Dios mismo nos resucitará
Domingo 32º tiempo ordinario / 11-11-2007
Lucas 20,27-38
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella». Jesús les contestó: «En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor «el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob». No es un Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos».
Macabeos 6,1.7;1-2.9-14
El rey Antíoco envío a un consejero ateniense para que obligara a los judíos a abandonar las costumbres de sus padres, y a no vivir conforme a las leyes de Dios. Fueron detenidos siete hermanos junto con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios de buey para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la Ley. Uno de ellos habló en nombre de los demás: «¿Qué pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres». El segundo, estando para morir, dijo: «Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna». Después se divertían con el tercero. Invitado a sacar la lengua, lo hizo en seguida, y extendió las manos con gran valor. Y habló dignamente: «De Dios las recibí, y por sus leyes las desprecio; espero recobrarlas del mismo Dios». El rey y su corte se asombraron del valor con que el joven despreciaba los tormentos. Cuando murió éste, torturaron de modo semejante al cuarto. Y, cuando estaba para morir, dijo: «Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida».
Tesalonicenses 2,16-3,5
Que Jesucristo, nuestro Señor, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza, los consuele internamente y les dé fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas. Por lo demás, hermanos, recen por nosotros, para que la palabra de Dios siga el avance glorioso que comenzó entre ustedes, y para que nos libre de los hombres perversos y malvados, por que no todos aceptan la fe. El Señor, que es fiel, les dará fuerzas y los librará del Maligno. Por el Señor, estamos seguros de que ustedes ya cumplen y seguirán cumpliendo todo lo que les hemos enseñado. Que el Señor dirija sus corazones, para que amen a Dios y tengan la constancia de Cristo.
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