Sunday, May 31, 2009

¡VEN, ESPÍRITU SANTO!


¡VEN, ESPÍRITU SANTO!


Pentecostés, 31-05-2009


Ese mismo día, el primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos por la tarde, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se puso de pie en medio de ellos y les dijo: ¡La paz esté con ustedes! Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor. Jesús les volvió a decir: ¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, así los envío yo también a ustedes. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo: a quienes absuelvan de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos. (Juan. 20,19-23).

Hoy es el cumpleaños de nuestra Madre la Iglesia, que nació el día de Pentecostés por obra del Espíritu Santo, como Jesús había nacido de María.


El Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad, es quien hizo surgir toda la creación y la conserva en vida. No es una simple paloma, figura bajo la que se apareció en el bautismo de Jesús; el día de Pentecostés se manifestó también en forma de llamas de fuego y viento fuerte.


Son muchos otros los signos que representan al Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, y nos dan una idea más apropiada de él: vida, fuego, luz, calor, agua, don, consuelo, dulce huésped, descanso, brisa, viento, gozo, aliento, fortaleza, amor, libertad, paz; y su misión es dar vida, crear, enriquecer, alentar, regar, sanar, lavar, guiar, transformar, liberar, repartir dones, salvar, resucitar…


Jesús dice a sus discípulos –los cristianos somos sus discípulos también- “Como el Padre me envió a mí, así los envío yo a ustedes”. No se trata una consigna en exclusiva para la jerarquía o el clero, sino que compromete a toda la comunidad, a todo cristiano, por el mero hecho de ser cristiano, nombre que significa “portador de Cristo”, “testigo de Cristo resucitado”.


Como el miedo y la cobardía “encerró” a los discípulos de Jesús, así los pastores y los fieles que no crean que Cristo resucitado está presente en medio de ellos con su Espíritu para llenarlos de paz, alegría, fortaleza y seguridad, caerán en la inutilidad y el escándalo. Jesús nos garantiza: “Estoy con ustedes todos los días”. ¡Inmensa dignación! Sólo hace falta que correspondamos a esa promesa entrañable con el gozoso esfuerzo cotidiano de “estar con él todos los días”.


Ser testigos de Jesús no consiste sólo en repetir sus palabras y su doctrina, sino en imitarlo en sus actitudes y obras, acogerlo en la vida, darlo a conocer; lo cual sólo es posible por la acción del Espíritu Santo en nosotros, como lo afirma san Pablo: “Ni siquiera podemos decir: ‘Jesús es el Señor’ si no es bajo la acción del Espíritu Santo”. “Quien no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo”. Sin su ayuda “nada bueno hay en el hombre, nada saludable”.


A pesar de ser débiles, pecadores y deficientes, Jesús nos encomienda su misma misión que había confiado a los apóstoles, en un mundo donde imperan las poderosas fuerzas del mal, que nos superan con mucho. Pero si nos encarga la misma misión que a los apóstoles, también pone a nuestra disposición los dones y carismas necesarios para realizarla, como lo hizo con ellos.


Jesús nos envía el Espíritu Santo y viene con él para que produzcamos mucho fruto, asegurado con promesa infalible: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”. Por eso nuestra primera y principal ocupación y preocupación tiene que ser en absoluto la de vivir unidos a Cristo resucitado presente; todo lo demás es relativo, por muy bueno que sea.


San Pablo nos asegura la meta y el premio: “El mismo que resucitó a Jesús de entre los muertos, vivificará también sus cuerpos mortales por obra de su Espíritu que habita en ustedes”. Ése es nuestro glorioso destino.


Hechos 2, 1-11


Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido, como el de una violenta ráfaga de viento, que llenó toda la casa donde estaban, y aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y fueron posándose sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía que se expresaran. Estaban de paso en Jerusalén judíos piadosos, llegados de todas las naciones que hay bajo el cielo. Y entre el gentío que acudió al oír aquel ruido, cada uno los oía hablar en su propia lengua. Todos quedaron muy desconcertados y se decían, llenos de estupor y admiración: "Pero estos ¿no son todos galileos? ¡Y miren cómo hablan! Cada uno de nosotros les oímos hablar en nuestras propias lenguas las maravillas de Dios."

Los discípulos, unidos en torno a la Madre de Jesús, compartían el miedo y el sufrimiento, la oración confiada y la esperanza. Estaban cerrados en el Cenáculo, pero abiertos al Espíritu Santo. Por otra parte, si se hubieran dispersado, no habría sido posible el milagro extraordinario de Pentecostés. Luego el milagro se prolonga en las calles y plazas: la gente escucha y se convierte al oír a los apóstoles hablar con valentía de Cristo resucitado.


Antes de la pasión Jesús decía a sus discípulos: “En esto reconocerán que son mis discípulos: en que se amen unos a otros”; y oraba por ellos: “Padre, que sean uno, como tú y yo somos uno, para que el mundo crea”. Vivían unidos y les creían. ¡Cuánta esterilidad y escándalo por falta de unión en el amor!


La unión en el amor de Cristo es la primera condición –y la primera palabra creíble- para la eficacia salvadora en la evangelización y en la catequesis. La unión con y en Cristo es la palabra que todo el mundo entiende.


Grupos, comunidades, catequistas, familias cristianas, clero y laicos, sólo harán creíble el Evangelio si viven esa unión en torno a Cristo resucitado, que sigue enviando su Espíritu a quienes lo desean, lo piden y lo acogen.


El cristiano –clero o laico- unido a Cristo en el Espíritu, “es imposible que no produzca frutos de salvación, como es imposible que el sol no produzca luz y calor” (S. J. Crisóstomo), puesto que lleva en sí al mismo Sol, Cristo resucitado.


