Sunday, September 27, 2009

LA EXCLUSIVA DE LA FE Y EL ESCÁNDALO


LA EXCLUSIVA DE LA FE Y EL ESCÁNDALO



Domingo 26° durante el año-B- 27-09-2009



Juan le dijo a Jesús: "Maestro, hemos visto a uno que hacía uso de tu nombre para expulsar demonios, y hemos tratado de impedírselo porque no anda con nosotros." Jesús contestó: "No se lo prohíban, ya que nadie puede hacer un milagro en mi nombre y luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está con nosotros. Y cualquiera que les dé de beber un vaso de agua porque son de Cristo, yo les aseguro que no quedará sin recompensa." "El que haga caer a uno de estos pequeños que creen en mí, sería mejor para él que le ataran al cuello una gran piedra de moler y lo echaran al mar. Si tu mano te está haciendo caer, córtatela; pues es mejor para ti entrar con una sola mano en la vida, que ir con las dos al fuego que no se apaga". (Marcos 9,38-43)

Los discípulos de Jesús querían para su grupo la exclusiva de los milagros, de la fe, de la salvación y del mismo Salvador. El móvil solapado era el dominio y los privilegios, no el servicio humano y salvífico al hombre hermano, por ser también él hijo de Dios.

Los apóstoles quieren prohibir que otros hagan milagros en nombre de Jesús, pero la respuesta del Maestro es contundente: “Quien no está contra nosotros, está con nosotros”.

Aclaración que repite hoy a tantos cristianos y pastores que pretenden tener en exclusiva la acción y experiencia salvífica de Cristo, como si el Salvador debiera someterse en todo a sus controles, criterios y permisos. “El Espíritu sopla donde quiere”.

Jesús, el Salvador del mundo, desde la Iglesia realiza su obra redentora universal también fuera de límites eclesiásticos oficiales, como él declaró: “Tengo otras ovejas que no son de este redil; también las llamaré y escucharán mi voz” (Juan 10, 16).

Entre esas “otras ovejas” también están los niños, con los cuales Jesús se identifica, y que en su inocencia están abiertos a Dios, a la fe, al bien, a la salvación, pero que pueden ser fácilmente alejados de Dios y del camino de la salvación por el escándalo de los mayores.

Terrorífica es la perspectiva para quienes escandalizan a un inocente y a gente sencilla, alejándolos de Dios: “A quien escandalice a uno de estos pequeños, más le valiera que le ataran al cuello una gran piedra y lo arrojaran al fondo del mar”.

Y tajante también la amonestación de Jesús para quienes usan los miembros del cuerpo para hacer el mal que aleja de Dios y de la salvación: “Si tu mano o tu pie te hacen caer, córtatelos; y si tu ojo te lleva al mal, arráncatelo; pues más te vale entrar manco, cojo o tuerto en el paraíso, que precipitarte con todos tus miembros en el infierno eterno”.

Jesús no se anda con fáciles acomodaciones: su lenguaje drástico pone de relieve la seriedad y la suma importancia de sus tres enseñanzas de hoy: No creernos con la exclusiva de Dios, de la verdad, de la salvación; no escandalizar; no usar los miembros del cuerpo para hacernos mal a nosotros mismos, a los otros o a la creación, con el serio riesgo de perder la herencia eterna, con todo lo que somos, gozamos, tenemos y amamos.

Asociémonos a nuestro Salvador en su obra de redención dentro y fuera de la Iglesia, con la oración, el ejemplo, el sufrimiento ofrecido, las obras, la palabra, la unión a él, sobre todo con la Eucaristía, sacramento universal de salvación.

¡Cuánto debemos orar, trabajar y ofrecer las cruces por la salvación de quienes hemos escandalizado, tal vez de mil maneras! Y agradecer a Dios por darnos tiempo de reparar, a pesar de merecer ser arrojados al fondo del mar y ser mutilados.

Nadie gana más que nosotros mismos si tomamos en serio nuestra salvación y las de los otros. Todos tenemos nuestra parcela de personas en cuya salvación Cristo Jesús nos invita a colaborar con él, empezando por el hogar, condición para nuestra salvación.

Nada hay tan contradictorio como un cristiano al que no le interesa la salvación de los suyos, del prójimo, de los más posibles.

