Sunday, March 29, 2009

POR LA CRUZ A LA RESURRECCIÓN


POR LA CRUZ A LA RESURRECCIÓN


Domingo 5° de Cuaresma-B / 29-03-09


También un cierto número de griegos, de los que adoran a Dios, habían subido a Jerusalén para la fiesta. Algunos se acercaron a Felipe, que era de Betsaida de Galilea, y le rogaron: "Señor, quisiéramos ver a Jesús." Felipe habló con Andrés, y los dos fueron a decírselo a Jesús. Entonces Jesús dijo: "Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre. En verdad les digo: Si el grano de trigo que cae en tierra, no muere, se queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que pretenda salvar su vida, la destruye; y el que entrega su vida en este mundo, la conserva para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Y al que me sirve, el Padre le dará un puesto de honor. Ahora mi alma está turbada. ¿Diré acaso: Padre, líbrame de esta hora? ¡Si precisamente he llegado para esta hora! Padre, glorifica tu Nombre." Entonces se oyó una voz que venía del cielo: "Lo he glorificado y lo volveré a glorificar." Los que estaban allí y que escucharon la voz, decían que había sido un trueno; otros decían: "Le ha hablado un ángel." Entonces Jesús declaró: "Esta voz no ha venido por mí, sino por ustedes. Ahora es el juicio de este mundo, ahora el que gobierna este mundo va a ser echado fuera, y yo, cuando haya sido levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí." Juan 12, 20-33.


Los paganos griegos que creen en Dios, reconocen en Jesús a su Enviado. Representan al mundo pagano que acogerá la salvación de Cristo. En la “hora” del Maestro – su muerte y resurrección – se abrirá su Evangelio a todos los hombres. Evangelio que no propone una ideología, sino una forma de vivir y promover los valores del reino de Dios: vida, verdad, justicia, paz, libertad, amor, dignidad humana, fraternidad universal, alegría de vivir y de morir para la vida eterna.

Por esos valores Jesús nació, vivió, padeció, murió, resucitó; y así conquistó la gloria eterna para él y para cuantos pasan por la vida haciendo el bien.

Los humanos no tenemos nada que valga tanto o más que la vida. Pero la vida tiene dos caras: la biológica, perecedera, y la espiritual, imperecedera; ésta es la esencia de la persona humana, que tiene destino de eternidad gloriosa.

Así se comprende mejor la afirmación de Jesús: “Quien pretenda salvar su vida (la biológica a costa de la espiritual), la perderá; pero quien entregue su vida (biológica) por mí y por el Evangelio (por los valores de mi reino), la ganará (convertida en vida eterna con el cuerpo glorioso). La muerte lleva a la resurrección y a la gloria. Es el camino de Cristo y de quienes lo sigan.

En esta perspectiva se comprende también mejor la afirmación de Jesús: “Si el grano de trigo (la forma física de la persona) que cae en tierra, no muere, se queda solo; pero si muere, da mucho fruto”; fruto de salvación y vida eterna.

San Pablo clarifica esta realidad que viviremos personalmente: “La semilla que tú siembras, no es lo que nace; lo que nace es una planta nueva”. Esta planta: la persona nueva con cuerpo glorioso, supera inmensamente al cuerpo que se entierra. Es necesario no consumir el cuerpo con necio egoísmo, que termina arruinando a la persona entera. El cuerpo es un medio de salvación.

El que ama se siente libre y capaz de dar la vida. Y “no hay amor más grande que el de quien da la vida por los que se ama”, como dijo e hizo Jesús.

Dar la vida por quienes se ama, es compartir con Jesús la lucha por los valores de su reino, asociando a su vida nuestra vida, con sus alegrías, penas, y la misma muerte, para gozar con él la fiesta de la resurrección y de la gloria eterna, por haber compartido con él la cruz redentora y gloriosa.

Quien sirve a Cristo trabajando con él por la salvación del mundo, empezando por casa, será honrado con su presencia: “Estoy con ustedes todos los días”, y el Padre le dará un puesto de honor en el banquete eterno, después de haber entregado la vida a ejemplo del Maestro Divino.


Jeremías 31, 31-34.


Llegarán los días --oráculo del Señor-- en que estableceré una nueva Alianza con la casa de Israel y la casa de Judá. No será como la Alianza que establecí con sus padres el día en que los tomé de la mano para hacerlos salir del país de Egipto, mi Alianza que ellos rompieron, aunque Yo era su dueño --oráculo del Señor--. Ésta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días --oráculo del Señor--: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; Yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo. Y ya no tendrán que enseñarse mutuamente, diciéndose el uno al otro: «Conozcan al Señor». Porque todos me conocerán, del más pequeño al más grande --oráculo del Señor--. Porque Yo habré perdonado su iniquidad y no me acordaré más de su pecado.