1 Corintios 12, 3-7. 12-13


Nadie puede decir: “Jesús es el Señor”, si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.


Parecería que san Pablo exagera al afirmar que por nosotros solos ni siquiera podemos decir: “Jesús es el Señor”. Pero no se refiere a pronunciar la frase, sino a creer amorosamente que Jesús es el Hijo de Dios, muerto y resucitado, vivo y presente entre nosotros. Esa fe no es posible sin la ayuda del Espíritu Santo.


Asimismo, sólo es posible por la acción del Espíritu Santo el que cada cual asuma con gozo, convicción y gratitud activa sus talentos para cumplir su misión en el mundo, en la Iglesia, en la familia, en el grupo o comunidad, como valiosa aportación a la obra de la liberación y salvación encabezada por Cristo en el Espíritu, para “hacer un solo rebaño bajo un solo Pastor”.


Supliquemos los dones del Espíritu, como hicieron los apóstoles en intensa oración unidos con María, la Madre de Jesús y nuestra, Madre y Reina de los Apóstoles.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, May 24, 2009

TODOS LLAMADOS A EVANGELIZAR


TODOS LLAMADOS A EVANGELIZAR



Ascensión del Señor B / 24 mayo 2009



En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se niegue a creer, se condenará. Estas señales acompañarán a los que crean: en mi Nombre echarán demonios y hablarán nuevas lenguas; tomarán con sus manos serpientes y, si beben algún veneno, no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y quedarán sanos». Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos, por su parte, salieron a predicar en todos los lugares. El Señor actuaba con ellos y confirmaba su mensaje con los milagros que lo acompañaban. (Marcos. 16,15-20).

Las Ascensión nos atestigua que Jesús ha vencido todo lo que amenaza la vida humana: el dolor, el odio, la guerra, la muerte, que no son la palabra definitiva sobre el hombre. Esos males desaparecerán totalmente, con la resurrección, para quien pasa por la vida haciendo el bien, a imitación de Cristo.

“Subir al cielo” equivale al éxito total y final de la existencia; éxito que nos mereció Jesús con su encarnación, vida, pasión, muerte y resurrección; éxito que equivale a un salto inaudito en calidad de vida para mejor.

En el testamento de Jesús el día de la Ascensión, nos dejó una consigna inaplazable para todos sus discípulos de ayer, de hoy y de siempre: compartir, en unión con Él, su misión de evangelizar a todas las gentes, mediante la oración, el sufrimiento ofrecido, el ejemplo, la palabra, la acción y con todos los medios a nuestro alcance. Evangelizar a “todas las gentes” empieza por nosotros mismos, por el hogar, el trabajo, el centro de estudios, la política...

Alcanzamos a todo el mundo de manera especial con la celebración eucarística, que hace posible compartir con Cristo su acción salvadora universal: “Sangre ofrecida por todos los hombres”. Él nos garantiza: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”, aunque no sepamos dónde, ni cómo, ni cuándo ni a quién llega la acción salvífica que Cristo realiza con nosotros y mediante nosotros.

Por otra parte, estaba reservada a nuestros tiempos, a nosotros, la extraordinaria posibilidad de realizar al pie de la letra el mandato de Jesús: "Vayan por todo el mundo a predicar el Evangelio", pues a través de los medios de comunicación social (cuya Jornada Mundial celebramos hoy) es posible llevar la Palabra salvadora de Dios a los rincones más remotos y oscuros del mundo.

Esos medios, que la Iglesia llama “admirables”, maravillosos, ofrecen a Cristo y a su mensaje nuevos púlpitos y templos, nuevos areópagos; nuevas y rapidísimas autopistas de luz para la Luz del mundo, para sus pies de luz, que por ellas avanzan a la velocidad de la luz hacia todo el orbe.

Y Juan Pablo II decía a los obispos de todo el mundo en Río de Janeiro: “Una de vuestras prioridades debe ser incrementar la presencia de la Iglesia y su mensaje en los medios de masas”. Y él ha dado ejemplo de lo que pedía.

Jesús no se encarnó, trabajó, predicó, sufrió, murió y resucitó sólo para transmitirnos una doctrina o una moral, sino ante todo para enseñarnos una forma de vivir, de amar, de obrar y de morir, y para acompañarnos todos los días de nuestra vida en camino a la Casa de nuestro Padre y nuestro Padre.

Esa es nuestra esperanza infalible fundada en la piedra angular y roca firme: Cristo resucitado. Esperanza de una “tierra nueva” donde reine la paz y la justicia, la verdad y la libertad, el amor, el deleite y la alegría siempre nueva y sin fin; y de un “cielo nuevo” donde no habrá más llanto ni dolor.



P. Jesús Álvarez, ssp.



Mensaje del Papa para la XLIII Jornada Mundial de las comunicaciones sociales 2009.



Mensaje para la 43 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales


Nuevas tecnologías digitales, generación digital, ciberespacio, cultura del respeto, del diálogo, de la amistad, de la comunicación interpersonal y mundial, son realidades que nos estimulan y entusiasman a los apóstoles de la comunicación, y a todos los cristianos.



24 de mayo de 2009.



Queridos hermanos y hermanas:

Ante la proximidad de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, me es grato dirigirme a ustedes para exponerles algunas de mis reflexiones sobre el tema elegido este año: Nuevas tecnologías, nuevas relaciones. Promover una cultura de respeto, de diálogo y amistad. En efecto, las nuevas tecnologías digitales están provocando hondas transformaciones en los modelos de comunicación y en las relaciones humanas.

Estos cambios resaltan más aún entre los jóvenes que han crecido en estrecho contacto con estas nuevas técnicas de comunicación y que, por tanto, se sienten a gusto en el mundo digital, que resulta sin embargo menos familiar a muchos de nosotros, adultos, que hemos debido empezar a entenderlo y apreciar las oportunidades que ofrece para la comunicación.