Números 11,25-29

Entonces Yavé bajó en la nube y habló, luego tomó del espíritu que estaba en Moisés y lo puso en los setenta hombres ancianos. Cuando el espíritu se posó sobre ellos, se pusieron a profetizar, pero después no lo hicieron más. Dos hombres se habían quedado en el campamento, el primero se llamaba Eldad y el otro, Medad; el espíritu se posó sobre ellos. Pertenecían a los inscritos, pero no habían ido a la Tienda, y profetizaron en el campamento. Un muchacho corrió para anunciárselo a Moisés: "Eldad y Medad están profetizando en el campamento". Josué, hijo de Nun, servidor de Moisés desde su juventud, tomó la palabra: "¡Mi señor Moisés, prohíbeselo!" Pero Moisés le respondió: "¿Así que te pones celoso por mí? ¡Ojalá que todo el pueblo de Yavé fuera profeta, que Yavé les diera a todos su espíritu!"

Dios elige de forma especial a personas y grupos para comunicarles su Espíritu con el fin de guiar a su pueblo hacia la salvación. Pero no se ata a nadie como si Él fuera un monopolio. Se reserva la libertad total de comunicar su Espíritu más allá de todo límite, creencia y pretensión humana.
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Esa apertura universal la retoma Jesús y se la comunica a sus apóstoles, frente a la actitud del pueblo judío que creía poseer en exclusiva a Dios y su salvación. Esta pretensión ha sido causa de las grandes y escandalosas divisiones religiosas, y las sigue causando y alimentando.

Pero el Espíritu de Dios sopla donde quiere, y dichosos quienes lo secundan con un corazón ecuménico, universal, en todo lo que él obra fuera de toda institución religiosa, incluida la Iglesia fundada por el mismo Jesucristo.

Santiago 5,1-6

Ahora les toca a los ricos: lloren y laméntense porque les ha venido encima desgracias. Los gusanos se han metido en sus reservas y la polilla se come sus vestidos, su oro y su plata se han oxidado. El óxido se levanta como acusador contra ustedes y como un fuego les devora las carnes. ¿Cómo han atesorado, si ya eran los últimos tiempos? El salario de los trabajadores que cosecharon sus campos se ha puesto a gritar, pues ustedes no les pagaron; las quejas de los segadores ya habían llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Han conocido sólo lujo y placeres en este mundo, y lo pasaron muy bien, mientras otros eran asesinados. Condenaron y mataron al inocente, pues ¿cómo podía defenderse?
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Santiago se refiere a los ricos que han hecho de las riquezas su dios, su ídolo, poniendo en ellas todas las esperanzas de su vida, sin usar esos bienes al servicio de sus semejantes, pues para ayudar los han recibido, a menos que sean fruto de corrupción y de robos.

Muchos se han hecho y se hacen ricos a costa de la pobreza de sus semejantes, y han construido y construyen su vida incluso sobre la muerte de inocentes. Y esto no se refiere sólo a individuos, sino también a pueblos y naciones. ¿Qué pueden esperar?

Sus seguridades y esperanzas serán destruidas de improviso, cuando menos lo piensen. Y así como sus víctimas no pudieron defenderse de ellos, así ellos no podrán escapar de lo que se les vendrá encima. ¡Más vale prevenir que lamentar!

Cristianos ricos, instituciones y naciones ricas, vean de dónde les vienen sus riquezas y cómo las invierten, pues pueden convertirse en la trampa y ruina fatal de todas sus seguridades. ¡Pónganse a salvo a tiempo, sin pensarlo dos veces!


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, September 20, 2009

SERVICIO contra AMBICIÓN


SERVICIO contra AMBICIÓN


Domingo 25º durante el año -B / 20-09- 2009.


Jesús atravesaba la Galilea junto con sus discípulos y no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará». Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas. Llegaron a Cafarnaúm y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: «¿De qué hablaban en el camino?» Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande. Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: «El que quiera ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos». Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: «El que acoge a uno de estos pequeños en mi nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no me recibe a mí, sino a aquél que me ha enviado». Marcos. 9,30-37.

Ante la incomprensión de los discípulos, Jesús les repite el anuncio de su pasión y de su resurrección. Mas para ellos Jesús no puede ni debe morir, sino llegar a ser el Mesías, el rey glorioso que les asigne los cargos de ministros en su reino temporal.

