Sunday, October 05, 2008

ELEGIDOS y RECHAZADOS

ELEGIDOS y RECHAZADOS

27º domingo tiempo ordinario - A / 5-10-2008

En aquel tiempo dijo Jesús a los sacerdotes y a los ancianos del pueblo: Escuchen este otro ejemplo: Había un propietario que plantó una viña. La rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar y levantó una torre para vigilarla. Después la alquiló a unos labradores y se marchó a un país lejano. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, el dueño mandó a sus sirvientes que fueran donde aquellos labradores y cobraran su parte de la cosecha. Pero los labradores tomaron a los enviados, apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon. El propietario volvió a enviar a otros servidores más numerosos que la primera vez, pero los trataron de la misma manera. Por último envió a su hijo, pensando: “A mi hijo lo respetarán”. Pero los trabajadores, al ver al hijo, se dijeron: “Ese es el heredero. Lo matamos y así nos quedamos con su herencia”. Lo tomaron, pues, lo echaron fuera de la viña y lo mataron. Ahora bien, cuando venga el dueño de la viña, ¿qué hará con esos labradores? Le contestaron: Hará morir sin compasión a esa gente malvada, y arrendará la viña a otros labradores que le paguen a su debido tiempo. Jesús agregó: ¿No han leído cierta Escritura? Dice así: “La piedra que los constructores desecharon, llegó a ser la piedra angular del edificio; esa fue la obra del Señor y nos dejó maravillados”. Ahora, yo les digo a ustedes: Se les quitará el Reino de los Cielos, y será entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos. Mateo 21, 33-43

La parábola, dicha a un grupo de sacerdotes, escribas y fariseos, es un serio toque de atención para cada uno de nosotros, llamados a trabajar con ilusión y seriedad por la salvación de los demás y la propia. Y no se trata sólo de una simple invitación, sino de un gran privilegio: compartir con Cristo el misterio de la redención en el tiempo y lugar donde nos ha tocado vivir, trabajar, amar, gozar y sufrir, y así acceder a la vida eterna.

Es una llamada de atención a cada uno de nosotros, pues podemos rechazar con la indiferencia o el desprecio a los mensajeros que Dios nos envía, y en ellos a su propio Hijo, Jesús, creyéndonos los únicos propietarios de nuestra vida, de la verdad, de la religión, proclamando a Dios con la boca y en los ritos, pero rechazándolo en la vida.

El mensaje positivo de la parábola es que Dios cuida con gran cariño a su pueblo, a cada uno de nosotros, dándonos grandes dones y posibilidades, el mayor de los cuales es su Hijo, que entregó por nuestra salvación y glorificación eterna.

No estamos en el mundo por casualidad, sino por deseo y amor expreso de Dios Padre, para que seamos testigos de su amor. Nuestra existencia está inscrita en el proyecto salvador de Dios: venimos de su amor infinito y nos llama al destino feliz que él nos ofrece con amor paterno en su casa eterna. Sólo nos pide que lo amemos como Padre y amemos los demás como hermanos - pues todos son hijos suyos-, ayudándoles a conseguir el máximo bien que pueden desear: la vida eterna.

Esta fe, hecha amor concreto, proyecta hacia la eternidad todo lo que hacemos, lo que somos, tenemos, amamos, sufrimos y gozamos. Y hace entrar la eternidad en el tiempo de nuestra vida para eternizarla.

Formar una familia, educar a los hijos, trabajar por el progreso, hacer política de paz, enseñar, socorrer, evangelizar: formas diversas de colaborar al plan salvífico de Dios, unidos a Jesús resucitado presente, la piedra angular rechazada por sus adversarios.

Sin embargo también podemos hacer fracasar el plan de Dios para nosotros y para otros, rechazando a Dios en la vida, en la familia, en trabajo, en la vida sacerdotal o consagrada, e incluso en las prácticas de piedad, aunque aparentemos lo contrario.

Pero Dios no nos impone la salvación, sino que desea la aceptemos y colaboremos libremente con su Hijo en la salvación de los otros; y si no respondemos a su invitación, confiará nuestra misión a otros que produzcan mejores frutos. Nos conviene pensarlo en serio, pues nos jugamos la vida temporal, volviéndola inútil, y la eterna.

