Sunday, June 24, 2007

NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA


NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA


24-06-2007


Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: “No, debe llamarse Juan”. Ellos le decían: “No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre”. Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Éste pidió una pizarra y escribió: “Su nombre es Juan”. Todos quedaron admirados, y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios. Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: “¿Qué llegará a ser este niño?” Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel. (Lc 1, 57-66. 80)


Jesús mismo teje el mejor elogio que se puede hacer a una persona humana: “Les aseguro que entre todos los nacidos de mujer no hay profeta mayor que Juan”, a excepción del mismo Jesús, que añadió: “Pero el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él”. Juan es grande en relación al máximo Profeta: Cristo.


Y Juan vive esa grandeza con profunda humildad, confesada con aquellas palabras: “Después de mí viene uno que es más que yo, y no me considero digno siquiera de soltar la correa de sus sandalias. Él debe crecer y yo disminuir”. “Sólo soy una voz que clama en el desierto: conviértanse, preparen el camino al Señor”.


El Bautista grita en el desierto –símbolo de libertad- contra todo pecado e injusticia de quienes acuden a él para bautizarse, entre los cuales se mezclaban hipócritas buscando una salvación fácil, pero él los encaraba: “¡Raza de víboras, ¿quién les enseñó a burlar la ira de Dios que se acerca? Produzcan frutos de sincera conversión”.


Se movía por los pueblos a lo largo del río Jordán, y su palabra encendida se dirigía a toda clase de gentes y pecadores: campesinos, pescadores, escribas, sacerdotes, soldados y gobernantes, y entre ellos el adúltero Herodes, que terminó suprimiéndolo por instigación de la adúltera esposa de su hermano con la que convivía con escándalo para el pueblo.


Juan no conocía personalmente a Jesús a pesar de ser su primo. Lo conoció y lo señaló a la gente cuando le pidió ser bautizado, vio descender el Espíritu sobre él y escuchó las Palabras del Padre: “Este es mi Hijo predilecto: escúchenlo”.


El ejemplo y el mensaje del Bautista sigue siendo actual para nosotros y para el mundo. Y primero para la Iglesia, jerarquía, clero y pueblo: convertirse y preparar los caminos de Jesús resucitado presente, no contentándose con una religiosidad superficial, que no compromete a nada y no puede salvarnos ni salvar a otros.


Todo bautizado es constituido testigo para anunciar a Cristo con todos los medios a su alcance, pero sobre todo con la palabra más eficaz: el ejemplo de una vida en unión con el Señor, que nos prometió estar todos los días con nosotros.Y todos somos destinatarios directos de las Palabras del Padre: “Este es mi Hijo predilecto: escúchenlo”. Hay que tomar muy en serio la máxima tarea de la salvación propia y ajena, pues “¿de qué le vale al hombre ganar todo el mundo, si al final se pierde a sí mismo?” Asegurémonos el éxito total de nuestra vida.


Isaías 49, 1-6


¡Escúchenme, costas lejanas, presten atención, pueblos remotos! El Señor me llamó desde el vientre materno, desde el vientre de mi madre pronunció mi nombre. Él hizo de mi boca una espada afilada, me ocultó a la sombra de su mano; hizo de mí una flecha punzante, me escondió en su aljaba. Él me dijo: “Tú eres mi Servidor, Israel, por ti yo me glorificaré”. Pero yo dije: “En vano me fatigué, para nada, inútilmente, he gastado mi fuerza”. Sin embargo, mi derecho está junto al Señor y mi retribución, junto a mi Dios. Y ahora, ha hablado el Señor, el que me formó desde el vientre materno para que yo sea su Servidor, para hacer que Jacob vuelva a él y se le reúna Israel. Yo soy valioso a los ojos del Señor y mi Dios ha sido mi fortaleza. Él dice: “Es demasiado poco que seas mi Servidor para restaurar a las tribus de Jacob y hacer volver a los sobrevivientes de Israel; Yo te destino a ser la luz de las naciones, para que llegue mi salvación hasta los confines de la tierra”.


Cada uno de nosotros ha sido formado prodigiosa y amorosamente por Dios en el seno materno, originándose así una profunda relación de amor incomparable del Creador hacia nosotros, la cual demanda una sentida correspondencia de amor agradecido, a fin de que esa relación filial sea real y se prolongue en la eternidad.