Y mientras Jesús anuncia sufrimientos – con la certeza de que han de ser coronados por la resurrección -, surge entre los discípulos una vergonzosa contienda por los primeros puestos en el soñado reino terreno de Jesús.

Hoy, como entonces, sigue siendo arduo cargar la cruz detrás de Cristo para llegar con él a la resurrección y a la gloria eterna, pues el poder, la ambición y el disfrute están muy arraigados en el hombre, y en vano pretende alcanzar la resurrección y la gloria sin pasar por la cruz, haciéndose una religión a su gusto, de apariencias y cumplimiento, sin encuentro real con Cristo resucitado presente.

La cruz – todo sufrimiento, enfermedad, dolor, agonía, muerte ofrecidos en unión con Cristo- sigue siendo el único camino hacia la resurrección y a la gloria, y la única manera de triunfar sobre el dolor y la muerte, como lo fue para él. Sólo esta esperanza hace soportables y llevaderas nuestras cruces –pequeñas o grandes- de cada día y de toda la vida.

También a los discípulos o cristianos de hoy Jesús nos dirige el mismo anuncio que a los de entonces: "Si alguno quiere ser mi discípulo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo". La cruz del servicio a Dios y al prójimo es ya una cruz pascual, porque Cristo resucitado nos la alivia al cargarla con nosotros, por la etapa del Calvario, hacia la meta de la resurrección y de la gloria. “Los sufrimientos de este mundo no tienen comparación con el peso de gloria que nos espera”, dice san Pablo.

Sin embargo, tal vez evadimos una y mil veces el servicio generoso y la renuncia a lo que nos hace "enemigos de la cruz de Cristo", como si la cruz fuera causa de infelicidad, y no causa de resurrección y felicidad eternas, como lo fue para Cristo.

Pero es admirable ver cómo Jesús, ante las ambiciones y ceguera de los discípulos, no se pone a reprenderlos con enojo, sino que se sienta y los instruye de nuevo con infinita paciencia, esperando que entiendan de una vez. ¡Buen ejemplo para pastores, catequistas y padres!

A los discípulos de entonces y de hoy Jesús les propone como modelo a un niño. Los niños no tienen pretensiones de dominio y grandeza. Están abiertos a todos, sin malicia ni ambición posesiva; son sencillos, pacíficos, felices. No se imponen. Viven y sufren al estilo de Cristo: como mansos corderitos. Pero ¡ay de quienes los hacen sufrir! Dios saldrá en defensa de ellos frente a sus verdugos, a quienes devolverá con creces los sufrimientos causados.

Lo que hace grandes y nos merece los primeros puestos en el reino de Jesús, no es dominar y ser ricos, sino servir a los más pequeños, a los que sufren, a los pobres y marginados. Porque todo lo que se hace con ellos, con Cristo mismo se hace. “Estuve necesitado y ustedes me socorrieron: vengan, benditos de mi Padre a poseer el reino”.

Sabiduría 2, 12. 17-20

Dicen los impíos: Tendamos trampas al justo, porque nos molesta y se opone a nuestra manera de obrar; nos echa en cara las transgresiones a la Ley y nos reprocha las faltas contra la enseñanza recibida. Veamos si sus palabras son verdaderas y comprobemos lo que le pasará al final. Porque si el justo es hijo de Dios, Él lo protegerá y lo librará de las manos de sus enemigos. Pongámoslo a prueba con ultrajes y tormentos, para conocer su temple y probar su paciencia. Condenémoslo a una muerte infame, ya que él asegura que Dios lo visitará.

Los impíos, que abundan en todos los tiempos y lugares, viven con la esperanza puesta únicamente en lo material palpable, y se creen incluso con derecho de vida o muerte sobre sus hermanos; muerte en sus múltiples formas: la indiferencia, el desprecio y la marginación, el asesinato, hoy tan extendido, y tantas veces impune.

El impío no aguanta a una persona honrada, porque ésta, con su recta conducta, denuncia la mala conducta del impío, que intentará acallar de mil maneras al bueno, sin pensar en las consecuencias que lo alcanzarán de improviso.

Quienes hacen el mal porque no creen en Dios, o porque no él actúa de inmediato contra ellos mismpos a favor de los inocentes; y quienes piden cuentas a Dios o lo acusan porque permite las fechorías de los impíos contra los buenos, y no pasan de ahí, quedándose de brazos cruzados e indiferentes ante el mal, no creen realmente en Dios ni en la vida eterna, y la perderán a causa de su fatal autoengaño -dicen y no hacen-, que lamentarán eternamente.