Hacer alianza consiste en establecer relaciones de amistad verdadera y duradera. Es lo que quiso Dios mediante la alianza con el pueblo israelita, su pueblo escogido, el cual terminó rompiendo esa alianza con la idolatría, la rebelión, el rechazo de su Dios, su “Dueño y Amigo.


Pero Dios, en lugar de romper su alianza, promete una nueva alianza escrita en los corazones, no en piedras. Una alianza que no consiste en cumplir leyes, sino en una relación sincera, filial, dialogante, amorosa entre Dios y el hombre. Y que no se romperá, porque es alianza de perdón y de misericordia, no de castigo sino de premio, y sellada con la sangre de Cristo.


Jesús carga sobre sus hombros la cruz de nuestra iniquidad, y asume el sufrimiento humano para aliviarlo y hacerlo fuente de salvación eterna. Esta alianza Cristo resucitado la celebra y renueva con nosotros en cada Eucaristía.


Hebreos 5, 7-9.


Hermanos: Cristo dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a Aquél que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión. Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer. De este modo, Él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen.


En este pasaje de la Carta a los Hebreos, se presenta a Jesús fiel al plan del Padre y obediente a su voluntad, la cual no consiste en que su Hijo sufra y muera, sino en que pase por el sufrimiento y la muerte –planeada por los hombres- para vencerla con la resurrección, a fin de que nosotros, sus hermanos, recorramos su mismo camino oscuro de la cruz hacia la luz de la resurrección, como él.


Probablemente Jesús, previendo la pasión y muerte que le esperaba, había orado muchas veces al Padre para que lo librara de ese trance. Y esa oración alcanza la máxima intensidad en el Huerto de los Olivos, donde ora con lágrimas y sudor de sangre. Y dice el texto que “fue escuchado por su humilde sumisión”. Pero terminó muriendo en la cruz… ¿Cómo se explica?


Sí, fue escuchado de dos maneras: recibiendo la fortaleza para ser fiel a Dios y al hombre a pesar del sufrimiento y de la muerte, y accediendo a una vida inmensamente superior por la resurrección, que es el premio ganado con la cruz para él y para sus hermanos los hombres que le obedecen y lo imitan.


La oración de Jesús es modelo de nuestra oración: no dejemos nunca de pedir y agradecer, sobre todo el bien máximo, la salvación para nosotros y para los otros, aunque parezca que Dios no escucha, pues él no desoye jamás una oración sincera, y da inmensamente más de lo que pedimos y deseamos.


Y sobre todo, compartamos con Cristo su Sacerdocio ofreciendo, junto con él, la vida, alegrías, sufrimientos y muerte por la salvación del mundo. En la Eucaristía es donde más intensamente compartimos su Sacerdocio, al ofrecernos con él y ofrecerle a quienes amamos y al mundo entero.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, March 22, 2009

LA SERPIENTE Y LA CRUZ


LA SERPIENTE Y LA CRUZ


Domingo IV Cuaresma-B / 22-3-09


En aquel tiempo dijo Jesús: Recuerden la serpiente que Moisés hizo levantar en el desierto: así también tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, y entonces todo el que crea en él, tendrá por él vida eterna. ¡Así amó Dios al mundo! Le dio al Hijo Único, para que quien cree en él, no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a él. Para quien cree en él no hay juicio. En cambio, el que no cree ya se ha condenado, por el hecho de no creer en el Nombre del Hijo único de Dios. Esto requiere un juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Pues el que obra el mal odia la luz y no va a la luz, no sea que sus obras malas sean descubiertas y condenadas. Pero el que hace la verdad va a la luz, para que se vea que sus obras han sido hechas en Dios. (Juan 3,14-21).


La serpiente de bronce que Moisés elevó en el desierto sobre un poste para curar a quienes eran mordidos por serpientes venenosas, es un símbolo de la cruz desde la cual Cristo cura del pecado del hombre y merece la resurrección y la vida eterna a quienes lo miran con fe, amor y esperanza como único Salvador.


Los hebreos no atribuían la curación a la serpiente de bronce, sino a Dios que los curaba al mirarla. Así nosotros no creemos que nos salva la cruz, sino Cristo clavado en ella. Los dones de Dios y su salvación no pueden atribuirse a imágenes, ángeles, santos, y ni siquiera a la Virgen María, sino sólo a Dios, que realiza nuestra salvación a través de esos signos e intercesores.


La serpiente de bronce – como lo ángeles del Arca - justifica la veneración, no la adoración de las imágenes en la Iglesia católica, que las considera como un dedo, un signo que señala la presencia del sol (Cristo), y ayuda al encuentro con Jesús muerto y resucitado, a ejemplo de las personas representadas por las imágenes, que vivieron unidas a Cristo, entregaron sus vidas por amor a Dios y al prójimo, y nos animan a imitarlas.


En el Éxodo (20, 1-5) Dios no prohíbe hacer imágenes, prohíbe suplantar a Dios por una imagen en el corazón y en la vida del individuo y del pueblo, ya que en eso consiste la idolatría.


