Sunday, April 25, 2010

Buen pastor y buenos pastores


Buen pastor y buenos pastores


Domingo 4º de Pascua / 25-4-2010.


47ª Jornada Mundial de Oración por las vocaciones.


En aquel tiempo dijo Jesús: Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco. Ellas me siguen, y yo les doy vida eterna. Nunca perecerán y nadie las arrebatará jamás de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más fuerte que todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos una sola cosa. (Juan. 10,27-30).

Las ovejas de Jesús, sus verdaderos seguidores, conocen, escuchan y obedecen la voz de Jesús, Buen Pastor, y lo siguen, como las ovejas escuchan y obedecen a su pastor. Y como las ovejas están seguras de que el pastor las llevará por buenos caminos y a buenos pastos, así el verdadero cristiano sabe que Cristo lo llevará por caminos seguros a los prados eternos.

Jesús aclara qué significa ser sus ovejas: escuchar su voz, ser conocidos y amados por él, conocerlo con un conocimiento amoroso, y seguirlo como pastor y Maestro, Camino, Verdad y Vida. Con el símbolo de las ovejas y del buen pastor, Jesús expresa la intimidad de las relaciones entre él y sus verdaderos discípulos de todos los tiempos.

Seguir a Jesús es mucho más que creer unas verdades, cumplir unas normas, celebrar ritos y hacer prácticas de piedad: es aceptar su forma de vida, sus sentimientos, sus criterios, su manera de ser, de pensar, de hacer y de amar. Es aceptarlo y acogerlo a él como Persona viva, amabilísima, presente y actuante, manteniendo con él una relación íntima, confiada, asidua, gozosa. En eso consiste la vida plena y feliz que Jesús nos da en el tiempo y en la eternidad.

El Buen Pastor ha querido la colaboración de otros “pastores”: el Papa, los obispos, los sacerdotes, misioneros, diáconos, catequistas, comunicadores, escritores, autoridades, profesores, padres de familia, amigos..., para llevar a sus ovejas a buenos pastos. Las ovejas oirán y seguirán a los pastores cuya voz y conducta reflejen al Buen Pastor. Y habrá nuevos pastores que continúen su obra salvífica.

Sólo el Buen Pastor resucitado y presente, puede dar eficacia de salvación a nuestra vida y muerte, alegrías, sufrimientos, oración, palabras, acciones.

Por eso la primera tarea y compromiso primordial de los pastores consiste en estar unidos a Cristo, vivir en Cristo para engendrar a otros a la vida en Cristo. En eso consiste el éxito de la vida y de la misión de los pastores y fieles.

A cada uno de nosotros Dios nos ha asignado una “parcela de salvación”, para “pastorear”, formada por personas en cuya salvación nos ha encomendado colaborar. Tenemos que localizarlas, empezando por la propia familia, y comprometernos con ellas y por ellas.



P. Jesús Álvarez, ssp.



MENSAJE DE BENEDICTO XVI.



47ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones.

Tema: El testimonio suscita vocaciones


Venerados Hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio; queridos hermanos y hermanas:

La 47ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones… me ofrece la oportunidad de proponer a vuestra reflexión un tema en sintonía con el Año Sacerdotal: El testimonio suscita vocaciones.

La fecundidad de la propuesta vocacional, en efecto, depende primariamente de la acción gratuita de Dios, pero, como confirma la experiencia pastoral, está favorecida también por la calidad y la riqueza del testimonio personal y comunitario de cuantos han respondido ya a la llamada del Señor en el ministerio sacerdotal y en la vida consagrada, puesto que su testimonio puede suscitar en otros el deseo de corresponder con generosidad a la llamada de Cristo.

Él es el Testigo por excelencia de Dios y de su deseo de que todos se salven. En la aurora de los tiempos nuevos, Juan Bautista, con una vida enteramente entregada a preparar el camino a Cristo, da testimonio de que en el Hijo de María de Nazaret se cumplen las promesas de Dios. Cuando lo ve acercarse al río Jordán, donde estaba bautizando, lo muestra a sus discípulos como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). Su testimonio es tan fecundo, que dos de sus discípulos “oyéndole decir esto, siguieron a Jesús” (Juan 1, 37).

