Sunday, February 28, 2010

TRANSFIGÚRANOS, SEÑOR


TRANSFIGÚRANOS, SEÑOR


2º Domingo de Cuaresma, 28-02-2010.


Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a un monte alto. A la vista de ellos su aspecto cambió completamente. Incluso sus ropas se volvieron resplan-decientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, que conversaban con Jesús. Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Levantemos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. No sabía lo que decía, porque estaban desconcertados. En esto ser formó una nube que los cubrió con su sombra, y desde la nube se oyeron estas palabras: Éste es mi Hijo, el amado. Escúchenlo! Y de pronto, mirando a su alrededor, no vieron ya a nadie; sólo Jesús estaba con ellos. Lucas 9, 28-36 .

Jesús sabe que su muerte se acerca, y así lo anuncia a sus discípulos. Ellos, como Jesús, se sienten afligidos por el inminente y triste desenlace. Pero con la transfiguración en el monte Tabor, el Padre les muestra, a los discípulos y a Jesús, un anticipo de la resurrección para reanimarlos.

Jesús habla con Moisés y Elías del fin ya próximo de su carrera terrena. Y el Maestro ha querido que sus discípulos predilectos, Juan, Pedro y Santiago, estén presentes, para que se animen viendo en qué va a terminar la muerte de Jesús, como él les había anunciado: Y al tercer día resucitaré. Aunque ellos no comprenden ni creen lo de la resurrección hasta que ven resucitado al Mesías.

Los discípulos dudan de si Jesús no estará equivocado, si no va hacia el fracaso total. Por eso el Padre les quiere dar una prueba más, hablándoles desde la nube: Este es mi Hijo predilecto: escúchenlo. Quiere decir: “Créanle. Es cierto lo que dice: que al tercer día resucitará, porque es mi verdadero Hijo”.

El sufrimiento y la perspectiva de la muerte engendran tristeza en nosotros, si no miramos más allá: a la resurrección. Lo peor es una tristeza sin la luz de la esperanza, porque tal tristeza no es cristiana: es contraria a la fe en la alegría de la resurrección, que es la primera y principal verdad de la fe.

Desde que Jesús sufrió, murió y resucitó, todo sufrimiento, y la muerte misma, tienen sentido y destino de resurrección y de vida, de felicidad y gloria sin fin. Nos lo asegura san Pablo: Si sufrimos con Cristo, reinaremos con él; si morimos con él, viviremos con él”.

Cada sufrimiento se nos compensará con un enorme peso de gozo y de gloria, si lo asociamos con fe y esperanza a los sufrimientos de Jesús. “Tengo por cierto que los sufrimientos de esta vida no tienen comparación alguna con el peso de gloria que se manifestará en nosotros”, dice san Pablo.

En Cristo se verifican otras transfiguraciones. La primera fue la gran transfiguración: el Hijo de Dios se hace a la vez hijo de María por la encarnación.

La otra gran transfiguración se verifica en la Eucaristía: el paso del Dios-hombre a ser pan y vino, para alimentar a los hombres con su vida divina. Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él. Quien me come, vivirá por mí. Y la última gran transfiguración, la resurrección: el paso de Cristo muerto a Cristo resucitado y ascendido al cielo. Ese mismo camino lo ha abierto Jesús también para nosotros.

Si creemos en la presencia de Jesús en el pan eucarístico, hemos de creer también en su presencia bajo las especies humanas de los hombres, sus hermanos y nuestros, con quienes él mismo se identifica: Todo lo que hagan a uno de estos mis pequeños hermanos, a mí me lo hacen.

Convertirse es transfigurarse en Cristo por el amor agradecido y la unión con él; y por el amor salvífico al prójimo, como él lo ama: hasta dar la vida por quienes amamos. Es afianzarse en la verdadera vida cristiana (vida en Cristo), camino de la plenitud y de la felicidad temporal y eterna que todos anhelamos.


Génesis 15,5-12. 17-18.