Cada uno de nosotros es “valioso a los ojos del Señor”, quien merece en justicia nuestro testimonio amoroso de vida y nuestra colaboración con Cristo para que otros lo reconozcan, lo amen, se alegren en él y se salven. Frente a la sensación de inutilidad de nuestros esfuerzos, Jesús nos asegura la eficacia salvadora de nuestro testimonio: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”. No serán en vano nuestros esfuerzos por imitar a Cristo y darlo a conocer con la palabra de nuestra vida, y de nuestra boca cuando sea posible y necesario.


Hechos 13, 22-26


En la sinagoga de Antioquía de Pisidia, Pablo decía: “Dios suscitó para nuestros padres como rey a David, de quien dio este testimonio: ‘He encontrado en David, el hijo de Jesé, a un hombre conforme a mi corazón, que cumplirá siempre mi voluntad’. De la descendencia de David, como lo había prometido, Dios hizo surgir para Israel un Salvador, que es Jesús. Como preparación a su venida, Juan Bautista había predicado un bautismo de penitencia a todo el pueblo de Israel; y al final de su carrera, Juan Bautista decía: ‘Yo no soy el que ustedes creen, pero sepan que después de mí viene Aquél a quien yo no soy digno de desatar las sandalias’. Hermanos, este mensaje de salvación está dirigido a ustedes: los descendientes de Abraham y los que temen a Dios”.


Dios había encontrado en “David un hombre conforme a su corazón, que cumpliría siempre su voluntad”. En realidad David desvió su corazón y conculcó la voluntad de Dios; pero el nuevo David, Jesús, siempre fue conforme al corazón del Padre y cumplió fielmente su voluntad.


Por eso Jesús fue y es nuestro único y definitivo Salvador. Su bautismo no es de sólo agua, como el de Juan, sino de agua y de fuego del Espíritu Santo, que nos hace hijos verdaderos de Dios en su Hijo Jesucristo, y coherederos suyos.


En el Bautismo Jesús nos hace con él “sacerdotes, profetas y reyes”; sacerdotes: colaboradores con él de la salvación nuestra y del mundo; profetas: cuya vida habla de Dios; reyes: hijos del Rey, con la libertad de los hijos de Dios.


Nuestra vida no es indiferente en donde vivimos, en la Iglesia, en el mundo. O apoyamos la obra salvadora de Cristo, o la obstaculizamos. ¿Nos encuentra Dios conforme a su corazón y a su voluntad? “Quien no está conmigo, está contra mí”.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, June 17, 2007

TUS PECADOS ESTÁN PERDONADOS






TUS PECADOS ESTÁN PERDONADOS



Domingo 11° durante el año- C / 17 junio 2007



En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se puso a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás Junto a sus pies, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies, se los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo:- «Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora». Jesús tomó la palabra y le dijo:- «Simón, tengo algo que decirte». Él respondió:- «Dímelo, maestro». Jesús le dijo:- «Un prestamista tenia dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?» Simón contestó:- «Supongo que aquel a quien le perdonó más». Jesús le dijo;- «Has juzgado rectamente». Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón:- «¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de saludo; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero a quien poco se le perdona, es porque demuestra poco amor». Y a ella le dijo:- «Tus pecados están perdonados». Los demás invitados empezaron a decir entre si:- «¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?» Pero Jesús dijo a la mujer:- «Tu fe te ha salvado: vete en paz». Después de esto iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, administrador de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes. (Lucas 7,36-8,3)


Samuel 12,7-10. 13.


En aquellos días, dijo Natán a David: “Así dice el Señor Dios de Israel: Yo te ungí rey de Israel, te libré de las manos de Saúl, te entregué la casa de tu Señor, puse sus mujeres en tus brazos, te entregué la casa de Israel y la de Judá, y por si fuera poco, pienso darte otro tanto. ¿Por qué has despreciado tú la palabra del Señor, haciendo lo que a él le parece mal? Mataste a espada a Urías el hitita y te quedaste con su mujer. Pues bien, la espada no se apartará nunca de tu casa; por haberme despreciado, quedándote con la mujer de Urías”. David respondió a Natán: “He pecado contra el Señor”. Y Natán le dijo: “Pues el Señor perdona tu pecado. No morirás”.


