Sunday, November 30, 2008

¡QUE NOS ENCUENTRE DESPIERTOS!

¡QUE NOS ENCUENTRE DESPIERTOS!

Domingo 1º de Adviento - B / 30-11-2008.

Decía Jesús a sus discípulos: Estén preparados y vigilantes, porque no saben cuándo será el momento. Cuando un hombre viaja al extranjero, dejando su casa al cuidado de los sirvientes, cada cual con su tarea, al portero le encarga estar vigilante. Lo mismo ustedes: estén vigilantes, ya que no saben cuándo vendrá el dueño de casa: si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo o de madrugada; no sea que llegue de repente y los encuentre dormidos. Lo que les digo a ustedes, se lo digo a todos: estén despiertos. Marcos 13, 33-37.

El Adviento es tiempo especial de tomar más en serio nuestro destino eterno; tiempo de vigilancia, silencio fecundo, oración con gozosa apertura al Mesías que viene y se queda cada día en nosotros, entre nosotros.

El Adviento es tiempo privilegiado para aprender a vivir en continua conversión, despiertos y abiertos a la presencia del Resucitado, compañero de camino, y así prepararnos para el momento inesperado en que nos llame a entrar por la muerte a la resurrección y al paraíso eterno, a recibir el puesto de gloria que tiene preparado para quienes pasan por la vida haciendo el bien.

Vivir despiertos ante Cristo resucitado implica sobre todo vivir abiertos cada día ante las incontables necesidades del prójimo: en el hogar, en el trabajo, grupo, educación, evangelización, comunidad, hospital, cárcel, Iglesia, sociedad, política, medios de comunicación… El día que nos llame nos juzgará sobre la ayuda que le prestamos o negamos en el prójimo necesitado, con quien él se identifica.

Vivir dormidos, es vivir indiferentes ante el sufrimiento humano, hacer sufrir y, peor aun, vivir gozando a costa del dolor ajeno, del inocente, del indefenso, del pobre, del enfermo, del ignorante, del niño desvalido, del anciano.

Que Dios nos libre de ese fatal letargo y nosotros hagamos lo posible para despertarnos de ese nefasto sueño. Nos examinará sobre lo que hicimos mal, pero sobre todo sobre el bien que no hicimos, habiendo podido hacerlo.

Adviento no significa esperar un nuevo nacimiento de Cristo, que nació una sola vez hace más de dos siglos, y hoy se revive o conmemora. No se puede esperar a quien ya vino y está con nosotros, según su explícita promesa: “Estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. No podemos imitar a los judíos que lo siguen esperando, anclados en el Antiguo Testamento.

El objetivo verdadero del Adviento como preparación a la celebración conmemorativa de Navidad y a la última venida gloriosa de Cristo al final de los tiempos, consiste en acogerlo en su venida real y continua a nuestra vida de cada día, e intensificar la unión viva con él, para que “se forme en nosotros” y en nosotros se transparente en las más diversas situaciones y personas.

Así él nos acogerá en su venida al final de nuestros días terrenos y nos tendrá a su derecha en su última venida gloriosa al fin de los tiempos.

Esa venida permanente de Cristo resucitado a nuestra persona y a nuestra vida, él mismo la confirma con su palabra infalible: “Estoy a la puerta y llamo; si alguien me abre, entraré y comeremos juntos”. “Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él”. “Quien me come, vivirá por mí”.

La Eucaristía es el acontecimiento admirable donde se realiza el “adviento” privilegiado, si la vivimos y acogemos de verdad a Cristo en la comunión.

La apertura diaria del Mesías Salvador y la ayuda al prójimo por amor a él, es la que proporciona eficacia salvadora a nuestra vida y a todo lo que vivimos, gozamos, sufrimos y hacemos en su nombre. Es el camino hacia la dichosa y gloriosa Navidad eterna en la Casa del Padre. ¡Que él no permita que la perdamos!

Isaías 63, 16-17. 19; 64, 2-7.

¡Tú, Señor, eres nuestro Padre, «nuestro Redentor» es tu Nombre desde siempre! ¿Por qué, Señor, permites que nos desviemos de tus caminos y se endurezcan nuestros corazones dejando de temerte? ¡Vuelve, por amor a tus servidores y a las tribus de tu herencia! ¡Si rasgaras el cielo y descendieras, las montañas se disolverían delante de ti! Cuando hiciste portentos inesperados, que nadie había escuchado jamás, ningún oído oyó, ningún ojo vio a otro Dios, fuera de ti, que hiciera tales cosas por los que esperan en Él. Tú vas al encuentro de los que practican la justicia y se acuerdan de tus caminos. Tú estás irritado, y nosotros hemos pecado, desde siempre fuimos rebeldes contra ti. Pero Tú, Señor, eres nuestro Padre; nosotros somos la arcilla, y Tú, nuestro alfarero: ¡todos somos la obra de tus manos!