Yavé sacó a Abram afuera y le dijo: "Mira al cielo y cuenta las estrellas, si puedes. Así será tu descendencia." Y creyó Abram a Yavé, quien lo tuvo en adelante por un hombre justo. Yavé le dijo: "Yo soy Yavé, que te sacó de Ur de los Caldeos, para entregarte esta tierra en propiedad." Abram le preguntó: "Señor, ¿en qué conoceré yo que será mía?" Le contestó: "Tráeme una ternera, una cabra y un carnero, todos ellos de tres años, y también una paloma y un pichón." Abram trajo todos estos animales, los partió por mitad, y puso una mitad frente a la otra; las aves no las partió. Cuando el sol ya se había puesto y estaba todo oscuro, algo como un calentador humeante y una antorcha encendida pasaron por medio de aquellos animales partidos. Aquel día Yavé pactó una alianza con Abram diciendo: "A tu descendencia le daré esta tierra desde el torrente de Egipto hasta el gran río Éufrates”.

Abram es anciano y no tiene descendencia. Situación muy penosa en aquellos tiempos, por no poder estar entre los ascendientes del Mesías. Pero Dios le promete una descendencia inmensa. Y por la fe en la palabra de Dios, el “padre de los creyentes” engendra a un hijo, que será padre de multitudes a través de los siglos.

¿Quién no ha probado la tristeza de sentir estéril su vida, aunque haya tenido hijos de la propia carne? En especial cuando los hijos olvidan a sus padres, y tal vez todo da a entender que no se los ha engendrado en la fe. Triste es constatar: ¿De qué vale haber tenido hijos y nietos, si al final se pierden para siempre?

¿Será auténtica la fe de los padres que no pasa a sus hijos? Es necesario recurrir más a la oración, al buen ejemplo, al sacrificio ofrecido, a obras y actitudes de fe, y especialmente a la Eucaristía ofrecida por ellos, y al final entregar la vida por su salvación, ejerciendo así el sacerdocio bautismal a favor de ellos.

Y esta paternidad-maternidad que engendra hijos para la vida eterna, se puede y se debe extender, en unión con Cristo, a toda la familia, a las amistades, vecinos... y a muchos otros. Así nos hacemos, en verdad, padres y madres de multitudes. A cada uno de nosotros Dios le ha asignado su parcela de salvación.


Filipenses 3,17-21. 4, 1

Sean imitadores míos, hermanos, y fíjense en los que siguen nuestro ejemplo. Porque muchos viven como enemigos de la cruz de Cristo; se lo he dicho a menudo y ahora se lo repito llorando. La perdición los espera; su dios es el vientre, y se sienten muy orgullosos de cosas que deberían avergonzarlos. No piensan más que en las cosas de la tierra. Nosotros tenemos nuestra patria en el cielo, y de allí esperamos al Salvador que tanto anhelamos, Cristo Jesús, el Señor. Pues él cambiará nuestro cuerpo miserable usando esa fuerza con la que puede someter a sí el universo, y lo hará semejante a su propio cuerpo, del que irradia su gloria. Por eso, hermanos míos, a quienes tanto quiero y echo de menos, que son mi alegría y mi corona, sigan así firmes en el Señor, amadísimos.

A San Pablo le arranca lágrimas el hecho de que muchos convertidos a la fe en Cristo crucificado y resucitado, habían convertido el estómago y el sexo en ídolos de sus vidas y de sus aspiraciones, haciéndose “enemigos de la cruz de Cristo”.

¿Sobre cuántos cristianos tendría que llorar san Pablo hoy? ¿También sobre mí y sobre ti? Vale la pena verificar con sinceridad y profundidad si nos arrodillamos o no ante esos ídolos.

Si creemos que nuestra patria es el cielo, tenemos que echar mano de los medios para conquistarla. Y el medio esencial nos lo propone Jesús: Si alguno quiere ser mi discípulo, que cargue con su cruz cada día y se venga conmigo.

Pero la cruz no es el destino, sino sólo el camino por donde se sigue a Cristo hacia el destino absoluto: la resurrección y la gloria inmensa y sin fin.

La cruz es el pan cotidiano de quien renuncia a gozar a costa del sufrimiento ajeno; de quien elige arrancar las cruces de los que sufren; de quien opta por ser leal a Dios y al prójimo. Pero es sufrimiento que sana, salva y produce vida, alegría y felicidad, a semejanza de los dolores de parto de una madre amante de la vida que está para dar a luz.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, February 21, 2010

Las tentaciones de Jesús y las nuestras


Las tentaciones de Jesús y las nuestras


Domingo 1º de Cuaresma - Ciclo C / 21-2-2010.