Dios mismo le mandó a Moisés fundir la serpiente de bronce, pero no para que los hebreos la adoraran, como luego adoraron el becerro de oro (Éxodo 32, 1-5). Y también le mandó hacer dos imágenes de querubines para la entrada del Arca de la Alianza (Éxodo 25, 18-20), y a nadie se le ocurrió adorar a aquellos ángeles de oro, sino a Dios, cuya presencia anunciaban.


Pero hay más: Dios mismo hace cada día millones de imágenes suyas, pues toda persona nacida es “imagen y semejanza” de Dios, su obra maestra. Mas la imagen suprema de Dios es Cristo, “imagen de Dios invisible”, como dice san Pablo.


La cruz no salva, sino que salva quien murió clavado en ella. El crucificado es la muestra de cuánto ama Dios al hombre. Y sólo pueden salvarse quienes crean en él como el único Salvador y correspondan al amor inmenso del Padre, que lo “envió al mundo, no para condenarlo, sino para salvarlo”.


Orar ante un crucifijo o contemplarlo, no es idolatrar al crucifijo, sino orar y adorar a quien el crucifijo representa: el mismo Hijo de Dios muerto y resucitado, que pasó por la cruz a la resurrección y a la gloria eterna, mostrándonos el camino, abierto por él también para nosotros. ¡Tanto nos amó y ama Dios!


Quien cree en Cristo resucitado y lo ama, tiene asegurada la vida eterna, y no será juzgado, como él mismo promete. Pero quien lo niega conscientemente, se excluye de la salvación. Pidamos y cultivemos la fe amorosa en el Salvador.


Crónicas 36, 14-16. 19-23.


Todos los jefes de Judá, los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, imitando todas las abominaciones de los paganos, y contaminaron el Templo que el Señor se había consagrado en Jerusalén. El Señor, el Dios de sus padres, les llamó la atención constantemente por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su Morada. Pero ellos escarnecían a los mensajeros de Dios, despreciaban sus palabras y ponían en ridículo a sus profetas, hasta que la ira del Señor contra su pueblo subió a tal punto, que ya no hubo más remedio. Los caldeos quemaron la Casa de Dios, demolieron las murallas de Jerusalén, prendieron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Nabucodonosor deportó a Babilonia a los que habían escapado de la espada y estos se convirtieron en esclavos del rey y de sus hijos. En el primer año del reinado de Ciro, rey de Persia, para que se cumpliera la palabra del Señor pronunciada por Jeremías, el Señor despertó el espíritu de Ciro, el rey de Persia, y este mandó proclamar de viva voz y por escrito en todo su reino: «Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor, el Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra y Él me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, de Judá. Si alguno de ustedes pertenece a ese pueblo, ¡que el Señor, su Dios, lo acompañe y que suba!»


La situación reflejada en esta lectura se repite a través de la historia del mundo y de la misma Iglesia: líderes políticos y religiosos que se venden por un cargo, un poco poder, de dinero y de placer, ridiculizan, persiguen o eliminan a quienes los denuncian, y arrastran al pueblo a la corrupción. “Por sus obras los conocerán”


Pero los poderosos no tienen en mano el control de las consecuencias de sus malas acciones y de sus omisiones: guerras, desastres, matanza de inocentes, hogares que son infiernos, comunidades que agonizan, crisis mundiales…


A pesar de todo, Dios decide en su misericordia salvar al pueblo; y al no encontrar en ese pueblo a nadie capaz de guiarlo en su nombre, se vale de paganos para llevar a cabo su plan de salvación, como hizo con el pagano rey Darío, que se reconoció elegido por Dios para gobernar las naciones, para salvar al mismo pueblo de Israel y reconstruir el templo. ¡Siempre queda una esperanza en Dios!


Efesios 2, 4-10.


Hermanos: Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo -¡ustedes han sido salvados gratuitamente!- y con Cristo Jesús nos resucitó y nos hizo reinar con Él en el cielo. Así, Dios ha querido demostrar a los tiempos futuros la inmensa riqueza de su gracia por el amor que nos tiene en Cristo Jesús. Porque ustedes han sido salvados por su gracia, mediante la fe. Esto no proviene de ustedes, sino que es un don de Dios; y no es el resultado de las obras, para que nadie se gloríe. Nosotros somos creación suya: fuimos creados en Cristo Jesús, a fin de realizar aquellas buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos.


Muchos creen que la salvación se gana sólo por las buenas obras; pero éstas sólo son un mínimo aporte a la salvación gratuita que Cristo nos ganó con su vida, muerte y resurrección. Las obras son condición, pero no causa de la salvación.


Jesús nos demostró su amor realizando con nosotros su lema: “No hay amor más grande que el de quien da la vida por los que ama”. La mayor prueba de amor a Dios que nos perdona, es la correspondencia a ese amor con la vida, las obras y el perdón al prójimo.