El bueno, el inocente que sufre, será liberado de sus verdugos, incluso a través del sufrimiento y de la misma condena a muerte, como sucedió con el Bueno y Justo por excelencia: Cristo, liberado y liberador por la cruz y la resurrección.

Santiago 3, 16 - 4, 3

Hermanos: Donde hay rivalidad y discordia, hay también desorden y toda clase de maldad. En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es, ante todo, pura; y además, pacífica, benévola y conciliadora; está llena de misericordia y dispuesta a hacer el bien; es imparcial y sincera. Un fruto de justicia se siembra pacíficamente para los que trabajan por la paz. ¿De dónde provienen las luchas y las querellas que hay entre ustedes? ¿No es precisamente de las pasiones que combaten en sus mismos miembros? Ustedes ambicionan, y si no consiguen lo que desean, matan; envidian, y al no alcanzar lo que preten¬den, combaten y se hacen la guerra. Ustedes no tienen, porque no piden. O bien, piden y no reciben, porque piden mal, con el único fin de satisfacer sus pasiones.


He aquí una radiografía de tantas familias cristianas, comunidades religiosas, grupos parroquiales donde impera la discordia, la rivalidad, las envidias…; y que delata las causas vergonzosas de esa situación: pasiones, ambición de poder, e incluso la oración mal hecha, porque con ella se intenta encubrir esas situaciones, en lugar de vivir y promover la unión con Dios y con el prójimo.

Están juntos para hacer cosas, en lugar de estar unidos a Cristo para vivir y ayudarse en el camino de la fe, de la evangelización y de la salvación propia y ajena.

Un cristiano sólo se puede sentir cristiano, si está unido a Cristo por la oración, la Eucaristía y por la misma comunión; si ama a quien Cristo ama, si perdona a quien Cristo perdona, si pide y sufre por la salvación de quienes Cristo ha venido a salvar y cuya obra redentora quiere que compartamos con él.

Pero Santiago también indica el remedio a tanto desconcierto escandaloso: la sabiduría de la fe, que es pura, pacificadora, conciliadora, imparcial, sincera, llena de misericordia… “Los que trabajan por la paz, serán llamados hijos de Dios”.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, September 13, 2009

QUIEN DÉ LA VIDA POR MÍ, LA SALVARÁ


QUIEN DÉ LA VIDA POR MÍ, LA SALVARÁ


Domingo 24º tiempo ordinario-B / 13/09/2009


Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos contestaron: «Algunos dicen que eres Juan Bautista, otros que Elías o alguno de los profetas.» Entonces Jesús les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías.» Pero Jesús les dijo con firmeza que no conversaran sobre él. Luego comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los notables, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley, que sería condenado a muerte y resucitaría a los tres días. Jesús hablaba de esto con mucha seguridad. Entonces Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo por lo que había dicho. Pero Jesús, dándose la vuelta de cara a los discípulos, reprochó a Pedro diciéndole: «¡Pasa detrás de mí, satanás! Tus intenciones no son las de Dios, sino de los hombres.» Luego Jesús llamó a sus discípulos y a toda la gente y les dijo: «El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga. Pues el que quiera asegurar su vida la perderá, y el que dé su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. Marcos 8,27-35.

Pedro, en nombre propio y de los discípulos, reconoce en Jesús al Mesías, el Hijo de Dios, el Salvador del mundo. Y Jesús se apoya en esa fe para revelarles su muerte inminente como paso hacia la resurrección y la gloria eterna.

Eso de la resurrección no entraba en las categorías de los discípulos. La muerte en la cruz, sí, sobre todo porque desbarataba su esperanza de un reino temporal presidido Jesús, en el que ellos serían los ministros.

Por eso Pedro se lleva al Maestro a parte y lo reprende diciéndole que no puede someterse a la muerte. Pero Jesús, delante de todos, le llama satanás a Pedro, pues se opone al plan de Dios que consiste en que el Cristo, mediante la muerte, alcance la resurrección y la gloria para sí mismo, para ellos y para la humanidad.

