Sunday, April 26, 2009
TESTIGOS DE JESÚS RESUCITADO
Sunday, April 19, 2009
CULTURA PASCUAL DE LA MISERICORDIA
CULTURA PASCUAL DE LA MISERICORDIA
Sunday, April 12, 2009
RESUCITADO Y RESUCITADOS
FELICES PASCUAS DE RESURRECCIÓN
PARA TODOS
P. Jesús Álvarez, ssp.
Sunday, April 05, 2009
¿CRUCIFICADOS o CRUCIFICADORES?
Jesús quiere una subida triunfal a Jerusalén, para subir desde aquí al triunfo de la cruz. Él ya sabe que buena parte de esa misma multitud entusiasmada, a las pocas horas y con mayores gritos, pedirá su muerte.
También hoy muchos que se creen buenos cristianos, siguen viviendo un mesianismo fácil, una religión que no compromete a nada y que usan como tapadera de sus ambiciones, egoísmos, idolatrías y atropellos a los derechos ajenos. Tienen a Jesús en sus bocas, ponen velas a las imágenes, hacen limosnas, integran hermandades, van a misa y reciben la comunión, y luego condenan a Cristo y lo maltratan en el ambiente familiar o laboral, sobre todo en el más débil, en la muchacha de servicio, o en los dependientes, o en la calle, o en el grupo. Y para colmo se creen intachables ante Dios y ante los hombres.
¡Absurda conducta! Pero debemos cuidarnos bien de vivir tan grande y fatal absurdo.
Hoy empieza la Semana Santa, en la que celebramos el Misterio Pascual; o sea, la pasión, muerte y resurrección de Jesús, no sólo su pasión y muerte. Él probó todos los sufrimientos físicos, morales, psicológicos y espirituales. Pero ya no sufre en su persona, aunque sí sufre, muere y resucita cada día en multitud de sus hermanos, con quienes se identifica: “Todo lo que hagan a uno de estos mis hermanos, a mí me lo hacen”.
El objetivo esencial de la Semana Santa es la Resurrección, no la compasión ante los sufrimientos y la muerte de Jesús. Son estremecedoras sus palabras. “No lloren por mí, sino por ustedes y por sus hijos”. Es necesario verificar cuál es nuestro papel hoy en la pasión y muerte de Cristo presente en nuestro prójimo, y ver cómo llevamos nuestras cruces: si les damos sentido de salvación, de resurrección y de vida para nosotros y para los otros, asociándolas a las de Cristo; o si las hacemos estériles por falta de fe y de amor a Dios y al prójimo. Las cruces no ofrecidas, además de estériles, se vuelven mucho más pesadas.
Es necesario discernir si somos verdugos y crucificadores de nuestro prójimo - en el hogar, trabajo, evasión, placer, negocio, política...-, construyendo nuestra felicidad a costa del sufrimiento ajeno. O si tal vez somos crucificados a imitación de Jesús, camino de la resurrección, cuando nos dará un cuerpo glorioso como el suyo.
La cruz es el camino, pero la resurrección es el destino. Semana Santa sin fe y esperanza en la Resurrección, es una semana pagana. Y así parece ser para muchos, que celebran la pasión y muerte de Cristo, pero no les interesa Cristo resucitado, ni creen que los ama y por eso se entregó por ellos; ni creen en su presencia permanente, por él asegurada: “Estoy con ustedes todos los días".
Si sufrimos con Cristo y como Cristo, reinaremos con él; si morimos con Cristo viviremos con él. He ahí la verdadera perspectiva del sufrimiento, de la muerte y de la alegría verdadera: la resurrección y el paraíso eterno. Sólo con esta perspectiva es posible y razonable llevar una vida auténticamente cristiana.
Mi Señor me ha dado una lengua de discípulo, para saber decir al abatido una palabra de aliento.Cada mañana me despierta el oído, para que escuche como los discípulos. El Señor me abrió el oído. Y yo no me resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que tiraban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como roca, sabiendo que no quedaría defraudado.
En la pasión de Jesús se repiten, casi a la letra, pero aumentados, los sufrimientos del profeta: brutal flagelación, coronación de espinas que herían su cabeza al golpearlas con la caña, burlas, salivazos, bofetadas; desafío a que adivine, con los ojos vendados, quién le pega, sin dejar entender que sabe perfectamente quién lo abofetea… Pero él se calla, no amenaza, no se lamenta, no llora… Endurece su rostro como una piedra.
Se pone camino del calvario y de la muerte porque él quiere, nadie lo obliga, y por eso el Padre lo ama, no lo defrauda, sino que lo acompaña fortaleciéndolo en su dolor y para transformar la derrota de la cruz y de la muerte en el triunfo glorioso de la resurrección. Su paz y su resistencia se apoyan en la esperanza del premio.
Ese es también el camino triunfal del cristiano: luchar por arrancar todas las cruces evitables, -ajenas y propias-, y acoger las cruces inevitables –las propias y las ajenas- para asociarlas a la cruz redentora de Cristo por la salvación del mundo, y así llegar de su mano al triunfo de la resurrección, junto con muchos otros en cuya salvación hemos colaborado.
Hermanos: Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Adán quiso ser Dios, y fracasó, y con él toda la humanidad. Pero Dios (en Jesús) quiso ser hombre, hasta las últimas consecuencias, incluida la muerte, y triunfó con la resurrección para él y para toda la humanidad, mereciendo el “Nombre sobre todo nombre”, "y ante el cual se dobla toda rodilla en la tierra, en el cielo y en los abismos”.
Con su abajamiento, Jesús quiere restablecer las relaciones filiales del hombre con Dios (para que vivamos como hijos de Dios), y recuperar las relaciones fraternales entre los hombres (que seamos humanos con los hijos de Dios), renunciando al orgullo, a creerse más, y viviendo en la humildad, en la sencillez, en la verdad. A la humildad en el mundo corresponde, para Jesús y para nosotros, la exaltación en el cielo. Por la resurrección Jesucristo es constituido “Señor” de toda la creación visible e invisible, y desea compartir con nosotros su glorioso señorío eterno y universal.