, alegría,fortaleza y seguridad. Él nos asegura: “Estoy con ustedes todos los días”. ¡Inmensa dignación! Sólo hace falta que correspondamos a esa promesa entrañable con el gozoso esfuerzo cotidiano de “estar con él todos los días”.


Ser testigos de Jesús no consiste en sólo repetir sus palabras y su doctrina, sino en imitarlo en sus actitudes y obras, lo cual sólo es posible por la acción del Espíritu Santo en nosotros, como lo afirma san Pablo: “Ni siquiera podemos decir: ‘Jesús es el Señor’ si no es bajo la acción del Espíritu Santo”. Sin su ayuda “nada bueno hay en el hombre, nada saludable”.


A pesar de ser débiles, pecadores y deficientes en todo, Jesús nos encomienda su misma misión confiada a los apóstoles, en un mundo donde imperan las poderosas fuerzas del mal, que nos superan inmensamente. Pero si nos encarga la misma misión que a los apóstoles, también pone a nuestra disposición los mismos dones y carismas que les concedió a ellos. No podemos desperdiciarlos.


Jesús nos envía el Espíritu Santo y viene con él para que produzcamos mucho fruto, asegurado con promesa infalible: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”. Por eso nuestra primera y principal ocupación y preocupación tiene que ser en absoluto la de vivir unidos a Cristo resucitado presente; todo lo demás es relativo, por muy bueno que sea.


Hechos de los Apóstoles 2, 1-11


Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido, como el de una violenta ráfaga de viento, que llenó toda la casa donde estaban, y aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y fueron posándose sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía que se expresaran. Estaban de paso en Jerusalén judíos piadosos, llegados de todas las naciones que hay bajo el cielo. Y entre el gentío que acudió al oír aquel ruido, cada uno los oía hablar en su propia lengua. Todos quedaron muy desconcertados y se decían, llenos de estupor y admiración: "Pero estos ¿no son todos galileos? ¡Y miren cómo hablan! Cada uno de nosotros les oímos hablar en nuestras propias lenguas las maravillas de Dios."


Los discípulos, unidos en torno a la Madre de Jesús, compartían el miedo y el sufrimiento, la oración confiada y la esperanza. Estaban cerrados en el Cenáculo, pero abiertos al Espíritu Santo. Por otra parte, si se hubieran dispersado, no habría sido posible el milagro de Pentecostés.


Y así el milagro se prolonga en las calle y plazas: la gente escucha y se convierte al oírlos hablar con valentía sobre Jesús resucitado. Antes de su pasión el Maestro decía a sus discípulos: “En esto reconocerán son mis discípulos: en que se amen unos a otros”; y oraba por ellos: “Padre, que sean uno, como nosotros somos uno, para que el mundo crea”. Vivían unidos y les creían. ¡Cuánta esterilidad y escándalo por falta de unión en el amor!


La unión en el amor de Cristo es la primera condición –y la primera palabra creíble- de la eficacia salvadora en la evangelización y en la catequesis. La unión con y en Cristo es el lenguaje que todo el mundo entiende.


Grupos, comunidades, catequistas, familias cristianas, clero y laicos, sólo harán creíble el Evangelio si viven esa unión en torno a Cristo resucitado, que sigue enviando su Espíritu a quienes lo desean, lo piden y lo acogen.


El cristiano –clero o laico- unido a Cristo en el Espíritu, “es imposible que no produzca frutos de salvación, como es imposible que el sol no produzca luz y calor” (S. J. Crisóstomo), puesto que lleva en sí al mismo Sol, Cristo resucitado.


1 Corintios 12, 3-7. 12-13


Nadie puede decir: “Jesús es el Señor”, si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.


Parecería que san Pablo exagera al afirmar que por nuestras solas fuerzas no podemos decir: “Jesús es el Señor”. Pero no se refiere a pronunciar esa frase, sino de creer amorosamente que Jesús es el Hijo de Dios, muerto y resucitado, vivo y presente entre nosotros; y eso no es posible sin la ayuda del Espíritu Santo.