La mayor ofensa a quien ama y perdona es la ingratitud. Que Dios nos libre del pecado de ingratitud para con él y para con el prójimo.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, March 15, 2009

¿CULTO A DIOS O NEGOCIO?


¿CULTO A DIOS O NEGOCIO?


Domingo 3° cuaresma / 15-03-2009.


Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados detrás de sus mesas. Hizo un látigo con cuerdas y los echó a todos fuera del Templo junto con las ovejas y bueyes; derribó las mesas de los cambistas y desparramó el dinero por el suelo. A los que vendían palomas les dijo: "Saquen eso de aquí y no conviertan la Casa de mi Padre en un mercado." Sus discípulos se acordaron de lo que dice la Escritura: "Me devora el celo por tu Casa." Los judíos intervinieron: "¿Qué señal milagrosa nos muestras para justificar lo que haces?" Jesús respondió: "Destruyan este templo y yo lo reedificaré en tres días." Ellos contestaron: "Han demorado cuarenta y seis años en la construcción de este templo, y ¿tú piensas reconstruirlo en tres días?" En realidad, Jesús hablaba del Templo que es su cuerpo. Solamente cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron tanto en la Escritura como en lo que Jesús dijo. Juan 2,13-25.


Jesús iba con frecuencia al Templo de Jerusalén, y había comprobado cómo los sacerdotes habían permitido hacer comercio en el templo. Hasta que un día, no pudiendo contener más su indignación, arremetió contra los vendedores que habían instalado el “ídolo dinero” en el templo del Dios vivo, y contra los jefes religiosos que habían hecho del culto un pretexto para ganancias y una burla detestable contra el mismo Dios.


Convertir el templo en un lugar de negocios, es lo mismo que ir a la iglesia para celebrar la eucarística u otros sacramentos y oraciones como mero rito, no para convertirse y encontrarse con Dios amándolo y dándole gracias; para acallar la propia conciencia, no para sanarla; o también para servirse de los bautizos, primeras comuniones y matrimonios como pretexto para actos sociales y negocios que suplantan idolátricamente la oración, la fe, la conversión, el interés salvífico, el amor a Dios y el amor al prójimo.


A los jefes del templo que le pedían a Jesús razón de su proceder, les dijo proféticamente que destruyeran aquel templo y él lo levantaría en tres días. No entendieron que se refería a la muerte y resurrección de su cuerpo, el máximo templo de Dios, que sustituirá al templo profanado de Jerusalén, el cual sería destruido pocos años después por los romanos.


Todo esto nos invita a cuestionar en serio las actitudes, pensamientos, intenciones, intereses y disposiciones con que vamos al templo para la Eucaristía o la oración, verificando si nos anima el deseo de celebrar el encuentro salvador con Jesús Resucitado, o si nos contentamos con un inútil culto externo, que Dios mismo denuncia con aquellas duras sentencias: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. “No se puede servir a Dios y al dinero”. Dinero equivale a todo bien material que suplanta al Creador en el corazón y en la vida del hombre.


Por otra parte, a semejanza de Jesús, nosotros también somos templos de Dios, como nos asegura san Pablo: “¿No saben que ustedes son templo de Dios?” Todo templo es un lugar privilegiado del encuentro amoroso y gozoso con Quien nos ama más que nadie.


¿Acogemos, amamos, agradecemos y adoramos a Dios cuando vamos a la iglesia, y en el templo de nuestra persona y de las personas del prójimo, sin ceder su puesto a los ídolos del dinero, del poder, del placer, de intereses y preocupaciones?


Sería fatal engaño creer que acogemos y amamos a Dios sólo porque vamos a misa, comulgamos, rezamos, leemos la Biblia, pero luego lo rechazamos en el prójimo con ofensas, indiferencia, maltrato, abusos, o lo expulsamos de nosotros mismos con vicios, pecados, ingratitud, sin esforzarnos por convertirnos al amor de Dios y al amor al prójimo.


Nuestra dicha es acoger a Dios amor y alegría en sus diversos templos, para que al fin pueda sentirse feliz de acogernos en “el templo de su santa gloria”, el paraíso eterno. Es lo que más anhelamos desde lo profundo de nuestro ser, como hijos de Dios que somos. Y es también la voluntad amorosa de Dios para cada uno de nosotros.


Éxodo 20, 1-4. 7-8. 12-17.


Dios pronunció estas palabras: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud. No tendrás otros dioses delante de mí. No te harás ninguna escultura y ninguna imagen de lo que hay arriba, en el cielo, o abajo, en la tierra, o debajo de la tierra, en las aguas. No pronunciarás en vano el Nombre del Señor, tu Dios, porque El no dejará sin castigo al que lo pronuncie en vano. Acuérdate del día sábado para santificarlo. Honra a tu padre y a tu madre, para que tengas una larga vida en la tierra que el Señor, tu Dios, te da. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás falso testimonio contra tu prójimo. No codiciarás la casa de tu prójimo: no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni ninguna otra cosa que le pertenezca».


