Sunday, July 27, 2008

El Reino de los Cielos

El Reino de los Cielos

Domingo 17º del tiempo ordinario-A / 27-7-8

Mateo 13: 44 - 52

El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel. También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas,y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra. También es semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Habéis entendido todo esto? Dícenle: Sí. Y él les dijo: Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo.

I Reyes 3: 5, 7 - 12

En Gabaón Yahveh se apareció a Salomón en sueños por la noche. Dijo Dios: Pídeme lo que quieras que te dé. Ahora Yahveh mi Dios, tú has hecho rey a tu siervo en lugar de David mi padre, pero yo soy un niño pequeño que no sabe salir ni entrar. Tu siervo está en medio del pueblo que has elegido, pueblo numeroso que no se puede contar ni numerar por su muchedumbre. Concede, pues, a tu siervo, un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal, pues ¿quién será capaz de juzgar a este pueblo tuyo tan grande? Plugo a los ojos del Señor esta súplica de Salomón, y le dijo Dios: Porque has pedido esto y, en vez de pedir para ti larga vida, riquezas, o la muerte de tus enemigos, has pedido discernimiento para saber juzgar, cumplo tu ruego y te doy un corazón sabio e inteligente como no lo hubo antes de ti ni lo habrá después.

Romanos 8: 28 - 30

Por lo demas, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogenito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó.

Sunday, July 20, 2008

TRIGO y CIZAÑA


TRIGO y CIZAÑA


Domingo 16º del tiempo ordinario-A / 20-7-8


Jesús les propuso otra parábola: Aquí tienen una figura del Reino de los Cielos. Un hombre sembró buena semilla en su campo, pero mientras la gente estaba durmiendo, vino su enemigo, sembró malas hierbas en medio del trigo, y se fue. Cuando el trigo creció y empezó a echar espigas, apareció también la maleza. Entonces los trabajadores fueron a decirle al patrón: «Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, viene esa maleza?» Respondió el patrón: «Eso es obra de un enemigo.» Los obreros le preguntaron: «¿Quieres que arranquemos la maleza?» «No -dijo el patrón-, pues al quitar la maleza, podrían arrancar también el trigo. Déjenlos crecer juntos hasta la hora de la cosecha. Entonces diré a los segadores: Corten primero las malas hierbas, hagan fardos y arrójenlos al fuego. Después cosechen el trigo y guárdenlo en mis bodegas.» Jesús les dijo: El que siembra la semilla buena es el Hijo del Hombre. El campo es el mundo. La buena semilla es la gente del Reino. La maleza es la gente del Maligno. El enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. Vean cómo se recoge la maleza y se quema: así sucederá al fin del mundo. El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles; estos recogerán de su Reino todos los escándalos y también los que obraban el mal, y los arrojarán en el horno ardiente. Allí no habrá más que llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. Quien tenga oídos que entienda. Mateo 13, 24-30.


La parábola de hoy intenta enseñarnos que el reino de Dios sigue caminos diferentes a los caminos de los hombres. Dios no elimina sin más a los enemigos, como suelen hacer los humanos. Deja que vivan juntos hasta la siega. Y entonces hará la selección y se quedará con el trigo de la gran cosecha, de la siega victoriosa.


La humanidad vino a la vida como semilla buena. Todo lo que ha salido y sale de las manos de Dios es semilla buena o finalizada al bien. Sin embargo, si echamos una mirada a la situación del mundo hoy, y de siempre, ¡cuánta cizaña sembrada por el enemigo! El mundo corre riesgo incluso de se aniquilado por una guerra que no dejaría ni vencedores ni vencidos.


Las desigualdades atenazan en el hambre más espantosa, hasta causar la muerte, a millones de hijos de Dios, cuando el costo en armas para matar y de lujos sin sentido, bastaría para alimentar y dar una vida digna a todos los habitantes de la tierra.


Cada año millones de tiernas criaturas humanas inocentes, son fríamente eliminadas antes de ver la luz, sencillamente porque resultan incómodas, sin que nadie o casi nadie salga en su defensa. Y otras tantas son exterminadas por la violencia, la guerra, el hambre…


En el campo de la fe, el porcentaje de verdaderos seguidores de Cristo es más bien bajo. La Iglesia, en parte perseguida y fecunda, pero en parte también aburguesada y estéril, de hecho no atiende a un 90 por ciento de sus hijos bautizados, quienes se quedan a merced de mercenarios que los engañan con “doctrinas llamativas y extrañas”.