Asimismo, sólo es posible por la acción del Espíritu santo el que cada cual asuma con gozo, convicción y gratitud activa sus talentos para cumplir su misión en el mundo, en la Iglesia, en la familia, en el grupo o comunidad, como valiosa aportación a la obra de la liberación y salvación encabezada por Cristo en el Espíritu. Sin envidia, ni rivalidades, ni privilegios, ni indiferencia.


Supliquemos los dones del Espíritu, como hicieron los apóstoles en intensa oración unidos con María, la Madre de Jesús y nuestra, Madre y Reina de los Apóstoles.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, May 04, 2008

42ª Jornada Mundial de las


Comunicaciones Sociales

Hoy se celebra en toda la Iglesia la 42ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, y con tal motivo el Papa Benedicto XVI ha enviado el acostumbrado Mensaje, del cual se extraen a continuación algunos pensamientos orienta-dores en este campo tan decisivo.

La Jornada de este año lleva como lema:

“Los medios: en la encrucijada entre el protagonismo y el servicio.
Buscar la verdad para compartirla”.

1. No existe ámbito de la experiencia humana en el que los medios no se hayan convertido en parte constitutiva de las relaciones interpersonales y de los procesos sociales, económicos, y políticos religiosos. “Los medios de comunicación social, por la potencialidades educativas de que disponen, tienen una responsabilidad especial en la promoción del respeto por la familia, en ilustrar sus esperanzas y derechos, en resaltar su belleza” (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, n. 5, 1 de enero 2007).

2. Sin su aportación sería realmente difícil favorecer y mejorar la comprensión entre las naciones,
dar alcance universal a los diálogos de paz, garantizar al hombre el bien primario de la información, asegurando a la vez la libre circulación del pensamiento, en orden sobre todo a los ideales de solidaridad y justicia social… Sin embargo, existe el riesgo de que hagan lo contrario: que se transformen en sistemas dedicados a someter al hombre a lógicas dictadas por los intereses dominantes del momento… Además, para ampliar la audiencia, a veces no se duda en recurrir a la trasgresión, a la vulgaridad y a la violencia… Puede suceder también que a través de los medios se propongan y sostengan modelos de desarrollo que, en vez de disminuir el abismo tecnológico entre los países pobres y los ricos, lo aumentan.

3. La humanidad se encuentra hoy ante una encrucijada. El progreso ofrece posibilidades inéditas para el bien, pero abre al mismo tiempo enormes posibilidades para el mal, que antes no existían. ¿No se deberían hacer esfuerzos para que los medios permanezcan al servicio de la persona y del bien común, y favorezcan la formación ética del hombre, el crecimiento del hombre interior? Hoy, de manera cada vez más marcada, la comunicación parece tener en ocasiones la pretensión no sólo de representar la realidad…, sino para “crear” los eventos mismos… El impacto de los medios de comunicación en la vida de las personas plantea interrogantes ineludibles y respuestas inaplazables.

4. Cuando la comunicación pierde las raíces éticas y elude el control social, termina por olvidar la centralidad y la dignidad inviolable del ser humano, y corre el riesgo de incidir negativamente sobre su conciencia y sus opciones, condicionando así la libertad y la vida misma de las personas. Precisamente por eso es indispensable que los medios defiendan celosamente a la persona y respeten plenamente su dignidad. Hay quiénes piensan que es necesaria en este ámbito una “info-ética”, así como existe la bio-ética en el campo de la medicina y de la investigación científica sobre la vida.

