Sunday, November 26, 2006

REY y TESTIGO DE LA VERDAD

REY y TESTIGO DE LA VERDAD

Cristo Rey – B / 26 nov. 2006


Pilato volvió a entrar en el palacio, llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el Rey de los judíos?" Jesús le contestó: "¿Viene de ti esta pregunta o repites lo que te han dicho otros de mí?" Pilato respondió: "¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los jefes de los sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?" Jesús contestó: "Mi realeza no procede de este mundo. Si fuera rey como los de este mundo, mis guardias habrían luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reinado no es de acá". Pilato le preguntó: "Entonces, ¿tú eres rey?" Jesús respondió: "Tú lo has dicho: yo soy Rey. Yo doy testimonio de la verdad, y para esto he nacido y he venido al mundo. Todo el que está del lado de la verdad escucha mi voz". Juan 18, 33-37

Para Jesús su reino consiste en ser testigo de la verdad. Dar testimonio de la verdad es dar a conocer el amor de Dios hacia los hombres y reunirlos en el reino temporal y eterno de Dios. Esa es la verdad regia que testimonia Cristo Rey y que deben testimoniar sus verdaderos súbditos y discípulos: los cristianos.

Jesús es el único Rey verdadero, principio, conductor y “fin de la historia..., centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones” (GS 45). Rey de todo lo creado visible e invisible. Rey de amor, de sufrimiento y de gloria. Rey de la vida y la verdad, de la justicia y la paz, del amor y la libertad, de la dignidad humana y la fraternidad universal... Rey crucificado y resucitado, presente y actuante en la historia de la humanidad y de cada persona humana, confiriéndoles valor y proyección de eternidad.

Los reyes de este mundo se apoyan en los ejércitos, en las armas, en el dinero, en el poder, y a menudo en la mentira, la injusticia, la corrupción, la esclavitud, la violencia, el odio. Y a menudo edifican el bienestar propio y el de su población rica sobre la explotación y muerte de la población y pueblos pobres.

Los poderosos prepotentes (políticos o religiosos) pertenecen a este mundo injusto, no a la verdad. Y no pueden escuchar la palabra de Jesús ni comprender su poder fundado en el amor, en la cruz y en la resurrección.

Jesús, Rey crucificado, ridiculiza la lucha por el poder y las riquezas, sobre todo entre los poderosos que viven a la sombra de la fe. El “I.N.R.I.” sobre la cabeza de Jesús es la mejor vacuna contra la ambición de poder y riqueza; ambición que se filtra también en la Iglesia: laicado, clero, jerarquía.

El reino de Jesús no es monopolio de los católicos ni de los cristianos de otras confesiones. En él tienen cabida quienes buscan y promueven lealmente todo lo bueno, lo noble y lo justo: los valores del reino de Cristo.

Este reino crece incesante e imperceptiblemente en medio de grandes oposiciones, pero no puede ser detenido ni destruido por los poderes de este mundo, por más que se disfracen de religiosos. Solamente los humildes, mansos y sufridos pueden sostenerlo, hacerlo crecer y triunfar en unión con su Rey.

Para seguir de verdad a Cristo Rey necesitamos una apertura acogedora al hombre y a los valores del reino, indispensables para una vida digna en la tierra que nos garantice la vida eterna en el paraíso. El reino de Dios -que es la verdad primera y última del hombre-, se juega en el corazón de cada ser humano.

Daniel 7,13-14

Mientras seguía contemplando esas visiones nocturnas, vi a alguien como un hijo de hombre que venía sobre las nubes del cielo; se dirigió hacia el anciano y lo llevaron a su presencia. Se le dio el poder, la gloria y la realeza, y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron. Su poder es el poder eterno que nunca pasará; su reino no será destruido.

Dios está sobre todos los poderes del mal que pretenden adueñarse del mundo, y entrega todo lo creado a su verdadero Dueño y Rey: el Mesías, Hijo de Dios, “por quien y para quien todo fue hecho”.

El Mesías es de origen divino, y por eso su figura humana revela el poder salvador de Dios a favor de la humanidad y de la creación, que están sufriendo “dolores de parto”, en el trance de alumbrar un mundo nuevo con la omnipotencia amorosa del Rey Salvador.