Sin embargo Jesús nos asegura que, mezclado con la cizaña, crece abundante también el trigo: el reino de los cielos crece con sus valores: vida, verdad, justicia, paz, solidaridad, libertad, alegría de vivir, amor, esperanza, santidad, salvación…, y avanza seguro hacia la fraternidad universal bajo un único Pastor, Cristo resucitado presente, y hacia una sola Familia, la Trinidad. Pues “donde abundó el pecado, sobreabunda la gracia”.


No es fácil distinguir entre la cizaña y el trigo. Mas Jesús nos dice: “Por sus frutos los conocerán”, y por nuestros frutos nos conoceremos. Nadie debe dar por supuesto sin más que ya es buena semilla. Hay que esforzarse con temor y temblor por la propia salvación, por estar unidos a Cristo Resucitado y así ser buena semilla que produzca buenos y abundantes frutos. Él, junto con los suyos, tiene asegurada la victoria sobre los sembradores de cizaña y sobre la misma cizaña. No nos apartemos de él, pues sin él nada podemos hacer.


Pero tampoco podemos condenar a nadie porque nos parezca que es mala semilla, o lo es en realidad, pues para Dios no hay nada imposible: él puede cambiar en buena la mala hierba. Y a nosotros nos toca dar ejemplo, orar y ofrecer para que se dé ese milagro.


Sabiduría 12, 13. 16-19


Fuera de ti, Señor, no hay otro dios que cuide de todos, a quien tengas que probar que tus juicios no son injustos. Porque tu fuerza es el principio de tu justicia, y tu dominio sobre todas las cosas te hace indulgente con todos. Tú muestras tu fuerza cuando alguien no cree en la plenitud de tu poder, y confundes la temeridad de aquellos que la conocen. Pero, como eres dueño absoluto de tu fuerza, juzgas con serenidad y nos gobiernas con gran indulgencia, porque con sólo quererlo puedes ejercer tu poder. Al obrar así, tú enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser amigo de los hombres, y colmaste a tus hijos de una feliz esperanza, porque, después del pecado, das lugar al arrepentimiento.



Los poderosos de este mundo usan el poder de sus riquezas y de su lengua para servirse a sí mismos a costa de los más débiles, a pesar de que ese poder lo recibieron para servir a los mismos que explotan con egoísmo y a menudo con salvaje crueldad.



A este poder temporal perversamente manejado, se opone el poder supremo, absoluto y eterno de Dios, que se funda en el amor, la justicia, la misericordia, la tolerancia...


Dios nunca abusa de su poder en contra de sus criaturas, pues “vio que eran buenas”, salidas de su corazón y de sus manos divinas. Pero sí lo usa para salir a favor de las víctimas del abuso por el poder humano y la ambición; víctimas por cuya debilidad no pueden enfrentarse con los poderosos, que incluso pretenden enfrentarse en vano con el mismo Dios.


Son muchas las víctimas humanas que se han sacrificado en nombre de la patria, del bien común, e incluso de la religión, ¡en nombre del mismo Dios! Pero falsamente.


Dios “ama a todos los seres y no aborrece nada de lo que ha hecho”, por eso la omnipotencia de Dios se manifiesta principalmente en el perdón de los pecados, para que el mismo pecador reconozca en libertad, humildad y gozo el poder infinito del amor de Dios.


Los grandes y pequeños poderes luchan ridículamente por destronar y desterrar a Dios, y en su lugar ponen ídolos a los cuales esclavizan y sacrifican de mil maneras seres humanos. Pero al fin terminan también ellos esclavizados y sacrificados por sus ídolos.


Mientras que quien se acoge al poder amoroso y misericordioso de Dios, será liberado y salvado definitivamente de las garras de los opresores, que recibirán su paga fatal.


Romanos 8, 26-27


Hermanos: El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque no sabemos orar como es debido; pero el Espíritu intercede con gemidos inefables. Y el que sondea los corazones conoce el deseo del Espíritu y sabe que su intercesión en favor de los santos está de acuerdo con la voluntad divina.


