Sunday, March 16, 2008

RAMO BENDITO, TRAICIÓN Y MISERICORDIA


RAMO BENDITO, TRAICIÓN Y MISERICORDIA


Domingo de Ramos – A / 16 marzo 2008


Cuando se aproximaron a Jerusalén, al llegar a Betfagé, junto al monte de los Olivos, entonces envió Jesús a dos discípulos, diciéndoles: «Id al pueblo que está enfrente de vosotros, y enseguida encontraréis un asna atada y un pollino con ella; desatadlos y traédmelos. Y si alguien os dice algo, diréis: El Señor los necesita, pero enseguida los devolverá.» Esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del profeta: Decid a la hija de Sión: He aquí que tu Rey viene a ti, manso y montado en un asna y un pollino, hijo de animal de yugo. Los discípulos trajeron una burra con su cría, colocaron encima sus mantos y Jesús se montó. Gran parte de la gente extendía sus capas en el camino y otros cortaban ramas de los árboles y las esparcían por el suelo. Y la gente que iba delante y detrás de Jesús gritaba: ¡Hosanna! ¡Viva el hijo de David! ¡Bendito sea el que viene en el Nombre del Señor! ¡Hosanna! ¡Gloria en lo más alto de los cielos! Cuando Jesús entró en Jerusalén, la ciudad se alborotó, y muchos preguntaban: ¿Quién es éste? Y la gente que venía con él contestaba: Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea. (Mateo 21, 1-11)


El Domingo de Ramos, que abre la Semana Santa, nos sugiere una seria y sincera toma de conciencia sobre la calidad cristiana –o pagana- de nuestras vidas en todas sus manifestaciones y dimensiones.


El Domingo de Ramos se concentra mucha gente en las iglesias para llevarse su ramo bendito. Con los ramos los judíos proclamaban a Jesús como Mesías, pero a los pocos días pedían su muerte.


Hay quienes van a buscar el ramo bendito, atribuyéndole un valor mágico, supersticioso, pues ignoran a Cristo, protagonista del Domingo de Ramos y de la Semana Santa.


La historia del Domingo de Ramos se repite: muchos aclaman a Cristo en la Iglesia, en las procesiones, y luego lo crucifican en el prójimo, en el hogar, en la educación, en el trabajo, en la política, en el comercio, en la comunicación social...


Pero también son muchos, gracias a Dios, los que se encuentran con Cristo muerto y resucitado, que hoy sufre en los pobres, enfermos, marginados, encarcelados, aplastados por injusticias, violencia, violación, hambre… y muchos otros cristos vivos y sufrientes, crucificados con Cristo, y que con él se ofrecen por la salvación del prójimo y del mundo.


En este domingo se lee la Pasión de Cristo, que narra el abandono y la traición, incluso por parte de sus preferidos. Y hoy se multiplican las traiciones, abandonos y vejaciones a hijos, madres, padres, abuelos, niños, adolescentes, jóvenes, pobres, enfermos, marginados, necesitados; y los Pilatos siguen lavándose tranquilamente las manos..., y muchos que se tienen por cristianos, también.


La pasión y muerte de Jesús sigue repitiéndose en millones de personas en todo el mundo, y los verdugos y asesinos no saben lo que hacen, o no quieren enterarse; pero todo el mal que hacen al prójimo, recaerá un día sobre ellos, si no cambian de conducta.


¿Y quién de nosotros no es en algo verdugo de su prójimo? E incluso asesino poco a poco, por la indiferencia, el rencor, el desprecio, la difamación,la traición. Pensemos en serio que el daño que hagamos a otros, se volverá á contra nosotros, si no reparamos a tiempo, ya, pues “con la misma medida que midieren, serán medidos”.


La Semana Santa es una oportunidad especial para la misericordia, para mejorar la relación con el prójimo y con Dios, para reparar con la oración, la limosna, el perdón, el sufrimiento ofrecido por quienes hemos ofendido y dañado. Y la misma muerte aceptada y ofrecida ya desde ahora es reparación por nosotros y por muchos otros, si la asociamos a la de Cristo.