Todos estamos incluidos en la gestación del reino de Cristo, que no tendrá fin. La única condición consiste en acoger la llamada a trabajar con el Rey Resucitado para establecer su reino en la tierra: en nuestro corazón, en la familia, en la sociedad, en el mundo: “El reino de Dios está entre ustedes”.

Hay que prepararse responsablemente para el reino eterno de Cristo Rey, revistiéndonos de buenas obras para el día en que seamos desnudados de nuestro cuerpo mortal.

Apocalipsis 1,5-8

Cristo Jesús es el testigo fiel, el primer nacido de entre los muertos, el rey de los reyes de la tierra. Él nos ama y por su sangre nos ha purificado de nuestros pecados, haciendo de nosotros un reino y una raza de sacerdotes de Dios, su Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. Miren, viene entre nubes; lo verán todos, incluso los que lo hirieron, y llorarán por su muerte todas las naciones de la tierra. Sí, así será. “Yo soy el Alfa y la Omega”, dice el Señor Dios, Aquel que es, que era y que ha de venir, el Todopoderoso.

Jesús, el enviado del Padre, de quien es fiel testigo hasta la muerte de cruz, con la resurrección es constituido, en cuanto Dios-hombre, Rey de todo lo creado.

Pero Jesús es ante todo el Rey cuyo poder máximo es el amor, que él testimonia con su muerte: “Nadie tiene un amor más grande que el de quien da la vida por los que ama”. Y él la dio por nosotros, por mí, por ti, por todos.

Su muerte en la cruz fue el acto culminante de su Sacerdocio supremo, mediante el cual “hizo de nosotros un reino y una raza de sacerdotes de Dios, su Padre”. Así nos estimula a imitar lo que él hizo: dar la vida por los que amamos; lo cual constituye el acto máximo de nuestro sacerdocio bautismal, la plenitud y el éxito total de nuestra vida humana y cristiana, como imitadores de Cristo.

Dar la vida por los que amamos – que para eso la hemos recibido principalmente: para engendrar en Cristo otras vidas a la eternidad -, nos merecerá poder salir al encuentro de Cristo Rey con la frente alta, cuando venga entre las nubes en su gloria, admirado incluso por quienes lo mataron.

Preparémonos cada día con ilusión, esperanza y decisión inquebrantable a ese acontecimiento ineludible y supremo. Allí estaremos. Y depende de nosotros cómo estaremos: a la derecha o a la izquierda del Rey eterno.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, November 19, 2006

VIGILANCIA Y ESPERANZA, NO TERROR

VIGILANCIA Y ESPERANZA, NO TERROR

Domingo 33º del tiempo ordinario-B / 19 -11-2006


Dijo Jesús a sus discípulos: - Después de una gran tribulación llegarán otros días; entonces el sol dejará de alumbrar, la luna perderá su brillo, las estrellas caerán del cielo y el universo entero se conmoverá. Y se verá al Hijo del Hombre venir en medio de las nubes con gran poder y gloria. Enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro puntos cardinales, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo. Aprendan de este ejemplo de la higuera: cuando sus ramas están tiernas y le brotan las hojas, saben que el verano está cerca. Así también ustedes, cuando vean que suceden estas cosas, sepan que todo se acerca, que ya está a las puertas. En verdad les digo que no pasará esta generación sin que ocurra todo eso. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Por lo que se refiere a ese día y cuándo vendrá, no lo sabe nadie, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino solamente el Padre. (Marcos 13, 24-32).

Lo que interesa a Jesús al hablar de su venida gloriosa al fin del mundo, es prevenirnos para que estemos vigilantes y preparados, gozosamente esperanzados y no aterrorizados, pues ni un solo cabello se nos caerá sin permiso del Padre, y porque se acerca la hora de ir en sus brazos hacia la resurrección y la vida eterna.

Estamos en buenas manos: las de Quien nos ama más que nadie. Por eso, más que temer aquel momento, hay que prepararse para que la muerte y el fin del mundo sean para nosotros triunfo de resurrección y de gloria con Jesús Resucitado.

Jesús no es profeta de catástrofes, sino un mensajero del amor y la esperanza, de la salvación gloriosa, por encima de las catástrofes y sufrimientos del presente y del fin del mundo. “Los padecimientos de este mundo no tienen comparación con la gloria que se ha de manifestar en nosotros”, asegura san Pablo.