Tal vez en las prácticas piadosas y litúrgicas sea donde más y con mayor frecuencia se ofende a Dios es. Y no sólo porque “no sabemos orar como es debido”, sino porque a la oración y celebraciones litúrgicas podemos llevar ídolos que nos impiden el encuentro con Quien desea encontrarse con nosotros y que nos ama más que nadie.


Pensemos en una persona que se dice amiga y que viene a visitarnos, pero nos suelta de memoria un rollo de palabras, mientras mira a todas partes, enreda con objetos que tiene a mano, y no nos presta atención. ¿No es una dura ofensa? ¿No era mejor que no hubiera venido? ¿No nos comportamos lo mismo con Dios en la oración y en la vida?


Para orar bien, tenemos que amar a Aquél a quien oramos. Y el amor a Dios brota en el reconocimiento de sus beneficios inmensos y continuos, y se expresa en una gratitud viva, profunda, permanente, eterna. Sólo el amor agradecido nos hace atentos a Quien amamos.


Si vamos a la oración y a las celebraciones para encontrarnos con Dios en Cristo, y dejarnos encontrar por él, entonces el mismo Espíritu Santo ora con nosotros y en nosotros. Entonces buscaremos con gozo tiempo para la oración y la Eucaristía, porque siempre hay tiempo para quien se ama.


Al empezar cualquier forma de oración, debemos suplicar perdón, pedir al Espíritu Santo que ore en nosotros, pues sin su ayuda no podemos orar bien; y pedirle a la Virgen María que presente a Dios nuestra oración como si fuera suya.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, July 13, 2008

¿QUÉ TERRENO SOMOS?


¿QUÉ TERRENO SOMOS?


Domingo 15º Tiempo Ordinario - A / 13-07-2008


Decía Jesús a la gente: El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino, y se las comieron los pájaros. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde había poca tierra, y brotaron enseguida; pero cuando salió el sol, se quemaron por falta de raíz. Otras cayeron entre zarzas, y éstas, al crecer, las sofocaron. Y otras cayeron en buena tierra y dieron fruto: unas cien, otras sesenta y otras treinta por uno. ¡Quien tenga oídos, que oiga! Mateo 13,1-23


A petición de los discípulos, Jesús les explica esta parábola del sembrador. La semilla es la Palabra de Dios y las personas que la reciben de forma diferente son los diversos tipos de terrenos donde es sembrada.


Quien recibe la Palabra sin entenderla, es como el terreno al borde del camino: el maligno se la roba del corazón árido por el egoísmo, la costumbre y la rutina. Esto sucede a gran número de cristianos que viven una religiosidad de cumplimiento, y comparten los criterios mundanos y la vida ligera de los incrédulos. Viven a espaldas de Dios y de su Palabra, sin compromiso serio con Cristo ni con el prójimo en la vida real de cada día.


El terreno de piedras simboliza a quien recibe la Palabra con alegría, pero no la asimila ni la vive; y ante la primera dificultad, la abandona como cosa sin importancia. Puede representar a tantos que se preparan para la primera comunión y la confirmación, pero sin llegar a una experiencia de Cristo ni de solidaridad con el prójimo, por la falta de ejemplos convincentes de fe y amor a Dios y al prójimo en la vida de los catequistas y de los padres.


El terreno con zarzas representa a quienes escuchan la Palabra de Dios con gusto, pero las preocupaciones materiales, los privilegios, el poder, las riquezas, los criterios de clase y los placeres sofocan la Palabra en sus corazones. Son los que tienen mucho que compartir para ser cristianos de verdad, canjeando las riquezas terrenas por las eternas, para no perderlas definitivamente en el momento menos pensado.


Por fin la tierra buena simboliza a quien escucha la Palabra, la entiende, la asimila, la valora y la vive hasta las últimas consecuencias. Solamente la semilla que echa raíces en el corazón nos hace capaces de producir frutos y afrontar las dificultades inevitables de la vida.


