Sunday, December 27, 2009

FAMILIA: SANTUARIO DE CIELO EN LA TIERRA


FAMILIA: SANTUARIO DE CIELO EN LA TIERRA



LA SAGRADA FAMILIA: JESÚS, MARÍA Y JOSÉ - C / 27-12-2009.



Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Cuando Jesús cumplió los doce años, subió también con ellos a la fiesta, pues así había de ser. Al terminar los días de la fiesta regresaron, pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que sus padres lo supieran. Seguros de que estaba con la caravana de vuelta, caminaron todo un día. Después se pusieron a buscarlo entre sus parientes y conocidos. Como no lo encontraran, volvieron a Jerusalén en su búsqueda. Al tercer día lo hallaron en el Templo, sentado en medio de los maestros de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su inteligencia y de sus respuestas. Sus padres se emocionaron mucho al verlo; su madre le decía: "Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo hemos estado muy angustiados mientras te buscábamos." El les contestó: "¿Y por qué me buscaban? ¿No saben que yo debo estar donde mi Padre quiere?" Pero ellos no compren-dieron esta respuesta. Jesús entonces regresó con ellos, llegando a Nazaret. Posteriormente siguió obedeciéndoles. Su madre, por su parte, guardaba todas estas cosas en su corazón. Mientras tanto, Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia, ante Dios y ante los hombres. Lucas 2,41-52

La fiesta de la Sagrada Familia es la fiesta de todas las familias, pues toda familia es sagrada, por ser templo donde Dios Amor comunica la vida a través del amor de los padres. Amor que no se reduce al placer y los bienes materiales, que son también dones de Dios para gozar y compartir con orden y gratitud.

La familia está al servicio de la persona y de su misión en la vida, y no al revés. Los hijos son un don de Dios y le pertenecen. Sólo Dios es el origen de la vida y dueño de los hijos. Los padres son sólo cauces de la vida de sus hijos. Por eso Jesús, a los doce años, sin contar con sus padres, se quedó en el templo para cumplir la voluntad de su Padre. Y también la Virgen María, a los trece, había dado ya su SÍ al ángel, y sin consultar a sus padres ni a los sacerdotes.

Jesús, el Hijo de Dios, quiso nacer en una familia, pues la familia unida en el amor es el ambiente insustituible para el crecimiento sano y feliz de los hijos y de los padres. Para la persona humana no existe bien más gratificante que un hogar donde los padres se aman, aman a sus hijos y éstos corresponden.

La gran mayoría de las enfermedades psíquicas, morales, espirituales y físicas tienen a menudo su origen en la disolución de la familia o en la falta de amor en el hogar. El verdadero amor y la unión familiar son la mejor medicina preventiva contra las enfermedades físicas, morales, psíquicas y espirituales.

En la Sagrada Familia no fue todo milagro; hubo incluso miedo, persecución, destierro, pérdida de Jesús en la peregrinación a Jerusalén, falta de trabajo y de pan. Hubo agonía y muerte. Pero el amor verdadero los conservó unidos a Dios Padre y entre sí, con lazos cada vez más fuertes. Ese fue el gran secreto de su felicidad en el tiempo y en la eternidad.

No hay amor verdadero sin sufrimiento; y el sufrimiento sin amor, es infierno en la tierra, así como el amor hace de la tierra cielo, aun en medio del sufrimiento. La familia es templo de Dios con destino de cielo ya en la tierra, a la espera de reintegrarse en la Familia Trinitaria, que es su origen y destino.

Donde hay amor, allí está Dios Amor, que sostiene a sus hijos en el sufrimiento y se lo convierte en fuente de felicidad, de vida y de salvación. Y de la misma muerte hace surgir la vida por la resurrección. Pues “cuando el afligido invoca al Señor, él lo escucha”.


