Sunday, July 26, 2009

MULTIPLICAR y COMPARTIR


MULTIPLICAR y COMPARTIR


Domingo 17º del tiempo ordinario - B / 26 de julio 2009.


Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía sanando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a Él y dijo a Felipe: «¿Dónde compraremos pan para darles de comer?» Él decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer. Felipe le respondió: «Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan». Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: «Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?» Jesús le respondió: «Háganlos sentar». Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran unos cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron. Juan 6, 1-15.


Jesús ordena a los discípulos que de comer a la multitud, la cual por sí sola no puede valerse. Pero tampoco los discípulos pueden dar alimento a tanta gente en un descampado. En realidad Jesús sólo les pedirá que repartan la comida que él les va a dar multiplicando lo poco que tiene un jovencito.

Con la multiplicación de los panes y los peces, el Maestro quiere preparar a los discípulos para la revelación sobre el Pan Eucarístico, que ellos –y sus sucesores a través de los siglos- multiplicarán y repartirán, junto con el Pan de la Palabra, para la vida y salvación del mundo.

El Maestro quiere enseñarles a la vez que no sólo han de preocuparse de lo espiritual y de la doctrina, sino también de las necesidades materiales y humanas de la gente. Porque él no vino sólo a predicar, sino también para ayudar de forma concreta a los necesitados de pan, salud, amor, sentido, consuelo, paz, alegría. La promoción humana es parte integrante de la evangelización. Eso hizo Jesús.

Cuando socorremos necesidades del prójimo, también compartimos con Jesús su obra evangelizadora y salvadora. Él mismo se identifica con los necesitados: “Lo que hagan con uno de estos, conmigo lo hacen”. Ya se trate de alimento espiritual, cultural, moral, afectivo o físico.

Multiplicar los panes es compartir con gozo lo que Dios nos ha dado para vivir y compartir: vida, capacidad de amar, fe, alegría, talentos, profesión, tiempo, salud, alimentos, bienes materiales... Y a la vez invitar a quienes más han recibido a que compartan más, única manera .

Es necesario mentalizar a los grandes de la tierra –hombres y pueblos- para que cambien su corazón de piedra, pues les sobra mucho más de lo que necesitan, y lo peor es si lo usan para matar. Ellos se apropian los bienes que sobrarían para dar casa, alimento y vida digna a todos los hombres.

Pero también hay quiénes reparten o comparten el Pan Eucarístico y el Pan de la Palabra, mas se quedan impasibles ante el hambre física, moral y espiritual de sus hermanos. Entonces no toma cuerpo el Pan divino ni produce vida en ellos.

Compartir es la mejor forma de agradecer, conservar, multiplicar y eternizar lo que se es, se tiene, se sabe, se goza y se espera: todo es don generoso y gratuito de Dios. Si ponemos lo que está de nuestra parte, Dios pondrá lo demás. “Den y se les dará... con una medida rebosante”. “Felices los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia”.

Dios no se compromete a conservar lo que se quita o se niega al necesitado. Sólo nos devolverá el ciento por uno de lo que damos. Seamos sabios calculadores y administradores de lo que recibimos para vivir y compartir. Así podremos escuchar al fin de la vida las palabras consoladoras de Jesús: “¡Vengan, benditos de mi Padre, a poseer el reino preparado para ustedes!”


2 Reyes 4, 42-44.

En aquellos días llegó un hombre de Baal Salisá, trayendo pan de los primeros frutos para el profeta Eliseo, veinte panes de cebada y grano recién cortado, en una alforja. Eliseo dijo: «Dáselo a la gente para que coman». Pero su servidor respondió: «¿Cómo voy a repartir esto a cien personas?» «Dáselo a la gente para que coman -replicó él-, porque así habla el Señor: "Comerán y sobrará"». El servidor se lo sirvió; todos comieron y sobró, conforme a la palabra del Señor.


La multiplicación de 20 panes para 100 personas, realizada por el profeta Eliseo, anticipa la multiplicación de 5 panes y dos peces realizada por Jesús para 5.000 personas, y ambos milagros anticipan el milagro diario, -en todo el mundo y en todos los tiempos- de la multiplicación del Pan Eucarístico y del Pan de la Palabra para millones y millones de hijos de Dios cada día hasta el fin de la historia.