La pregunta se impone: ¿Qué terreno soy yo frente a la Palabra de Dios sembrada en mi corazón de continuo y de mil maneras? La Palabra de Dios nos llega por la Biblia, se escucha en directo en la oración, en la conciencia; se refleja en las personas, en la vida, en la creación, en los acontecimientos. Es Palabra que salva para quien la acoge y la vive. Quien sólo la oye y no la vive, vacía su propia vida de sentido eterno.


Tal vez escuchamos la Palabra de Dios en sus múltiples manifestaciones convencidos de que sólo por escucharlas y gustarnos, ya la cumplimos, o la evadimos aplicándola a los otros. O quizás la escuchamos con entusiasmo, porque nos fascina, pero la dejamos de lado cuando exige esfuerzo y constancia, porque no le vemos mayor utilidad... inmediata. Pero lo ganamos todo si la meditamos, amamos, agradecemos y llevamos a la práctica, como nuestro máximo bien, y así produzca abundante fruto de salvación para nosotros y para muchos otros a través de nosotros.


La Palabra escrita en la Biblia, en la vida, en el prójimo, en la naturaleza y en los acontecimientos, produce vida eterna en cuanto nos lleva al encuentro personal con la Palabra de Dios hecha carne: Cristo Jesús, Verbo, Palabra de Dios, Hijo de Dios, el Salvador que nos habla en vivo y en directo por la Biblia, y está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.


El Padre nos dice que lo escuchemos, pues nos habla continuamente al corazón y a la conciencia: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo”. “Estoy a la puerta y llamo; si alguien me abre, entraré y viviremos juntos”.


El mismo Jesús nos indica cómo ser buena tierra, terreno labrado y abonado, para que no nos resbale su palabra, sino que produzca fruto abundante y seguro: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto” .


Isaías 55, 10-11.


Esto dice el Señor: Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.


La Palabra de Dios no es como nuestras palabras, sino que crea lo que anuncia, y anuncia la salvación a quien la espera y acoge. Es fuente de vida, y no simple sonido que comunica ideas, sentimientos, información, verdades.


La palabra y las palabras del cristiano deben inspirarse en la Palabra de Cristo, sintonizar con ella y reflejarla, en especial la palabra más elocuente y que todo el mundo entiende: la palabra de la propia vida y obras, que son como un evangelio abierto, el único que podrán leer muchos, empezando por el propio hogar.


Cuando el cristiano lo es de verdad –persona unida a Cristo-, es imposible que su vida no “hable” ni actúe en su ambiente, aunque ni él ni los demás se den cuenta. Pues está de por medio la palabra infalible de Jesús: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”. Ahí está el secreto de la eficacia de la palabra, obras y vida del cristiano.


Romanos 8,18-23.


Hermanos: Considero que los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Porque la creación expectante está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios; ella fue sometida a la frustración no por su voluntad, sino por uno que la sometió; pero fue con la esperanza de que la creación misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto. Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo.


San Pablo había estado en el “tercer cielo”, no sabe si “dentro o fuera del cuerpo”, y en base a esa experiencia, exclamó: “Ni ojo vio ni mente humana puede sospechar lo que Dios tiene preparado para quienes lo aman”. Por eso decía también: “Para mí es con mucho lo mejor morirme para estar con Cristo”.


Él habla con conocimiento de causa cuando afirma que los sufrimientos temporales no son nada en comparación con la inmensa gloria y gozo que Dios un día nos concederá en su casa eterna, si pasamos por el mundo haciendo el bien a nuestro alcance.


Esos dolores de parto, por sí solos inútiles e infecundos, Dios los transforma en fecundos dolores que darán a luz, por la resurrección, a un mundo nuevo presidido por Cristo, Rey del Universo; un mundo donde reine la vida y la verdad, la justicia y la paz, el amor y la libertad.


En esa perspectiva tenemos que valorar y aprovechar, ofreciéndolos, nuestros sufrimientos, los de nuestros familiares, los de todos los hombres y los de la creación entera, asociándolos a los de Cristo crucificado, para así abrirnos el camino de la resurrección y de la gloria. Esa es nuestra esperanza segura, anclada en Jesús resucitado, el único que puede y quiere liberarnos del sufrimiento y de la muerte para glorificarnos con él en su reino eterno.