También la vocación de Pedro, según escribe el evangelista Juan, pasa a través del testimonio de su hermano Andrés: Hemos encontrado al Mesías -que quiere decir Cristo- y lo llevó a Jesús” (Jn 1, 41-42). Lo mismo sucede con Natanael, Bartolomé, gracias al testimonio de otro discípulo, Felipe, el cual comunica con alegría su gran descubrimiento: “Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés, en el libro de la ley, y del que hablaron los Profetas: es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret” (Juan 1, 45).

Esto acontece también hoy en la Iglesia: Dios se sirve del testimonio de los sacerdotes, fieles a su misión, para suscitar nuevas vocaciones sacerdotales y religiosas al servicio del Pueblo de Dios.

Elemento fundamental y reconocible de toda vocación al sacerdocio y a la vida consagrada es la amistad con Cristo. Jesús vivía en constante unión con el Padre, y esto era lo que suscitaba en los discípulos el deseo de vivir la misma experiencia, aprendiendo de él la comunión y el diálogo incesante con Dios.

Si el sacerdote es el “hombre de Dios”, que pertenece a Dios y que ayuda a conocerlo y amarlo, no puede dejar de cultivar una profunda intimidad con él, permanecer en su amor, dedicando tiempo a la escucha de su Palabra. La oración es el primer testimonio que suscita vocaciones.

Un aspecto, que no puede dejar de caracterizar al sacerdote y a la persona consagrada, es el vivir la comunión. Jesús indicó, como signo distintivo de quien quiere ser su discípulo, la profunda comunión en el amor: “Por el amor que se tengan los unos a los otros reconocerán todos que sois discípulos míos” (Juan 13, 35).

Es importante llevar una vida indivisa, que muestre la belleza de ser sacerdote. Entonces, el joven dirá: "Sí, éste puede ser un futuro también para mí, así se puede vivir".

Esto vale también para la vida consagrada. La existencia misma de los religiosos y de las religiosas habla del amor de Cristo, cuando le siguen con plena fidelidad al Evangelio y asumen con alegría sus criterios de juicio y conducta. Su fidelidad y la fuerza de su testimonio, porque se dejan conquistar por Dios renunciando a sí mismos, sigue suscitando en el alma de muchos jóvenes el deseo de seguir a Cristo para siempre, generosa y totalmente.

Imitar a Cristo casto, pobre y obediente, e identificarse con él: he aquí el ideal de la vida consagrada, testimonio de la primacía absoluta de Dios en la vida y en la historia de los hombres.

Todo presbítero, todo consagrado y toda consagrada, fieles a su vocación, transmiten la alegría de servir a Cristo, e invitan a todos los cristianos a responder a la llamada universal a la santidad.


BENEDICTUS PP. XVI.

Sunday, April 18, 2010

ECHAR LAS REDES EN NOMBRE DE JESÚS

ECHAR LAS REDES EN NOMBRE DE JESÚS.



Domingo tercero de Pascua. / 18-4-2010.



Estaban reunidos Simón Pedro, Tomás el Mellizo, Natanael de Caná de Galilea, los hijos del Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar.» Contestaron: «Vamos también nosotros contigo.» Salieron, pues, y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba parado en la orilla, pero los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tienen algo que comer?» Le contestaron: «Nada.» Entonces Jesús les dijo: «Echen la red a la derecha y encontrarán pesca.» Echaron la red, y no tenían fuerzas para recogerla por la gran cantidad de peces. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Simón Pedro: «Es el Señor.» Apenas Pedro oyó decir que era el Señor, se puso la ropa, pues estaba sin nada, y se echó al agua. Los otros discípulos llegaron con la barca - pues no estaban lejos, a unos cien metros de la orilla -; arrastraban la red llena de peces. Al bajar a tierra encontraron fuego encendido, pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: «Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar.» Simón Pedro subió a la barca y sacó la red llena con ciento cincuenta y tres pescados grandes. Y no se rompió la red a pesar de que hubiera tantos peces. (Juan. 21,1-19).



Jesús ha resucitado y de vez en cuando se aparece a los apóstoles en el período de 40 días. Ellos todavía no tienen claro qué deben hacer, y vuelven a su oficio de pescadores, con Pedro, ya reconocido como guía del grupo.