Dejemos de lado a los falsos profetas de desastres, que fijan fechas para el fin del mundo, sin que nunca acierten (gracias a Dios), y que hasta de los acontecimientos calamitosos sacan provecho económico y proselitista, cerrándose al amor, a la esperanza, a la misericordia.

Hoy está generalizada la creencia de que la destrucción del mundo será el fin de todo creado. Sin embargo, lo que sí se dará será el principio del reino glorioso Cristo Resucitado: “He aquí que hago todo nuevo”. Las naciones están en una carrera de autodestrucción y mutua destrucción sin esperanza alguna.

Pero la historia del mundo está en manos del Padre, quien, como hizo con su Hijo a través del Calvario, lo va conduciendo a través de un doloroso alumbramiento hacia el triunfo total de la resurrección en Cristo. Guerras, calamidades, epidemias, desgracias, enfermedades, muerte, constituyen un penoso parto, pero no el fin de nuestro lindo planeta, cuya transformación tiene su fecha sólo en la mente de Dios.

Dios quiere que seamos testigos de su Hijo resucitado en un mundo que vive de espaldas a Él, y que lo acojamos cada día en su presencia infalible, pues prometió estar con nosotros todos los días. La unión con él nos garantiza frutos de salvación; mientras que todo lo que no se fundamente en Él, será destruido.

En medio de la lucha y del sufrimiento sólo al lado de Jesús encontraremos el sentido de la vida, la esperanza gozosa y el triunfo sobre el dolor y la muerte mediante la resurrección. Se requiere vigilancia y optimismo invencible, con el apoyo en la oración, como trato permanente de amistad con Dios, que no puede fallarnos.

Jesús nos pide que no nos dejemos contagiar con ese mundo que, atrapado por la cultura de la muerte, está empeñado en autodestruirse sin esperanza de futuro, y vive de espaldas al Dios de la Vida y del Amor, de la Alegría y de la Felicidad, del tiempo y de la eternidad. Pero nos pide colaboración para salvarlo.

Daniel 12,1-3

En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe, que defiende a los hijos de tu pueblo; porque será un tiempo de calamidades como no lo hubo desde que existen pueblos hasta hoy en día. En ese tiempo se salvará tu pueblo, todos los que estén inscritos en el Libro. Muchos de los que duermen en el lugar del polvo despertarán, unos para la vida eterna, otros para vergüenza y horror eternos. Los que tengan el conocimiento, brillarán como un cielo resplandeciente, los que hayan guiado a los demás por la justicia, brillarán como las estrellas por los siglos de los siglos.


Las lecturas nos van marcando el final del año litúrgico, sugiriéndonos que también se acerca día a día el final de nuestra carrera terrena. Daniel nos recuerda que nos esperan días difíciles: calamidades en el mundo y tal vez persecuciones, y la experiencia de la enfermedad, de la agonía y de la muerte.

Sin embargo, todo contribuye para el bien de los que aman a Dios y al prójimo. Y ese bien culmina en la resurrección y en la gloria, pues sus nombres están escritos en el Libro de la Vida. El amor a Dios y al prójimo lo transforma todo en felicidad temporal y eterna, y nos libra de la “vergüenza y del horror eterno”.

Quienes adquieran un conocimiento amoroso de Dios y, con su palabra y ejemplo, enseñen a otros el camino de la vida, brillarán como estrellas por toda la eternidad, pasando de la muerte a la resurrección. Y eso está a nuestro alcance. Sólo se requiere asumir la responsabilidad salvífica sobre la propia vida y la ajena.

Hebreos 10,11-14

Hermanos: los sacerdotes del culto antiguo estaban de servicio diariamente para cumplir su oficio, ofreciendo repetidas veces los mismos sacrificios, que nunca tienen el poder de quitar los pecados. Cristo, por el contrario, ofreció por los pecados un único y definitivo sacrificio y se sentó a la derecha de Dios, esperando solamente que Dios ponga a sus enemigos debajo de sus pies. Su única ofrenda lleva a la perfección definitiva a los que santifica. Pues bien, si los pecados han sido perdonados, ya no hay sacrificios por el pecado.