Los israelitas no saben explicarse cómo ellos han llegado a tales extremos ni cómo Dios lo haya consentido y les oculte su rostro, dejándolos a merced de sus pecados. Sin embargo, en medido de tanto sufrimiento, se abre paso la esperanza y la súplica confiada a Dios: reconocen sus culpas, le piden perdón y lo invocan como Padre, tal y como enseñaría Jesús de Nazaret cinco siglos más tarde.

Un padre no puede desear el mal de sus hijos ni permanecer insensible ante su desgracia, por más culpable que sea. Sin embargo, Dios no obliga al hombre a recibir su perdón. Sólo quien lo pide y acoge, puede ser perdonado por él.

Una lección muy actual, pues la gran mayoría de los humanos expulsan a Dios de su vida individual, familiar, social, ¡e incluso religiosa, negándolo con la vida mientras lo proclaman con la palabra o con ritos! Y no solamente lo expulsan, sino que lo culpan neciamente de sus propios males. Así terminan sufriendo las desastrosas consecuencias de los pecados propios ajenos, como vemos día a día.

Sin embargo, la única solución posible está sólo en volverse a Dios, reconociendo la culpa propia y la ajena; pedir perdón, convertirse a él y apelarse a su entrañable ternura de Padre, a su amor. Y suplicar y esperar la intervención divina, que no puede fallar, pues “si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”.

1 Corintios, 1, 3-9.

Hermanos: Llegue a ustedes la gracia y la paz que proceden de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo. No dejo de dar gracias a Dios por ustedes, por la gracia que Él les ha concedido en Cristo Jesús. En efecto, ustedes han sido colmados en Él con toda clase de riquezas, las de la palabra y las del conocimiento, en la medida que el testimonio de Cristo se arraigó en ustedes. Por eso, mientras esperan la Revelación de nuestro Señor Jesucristo, no les falta ningún don de la gracia. Él los mantendrá firmes hasta el fin, para que sean irreprochables en el día de la Venida de nuestro Señor Jesucristo. Porque Dios es fiel, y Él los llamó a vivir en comunión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor.

El panorama que presenta san Pablo es totalmente opuesto al presentado por Isaías. Pablo augura a la comunidad de Corinto "la gracia y la paz" del Padre y del Hijo. La gracia es el don que el Padre hace al mundo y al hombre, al entregarle a su propio Hijo, el Príncipe de la paz; paz que él transmite a quienes lo acogen.

Jesucristo es el compendio viviente de todos los bienes mesiánicos anunciados por los profetas, y abre para el hombre la experiencia de una nueva relación filial con Dios, Padre de Jesús y Padre nuestro. El mismo Jesús nos garantiza: “El amor con que el Padre me ama a mí, los amo yo a ustedes”. ¡Infinita dignación que jamás podríamos imaginar ni podremos agradecer lo suficiente!

Viviendo esta relación filial en comunión con Jesús, que nos prometió estar todos los días con nosotros, él nos “mantendrá firmes e irreprochables hasta su venida”. Dice san Pablo en otro texto: “Sé de quién me he fiado”. Que así sea.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, November 23, 2008

SIN OBRAS DE AMOR, NO HAY SALVACIÓN


SIN OBRAS DE AMOR, NO HAY SALVACIÓN


Fiesta de Cristo Rey – A / 23-11-2008


Dijo Jesús: Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria rodeado de todos sus ángeles, se sentará en el trono de gloria, que es suyo. Todas las naciones serán llevadas a su presencia, y separará a unos de otros, al igual que el pastor separa las ovejas de los chivos. Colocará a las ovejas a su derecha y a los chivos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que están a su derecha: "Vengan, benditos de mi Padre, y tomen posesión del reino que ha sido preparado para ustedes desde el principio del mundo. Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y ustedes me dieron de beber. Fui forastero y ustedes me recibieron en su casa. Anduve sin ropas y me vistieron. Estuve enfermo y fueron a visitarme. Estuve en la cárcel y fueron a verme." Entonces los justos dirán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te recibimos, sin ropa y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?” El Rey responderá: "En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí." Dirá después a los que estén a la izquierda: "¡Malditos, aléjense de mí y vayan al fuego eterno, que ha sido preparado para el diablo y para sus ángeles! Porque tuve hambre y ustedes no me dieron de comer; tuve sed y no me dieron de beber; era forastero y no me recibieron en su casa; estaba sin ropa y no me vistieron; estuve enfermo y encarcelado y no me visitaron." Estos preguntarán también: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, desnudo o forastero, enfermo o encarcelado, y no te ayudamos?" El Rey les responderá: "En verdad les digo: siempre que no lo hicieron con alguno de estos más pequeños, ustedes dejaron de hacérmelo a mí. Y éstos irán a un suplicio eterno, y los buenos a la vida eterna." (Mateo 25,31-46).