En el mensaje de este año, pienso particularmente en quienes forman parte de la llamada generación digital. Quisiera compartir con ellos algunas ideas sobre el extraordinario potencial de las nuevas tecnologías, cuando se usan para favorecer la comprensión y la solidaridad humana. Estas tecnologías son un verdadero don para la humanidad y por ello debemos hacer que sus ventajas se pongan al servicio de todos los seres humanos y de todas las comunidades, sobre todo de los más necesitados y vulnerables.

El fácil acceso a celulares y computadoras, unido a la dimensión global y a la presencia capilar de Internet, han multiplicado los medios para enviar instantáneamente palabras e imágenes a grandes distancias y hasta los lugares más remotos del mundo. Esta posibilidad era impensable para las precedentes generaciones. Los jóvenes especialmente se han dado cuenta del enorme potencial de los nuevos medios para facilitar la conexión, la comunicación y la comprensión entre las personas y las comunidades, y los utilizan para estar en contacto con sus amigos, para encontrar nuevas amistades, para crear comunidades y redes, para buscar información y noticias, para compartir sus ideas y opiniones.

De esta nueva cultura de comunicación se derivan muchos beneficios: las familias pueden permanecer en contacto aunque sus miembros estén muy lejos unos de otros; los estudiantes e investigadores tienen acceso más fácil e inmediato a documentos, fuentes y descubrimientos científicos, y pueden así trabajar en equipo desde diversos lugares; además, la naturaleza interactiva de los nuevos medios facilita formas más dinámicas de aprendizaje y de comunicación que contribuyen al progreso social.

Este anhelo de comunicación y amistad tiene su raíz en nuestra propia naturaleza humana y no puede comprenderse adecuadamente sólo como una respuesta a las innovaciones tecnológicas. A la luz del mensaje bíblico, ha de entenderse como reflejo de nuestra participación en el amor comunicativo y unificador de Dios, que quiere hacer de toda la humanidad una sola familia. Cuando sentimos la necesidad de acercarnos a otras personas, cuando deseamos conocerlas mejor y darnos a conocer, estamos respondiendo a la llamada divina, una llamada que está grabada en nuestra naturaleza de seres creados a imagen y semejanza de Dios, el Dios de la comunicación y de la comunión.

El deseo de estar en contacto y el instinto de comunicación, que parecen darse por descontados en la cultura contemporánea, son en el fondo manifestaciones modernas de la tendencia fundamental y constante del ser humano a ir más allá de sí mismo para entrar en relación con los demás. En realidad, cuando nos abrimos a los demás, realizamos una de nuestras más profundas aspiraciones y nos hacemos más plenamente humanos.

En efecto, amar es aquello para lo que hemos sido concebidos por el Creador. Naturalmente, no hablo de relaciones pasajeras y superficiales; hablo del verdadero amor, que es el centro de la enseñanza moral de Jesús:
"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas", y "amarás a tu prójimo como a ti mismo" (cf. Marcos 12, 30-31). Con esta luz, al reflexionar sobre el significado de las nuevas tecnologías, es importante considerar no sólo su indudable capacidad de favorecer el contacto entre las personas, sino también la calidad de los contenidos que se deben poner en circulación. Deseo animar a todas las personas de buena voluntad, y que trabajan en el mundo emergente de la comunicación digital, para que se comprome-tan a promover una cultura de respeto, diálogo y amistad.

Las nuevas tecnologías han abierto también caminos para el diálogo entre personas de diversos países, culturas y religiones. El nuevo espacio digital, llamado ciberespacio, permite encontrarse y conocer los valores y tradiciones de otros. El diálogo debe estar basado en una búsqueda sincera y recíproca de la verdad, para potenciar el desarrollo en la comprensión y la tolerancia. La vida no es una simple sucesión de hechos y experiencias; es más bien la búsqueda de la verdad, del bien, de la belleza. A dichos fines se encaminan nuestras decisiones y el ejercicio de nuestra libertad, y en ellos —la verdad, el bien y la belleza— encontramos felicidad y alegría.

El concepto de amistad ha tenido un nuevo auge en el vocabulario de las redes sociales digitales que han surgido en los últimos años. Este concepto es una de las más nobles conquistas de la cultura humana. En nuestras amistades, y a través de ellas, crecemos y nos desarrollamos como seres humanos. Pero cuando el deseo de conexión virtual se convierte en obsesivo, la consecuencia es que la persona se aísla, interrumpiendo su interacción social real. Esto termina por alterar también los ritmos de reposo, de silencio y de reflexión necesarios para un sano desarrollo humano.

La amistad es un gran bien para las personas, pero se vaciaría de sentido si fuese considerado como un fin en sí mismo. Los amigos deben sostenerse y animarse mutuamente para desarrollar sus capacidades y talentos, y para poner éstos al servicio de la comunidad humana. En este contexto es alentador ver surgir nuevas redes digitales que tratan de promover la solidaridad humana, la paz y la justicia, los derechos humanos, el respeto por la vida y el bien de la creación.

Estas redes pueden facilitar formas de cooperación entre pueblos de diversos contextos geográficos y culturales, permitiéndoles profundizar en la humanidad común y en el sentido de corresponsabilidad para el bien de todos. Pero sería un grave daño para el futuro de la humanidad si los nuevos instrumentos de comunicación, que permiten compartir saber e información de modo más veloz y eficaz, no fueran accesibles a quienes ya están social y económicamente marginados, o si contribuyeran tan sólo a acrecentar la distancia que separa a los pobres de las nuevas redes que se desarrollan al servicio de la información y la socialización humana.