1 Samuel 1, 20-22. 24-28.

Ana concibió, y dio a luz un hijo, al que puso el nombre de Samuel, diciendo: «Se lo he pedido al Señor». El marido, Elcaná, subió con toda su familia para ofrecer al Señor el sacrificio anual y cumplir su voto. Pero Ana no subió, porque dijo a su marido: «No iré hasta que el niño deje de mamar. Entonces lo llevaré y él se presentará delante el Señor y se quedará allí para siempre». Cuando el niño dejó de mamar, lo subió con ella y lo condujo a la Casa del Señor en Silo. El niño era aún muy pequeño. Y después de inmolar el novillo, se lo llevaron a Elí. Ella dijo: «Perdón, señor mío, ¡por tu vida, señor!, yo soy aquella mujer que estuvo aquí junto a ti, para orar al Señor. Era este niño lo que yo suplicaba al Señor, y Él me concedió lo que le pedía. Ahora yo, a mi vez, se lo cedo a Él: para toda su vida queda cedido al Señor». Después se postraron delante del Señor.

Antes de la venida de Cristo, en el pueblo hebreo la esterilidad matrimonial era considerada como una gran desgracia, pues los estériles se consideraban excluidos por Dios de la genealogía del Salvador. Era el caso de Ana y Elcaná.

Pero Ana no se rindió ante tan gran desgracia, sino que se propuso pedir a Dios, con insistencia y fe, ser liberada de esa deshonra. Y Dios le concedió el niño que pedía, y estaba feliz. Mas no quiso quedarse para sí tan gran don de Dios, sino que se lo devolvió y consagró para estuviera toda la vida sirviendo al Señor en el templo. Heroico, generoso y agradecido desprendimiento.

Ejemplo siempre actual para los padres y familias cristianas que deberían pedir a Dios que al menos un hijo o una hija se consagren totalmente a Dios en el sacerdocio o la vida religiosa, como el don más grande que Dios puede conceder a una familia. Pero muchos pareciera que prefieren verlos drogadictos y fracasados en el matrimonio que consagrados a Dios en la vida religiosa y en el sacerdocio.


1 Juan 3, 1-2. 21-24.

Queridos hermanos: ¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a él. Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es. Queridos míos, si nuestro corazón no nos hace ningún reproche, podemos acercarnos a Dios con plena confianza, y Él nos concederá todo cuanto le pidamos, porque cumplimos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Su mandamiento es éste: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos los unos a los otros como Él nos ordenó. El que cumple sus mandamientos permanece en Dios, y Dios permanece en él; y sabemos que Él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado.

¡Admirable página del “discípulo amado”! Todo un programa de vida cristiana auténtica. No sólo nos llamamos hijos de Dios, ni somos adoptivos, sino que somos verdaderos hijos suyos muy amados y por doble partida: nos ha dado la vida natural por medio de nuestros padres, y nos ha regenerado a la vida sobrenatural y eterna por la vida, pasión, muerte y resurrección de su Hijo divino, destinándonos a ser semejantes a él y a verlo tal cual es en el paraíso.

Y como somos hijos, somos también coherederos de la vida eterna con el Hijo. ¿Cómo podemos creer que Dios no nos ama y no corresponder a tanto amor y deseo de estar con nosotros? Correspondemos a su amor cuando cumplimos sus mandamientos: creer en Cristo, amarnos mutuamente, orar confiadamente, y hacerle espacio a Jesús en el corazón y en la vida.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Friday, December 25, 2009

A QUIENES LO ACOGIERON, LES CONCEDIÓ SER HJOS DE DIOS


A QUIENES LO ACOGIERON,


LES CONCEDIÓ SER HJOS DE DIOS.

Navidad 2009.

Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. (Juan 1,1-18)

La Navidad es el cumpleaños de Jesús, nuestro Salvador resucitado. Es la fiesta entrañable del misterio de la salvación puesto a nuestro alcance gracias a la fidelidad inquebrantable de Dios, que en Cristo resucitado comparte día a día nuestra vida para eternizarla en la felicidad eterna.

El nacimiento del Hijo de Dios en carne mortal cobra su pleno sentido en la perspectiva de la Resurrección, la cual fue el “nacimiento” definitivo de Cristo para la gloria eterna. Nacimiento que anhela compartir con nosotros.

La Navidad es la fiesta para celebrar y agradecer el inmenso beneficio que Dios nos hace al darnos a su Hijo: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo” para hacernos hijos suyos y herederos con él de la vida eterna.

