Sunday, June 24, 2007

NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA


NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA


24-06-2007


Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: “No, debe llamarse Juan”. Ellos le decían: “No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre”. Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Éste pidió una pizarra y escribió: “Su nombre es Juan”. Todos quedaron admirados, y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios. Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: “¿Qué llegará a ser este niño?” Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel. (Lc 1, 57-66. 80)


Jesús mismo teje el mejor elogio que se puede hacer a una persona humana: “Les aseguro que entre todos los nacidos de mujer no hay profeta mayor que Juan”, a excepción del mismo Jesús, que añadió: “Pero el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él”. Juan es grande en relación al máximo Profeta: Cristo.


Y Juan vive esa grandeza con profunda humildad, confesada con aquellas palabras: “Después de mí viene uno que es más que yo, y no me considero digno siquiera de soltar la correa de sus sandalias. Él debe crecer y yo disminuir”. “Sólo soy una voz que clama en el desierto: conviértanse, preparen el camino al Señor”.


El Bautista grita en el desierto –símbolo de libertad- contra todo pecado e injusticia de quienes acuden a él para bautizarse, entre los cuales se mezclaban hipócritas buscando una salvación fácil, pero él los encaraba: “¡Raza de víboras, ¿quién les enseñó a burlar la ira de Dios que se acerca? Produzcan frutos de sincera conversión”.


Se movía por los pueblos a lo largo del río Jordán, y su palabra encendida se dirigía a toda clase de gentes y pecadores: campesinos, pescadores, escribas, sacerdotes, soldados y gobernantes, y entre ellos el adúltero Herodes, que terminó suprimiéndolo por instigación de la adúltera esposa de su hermano con la que convivía con escándalo para el pueblo.


Juan no conocía personalmente a Jesús a pesar de ser su primo. Lo conoció y lo señaló a la gente cuando le pidió ser bautizado, vio descender el Espíritu sobre él y escuchó las Palabras del Padre: “Este es mi Hijo predilecto: escúchenlo”.


El ejemplo y el mensaje del Bautista sigue siendo actual para nosotros y para el mundo. Y primero para la Iglesia, jerarquía, clero y pueblo: convertirse y preparar los caminos de Jesús resucitado presente, no contentándose con una religiosidad superficial, que no compromete a nada y no puede salvarnos ni salvar a otros.


Todo bautizado es constituido testigo para anunciar a Cristo con todos los medios a su alcance, pero sobre todo con la palabra más eficaz: el ejemplo de una vida en unión con el Señor, que nos prometió estar todos los días con nosotros.Y todos somos destinatarios directos de las Palabras del Padre: “Este es mi Hijo predilecto: escúchenlo”. Hay que tomar muy en serio la máxima tarea de la salvación propia y ajena, pues “¿de qué le vale al hombre ganar todo el mundo, si al final se pierde a sí mismo?” Asegurémonos el éxito total de nuestra vida.


Isaías 49, 1-6


¡Escúchenme, costas lejanas, presten atención, pueblos remotos! El Señor me llamó desde el vientre materno, desde el vientre de mi madre pronunció mi nombre. Él hizo de mi boca una espada afilada, me ocultó a la sombra de su mano; hizo de mí una flecha punzante, me escondió en su aljaba. Él me dijo: “Tú eres mi Servidor, Israel, por ti yo me glorificaré”. Pero yo dije: “En vano me fatigué, para nada, inútilmente, he gastado mi fuerza”. Sin embargo, mi derecho está junto al Señor y mi retribución, junto a mi Dios. Y ahora, ha hablado el Señor, el que me formó desde el vientre materno para que yo sea su Servidor, para hacer que Jacob vuelva a él y se le reúna Israel. Yo soy valioso a los ojos del Señor y mi Dios ha sido mi fortaleza. Él dice: “Es demasiado poco que seas mi Servidor para restaurar a las tribus de Jacob y hacer volver a los sobrevivientes de Israel; Yo te destino a ser la luz de las naciones, para que llegue mi salvación hasta los confines de la tierra”.


Cada uno de nosotros ha sido formado prodigiosa y amorosamente por Dios en el seno materno, originándose así una profunda relación de amor incomparable del Creador hacia nosotros, la cual demanda una sentida correspondencia de amor agradecido, a fin de que esa relación filial sea real y se prolongue en la eternidad.


Cada uno de nosotros es “valioso a los ojos del Señor”, quien merece en justicia nuestro testimonio amoroso de vida y nuestra colaboración con Cristo para que otros lo reconozcan, lo amen, se alegren en él y se salven. Frente a la sensación de inutilidad de nuestros esfuerzos, Jesús nos asegura la eficacia salvadora de nuestro testimonio: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”. No serán en vano nuestros esfuerzos por imitar a Cristo y darlo a conocer con la palabra de nuestra vida, y de nuestra boca cuando sea posible y necesario.


Hechos 13, 22-26


En la sinagoga de Antioquía de Pisidia, Pablo decía: “Dios suscitó para nuestros padres como rey a David, de quien dio este testimonio: ‘He encontrado en David, el hijo de Jesé, a un hombre conforme a mi corazón, que cumplirá siempre mi voluntad’. De la descendencia de David, como lo había prometido, Dios hizo surgir para Israel un Salvador, que es Jesús. Como preparación a su venida, Juan Bautista había predicado un bautismo de penitencia a todo el pueblo de Israel; y al final de su carrera, Juan Bautista decía: ‘Yo no soy el que ustedes creen, pero sepan que después de mí viene Aquél a quien yo no soy digno de desatar las sandalias’. Hermanos, este mensaje de salvación está dirigido a ustedes: los descendientes de Abraham y los que temen a Dios”.


Dios había encontrado en “David un hombre conforme a su corazón, que cumpliría siempre su voluntad”. En realidad David desvió su corazón y conculcó la voluntad de Dios; pero el nuevo David, Jesús, siempre fue conforme al corazón del Padre y cumplió fielmente su voluntad.


Por eso Jesús fue y es nuestro único y definitivo Salvador. Su bautismo no es de sólo agua, como el de Juan, sino de agua y de fuego del Espíritu Santo, que nos hace hijos verdaderos de Dios en su Hijo Jesucristo, y coherederos suyos.


En el Bautismo Jesús nos hace con él “sacerdotes, profetas y reyes”; sacerdotes: colaboradores con él de la salvación nuestra y del mundo; profetas: cuya vida habla de Dios; reyes: hijos del Rey, con la libertad de los hijos de Dios.


Nuestra vida no es indiferente en donde vivimos, en la Iglesia, en el mundo. O apoyamos la obra salvadora de Cristo, o la obstaculizamos. ¿Nos encuentra Dios conforme a su corazón y a su voluntad? “Quien no está conmigo, está contra mí”.


P. Jesús Álvarez, ssp.

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