Pero Jesús está ausente. No pescan nada en toda la noche. Cuando el Maestro aparece en la orilla, no lo reconocen. Mas por indicación del desconocido echan las redes y hacen una pesca milagrosa. Entonces el discípulo amado sí reconoce a Jesús, y se lo dice a Pedro, que se echa al agua para llegar donde Jesús.



Jesús aprovecha el fracaso en la faena para darles - y darnos - una grande y decisiva lección, la misma que les había dado ya de palabra: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto; pero sin mí no pueden hacer nada”.



No basta estar en sintonía con los superiores religiosos para que nuestras vidas, obras y trabajo produzcan frutos de salvación. La unión entre los miembros de la Iglesia en torno a Pedro es indispensable, pero solamente la presencia del Resucitado y la unión vital con él produce frutos de vida eterna.
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Por falta de esta unión amorosa con Jesús vivo y presente, se dan acciones de catequesis, pastoral, evangelización, que no llevan al encuentro con Cristo, y lo único que suelen conseguir es velar todavía más el verdadero rostro del Maestro divino.



Jesús había llegado a la orilla del lago y ya tiene fuego encendido, pescado sobre las brasas y pan; pero les pide que aporten a la comida fraterna algo del fruto de su trabajo. La colaboración de los discípulos con el Maestro es necesaria para continuar su obra salvadora. ¡Gran honor y noble responsabilidad!



Es indispensable la presencia actuante y la acogida de Jesús resucitado para que sea fecunda la vida y la misión de los discípulos. Sin unión afectiva y efectiva con él es inevitable el fracaso. Jesús es el único Salvador. Nosotros solos no podemos salvar a nadie; pero él sí puede salvar a través de nosotros.



Otra grande y decisiva lección se la da Jesús a Pedro, que se fía demasiado de sus fuerzas, de su saber y de su lealtad a Cristo: le da a entender que sólo quien ama a Jesús con humildad, puede ser constituido guía de sus hermanos para enseñarles a amar y a ser humildes seguidores de Cristo.



La obra evangelizadora, catequística o misionera sólo puede ser eficaz si es fruto de la unión y del amor verdadero a Jesús y a los hombres, por quienes él se encarnó, trabajó, murió y resucitó en aras de su amor universal.



Hechos 5,27-32.

El sumo sacerdote increpó a los apóstoles diciendo: "Les habíamos advertido y prohibido enseñar en nombre de ese. Pero ahora en Jerusalén no se oye más que su predicación, y quieren echarnos la culpa por la muerte de ese hombre." Pedro y los apóstoles respondieron: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien ustedes dieron muerte colgándolo de un madero. Dios lo exaltó y lo puso a su derecha como Jefe y Salvador, para dar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de esto y lo es también el Espíritu Santo, que Dios ha dado a los que le obedecen." Y mandaron entrar de nuevo a los apóstoles. Los hicieron azotar y les ordenaron severamente que no volviesen a hablar de Jesús Salvador. Después los dejaron ir. Los apóstoles salieron del Consejo muy contentos por haber sido considerados dignos de sufrir por el Nombre de Jesús.



Lo que no había logrado Jesús, lo consiguen los apóstoles por la acción del Espíritu Santo: “Ustedes han llenado Jerusalén con su enseñanza”, dice el sumo sacerdote, que creía que con haber asesinado a Jesús, acabaría todo. Ya él había dicho: “Harán cosas mayores que yo”.



Aquellos hombres, rudos e ignorantes, no sólo testimonian con intrepidez a Jesús resucitado, sino que enfrentan a los sacerdotes y escribas por haberle dado muerte. E intentan acallarlos como hicieron con el Maestro.



Mas los apóstoles, sin miedo alguno, responden sin retóricas: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Y habiéndolos apaleado sin motivo – como sin motivo mataron a Jesús -, los sueltan, prohibiéndoles seguir predicando.



Los apóstoles, a imitación del Maestro en la pasión, no protestan por la paliza, sino todo lo contrario: “Salieron contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús”. Y continuaron predicando en nombre del Resucitado.



Sacerdotes, catequistas, agentes de pastoral, padres y cristianos en general, ¿nos atrevemos a obedecer a Dios antes que a los hombres ante la alternativa?
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¿Y nos sentimos contentos de recibir ultrajes por ser fieles a Cristo? En eso se revela si nuestro ser cristiano es verdadero o simple apariencia.



