Lucas 23,35-43.
Lucas 23,35-43.
LA FELICIDAD QUE BUSCAMOS
Todos los Santos – 1-11-2007
Jesús, al ver toda aquella muchedumbre, subió al cerro. Se sentó y sus discípulos se reunieron a su alrededor. Entonces comenzó a hablar y les enseñaba diciendo: Felices los que tienen el espíritu del pobre, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Felices los que lloran, porque recibirán consuelo. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los compasivos, porque obtendrán misericordia. Felices los de corazón limpio, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán reconocidos como hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por causa del bien, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando por causa mía los insulten, los persigan y les levanten toda clase de calumnias. Alégrense y muéstrense contentos, porque será grande la recompensa que recibirán en el cielo. Pues bien saben que así persiguieron a los profetas que vivieron antes de ustedes. Mateo 5,1-12
Hoy nos unimos a todos los santos del cielo para dar gracias, bendecir y alabar a Dios por todos los bienes de esta vida y sobre todo por habernos hecho hijos suyos con destino de eternidad. El santo es una persona verdaderamente feliz en el tiempo y en la eternidad.
El santo es una persona de carne y hueso que ha descubierto el sentido esencial de la vida y las fuentes de la felicidad verdadera, que ha encontrado la libertad, la alegría profunda de vivir y el sentido pascual de la muerte. Que ha tomado en serio la propia existencia y la ajena, la vida temporal y la eterna.
La santidad no la hacen los milagros ni los éxtasis ni las penitencias. Estas cosas pueden ser caminos, expresión o fruto de la santidad. La santidad es sencillamente vivir en Cristo amando a Dios y al prójimo. Esa es la verdadera santidad al alcance de todos.
Santos han sido, son y serán quienes han alcanzado la plenitud de la vida y la felicidad allí donde se encuentra, en las fuentes que Cristo mismo señaló: las bienaventuranzas.
Pobres felices son las personas honradas, justas, que saben haberlo recibido todo de Dios, y de él todo lo esperan, y se lo agradecen; y en el sufrimiento se confían al Señor, que los recompensará.
Mansos son quienes aceptan con paz sus limitaciones y las ajenas, con la mirada puesta en Dios que ensalza a los humildes. Gozan ya en la tierra la paz del reino eterno.
Los sufridos felices son quienes viven y ofrecen con paciencia, paz y esperanza el sufrimiento causado por la enfermedad, por el pecado propio y ajeno, por las fuerzas del mal, y por la muerte como paso a la vida eterna. “Felices los que sufren en paz con el dolor, porque les llega el tiempo de la consolación”. (S. Francisco de Asís).
Tienen hambre y sed de justicia los que piden a Dios que salga en su defensa frente a la injusticia, y a la vez luchan por promover la justicia donde reina la injusticia.
Los misericordiosos son quienes imitan la conducta de Dios Padre para con el prójimo: su amor, compasión, misericordia, perdón, ayuda...
Los limpios de corazón obran y viven con transparencia, sin intenciones dobles e inconfesables, sin hipocresía y sin pura apariencia.
Trabajan por la paz quienes luchan con Cristo, Príncipe de la Paz, por establecer la paz en el corazón, en el hogar, en la Iglesia, en la sociedad, en el mundo.
Los perseguidos por la justicia son quienes sufren por hacer el bien, como el Maestro.
Ahí está la felicidad que buscamos. Jesús no nos engaña. Creámosle. La santidad es la vida en Cristo, pues sólo en Cristo y con Cristo es posible vivir las bienaventuranzas y el mandamiento del amor. El se pone a nuestro alcance estando con nosotros “todos los días hasta el fin del mundo”.
P. Jesús Álvarez, ssp.