En el Antiguo Testamento se creía que los sacrificios de animales borraban automáticamente los pecados, incluso sin una verdadera conversión a Dios y al prójimo. Y muchos católicos siguen creyendo lo mismo respecto a la confesión, la Eucaristía, las procesiones, novenas y otras prácticas externas. De hecho, a pesar de un fiel cumplimiento externo de prácticas piadosas, en nada mejoran su vida en relación con Dios y con el prójimo. No hay conversión del corazón y de la vida. Son católicos del “cumplo-y-miento”, pues mienten a Dios, al prójimo y a sí mismos.

Les sucede lo que al fariseo que oraba cerca del altar contándole a Dios sus méritos y despreciando al publicano que, en el fondo del templo, pedía sinceramente perdón con el propósito firme de enmendar su vida. Este salió perdonado y aquel con un pecado más: el de orgullo.

Es cierto que la vida, pasión, muerte y resurrección de Cristo borran definitivamente nuestros pecados, pero a condición de que creamos en su perdón, lo acojamos con gratitud y demostremos nuestra sinceridad con la conversión real vivida día a día, y en especial perdonando a los que nos ofenden.

Usemos agradecidos el sublime privilegio de compartir con Cristo su Sacerdocio supremo a favor de los que amamos o debiéramos amar, ejerciendo activamente nuestro sacerdocio bautismal con la ofrenda de oraciones, de sacrificios inevitables, y en especial ofreciéndonos en el Sacramento de la reconciliación perfecta: la Eucaristía.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, November 12, 2006

LOS POBRES DAN MÁS

LOS POBRES DAN MÁS


Domingo 32º del tiempo ordinario- B / 12-11-2006


Jesús se había sentado frente a las alcancías del Templo, y podía ver cómo la gente echaba dinero para el tesoro; pasaban ricos, y daban mucho. Pero también se acercó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor. Jesús entonces llamó a sus discípulos y les dijo: - Yo les aseguro que esta viuda pobre ha dado más que todos los otros. Pues todos han echado de lo que les sobraba, mientras ella ha dado desde su pobreza; no tenía más, y dio todos sus recursos. (Mc. 12,38-44).

Este paso evangélico contrapone dos estilos de religiosidad: la religión de la apariencia y la religión del corazón. Jesús desenmascara la vanidad, la hipocresía y la avaricia de los fariseos frente a la humildad y generosidad de una pobre viuda.

Dios lee y sabe lo que hay dentro del corazón humano. No se fija en la lista de obras materiales y gestos llamativos, sino en la transparencia, en el amor y la fe viva, en los sentimientos, las actitudes con que se hacen las obras y se vive la vida.

Jesús veía lo que daban los ricos, y la gente también lo veía y tal vez se admiraba. Pero sólo Jesús miraba y admiraba a la pobre viuda; y nadie se enteró de que había dado todo lo que tenía, aunque era tan poquito. Pero fue la que más dio. Jesús se identificó con ella, ya que no teniendo una piedra donde reposar la cabeza, se entregó por nosotros con todo lo que era y tenía: Dios y hombre. “Por suerte hay pobres para ayudar a los pobres; sólo ellos saben dar”, decía san Vicente de Paúl.

Los hechos se repiten en las misas de los domingos, y en la vida ordinaria, donde muchos pobres dan de lo poco que tienen y algunos ricos dan poco o nada de lo mucho que les sobra, o tal vez dan con el fin de aparecer los primeros en las listas de donantes, mientras que del sacrificio heroico del pobre que da, nadie se entera.

La pobre viuda no se enteró del valor de su gesto ni de que el mismo Hijo de Dios la estaba mirando y admirando. Como no se enteran los verdaderos pobres de que Dios está con ellos, y de que serán los primeros en el reino de los cielos. Porque Dios nunca se deja vencer en generosidad.

Sin embargo los pobres son también a menudo los primeros en la mira de los ricos en dinero, poder, ciencia, tecnología y armas, pero no para hacer la guerra a la pobreza, sino para hacerles pagar la guerra a los pobres con el sudor de su frente y muchas veces con la muerte de miembros de su familia.

La Iglesia, las iglesias, deben convertirse a los pobres, y restituir el protagonismo a los oprimidos, a los explotados, a los que pasan hambre y otras necesidades, haciendo realidad progresiva la “opción preferencial por los pobres”.