A ningún líder religioso se le ha ocurrido jamás pronunciar un discurso como este de Jesús, cuyo tema es su identificación con el prójimo necesitado y débil. Sólo un Dios Amor hecho hombre puede expresarse así. Bastaría esta página para demostrar la divinidad de Jesús y su investidura como Rey eterno del universo visible e invisible.


El reino de Cristo Rey se construye a base de obras de misericordia corporal, moral, afectiva, psicológica, familiar, eclesial, social, espiritual... Todo lo demás, incluidos los sacramentos, sin el “sacramento del amor al prójimo”, no nos dan derecho a entrar en el reino temporal y eterno de Cristo Rey. No se acoge a Cristo en los sacramentos si no se lo acoge con amor en el prójimo.


Al final de esta vida seremos examinados sobre las obras concretas de amor al prójimo. No podemos vivir en la mediocridad, en el egoísmo, en la indiferencia frente al que está necesitado de mil maneras: sería exponernos a la maldición eterna.


Prepararse para la muerte, mejor dicho: para la resurrección y la vida eterna, es prepararse para el encuentro con Cristo Rey glorioso, que nos juzgará sobre el amor y la fe demostrados en obras concretas de misericordia con los necesitados.


Es significativo que Jesús no haga aquí alusión alguna a las prácticas de culto, pues el culto fundamental a Dios es el amor al prójimo expresado en las obras reales de misericordia, sin las cuales todo otro culto resulta estéril, y hasta escandaloso.


Un teólogo dice que ésta es “la página más laica del Evangelio”, “el evangelio de los que no conocen a Dios”, pero que se dedican al bien del prójimo, empezando por la familia y continuando por el amor al pueblo, a la nación, al mundo.


Y son multitud fuera de la Iglesia institucional, que ni siquiera han oído hablar de Cristo, pero son por él reconocidos, los sostiene y los acoge en su reino, gracias a la práctica del “sacramento del prójimo necesitado”. Pero este sacramento, para el cristiano, no excluye, sino que incluye los otros; como tampoco excluye, sino que incluye, el esfuerzo y la consagración a la salvación de los hombres, que es la máxima obra de misericordia.


Ezequiel 34, 11-12. 15-17


Así habla el Señor: ¡Aquí estoy Yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él. Como el pastor se ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado, en un día de nubes y tinieblas. Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las llevaré a descansar -oráculo del Señor-. Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la herida y sanaré a la enferma, pero exterminaré a la que está gorda y robusta. Yo las apacentaré con justicia. En cuanto a ustedes, ovejas de mi rebaño, así habla el Señor: «Yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carneros y chivos».


En la Biblia el pastor evoca a una persona cercana, cariñosa, que ayuda, defiende, cuida, cura, va delante como Rey-Pastor que guía hacia verdades y valores de su reino de vida y verdad, de justicia, de amor y paz. Él nos guía hacia la “tierra prometida”, la vida eterna.


Pero puede haber pastores que se apacientan a sí mismos a costa de las ovejas que les han sido encomendadas. Son más funcionarios que seguidores de Jesús, y más que señalar a Jesús, lo suplantan poniéndose a sí mismos en su lugar. Y son causa de muchos males que sufren las ovejas. Mas la amenaza de Dios contra los malos pastores es terrible: “¡Ay de los pastores que se apacientan a sí mismos!” Pidamos por su conversión.


Sin embargo, no debe embargarnos el desaliento por causa de algún mal pastor, pues Dios mismo en persona se ocupará de su rebaño. Y lo hace directamente por medio de su Hijo, el Buen Pastor, que conoce a sus ovejas y ellas lo conocen a él, que las guía hacia buenos pastos y “da la vida por ellas”, por cada uno de nosotros.


Nuestra fe cristiana no se fundamenta en los pastores humanos, buenos o malos, sino en Cristo Rey y Buen Pastor, que nos asegura: “Yo estoy con ustedes todos los días”, y sólo espera que nosotros queramos estar con él para llevarnos a los buenos pastos de su paz, palabra, de su eucaristía, de su alegría, de la vida eterna. Y además nos dará buenos pastores si los pedimos, los merecemos y agradecemos.