Jesús volvió de las orillas del Jordán lleno del Espíritu Santo y se dejó guiar por el Espíritu a través del desierto, donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. En todo ese tiempo no comió nada, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: Si eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan. Jesús le contestó: Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan. Lo llevó después el diablo a un lugar más alto, le mostró en un instante todas las naciones del mundo y le dijo: Te daré poder sobre estos pueblos, y sus riquezas serán tuyas, porque me las han entregado a mí y yo las doy a quien quiero. Si te arrodillas y me adoras, todo será tuyo. Jesús le replicó: La Escritura dice: Adorarás al Señor tu Dios y a él sólo servirás. A continuación el diablo lo llevó a Jerusalén, y lo puso en la muralla más alta del Templo, diciéndole: Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, pues dice la Escritura: Dios ordenará a sus ángeles que te protejan; y también: Ellos te llevarán en sus manos, para que tu pie no tropiece en ninguna piedra. Jesús le replicó: También dice la Escritura: No tentarás al Señor, tu Dios. Al ver el diablo que había agotado todas las formas de tentación, se alejó de Jesús, a la espera de otra oportunidad. (Lucas. 4,1-13).

Jesús hace ayuno como entrenamiento de libertad frente a las exigencias del cuerpo, y también como experiencia del hambre, ese lento y horrible tormento de tantos humanos.

El tentador le pide que venda su conciencia por un trozo de pan que, con su poder, Jesús mismo podía sacar de las piedras. Frente a la solución milagrera, Jesús declara que por encima de las necesidades del cuerpo, hay necesidades más profundas del espíritu y de la persona que no se pueden canjear por un pedazo de pan, ni por dinero, placer, fama o poder. El hombre no es sólo estómago, vientre y sexo, sino un ser con hambre de infinito que sólo Dios infinito puede saciar.

A la segunda propuesta de ambición y esclavitud al poder, Jesús responde que el poder y la libertad suprema están en servir, adorar y amar a Dios, de quien recibimos todo lo que somos, tenemos, gozamos, amamos y esperamos. Servir a los ídolos del placer, del poder y del dinero equivale a perderlo todo al final.

Y por último, la tentación de la fama, el aplauso y la admiración de los idólatras. Es la peor de las tentaciones: ser como Dios a espaldas Dios y pretender utilizarlo en función de los propios intereses, pero con fin fatal.

Jesús, entrenado para sufrimiento positivo y productivo de salvación, y a la renuncia en vista de la conquista del paraíso, vence definitivamente al tentador, y el Padre lo premia con un banquete servido por los mismos ángeles.

Jesús nos enseña que el camino de la victoria sobre las tentaciones no es cuestión de pura renuncia y tristeza, sino de valentía, libertad, coraje, gozo y honor por la victoria contra el mal.

Y nos indica los medios: la oración, mediante la cual nos hacemos con el mismo poder de Dios, único capaz de vencer al tentador en nosotros y con nosotros. La oración pone a nuestro alcance el tesoro infinito que es el mismo Dios.

El ayuno, también de alimento físico, para compartir con los pobres; pero en especial de todo cuanto hace daño al otro o a uno mismo, a la creación y a Dios, en el esfuerzo sufrido y valiente por hacer el bien.

Y la limosna, no sólo con ayudas materiales, sino con todo lo que nos ha sido dado: amor, inteligencia, tiempo, perdón, fortaleza, cercanía, compasión, consuelo, oración y sufrimiento por la salvación de los otros, que es la máxima limosna.

Así tendremos una cuaresma gozosa y una pascua jubilosa, con Cristo presente.


Deuteronomio 26, 4-10.

El sacerdote tomará de tus manos el canasto y lo depositará ante el altar de Yavé, tu Dios. Entonces tú dirás estas palabras ante Yavé: "Mi padre era un arameo errante, que bajó a Egipto y fue a refugiarse allí, siendo pocos aún; pero en ese país se hizo una nación grande y poderosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron dura servidumbre. Llamamos pues a Yavé, Dios de nuestros padres, y Yavé nos escuchó, vio nuestra humillación, nuestros duros trabajos y nuestra opresión. Yavé nos sacó de Egipto con mano firme, demostrando su poder con señales y milagros que sembraron el terror. Y nos trajo aquí para darnos esta tierra que mana leche y miel. Y ahora vengo a ofrecer los primeros productos de la tierra que tú, Yavé, me has dado." Los depositarás ante Yavé, te postrarás y adorarás a Yavé, tu Dios.