Es la fiesta en la que tomamos mayor conciencia de que Dios comparte nuestra historia. Él “puso su tienda entre nosotros” y se compromete a vivir con nosotros todos los días, como la Luz verdadera que “ilumina a todo hombre”.

Sin embargo el hombre, engañado por las fuerzas del mal y en complicidad con ellas, siembra las tinieblas de la injusticia, del hambre, del odio, de la guerra, de la pobreza, del orgullo, del abuso de poder, del pecado, de la impiedad. A pesar de todo eso, el Salvador se compromete a “iluminar a todo hombre que viene a este mundo”, y llevarlo a compartir la dicha de la Familia Trinitaria.

La acogida de Cristo en el corazón, en la vida, en la familia..., hace que la Navidad sea verdadera, y nos merezca la Navidad sin fin a través de la resurrección, nacimiento a la vida eterna. He ahí el pleno sentido y el fruto de la Navidad.
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La Navidad hoy se revive sobre todo en el acto sencillo y a la vez sublime de la Eucaristía y de la comunión, donde se realiza de forma especial lo dicho por Juan evangelista: “A quienes lo acogieron, les dio la capacidad de ser hijos de Dios”.
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Pero la Navidad se paganiza para quienes se cierran a la presencia real del Redentor resucitado, Dios-con-nosotros: “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. No hay Navidad verdadera sin acogida real a Cristo vivo y presente. La alegría bullanguera de lo externola vacía de sentido.

La Navidad es real, auténtica, cuando con fe y amor se acoge a Cristo Resucitado en el corazón, en la vida, en la familia, pues sólo así se celebra de verdad el acontecimiento de su primera Navidad en la humildad; y sólo así nos preparamos a la Navidad eterna que Jesús quiere darnos por la resurrección.

“Dichosos ustedes porque han oído y creído, pues todo el que cree, como María, concibe y da a luz al Verbo de Dios”, nos dice San Ambrosio.

Isaias 52, 7-10.

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: «Tu Dios es Rey»! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Rompan a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén: el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.

Isaías se refiere al final del destierro y al regreso a Jerusalén, su ciudad reducida a ruinas. Destierro y destrucción son consecuencia de haber suplan-tado a Dios por ídolos: armas, aliados, soberbia, poder, dinero, placer...

¿Quién no ha probado la ausencia de Dios por haberlo rechazado? Se lo excluye de la familia, de la enseñanza, de la política, del trabajo, de las relaciones, del sufrimiento, del placer y de la alegría..., y a menudo le cerramos la puerta incluso en la oración y el culto por falta de amor a él y al prójimo. Dios mismo se lamenta: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. Y luego llegamos hasta el descaro de echarle la culpa del mal cuya responsabilidad es de los humanos, tal vez nuestra.

Pero Dios mismo toma la iniciativa de saltar la distancia que hemos puesto entre nosotros y él. Si la tristeza es el resultado del pecado, la alegría es la consecuencia del perdón y cercanía de Dios, y del perdón y la unión entre nosotros.

El nacimiento de Jesús es el acercamiento libre de Dios hacia nosotros, y él sólo espera ser acogido como Amor misericordioso para llenarnos de luz, alegría, paz, de sentido de la vida, y para llevarnos a la eterna Navidad.

Hebreos 1,1-6.

En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los Profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. El es reflejo de su gloria, impronta de su ser. El sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado»? O: ¿«Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo»? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios».

El autor alude a la Palabra de Dios en el Antiguo Testamento, pronunciada por los profetas, pero ahora hecha carne en Cristo, Palabra viva y personificada del Padre.
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El Hijo ha sido nombrado heredero de toda la inmensa creación visible e invisible, que él gobierna y sostiene con su brazo poderoso, a la vez que con su Palabra omnipotente guía a la humanidad hacia las moradas eternas.

El Salvador ejerce su omnipotencia sobre todo arrancando al hombre del poder del mal, mediante el perdón y la purificación de los pecados. Él ahora está encumbrado sobre todos los ángeles, a la derecha del Padre, donde intercede por nosotros y nos está preparando un puesto en su banquete eterno.