Si un hombre de Dios, nueve siglos antes de Cristo, multiplicó los panes, cuánto más el mismo Hijo de Dios multiplicará el pan material, el pan espiritual de la Eucaristía y de la Palabra para la vida y salvación de la humanidad.

Dios no falta a la humanidad; es el hombre quien puede faltar y falta a Dios, a sus hermanos y a sí mismo.

¡Ay de quienes monopolizan el pan! Les espera un hambre horrible. Pero ¡felices quienes hacen lo posible para multiplicar el pan material, y más quienes multiplican el Pan de la Eucaristía y de la Palabra a las multitudes!


Efesios 4, 1-6.

Hermanos: Yo, que estoy preso por el Señor, los exhorto a comportarse de una manera digna de la vocación que han recibido. Con mucha humildad, mansedumbre y paciencia, sopórtense mutuamente por amor. Traten de conservar la unidad del Espíritu, mediante el vínculo de la paz. Hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, así como hay una misma esperanza, a la que ustedes han sido llamados, de acuerdo con la vocación recibida. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, lo penetra todo y está en todos.

La vocación a la que hemos sido convocados es la unidad, la fraternidad y la alegría en el amor mutuo, como hijos de Dios. El secreto y la fuente de esta unidad –familiar, comunitaria, social y global- se encuentra en la vida comunitaria de la Santísima Trinidad, nuestra comunidad familiar de origen y de destino; fuente de toda comunidad, de la fraternidad familiar y de la fraternidad universal.

Para lograr esta unidad es necesario decidirse a vivir día a día la fe en Jesús resucitado presente, que nos une a la Trinidad, e imitarlo en su amor, humildad, paciencia, dulzura, misericordia, perdón, ayuda, cercanía, gozo...

Esa es la vocación a compartir el amor misericordioso y universal de las tres Personas de la Trinidad: del Padre que nos ama como hijos, del Hijo que nos salva como hermanos, del Espíritu Santo que nos sana en el amor del Padre y del Hijo, y nos integra en la Familia Trinitaria.


Ése el único camino para encontrar la satisfacción de nuestros deseos y la verdadera felicidad en el tiempo y en la eternidad: la esperanza a la que hemos sido llamados: “Sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón”.

Quien no responde a esta vocación y toma por felicidad lo que es sólo satisfacción pasajera, camina hacia la infelicidad temporal y eterna, hacia el sufrimiento sin sentido y hacia la muerte sin esperanza. Vale la pena pensarlo y mejorar.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, July 19, 2009

MISIÓN y DESCANSO


MISIÓN y DESCANSO


Domingo 16º durante el año - B / 19-07-2009.


Al regresar de su misión, los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: «Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco». Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer. Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto. Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos. Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato. Marcos 6, 30-34.

Los apóstoles, contentos de su misión, le cuentan a Jesús cómo les ha ido; pero están cansados, y Jesús los invita a un lugar retirado para reposar, orar, reflexionar, dialogar. El Maestro quiere evitar que la actividad apostólica se convierta en activismo o en triunfalismo. Deben darse tiempo para sí mismos, para descansar y recargarse en la oración para seguir dando y dándose sin vaciarse.

Dios puede y quiere hacer siempre más y mejor a través de nosotros si obramos con humildad y generosidad, conscientes de que la eficacia salvadora de nuestra vida cristiana y de nuestra actividad evangelizadora y laboral se debe sólo a la unión con el único Salvador, Cristo. Así lo afirma Él mismo: "Quien permanece unido a mí produce mucho fruto, pero sin mí no pueden hacer nada" (Juan, 15, 5).

Jesús y los discípulos, al llegar al lugar retirado, se encuentran con la multitud de la que escapaban. Entonces él echó mano del único recurso que le quedaba ante el fracaso de su plan de necesario descanso y oración, y atiende a aquella multitud de “ovejas sin pastor": “Se puso a enseñarles con calma”.

En situaciones semejantes, acojamos la experiencia a la que el Maestro nos invita: “Vengan a mí todos los que andan cansados y agobiados, y yo los aliviaré” (Mateo 11, 28). Encontrarse con Jesús y estar con él, es el descanso más productivo de paz y salvación. Es lo que siempre han hecho grandes mujeres y hombres sobrecargados de una actividad abrumadora. Dos ejemplos recientes: Santiago Alberione y Madre Teresa de Calcuta.