¿Es Dios quien manda los sufrimientos y las pruebas? La respuesta está en otra pregunta: Algún padre que tenga corazón y sentido común, ¿puede desear afligir con sufrimientos a sus hijos? ¿Dios puede ser peor que un padre humano?

Con todo, un padre puede permitir una dolorosa operación para salvar la vida de su hijo. Dios acude a nuestro sufrimiento para convertirlo en fuente de vida, felicidad y gloria gracias a su omnipotencia amorosa. Eso hizo con su Hijo.

Y nuestra actitud ante el Padre no puede ser sino de gratitud y alabanza, a la vez que le entregamos parte de lo que nos dio para colocarlo en el altar de las necesidades del prójimo, con quien el mismo Dios se identifica.


Romanos 10, 8-13.

Hermanos: la Escritura dice: “Muy cerca de ti está la Palabra, ya está en tus labios y en tu corazón”. Ahí tienen nuestro mensaje, y es la fe. Porque te salvarás si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos. La fe del corazón te procura la verdadera rectitud, y tu boca, que lo proclama, te consigue la salvación. También dice la Escritura: “El que cree en él, no quedará defraudado”. Porque todo el que invoque el Nombre del Señor, se salvará.

La Palabra de Dios está escrita en nuestros corazones. Pero del corazón tiene que pasar a la mente y a la vida, de lo contrario el mismo corazón sería su triste tumba.

¿Cómo nos habla Dios al corazón? Mediante la vida, la naturaleza, la Biblia, las personas, la oración, los sacramentos y todo lo que sucede en nosotros y a nuestro alrededor. Todo es Palabra de Dios que él escribe en nuestro corazón para que la hagamos vida.

Pero es necesaria la atención, el deseo, el silencio, el amor, y la escucha leal para reconocer esa Palabra que llega a nuestros corazones, para dar a la vida valor eterno. Sólo la fe del corazón, o fe hecha amor, puede salvarnos.

La Palabra leída o escuchada es salvadora si nos contacta en vivo y en directo con la Palabra Persona: Cristo, quien pronuncia esa Palabra. Solo con esta unión logramos que la Palabra no quede estéril. El mismo lo afirma: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto; pero sin mí, no pueden hacer nada”.

Jesús escribe y pronuncia de continuo su Palabra en nuestros corazones, en nuestras vidas y en nuestro entorno mediante su presencia infalible: Yo estoy con ustedes todos los días... Y por su parte el Padre nos exhorta: Este es mi Hijo muy amado: escúchenlo. Él es el único Salvador: sólo quien le cree, lo ama, lo invoca y en él espera, alcanzará el perdón y la salvación.

No basta, pues, hablar de Dios y oír hablar de él; es necesario escucharlo a él en persona, que es nuestro Maestro interior, y nos habla al corazón y a la mente.

Tenemos que evitar a toda costa quebrantar el segundo mandamiento: “No pronunciarás el nombre de Dios en vano”. Y pecamos contra este mandamiento si tenemos a Dios en los labios, pero no en el corazón.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Saturday, February 13, 2010

LA FELICIDAD QUE POCOS BUSCAN Y ENCUENTRAN


LA FELICIDAD QUE POCOS

BUSCAN Y ENCUENTRAN


Domingo 6° durante el año C 14-2-2010.


Jesús levantó los ojos hacia sus discípulos y les dijo: "Felices ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios. Felices ustedes los que ahora tienen hambre, porque serán saciados. Felices ustedes los que lloran, porque reirán. Felices ustedes si los hombres los odian, los expulsan, los insultan y los consideran unos delincuentes a causa del Hijo del Hombre. Alégrense en ese momento y llénense de gozo, porque les espera una recompensa grande en el cielo. Recuerden que de esa manera trataron también a los profetas en tiempos de sus padres. Pero ¡pobres de ustedes, los ricos, porque tienen ya su consuelo! ¡Pobres de ustedes los que ahora están satisfechos, porque después tendrán hambre! ¡Pobres de ustedes los que ahora ríen, porque van a llorar de pena! ¡Pobres de ustedes, cuando todos hablen bien de ustedes, porque de esa misma manera trataron a los falsos profetas en tiempos de sus antepasados!” (Lucas 6,17.20-26).