La respuesta, hecha a vida, a la pregunta de Jesús: “Ustedes ¿quién dicen que soy yo?”, nos sitúa a los cristianos en dos grandes categorías: - los bautizados que creen en Cristo y se esfuerzan por vivir con él y como él, - y los bautizados que dicen creer en Cristo, pero en realidad lo excluyen de su vida práctica, del hogar, de la educación, del trabajo, de las penas y alegrías; e incluso lo excluyen de sus prácticas de piedad, al hacerlas por cumplir, no para encontrarse y comprometerse con él. Son cristianos sin Cristo, no cristianos.

Resulta imperativo hacernos sinceramente la pregunta: “Jesús, ¿quién eres tú en realidad para mí en mi vida diaria?” Y responderse con la misma sinceridad, sin escudarse en una religiosidad de apariencias, de cumplimiento, de costumbre.

Jesús nos dice sin rodeos: “Quien no está conmigo, está contra mí. Quien conmigo no recoge, desparrama”. “Quien trate de reservarse la vida, la perderá; y quien pierda la vida por mí, la salvará”. “Quien quiera seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz y se venga conmigo”, camino de la resurrección.

Creyentes y no creyentes reconocen en Jesús a un personaje extraordinario, un líder, un súper-estrella. Y admiran sus enseñanzas. Mas no van más allá: acoger su doctrina y vivirla imitándolo.

El cristiano de aunténtico –persona que cree y ama a Cristo, y vive unida a él-, se siente acompañado por él, que prometió: “Yo estoy con ustedes todos los días”; lo escucha, lo reconoce en Eucaristía, en la Biblia, en el prójimo, en la oración, en la vida, en la creación, en las alegrías, en el dolor…

Jesús es el Compañero resucitado de nuestro caminar hacia la vida eterna. Sólo él hace eternas nuestras alegrías, alivia nuestras cruces y elimina la muerte con la resurrección, mediante la cual nos lleva a compartir su misma felicidad eterna.

La fe viva en Cristo resucitado presente y en la propia resurrección, es el distintivo del verdadero cristiano.

Isaías 50, 5-9

El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor vino en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado. Está cerca el que me hace justicia: ¿quién me va a procesar? ¡Comparezcamos todos juntos! ¿Quién será mi adversario en el juicio? ¡Que se acerque hasta mí! Sí, el Señor viene en mi ayuda: ¿quién me va a condenar?

Es fácil olvidar que la vida temporal es sólo un brevísimo anticipo de la vida eterna y, en consecuencia, volcarse sobre los bienes y placeres terrenales como si fueran eternos, con el riesgo de perder los temporales y los celestiales. Por eso Jesús nos alerta: “¿Qué le importa al hombre ganar todo el mundo, si al final se pierde a sí mismo?”

El Siervo sufriente de Isaías afronta el sufrimiento sabiendo que Dios vendrá en su ayuda, estará con él y no quedará confundido, sino que le devolverá la plena felicidad y la gloria eterna en desbordante compensación a su fidelidad.

El sufrimiento no es enemigo de la felicidad, sino una fuente ineludible de la felicidad temporal y eterna. Renunciar a poner los bienes y goces temporales en lugar o por encima de Dios, supone sufrimiento, pero es la condición necesaria para que los bienes terrenos se hagan eternos, y la cruz termine en resurrección.

El sufrimiento no viene Dios, sino que Dios viene al sufrimiento y a la muerte del hombre, como hizo con el sufrimiento y la muerte de su Hijo, devolviéndole la vida mediante la resurrección.

Sólo esta perspectiva nos da valor para aceptar y ofrecer el sufrimiento y la muerte por nuestra salvación, la de los nuestros y de muchos otros, unidos a Cristo, lo cual constituye el amor más grande, que es “dar la vida por los que se ama”. Dios viene en ayuda de quien sufre amando: “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”.

Gran mérito es ofrecer a Dios, sobre todo en la Eucaristía, en unión con los sufrimientos de Cristo, nuestras cruces, las del prójimo y las del mundo entero, para que contribuyan a la salvación universal. Eso es también ser misioneros.

Santiago 2, 14-18

¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? ¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o una hermana desnudos o sin el alimento necesario, les dice: «Vayan en paz, caliéntense y coman», y no les da lo que necesitan para su cuerpo? Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta. Sin embargo, alguien puede objetar: «Uno tiene la fe y otro, las obras». A éste habría que responderle: «Muéstrame, si puedes, tu fe sin las obras. Yo, en cambio, por medio de las obras, te demostraré mi fe».