1 Corintios 15, 20-26. 28


Hermanos: Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos. Porque la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y también por medio de un hombre viene la resurrección. En efecto, así como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo, cada uno según el orden que le corresponde: Cristo, el primero de todos; luego, aquellos que estén unidos a Él en el momento de su venida. En seguida vendrá el fin, cuando Cristo entregue el Reino a Dios, el Padre, después de haber aniquilado todo Principado, Dominio y Poder. Porque es necesario que Cristo reine hasta que ponga a todos los enemigos debajo de sus pies. El último enemigo que será vencido es la muerte. Y cuando el universo entero le sea sometido, el mismo Hijo se someterá también a Aquel que le sometió todas las cosas, a fin de que Dios sea todo en todos.


Cristo es el primer resucitado para tomar posesión, como Rey universal, de toda la creación, sometida al pecado y a la muerte. Por su presencia resucitada se hace conductor y protagonista de la historia, y la va orientando misteriosamente hacia su final glorioso, cuando se manifestará abiertamente su triunfo redentor sobre el pecado y la muerte, los peores enemigos del hombre. A este triunfo asociará a todos los que se unan a él.


No sólo el hombre será resucitado, sino también toda la creación, que “está gimiendo con dolores de parto” para dar a luz “un mundo nuevo y una tierra nueva”, “donde Dios será todo en todos”. La resurrección es lo máximo a que puede aspirar el hombre, y el Resucitado la dará a todo el que lo acoja en su vida y persona: “A quienes lo reciban, les dará el ser hijos de Dios”.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, November 16, 2008

ADMINISTRAR SABIAMENTE LA VIDA


ADMINISTRAR SABIAMENTE LA VIDA



Domingo 33º del tiempo ordinario-A / 16 Noviembre de 2008


En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: Escuchen también esto. Un hombre estaba a punto de partir a tierras lejanas, y reunió a sus servidores para confiarles todas sus pertenencias. Al primero le dio cinco talentos de oro, a otro le dio dos, y al tercero solamente uno, a cada cual según su capacidad. Luego se marchó. Después de mucho tiempo, vino el señor de esos servidores, y les pidió cuentas. El que había recibido cinco talentos le presentó otros cinco más, diciéndole: «Señor, tú me entregaste cinco talentos, pero aquí están otros cinco más que gané con ellos». El patrón le contestó: «Muy bien, servidor bueno y honrado; ya que has sido fiel en lo poco, yo te voy a confiar mucho más. Ven a compartir la alegría de tu patrón.» Vino después el que recibió dos, y dijo: «Señor, tú me entregaste dos talentos, pero aquí tienes otros dos más que gané con ellos.» El patrón le dijo: «Muy bien, servidor bueno y honrado; ya que has sido fiel en lo poco, yo te confiaré mucho más. Ven a compartir la alegría de tu patrón». Por último vino el que había recibido un solo talento y dijo: «Señor, yo sabía que eres un hombre exigente, que cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has invertido. Por eso yo tuve miedo y escondí en la tierra tu dinero. Aquí tienes lo que es tuyo.» Pero su patrón le contestó: «¡Servidor malo y perezoso! Si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he invertido, debías haber colocado mi dinero en el banco. A mi regreso yo lo habría recuperado con los intereses. Quítenle, pues, el talento y entréguenselo al que tiene diez. Porque al que produce, se le dará y tendrá en abundancia, pero al que no produce, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese servidor inútil, échenlo a la oscuridad de afuera: allí será el llorar y el rechinar de dientes.» Mateo 25, 14-30.


Dios nos confió cúmulo de dones extraordinarios al crearnos: la vida, el cuerpo y el espíritu, la inteligencia, el corazón, la libertad, la salud, el tiempo, la familia, la fe, la Biblia, los sacramentos, María, la Iglesia, la redención, la creación, la técnica... Todos por él conservados e incrementados con muchos otros dones a través de la existencia bendita.


Todos tenemos una capacidad inmensa para agradecer a Dios tanta bondad haciendo producir esos talentos, para así tener acceso al talento-tesoro incomparable de la gloria eterna en el paraíso. No basta sólo con no hacer el mal, hay que hacer todo el bien posible, usando bien y para bien todo lo que hemos recibido, recibimos y recibiremos.


Malgastar tantos dones de una forma egoísta y necia, ajenos al bien del prójimo y al amor de Dios, es exponerse a perderlos para siempre. Nuestro mayor tesoro es el mismo Cristo resucitado presente en nuestra persona, que da valor eterno a nuestra vida, obras, alegrías, sufrimientos, y nos libra del máximo mal, que es muerte, dándonos la resurrección.