La felicidad es lo que toda persona busca en lo vive, hace, dice, goza y espera, e incluso en todo lo que sufre. Pero ¡cuánto engaño en buscar la felicidad y cuánta felicidad sin buscadores!

Ser feliz significa experimentar que la propia vida es verdadera y exitosa porque se fundamenta en valores que no perecen ni siquiera con la muerte, que en el fondo es lo que anhela todo el que la busca. Felicidad es sentirse persona libre ante todo que lleva a la infelicidad; amar y ser amados, con un amor a Dios y al prójimo que asegura la victoria sobre la muerte.

Cristo tuvo como objetivo primordial de su vida la felicidad temporal y eterna del hombre, y la suya propia. Y nos enseñó el camino real de esa felicidad plena y eterna, que él siguió, logrando el éxito más rotundo sobre la muerte: la resurrección y la ascensión a la gloria eterna. Y ése es el camino de la felicidad que nos indica hoy: las bienaventuranzas. El camino que siguieron y siguen todos los suyos, cristianos de verdad por vivir unidos a él.

Pero... ¿cuántos buscan ese camino de la verdadera felicidad temporal y eterna que todos anhelamos? Cada religión, cada cultura, cada generación tiene sus criterios de felicidad, que en su gran mayoría son los falsos criterios de sociedad del poder, del tener y del placer, que acaban en nada.

Las bienaventuranzas son el programa de vida que Jesús ofrece a todos para lograr la felicidad en esta tierra y su misma felicidad divina en el cielo.

Pero, ¿cómo pueden ser felices los pobres, los que lloran, los que sufren, los perseguidos, los hambrientos, los pacíficos...? Muy sencillo: Dios convierte esas infelicidades pasajeras en felicidad temporal y eterna. Así lo hizo con Cristo y lo hace con quienes lo siguen.

La verdadera pobreza consiste en tener conciencia de que todo lo que somos, tenemos, amamos, gozamos y esperamos es propiedad de Dios. Son bienes puestos en nuestras manos para gozarlos y compartirlos con gratitud. Pobre verdadero es quien no pone en lugar de Dios a ninguna criatura o disfrute.

Pero infelices y pobres son los ricos a costa de los pobres, que ríen sobre la tristeza ajena, se sacian a costa del hambre de otros... Su futuro es la muerte y la infelicidad eterna. Pues ya se dieron a sí mismos su paga en este mundo.

De cada cual depende elegir el camino real de la verdadera felicidad que traspasa la muerte, o de la felicidad engañosa y pasajera que se esfuma con la muerte para siempre.

Jeremias 17,5-8

Así habla Yavé: “¡Maldito el hombre que confía en otro hombre, que busca su apoyo en un mortal, y que aparta su corazón de Yavé! Es como mata de cardo en la estepa; no sentirá cuando llegue la lluvia, pues echó sus raíces en lugares ardientes del desierto, en un solar despoblado. ¡Bendito el que confía en Yavé, y que en él pone su esperanza! Se asemeja a un árbol plantado a la orilla del agua, y que alarga sus raíces hacia la corriente: no tiene miedo de que llegue el calor, su follaje se mantendrá verde; en año de sequía no se inquieta, ni deja de producir sus frutos.

Dios no maldice la confianza necesaria entre las personas de buena voluntad, en función de una sana y gratificante convivencia humana en la amistad, en la mutua ayuda y en la fraternidad, en su presencia. Pero sí maldice la confianza excesiva puesta en una persona humana que lleva al hombre a volver las espaldas a Dios, porque espera del hombre lo que sólo de Dios puede dar. Pone al hombre en el lugar de Dios, lo cual es idolatría.

Esta confianza maldita que excluye a Dios de la vida y pone en su lugar los ídolos del tener, del placer y del poder, vuelve la vida estéril y desértica, porque se ha cortado de única fuente de la vida: Dios. Y sólo queda una pasajera apariencia de vida y felicidad, pero en realidad es la más triste “malaventuranza” que lleva a la eterna infelicidad.

Sin embargo, el que ha puesto su confianza en Dios, se conecta con la fuente y la corriente de aguas vivas, que hacen posible que la vida sea vida - no apariencia de vida – y produzca frutos de vida, felicidad y salvación para sí y para muchos otros. Recordemos siempre la consigna clave de Jesús: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”; como el árbol plantado a la orilla del río.