Las palabras de Dios dirigidas a los israelitas son de una actualidad innegable. Muchos cristianos -y no cristianos- de hoy tampoco le reconocen ni agradecen a Dios los inmensos beneficios que de él reciben cada día: su presencia protectora, la vida, la salud, la creación, la fe. Pero luego le echan la culpa a Dios de todos los males que sufren ellos y otros, siendo así que él, el mejor Padre, no puede desear ni hacer mal a sus hijos, sino que sufre con ellos.


Dios no soporta que pongamos por encima de él o en su lugar a otras personas, o bienes, placeres, prestigio…, ya que eso es idolatría. Dios prohíbe las imágenes idolátricas que apartan de él; pero no prohíbe las imágenes que llevan a él o revelan su presencia, como los querubines de oro del Arca de la Alianza y la serpiente de bronce, imágenes que él mismo mandó hacer. Nuestras imágenes no son ídolos, sino símbolos que orientan hacia Dios, aunque muchos las tengan como ídolos, olvidando a Dios.


Dios nos pide dedicarle al menos un día a la semana. Y qué menos, cuando él nos dedica todos los días de la semana. Y nos exhorta a no pronunciar su nombre en vano, con ligereza, pues Dios merece todo nuestro amor y respeto,causa de toda felicidad terrena y eterna.


Nos pide honrar a los padres, porque son sus colaboradores en transmitirnos la vida y sus representantes en la familia. A cambio nos promete el premio de una larga vida.


Por otra parte, ¿cuándo como hoy se han quebrantado tanto los mandamientos divinos, que se resumen en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo? Por eso hay tanta infelicidad y sufrimiento, que nosotros podemos aliviar en colaboración con Cristo.


Corintios 1, 22-25.


Hermanos: Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos. Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres.


La salvación es obra exclusiva del amor de Dios. Pero ante esta aspiración indeleble el hombre exige garantías y condiciones: los judíos piden milagros, señales espectaculares que les garanticen la acción salvadora por el poder de Dios; mientras que los griegos buscan la salvación en la filosofía, asequible por el poder de la razón. Hoy siguen los “milagreros”, que buscan una salvación mágica, milagrosa, barata; y los “prácticos”, que reducen la salvación a las propias seguridades y conquistas humanas en este mundo.


Para todos estos la cruz es un puro suplicio, una necedad, un absurdo, un escándalo, y consideran resurrección como una fábula. Mas para el creyente, la cruz es sabiduría y fuerza de Dios que lleva a la resurrección para la gloria eterna con Cristo Resucitado.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, March 08, 2009

Por la cruz pasajera a la gloria eterna


Por la cruz pasajera a la gloria eterna


Domingo 2º de Cuaresma – B / 08-03-09.


Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan y los llevó a ellos solos a un monte alto. A la vista de ellos su aspecto cambió completamente. Incluso sus ropas se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo sería capaz de blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, que conversaban con Jesús. Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Levantemos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. En realidad no sabía lo que decía, porque estaban aturdidos. En eso se formó una nube que los cubrió con su sombra, y desde la nube llegaron estas palabras: Este es mi Hijo, el Amado; escúchenlo. Y de pronto, mirando a su alrededor, no vieron ya a nadie; sólo Jesús estaba con ellos. Cuando bajaban del cerro, les ordenó que no dijeran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del Hombre resucitara de entre los muertos. Ellos guardaron el secreto, aunque se preguntaban unos a otros qué querría decir eso de "resucitar de entre los muertos". (Marcos 9,2-10).


La gloriosa transfiguración de Jesús nos aclara el sentido real de la cuaresma con sus penitencias, ayunos, limosnas, oración: conseguir la libertad y la alegría en esta vida, y luego la resurrección y la gloria en la vida eterna.


Los discípulos, y el mismo Jesús, habían caído en un profundo abatimiento, porque el anuncio de la pasión y muerte del Maestro desbarataba sus sueños de un reino temporal. Y al no entender eso de "resucitar al tercer día", tampoco podían sospechar que por la muerte Jesús abriría para él, para ellos y para la humanidad el camino de la resurrección hacia la gloria del reino mesiánico eterno, inmensamente superior a la gloria de un reino temporal.


El Padre, al ver sufrir a su Hijo y a sus discípulos, quiere mostrar a Jesús y a sus tres preferidos un anticipo de la gloria que les espera gracias a la muerte y resurrección de Cristo. Pero no acaban de creer ni de entender.