Fatal ilusión es dar algunas limosnitas para tranquilizar la conciencia y evadir a quienes necesitan acogida y ternura, tiempo y compañía, sonrisa y alegría, consejo y ejemplo, esperanza y fe, ayuda y pan.

El cristianismo es la religión positiva del sí generoso a Dios y al hombre, y también la religión del dar y sobre todo del darse con gozo. Darse a Dios y a los demás es el verdadero camino de la libertad y la felicidad; el camino del verdadero cristiano; es decir, del discípulo auténtico de Cristo. El camino de la gloria eterna.

Muy pobres son los ricos que sólo tienen dinero, poder y placeres, porque todo eso les será arrebatado en un instante, cuando menos lo piensen.

Rico de verdad es quien da y se da, porque sólo es nuestro lo que damos y sólo ganamos y salvamos la vida, nuestra persona, si la entregamos. Paradojas de la existencia cristiana que hemos de acostumbrarnos a vivir con gozo y realismo.

1 Reyes 17, 8-16

La palabra del Señor llegó al profeta Elías en estos términos: «Ve a Sarepta, que pertenece a Sidón, y establécete allí; ahí Yo he ordenado a una viuda que te provea de alimento». Él partió y se fue a Sarepta. Al llegar a la entrada de la ciudad, vio a una viuda que estaba juntando leña. La llamó y le dijo: «Por favor, tráeme en un jarro un poco de agua para beber». Mientras ella lo iba a buscar, la llamó y le dijo: «Tráeme también en la mano un pedazo de pan». Pero ella respondió: «¡Por la vida del Señor, tu Dios! No tengo pan cocido, sino sólo un puñado de harina en el tarro y un poco de aceite en el frasco. Apenas recoja un manojo de leña, entraré a preparar un pan para mí y para mi hijo; lo comeremos, y luego moriremos». Elías le dijo: «No temas. Ve a hacer lo que has dicho, pero antes prepárame con eso una pequeña galleta y tráemela; para ti y para tu hijo lo harás después. Porque así habla el Señor, el Dios de Israel: El tarro de harina no se agotará ni el frasco de aceite se vaciará, hasta el día en que el Señor haga llover sobre la superficie del suelo». Ella se fue e hizo lo que le había dicho Elías, y comieron ella, él y su hijo, durante un tiempo. El tarro de harina no se agotó ni se vació el frasco de aceite, conforme a la palabra que había pronunciado el Señor por medio de Elías.

Nadie en Israel le daría un trozo de pan a Elías, perseguido político. Y como Israel no responde, Dios se vale de una pagana para salvar la vida de su servidor, a la vez que salva la vida de la viuda y de su hijo. En las ocasiones más difíciles, Dios actúa en la historia valiéndose incluso de los instrumentos más inadecuados.

El hombre no ve en el mundo la huella de Dios, sino sólo la huella del hombre en los éxitos que fascinan. Y cuando llega el fracaso, no acude al Conductor de la historia, sino que redobla, a espaldas de Dios, sus esfuerzos inútiles ante el fracaso seguro de la muerte, de la cual sólo Dios puede librar mediante la resurrección.

Los profetas de Dios son incómodos porque no son corruptibles, tanto por su fidelidad a Dios como por su defensa de los derechos del pueblo. Por eso se les hace la vida imposible con la persecución que suele terminar en muerte. Así fue para Juan Bautista, para Jesús, y para muchos otros a través de la historia.

Es la condición de los cristianos frente a los soberanos prepotentes. Y uno se atreve pensar si no habrá quiénes intenten hacer con Mons. Piña y con otros lo que hicieron con Mons. Romero. ¿O sabrán encajar la sacudida y cambiar de política?

Hebreos 9, 24-28

Cristo no entró en un santuario erigido por manos humanas --simple figura del auténtico Santuario-- sino en el cielo, para presentarse delante de Dios en favor nuestro. Y no entró para ofrecerse a sí mismo muchas veces, como lo hace el Sumo Sacerdote que penetra cada año en el Santuario con una sangre que no es la suya. Porque en ese caso, hubiera tenido que padecer muchas veces desde la creación del mundo. En cambio, ahora Él se ha manifestado una sola vez, en la consumación de los tiempos, para abolir el pecado por medio de su Sacrificio. Y así como el destino de los hombres es morir una sola vez, después de lo cual viene el Juicio, así también Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para quitar los pecados de la multitud, aparecerá otra vez, ya no en relación con el pecado, sino para salvar a los que lo esperan.