1 Corintios 15,12. 16-20

Ahora bien, si proclamamos un Mesías resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos ahí que no hay resurrección de los muertos? Pues si los muertos no resucitan, tampoco Cristo pudo resucitar. Y si Cristo no resucitó, de nada les sirve su fe: ustedes siguen en sus pecados. Y, para decirlo sin rodeos, los que se durmieron en Cristo están totalmente perdidos. Si nuestra esperanza en Cristo se termina con la vida presente, somos los más infelices de todos los hombres. Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, siendo el primero y primicia de los que se durmieron.

San Pablo es el apóstol por excelencia de la resurrección. Después de la venida del Espíritu Santo la resurrección de Cristo era el tema esencial de la evangelización: “Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho poder” (Hechos 4, 33).

Y también hoy toda evangelización, predicación y catequesis verdadera deben tener como tema fundamental y explícito a Cristo resucitado presente y la resurrección de los muertos por la que se alcanza la vida eterna.

Sin fe real en Cristo resucitado, presente y actuante, vana es la fe, la catequesis y la predicación; y no hay perdón de los pecados al no creer en el único que los puede perdonar. Seríamos los más infelices de los hombres al no gozar del Resucitado y de sus inmensos bienes ni en esta vida ni en la otra.

¡Pero no! Cristo está resucitado y cumple con nosotros su infalible promesa: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Vivamos y promovamos la cultura de la resurrección con una vida pascual en Cristo resucitado, y él nos dará la última y total bienaventuranza: la resurrección.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, February 07, 2010

PESCADORES DE HOMBRES


PESCADORES DE HOMBRES


Domingo 5° durante el año – C - 06-02-2010


Jesús vio dos barcas junto a la orilla del lago de Genesaret; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era la de Simón Pedro, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: “Navega mar adentro, y echen las redes”. Simón le respondió: “Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si Tú lo dices, echaré las redes”. Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: “Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador”. El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: “No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres”. Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron. (Lucas 5, 1-11)

Los maestros de la Ley explicaban las Escrituras en el templo, en las sinagogas y escuelas. Y creían que la salvación era sólo para quienes acudían a esos lugares. ¿No creen hoy lo mismo muchos cristianos y pastores? Pero Jesús pasó a enseñar en cualquier parte: calles, casas, cerros, descampado, orillas del mar...

Hoy se han multiplicado casi al infinito los lugares de transmisión y escucha de la Palabra salvadora de Dios: libros, revistas, radio, televisión, teléfono, cine, celular, videos, CD, DVD, internet, mail, web, blog, facebook, e-book…

Cada cual tiene a su alcance uno o varios de estos nuevos púlpitos fuera de los templos, nuevas formas de evangelización no exclusivas del sacerdote, y alcanzan a multitudes. Con razón dijo Jesús: “Harán obras aún mayores que las mías”.

Hay que poner a disposición de Cristo esos medios, como Pedro puso su barca vacía a disposición del Maestro para que la gente lo escuchara mejor.

Luego Jesús invita a Pedro a que reme mar adentro para pescar. Pedro es un maestro como pescador, y sabe cuáles son los tiempos y lugares de la pesca: durante la noche, como lo habían hecho, aunque sin haber sacado ni un solo pez. Y Jesús, no pescador sino carpintero, le pide echar las redes en pleno día.

Pedro deja la lógica de su oficio para entrar en la lógica ilógica del Maestro. La sorpresa de la abundante pesca los desconcierta: Pedro reconoce la grandeza de Jesús y su propia pequeñez y pecado, y se ve indigno de estar al lado del Señor. Pero Jesús, con su “absurda” lógica, lo transforma de pescador de peces en pescador de hombres con las redes de la Palabra salvadora de Dios.

No es discípulo de Jesús quien sólo está a su lado, sino quien descubre en Jesús a alguien tan extraordinario y tan grande, que se siente indigno de estar en su presencia, la que él nos aseguró con palabras infalibles: “Estoy con ustedes todos los días” para dar eficacia salvadora a nuestras vidas y obras.

Todo cristiano (=discípulo de Cristo unido a él), es llamado a ser “pescador de hombres”; o sea: a colaborar con Jesús en la propia salvación, la de sus hermanos y de todos los hombres, con la vida, la palabra, las obras, el sufrimiento, la oración, el ejemplo, y con todos los medios posibles, pero unido él, pues sólo “quien está unido a mí produce mucho fruto”.
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Es la condición esencial para que nuestra vida y obras, alegrías y penas, trabajo y descanso, sean cauces de salvación para nosotros, para los nuestros y para el mundo.