Quizás tampoco nosotros hoy acabamos de creer y entender que el sufrimiento y la muerte no acaban en sí mismos, sino que son fuente de felicidad y puerta de la gloria eterna, si los aceptamos y ofrecemos. Es de fe creer en la "transfiguración" del sufrimiento en felicidad y de la muerte en resurrección y vida. Asimismo debemos creer y vivir felices sabiendo que Jesús resucitado está “con nosotros todos los días”, y que está preparándonos un puesto en el paraíso eterno. De lo contrario viviremos esclavos del miedo al sufrimiento y a la muere física.


San Pablo nos enseña: "Si sufrimos con Cristo, reinaremos con Él; si morimos con Él, viviremos con Él". “Estén alegres cuando comparten los sufrimientos de Cristo”. "Los sufrimientos de esta vida no son nada en comparación con el peso de gloria que nos espera". "Para mí es con mucho lo mejor morirme para estar con Cristo". Tanto las alegrías como los sufrimientos de esta vida tienen como fin proyectarnos a la felicidad de la gloria eterna.


Las palabras de Jesús: "Quien desee venirse conmigo, cargue con su cruz de cada día y se venga conmigo", podrían interpretarse así: "Quien desee compartir ya en la tierra mi alegría, y luego mi gloria en el cielo, evite las felicidades egoístas y perjudiciales, cargue conmigo las cruces de cada día, y al final también la muerte, para venirse conmigo a la resurrección y a la gloria de la vida eterna".


Pocos días antes de la Transfiguración, Pedro había confesado: "Tú eres el Mesías de Dios". Y en el Tabor el Padre mismo confirma quién es Jesús: "Este es mi Hijo predilecto: escúchenlo". Luego Jesús ratificará: "Quien escucha mi palabra y la cumple, tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día". Hay que pasar del mero oír hablar de Jesús a escucharlo a él y hablar con él. Lo cual está a nuestro alcance por su infalible e inefable presencia cotidiana.


Por la fe hecha amor podemos contemplar el rostro glorioso de Cristo y quedar radiantes, aun en medio del sufrimiento. Esta presencia de Cristo vivo nos transfigura cada día, nos cristifica. Y así podremos vivir la experiencia de San Pablo: "Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir".


Génesis 22, 1-2. 9-13. 15-18.


Dios puso a prueba a Abraham. «¡Abraham!», le dijo. Él respondió: «Aquí estoy». Entonces Dios le siguió diciendo: «Toma a tu hijo único, el que tanto amas, a Isaac; ve a la región de Moria, y ofrécelo en holocausto sobre la montaña que Yo te indicaré». Cuando llegaron al lugar que Dios le había indicado, Abraham erigió un altar, dispuso la leña, ató a su hijo Isaac, y lo puso sobre el altar encima de la leña. Luego extendió su mano y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo. Pero el Ángel del Señor lo llamó desde el cielo: «¡Abraham, Abraham!» «Aquí estoy», respondió él. Y el Ángel le dijo: «No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ahora sé que temes a Dios, porque no me has negado ni siquiera a tu hijo único». Al levantar la vista, Abraham vio un carnero que tenía los cuernos enredados en una zarza. Entonces fue a tomar el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. Luego el Ángel del Señor llamó por segunda vez a Abraham desde el cielo, y le dijo: «Juro por mí mismo --oráculo del Señor--: porque has obrado de esa manera y no me has negado a tu hijo único, Yo te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar».


Cuando Dios pide algo que nos cuesta, es que piensa darnos inmensamente más de lo que nos pide. Él nunca se deja vencer en generosidad. A Abraham le pidió el único hijo Isaac, mas Dios le devolvió el hijo vivo, y lo hizo padre de una multitud de descendientes numerosos como la arena del mar. Lo hizo padre de todos los creyentes. Dios no usa nuestros cálculos mezquinos: me das, te doy otro tanto o menos. Dios da sin medida.


La escena del monte Moria evoca la escena del huerto de los Olivos: Jesús pide al Padre que le salve la vida física; sin embargo el Hijo de Dios muere crucificado. Pero el Padre le da infinitamente más: la resurrección y el cuerpo glorioso, inmensamente más perfecto y capaz de deleite que el cuerpo físico, y no sujeto al sufrimiento. En esta perspectiva hay que valorar y vivir todo sufrimiento y la misma muerte: como camino de salvación, resurrección y felicidad eterna.


Los pueblos contemporáneos de Abraham solían inmolar niños primogénitos a los ídolos; pero Dios, al no permitir que el niño Isaac fuese inmolado por su padre, demuestra que Él no quiere sacrificios humanos como ofrenda de honor, reparación y obediencia.


Hoy se inmolan millones de niños a los ídolos del placer, del dinero y del poder, sobre todo con el aborto. Muy pocos luchan contra ese holocausto de inocentes cuya sangre clama al cielo pidiendo justicia contra una sociedad sin corazón. Esa horrible crueldad, ¿no está incubando la autodestrucción de sociedades opulentas y también pobres?


Pongámonos con todas las fuerzas y recursos a favor de la vida de los inocentes, y Dios se pondrá a favor nuestro.