David, a pesar de tantos privilegios de Dios, cae en los abominables pecados de adulterio y asesinato, y merecía la muerte. Pero termina siendo modelo de pecador arrepentido: un “pecador bueno” por la conversión y la penitencia.

¿Qué habríamos merecido nosotros por nuestros pecados? Pero Dios “no nos ha pagado según merecen nuestras culpas”, sino que espera pidamos perdón y reparemos haciendo el bien contrario al mal que hicimos, y sobre todo con obras de misericordia, entre las cuales se encuentra aquella a la que Dios condiciona su perdón: perdonar a quienes nos han ofendido, nos ofenden o nos ofenderán: “Perdonen y serán perdonados”, pide Jesús. Perdonar es pura obra de amor.

Los pecados perdonados deberían ser la causa de una permanente gratitud y amor a Dios, demostrado ante todo por la lucha sincera para evitar el pecado. La “gracia (perdón) de Dios vale más que la vida”, puesto que la vida sin el perdón de Dios desemboca en muerte eterna, que separa de Dios-Vida-Amor. Más valdría no haber nacido.



Gálatas 2,16. 19-21.

Hermanos: Sabemos que el hombre no se justifica por cumplir la ley, sino por creer en Cristo Jesús. Por eso hemos creído en Cristo Jesús para ser justificados por la fe de Cristo y no por cumplir la ley. Porque el hombre no se justifica por cumplir la ley. Para la ley yo estoy muerto, porque la ley me ha dado muerte; pero así vivo para Dios. Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí. Yo no anulo la gracia de Dios. Pero si la justificación fuera efecto de la ley, la muerte de Cristo sería inútil.


El perdón, la justificación y la salvación no se deben al cumplimiento de leyes, normas, ritos y obras, sino sólo a la fe en Cristo, que murió y resucitó por nuestra justificación. Por su muerte nos mereció el perdón, y por su resurrección, la justificación, que es relación positiva y filial con Dios, gracias a Cristo y en Cristo.

Entonces las leyes, las obras, las normas y los ritos ¿no tienen valor? Por sí solos no pueden ser causa de la justificación y la salvación, sino sólo condición. El canal no es el origen o causa del agua, sino sólo la condición o cauce del agua que llega a las plantas y árboles para darles vida.

Por eso en los ritos, leyes y obras tiene que preocuparnos más la fe y el encuentro amoroso con Cristo, que el cumplimiento externo, pues sólo la presencia del Salvador resucitado, acogido con fe y amor, les confiere eficacia santificadora y salvadora.

Sólo la unión real con Cristo presente hace al cristiano – persona unida a Cristo -. Unión que San Pablo expresa de manera magistral: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí… Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí”. Jesús también dijo: “Quien me come, vivirá por mí”.



P. Jesús Álvarez, ssp.









LA SEMILLA DE LA VIDA


Jesús dijo a la gente: - Escuchen esta comparación del Reino de Dios. Un hombre esparce la semilla en la tierra, y ya duerma o esté despierto, sea de noche o de día, la semilla brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da fruto por sí misma: primero la hierba, luego la espiga, y por último la espiga se llena de granos. Y cuando el grano está maduro, se le mete la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha. Jesús les dijo también: - ¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué comparación lo podríamos expresar? Es semejante a una semilla de mostaza; al sembrarla, es la más pequeña de todas las semillas que se echan en la tierra, pero una vez sembrada, crece y se hace más grande que todas las plantas del huerto y sus ramas se hacen tan grandes, que los pájaros del cielo buscan refugio bajo su sombra. (Marcos 4, 26 - 34.)


Con esta parábola de la semilla Jesús se refiere a la aparente insignificancia de su misión, compartida por sus seguidores en la siembra de la Palabra de Dios. Les da a entender que lo decisivo es sembrar con la vida y con la palabra, con la oración y la acción, con el sufrimiento y la alegría, pero unidos a él.