Nuestra felicidad, gloria y salvación consisten en reconocer, agradecer, valorar y hacer producir los dones que Dios nos dio, que son otras tantas grandes posibilidades para el bien. Entre ellos: la oración, el ejemplo, el sufrimiento ofrecido, la palabra, las buenas obras, en unión con Cristo resucitado presente, nuestra Piedra angular.

Isaías 5, 1-7

Voy a cantar en nombre de mi amigo el canto de mi amado a su viña. Mi amigo tenía una viña en una loma fértil. La cavó, la limpió de piedras y la plantó con cepas escogidas; edificó una torre en medio de ella y también excavó un lagar. Él esperaba que diera uvas, pero dio frutos agrios. Y ahora, habitantes de Jerusalén y hombres de Judá, sean ustedes los jueces entre mi viña y yo. ¿Qué más se podía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho? Si esperaba que diera uvas, ¿por qué dio frutos agrios? Y ahora les haré conocer lo que haré con mi viña: quitaré su valla, y será destruida, derribaré su cerco y será pisoteada. La convertiré en una ruina, y no será podada ni escardada. Crecerán los abrojos y los cardos, y mandaré a las nubes que no derramen lluvia sobre ella. Porque la viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá son su plantación predilecta. ¡Él esperó de ellos equidad, y hay derramiento de sangre; esperó justicia, y hay gritos de angustia!

Toda la Biblia ha sido escrita para instrucción de cada uno de nosotros, a fin de que llevemos una vida que agrade a Dios y nos disponga a recibir el premio de la gloria eterna con él.

Este pasaje de Isaías nos declara con cuánto amor y cuántos cuidados nos trata Dios, para que produzcamos frutos de vida eterna, y no para él, sino para nosotros y los demás, pues su voluntad es que nos salvemos y ayudemos a otros a salvarse.

Pero nosotros podemos hacer fracasar el amor, los cuidados y las esperanzas de Dios sobre nosotros y para nosotros, y llevar nuestras vidas al fracaso eterno, si no reconocemos ni agradecemos ni hacemos producir esos dones y cuidados que Dios nos dispensa, y si los utilizamos y disfrutamos a sus espaldas y en contra de su voluntad.

Dios tiene paciencia infinita, pero si nosotros no reaccionamos para rectificar una eventual conducta desviada, con rechazo al amor de Dios, nuestro bien supremo, y con desinterés por nuestro destino eterno, él también tiene derecho a volvernos la espalda abandonándonos a nuestros egoísmos y disfrutes abusivos de los dones que nos dio.

Démonos cuenta de que una fe sin amor ni gratitud y obediencia a Dios, y sin amor real al prójimo, es una fe engañosa y escandalosa, que no puede salvar, sino que condena. Correspondamos al gran cariño y generosidad de Dios: vivamos según su querer.

Filipenses 4, 6-9

Hermanos: No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús. En fin, mis hermanos, todo lo que es verdadero y noble, todo lo que es justo y puro, todo lo que es amable y digno de honra, todo lo que haya de virtuoso y merecedor de alabanza, debe ser el objeto de sus pensamientos. Pongan en práctica lo que han aprendido y recibido, lo que han oído y visto en mí, y el Dios de la paz estará con ustedes.

“Nuestro corazón anda inquieto mientras no descansa en Dios”, decía san Agustín. Sólo la confianza en Dios nos asegura la serenidad, la paz y la esperanza en medio de las luchas, las dudas, las desgracias, las alegrías, pues esa confianza nos da la seguridad de que “todo concurre al bien de los que aman a Dios”. La confianza es fruto del amor.

Con la confianza en Dios y la perspectiva de la eternidad feliz, todo se hace relativo, pues los bienes más grandes de este mundo terminan esfumándose, y los sufrimientos más penosos se convierten en fuentes de felicidad eterna, e incluso temporal.

Por tanto, no debemos preocuparnos, sino sólo ocuparnos en vivir unidos a Cristo y en realizar todo lo que es bueno, justo, verdadero, laudable, virtuoso..., y así nos dispongamos para recibir el premio eterno. Nada de angustias, que resultan totalmente inútiles.

Es necesario recurrir a la oración como verdadero encuentro de amistad filial con Dios, que nos toma a su cuidado paternal, y no permitirá que se nos caiga ni un cabello sin que él lo disponga. Pero toda oración debe ir precedida por la acción de gracias, que es la oración que más le agrada a Dios y que más bendiciones nos asegura.

P. Jesús Álvarez, ssp.

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