Romanos 8, 31-34.


Hermanos: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con Él toda clase de favores? ¿Quién podrá acusar a los elegidos de Dios? «Dios es el que justifica. ¿Quién se atreverá a condenarlos?» ¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más aun, el que resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros?


Muchos cristianos creen que Dios anota todos nuestros pecados para castigarnos; y otros piensan que Dios se desentiende del hombre, pues no castiga ni siquiera a los peores.


Pero Dios no piensa como nosotros: ojo por ojo y diente por diente, y lo antes posible. Tiene una paciencia infinita, y “no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y se salve”. Nos da tiempo para que reaccionemos y nos convirtamos.


Mas no sólo nos da tiempo, sino que nos dio a su propio Hijo para cargar en su cruz nuestros pecados y sufrimientos, para merecernos la resurrección y la vida intercediendo por nosotros. ¿Cómo podríamos desconfiar del perdón de Dios? Si Dios nos absuelve, ¿quién podrá condenarnos? Sólo nosotros podemos impedir el perdón negándonos a convertirnos.


Y por el contrario: ¿Cómo podríamos despreciar tanta misericordia y hacer inútil tanto amor no correspondiendo a Dios con amor y conversión?


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, March 01, 2009


CONVERTIRSE a la LIBERTAD

y a la ALEGRÍA


Domingo 1º Cuaresma- B / 01-03-2009.


Enseguida el Espíritu lo empujó al desierto. Estuvo cuarenta días en el desierto y fue tentado por Satanás. Vivía entre los animales salvajes y los ángeles le servían. Después de que tomaron preso a Juan, Jesús fue a Galilea y empezó a proclamar la Buena Nueva de Dios. Decía: El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca. Conviértanse de sus caminos equivocados y crean al Evangelio. (Marcos 1,12-15).


Jesús estuvo expuesto a las mismas tentaciones a que acosan a toda persona humana, para enseñarnos a mantenernos libres frente a los ídolos de hoy: el poder, el placer y la riqueza, cuyos adoradores tratan de esclavizarnos también a nosotros y arrebatarnos la libertad, la dignidad y la alegría de vivir como hijos de Dios.

Si el mismo Hijo unigénito de Dios sufrió tentaciones, no podemos pretender que nosotros –aunque hijos de Dios- no estamos sometidos a las mismas; y más aun: cedemos ante los ídolos, tal vez sin advertirlo, o sin querer darnos cuenta.

Necesitamos verificar si quizás no estamos transitando por los caminos equivocados que transita la multitud de quienes se han rendido a esos ídolos, y que están programados como autómatas para la ”esclavitud de la alienación”: libres para hacer lo que quieran, con tal que quieran lo que se les sugiere y les halaga de inmediato. Mecanizados y manipulados como robots sin vida digna propia, incapaces de opciones nobles, despojados de los valores permanentes que no se esfuman con el rápido paso del tiempo.

Por eso es plenamente válida y actual también para nosotros la invitación de Jesús: “Conviértanse y crean al Evangelio”. El Evangelio es el camino de la conversión continua: volver la espalda a los ídolos y volvernos al amor de Dios y del prójimo, todos los días. Jesús nos da ejemplo de libertad frente al poder, al placer y al dinero, a fin de que esos dones de Dios no se conviertan para nosotros en ídolos al servicio del egoísmo, del mal y de la muerte.

La Iglesia nos propone en la cuaresma -camino hacia la Pascua-, tres recursos de conversión al amor, a la libertad y a la alegría de los hijos de Dios: la oración, la limosna y el ayuno.

La oración nos libra de la esclavitud al ídolo-poder. En la oración el ser humano vive su finitud de criatura y su máxima grandeza, por ser imagen e hijo de Dios, mediante el trato filial y de amistad con él, de tú a tú, lejos de todo cumplimiento. La oración es el máximo poder del hombre, pues en ella se pone a su disposición la omnipotencia del mismo Dios. "Es el poder del hombre y la debilidad de Dios". El Infinito se abaja a nosotros. ¡Qué inmensa dignación! La oración es conversión al amor a Dios.

La limosna nos hace libres frente al ídolo-dinero y a los bienes materiales. Nos hace capaces de compartir, sobre todo con los más necesitados, pues Dios nos ayuda para que ayudemos. No podemos merecer los dones de Dios si luego nos negamos a compartirlos. Sólo recibiremos de Dios el ciento por uno de lo que compartimos y de lo que gozamos con gratitud y orden. Todo lo demás se pierde. La limosna es conversión al amor al prójimo.

El ayuno nos hace libres frente al ídolo-placer, al ayunar de lo que perjudica al prójimo, a nosotros mismos, a la creación y al Creador. El ayuno nos ayuda a gozar con orden, intensidad y gratitud el placer de vivir y todos los demás placeres con que Dios nos hace gratificante y feliz –incluso a pesar del sufrimiento- la existencia física, moral, espiritual, familiar y social, como aperitivo de los inmensos placeres eternos. El ayuno es conversión al justo y necesario amor a sí mismo, pues nos abre a los gozos del banquete eterno.