Es indispensable recurrir a esa experiencia pacificadora y renovadora de la contemplación del Maestro en nuestra misión de cristianos, la cual consiste en evangelizar a los demás con la vida, con las obras y con la palabra. “Para hablar de Dios a los hombres, hay que hablar y escuchar primero al Dios de los hombres”.

Mas puede haber circunstancias en la vida en que no se tenga tiempo ni para comer. Pero si habitualmente no tuviéramos tiempo para estar a solas con Cristo, correríamos el grave riesgo de perder el tiempo en actividades vacías de fuerza liberadora y salvífica.

Ante la escasez de tiempo material, disponemos siempre del tiempo “mental”, “imaginativo” y “del corazón”, que nadie nos puede arrebatar. Jesús nos advierte: “Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón” (Mateo 6, 21), “Donde estoy yo, allí estará también mi discípulo”. El beato Santiago Alberione decía: “A más trabajo, más oración”. Así lo hacía él, y desarrollaba una ingente actividad misionera. Y bien podía decir con san Pablo: “He trabajado más que todos”.

Nadie puede privarnos de la posibilidad y la alegría de orientar, a diario y en todo momento, nuestra mente, nuestra imaginación, nuestro corazón y nuestra oración hacia el Resucitado presente, que nos asegura su promesa infalible de estar con nosotros todos los días de nuestra vida. Basta que nos decidamos a estar de veras con Él.

Jeremías, 23, 1-6.

¡Ay de los pastores que pierden y dispersan el rebaño de mi pastizal! -oráculo del Señor-. Por eso, así habla el Señor, Dios de Israel, contra los pastores que apacientan a mi pueblo: Ustedes han dispersado mis ovejas, las han expulsado y no se han ocupado de ellas. Yo, en cambio, voy a ocuparme de ustedes, para castigar sus malas acciones -oráculo del Señor-. Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas, de todos los países adonde las había expulsado, y las haré volver a sus praderas, donde serán fecundas y se multiplicarán. Yo suscitaré para ellas pastores que las apacentarán; y ya no temerán ni se espantarán, y no se echará de menos a ninguna -oráculo del Señor-. Llegarán los días -oráculo del Señor- en que suscitaré para David un germen justo; Él reinará como rey y será prudente, practicará la justicia y el derecho en el país.


Este paso de Jeremías es de una dramática actualidad... Falsos pastores o líderes que en todos los tiempos y en todas las religiones extravían a sus hermanos con falsas doctrinas, o con una vida que contradice la verdadera doctrina, preocupados más del cargo y del prestigio que las ovejas.

También en nuestra Iglesia hay falsos pastores a causa de la incoherencia de su vida. Debemos reconocerlos para no imitarlos; para orar, ofrecer por ellos y darles ejemplo. Nuestra fe no se funda en los pastores, ya sean buenos o malos, sino en el Supremo Pastor resucitado, quien, en una eventual falta de buenos pastores, nos guiará personalmente hacia las verdes praderas de la gracia y de la vida eterna, si permanecemos fieles y unidos a él a pesar de todo.

Al Buen Pastor tenemos que mirar y seguir, para no dejarnos llevar por el mal ejemplo de los falsos pastores y ni ser merecedores del mismo terrible destino: “No los conozco; aléjense de mí, obradores de iniquidad”.

Efesios 2, 13-18.

Hermanos: Ahora, en Cristo Jesús, ustedes, los que antes estaban lejos, han sido acercados por la sangre de Cristo. Porque Cristo es nuestra paz: Él ha unido a los dos pueblos en uno solo, derribando el muro de enemistad que los separaba, y aboliendo en su propia carne la Ley con sus mandamientos y prescripciones. Así creó con los dos pueblos un solo Hombre nuevo en su propia persona, restableciendo la paz, y los reconcilió con Dios en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, destruyendo la enemistad en su persona. Y Él vino a proclamar la Buena Noticia de la paz, paz para ustedes, que estaban lejos, paz también para aquellos que estaban cerca. Porque por medio de Cristo, todos sin distinción tenemos acceso al Padre, en un mismo Espíritu.


Jesús, con su palabra y con su cruz, derriba los muros del nacionalismo religioso judío, que luego los apóstoles abatirán dispersándose por todo el mundo para llevar el mensaje de la paz y la fraternidad universal promovido por el Maestro, Príncipe de la Paz, nuestra paz, nuestra alegría y salvación.

