Después de esto, el Señor eligió a otros setenta y dos discípulos y los envió de dos en dos delante de él, a todas las ciudades y lugares adonde debía ir. Les dijo: “La cosecha es abundante, pero los obreros son pocos. Rueguen, pues, al dueño de la cosecha que envíe obreros a su cosecha. Vayan, pero sepan que los envío como corderos en medio de lobos… Cuando entren en una ciudad y sean bien recibidos, coman lo que les sirvan, sanen a los enfermos y digan a su gente: ‘El Reino de Dios ha venido a ustedes’. Pero si entran en una ciudad y no quieren recibirles, vayan a sus plazas y digan: ‘Nos sacudimos y les dejamos hasta el polvo de su ciudad que se ha pegado a nuestros pies. Con todo, sépanlo bien: el Reino de Dios ha venido a ustedes’. Yo les aseguro que, en el día del juicio, Sodoma será tratada con menos rigor que esa ciudad. Los setenta y dos discípulos volvieron muy contentos, diciendo: "Señor, hasta los demonios nos obedecen al invocar tu nombre." Jesús les dijo: "Alégrense, no porque los demonios se someten a ustedes, sino más bien porque sus nombres están escritos en los cielos." (Lucas 10,1-12.17-20).
Los discípulos acompañan a Jesús hacia Jerusalén. Para ellos, la meta es el fracaso del Calvario; para Jesús la meta es el triunfo de la resurrección. Experimentan poco a poco las exigencias del seguimiento de Jesús: renuncia a los intereses egoístas, e incluso a la presencia física de Jesús.
Los setenta y dos discípulos enviados –72: símbolo de las naciones paganas - no eran del grupo de los apóstoles; sino que eran como los laicos de hoy. Todos los seguidores de Jesús, clero y laicos, estamos llamados a anunciar el reino de Jesús y salvar a la humanidad. Cada cual según sus posibilidades reales.
Ningún cristiano está dispensado y a nadie se le niega este privilegio y los medios necesarios. Y todo cristiano debe exclamar con San Pablo: “¡Ay de mí si no evangelizo!” Pues si los que no escuchan a los evangelizadores serán tratados con mayor rigor que Sodoma, ¡cuánto más los enviados que no escuchan a Cristo!
La Gran Misión de América Latina y el Caribe, a partir de Aparecida, tiene ese sentido y exigencias. Evangelización y humanización son inseparables.
La vida interior de unión con Cristo, la misión y el plan común de acción tienen que ser la preocupación fundamental de toda comunidad cristiana, parroquial o extra-parroquial. Quien se decide por Cristo (por ser cristiano), no puede menos de anunciarlo, como sea. Quien no lo anuncia, no es cristiano.
La mies es muy abundante y los obreros muy pocos. Eso hace cada vez más urgente que toda comunidad cristiana tome conciencia de su vocación a la misión evangelizadora y la realice, y promueva por todos los medios las vocaciones consagradas radicalmente a la evangelización. Conscientes de que la gran mayoría de los bautizados no han sido evangelizados o están alejados; y ¡qué decir de los no bautizados!
La palabra y la acción evangelizadora tienen que ir acompañadas por la vida de los mensajeros -que es la palabra más elocuente-, para hacer creíble y convincente el mensaje a los destinatarios. A la base de toda evangelización está la intimidad con el Maestro: hay que escucharlo para hablar en su nombre.
El premio de la evangelización no son las obras ni los éxitos, sino la salvación: “Alégrense porque sus nombres están escritos en el cielo”.
Isaías 66,10-14
Alégrense con Jerusalén, y que se feliciten por ella todos los que la aman. Siéntanse, ahora, muy contentos con ella todos los que por ella anduvieron de luto, porque tomarán la leche hasta quedar satisfechos de su seno acogedor, y podrán saborear y gustar sus pechos vivificantes. Pues Yavé lo asegura: “Yo voy a hacer correr hacia ella, como un río, la paz, y como un torrente que lo inunda todo, la gloria de las naciones”. Ustedes serán como niños de pecho llevados en brazos y acariciados sobre las rodillas. Como un hijo a quien consuela su madre, así yo los consolaré a ustedes. Cuando ustedes vean todo esto, les saltará de gozo el corazón y su cuerpo rejuvenecerá como la hierba. La mano de Yavé se dará a conocer a sus servidores y hará que sus enemigos vean su enojo.
La Jerusalén de que habla el profeta Isaías, simboliza a la Iglesia de Cristo en su condición de militante en la tierra y triunfante en la eternidad. Ambas gozan de la presencia cariñosa y todopoderosa de Dios Trinidad. Pero la militante en forma misteriosa y velada, mientras que la triunfante goza de Dios cara a cara, y sus miembros disfrutan de la acogida, de la ternura maternal, las caricias y delicias del Dios Amor.
En el paso a la Iglesia triunfante, se verificarán a la letra las palabras: “Les saltará de gozo el corazón y su cuerpo rejuvenecerá como la hierba”.
Pero Dios ya nos regala aquí en la tierra realidades y experiencias felices que encontrarán su plenitud sólo en el paraíso. Lugares, vivencias, deleites, personas con las que nos gustaría gozar para siempre sin cansarnos nunca. Y si todo eso lo gozamos en el amor y gratitud a Dios, aunque sean cosas pasajeras, se harán eternas, con una felicidad inmensamente superior.