El placer hecho ídolo termina envenenando todo placer y cierra el camino hacia el placer del paraíso eterno. Hacernos esclavos del placer, es vender nuestra herencia eterna por un plato de lentejas. Huyamos de tan fatal e irremediable fracaso.

Necesitamos aferrarnos a Cristo resucitado, presente, el único que puede librarnos del poder aniquilador de los ídolos. Donde está Cristo, no hay espacio para los ídolos. Sólo su presencia pascual y su Palabra nos librarán de la esclavitud del poder, del placer y del dinero.

“El reino de Dios está cerca…, dentro de ustedes”. “Conviértanse y crean al Evangelio”. “¡Venga a nosotros tu reino!”


Génesis 9, 8-15


Dios dijo a Noé y a sus hijos: «Yo establezco mi Alianza con ustedes, con sus descendientes, y con todos los seres vivientes que están con ustedes: con los pájaros, el ganado y las fieras salvajes; con todos los animales que salieron del arca, en una palabra, con todos los seres vivientes que hay en la tierra. Yo estableceré mi Alianza con ustedes: los mortales ya no volverán a ser exterminados por las aguas del diluvio, ni habrá otro diluvio para devastar la tierra». Dios añadió: «Éste será el signo de la Alianza que establezco con ustedes, y con todos los seres vivientes que los acompañan, para todos los tiempos futuros: Yo pongo mi arco en las nubes, como un signo de mi Alianza con la tierra. Cuando cubra de nubes la tierra y aparezca mi arco entre ellas, me acordaré de mi Alianza con ustedes y con todos los seres vivientes, y no volverán a precipitarse las aguas del diluvio para destruir a los mortales».


Los contemporáneos de Noé pasaron improvisamente de su seguridad e idolatría a la aniquilación. ¿No sigue sucediendo también hoy algo semejante? Aunque las catástrofes sólo alcancen sólo a una pequeña parte del mundo. Pero el arco iris sigue apareciendo entre las nubes como garantía de la fidelidad de Dios a su Alianza, y no sólo no destruye la humanidad y la creación a causa del pecado, sino que las defiende contra la iniquidad destructora de las fuerzas del mal.

Dios hace Alianza -promete la bendición de su presencia conservadora y salvadora- a favor de todos los hombres y de toda la creación, porque Dios ama las obras de sus manos y no las abandona a los superpoderes destructores.

Mas hoy la Alianza, el arco iris de Dios es una persona: Cristo resucitado, Luz del mundo, que nos llama a la conversión continua y a colaborar con él en conducir la historia, la humanidad y la creación por misteriosos caminos hacia la resurrección y la gloria. Y lo hace desde la Iglesia, en especial desde la Eucaristía, mediante la cual llega la salvación a toda la humanidad, incluso a las víctimas de los desastres naturales, del egoísmo, del odio, del hambre y de las guerras.


1 Pedro 3, 18-22


Queridos hermanos: Cristo padeció una vez por los pecados -el justo por los injustos- para que, entregado a la muerte en su carne y vivificado en el Espíritu, los llevara a ustedes a Dios. Y entonces fue a hacer su anuncio a los espíritus que estaban prisioneros, a los que se resistieron a creer cuando Dios esperaba pacientemente, en los días en que Noé construía el arca. En ella, unos pocos -ocho en total- se salvaron a través del agua. Todo esto es figura del bautismo, por el que ahora ustedes son salvados, el cual no consiste en la supresión de una mancha corporal, sino que es el compromiso con Dios de una conciencia pura, por la resurrección de Jesucristo, que está a la derecha de Dios, después de subir al cielo y de habérsele sometido los Ángeles, las Dominaciones y las Potestades.


Cristo murió una sola vez, pues su muerte y su resurrección tienen una eficacia infinita de perdón y salvación a favor de la humanidad. Y sin embargo, la salvación sólo la alcanzan quienes la acogen con la conversión, ya sea de forma consciente o sin saberlo. Un vaso sólo se puede llenar si está boca arriba.

Entre su muerte y su resurrección Jesús fue a anunciar la salvación “a los espíritus que estaban prisioneros” por no creer en Dios. Esto nos recuerda lo dicho por Jesús: “A los hombres se les perdonarán todos los pecados, menos el pecado contra el Espíritu Santo”, y: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”.

Las aguas del diluvio -que lavaron la tierra de la corrupción-, son figura del bautismo, que nos lava del pecado y nos hace hijos de Dios, con derechos divinos y el compromiso de vivir en relación filial con él, mediante una conciencia pura y un corazón sumiso. Así alcanzaremos un día la plenitud de la filiación, “viéndolo cara a cara, tal cual es”.


P. Jesús Álvarez, ssp.