Quisiera concluir este mensaje dirigiéndome de manera especial a los jóvenes católicos, para exhortarlos a llevar al mundo digital el testimonio de su fe. Amigos, siéntanse comprometidos a sembrar en la cultura de este nuevo ambiente comunicativo e informativo los valores sobre los que se apoya vuestra vida. En los primeros tiempos de la Iglesia, los Apóstoles y sus discípulos llevaron la Buena Noticia de Jesús al mundo grecorromano. Así como entonces la evangelización, para dar fruto, tuvo necesidad de una atenta comprensión de la cultura y de las costumbres de aquellos pueblos paganos, con el fin de tocar su mente y su corazón, así también ahora el anuncio de Cristo en el mundo de las nuevas tecnologías requiere conocer éstas en profundidad para usarlas después de manera adecuada.


A ustedes, jóvenes, que casi espontáneamente os sentís en sintonía con estos nuevos medios de comunicación, os corresponde de manera particular la tarea de evangelizar este "continente digital". Háganse cargo con entusiasmo del anuncio del Evangelio a sus coetáneos. Ustedes conocen sus temores y sus esperanzas, sus entusiasmos y sus desilusiones. El don más valioso que les pueden ofrecer es compartir con ellos la "buena noticia"
de un Dios que se hizo hombre, padeció, murió y resucitó para salvar a la humanidad.

El corazón humano anhela un mundo en el que reine el amor, donde los bienes sean compartidos, donde se edifique la unidad, donde la libertad encuentre su propio sentido en la verdad y donde la identidad de cada uno se logre en una comunión respetuosa. La fe puede dar respuesta a estas aspiraciones: ¡sean sus mensajeros! El Papa está junto a ustedes con su oración y con su bendición.



Vaticano, 24 de enero 2009, Fiesta de San Francisco de Sales.


Sunday, May 17, 2009

LA FELICIDAD DE SABERSE AMADOS, AMADOS POR DIOS


LA FELICIDAD DE SABERSE AMADOS,


AMADOS POR DIOS


Domingo 6º de Pascua - B / 17-5-2009.


En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Como el Padre me amó, así también los amo yo a ustedes: permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo he cumplido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho todas estas cosas para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea completa. Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos, y son ustedes mis amigos, si cumplen lo que les mando. Ya no les llamo servidores, porque un servidor no sabe lo que hace su patrón. Los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre. Ustedes no me eligieron a mí; he sido yo quien los eligió a ustedes y los preparé para que vayan y den fruto, y ese fruto permanezca. Así es como el Padre les concederá todo lo que le pidan en mi Nombre. Ámense los unos a los otros: esto es lo que les mando. Juan. 15, 9-17.


Quien tiene una idea de Dios como un ser indiferente, frío, anciano hosco, lejano allá arriba, amenazador, vengativo, no tiene la menor idea de lo que Dios es. Quien nos ha presentado al Dios verdadero es Jesús, el mismo Hijo de Dios: Dios Padre, cercano, lleno de ternura y misericordia infinita.


En Dios-Amor tienen su fuente todas las verdaderas alegrías y placeres de que es capaz la persona humana y los mismos ángeles. “Les he dicho estas cosas, para que mi alegría esté con ustedes y esa alegría sea completa”.


Esta alegría desbordante e inmensa del Dios-Amor-Alegría-Libertad-Gozo, la disfrutan quienes creen en Él como Padre amoroso y le corresponden con amor.


El mundo del lujo, del placer y del poder hacen pasar por amor cualquier cosa, incluido el egoísmo más mezquino. No sospechan lo que es amar y ser amados con el amor verdadero que sólo brota de su fuente: Dios-Padre-Amor.


El amor cristiano es el mismo amor con que el Padre ama a Cristo y con el que Cristo ama al Padre; con ese amor somos amados: “Como el Padre me ama a mí, así los amo yo a ustedes… Ámense unos a otros como yo los amo”.


El amor que Jesús nos tiene a nosotros y al Padre, lo llevó a realizar a la letra su enseñanza: “Nadie tiene un amor tan grande como el que da la vida por los que ama”. Ejemplos de este amor se dan día a día, pero no son tema de publicidad rentable como los gestos de amor sin amor, las palabras de amor sin amor, las relaciones de amor sin amor...


A nosotros también el Padre nos eligió para compartir con Cristo ese “amor más grande”, que se hace realidad ofreciendo cada día al Padre, con Jesús y como Jesús, el trabajo, las alegrías, los sufrimientos, la agonía y la muerte por la salvación de los hombres, y en primer lugar por nuestros familiares y personas queridas. Entregar así la vida por amor es la única manera de salvar la vida para siempre: “Quien entrega la vida por mí y por el Evangelio, la salvará; quien quiera salvar la vida (por egoísmo), la perderá”.


Este amor cristiano –imitación del amor de Cristo- nos lleva al éxito pleno de nuestra existencia terrena y es el único “pase” válido para acceder por la muerte a la resurrección y a la gloria eterna.


Amor, libertad, felicidad y sufrimiento son compañeros inseparables en esta vida terrena; pero en la eterna sólo quedarán el amor hecho libertad, felicidad y placer inmenso sin fin. Es el fruto más grande de nuestra vida, fruto eterno.


La gracia más grande después de la vida, es la de entregar la vida por amor a Dios y al prójimo, la mejor manera de salvarla para siempre. Pidamos a diario esa gracia sublime. ¡Felices quienes así lo creen, viven, piden y esperan, pues así les sucederá!


Hechos 10, 25-26. 34-36. 43-48.