La semilla del reino crecerá de forma incontenible, porque es sembrada y cultivada por el mismo Dios, hasta el tiempo de la siega, o juicio divino. La acción profunda, lenta y paciente de Dios es una invitación a todos sus colaboradores frente a la impaciencia por los resultados visibles e inmediatos

El reino de Dios en la tierra - reino de vida y de verdad, de justicia y de paz, de libertad y solidaridad, de amor y fraternidad -, es sembrado por manos humanas en nombre de Dios. Y Dios da el crecimiento infalible, el cual no se debe a la sola actividad del hombre, como da a entender sin rodeos Jesús: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto; pero sin mí no pueden hacer nada”.

La Palabra de Dios y los sacramentos son semilla del reino de Dios y de la vida divina sembrada en el hombre. Son cauces del poder divino que transforma a quien la acoge con fe y amor como don de Dios. Y crecerá incesantemente, aunque el hombre no lo perciba. “Quien escucha mis palabras y las cumple... quien come mi carne... tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”, afirma Jesús. Sin embargo, el hombre, en su libertad, puede cerrarse a la semilla o arrojarla de su corazón y de su vida.

Pero el reino de Dios, la Iglesia de Jesús, no debe temer el fracaso del evangelio por la pobreza de recursos y la insignificancia de los sembradores. Lo único que necesita son servidores pobres e incondicionales.

Pobres también si se valen de los medios más rápidos, costosos, poderosos y eficaces, de alcance mundial, como son los medios de comunicación social, que Cristo y los Apóstoles usarían hoy, como usaron entonces lugares con buena acústica, la barca, los areópagos, el cerro, el libro. Y a través de ellos se puede realizar hoy a la letra el mandato de Jesús: “Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a todas las gentes”: “Lo que les digo al oído, proclámenlo sobre los tejados”.

A pesar de todas las apariencias, el reino de Dios crece y se desarrolla incesantemente bajo la omnipotente mano divina y con la pobre colaboración humana. Es necesario tomar conciencia del gran honor que nos Dios concede al llamarnos a compartir con Cristo la construcción de su reino mediante la vida y el ejemplo, la palabra y la acción, la oración y el sacrificio ofrecido.


Hará falta toda la eternidad para comprender el misterio de la semilla divina sembrada en nosotros y por nosotros, y para agradecer el privilegio de ser sus colaboradores.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, June 10, 2007

PAN DEL CIELO PARA TODOS



PAN DEL CIELO PARA TODOS

Fiesta del Corpus Christi - C / 10-06-2007.

El día comenzaba a declinar. Los Doce se acercaron para decirle: «Despide a la gente para que se busquen alojamiento y comida en las aldeas y pueblecitos de los alrededores, porque aquí estamos lejos de todo".» Jesús les contestó: «Denles ustedes mismos de comer». Ellos dijeron: «No tenemos más que cinco panes y dos pescados. ¿O desearías, tal vez, que vayamos nosotros a comprar alimentos para todo este gentío?» De hecho había unos cinco mil hombres. Pero Jesús dijo a sus discípulos: «Hagan sentar a la gente en grupos de cincuenta». Así lo hicieron los discípulos, y todos se sentaron. Jesús entonces tomó los cinco panes y los dos pescados, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, los partió y se los entregó a sus discípulos para que los distribuyeran a la gente. Todos comieron hasta saciarse. Después se recogieron los pedazos que habían sobrado, y llenaron doce canastos. (Lucas 9, 11 - 17).


La multiplicación de los panes es un preanuncio y símbolo de la Eucaristía, en la que se multiplica y se sirve el Pan de la Palabra y Pan de la Vida, que, desde la Última Cena, es distribuido para salvación de los hombres en todos los tiempos y en todo el mundo, aunque todavía hoy de forma muy limitada.



La Última Cena fue la primera Misa. Jesús estaba para regresar al Padre y su inmenso amor le llevó a buscar una forma inaudita de quedarse con ellos y con nosotros para siempre: la Eucaristía, en la que cumple su promesa: “No teman: Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.



En la celebración de la Eucaristía todos estamos invitados a ejercer el sacerdocio real que el Espíritu Santo nos confirió en el bautismo, haciéndonos “pueblo sacerdotal”, para compartir con Cristo la propia salvación, la salvación de la humanidad y de la creación entera, al ofrecernos junto con él.