Vale la pena preguntarse qué clase de siervos somos, y tomar, en todo caso, la valiente decisión de aprovechar nuestros talentos prestados por Dios, haciéndolos producir para evitarnos el eterno pesar de haberlos desperdiciado y perdido para siempre.


Los servidores que trabajaron con sus talentos, no sólo le dieron ganancias a su patrón, sino sobre todo ganaron para sí mismos. Además se merecieron las alabanzas y la confianza de su señor, éste los invitó al gozo de su banquete y les confió cargos importantes. ¡Así de espléndido es Dios con nosotros! Para agradecérselo toda la vida y toda la eternidad.


Mientras que el siervo perezoso se pasó de listo, se traicionó a sí mismo, fue despedido y se arruinó. La suya es una actitud suicida, la de quien se limitan a conservar con egoísmo lo que tienen: tiempo, dinero, salud, capacidad de amar y decidir, bienestar etc., sin comprometerse a nada serio en la vida. Suelen ser de los que no hacen ni dejan hacer. Tienen de Dios una idea negativa. Su gran pecado es el de omisión: no hacer producir sus talentos, que prefieren sepultar en la tierra del egoísmo.


Muy claro lo dijo Jesús: “Quien pierde la vida por mí, la ganará; quien la reserva sólo para sí, la perderá”. Es gran sabiduría trabajar con los talentos recibidos, como los siervos diligentes. La condición para producir mucho, también nos la indica Jesús: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto; pero sin mí no pueden hacer nada”. Quien lo rechaza a él, todo lo que haga y tenga pierde su valor eterno y se le quitará para siempre.


Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31.


Una buena ama de casa, ¿quién la encontrará? Es mucho más valiosa que las perlas. El corazón de su marido confía en ella y no le faltará compensación. Ella le hace el bien, y nunca el mal, todos los días de su vida. Se procura la lana y el lino, y trabaja de buena gana con sus manos. Aplica sus manos a la rueca y sus dedos manejan el huso. Abre su mano al desvalido y tiende sus brazos al indigente. Engañoso es el encanto y vana la hermosura: la mujer que teme al Señor merece ser alabada. Entréguenle el fruto de sus manos y que sus obras la alaben públicamente.


El libro de los Proverbios presenta la imagen ideal de la mujer, ama de casa, esposa, madre. No coincide mucho con el ideal de mujer hoy generalizado: hermosa, rica, joven, fácil, que se esclaviza a las apetencias del varón; en fin: sierva o esclava del marido y de los hijos, del dinero, e incluso muchas veces tenida como un “descartable”.


La Biblia, y en especial el Nuevo Testamento, pregonan la igualdad entre el hombre y la mujer. Igualdad en la dignidad humana y en el trato, pero diversidad en funciones, aptitudes, expresiones. No sometimiento, sino complementariedad en la mutua, libre y gozosa dependencia por amor: “Sean esclavos unos de otros por amor”. La esclavitud por amor es libertad, si el amor brota de su fuente: Dios-Amor.


La mujer presentada en esta lectura no es fácil de encontrar hoy, pues se trata de una “perla” no común. Pero no es imposible, como tampoco es imposible que siga habiendo hombres leales que la busquen, la encuentren, la cuiden y amen de verdad.


Así es y debe ser la mujer cristiana auténtica: trabajadora, afable, prudente, ordenada, ardiente y serena; educa a los hijos para la vida y para la paz, para el amor, la libertad y la solidaridad, y además los engendra con su fe y ejemplo para la vida eterna. Tal mujer es corona de su marido, gloria de sus hijos, y digna de toda admiración y aprecio.


Pero el fundamento de todas esas cualidades y virtudes, es el amor y el temor a Dios, que la mueven a ser y obrar de esa forma con los hijos de Dios, y por eso hermanos. Las solas motivaciones humanas se esfuman con facilidad, por estar apoyadas en la arena movediza de intereses caducos, insuficientes, egoístas.


Tesalonicenses 5, 1-6.


Hermanos: En cuanto al tiempo y al momento, no es necesario que les escriba. Ustedes saben perfectamente que el día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche. Cuando la gente afirme que hay paz y seguridad, la destrucción caerá sobre ellos repentinamente, como los dolores del parto sobre una mujer embarazada, y nadie podrá escapar. Pero ustedes, hermanos, no viven en las tinieblas para que ese día los sorprenda como un ladrón: todos ustedes son hijos de la luz, hijos del día. Nosotros no pertenecemos a la noche ni a las tinieblas. No nos durmamos, entonces, como hacen los otros: permanezcamos despiertos y seamos sobrios.