Cuando Pedro entró a la casa del centurión Cornelio, éste fue a su encuentro y se postró a sus pies. Pero Pedro lo hizo levantar, diciéndole: «Levántate, porque yo no soy más que un hombre». Después Pedro agregó: «Verdaderamente, comprendo que Dios no hace acepción de personas, y que en cualquier nación, todo el que lo teme y practica la justicia es agradable a Él. Él envió su Palabra al pueblo de Israel, anunciándoles la Buena Noticia de la paz por medio de Jesucristo, que es el Señor de todos. Todos los profetas dan testimonio de Él, declarando que los que creen en Él reciben el perdón de los pecados, en virtud de su Nombre». Mientras Pedro estaba hablando, el Espíritu Santo descendió sobre todos los que escuchaban la Palabra. Los fieles de origen judío que habían venido con Pedro quedaron maravillados al ver que el Espíritu Santo era derramado también sobre los paganos. En efecto, los oían hablar diversas lenguas y proclamar la grandeza de Dios. Pedro dijo: «¿Acaso se puede negar el agua del bautismo a los que recibieron el Espíritu Santo como nosotros?» Y ordenó que fueran bautizados en el nombre del Señor Jesucristo.


La mayoría de los judíos creían que Dios era sólo para ellos. Y los apóstoles seguían con esa mentalidad cerrada, a pesar de que conocían a paganos que acogieron la salvación de Jesús: Los reyes magos, Jairo, cuya hija resucitó Jesús, los samaritanos…


Y ahora Pedro constata cómo el Espíritu Santo desciende sobre la familia del pagano Cornelio antes de ser bautizados, y cómo todos acogen la salvación de Jesús.


Dios no se limita a la Iglesia ni a los sacramentos para salvar a los hombres. Pero la Iglesia y sus sacramentos son la plenitud de la salvación, que, una vez conocidos, serán deseados por quienes crean en Cristo, como sucedió con la familia de Cornelio.


No da lo mismo una religión que otra, sino que todos los hijos de Dios son iguales ante la salvación ofrecida por Cristo, pero que muchos no conocen y no la pueden desear. Por eso él mismo ordena: “Vayan y evangelicen a todos los pueblos”, lo que equivale a: “llévenles la plenitud de la salvación”. Él mismo afirmó: “Tengo otras ovejas que no son de este corral”.


Son multitud los paganos y miembros de otras religiones que creen en Dios y “lo adoran en espíritu y en verdad”. Dios ha escrito su Palabra en sus corazones, y ellos la cumplen haciendo el bien, obrando la verdad, la justicia, la paz, la libertad, defendiendo la dignidad de la persona... Y están abiertos a la plenitud de la salvación de Cristo, si hay quiénes se la lleven por la evangelización.


1 Juan 4, 7-10.

Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de Él. Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados.


“Dios es amor”. Esa es la mejor y más breve definición de Dios. El amor es comunicación, experiencia de entrega mutua. El amor es el valor esencial de la fe cristiana. Pero nadie sabe lo que es el amor hasta que ama; y nadie puede conocer a Dios sin experiencia de amor, porque “Dios es Amor” y fuente de todo amor.


Sólo se conoce Dios mediante el “conocimiento amoroso, agradecido”, el trato filial, confiado. Este conocimiento es un don que no pueden dar los libros: hay que pedirlo y acogerlo. Los libros, la catequesis, la predicación, sólo pueden favorecer el amor, pero no darlo.


El amor a Dios se manifiesta en el amor al prójimo, puesto que si amamos a Dios amaremos lo que él ama. El Padre nos ama como hijos, con el mismo amor con que ama a su Hijo Jesús, al que nos entregó por amor para darnos la vida eterna. El gesto más genuino de amor es la gratitud permanente por sus inmensos beneficios. Por la gratitud amamos a Dios.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, May 10, 2009

LA VID Y LOS SARMIENTOS - (Publicación 200)


LA VID Y LOS SARMIENTOS


Domingo 5º Pascua - B / 10 mayo 2009


En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador. Toda rama mía que no da fruto, la corta. Y toda rama que da fruto, la limpia para que dé más fruto. Ustedes ya están limpios gracias a la palabra que les he anunciado; pero permanezcan en mí como yo en ustedes. Una rama no puede producir fruto por sí misma si no permanece unida a la vid; tampoco ustedes pueden producir fruto si no permanecen en mí. Yo soy la vid y ustedes las ramas. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto; pero sin mí, no pueden hacer nada. El que no permanece en mí, cae al suelo y se seca; como a las ramas, que las amontonan, se echan al fuego y se queman. Mientras ustedes permanezcan en mí y mis palabras permanezcan en ustedes, pidan lo que quieran y lo conseguirán”. Juan. 15,1-8

No podemos dejar de repetir y repetirnos: cristiano es sólo quien vive unido a Cristo Resucitado presente en su vida. Sólo de él puede recibir la savia de la vida eterna, tano para sí como para otros. La rama sólo vive en la vid y de la vid.

La unión con Jesús Vida se realiza mediante el amor a él y al prójimo; y se expresa en la gratitud sincera por sus beneficios, de los cuales los máximos son la vida, la fe, el perdón, la Eucaristía, la Palabra de Dios, la resurrección y la gloria eterna, por los cuales merece todo nuestro amor eterno.

Quien vive al margen del amor, de espaldas a Dios-Amor-Vida y al prójimo, -que es imagen e hijo de Dios-, vive cortado de la Vid viva, Cristo. Y no puede menos de secarse en el suelo de la muerte, ya en este mundo, como la rama cortada de la vid, o como el arroyo cortado de su fuente. “Sin mí no pueden hacer nada”.