Apocalipsis 5, 11-14.

Yo seguía mirando, y oí el clamor de una multitud de ángeles que estaban alrededor del trono, de los Seres Vivientes y de los Ancianos. Eran millones, centenares de millones que gritaban a toda voz: Digno es el Cordero degollado de recibir poder y riqueza, sabiduría y fuerza, honor, gloria y alabanza. Y les respondían todas las criaturas del cielo, de la tierra, del mar y del mundo de abajo. Oí que decían: ‘Al que está sentado en el trono y al Cordero, la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos’. Y los cuatro Seres Vivientes decían ‘Amén’, mientras los Ancianos se postraban y adoraban.



El evangelista san Juan intenta una descripción de la infinita y eterna gloria de Jesús resucitado, merecida por haber sido degollado como un manso cordero.
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Toda la creación visible e invisible agradece y alaba incansablemente a su Hacedor por haberle dado la existencia con todo lo que ésta comporta, y por haberla destinado a compartir con él su eterna gloria.



Pero el hombre se atreve a desentonar en este concierto armonioso de la creación, negándose a bendecir y agradecer a Dios por haberle dado la vida, todo lo que es, tiene, ama y disfruta, y lo que le tiene preparado: la vida y gloria eternas.
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El perro obsequia a su dueño porque lo cuida; mas el hombre muchas veces le niega a Dios la gratitud que un simple animal brinda gozoso a su amo. Y luego ese mismo hombre pretende que Dios le conserve y multiplique sus dones.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Saturday, April 17, 2010

PEDOFILIA Y PENITENCIA


PEDOFILIA Y PENITENCIA

De la homilía del Papa en la capilla paulina del Vaticano.

15 de abril del 2010.

“Debo decir que nosotros, los cristianos, también en los últimos tiempos, hemos esquivado la palabra penitencia, porque se nos antojaba demasiado dura. Ahora, bajo los ataques del mundo que nos hablan de nuestros pecados, comprendemos que el poder hacer penitencia es una gracia, y vemos cuánto sea necesario hacer penitencia, reconocer lo que está equivocado en nuestra vida. Abrirse al perdón, prepararse para el perdón, dejarse transformar. El dolor de la penitencia, o sea, de la purificación y de la transformación; dolor que es gracia, porque es renovación, y es obra de la Misericordia divina”.

Ante el ensañamiento de las fuerzas adversas contra la Iglesia –en realidad contra los culpables, que son una parte mínima de miembros de la Iglesia-, no debemos impresionarnos demasiado, y menos tirar la toalla.

Primero, porque no son tantos casos como se lanzan al aire bien inflados por los medios de masas que se regodean de hacerlo, porque les renta suculentos ingresos por ventas, como les da ingresos a los abogados que se hacen cargo de las supuestas y sin duda muchas veces inventadas y exageradas causas. Una campaña que renta millones de dólares a sus promotores, que se creen con derecho a tirar, no sólo la primera piedra, sino una nube de piedras, como siempre en casos similares.

Pero no hacen así con los los responsables de los escándalos del hambre, de la corrupción general, de las guerras, del turismo pedofílico a nivel mundial, de la droga, de los millones de abortos diarios (que rentan cantidades astronómicas cada día a sus promotores) de criaturas inocentes que tienen los mismos derechos a vivir que las víctimas abusadas, pero no privadas de la vida.

Ese ensañamiento es una nube de humo para distraer al público de los problemas mucho más graves, además de abultar carteras y cuentas bancarias.

Por otra parte, Jesús dijo bien claro: “Dejen crecer la cizaña sembrada por el enemigo entre el buen trigo, hasta que llegue la hora de la siega”. ¿Por qué rasgar las vestiduras porque aparezca la cizaña? Más bien es necesario y rentable considerar si no somos también nosotros cizaña, cuyo destino fianal podría ser fatal si no nos convertimos y hacemos penitencia.

La postura correcta es la indicada por el Papa: oración y penitencia por nosotros y por los culpables. El airear los pecados ajenos o escandalizarse no lleva a nada, ni disminuye los nuestros. “El que esté sin pecado, procure no caer”. “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva”, que se salve. Dios tiene poder de transformar la cizaña en trigo bueno.
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De esta campaña sufrida, la Iglesia saldrá más purificada, más vigorosa, más valiente, como tantas otras veces, porque su Cabeza, Cristo resucitado, la guía segura a pesar de todos los tropiezos, pecados de sus miembros, y calumnias, que "de todo hay en la viña del Señor".