Cuando hablamos de fe, hay que saber en qué consiste la fe auténtica, la fe que salva, que no se limita a creer verdades, a creer lo que no vemos, sino que supone el amor a Dios en quien creemos y el amor al prójimo a quien Dios ama.

Ni las buenas obras solas ni la fe sola pueden salvarnos. Las obras sin fe-amor están muertas, sin fuerza para producir vida eterna; y la fe sin obras-amor no da señales de vida, no existe.

No basta decir que se cree, que se reza, que no se hace daño a nadie, sino que son necesarias obras de amor que confirmen como verdaderas la fe y la oración.

Jesús nos lo advierte: “No todo el que me dice: ‘¡Señor, Señor!’, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad del Padre que está en los cielos”.

Y la voluntad de Dios es que lo amemos a él “sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos”; amores que sólo pueden existir si se expresan en la voluntad efectiva de hacer el bien en concreto, aun cuando cueste y duela.



P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, September 06, 2009

TODO LO HA HECHO BIEN


TODO LO HA HECHO BIEN



Domingo 23º tiempo ordinario –B / 6 –9-2009.



Saliendo de las tierras de Tiro, Jesús pasó por Sidón y, dando la vuelta al lago de Galilea, llegó al territorio de la Decápolis. Allí le presentaron un sordo que hablaba con dificultad, y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo apartó de la gente, le metió los dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. En seguida levantó los ojos al cielo, suspiró y dijo: - “Effetá” (que quiere decir: ábrete). Al instante se le abrieron los oídos, le desapareció el defecto de la lengua y comenzó a hablar correctamente. Jesús les mandó que no se lo dijeran a nadie, pero cuanto más insistía, tanto más ellos lo publicaban. Estaban fuera de sí y decían muy asombrados: - “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Marcos. 7,31-37.

Jesús hacía curaciones milagrosas para demostrar la cercanía de Dios a las personas y su interés por remediar el sufrimiento humano. Pero sobre todo para darles y darnos a entender cuál es el proyecto definitivo de Dios para nosotros: la vida eterna, donde no haya llanto ni dolor, ni odio ni muerte; donde el hombre pueda conseguir la realización total, la plena comunicación en el amor, el sumo placerl, a paz y la felicidad sin fin, integrándose en la Familia eterna del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Hoy sigue habiendo curaciones que se deben a la intervención directa de Dios en atención a la fe y a la oración, y otras mediante poderes parapsicológicos o de energía vital de muchas personas. Y también existen curaciones admirables realizadas por la ciencia médica, que está en continuo progreso. Todo esto es obra del amor de Dios hacia el hombre, con frecuencia a través del hombre. Pero hay que guardarse de curanderos, hechiceros y brujos, que utilizan sus poderes y la ciencia para explotar al enfermo o hacerle daño.

Jesús y sus discípulos curan sin otro interés que el de indicarnos que Dios nos quiere sanos y salvos; que puede y desea darnos otra vida inmensamente feliz, incluso a través de la enfermedad y de la muerte, que estarán excluidas para siempre en la vida eterna.

A San Pablo le fue dado ver por un momento la felicidad del paraíso y dijo como fuera de sí: “Ni ojo vio ni oído oyó ni mente humana puede imaginar lo que Dios tiene preparado para quienes lo aman”. “Los padecimientos de la vida presente no tienen comparación con el inmenso peso de gloria que nos espera”.

La enfermedad sumerge al sordomudo del evangelio en el gran sufrimiento de la incomunicación con sus semejantes. Esta enfermedad simboliza la desdichada enfermedad de hoy: la incomunicación en la era de las comunicaciones, donde los medios de comunicación ocasionan a menudo incomunicación en el hogar, en la sociedad, con la naturaleza, con Dios, con el misterio de la propia persona. Y simboliza sobre todo la ceguera espiritual, la falta de fe, que es incomunicación de los hombres con su Padre Dios, la más triste de todas las incomunicaciones.

Por otra parte, tienen que dolernos los sordos que no escuchan nunca una palabra de amistad y aprecio, ni de consejo o corrección; e igualmente quienes no saben salir de sí mismos para abrirse, recibir y dar algo a los demás.