La paz tiene dos direcciones: una vertical, paz con Dios; y otra horizontal, paz con los hombres, hermanos de Cristo e hijos del mismo Padre. Sólo si tenemos paz con Dios, la tendremos con los hijos de Dios, y con nosotros mismos. Somos familia de Dios, en la que todos somos todos iguales y amados como hijos.

Dios ama a todos los hombres y quiere su salvación. Es un deber y un gozo compartir ese amor y esa voluntad salvífica de Dios, abriendo el corazón y la oración – sobre todo la Eucaristía – a todos los hombres hermanos nuestros.

¿Oramos y ofrecemos por aquellos hermanos nuestros que los medios de comunicación social nos presentan cada día sufriendo hambre, injusticia, violencia, violaciones, engaños, desgracias, guerra, muerte..., en todo el mundo? Y de manera especial en la Eucaristía, que así dejaría de sernos aburrida, al presentar al Padre a tantos hermanos sufrientes para que los haga partícipes y destinatarios de la redención de Cristo.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, July 12, 2009

PREDICAR, CURAR Y ECHAR DEMONIOS


PREDICAR, CURAR Y ECHAR DEMONIOS


Domingo 15º tiempo ordinario - B / 12 julio 2009.


Llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les mandó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan en la alforja ni dinero en la faja; que llevasen sandalias y un manto solo. Y añadió: - Quédense en la casa donde les den alojamiento, hasta que se vayan de ese sitio. Y si en algún lugar no los reciben ni escuchan, al salir sacudan el polvo de sus pies para dar testimonio contra ellos. Salieron, pues a predicar la conversión; echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban. Marcos 6, 7-13

Jesús envía a los suyos a proclamar el Evangelio, y les pide vayan con lo indispensable, para que sólo de Él esperen la eficacia salvadora de su misión, y no confíen en la sola eficacia de los medios materiales, aunque deban usar todos los que sirvan para la difusión del la buena noticia, incluidos los costosos medios masivos, imprescindibles hoy en la evangelización, igual que lo fue en el Antiguo Testamento la escritura, medio de comunicación de entonces.

Difundir mensaje del Evangelio es el objetivo de la vida y acción de los discípulos. Ellos no pueden ocupar su corazón y su tiempo con otras cosas. Por su parte los destinatarios, agradecidos, deben sostener con sus bienes a los mensajeros que les ofrecen el bien máximo: el Evangelio de Cristo, mensaje de la salvación. Es un don absolutamente impagable.

Jesús manda a sus discípulos no sólo a predicar, sino también a obrar como él: curar enfermos, echar demonios, denunciar injusticias de toda clase... Y así lo hacen.

¿En qué consiste hoy curar enfermos y echar demonios? A parte que también hoy existen sacerdotes y laicos que hacen curaciones y expulsan demonios con el poder de Jesús, las enfermedades se curan con los adelantos de la medicina y a manos de los médicos, entre los cuales hay también verdaderos discípulos Cristo, declarados o anónimos, que prestan a Cristo sus manos amorosas para curar enfermos. Ellos son los nuevos “samaritanos”.

Y los discípulos siguen hoy la lucha contra el maligno oponiéndose a las grandes enfermedades que amenazan al hombre: egoísmo, injusticia, vicio, violencia, pobreza, hambre, corrupción, explotación, mentira, hipocresía... Donde llega la palabra y la acción del discípulo unido a Cristo, el mal queda al descubierto y retrocede.

Quienes usan el poder como autoservicio y no como servicio al pueblo, pretenden que la Iglesia se limite a las sacristías, que sólo rece y no se meta en asuntos sociales o políticos: que no defienda la vida, la verdad, la justicia, la paz, el progreso; que no se ponga al lado de los pobres y explotados por los poderosos de turno, para así navegar impunemente en riquezas acumuladas a costa de la pobreza de los más, gozan a costa del sufrimiento ajeno, e incluso viven a costa de la muerte de otros. Actitudes y acciones diabólicas que un día se volverán contra los mismos que las promueven.

Pero también, ¡cuántas enfermedades evitan de raíz los sacerdotes, consagrados, consagradas, catequistas, misioneros y simples cristianos que con la Palabra de Dios y los sacramentos, el consejo y la orientación eliminan el pecado, causa primera de tanta enfermedad física, moral, psíquica, espiritual y social.