Vivir en Cristo, ser cristiano, es mucho más que cumplir todas las prácticas de piedad, dar o recibir catequesis, asistir a reuniones bíblicas... Todo eso es bueno si nos lleva a lo esencial: la unión efectiva y afectiva con el Resucitado y con el prójimo necesitado. Sólo unidos a Cristo Vida, podemos tener vida abundante que traduzca nuestra fe en obras y frutos de amor que vivifica y salva. Pero “si no tengo amor, nada soy”, dice san Pablo (1 Corintios 13,3)

“El Padre corta toda rama mía que no da fruto”. Seria advertencia de Jesús a sus seguidores y pastores –ramas suyas- que no produzcan frutos de salvación por falta de unión con él: dicen y no hacen, escuchan la Palabra de Dios y no la viven, comen el “Pan eucarístico” y no "comulgan" con Cristo en el prójimo necesitado. Sarmientos cortados y secos, destinados al fuego. ¡Dios nos libre de tal desgracia!

Es también una seria y amorosa advertencia para la misma institución eclesial: parroquias, comunidades, seminarios, colegios, hogares cristianos, que tal vez dedican lo mejor de sus esfuerzos y recursos a “otras cosas”, y sólo una pequeña parte a la evangelización, que es su razón de ser en la Iglesia y en el mundo. ¿Urge tal vez una poda dolorosa, un replanteamiento?

"Pero a quien produce fruto, el Padre lo limpia para que produzca más fruto". Es una respuesta al misterio del sufrimiento: El Padre acude para convertir la limpieza dolorosa en frutos abundantes de salvación y de vida eterna para nosotros y para muchos otros, unidos a la Vid, Cristo. “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”. "Quien desee ser mi discípulo, tome su cruz cada día y me siga", camino de la resurrección y de la vida eterna. “Quien me come, vivirá por mí”, es la otra grande y consoladora promesa de Jesús para quienes lo reciben con fe y amor.

La vida en Cristo –vida cristiana verdadera- se fundamenta su Palabra, en la Eucaristía y en el amor al prójimo, con quien él se identifica. Y la poda del Padre da eficacia salvadora a nuestras obras, a nuestros sufrimientos, a nuestra vida, a nuestra oración: “Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran, y lo conseguirán”.


Hechos 9, 26-31.

En aquellos días, cuando Saulo llegó a Jerusalén, trató de unirse a los discípulos, pero todos le tenían desconfianza, porque no creían que también él fuera un verdadero discípulo. Entonces Bernabé, haciéndose cargo de él, lo llevó hasta donde se encontraban los Apóstoles, y les contó en qué forma Saulo había visto al Señor en el camino, cómo le había hablado, y con cuánta valentía había predicado en Damasco en el nombre de Jesús. Desde ese momento, empezó a convivir con los discípulos en Jerusalén y predicaba decididamente en el nombre del Señor. Hablaba también con los judíos de lengua griega y discutía con ellos, pero estos tramaban su muerte. Sus hermanos, al enterarse, lo condujeron a Cesarea y de allí lo enviaron a Tarso. La Iglesia, entre tanto, gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba consolidando, vivía en el temor del Señor y crecía en número, asistida por el Espíritu Santo.

Pablo llega a Jerusalén para confrontar su Evangelio con el de los Apóstoles. Pero su fama de perseguidor de la Iglesia le cierra las puertas, hasta que Bernabé les narra la conversión de Pablo y su valentía en anunciar el Evangelio.

Pablo estaba seguro de haber recibido su Evangelio de Jesús resucitado en persona; pero quiso que los mismos testigos de Jesús lo verificaran, mas ellos no le añadieron ni quitaron nada. Y se sumó sin más a los predicadores de Jerusalén.

Sorprendente: Pablo es acogido por sus antiguos enemigos –los cristianos-, pero sus antiguos amigos –los judíos– deciden matarlo, como a Esteban, cuya muerte Pablo había aprobado. Mas ahora él toma las veces de Esteban, y habría corrido la misma suerte si sus antiguos enemigos no le hubieran salvado la vida.

Suele haber pastores que ejercen un estricto control sobre las iniciativas evangelizadoras, como si hubiera que ajustarse más a sus criterios que a los del Evangelio. Es justo informar a la jerarquía sobre las iniciativas apostólicas, pero es necesario obedecer al Espíritu antes que a los jerarcas, si estos se cierran abiertamente al Espíritu cuando éste actúa con autonomía renovadora.

Los verdaderos evangelizadores no encuentran sólo la oposición de los poderes políticos, sino también, a veces, de ciertos “poderes” eclesiásticos.


Juan 3, 18-24.

Hijitos míos, no amemos con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad. En esto conoceremos que somos de la verdad, y estaremos tranquilos delante de Dios, aunque nuestra conciencia nos reproche algo, porque Dios es más grande que nuestra conciencia y conoce todas las cosas. Queridos míos, si nuestro corazón no nos hace ningún reproche, podemos acercarnos a Dios con plena confianza, y Él nos concederá todo cuanto le pidamos, porque cumplimos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Su mandamiento es éste: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos los unos a los otros como él nos ordenó. El que cumple sus mandamientos permanece en Dios, y Dios permanece en él; y sabemos que Él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado.

¡Cuántas personas se atormentan rumiando sus pecados, incapaces de perdonarse y de creer en el perdón de Dios, de pedírselo y acogerlo con gratitud y voluntad de conversión!

Esa es una gran tentación, que se ha de vencer procurando la paz y la alegría, la oración y el perdón a los demás: “Perdonen y serán perdonados”; pidiendo perdón sinceramente: “Pidan y recibirán”; amando al prójimo con obras concretas: “El amor cubre multitud de pecados”; recurriendo al sacramento del perdón: “A quienes les perdonen, serán perdonados”; proponiéndose una lucha leal por salir de pecado y volverse a Dios: “Si ustedes se vuelven a mí, yo me volveré a ustedes”. “Cuanto mayor es el pecador, más derecho tiene a mi misericordia” (Señor de la Misericordia)


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, May 03, 2009

EL BUEN PASTOR Y LOS ASALARIADOS



EL BUEN PASTOR Y LOS ASALARIADOS


Domingo 4º de Pascua-B / El Buen Pastor / 3-5-2009.