Y oremos para que gocen de la alegría eterna también las víctimas entristecidas por toda clase de abusos, que son millonariamente más numerosas que las abusadas por eclesiásticos católicos.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, April 11, 2010

LA CULTURA DE LA MISERICORDIA


LA CULTURA DE LA MISERICORDIA



Domingo 2° de Pascua / Fiesta de la Divina Misericordia / 11 abril 2010.



Al anochecer de aquel día, el primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos por la tarde con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se puso de pie en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!" Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor. Jesús les volvió a decir: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, así los envío yo también a ustedes." Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Reciban el Espíritu Santo: a quienes les perdonen sus pecados, les serán perdonados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos." Juan 20, 19-31.

Con la Resurrección el cuerpo de Jesús se vuelve glorioso, libre de las limitaciones de la materia caduca, del espacio, del tiempo, del sufrimiento, de la muerte. Así se presenta Jesús a sus discípulos reunidos a puertas cerradas.

Jesús también se nos presenta a nosotros todos los días, aunque no lo veamos, atravesando las paredes del trajín de cada día para citarnos en nuestro templo interior: “¡Felices los que crean sin haber visto!” Y se nos presenta en la Eucaristía, en la Biblia, en el prójimo, que son los tres sacramentos preferidos de su presencia real.

Esta fe nos abre el paso de la muerte hacia la resurrección, por la que Jesús nos dará “un cuerpo glorioso como el suyo”. No nos cansemos de cultivarla y vivirla.

La experiencia de Jesús Resucitado, presente en nuestra vida, es la fuente de la paz, de alegría y de fortaleza en el sufrimiento, y da eficacia salvífica a nuestra vida y obras. Viviendo unidos al Resucitado tenemos asegurada la victoria sobre el pecado, sobre el sufrimiento y la muerte; y podemos alcanzar la alegría de morir, que san Pablo experimentaba: “Para mí es con mucho lo mejor morirme para estar con Cristo”.

El evangelio de hoy nos presenta Jesús dando la paz a los discípulos y el poder de perdonar los pecados: “Paz a ustedes. Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados”. De ahí que este domingo se celebre la “Fiesta de la Divina Misericordia”.

La omnipotencia de Dios se demuestra principalmente en el perdón de los pecados. Después de la vida, el perdón de Dios es el mayor don de su amor. Y perdonar al prójimo es una expresión del amor más genuino, que nos garantiza el perdón de Dios: “Sean misericordiosos y alcanzarán misericordia”. “Si ustedes perdonan, serán perdonados".

Tema del evangelio de hoy es también la misión: ser testigos de Jesús resucitado, dándolo a conocer por todos los medios a nuestro alcance: la palabra, la imagen, el ejemplo, las obras...

Si creemos en el Resucitado y lo amamos como persona presente, compartiremos con amor y gozo su proyecto de salvación a favor de la humanidad: “Como el Padre me envió a mí, así los envío también yo a ustedes”.

Así seremos creyentes que transcienden la fe teórica en la Resurrección. La unión real con el Resucitado nos hace transparencia suya allí donde vivimos.

Promovamos la cultura de la Pascua y de la Misericordia frente a la cultura del odio y de la muerte que amenaza al bello planeta que el Creador nos ha regalado.

La fe en Jesús resucitado presente, supone una felicidad tan extraordinaria, que se nos puede antojar increíble, como les pasaba a los discípulos, que no podían creer por la alegría que les causaba la Resurrección. Pero nos queda siempre la gran posibilidad de suplicar: Creo, Señor, pero aumenta mi fe.


FIESTA DE LA DIVINA MISERICORDIA

El 22 de febrero de 1931, Jesús dijo a santa Faustina Kowalska: “Deseo que el segundo domingo de Pascua de Resurrección se celebre la Fiesta de la Misericordia”. “Ese día están abiertas las entrañas de mi Misericordia. Quien se confiese y reciba la Santa Comunión, obtendrá el perdón total de las culpas y las penas”.