Valiente la palabra, la denuncia y la acción de obispos, sacerdotes, religiosos, laicos y personas de bien, católicos o no, que incluso arriesgan sus vidas frente a tantas calamidades producidas por los prepotentes secuaces de las siniestras fuerzas del mal.

Seguir a Cristo y obrar en su nombre no es un privilegio del clero, sino competencia, derecho, vocación y responsabilidad de todo bautizado. Teniendo en cuenta que la palabra más eficaz no es la que sale de los labios, sino la que brota de la vida y la unión con Cristo: “Quien está unido a mí produce mucho fruto”, sea sacerdote o laico. Esa forma siempre actual y eficaz de predicar y echar demonios es privilegio de todos, cada cual según su condición.

Por otra parte, todos corremos el peligro de cerrar los oídos, la mente y el corazón a la Palabra de Dios que nos transmiten sus enviados, mereciendo que nos sacudan en la cara el polvo de sus pies, con el riesgo de frustrar la salvación eterna que Cristo nos ofrece.

No cedamos a cómodos pretextos para no escuchar ni vivir la Palabra de Dios, alegando que no simpatiza el predicador, que no cumple lo que predica, que no tiene cualidades oratorias… Jesús nos dice bien claro respecto de los predicadores: “Quien los escucha a ustedes, a mí me escucha, y quien los rechaza a ustedes, a mí me rechaza”.

Isaías 55, 10-11.

Esto dice el Señor: Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.

La Palabra de Dios no es como nuestras palabras, sino que hace realidad lo que anuncia: la salvación a quien la busca, la espera y la acoge. Es fuente de vida, y no simple sonido que comunica ideas, sentimientos, información, verdades, emociones.

La palabra predicador y del simple cristiano, para que tenga eficacia salvadora, debe inspirarse en la Palabra de Cristo, sintonizar con ella y reflejarla; sabiendo que la palabra más elocuente y que todo el mundo entiende es la palabra de la propia vida y obras, que son como un evangelio abierto, el único que podrán leer muchos de su entorno, empezando en el propio hogar. Esa Palabra de Dios no vuelve a él sin producir fruto; de ahí la necesidad de transmitirla, sea como sea y con todos los medios a nuestro alcance, a tiempo y a destiempo.

Cuando el cristiano lo es de verdad –persona que vive unida a Cristo-, es imposible que su vida no “hable” ni actúe en su ambiente, aunque ni él ni los demás se den cuenta. Pues está de por medio la palabra infalible de Jesús: que toda persona unida a él, produce fruto sin más. Ahí está el secreto de la eficacia salvífica de la palabra y de la vida del simple cristiano.

Romanos 8,18-23

Hermanos: Considero que los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Porque la creación expectante está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios; ella fue sometida a la frustración no por su voluntad, sino por uno que la sometió; pero fue con la esperanza de que la creación misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto. Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo.


San Pablo había estado en el “tercer cielo”, aunque no sabe si “dentro o fuera del cuerpo”, y comunicar esa experiencia, exclamó: “Ni oído oyó, ni ojo vio, ni mente humana puede sospechar lo que Dios tiene preparado para quienes lo aman”. Por eso decía también: “Para mí es con mucho lo mejor morirme para estar con Cristo”.

El Apóstol habla con conocimiento de causa cuando afirma que los sufrimientos temporales son nada en comparación con la inmensa gloria y gozo que Dios dará en su casa eterna a quienes lo aman. Gloria y gozo que compartirá también con nosotros toda la creación, una vez liberada de la esclavitud del egoísmo y del afán de dominio por parte de unos pocos hombres pervertidos, que la acaparan para su servicio a costa del sufrimiento de muchos.

Esos dolores de parto, inútiles por sí solos, Dios los va haciendo fecundos dolores que darán vida, y por la resurrección darán a luz un mundo nuevo presidido por Cristo, Rey del Universo; un mundo donde reine la vida y la verdad, la justicia y la paz, el amor y la libertad.

En esa perspectiva tenemos que valorar y aprovechar nuestros sufrimientos, ofrecerlos junto con los de todos los hombres y los de la creación entera, asociándolos a los de Cristo crucificado, que nos guía hacia la resurrección y la gloria.