La vida terrena sólo se entiende desde su final en este mundo y desde su principio en el mundo eterno. Es absolutamente necesario comprender y emprender la vida desde esa perspectiva anclada en la eternidad, si no se quiere exponerla a un total fracaso final. Como va hacia fracaso seguro el estudiante que no piensa en los exámenes ni en el objetivo existencial de sus estudios.


Pero hay una diferencia profunda: que no sabemos la fecha ni la hora del examen final de nuestra vida. Ese día es tan incierto como la aparición de un ladrón; y por eso es gran sabiduría estar en permanente preparación y vigilancia.


¿Estamos en verdad haciendo producir los talentos recibidos para bien de la familia, la Iglesia, la sociedad, el mundo, según el querer de Dios, que nos los dio? En eso consiste la preparación y la vigilancia. Que la pregunta sea sincera, sin miedo a encontrarnos deficientes, sino con la valentía y el optimismo para dejar de serlo. Nos va en ello la eternidad feliz. Seamos de verdad hijos de la luz, hijos del Dios de la luz.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, November 09, 2008

EL TEMPLO, CASA DE ORACIÓN


EL TEMPLO, CASA DE ORACIÓN


Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán / 09-11-2008


En aquel tiempo se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quiten esto de aquí: no conviertan en un mercado la casa de mi Padre”. Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.» Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: “¿Qué signos nos muestras para obrar así?” Jesús contestó: “Destruyan este templo, y en tres días yo lo levantaré”. Los judíos replicaron: “Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?” Pero él hablaba del templo de su cuerpo. (Juan 2,13-22).


La Basílica de San Juan de Letrán es la basílica del Papa y la madre de todas las iglesias o templos católicos del mundo. En el evangelio de hoy Jesús nos invita a purificar nuestra concepción y uso de los templos.


El templo es un lugar privilegiado para el encuentro de Dios con el hombre y del hombre con Dios; donde el hombre puede darle culto, y hablar serenamente con él, en cuanto individuo y cocomuidad. En ese diálogo con la Trinidad el hombre encuentra el sentido real de su existencia temporal y su destino eterno, y a la vez el valor de la relación con prójimo y con toda la creación. Por eso todas las culturas han tenido y tienen siempre sus templos.


Los judíos habían pervertido el destino, sentido y uso del templo, convirtiéndolo en un mercado de animales para los sacrificios. Y hoy se repite en muchos templos parecida situación escandalosa: pretexto para negocios de toda clase alrededor y dentro de las iglesias, y también como ámbito donde se da más importancia a la supervivencia del clero que al culto de Dios y a la santificación del hombre.


Los templos y sus fiestas se han convertido muchas veces en pretexto para fiestas paganas y negocios comerciales, incluido el turismo, que atraen a un contingente de personas muy superior a los que acuden al templo para adorar a Dios “en espíritu y en verdad” y abrirse a los caminos de la salvación.


Por otro lado, un alto porcentaje acude al templo para cumplir, por costumbre, y reducen así las celebraciones sagradas a ritos vacíos, por la ausencia de amor a Dios y al prójimo, con lo cual el rito sagrado se queda en ritualismo supersticioso o pietismo, que no influye para nada en la vida, obras y relaciones de cada día.


“¿Para eso van tanto a la iglesia?”, suele oírse. Por ese escándalo muchos no van a la iglesia, pues si gran parte de los que van no son mejores que los demás, e incluso son peores, ¿para que sirve ir?


Ya en el Antiguo Testamento Dios se lamentaba: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. Con lo cual Dios declara que el culto sin amor a él y al prójimo, no le agrada en absoluto, sino que le ofende, por ser una perversión de lo sagrado, una indignante hipocresía. ¡Vale la pena verificar sinceramente, ya, si pertenecemos o no al grupo del “cumplo-y-miento”!


El cuerpo de Jesús es el verdadero templo de la Trinidad, y desafía a los judíos a que destruyan su cuerpo, y él lo resucitará glorioso, para hacerse templo universal. Desde su resurrección, ya no se adora a Dios sólo en los templos materiales, sino sobre todo en “espíritu y en verdad”, dentro y fuera de los templos, que sólo son lugares para “encontrarnos con quien nos ama”.


A semejanza del cuerpo de Jesús, también el cuerpo humano, la persona, es “templo de la Trinidad”. Por eso toda persona merece el máximo respeto, empezando por sí mismo. ¡Grandiosa dignidad del hombre, tantas veces conculcada en la propia persona y en la de los demás! ¿Nos valoramos de verdad?


Ezequiel 47,1-2. 8-9. 12.


