Sunday, December 17, 2006

¿QUÉ HACER PARA SER FELICES?

¿QUÉ HACER PARA SER FELICES?

Domingo 3° de adviento-C / 17-12-2006


La gente le preguntaba a Juan Bautista: "¿Qué debemos hacer?" Él les contestaba: "El que tenga dos capas, que dé una al que no tiene, y el que tenga de comer, haga lo mismo." Vinieron también cobradores de impuestos para que Juan los bautizara. Le dijeron: "Maestro, ¿qué tenemos que hacer?" Respondió Juan: "No cobren más de lo establecido." A su vez, unos soldados le preguntaron: "Y nosotros, ¿qué debemos hacer?" Juan les contestó: "No abusen de la gente, no hagan denuncias falsas y conténtense con su sueldo." El pueblo estaba en la duda, y todos se preguntaban interiormente si Juan no sería el Mesías, por lo que Juan hizo a todos esta declaración: "Yo los bautizo con agua, pero está para llegar uno con más poder que yo, y yo no soy digno de desatar las correas de su sandalia. El los bautizará con el Espíritu Santo y el fuego”. Lucas 3,10-18.


El adviento es tiempo de verificar si nuestra vida humana y cristiana nos lleva a la verdadera felicidad que ansiamos: ¿Qué es lo que está frustrando nuestra alegría y felicidad de vivir? ¿Cómo convertirnos a la verdadera felicidad?

La infelicidad tiene siempre que ver con el pecado propio o ajeno: con las cosas mal hechas, mal pensadas, mal sentidas, mal dichas…; con la omisión del bien que podíamos haber hecho, dicho, pensado, sentido; con las relaciones humanas frías, egoístas, abusivas, perjudiciales o pervertidas. Pero la infelicidad se debe sobre todo a nuestras relaciones deficientes o negativas con la Fuente misma de toda felicidad: Dios.

¿Qué podemos hacer? Para ser felices en lo posible en esta vida y plenamente la eterna, hay que dejar las cusas de la infelicidad, pero a la vez volverse a la Fuente de toda felicidad: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón anda inquieto mientras no descansa en ti” (San Agustín).

Juan anuncia la Buena Noticia, que identifica con la persona de Cristo. Y el mismo Jesús se pone a sí mismo cada día a nuestra disposición como fuente de la felicidad que ansiamos: “Estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. En su compañía está nuestra auténtica felicidad. Y sobre él tenemos que modelar nuestra vida humana y cristiana de cada día para que sea de verdad feliz, con la felicidad pascual de Jesús resucitado y presente, que a la vez nos está preparando un puesto de felicidad eterna.

A espaldas de él se pueden lograr satisfacciones, pero no la felicidad que ansiamos desde lo más profundo de nuestro ser, y que buscamos inútilmente una y mil veces allí donde no se encuentra. Se vuelve con obstinación a las charcas resecas y contaminadas de muerte, como si nos faltara el sentido común y la racionalidad, pero sobre todo por falta de fe. Jesús nos dice: “Les he comunicado estas cosas para que mi felicidad esté en ustedes”. ¿Le creemos?

Jesús, por ser el Hijo de Dios, nos posibilita la liberación del pecado y de sus consecuencias, y nos da la alegría de vivir en el tiempo, y la esperanza de la felicidad en la eternidad. No vino para condenarnos, sino que murió y resucitó a fin de que nosotros resucitemos con él para la felicidad total que nos está preparando.

No olvidemos que la mejor vacuna contra el pecado y sus infelices consecuencias, es el trato asiduo con el Resucitado presente en todo momento.

Sofonías 3,14-18

¡Grita de gozo, oh hija de Sión, y que se oigan tus aclamaciones, oh gente de Israel! ¡Regocíjate y que tu corazón esté de fiesta, hija de Jerusalén! Pues Yavé ha cambiado tu suerte, ha alejado de ti a tus enemigos. No tendrás que temer desgracia alguna, pues en medio de ti está Yavé, rey de Israel. Ese día le dirán a Jerusalén: "¡No tengas ningún miedo, ni tiemblen tus manos! ¡Yavé, tu Dios, está en medio de ti, el héroe que te salva! Él saltará de gozo al verte a ti, y te renovará su amor. Por ti danzará y lanzará gritos de alegría como lo haces tú en el día de la Fiesta”. Apartaré de ti ese mal con el que te amenacé, y ya no serás humillada.

A este domingo se le llama “laetare”, alégrate: domingo de la alegría. La verdadera alegría -la que nadie nos puede quitar- se encuentra en Dios, que “está cerca”, “en medio de nosotros”, “en nosotros”, en la profundidad de nuestro ser. Sólo es cuestión de abrirnos a él, acogerlo y tratarlo con amor.

Es la alegría de sabernos hijos de Dios muy queridos por él, acunados entre sus brazos divinos y cubiertos de sus caricias. Dios salta de gozo al mirarnos y ver en nosotros su imagen divina, y nos mantiene su amor y fidelidad. Sólo espera correspondencia: “Sea el Señor tu delicia y él te dará lo que pide tu corazón”.

Por eso debemos desterrar el miedo y sustituirlo por la oración confiada, seguros en la presencia tierna y omnipotente de nuestro Padre “materno”, con una esperanza indestructible apoyada en la promesa infalible de su presencia amorosa, que solicita de continuo nuestro amor y fidelidad hacia él y hacia el prójimo, con el cual él se identifica por ser también su imagen.

Pero esta verdadera alegría no nos libra del sufrimiento y del dolor; no hace de nuestra vida una serie ininterrumpida de comodidades y gratificaciones. Sino que la alegría de Dios es nuestra fortaleza y paz en el combate contra las penas, las tensiones y los temores que nos pueden asaltar en cualquier momento, y que él transforma en fuentes de victoria, felicidad y gloria eterna.

Filipenses 4,4-7

Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres y den a todos muestras de un espíritu muy abierto. El Señor está cerca. No se inquieten por nada; antes bien, en toda ocasión presenten sus peticiones a Dios y junten la acción de gracias a la súplica. Y la paz de Dios, que es mayor de lo que se puede imaginar, les guardará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.

San Pablo escribe desde la cárcel, y tiene motivos más que suficientes para estar triste y afligido. Sin embargo, rebosa de alegría por la presencia del Resucitado en su vida, en sus acciones y sufrimientos, y por la victoria triunfal que espera de su mano poderosa y amorosa al final de la carrera terrena. Desde esa situación contagia a los filipenses su alegría por la presencia salvadora de Cristo vivo.

Esta presencia del Resucitado testimoniada con la adoración, la súplica y la acción de gracias, hacen que la paz y la alegría de Dios reine en los corazones y en los hogares; destierran el terror ante el mal y el miedo infundado a Dios, a la vez que son el más eficaz antídoto para curarse del pecado y evitarlo.

La alegría cristiana, alegría pascual que brota de la presencia viva del Resucitado, es una condición esencial de la evangelización: nos hace testigos de Cristo presente. La alegría pascual hace convincente y eficaz la evangelización.

P. Jesús Álvarez, ssp.

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