Cristo ha tomado muy en serio nuestra salvación. Nos la desea de todo corazón. Él hizo, hace y hará lo indecible por salvarnos. Tenemos que pedir con insistencia lo mismo que él desea para nosotros y hacer lo imposible para conseguirlo. Así el éxito estará asegurado. Dice san Agustín: “Quien te creó sin ti, no te salvará sin ti”. Dios ha dejado a nuestra elección y a nuestro esfuerzo el éxito eterno que nos ofrece.


Preguntémonos cuál es en realidad nuestra actitud de vida ante la oferta gratuita de salvación por parte de Dios. Deseemos y preparemos en serio “la hora de ser hijos de Dios, la resurrección de nuestro cuerpo”. Y creo que es el mismo santo quien dice: “¿Salvaste a otro? ¡Te has salvado a ti mismo!”


Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, July 06, 2008

FELIZ LA GENTE SENCILLA


FELIZ LA GENTE SENCILLA


Domingo 14º durante el año-A / 6 –7- 2008


En aquella ocasión exclamó Jesús: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, pues así fue de tu agrado. Mi Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquellos a quienes el Hijo se lo quiera dar a conocer. Vengan a mí todos los que andan cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón, y encontrarán descanso. Pues mi yugo es suave y mi carga liviana. (Mt 11, 25-30).


Jesús da gracias al Padre porque la gente sencilla comprende y acoge con fe su mensaje de amor, perdón y salvación, sin objeciones; mientras que los sabios y entendidos en las Escrituras, creyéndose los únicos dueños de la verdad y de toda la verdad, no pueden aceptar la novedad de la enseñanza de Jesús, el Hijo de Dios.


En su autosuficiencia y orgullo no soportan que nadie pueda enseñarles algo. Por eso, al rechazar a Jesús, el único que conoce al Padre, y el único que puede darlo a conocer, siguen con su mente ciega y su corazón endurecido.


A Dios no se le puede conocer por la sola ciencia o la teología. A Dios se lo conoce principalmente por la experiencia y el amor filial, por el trato de amistad de persona a persona con Él mediante la oración y la contemplación. Es un conocimiento vivencial y gozoso. Igual que pasa con las personas: sólo podemos conocerlas de verdad si las amamos y tratamos.


En lenguaje bíblico conocer y amar tienen casi el mismo significado. La inteligencia puede ayudar al conocimiento de Dios y del hombre, si va de la mano del amor, de la sencillez, la humildad, y la ayuda del Espíritu Santo; pero aleja de Dios y del prójimo cuando pretende tener la exclusiva del todo el saber sobre Dios y sobre el hombre.


Jesús no excluye a los sabios; son ellos los que pueden excluirse a sí mismos cerrándose en su limitado saber como si fuera absoluto y único. La fe es una sabiduría superior; es un don de Dios, hecho de amor y creencia a la vez. La fe no se gana ni se merece, sino que se pide, se acoge, se vive y se agradece.


Jesús se alegra de que los sencillos, los pobres, los oprimidos y explotados acojan su mensaje de esperanza, alegría y sentido total de sus vidas y de sus sufrimientos; el mensaje de que Dios los ama a pesar de todo, y por eso ha enviado a su Hijo para redimirlos y ofrecerles el perdón, la resurrección y la vida eterna. En su pobreza y sencillez hay espacio para Dios y para el prójimo, del que tienen el único conocimiento verdadero y profundo: lo conocen como hijo de Dios, el título y la realidad más alta del hombre.


El Maestro les dice que acudan a él en el cansancio y en todo sufrimiento, porque Él los aliviará, dando sentido de esperanza y de vida a su difícil situación. El carga la cruz con sus seguidores, como manso y amoroso compañero de camino, de alegrías y penas.


Jesús pide más que los escribas y fariseos o las autoridades religiosas, que cansan al pueblo con sus doctrinas y leyes enrevesadas que ni ellos cumplen. Jesús da fortaleza, consuelo, seguridad, paz y alegría para que podamos hacer lo que nos pide. Y eso constituye un gran alivio y esperanza en la vida llena de dificultades. Jesús reduce los mandamientos a sólo dos, que incluyen todos los demás: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como El lo ama. En esos amores consiste nuestra felicidad en el tiempo y en la eternidad.