En aquel tiempo Jesús dijo a los fariseos: “Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. No así el asalariado, que no es el pastor ni las ovejas son suyas. El asalariado, cuando ve venir al lobo, huye abandonando las ovejas, y el lobo las agarra y las dispersa. A él sólo le interesa su salario y no le importan las ovejas. Yo soy el Buen Pastor y conozco a los míos como los míos me conocen a mí, lo mismo que el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Y yo doy mi vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no son de este corral. A esas también las llamaré; escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño con un solo pastor. El Padre me ama porque yo doy mi vida para retomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que yo mismo la entrego. En mis manos está el entregarla y el recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre.” Juan. 10,11-18.

Jesús se declara como el Buen Pastor, modelo de todos los pastores: el Papa, los obispos, sacerdotes, diáconos, catequistas, agentes de pastoral, misioneros, comunicadores, profesores, padres y madres, superiores y superioras de comunidades, y todo cristiano que de alguna manera tenga influencia sobre otras personas, empezando por el hogar.

El cristiano o discípulo de Cristo, si quiere serlo de verdad, debe colaborar en la misión del Buen Pastor. Cada cual ha de saber quiénes son o pueden ser sus ovejas, por las cuales orar, sufrir, vivir y morir, como el mismo Jesús hace por cada uno de nosotros: “Como Cristo dio la vida por nosotros, así nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos" (Juan 3, 16). “Quien entrege su vida, la ganará; quien se la reserve, la perderá”.

Y pueden ser ovejas que incluso que no pertenecen a la Iglesia de Cristo, como Él afirma: “Tengo otras ovejas que no son de este redil”, y quiere atraerlas, también con nuestra colaboración generosa y amorosa, que alcanza su máxima eficacia en la Eucaristía.

Baste pensar en tantísimas personas de otros corrales que el Buen Pastor guía a la salvación a través de los medios de comunicación social, usados para la evangelización y el pastoreo, y para implantar reino de Dios en este mundo. Y muchos otros caminos.

En esta relación salvífica, los frutos de salvación no son resultado directo de ningún cargo, título, proyecto, obra, saber, sino de la unión efectiva y efectiva con el Buen Pastor, Cristo Jesús, como Él mismo declaró: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto; pero sin mí no pueden hacer nada” (Juan 15, 5). Es ésta la condición insustituible, la que más debe preocuparnos y ocuparnos, si queremos ser buenos cristianos y buenos pastores, “pescadores de hombres”, sembradores de vocaciones para pastores. Y así asegurar nuestra salvación.

Puede haber Papas, obispos, sacerdotes, misioneros, catequistas, padres, etc., cuyo objetivo principal de su vida no es la salvación del prójimo, sino lucrarse, ocupar puestos de prestigio, dominar, pasarlo bien a costa de las “ovejas”, como mezquinos mercenarios a los que no les importa el rebaño. Los peores enemigos de la Iglesia están dentro de ella. Dios nos libre de pertenecer a ese grupo de bandidos y salteadores.

Pero son multitud los que entregaron y entregan su tiempo, su trabajo, su salud, su vida por la salvación de los hombres, empezando por su familia, tanto desde altos cargos religiosos o políticos, como desde la vida sencilla de sacerdotes, religiosos-as, obreros, campesinos...

En esta Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, recordemos que la misión de buen pastor es la vocación esencial de todos los cristianos. Conocer a Cristo y vivir unidos a él, nos asegura la eficacia salvadora de la vida, de la oración, del trabajo, del ejemplo, de la palabra, de las alegrías, como colaboración con la obra creadora y salvadora de Dios; ofreciedo, ya desde ahora, la enfermedad, la agonía y la muerte con la misma intención y actitud del Buen Pastor: “Dar la vida por las ovejas”, sabiendo que “no hay amor más grande que dar la vida por los que se ama”, para recobrarla con plenitud de felicidad eterna, y poder decir con Jesús: “El Padre me ama, porque doy la vida por mis ovejas”.



Presentamos un resumen de textos relevantes del espléndido Mensaje del Papa referido a la Jornada de hoy.



MENSAJE DEL PAPA PARA LA XLVI JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES.

3 mayo 2009 – 4º Domingo de Pascua.

Venerados Hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,
Queridos hermanos y hermanas.

Me es grato invitar a todo el pueblo de Dios a reflexionar sobre el tema: La confianza en la iniciativa de Dios y la respuesta humana. Resuena constantemente en la Iglesia la exhortación de Jesús a sus discípulos: «Rueguen al dueño de la mies, que envíe obreros a su mies» (Mateo 9, 38). ¡Rueguen! La apremiante invitación del Señor subraya cómo la oración por las vocaciones ha de ser ininterrumpida y confiada. De hecho, la comunidad cristiana, sólo si efectivamente está animada por la oración, puede «tener mayor fe y esperanza en la iniciativa divina» (Exhort. ap. postsinodal Sacramentum caritatis, 26).

La vocación al sacerdocio y a la vida consagrada constituye un especial don divino, que se sitúa en el amplio proyecto de amor y de salvación que Dios tiene para cada hombre y la humanidad entera.

El divino Maestro llamó personalmente a los Apóstoles «para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar, con poder para expulsar demonios» (Marcos 3,14-15); ellos, a su vez, se asociaron con otros discípulos, fieles colaboradores en el ministerio misionero. Y así, respondiendo a la llamada del Señor y dóciles a la acción del Espíritu Santo, una multitud innumerable de presbíteros y de personas consagradas, a lo largo de los siglos, se ha entregado completamente en la Iglesia al servicio del Evangelio.

