LES DIO EL PODER DE SER HIJOS DE DIOS
Misa del día / Ciclo B / 25-12-2008
Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: «Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí, me ha precedido, porque existía antes que yo». Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Dios Hijo único, que está en el seno del Padre. (Juan 1,1-18).
La Navidad, cumpleaños de nuestro Salvador, es la ocasión para tomar una mayor conciencia de la alianza que Dios hace con nosotros por medio de la encarnación. Es el misterio de la salvación puesto a nuestro alcance por la fidelidad inquebrantable del Padre que nos envió a su propio Hijo, el cual comparte nuestra vida, haciéndose Dios-con-nosotros de cada día.
La Navidad es la fiesta para celebrar y agradecer el inmenso beneficio que Dios nos hace dándonos a su Hijo: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo”. Es la fiesta en la que tomamos mayor conciencia de que Dios comparte nuestra historia. El “puso su tienda entre nosotros” y se compromete a vivir con nosotros todos los días, y aunque “nosotros le seamos infieles, él permanece fiel”.
Pero el hombre, engañado por las fuerzas del mal y en complicidad con ellas, siembra en el mundo las tinieblas de la injusticia, del hambre, del odio, de la guerra, de la pobreza, del orgullo, del pecado, de la impiedad. Mas, a pesar de todo eso, el Salvador se compromete a “iluminar a todo hombre que viene a este mundo”, y a llevar al Reino eterno a todos los que crean en él, como él mismo afirmará: “Quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá”.
El nacimiento del Hijo de Dios en carne mortal alcanza su pleno sentido en la Resurrección, la cual fue el “nacimiento” de Cristo para la gloria eterna. La acogida de Cristo en el corazón, en la vida, en la familia..., hace que la Navidad sea verdadera, y nos merezca la Navidad sin fin a través de la resurrección, nacimiento a la vida eterna. Ese es el fruto espléndido de la Navidad.
La Navidad hoy se revive sobre todo en el acto sencillo y a la vez supremo de la comunión eucarística, donde se realiza de forma especial lo dicho por Juan evangelista: “A quienes creen, les dio el poder de legar a ser hijos de Dios”.
Pero la Navidad se vuelve fiesta pagana para quienes se cierran a la presencia real del Redentor resucitado, Dios-con-nosotros: “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. Sólo hay Navidad verdadera si se acoge con amor a Cristo vivo y presente. “A los que creen les dio el poder llegar a ser hijos de Dios”.
La Navidad es real cuando con fe y amor se acoge a Cristo Resucitado en el corazón, en la vida, en la familia, en las penas y alegrías, pues sólo así se celebra de verdad el acontecimiento de su primera Navidad en la humildad; y sólo así nos preparamos a la Navidad eterna, a la que Jesús nos llevará por la resurrección.
Isaías 52, 7-10
¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: «Tu Dios es Rey»! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Rompan a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén: el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.
Isaías se refiere al final del destierro de los hebreos y a su regreso a Jerusalén, reducida a ruinas. Destierro y destrucción son consecuencia de haber suplantado a Dios por ídolos: armas, aliados, soberbia, poder, placer...
¿Quién no ha probado la ausencia de Dios por haberlo rechazado? Se lo excluye de la familia, de la sociedad, de la enseñanza, de la política, del trabajo, de las relaciones, del sufrimiento y de la alegría..., y a menudo se lo echa incluso del templo, con un culto sin amor a él y al prójimo, de lo que Dios mismo se lamenta: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. Y luego se llega al descaro de echarle la culpa de los males de este mundo.
Pero Dios mismo toma la iniciativa de saltar la distancia que hemos puesto entre nosotros y él. Si la tristeza es el resultado del pecado, la alegría es la consecuencia del perdón de Dios y del perdón entre nosotros, del amor a Dios y al prójimo.
El nacimiento de Jesús es el acercamiento libre de Dios hacia nosotros, quien sólo espera ser acogido como Amor misericordioso para llenarnos de luz, alegría, paz, de sentido de vivir, y para llevarnos a la eterna Navidad.
Hebreos 1,1-6.
En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los Profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. El es reflejo de su gloria, impronta de su ser. El sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado»? O: ¿«Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo»? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios».
El autor alude a la Palabra de Dios en el Antiguo Testamento, pronunciada por los profetas, pero ahora hecha carne en Cristo, Palabra viva y personificada del Padre.
El Hijo ha sido nombrado heredero de toda la inmensa creación visible a invisible, que él gobierna y sostiene con su brazo poderoso, a la vez que guía a la humanidad, con su Palabra omnipotente, hacia las moradas eternas.
Cristo ejerce su omnipotencia sobre todo arrancando al hombre del poder del mal, mediante el perdón y la purificación de los pecados. Y ahora está encumbrado sobre todos los ángeles, a la derecha del Padre, donde intercede por nosotros. Él mismo nos está preparando un puesto en su banquete eterno.
Es para saltar de gratitud y alegría ante el infinito amor misericordioso que Dios nos ha mostrado y muestra en su Hijo encarnado, crucificado y resucitado, que anhela vivir con nosotros en una navidad permanente camino de la resurrección: “Llamo a la puerta; y quien me abra, me tendrá consigo a la mesa”.
Somos cuna y templo del Resucitado. Y en nosotros lo adoran los ángeles como en Belén. ¡Dichosa realidad para vivir con amorosa y eterna gratitud!
¡FELIZ NAVIDAD! Y que toda tu vida sea Navidad por la acogida diaria al Resucitado presente, Dios-con-nosotros de cada día, hasta la Navidad eterna, donde nos revestirá de un cuerpo glorioso como el suyo.
P. Jesús Álvarez, ssp.
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