¿Pertenecemos al grupo de los sencillos y humildes que acogen a Jesús y su mensaje en la vida diaria, aunque tengamos ciencia y sepamos teología? Pidamos a Jesús que nos dé a conocer al Padre por la fe y el amor. Y que en Él encontremos nuestra esperanza, el alivio y la alegría entre las dificultades y sufrimientos de la vida.


Zacarías 9, 9-10


Así dice el Señor: Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso, modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica. Destruirá los carros dé Efraín, los caballos de Jerusalén, romperá los arcos guerreros, dictará la paz a las naciones. Dominará de mar a mar, desde el Éufrates hasta los confines de la tierra.


La hija de Sión o de Jerusalén es el pueblo de Israel, al que Zacarías invita a la alegría ante el gozoso y victorioso acontecimiento de salvación protagonizado por el Mesías rey.


Se trata de una victoria lograda, no con tanques, aviones y armas de destrucción masiva, que llevan a la gran derrota de la humanidad, sino con la mansedumbre, la sencillez, el amor, incluso a costa de grandes sufrimientos causados por los poderosos prepotentes.


Con esas armas Jesús resucitado, en unión con sus seguidores, llevarán a cabo un desarme total e implantarán en el mundo el reino global de la paz y la fraternidad universal, presidida por él como rey pastor.


Su poder es insuperable, pero no lo usa para la violencia, la guerra y la destrucción, sino para la vida y la paz. La paz no será nunca fruto del aparato bélico, de la guerra caliente, de la guerra fría, la preventiva, a cual peor.


El establecimiento del reino de paz y fraternidad, será el gran triunfo de Jesús de Nazaret y de sus verdaderos seguidores. Y si queremos gozar de ese triunfo universal, tenemos que ponernos de su parte y con sus mismas armas invencibles: mansedumbre, humildad, sencillez, amor.


¿Las estamos usando ya en el hogar, en el trabajo, en las relaciones? Recordemos que quien quiere hacerse temer, es que teme no saber hacerse amar. Y a quien no ama de verdad, le esperan días muy tristes a consecuencia del egoísmo y la prepotencia. Pero a quien ama de corazón y con las obras, vivirá feliz en el tiempo y en la eternidad.


Romanos 8,9.11-13.


Hermanos: Ustedes no están en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en ustedes. El que no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en ustedes, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús, vivificará también sus cuerpos mortales por el mismo Espíritu que habita en ustedes. Por tanto, estamos en deuda, pero no con la carne para vivir carnalmente. Pues si viven según la carne, van a la muerte; pero si con el Espíritu dan muerte a las obras del cuerpo, vivirán.


En cada uno de nosotros se da una oposición natural entre la carne y el espíritu. Y no es que la carne sea de por sí mala, sino que se vuelve mala cuando sofoca al espíritu; o sea, cuando le dejamos imponer su ley instintiva y egoísta sobre la ley de la libertad del espíritu.


El hombre carnal pone su esperanza de vida en el placer, en el poder y en el tener, mientras que el hombre espiritual pone su esperanza en Dios, fuente del verdadero gozo, de todo poder y de toda riqueza en este mundo y en el reino eterno.


Vivir según la carne es fiarse sólo de los propios recursos, que son también dones de Dios. El nombre carnal es injusto e irracional, y no agradece a Dios todo lo que es, tiene, goza, ama y espera. No acepta a Dios ni sus máximos dones: su gracia y su amistad.


La carne tiende a la muerte, pues ignora la oferta de vida y salvación eterna que Dios ofrece a la persona humana. Y no le queda otra alternativa que la muerte.


Mientras que la persona que vive según el espíritu, en conexión amorosa con el Dios de la vida, del amor, la paz y la alegría, camina segura hacia la vida eterna, logrando así también la resurrección para su cuerpo, gracias al Espíritu de Cristo que vive en el hombre espiritual.


Si vivimos según el Espíritu de Cristo, seremos de Cristo, y su Espíritu nos resucitará. Pero si no tenemos su Espíritu, no somos de los suyos. Fuera de él no hay salvación posible. Elijamos conscientemente, con decisión firme, en gozosa esperanza.


P. Jesús Álvarez, ssp.