Es para saltar de gratitud y alegría ante la infinita misericordia que Dios nos muestra en su Hijo encarnado, crucificado y resucitado, el Dios-con-nosotros de cada día, que anhela llevarnos con él a la fiesta eterna, que se inaugura ya aquí abajo: “A quien me ama, lo amará mi Padre, y vendremos a él y haremos morada en él”. Donde está Dios está el paraíso, a pesar de los sufrimientos.

Somos cuna y templo del Salvador, y en nosotros lo adoran los ángeles como en Belén. Dichosa realidad para vivir con amorosa y eterna gratitud.

“Les he dicho estas cosas para que su alegría sea completa”.


¡¡FELIZ NAVIDAD!!!


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, December 20, 2009

¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!




¡Bendita tú entre las mujeres,

y bendito el fruto de tu vientre!

Domingo 4° de adviento-C / 20-12-2009

Lucas 1, 39-45

En aquellos días, María se puso en camino y file aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de Maria, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y exclamó con voz fuerte: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído; porque lo que te ha dicho el Señor se cumplírá».

Miqueas 5, 1-4a

Así dice el Señor: «Y tú, Belén de Efrata, aunque eres la más pequeña de todos los pueblos de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel. Su origen se remonta a los tiempos antíguos, a los días pasados. Por eso, el Señor los abandonará hasta el momento en que la madre dé a luz, y el resto de sus hermanos vuelva con los hijos le Israel. En pie, pastoreará con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor, su Dios. Habitarán tranquilos, porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra, y Él mismo será nuestra paz».

Hebreos 10, 5-10

Hermanos: Cuando Cristo entró en el mundo dijo: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: "Aquí estoy yo para hacer tu voluntad". Primero dice: "No quieres ni aceptas sacrificios, ni ofrendas, ni holocaustos, ni víctimas expiatorias", que se ofrecen según la Ley. Después añade: "Aquí estoy yo para hacer tu voluntad". Con esto, Cristo suprime los antiguos sacrificios, para establecer el nuevo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.


Frente al vaciamiento que suele hacerse de la Navidad, hasta su profanación, rescatamos unos párrafos de la Constitución Lumen Gentium, del Vaticano II, que nos revelan el misterio salvífico de la Navidad, y presentan a la Virgen María como modelo de toda evangelización, que consiste en acoger a Cristo para darlo como Salvador a los hombres.

Queriendo Dios, infinitamente sabio y misericordioso, llevar a cabo la redención del mundo, al llegar la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo, nacido de mujer… para que recibiéramos la adopción de hijos (Gálatas 4, 4-5). “El cual, por nosotros los hombres y por nuestra salvación, descendió de los cielos y por obra del Espíritu Santo se encarnó de la Virgen María”.

Este misterio divino de la salvación nos es revelado y se continúa en la Iglesia, que fue fundada por el Señor como cuerpo suyo, y en la que los fieles, unidos a Cristo Cabeza y en comunión con todos sus santos, deben venerar también la memoria “en primer lugar de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo”. (Lumen Gentium n. 52).

Efectivamente, la Virgen María, que al anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su alma y en su cuerpo, y dio la Vida al mundo, es reconocida y venerada como verdadera Madre de Dios Hijo Redentor, redimida de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo, y unida a Él con un vínculo estrecho e indisoluble, está enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo, y por eso hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo.

Con el don de una gracia tan extraordinaria, (María) aventaja con creces a todas las otras criaturas, celestiales y terrenas. Pero a la vez está unida, en la estirpe de Adán, con todos los hombres que necesitan de la salvación; y no sólo eso, “sino que es verdadera madre de los miembros (de Cristo)…, por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella Cabeza” (San Agustín).

Por ese motivo, (la Virgen María) es también proclamada como miembro excelentísimo y enteramente singular de la Iglesia, y como tipo y ejemplar acabadísimo de la misma en la fe y en la caridad, y a quien la Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, venera como a madre amantísima, con afecto de piedad filial. (Lumen Gentium n. 53).

El Padre de la misericordia quiso que precediera a la encarnación la aceptación de la Madre predestinada, para que de esta manera, así como la mujer contribuyó a la muerte, también la mujer contribuyese a la vida… Lo cual se cumple, en modo eminentísimo en la Madre de Jesús por haber dado al mundo la Vida misma que renueva todas las cosas, y por haber sido adornada por Dios con los dones dignos de una misión tan grande.