“Sacrificio” no significa sufrimiento y muerte, sino “hacer sagrado”, consagrar algo a Dios, más allá y a pesar del sufrimiento y de la muerte. ¡Tantos sufrimientos y muertes que no son sacrificio, ofrenda a Dios!

La muerte de Cristo es el momento supremo de su ofrenda a Dios y al hombre, es su “ordenación sacerdotal”, que elimina distancias entre la criatura y el Creador. Dios no tiene nada en contra del hombre, de lo contrario no nos hubiera entregado a su Hijo; sino que es el hombre quien está en contra Dios, que en Cristo tiende la mano a todo el que de veras quiere volverse a él, acercarse a él y compartir con él su misma eterna felicidad pasando por la muerte a la resurrección.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, November 05, 2006

El MANDAMIENTO del AMOR y la FELICIDAD

El MANDAMIENTO del AMOR y la FELICIDAD

Domingo 31° del tiempo ordinario-B/ 5-11-2006.


Un maestro de la ley que había oído la discusión, viendo que les había contestado bien, se le acercó y le preguntó: - ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? Jesús respondió: - El primero es: Escucha, Israel: el Señor, Dios nuestro, es el único Señor; y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos. El escriba le dijo: - Muy bien, maestro; con razón has dicho que él es uno solo y que no hay otro fuera de él, y amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale mucho más que todos los holocaustos y sacrificios. Jesús, al ver que había respondido tan sabiamente, le dijo: - No estás lejos del reino de Dios. Marcos 12,28-34

Era lógico que un escriba preguntase al Maestro cuál era el principal de los mandamientos, pues ellos tenían 613 mandamientos, sin que se distinguiera cuáles eran divinos y cuáles sólo humanos. Aunque la pregunta iba con cierta malicia, era una buena pregunta: se necesitaba saber si había un mandamiento que los sintetizara todos.


Gran parte de aquel cúmulo de mandamientos eran invenciones humanas para evadir el principal mandamiento, justamente el que los resume todos, el mandamiento del amor: "Amarás al Señor tu Dios…; amarás a tu prójimo…”

¿Será equivocado pensar que también hoy la gran mayoría de los cristianos, después de veinte siglos, seguimos sustituyendo el mandamiento del amor a Dios y al prójimo por un buen catálogo de normas y leyes morales, disciplinares, canónicas, eclesiásticas, civiles, familiares, buenos modales, costumbres, ritos, educación…? Y no porque sean malas esas cosas, sino porque se vuelven inhumanas e idolátricas cuando suplantan la ley del amor, cosa tan al orden de cada día y en todo lugar, como una cruel esclavitud.

Jesús, con su nacimiento, vida, muerte y resurrección, tuvo un único objetivo: enseñarnos que Dios nos ama y enseñarnos a corresponderle amándolo a él y amándonos unos a otros. Es más: él superó y nos pide que superemos el mandamiento antiguo de "amar al prójimo como a sí mismo", cambiándolo por el suyo: "Ámense los unos a los otros como yo los amo". Él nos reveló su forma de amar: "Nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por los que ama".

El amor a Dios y al prójimo es la única fuente de la felicidad y de la libertad en este mundo y en la eternidad. Pero la mayoría pretenden beber el agua de la felicidad sin conectarse a su fuente. Y se buscan todos los charcos contaminados de los placeres: drogas, alcohol, orgías, lujos, poder, incluso a costa del sufrimiento e infelicidad del prójimo. Lo cual sucede también entre gente “muy religiosa”.

Se hace pasar por amor lo que es puro egoísmo, y por felicidad lo que es sólo cosquillas superficiales del sistema nervioso. Son muchas las cosas que gustan, pero que no llenan porque no son justas. Y en el intento desesperado por colmar el vacío, se añaden placeres a placeres cada vez más sofisticados y crueles para los otros y para sí mismos, hasta la reducción a la total infelicidad. Es el pan de cada día de la sociedad de consumo, camino a la autodestrucción.