En la revelación 35 Jesús le dijo: “Cuanto más grande es el pecador, tanto mayor es el derecho que tiene a mi misericordia... Quien confía en mi misericordia, no perecerá, porque todos sus asuntos son míos y los enemigos se estrellarán contra el escabel de mis pies”. “Nadie está excluido de mi Misericordia”.

Jesús le dijo también: “Manda hacer una imagen según el modelo que ves, y firma: Jesús, en ti confío. Prometo que quien venere esta imagen, no perecerá. También prometo, ya aquí en la tierra, la victoria sobre los enemigos, y en especial en la hora de la muerte”.

Jesús recomendó a la Santa: “Deseo que los sacerdotes proclamen esta gran Misericordia que tengo para con los pecadores. Que el pecador no tenga miedo de acercarse a mí... La desconfianza de los creyentes desgarra mis entrañas. Y más aún me duele la desconfianza de los elegidos que, a pesar de mi amor inagotable, no confían en mí”. Y le mandó escribir: “Antes de venir como el Juez Justo, vengo como el Rey de la Misericordia”.

En la revelación 24 Jesús enseñó a santa Faustina Kowalska el Rosario de la Misericordia, con esta promesa: “Toda persona que lo rece, recibirá mi gran misericordia a la hora de la muerte. Los sacerdotes se lo recomendarán a los pecadores como última tabla de salvación. Hasta el pecador más empedernido, si reza este rosario una sola vez, recibirá la gracia de mi Misericordia infinita. Deseo que el mundo entero conozca mi Misericordia; deseo conceder gracias inimaginables a las personas que confíen en mi Misericordia”.

El mismo Jesús le dijo cómo se debía rezar este rosario: “Primero rezarás un Padrenuestro, un Avemaría y el Credo. Luego, en las cinco cuentas que corresponden al Padre nuestro, dirás las siguientes palabras: Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de tu amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, como propiciación por nuestros pecados y los del mundo entero. En lugar de las diez Avemarías, dirás diez veces las siguientes palabras: Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero. Y al final de cada decena, dirás tres veces la siguiente invocación: Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero”.

Estas revelaciones están implícitamente garantizadas por la Iglesia al canonizar a santa Faustina en el 2000 y al instituir la Fiesta de la Divina Misericordia.

La eficacia salvadora de esta devoción no es mágica o automática, sino que requiere una sincera conversión y petición de perdón a Dios por los propios pecados, por grandes que sean, y proponiéndose usar miseri-cordia con los demás mediante obras, gestos, palabras, sufrimientos y oraciones por ellos y en nombre de ellos. Son palabras de Jesús: “Felices los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”.

El sólo hecho de tener el cuadro del Señor de la Misericordia, tampoco produce la salvación sin más, sino que se requiere respeto, fe, confianza, oración gratitud y amor hacia Quien está representado en esa imagen.



P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, April 04, 2010

LA RESURRECCIÓN, FUNDAMENTO DE LA FE


LA RESURRECCIÓN, FUNDAMENTO DE LA FE.


Domingo de Resurrección / 4 Abril 2010.


El primer día después del sábado, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, y vio que la piedra que cerraba la entrada del sepulcro había sido removida. Fue corriendo en busca de Simón Pedro y del otro discípulo a quien Jesús amaba y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.» Pedro y el otro discípulo salieron para el sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más que Pedro y llegó primero al sepulcro. Al inclinarse, vio los lienzos en el suelo, pero no entró. Pedro llegó detrás, entró en el sepulcro y vio también los lienzos en el suelo. El sudario con que le habían cubierto la cabeza no estaba por el suelo como los lienzos, sino que estaba enrollado en su lugar. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero; vio y creyó. Pues no habían entendido todavía la Escritura: que él "debía" resucitar de entre los muertos. (Juan. 20,1-9).

Jesús, siempre que les hablaba de su muerte a los discípulos, les anunciaba también su resurrección, pero no entendían eso de la resurrección. Sólo creyeron cuando lo vieron resucitado y pudieron tocarlo. “Soy yo… un espíritu no tiene carne y huesos como yo tengo”.

La resurrección era cosa tan maravillosa, que ni se atrevían a suponerla. Y esta actitud persiste hoy en gran parte de los creyentes, que acompañan las imágenes del crucificado en las procesiones, hasta que lo entierran. La Resurrección no entra en sus esquemas, no les interesa.