Tenemos que pensar, sentir, gozar y amar mucho más en la perspectiva del cielo, nuestra casa definitiva. Y que lleguemos a sentir lo que San Pablo: “Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir”.
Gálatas 6,14-18
En cuanto a mí, no quiero sentirme orgulloso más que de la cruz de Cristo Jesús, nuestro Señor. Por él el mundo ha sido crucificado para mí y yo para el mundo. No hagamos ya distinción entre pueblo de la circuncisión y mundo pagano, porque una nueva creación ha empezado. Que la paz y la misericordia acompañen a los que viven según esta regla, que son el Israel de Dios. Por lo demás, que nadie venga a molestarme, pues me basta con llevar en mi cuerpo las señales de Jesús. Hermanos, que la gracia de Cristo Jesús, nuestro Señor, esté con su espíritu. Amén.
San Pablo se gloría en la cruz de Cristo, porque la considera como lo que realmente es: la puerta y el precio de la resurrección y de la gloria eterna. Y se alegra de “estar crucificado con Cristo”: “Me alegro de sufrir; así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo, que es la Iglesia”.
Y esa alegría se la da la convicción de que “los padecimientos de esta vida presente no son nada en comparación con la gloria futura que se ha de revelar en nosotros”. Pero añade otro gran motivo de su alegría: “Llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús”.¡Cuán decisivo es para nuestra felicidad terrena y eterna vivir en esta perspectiva de San Pablo! No se trata de una ilusión, sino de una realidad necesaria que hemos de pedir, vivir y agradecer. Así nuestra cruz se hará gloriosa y causa de gloria eterna, en unión con la de Cristo.
Como ya se acercaba el tiempo en que sería llevado al cielo, Jesús emprendió resueltamente el camino a Jerusalén. Envió mensajeros delante de él, que fueron y entraron en un pueblo samaritano para prepararle alojamiento. Pero los samaritanos no lo quisieron recibir, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto sus discípulos Santiago y Juan, le dijeron: - Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que los consuma? Pero Jesús se volvió y los reprendió. Y continuaron el camino hacia otra aldea. Mientras iban de camino, alguien le dijo: - "Maestro, te seguiré adondequiera que vayas." Jesús le contestó: - "Los zorros tienen cuevas y las aves tienen nidos, pero el Hijo del Hombre ni siquiera tiene donde recostar la cabeza". Jesús dijo a otro: "Sígueme". El contestó: - "Señor, deja que me vaya y pueda primero enterrar a mi padre". Jesús le dijo: - "Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú vé a anunciar el Reino de Dios". Otro le dijo: - "Te seguiré, Señor, pero antes déjame despedirme de mi familia." Jesús le contestó: - "El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios". (Lucas. 9,51-62).
Jesús sube hacia Jerusalén decidido a morir por la salvación de todos los hombres, por cada uno de nosotros. Los discípulos no entienden y le siguen con miedo. Pero cuando los samaritanos les niegan hospedaje, se enfurecen y pretenden defender a Jesús eliminando a los samaritanos con una lluvia de fuego.
El Señor dijo a Elías: “Consagrarás a Eliseo, hijo de Safat, de Abel-Mejolá, como profeta en vez de ti". Partió de allí Elías y encontró a Eliseo, hijo de Safat, quien estaba arando; tenía doce medias hectáreas de tierra para arar y estaba en la duodécima. Elías se le acercó y le tiró encima su manto. Inmediatamente, dejando sus bueyes, Eliseo corrió tras Elías diciendo: "Permíteme que vaya a abrazar a mi padre y te seguiré". Y Elías le respondió: "Puedes ir; ¿quién te lo impide?" Eliseo se dio media vuelta, tomó la yunta de bueyes y los sacrificó; asó su carne con el yugo y se la sirvió a su gente; luego se levantó, salió tras Elías.
El manto con el cual Elías cubrió a Eliseo, es símbolo de transmisión del poder profético, del poder de Dios. La respuesta de Eliseo es modelo de respuesta a la vocación cristiana y consagrada: decisión pronta y gozosa. Es consciente de la grandeza de su vocación, y cualquier desprendimiento le parece poca cosa con tal de corresponder a la gran misión que Dios le confía.
Esa es la vocación cristiana, tanto para los consagrados como para los fieles, cada cual a su manera y con el alcance de su condición, fuerzas, talentos y medios. No hay otra vocación, aunque son diferentes los modos de vivirla.
Gálatas 5,1.13-18
Cristo nos liberó para ser libres. Manténganse, pues, firmes y no se sometan de nuevo al yugo de la esclavitud. Nuestra vocación, hermanos, es la libertad. No hablo de esa libertad que encubre los deseos de la carne, sino del amor por el que nos hacemos esclavos unos de otros. Pues la Ley entera se resume en una frase: Amarás al prójimo como a ti mismo. Pero si se muerden y se devoran unos a otros, ¡cuidado!, que llegarán a perderse todos. Por eso les digo: caminen según el espíritu y así no realizarán los deseos de la carne.
¡Cuánto se habla hoy de libertad! Pero es cierto que nunca ha habido tantas y tan crueles esclavitudes que, además, se hacen pasar por libertad.
Hasta se le llama libertad al poder de esclavizar, explotar y utilizar indignamente, e incluso de eliminar a quien resulta incómodo a la propia comodidad, egoísmo y ambición, empezando por el aborto, hasta la guerra y toda violencia por parte de los esclavos del poder, del dinero, del placer.