En la Comunión se da la máxima unión entre Jesús y nosotros; una fusión como la del alimento: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. "Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él". Quien comulga con fe y amor, puede en verdad decir con san Pablo: “Ya no soy el que vive; es Cristo quien vive en mí”. Y se cumple la consoladora palabra de Jesús: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”. Fruto de santificación y salvación.



La comunión, unión real con Cristo, requiere y produce la comunión fraterna, empezando por casa. Aunque coma la hostia consagrada, no recibe a Cristo ni comulga con él quien alimenta rencores, desprecios, explotación, violencia o indiferencia hacia el prójimo, con el que Cristo mismo se identifica: “Todo lo que hagan a uno de estos, a mí me lo hacen”. "Si falta la fraternidad, sobra la Eucaristía", porque resulta inútil, e incluso escandalosa. Si los ojos de la fe y del corazón perciben a Cristo en la Eucaristía, también lo percibirán presente en el prójimo, sobre todo en el necesitado.



Quien recibe el Cuerpo de Cristo sólo por costumbre o rutina, sin obras y actitudes de amor al prójimo, merece la advertencia de San Pablo: “Quien come el Cuerpo de Cristo a la ligera, se come y traga su propia condenación”. Decir que se cree en Jesús, y luego llevar una vida contraria a la suya, es no creer en él, sino estar en contra de él: "Quien no está conmigo, está contra mí”.



Pero hay otra realidad preocupante: Jesús mandó a los discípulos que dieran de comer a todos. E instituyó la Eucaristía para todos los hijos de Dios, hermanos suyos y nuestros… "Cuerpo entregado y sangre derramada por ustedes y por todos los hombres".



La Iglesia posee el tesoro sublime de la Eucaristía, pero incluso multitud de bautizados mueren de anemia espiritual ante la indiferencia de muchos discípulos de Cristo, encargados de distribuir a todos el Pan de los Ángeles. ¿Será voluntad de Jesús que la Iglesia se reserve en exclusiva el Pan que él quiso para todos?






SACRAMENTO DEL AMOR




La Eucaristía, “fuente y plenitud” de la vida cristiana, es la expresión máxima del amor infinito y permanente de Dios al hombre, pero que requiere una acogida de amor vivo por parte del hombre para que no derive en rito vacío o supersticioso. La Eucaristía se celebra y se recibe con fe y amor, o resulta inútil o contraproducente. Fe en Cristo resucitado presente, acogido con inmensa gratitud por su dignación amorosa en rebajarse y darse a nosotros.



Reporto algunos pensamientos de la Exhortación apostólica de Benedicto XVI, “El Sacramento de la caridad”, cuya lectura les recomiendo.

1. Sacramento del amor, la Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre. En este admirable sacramento se manifiesta el amor “más grande”, el amor que impulsa a “dar la vida por quienes se ama” (Juan 15, 13). En efecto, Jesús amó a los suyos hasta el extremo… Del mismo modo en el sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos “hasta el extremo”, hasta el don de su cuerpo y de su sangre.

2. En el Sacramento del altar el Señor sale al encuentro del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, acompañándolo en su camino. En efecto, en este sacramento el Señor se hace comida para el hombre hambriento de verdad y libertad.

6. La Eucaristía es “misterio de la fe” por excelencia. La fe de la Iglesia es esencialmente fe eucarística y se alimenta de modo particular en la mesa de la Eucaristía… Cuanto más viva es la fe eucarística en el Pueblo de Dios, tanto más profunda es su participación en la vida eclesial mediante la adhesión consciente a la misión que Cristo ha confiado a sus discípulos.

52. Los fieles, “instruidos por la Palabra de Dios, reparen sus fuerzas en el banquete del Cuerpo del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada juntamente con el sacerdote, y se perfeccionen día a día, por Cristo Mediador, en la unión con Dios y entre sí” (SC).

70. El Señor Jesús, que por nosotros se ha hecho alimento de verdad y de amor, hablando del don de su vida, nos asegura que “quien coma de este pan, vivirá para siempre” (Juan 6, 51). Pero esta “vida eterna” se inicia en nosotros ya en este tiempo por el cambio que el don eucarístico realiza en nosotros: “El que me come, vivirá por mí” (Juan 6, 57)… Comulgando el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, él nos hace partícipes de su vida divina…

La Eucaristía transforma toda nuestra vida en culto espiritual agradable a Dios. “Los exhorto… a presentar sus cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios. Éste es el culto razonable” (Romanos 12, 1).