En aquellos días, el ángel me hizo volver a la puerta del templo; por debajo del umbral del templo manaba agua hacia Levante -el templo miraba a Levante-, el agua iba bajando por el lado derecho del templo, al mediodía del altar. Me hizo salir por la puerta del Norte y me dirigió por fuera a la puerta exterior que mira a Levante; el agua iba corriendo por el lado derecho. Me dijo: "Estas aguas corren a la comarca de Levante, bajarán hasta el Arabá y desembocarán en el mar, el de las aguas pútridas, y lo sanearán. Todos los seres vivos que bullan allí donde desemboque la corriente, tendrán vida, y habrá peces en abundancia; al desembocar allí estas aguas quedará saneado el mar y habrá vida dondequiera que llegue la corriente. A la vera del río, en sus dos riberas, crecerán toda clase de frutales; no se marchitarán sus hojas ni sus frutos se acabarán; darán cosecha nueva cada luna, porque los riegan aguas que manan del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales".


Esta visión del profeta Ezequiel simboliza la gracia purificadora y vivificadora de Dios que sale de su templo, y hoy la fuerza salvífica brota del sacrificio y banquete eucarístico. Pues desde la Eucaristía Cristo crucificado y resucitado irradia su poder misericordioso y salvador hacia los cuatro puntos cardinales.


Y nosotros estamos invitados a compartir con Él el sacrificio y banquete eucarístico y la salvación de la humanidad, ofreciéndonos junto con Él al Padre por la conversión y salvación nuestra, de los nuestros y de toda la humanidad.


Una vez más: acojamos con gozo la invitación del Resucitado a compartir su Sacerdocio Supremo a favor de la humanidad ejerciendo nuestro sacerdocio bautismal: orar y ofrecer sacrificios, en especial la Eucaristía, por la salvación de los otros, que es la única forma de asegurarnos la nuestra.


1ª Corintios 3, 9-13. 16-17


Hermanos: Ustedes son edificio de Dios. Conforme al don que Dios me ha dado, yo como hábil arquitecto coloqué el cimiento, otro levanta el edificio. Mire cada uno cómo construye. ¿No saben que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: ese templo son ustedes.


Nuestra persona es construcción, templo de Dios, y el fundamento puesto en el bautismo, es Cristo. Sólo él es la piedra angular del templo de nuestra persona.


Cada cual puede edificar sobre ese fundamento, pero también, por desgracia, puede rechazar la piedra angular, Cristo Resucitado, y destruirse sobre el altar de los ídolos del placer, del dinero, del poder, del egoísmo.


Y también podemos construir o destruir los templos que son los otros. Y los otros pueden ayudarnos a construir o hacerse cómplices de la destrucción del templo de nuestra persona. Por eso san Pablo nos da una estremecedora advertencia: Quien destruya el templo de Dios, será por Dios destruido. No dejemos caer en el vacío esta grave y saludable advertencia, pues están en juego nuestra salvación o nuestra destrucción.


Usemos el templo de piedra, el templo persona de Cristo, el templo del hogar, el templo que es nuestra persona y la de los otros para lo que son: lugares del encuentro salvífico con el Resucitado y con los hermanos.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, November 02, 2008

QUIEN HA MUERTO, ESTÁ VIVO


QUIEN HA MUERTO, ESTÁ VIVO


Conmemoración De los fieles difuntos /2-11-2008


El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado. Ellas encontraron removida la piedra del sepulcro y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes. Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que Él les decía cuando aún estaba en Galilea: “Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día”». Y las mujeres recordaron sus palabras. Lucas 24, 1-85.


La resurrección de Jesús y la resurrección de los muertos, junto con el amor de Dios para cada uno de nosotros, son las verdades que fundamentan nuestra fe cristiana; de tal modo que quien no cree en esas tres verdades inseparables, no tiene fe cristiana, por más que crea en todas las otras verdades.


San Pablo lo afirma rotundamente: “Si Cristo no hubiera resucitado, si nosotros no vamos a resucitar, vana es nuestra fe, nuestra predicación, y seguiríamos en nuestros pecados”. Nuestra fe sería una simple superstición sin sentido ni valor.


“Si el amor infinito de Dios por nosotros fuera sólo para la vida terrena, seríamos los más desgraciados de los hombres”, pues todo el contenido de nuestra fe y de nuestra esperanza sería una fatal mentira.


Es cierto que la resurrección es una verdad nada fácil de creer, y a los mismos apóstoles les costó mucho aceptarla, porque cae fuera de la experiencia y de nuestras categorías. Pero la fe es un don de Dios que hay que pedir y cultivar, sobre todo en la oración, en la que nos encontramos con el mismo Jesús resucitado en persona, con la Virgen María resucitada, con los santos resucitados, con los ángeles, con nuestros difuntos resucitados…


Decía san Agustín: “Aquellos que nos han dejado, no están ausentes, sino invisibles. Tienen sus ojos llenos de gloria, fijos en los nuestros, llenos de lágrimas”. Nacemos, vivimos y fallecemos para la vida, no para la muerte.