Jesús sigue hoy entre nosotros para curarnos con su presencia viva en la comunicación de la oración, en su Palabra, en la Eucaristía, en el prójimo necesitado. Y nos llama a curar, con su ayuda, las sorderas y aliviar las dolencias que se dan a nuestro alrededor, en nuestro mismo hogar.

Las palabras y gestos que curan a fondo son las que surgen del silencio en la adoración, comunicación y escucha amorosa de Dios, de los demás, de nuestro interior y de la creación, en la que se transparenta el Dios-Amor-Comunicación.


Isaías 35,4-7.

Díganles a los que están asustados: "Calma, no tengan miedo, porque ya viene su Dios a vengarse, a darles a ellos su merecido; Él mismo viene a salvarlos a ustedes”. Entonces los ojos de los ciegos se despegarán, y los oídos de los sordos se abrirán, los cojos saltarán como cabritos y la lengua de los mudos gritará de alegría. Porque en el desierto brotarán chorros de agua, que correrán como ríos por la superficie. La tierra ardiente se convertirá en una laguna, y el suelo sediento se llenará de vertientes. Las cuevas donde dormían los lobos, se taparán con cañas y juncos...

Ante los acontecimientos capaces de tambalear a los más fuertes: la inseguridad, la corrupción generalizada, las injusticias, los accidentes, la pobreza, la delincuencia, la enfermedad…, podemos perder la fe y la esperanza en Dios que se hace presente en este mundo, entre nosotros, en cada uno de nosotros para mejorarlo y para guiarnos al paraíso eterno.

Lo peor que nos puede suceder es asustarnos y desalentarnos, quedarnos mudos ante Dios y sordos ante el grito de los que sufren, o ante nuestro sufrimiento.

El mundo empieza a mejorar cuando cada uno de nosotros mejora con la ayuda de Dios, que no se hace el sordo ante quien le suplica: “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”. Y quien lo invoca a favor del afligido, también será escuchado. Dios quiere repartir su felicidad y alegría, pero “bajo pedido”.

Y Jesús sigue con su promesa infalible: “No teman: yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. “Al que venga a mí, no lo rechazaré”.

Así, cuando sucede lo peor, estará surgiendo algo mejor. Dios multiplicará nuestra pequeña aportación sincera, si pasamos por la vida haciendo el bien.


Santiago 2,1-5.

Hermanos, si realmente creen en Jesús, nuestro Señor, el Cristo glorioso, no hagan diferencias entre personas. Supongamos que entra en su asamblea un hombre muy bien vestido y con un anillo de oro y entra también un pobre con ropas sucias, y ustedes se deshacen en atenciones con el hombre bien vestido y le dicen: "Tome este asiento entre los primeros", mientras que al pobre le dicen: "Quédate de pie", o bien: "Siéntate en el suelo a mis pies". Díganme, ¿no sería hacer diferencias y hacerlas con criterios pésimos? Miren, hermanos, ¿acaso no ha escogido Dios a los pobres de este mundo para hacerlos ricos en la fe? ¿No les dará el reino que prometió a quienes lo aman?

Las calamidades que sufre el pueblo y la humanidad son causadas en gran parte por quienes pretenden conciliar la riqueza injusta y los privilegios con la religión y el culto a Dios, ya se trate de clero, laicos, políticos, gobernantes...

La religión y el culto que no producen una vida social y eclesial justa, está fallando por la base. Valorar a los hombres por lo que tienen y no por lo que son, es como negarles su condición de hijos de Dios y la paternidad del mismo Dios.

El contenido de Eucaristía es la misericordia y la bondad, que dan valor a todo acto de culto. No se puede acoger a Cristo en la Eucaristía y luego ignorarlo en prójimo. No se puede agradar a Dios despreciando a los que él ama. Si Dios tiene predilección por los pobres, el creyente deberá tener la misma predilección.

Si los pobres son herederos del reino de Dios, ellos son los verdaderos ricos en la fe y herederos del reino eterno. Sin embargo, la sola pobreza material no es medio de salvación, sino que también el pobre debe pasar por la vida haciendo el bien para salvarse; y los ricos que remedian la pobreza, hacen de su riqueza un medio de salvación. “Todo contribuye al bien de los que aman a Dios”.



P. Jesús Álvarez, ssp.