84. La Eucaristía no es sólo fuente y culmen de la vida de la Iglesia, sino también de su misión. “Una Iglesia auténticamente eucarística es una Iglesia misionera”… Nada hay más hermoso que encontrar a Cristo y comunicarlo a los demás.

97. La Eucaristía nos permite descubrir que Cristo muerto y resucitado se hace contemporáneo nuestro en el misterio de la Iglesia, su Cuerpo… Vayamos llenos de alegría y admiración al encuentro de la santa Eucaristía, para experimentar y anunciar la promesa de Jesús: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28, 20).


P. Jesús Álvarez, ssp.


Sunday, June 03, 2007

MISTERIO DE AMOR Y VIDA

MISTERIO DE AMOR Y VIDA

Santísima Trinidad – C / 3 junio 2007


Dijo Jesús a sus discípulos: “Aún tengo muchas cosas que decirles, pero es demasiado para ustedes por ahora. Y cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, los guiará en todos los caminos de la verdad. Él no viene con un mensaje propio, sino que les dirá lo que escuchó y les anunciará lo que ha de venir. Él tomará de lo mío para revelárselo a ustedes, y yo seré glorificado por él. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso les he dicho que tomará de lo mío para revelárselo a ustedes." Juan 16, 12 - 15

Como a los discípulos, también a nosotros nos quedan muchas cosas por conocer y vivir sobre Jesús, su misión, el misterio de la Trinidad...

Se trata de un conocimiento amoroso, ante el cual san Pablo decía que todo lo demás lo consideraba como basura. Conocimiento que no se consigue sólo en los libros o de oídas, sino necesariamente por el trato directo y amoroso con las tres Personas Divinas, que habitan en nosotros, templos vivos de la Trinidad.

Dios uno en tres Personas es un misterio de amor, de poder, de vida y felicidad infinita, de ternura y cercanía íntima, no un frío problema de cálculo: tres en uno y uno en tres.

El Misterio de la Trinidad no es una contradicción. Se nos revela y transparenta incluso en la misma creación, obra de su sabiduría, de su amor y de su poder universal. Hay semejanzas, aunque lejanas, que nos dan a entender que la Trinidad no es un absurdo: un árbol es a la vez raíz, tronco y ramas, pero sólo juntos hacen el árbol. El mundo es uno, pero son tres sus elementos que lo forman: aire, agua y tierra. Y el hombre es la más perfecta imagen y semejanza de la Trinidad, con sus tres facultades constitutivas: mente, voluntad y amor.

Otro reflejo evidente de la Trinidad es la familia unida en el amor. De hecho, cuando padre, madre e hijos se aman de verdad, decimos que son una sola cosa, pero ninguno por sí solo hace ni se llama familia.

La familia humana, como la Trinidad, es un misterio de amor y de vida, de ternura y de paz, de cercanía y belleza; esa es su naturaleza, su misión. Sólo vive y es feliz de verdad quien vive de amor. Por el amor y la vida la familia humana se hace familia de Dios en el tiempo y en la eternidad.

La Familia Trinitaria es origen y destino de toda familia y de toda la familia humana. Sublime origen y destino.

Jesús nos reveló el misterio de la Trinidad, que nuestra pequeña inteligen-cia no puede comprender, pero sí puede adorar, contemplar, amar, desear, acoger y gozar para siempre, ya desde este mundo.

Ese misterio de amor y de vida está en nosotros, si nos abrimos y lo acogemos, como nos garantiza el mismo Jesús: “Si alguien me ama, lo amará mi Padre, vendremos a él y viviremos en él”. ¡Misterio admirable de amor, poder y grandeza: el hombre hecho templo vivo de la Santísima Trinidad!

Creer en la Trinidad, es vivir en relación de amor y gratitud con las tres divinas Personas: con el Padre que nos ama, con el Hijo que nos salva y con el Espíritu Santo que nos sana.