Isaías 6, 1-2. 3-8.

El año de la muerte del rey Ozías, yo vi al Señor sentado en un trono elevado y excelso, y las orlas de su manto llenaban el Templo. Unos serafines estaban de pie por encima de Él. Cada uno tenía seis alas. Y uno gritaba hacia el otro: «¡Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos! Toda la tierra está llena de su gloria». Uno de los serafines voló hacia mí, llevando en su mano una brasa que había tomado con unas tenazas de encima del altar. Él le hizo tocar mi boca, y dijo: «Mira: esto ha tocado tus labios; tu culpa ha sido borrada y tu pecado ha sido expiado». Yo oí la voz del Señor que decía: «¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?» Yo respondí: «¡Aquí estoy: envíame!»

Tantas veces pronunciamos o escuchamos la palabra SANTO referida a Dios, sin quizás saber qué significa: admirable, insuperable, omnipotente, infinitamente amable y bello, inalcanzable y a la vez el más cercano a nosotros.

Es el Creador y cuidador del universo material, donde las distancias se expresan en millones de años luz; y de la diminuta tierra, que en un solo metro cuadrado puede contener millones de seres vivos que él cuida desde hace millones y millones de años.

Por referirnos a algo muy pequeño: él hizo nuestro corazoncito, que realiza 36 millones de latidos al año, bombea más de 2 millones de litros anuales de sangre por 100 mil kilómetros de venas y arterias. Y el cerebro supera con mucho al corazón en perfección y actividad.
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Dios el Hacedor del mundo visible y del invisible, éste inmensamente superior al visible. E infinitamente por encima de todo eso, está él. Pero a la vez se abaja a nosotros en la encarnación, y se hace aún menos que nosotros: se hace pan en la Eucaristía, para estar con nosotros.

¿Cómo no sentirse indignos y anonadados ante nuestro Dios y Padre que, a pesar de nuestro pecado, se enorgullece de elevarnos a la dignidad de hijos suyos, hacernos colaboradores de su obra creadora y redentora, y además nos llama a compartir su felicidad en mansión celestial por toda la eternidad?

Sin embargo, ¡qué poco le creemos y amamos! Y con nuestra ceguera tal vez opacamos su presencia divina. Mas nuestra indignidad no nos libra de la responsabilidad y privilegio de creerle, amarlo y respetarlo, y de ser puentes entre él y nuestros hermanos que no le creen ni lo aman ni lo respetan, para su propio mal. Tenemos que responder como Isaías y Jesús: “Aquí estoy: envíame”.

1 Corintios 15, 3-8. 11.

Hermanos: Les he trasmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a Cefas y después a los Doce. Luego se apareció a más de quinientos hermanos al mismo tiempo, la mayor parte de los cuales vive aún, y algunos han muerto. Además, se apareció a Santiago y a todos los Apóstoles. Por último, se me apareció también a mí, que soy como el fruto de un aborto. En resumen, tanto ellos como yo, predicamos lo mismo, y esto es lo que ustedes han creído.

San Pablo es el apóstol por excelencia de la resurrección de Cristo. Jesús resucitado es el centro de su vida y la fuerza de toda su predicación. Él no hace cuentos, sino que habla de hechos reales narrados por testigos presenciales y se apoya en la experiencia vivida por él mismo con el Resucitado.

Hoy se cuestiona o se niega la Resurrección de Jesús sencillamente porque no es demostrable; pero, sobre todo, porque Cristo resucitado exige cargar con la cruz cada día para seguirlo hacia la resurrección y la gloria.

La fe no es razonable ni demostrable. Pero “si Cristo no resucitó, es vana la fe y la predicación”, asegura san Pablo. Y que “si Cristo no está resucitado, somos los más necios y desgraciados de los hombres”, pues nuestra fe se apoyaría en una gran mentira, en uno cualquiera que ha muerto definitivamente; sería una fe inútil y absurda. Pero no: ¡Cristo ha resucitado y vive entre nosotros!

Cultivemos asiduamente y vivamos nuestra fe en quien nos dijo: “Estoy con ustedes todos los días”, resucitado, presente, actuante.


P. Jesús Álvarez, ssp.