Nuestro primer deber ha de ser por tanto mantener viva, con oración incesante, esa invocación de la iniciativa divina en las familias y en las parroquias, en los movimientos y en las asociaciones entregadas al apostolado, en las comunidades religiosas y en todas las estructuras de la vida diocesana.

Tenemos que rezar para que en todo el pueblo cristiano crezca la confianza en Dios, convencido de que el «dueño de la mies» no deja de pedir a algunos que entreguen libremente su existencia para colaborar más estrechamente con Él en la obra de la salvación. Y por parte de cuantos están llamados, se requiere escucha atenta y prudente discernimiento, adhesión generosa y dócil al designio divino, profundización seria en lo que es propio de la vocación sacerdotal y religiosa para corresponder a ella de manera responsable y convencida.

Contemplando el misterio eucarístico, que expresa de manera sublime el don que libremente ha hecho el Padre en la Persona del Hijo Unigénito para la salvación de los hombres, y la plena y dócil disponibilidad de Cristo hasta beber plenamente el «cáliz» de la voluntad de Dios (cf. Mateo 26, 39), comprendemos mejor cómo «la confianza en la iniciativa de Dios» modela y da valor a la «respuesta humana». En la Eucaristía, don perfecto que realiza el proyecto de amor para la redención del mundo, Jesús se inmola libremente para la salvación de la humanidad.

Los presbíteros, que precisamente en Cristo eucarístico pueden contemplar el modelo eximio de un «diálogo vocacional» entre la libre iniciativa del Padre y la respuesta confiada de Cristo, están destinados a perpetuar ese misterio salvífico a lo largo de los siglos, hasta el retorno glorioso del Señor.

En la celebración eucarística es el mismo Cristo el que actúa en quienes Él ha escogido como ministros suyos; los sostiene para que su respuesta se desarrolle en una dimensión de confianza y de gratitud que despeje todos los temores, incluso cuando aparece más fuerte la experiencia de la propia flaqueza (cf. Romanos 8, 26-30), o se hace más duro el contexto de incomprensión o incluso de persecución (cf. Romanos 8, 35-39).

El convencimiento de estar salvados por el amor de Cristo, que cada Santa Misa alimenta a los creyentes y especialmente a los sacerdotes, no puede dejar de suscitar en ellos un confiado abandono en Cristo que ha dado la vida por nosotros. Por tanto, creer en el Señor y aceptar su don, comporta fiarse de Él con agradecimiento, adhiriéndose a su proyecto salvífico. Si esto sucede, «la persona llamada» lo abandona todo gustosamente y acude a la escuela del divino Maestro; comienza entonces un fecundo diálogo entre Dios y el hombre, un misterioso encuentro entre el amor del Señor que llama y la libertad del hombre que le responde en el amor.

Ese engarce de amor entre la iniciativa divina y la respuesta humana se presenta también, de manera admirable, en la vocación a la vida consagrada. El Concilio Vaticano II recuerda: «Los consejos evangélicos de castidad consagrada a Dios, pobreza y obediencia tienen su fundamento en las palabras y el ejemplo del Señor. Recomendados por los Apóstoles, por los Padres de la Iglesia, los doctores y pastores, son un don de Dios, que la Iglesia recibió de su Señor y que con su gracia conserva siempre» (Lumen gentium, 43). Una vez más, Jesús es el modelo ejemplar de adhesión total y confiada a la voluntad del Padre, al que toda persona consagrada ha de mirar. Atraídos por Él, desde los primeros siglos del cristianismo, muchos hombres y mujeres han abandonado familia, posesiones, riquezas materiales y todo lo que es humanamente deseable, para seguir generosamente a Cristo y vivir sin ataduras su Evangelio, que se ha convertido para ellos en escuela de santidad radical.

Sin abdicar en ningún momento de la responsabilidad personal, la respuesta libre del hombre a Dios se transforma así en «corresponsabilidad», en responsabilidad en y con Cristo, en virtud de la acción de su Espíritu Santo; se convierte en comunión con quien nos hace capaces de dar fruto abundante (cf. Juan 15, 5).

Emblemática respuesta humana, llena de confianza en la iniciativa de Dios, es el «Amén» generoso y total de la Virgen de Nazaret, pronunciado con humilde y decidida adhesión a los designios del Altísimo, que le fueron comunicados por un mensajero celestial (cf. Lucas 1, 38). Su «sí» inmediato le permitió convertirse en la Madre de Dios, la Madre de nuestro Salvador. María, después de aquel primer «fiat», que tantas otras veces tuvo que repetir, hasta el momento culminante de la crucifixión de Jesús, cuando «estaba junto a la cruz», como señala el evangelista Juan, siendo copartícipe del dolor atroz de su Hijo inocente. Y precisamente desde la cruz, Jesús moribundo nos la dio como Madre y a Ella fuimos confiados como hijos (cf. Juan 19, 26-27), Madre especialmente de los sacerdotes y de las personas consagradas. Quisiera encomendar a Ella a cuantos descubren la llamada de Dios para encaminarse por la senda del sacerdocio ministerial o de la vida consagrada.

Queridos amigos, no se desanimen ante las dificultades y las dudas; confíen en Dios y sigan fielmente a Jesús, y serán los testigos de la alegría que brota de la unión íntima con Él. A imitación de la Virgen María, a la que llaman dichosa todas las generaciones porque ha creído (cf. Lucas 1, 48), esfuércense con toda energía espiritual en llevar a cabo el proyecto salvífico del Padre celestial, cultivando en su corazón, como Ella, la capacidad de asombro y de adoración a quien tiene el poder de hacer «grandes cosas» porque su Nombre es santo (Cf. Lucas 1, 49).

Vaticano, 20 de enero de 2009.

S.S. BENEDICTO XVI.