En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador. Toda rama mía que no da fruto, la corta. Y toda rama que da fruto, la limpia para que dé más fruto. Ustedes ya están limpios gracias a la palabra que les he anunciado; pero permanezcan en mí como yo en ustedes. Una rama no puede producir fruto por sí misma si no permanece unida a la vid; tampoco ustedes pueden producir fruto si no permanecen en mí. Yo soy la vid y ustedes las ramas. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto; pero sin mí, no pueden hacer nada. El que no permanece en mí, cae al suelo y se seca; como a las ramas, que las amontonan, se echan al fuego y se queman. Mientras ustedes permanezcan en mí y mis palabras permanezcan en ustedes, pidan lo que quieran y lo conseguirán”. Jn. 15,1-8
No podemos dejar de repetir y repetirnos: cristiano es sólo quien vive unido a Cristo Resucitado presente en su vida. Sólo de él puede recibir la savia de la vida eterna. Como la rama que vive en la vid y de la vid.
Quien vive al margen del amor, de espaldas a Dios-Amor-Vida y al prójimo necesitado, imagen e hijo de Dios, vive cortado de la Vid viva, Cristo. Y no puede menos de secarse en el suelo de la muerte, ya en este mundo, como la rama cortada de la vid o el arroyo cortado de su fuente. “Sin mí no pueden hacer nada”.
Vivir en Cristo no es sólo ir a misa, hacer novenas, rezar el rosario, participar en procesiones, catequesis, reuniones bíblicas... Todo eso es bueno sólo si nos lleva a lo esencial: la unión efectiva y afectiva con el Resucitado y con el prójimo necesitado. Sólo unidos a Cristo Vida, podemos tener vida en abundancia que traduzca nuestra fe en obras y frutos de amor que vivifica y salva. Pero “si no lo hago por amor, de nada me sirve”, recalca san Pablo (1Cor 13,3).
“El Padre corta toda rama mía que no da fruto”. Seria advertencia de Jesús a los fieles y pastores que no produzcan dignos frutos de salvación: quienes dicen y no hacen, escuchan la Palabra de Dios y no la viven, comen el “Pan eucarístico” y no "comulgan" con Cristo en el prójimo necesitado, con quien él se identifica. Son sarmientos cortados y secos que se tiran y sólo valen para el fuego.
Es una seria advertencia también para institución eclesial: parroquias, comunidades, seminarios, colegios, hogares cristianos, que tal vez dedican lo mejor de sus esfuerzos y recursos a “otras cosas”, y sólo una mínima parte para la evangelización, que es su razón de ser. ¿Urge tal vez una poda dolorosa?
"Pero a quien produce fruto, el Padre lo poda para que produzca más fruto". Es una respuesta que ilumina el misterio del sufrimiento: El Padre acude para convertir las pruebas dolorosas en poda amorosa con el fin de que produzcamos más frutos de salvación y de vida para nosotros y para muchos otros, en unión con la Vid, Cristo Jesús resucitado. “Quien está unido a mí, produce mucho frtuo”. "Quien desee ser mi discípulo, tome su cruz cada día y me siga", camino de la resurrección y de la vida eterna.
La vida en Cristo, mediante la escucha y el cumplimiento de su Palabra, y la poda del Padre, dan eficacia salvadora a nuestras obras, a nuestros sufrimientos, a nuestra vida, a nuestra oración: “Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran, y lo conseguirán”. Cuando no lo conseguimos, ¿no será porque no estamos unidos a él ni cumplimos su palabra?
Hechos 9, 26-31
En aquellos días: Cuando Saulo llegó a Jerusalén, trató de unirse a los discípulos, pero todos le tenían desconfianza, porque no creían que también él fuera un verdadero discípulo. Entonces Bernabé, haciéndose cargo de él, lo llevó hasta donde se encontraban los Apóstoles, y les contó en qué forma Saulo había visto al Señor en el camino, cómo le había hablado, y con cuánta valentía había predicado en Damasco en el nombre de Jesús. Desde ese momento, empezó a convivir con los discípulos en Jerusalén y predicaba decididamente en el nombre del Señor. Hablaba también con los judíos de lengua griega y discutía con ellos, pero estos tramaban su muerte. Sus hermanos, al enterarse, lo condujeron a Cesarea y de allí lo enviaron a Tarso. La Iglesia, entre tanto, gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba consolidando, vivía en el temor del Señor y crecía en número, asistida por el Espíritu Santo.
Pablo llega a Jerusalén para confrontar su Evangelio con el de los Apóstoles. Pero su fama de perseguidor de la Iglesia le cierra las puertas, hasta que Bernabé les narra la conversión de Pablo y su valentía en el anuncio del Evangelio.
Pablo estaba seguro de haber recibido su Evangelio de Jesús resucitado en persona; pero quiso que los mismos testigos de Jesús lo verificaran, y ellos no le añadieron ni quitaron nada. Y se sumó sin más a los predicadores de Jerusalén.
Sorprendente: Pablo es acogido por sus antiguos enemigos –los cristianos-, pero sus antiguos amigos –los judíos– deciden matarlo, como a Esteban, cuya muerte Pablo había aprobado. Mas ahora él toma las veces de Esteban, y habría corrido la misma suerte si sus antiguos enemigos no le hubieran salvado la vida.
Suele haber pastores que ejercen un estricto control sobre las iniciativas evangelizadoras, como si hubiera que ajustarse más a sus criterios que a los del Espíritu Santo. Es justo informar a la jerarquía sobre las iniciativas apostólicas, pero es necesario obedecer al Espíritu antes que a los jerarcas, si estos se cierran abiertamente al Espíritu allí donde el Espíritu actúa con autonomía renovadora.
Los verdaderos evangelizadores no encuentran sólo la oposición de los poderes políticos, sino también, a veces, de los “poderes” eclesiásticos.
Juan 3, 18-24
Hijitos míos, no amemos con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad. En esto conoceremos que somos de la verdad, y estaremos tranquilos delante de Dios, aunque nuestra conciencia nos reproche algo, porque Dios es más grande que nuestra conciencia y conoce todas las cosas. Queridos míos, si nuestro corazón no nos hace ningún reproche, podemos acercarnos a Dios con plena confianza, y Él nos concederá todo cuanto le pidamos, porque cumplimos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Su mandamiento es este: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos los unos a los otros como él nos ordenó. El que cumple sus mandamientos permanece en Dios, y Dios permanece en él; y sabemos que Él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado.
¡Cuántas personas se atormentan rumiando sus pecados, incapaces de perdonarse, de creer en el perdón de Dios y de acogerlo con gozo, gratitud y voluntad de conversión!
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