Los difuntos no están muertos, sino vivos. Jesús afirma: “Quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá”. La muerte no es el final de la vida, sino el principio de la vida sin final. No busquemos a nuestros muertos en el cementerio: allí sólo están sus restos mortales, que terminan siendo polvo de la tierra.


Avanzamos hacia el mismo triunfo pascual y glorioso de Jesús muerto y resucitado. A la hora de la muerte, el mismo Jesús “nos dará un cuerpo glorioso como el suyo”, como afirma san Pablo. Y como le dijo Jesús al ladrón crucificado con él, y que le suplicaba se acordara de él en su reino: “Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”. No hay que esperar al fin del mundo para resucitar.


Como era necesario que Cristo pasara por el sufrimiento y la muerte para resucitar, así nosotros pasaremos por la enfermedad, la agonía y la muerte para resucitar como él.


Por tanto, no es cristiano pensar en la muerte sin pensar en la resurrección. El pensamiento de la resurrección nos dará fortaleza en el sufrimiento y en la misma muerte, como fue para nuestro Salvador.


Pero hemos de pedir cada día, con insistencia incansable, que Dios nos dé fortaleza, fe, amor y esperanza, como se la dio a Jesús en el Huerto de los Olivos, en el camino del Calvario y en la crucifixión, justo porque tenía presente la resurrección que le esperaba a él y a nosotros. Que le digamos con fe, como Jesús: “En tus manos, Padre, encomiendo mi vida”. Y lo mismo hemos de suplicar para los nuestros.


Apocalipsis 21, 1-7


Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe más. Vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo. Y oí una voz potente que decía desde el trono: «Ésta es la morada de Dios entre los hombres: Él habitará con ellos, ellos serán su pueblo, y el mismo Dios será con ellos su propio Dios. Él secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó». Y el que estaba sentado en el trono dijo: «Yo hago nuevas todas las cosas. Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Al que tiene sed, Yo le daré de beber gratuitamente de la fuente del agua de la Vida. El vencedor heredará estas cosas, y Yo seré su Dios y él será mi hijo».


En el último día de nuestra existencia terrena, el firmamento, la tierra, el mar y todo lo material desaparecerá de nuestros ojos como por encanto, y nos encontraremos con una nueva y maravillosa realidad eterna.


Entonces, en la nueva Jerusalén celestial, Dios morará con nosotros y nosotros con Dios, quien “secará todas las lágrimas, y no habrá ya más muerte, ni llanto, ni dolor, ni lamento, porque todo lo de antes pasó”.


Y a los que tienen sed de justicia, de paz, de bien, de amor y felicidad, Cristo les “dará de beber gratuitamente de la fuente del agua de la vida”. Al que venza con él por estar unido a él, heredará y gozará todas las maravillas del universo visible e invisible, y será de verdad hijo de Dios, quien lo envolverá en la infinita ternura y felicidad de la Trinidad. Para siempre.


Por tanto, no hemos de lamentarnos por la muerte de nuestros seres queridos, ni reclamarle a Dios por habérselos llevado –eran y son hijos suyos-, sino agradecerle porque nos los ha dado y porque los llama a la vida feliz con él, la que soñaron toda su vida, sin conseguirla aquí abajo.


Lo que procede es la oración y el sufrimiento reparador a favor de ellos, y a la vez esforzarnos por mantener el camino que lleva a donde ellos están ya gozando.


1 Corintios 15, 20-23


Hermanos: Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos. Porque la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y también por medio de un hombre viene la resurrección. En efecto, así como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo, cada uno según el orden que le corresponde: Cristo, el primero de todos, luego, aquéllos que estén unidos a Él en el momento de su Venida.


La muerte vino al mundo por culpa del hombre, mientras que la resurrección nos ha venido por el Hijo de Dios hecho hombre.


Muchos, incluso cristianos, viven en el pesimismo con el presentimiento de que todo y todos caminamos hacia la muerte, mientras que la fe verdadera nos asegura que caminamos hacia la vida. Porque la muerte y resurrección de Jesús nos han hecho más fuertes que la muerte: “La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, sino que se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal , adquirimos una mansión eterna”.


La muerte, el último y peor enemigo del hombre, ha sido destruida por la resurrección de Cristo. La última palabra sobre nosotros es la resurrección, no la muerte. Nuestro Salvador nos está preparando un puesto en el banquete eterno. Vivamos y obremos de tal manera que no lo perdamos por negligencia.


P. Jesús Álvarez, ssp.