Aprender a amar como Cristo Jesús y con él, es nuestra vocación, realización, libertad y felicidad en el tiempo y en la eternidad. El amor a Dios y al prójimo no puede ser algo rígido y moralizador. Es libertad para mejorar las expresiones y experiencias de ternura, de amistad, de dulzura. Es fuego del corazón humano, hecho a imagen del corazón de Dios-Amor-Cariño-Ternura, pero al infinito. "Si me falta el amor, de nada me sirve…"

Deuteronomio 6, 1-6

Moisés habló al pueblo diciendo: Este es el mandamiento, y estos son los preceptos y las leyes que el Señor, su Dios, ordenó que les enseñara a practicar en el país del que van a tomar posesión, a fin de que temas al Señor, tu Dios, observando constantemente todos los preceptos y mandamientos que yo te prescribo, y así tengas una larga vida, lo mismo que tu hijo y tu nieto. Por eso, escucha, Israel, y empéñate en cumplirlos. Así gozarás de bienestar y llegarás a ser muy numeroso en la tierra que mana leche y miel, como el Señor, tu Dios, te lo ha prometido. Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.

Ya en el Antiguo Testamento Dios presenta sus mandamientos como leyes de vida para todas las épocas y pueblos. Dios condiciona sus bendiciones, también materiales, al cumplimiento de sus mandamientos, que son expresión del amor a Dios y al prójimo. De ellos hará depender la vida, la salud, el bienestar, el progreso y la paz de las naciones como de las familias.

Es evidente que si la humanidad cumpliera los mandamientos de Dios, sería totalmente distinto el panorama mundial: no habría violencias, guerras, violaciones, asesinatos, odios, corrupción, y tal vez ni desastres naturales.

El mundo parece que anda al revés: los que se portan mal, lo pasan bien; y los que se esfuerzan por cumplir los mandamientos, lo pasan mal. Pero eso no es del todo cierto: pensemos en las cárceles, en los enfermos a causa de sus vicios…, y en todos los que lo pasan bien, pues también llegarán a pasarlo mal con la enfermedad y la muerte. Sin referirnos siquiera a la eternidad.

Y quienes lo pasan mal por cumplir los mandamientos y por la maldad de otros, además de recibir las bendiciones de Dios en esta vida, terminarán pasándolo “divino” con la máxima bendición: la resurrección y la felicidad eterna.

Hebreos 7, 23-28

Hermanos: En la antigua Alianza los sacerdotes tuvieron que ser muchos, porque la muerte les impedía permanecer; pero Jesús, como permanece para siempre, posee un sacerdocio inmutable. De ahí que Él puede salvar en forma definitiva a los que se acercan a Dios por su intermedio, ya que vive eternamente para interceder por ellos. Él es el Sumo Sacerdote que necesitábamos: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y elevado por encima del cielo. Él no tiene necesidad, como los otros sumos sacerdotes, de ofrecer sacrificios cada día, primero por sus pecados, y después por los del pueblo. Esto lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.

La permanencia del sacerdocio del A. T. exigía la sucesión indefinida de los sacerdotes a causa de la muerte. Pero el sacerdocio de Cristo, muerto y resucitado, permanece para siempre. Los sacerdotes del pueblo judío eran pecadores y no podían salvar a los pecadores; pero Jesús, santo e inocente, “puede salvar definitivamente a los que se acercan a Dios por su medio”.

Los hombres somos incapaces de abrirnos el camino hacia Dios. Sólo Jesús, el Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza, puede abrirnos al encuentro real y transformador con Dios. El rito, la oración, la celebración, el sacramento que no nos abra a este encuentro vivo con Dios, es inútil, engañoso y fatal.

La Eucaristía, sacramento de amor y de “reconciliación perfecta”, es el ejercicio permanente del sacerdocio de Cristo resucitado en unión con la Iglesia, pueblo sacerdotal, para la salvación de la humanidad. Y el cristiano comparte con Jesús, mediante el sacerdocio bautismal, su Sacerdocio Supremo al ofrecerse, voluntaria y conscientemente, en unión con él como ofrenda agradable al Padre. Sin esta condición, la Eucaristía se queda en rito sin vida, sin eficacia salvadora.Si ves que te queda mucho camino para llegar a esto, no te desalientes: comienza a caminar decidido y él te lo hará posible.

Jesús Alvarez, ssp.