Esa es nuestra esperanza segura, anclada en Jesús crucificado y resucitado, el único que puede y quiere liberarnos del sufrimiento y de la muerte para glorificarnos con él en su reino eterno.

Cristo ha tomado muy en serio nuestra salvación. Él hizo y hace lo indecible por salvarnos. Tenemos que pedir con insistencia lo mismo que él desea para nosotros y hacer lo posible para conseguirlo. Entonces el éxito estará asegurado.

Dice san Agustín: “Quien te creó sin ti, no te salvará sin ti”. Dios ha dejado a nuestra elección libre y condiciona a nuestro esfuerzo el éxito eterno que nos ofrece. Dios nos ofrece el éxito, pero nosotros podemos acogerlo y secundarlo, o bien ignorarlo y despreciarlo.

Acojamos la oferta gratuita de salvación por parte de Cristo. Gratuita, pero condicionada a nuestro esfuerzo. Deseemos y preparemos en serio “la hora de ser hijos de Dios, la resurrección de nuestro cuerpo”, “que él transformará en cuerpo glorioso como el suyo”.



P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, July 05, 2009

ESCUCHAR A LOS PROFETAS Y PROFETIZAR


ESCUCHAR A LOS PROFETAS Y PROFETIZAR



Domingo 14º Tiempo Ordinario-B / 05-07-2009.



Al irse Jesús de la casa de Jairo, volvió a su tierra, Nazaret, y sus discípulos se fueron con él. Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga y mucha gente lo escuchaba con estupor. Se preguntaban: “¿De dónde le viene todo esto? ¿De dónde esta sabiduría, y cómo salen esos milagros de sus manos? Si no es más que el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y Simón. Y sus hermanas ¿no están aquí entre nosotros? Se extrañaban y no querían darle crédito. Jesús les dijo: “Un profeta no es despreciado sino en su tierra, entre su parentela y en su propia familia”. (Marcos 6, 1-6).

Los habitantes de Nazaret creían conocer bien a Jesús desde la infancia: era un carpintero, sin carrera, hijo de una vecina y un vecino más. Por eso no podían admitir que fuera un profeta capaz de enseñarles algo nuevo. Y mucho menos que pudiera ser el Profeta-Mesías esperado, pues éste, según la opinión más difundida entre el pueblo, debería aparecer con gran poder y majestad, para asumir portentosamente el poder político y religioso en el pueblo de Israel y librarlo de la opresión romana.

Profeta, en el lenguaje bíblico, no es tanto quien predice el futuro, sino quien ve y valora las cosas, los acontecimientos y a las personas con los ojos de Dios, y habla en nombre de él. Tiene conciencia de que Dios lo ha elegido para hablar y obrar en su nombre, y que no puede guardarse para sí el mensaje, sino que debe difundirlo por obediencia a Quien se lo encargó.

El profeta choca con quienes se han instalado en formas egoístas de religiosidad y de vida, y cometen injusticias, e incluso asesinatos, como lo intentaron con Jesús los vecinos de Nazaret cuando quisieron despeñarlo. Y como lo hicieron luego quienes lo crucificaron; y cuantos, a lo largo de la historia, han realizado persecuciones, torturas, martirios contra sus semejantes, en los que Cristo sufre de nuevo el calvario.

No nos sumemos a quienes se creen y dicen “muy católicos”, que tienen imágenes, comulgan, rezan el rosario, asisten a procesiones, reuniones, ocupan puestos eclesiales o sociales de privilegio…; pero si se sienten denunciados por el profeta, no tratarán de mejorar, sino que lo descalificarán e intentarán acallarlo por todos los medios: difamación, calumnia, cárcel, muerte... Mas Dios saldrá a favor de su profeta, devolviéndole la vida con la resurrección, como a Cristo Jesús, el Profeta máximo, mientras a los verdugos les llegará la hora de la ruina.

¿Qué sucedería si alguien dijera a ciertos grupos o personajes católicos: "Ustedes rezan, pero es necesario vivir en coherencia cristiana, imitando a Cristo en la familia, en el trabajo, en las relaciones, en la universidad...?”

El profeta está en riesgo constante, pues debe denunciar a quienes manipulan, alienan y engañan a la gente limitada en recursos culturales y de autodefensa. Y animar a ese pueblo contra el engaño, a luchar por una vida y una sociedad más dignas, según los valores humanos y cristianos.