5. Se ha de evitar que los medios se conviertan en megáfono del materia-lismo económico y del relativismo ético, verdaderas plagas de nuestro tiempo. Por el contrario, pueden y deben contribuir a dar a conocer la verdad sobre el hombre, defendiéndola ante quienes tienden a negarla o destruirla. Se puede decir incluso que la búsqueda y la presentación de la verdad sobre el hombre son la más alta vocación de la comunicación social… Los nuevos medios, en particular la telefonía e Internet, están modificando el rostro mismo de la comunicación, y tal vez ésta es una maravillosa ocasión para rediseñarlo, y “hacer más visibles la líneas esenciales e irrenunciables de la verdad sobre la persona humana”.

6. El hombre tiene sed de verdad, y busca la verdad; así lo demuestran también la atención y el éxito que tienen tantos productos editoriales y programas de ficción con calidad, en los que se reconocen y son adecuadamente representadas la verdad, la belleza y la grandeza de la persona humana, incluyendo su dimensión religiosa. Jesús dijo: “Conocerán la verdad, y la verdad los hará libres”. La verdad que nos hace libres es Cristo, porque sólo él puede responder plenamente a la sed de vida y de amor que existe en el corazón humano.

Invoquemos al Espíritu Santo para que no falten comunicadores valerosos y testigos auténticos de la verdad, que sean fieles al mandato de Cristo y apasionados por el mensajes de la fe.

Benedicto XVI

24 enero 2008, fiesta de san Francisco de Sales

Ascensión: éxito total


Ascensión: éxito total


Ascensión del Señor – A / 4 mayo 2008


Los once discípulos partieron para Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Cuando vieron a Jesús, se postraron ante él, aunque algunos todavía dudaban. Jesús se acercó y les habló así: Me ha sido dada toda autoridad en el Cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia. (Mt 28, 16-20).


En este paso evangélico se presentan tres realidades:


- el pleno dominio de Jesús sobre toda la creación visible e invisible;


- la misión salvadora universal de la Iglesia, encomendada a todos sus miembros, clero y laicos;


- y la presencia del Señor resucitado entre los suyos hasta el fin del mundo, como garantía de la victoria final sobre la enfermedad, el mal y la muerte; victoria en la que nos incluye a nosotros.


Jesús, con la Ascensión, vuelve al Padre, accede a una vida inmensamente superior, y entra en posesión de toda la creación visible e invisible, con el anhelo de compartir su reino con quienes lo siguen. “Donde yo estoy, quiero que estén también ustedes”. “Me voy a prepararles un sitio”. Pero, como “Persona universal” resucitada, también permanece con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, según su promesa infalible. ¡Maravillosa presencia que hemos de vivir y agradecer con gozo, sin cansarnos nunca!


Jesús ha querido asimismo compartir con nosotros su misión evangelizadora y salvadora en favor de la humanidad. Pero la evangelización no es sólo transmitir verdades, doctrinas y dogmas, o sólo repetir los que el Maestro dijo, sino ante todo hacer lo que él hizo y vivir como él vivió: ayudando a los hombres a tener una relación de encuentro amoroso personal con Jesús resucitado y con los hermanos, imitando su forma de vivir, de amar, de trabajar, de sufrir y de morir, para resucitar y ascender definitivamente a la vida plena con él y como él.


Para eso ha nacido, vivido y muerto Jesús: para abrirnos y señalarnos su mismo camino de éxito final, compartiendo con él su misión salvadora a favor de la humanidad. Lo cual está al alcance de todos, aunque exija dedicación y esfuerzo optimista permanente, pero seguros de su promesa: “Yo estoy con ustedes”.


La Resurrección y la Ascensión son dos misterios inasequibles e increíbles desde la perspectiva humana. Son tan maravillosos y desconcertantes, que nos cuesta creerlos como realidades que nos tocan personalmente, pues Cristo las ha ganado también para nosotros. No podemos ignorarlas y perderlas, sino hacer que ocupen nuestra mente y nuestro corazón, relativizando todo lo demás como lo que es: cosas relativas, caducas, de segundo orden.


P. Jesús Alvarez, ssp.