Y esto es realmente posible porque los tres viven en nosotros, templos de la Trinidad, donde se sienten felices y nos hacen felices si los acogemos con amor y gratitud. Así podremos llegar a su Hogar eterno.

Probervios 8, 22 - 31

Yavé me creó - fue el inicio de su obra - antes de todas las criaturas, desde siempre. Antes de los siglos fui formada, desde el comienzo, mucho antes que la tierra. Aún no existían los océanos cuando yo nací, no había fuente alguna de donde brotaran los mares. Las montañas no habían aparecido, ni tampoco había colinas cuando fui dada a luz. Yavé no había hecho ni la tierra ni el campo, ni siquiera el primitivo polvo del mundo. Yo ya estaba allí cuando puso los cielos en su lugar, cuando trazó en el océano el círculo de los continentes, cuando formó las nubes en las alturas, y reguló en el fondo de los mares el caudal de sus aguas, cuando le impuso sus fronteras al mar, un límite que no franquearían sus olas. Cuando ponía los cimientos de la tierra, yo estaba a su lado poniendo la armonía. Día tras día encontraba en eso mis delicias y continuamente jugaba en su presencia. Me entretengo con este mundo, con la tierra que ha hecho, y mis delicias son estar con los hombres.

Hay lugares tan bellos en este maravilloso planeta, que gustosos nos quedaríamos contemplándolos eternamente. Y sin embargo, nuestra tierra es un punto insignificante entre los millones de astros inmensamente mayores y bellos.

La luz de la estrella más lejana conocida ha llegado a la tierra desde hace más de un millón de años-luz, (la luz recorre trescientos mil kilómetros por segundo). Pero no es la más lejana. El sol dista de la tierra sólo ocho minutos-luz.

Pero el mundo invisible, espiritual, creación también de la Sabiduría de Dios, es inmensamente superior y maravilloso. La mente se desconcierta y el corazón se estremece. No es extraño que la Sabiduría encontrara sus delicias en esas maravillas y jugara jubilosa entre tan extraordinarias bellezas.

Sin embargo la Sabiduría, el Verbo e Hijo de Dios, prefería jugar con la bola de la tierra y su mayor delicia era estar con los hombres, su obra maestra. Y los hombres seguimos siendo objeto de sus delicias.

Somos los preferidos del Creador en su inmensa obra. Pero a la inaudita preferencia de Dios el hombre corresponde con inaudita indiferencia. Mas a quienes lo acogen, aman y agradecen, les da la inmensa gloria de ser hijos suyos.

Romanos 5, 1 - 5

Por la fe, pues, hemos sido reordenados, y estamos en paz con Dios por medio de Jesucristo, nuestro Señor. Por él hemos tenido acceso a un estado de gracia e incluso hacemos alarde de esperar la misma Gloria de Dios. Al mismo tiempo nos sentimos seguros incluso en las tribulaciones, sabiendo que la prueba ejercita la paciencia, que la paciencia nos hace madurar y que la madurez aviva la esperanza, la cual no quedará frustrada, pues ya se nos ha dado el Espíritu Santo, y por él el amor de Dios se va derramando en nuestros corazones.

En los principios de su existencia, el hombre “se desordenó” al pretender, con necedad y orgullo, “ser como Dios”, prescindiendo de Dios. El fracaso vergonzoso de su pretensión le privó de la paz con Dios, consigo mismo y con la creación, la cual quedó, como él, desordenada y sometida a la muerte.

Pero el Verbo de Dios seguía teniendo nostalgia de sus delicias de estar con los hombres, y se hizo hombre para conceder al hombre lo que había soñado y perdido: ser como Dios, haciéndose partícipe de su grandeza y gloria.

El hombre recupera la amistad y el trato con Dios en Cristo, la Sabiduría eterna, que vuelve a disfrutar sus delicias al estar de nuevo con los hombres que lo reconocen y lo aman, con lo cual se abren a la misma gloria eterna de Dios, acogiendo su amor derramado en los corazones humanos. Por la fe, hecha amor a Dios y al prójimo, recuperamos la paz con Dios y volvemos a ser las delicias del Hijo de Dios y a gozar de las delicias de Dios.

P. Jesús Álvarez, ssp.