Pero si Cristo no hubiera resucitado, de nada valdría su encarnación, nacimiento, vida y muerte. Así lo afirma san Pablo: “Si Cristo no está resucitado y si nosotros no resucitamos, nuestra fe no tiene sentido alguno y nuestra predicación es inútil..., y nuestros pecados no han sido perdonados” (1 Corintios 15, 14-16).

Al no creer en el Resucitado, se prescinde de quien habla en la predicación, del único que puede perdonar, de quien hace la Eucaristía y los demás sacramentos, del destinatario de nuestra oración... Así se cae en el triste “cristianismo sin Cristo”, o de un Cristo muerto. La consecuencia es el ritualismo vacío, paganizado.

La verdadera fe en la resurrección es fe de amorosa adhesión a Cristo resucitado, Persona presente, actuante, y fe en nuestra propia resurrección. La Resurrección es la verdad que fundamenta nuestra fe y nuestra experiencia real cristiana, enciende en nosotros el anhelo de vivir con él y el deseo de sufrir, morir y resucitar con él y como él. “Anhelen las cosas de arriba, donde está Cristo resucitado”, exhorta san Pablo.

Desde que Jesús resucitó, la muerte ya no es una desgracia para quienes creen, sino un don, por ser puerta de la resurrección y de la gloria eterna, puerta entre la existencia temporal y la vida eterna.

Hay personas, realidades, situaciones, deleites y alegrías tan maravillosas en este mundo, que suscitan en nosotros el deseo de resucitar para gozarlas eternamente en el paraíso. Perderlas para siempre sería la máxima desgracia.

Hechos 10, 34. 37-43.

Pedro, tomando la palabra, dijo: «Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicaba Juan: cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. Él pasó haciendo el bien y sanando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén. Y ellos lo mataron, suspen-diéndolo de un patíbulo. Pero Dios lo resucitó al tercer día.

Los apóstoles, a partir de su experiencia pascual y la venida del Espíritu Santo, ya son capaces de salir a las calles, a las plazas e ir al templo para testimoniar la resurrección del crucificado. Pero cuando sólo pensaban en la pasión, les daba vergüenza y miedo hablar de él, y los más lo abandonaron durante su pasión.

La cobardía e ineficacia de muchos cristianos, evangelizadores, catequistas y pastores es consecuencia de la falta de fe y de experiencia de Cristo resucitado.

Cuando la mente, el corazón y la vida se cierran a la presencia del Resucitado, la vida cristiana se esfuma en puras apariencias, y se vuelve a “matar” a Cristo excluyéndolo de la vida.

Por otra parte, Jesús no se encontró de sorpresa con la resurrección, sino que halló por su muerte lo que había sembrado en su caminar humano: vida. Y así será para nosotros, si pasamos la existencia haciendo el bien, dando vida y sembrando la vida, como él, para recuperarla al final de su mano en plenitud.

Necesitamos recordar continuamente y vivir la palabra infalible de Jesús: "Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque haya muerto vivirá. Y quien vive y cree en mí, no morirá para siempre" (Juan 11, 25).

Colosenses 3, 1-4.

Hermanos: Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra. Por que ustedes están muertos, y su vida está desde ahora oculta con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, que es la vida de ustedes, entonces ustedes también aparecerán con él, llenos de gloria.

La resurrección de Cristo alcanza a toda la humanidad y a toda la creación, que “está en dolores de parto, esperando la manifestación de los hijos de Dios” por la resurrección y la gloria, a la espera del “cielo donde está Cristo” resucitado.
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Todos los bienes, alegrías, placeres y felicidad en esta tierra no son más que una sombra, una prueba de lo que “ni ojo vio, ni oído oyó ni mente humana puede sospechar y que Dios tiene preparado para quienes lo aman”.

Las maravillosas realidades temporales son dones de Dios para que ansiemos sus dones eternos, inmensamente superiores. No podemos cerrarnos idolátricamente sobre esos dones temporales, olvidando a Dios y sus dones eternos.

Todo lo temporal se pierde con la muerte; pero con la resurrección se accede a bienes inmensamente superiores, si hemos pasado por la vida haciendo el bien.


P. Jesús Álvarez, ssp.