Pensemos también en esa inmensa multitud de cristos vejados y crucificados injustamente, que sufren sin volver mal por mal, en paz y esperanza, con la seguridad de que esas penas injustas les merecen acompañar a Cristo, hacia la resurrección y la vida sin fin, por el camino de la cruz y de la misericordia. Así comparten la gloria de la pasión salvadora de Jesús en favor de muchos.


La vida no termina en la cruz, ni la muerte es el final. Cruz y muerte abren la puerta luminosa de la misericordia hacia la resurrección y la vida. No podemos quedarnos en el viernes santo, con un Cristo muerto y fracasado, pues Jesús no ha quedado en el sepulcro, sino que, venciendo a la muerte, alcanzó el éxito total de su vida con la resurrección, que nos ofrece también a nosotros como éxito total de nuestra existencia.


Sin la perspectiva de la Resurrección, si no se cree en la Resurrección, la Semana Santa no es santa, sino folklore pagano, que Dios aborrece.


Isaías 50, 4-7


El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo. El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado.


Las palabras de Isaías preanuncian la pasión de Jesús, quien pasó toda su vida consolando y arrancando cruces, y ahora carga libremente con su cruz inevitable para librar a los hombres de la máxima cruz: la desesperación, la muerte y la ruina eterna, y para merecernos la resurrección y la vida gloriosa con él para siempre.


En el huerto de Getsemaní vio tan claro el horrible sufrimiento que le esperaba, que pidió a gritos y con lágrimas de sangre ser liberado de tal tormento. Pero aceptó decidido y con paz la pasión cuando se centró en el premio inmenso y eterno que le esperaba tras el tormento: la resurrección y la gloria para él y los suyos.


Por eso aceptó la condena en base a calumnias, y no evitó golpes, salivazos, injurias, burlas, corona de espinas, cruz, desnudez, clavos, crucifixión, desafíos...


Sólo podemos arrostrar la cruz sin desesperarnos, con paz y esperanza, si nos centramos, como Jesús, en lo que se está gestando a través de nuestra cruz unida a la suya: la resurrección y la gloria eterna junto a Cristo, con todos los suyos. “No importa el cómo si hay un porqué”. Unámonos a él pidiéndole fortaleza en nuestras cruces.


Filipenses 2, 6-11


Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor». Jesús esconde su condición divina bajo la condición humana para rescatar al hombre de su condición pecadora mediante la fidelidad amorosa al Padre en la humillación, el sufrimiento y la muerte, que le abren el camino de la resurrección y la glorificación.


El Padre no planificó la pasión y la muerte de Jesús, su Hijo. Como tampoco maquinó la muerte de Abel a manos de Caín. Ni siquiera en el peor de los padres humanos es justificable y admisible tanta crueldad contra un hijo.


La muerte de Jesús es voluntad de hombres perversos; la voluntad de Dios es la resurrección de Jesús y la nuestra. Y que nosotros participemos de su muerte redentora y de su resurrección gloriosa para la vida eterna.


Entonces, ¿cómo Jesús mismo habla de voluntad de Dios respecto de su muerte?: “Si no puede pasar de mí este cáliz, hágase tu voluntad”.


Pero la voluntad del Padre sobre Jesús no es la muerte, sino “que todos los hombres se salven” por su fidelidad, obediencia y amor al Padre, a pesar del sufrimiento y la muerte planificados por los agentes del mal y de las tinieblas.


Jesús acoge el dolor y la muerte para hacerlos fuente de felicidad. Entra en el reino de la muerte para convertirla en puerta de vida por la resurrección.


El Padre opone su plan de amor, de resurrección y vida al plan de odio y muerte ideado por los malvados, sirviéndose del mismo plan de estos y de su victoria para derrotarlos mediante la cruz y la resurrección de Cristo, su “Hijo muy amado”, y de quienes lo sigan.


P. Jesús Álvarez, ssp.

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