Pero también hay falsos profetas. ¿Cómo distinguirlos? “Por sus obras los conocerán”, nos dice Jesús. No por sus solas palabras, ideas, ritos o apariencias.

Todo cristiano recibe en el bautismo la vocación de profeta, para realizarla con la vida, la palabra y las obras. La religión de sólo cumplimiento externo, es un escándalo; y constituye el mayor obstáculo para vivir la fe y transmitirla; para vivir la relación filial con Dios en comunicación salvífica con los hermanos.

La vida en unión con Cristo es la voz más fuerte del profeta, pues en esa unión refleja al mismo Cristo que habla por él: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”. “Quien los escucha a ustedes, a mi me escucha”.

Ezequiel 2, 2-5.

Un espíritu entró en mí y me hizo permanecer de pie, y yo escuché al que me hablaba. Él me dijo: “Hijo de hombre, Yo te envío a los israelitas, a un pueblo de rebeldes que se han rebelado contra mí; ellos y sus padres se han sublevado contra mí hasta el día de hoy. Son hombres obstinados y de corazón endurecido aquellos a los que Yo te envío, para que les digas: «Así habla el Señor». Y sea que escuchen o se nieguen a hacerlo -porque son un pueblo rebelde- sabrán que hay un profeta en medio de ellos”.

Los humanos tendemos a rebelarnos contra Dios, porque deseamos disfrutar de sus dones prescindiendo de él y de las exigentes condiciones para llegar a disfrutar de Dios mismo, con todos sus dones, en el tiempo y en la eternidad.

Si la Palabra de Dios no nos conmueve, si no nos dice nada o nos molesta, es señal de que la ignoramos, de que somos rebeldes y sordos como los israelitas. Pero si la escuchamos con gusto y avidez, si nos escuece y nos dejamos cuestionar por ella, si nos anima y ayuda a mejorar, es buena señal.

El verdadero profeta, evangelizador o catequista, no va ni habla en nombre propio, sino que es y se siente enviado, y habla movido por la fuerza del Espíritu: “No serán ustedes los que hablen, sino que el Espíritu Santo hablará por ustedes”.

Dios habla e interviene a través de personas y de palabras humanas. Nos conviene estar atentos a esas palabras e intervenciones, más frecuentes de lo que pensamos. Y es muy fácil buscar pretextos - las deficiencias del enviado, por ejemplo- para cerrarnos a la palabra exigente y prometedora de Dios.

Por otra parte, todo cristiano es un enviado, un profeta entre sus hermanos para hablarles de parte de Dios e influir en sus vidas con la palabra, el ejemplo, la oración, el sufrimiento ofrecido… Negarse a este envío, equivale a no escuchar la Palabra de Dios y renunciar a ser testigos de Cristo, a vivir como cristiano.

2 Corintios 12, 7-10

Hermanos: Para que la grandeza de las revelaciones no me envanezca, tengo una espina clavada en mi carne, un ángel de Satanás que me hiere. Tres veces pedí al Señor que me librara, pero Él me respondió: «Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad». Más bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecucio¬nes y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.

Pablo ha sido descalificado por algunos como apóstol y como persona, a causa de su pobre apariencia física, y ve en ello un peligro para la fe de los corintios. Entonces revela los prodigios que Dios ha realizado en él y por él, a pesar de sus debilidades, enfermedad y lo poco que humanamente es.

Pero en lugar de gloriarse de las revelaciones y de las intervenciones de Dios en su vida, se gloría en sus debilidades y enfermedad, a pesar de las cuales el poder de Cristo se manifiesta en él y en su predicación, revelando así la fuerza de la cruz y de la resurrección.

Quien conoce sus debilidades y pecados, y el acoso del “ángel de Satanás”, se afianza en la humildad, que es verdad y hace lugar al poder salvador de Cristo. Pero quien está pagado de su saber y poder, de su hacer y profesionalidad, no tiene espacio para la omnipotencia salvadora de Dios, cuyas obras se atribuye.

El sufrimiento, la calumnia y la persecución no deben causar desaliento y desesperanza para el cristiano, para el evangelizador o el catequista, sino ocasión y medio para dar lugar a la fuerza salvadora de Cristo resucitado.

P. Jesús Álvarez, ssp.