Así María, hija de Adán, al aceptar el mensaje divino, se convirtió en Madre de Jesús, y al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento del pecado alguno, la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como servidora del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con él y bajo él, con la gracia de Dios omnipotente. (Lumen Gentium n. 56).

Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación, se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte. En primer lugar, cuando María, poniéndose con presteza en camino para asistir a Isabel, fue proclamada por ésta bienaventurada a causa de su fe en la salvación prometida, a la vez que el Precursor saltó de gozo en el seno de su madre (Lucas 1, 41-45); y en el nacimiento, cuando la Madre de Dios, llena de gozo, presentó a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que, lejos de menoscabar, consagró su integridad virginal. (Lumen Gentium n. 57).

Sunday, December 13, 2009

CONVIÉRTETE A LA FELICIDAD


CONVIÉRTETE A LA FELICIDAD

Domingo 3° de adviento-C/13-12-2009


La gente le preguntaba a Juan Bautista: "¿Qué debemos hacer?" Él les contestaba: "El que tenga dos capas, que dé una al que no tiene, y el que tenga de comer, haga lo mismo." Vinieron también cobradores de impuestos para que Juan los bautizara. Le dijeron: "Maestro, ¿qué tenemos que hacer?" Respondió Juan: "No cobren más de lo establecido." A su vez, unos soldados le preguntaron: "Y nosotros, ¿qué debemos hacer?" Juan les contestó: "No abusen de la gente, no hagan denuncias falsas y conténtense con su sueldo." El pueblo estaba en la duda, y todos se preguntaban interiormente si Juan no sería el Mesías, por lo que Juan hizo a todos esta declaración: "Yo los bautizo con agua, pero está para llegar uno con más poder que yo, y yo no soy digno de desatar las correas de su sandalia. El los bautizará con el Espíritu Santo y el fuego”. Lucas 3,10-18.

La misma pregunta de los diversos personajes: “¿Qué debemos hacer?”, apunta al mismo objetivo: “…para alcanzar la felicidad en el tiempo y en la eternidad?”

¿Cómo convertirse a la verdadera felicidad? La infelicidad tiene siempre su raíz en el pecado propio o ajeno: cosas mal hechas, mal pensadas, mal sentidas, mal dichas…; con la omisión del bien que podíamos haber hecho, dicho, pensado, sentido; con las relaciones humanas frías, egoístas, abusivas, perjudiciales o pervertidas. Pero la infelicidad se debe sobre todo a nuestras relaciones deficientes, nulas o negativas con la Fuente misma de toda felicidad: Dios.

¿Qué hacer entonces? Para ser felices en lo posible en esta vida y plenamente en la eterna, ante todo hay que abandonar las falsas o aparentes felicidades que nos hunden en la infelicidad, y volverse a la Fuente de toda felicidad: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón anda inquieto mientras no descansa en ti” (San Agustín).

Juan anuncia la Buena Noticia, que identifica con la persona del Salvador. Y ese mismo Jesús se pone a sí mismo cada día a nuestra disposición como fuente de la felicidad que ansiamos: “Estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Sobre él tenemos que modelar nuestra vida humana y cristiana de cada día para que sea de verdad feliz con la felicidad pascual de Jesús resucitado y presente, que nos está preparando un puesto de felicidad eterna.

A espaldas de él se pueden lograr satisfacciones, pero no la felicidad que ansiamos desde lo más profundo de nuestro ser, y que buscamos neciamente una y mil veces allí donde no se encuentra.

Se vuelve con obstinación a las charcas resecas y contaminadas de muerte, como si nos faltara el sentido común y la razón, pero sobre todo por falta de fe. Jesús nos dice: “Les he comunicado estas cosas para que mi felicidad esté en ustedes”. Él desea transformar nuestros sufrimientos en felicidad. ¿Le creemos?

Jesús, por ser el Hijo de Dios, nos posibilita la liberación del pecado y de sus consecuencias, y nos da la alegría de vivir en el tiempo, y la esperanza de la felicidad eterna.

Jesús no vino para condenarnos, sino que murió y resucitó a fin de que nosotros resucitemos con él para la felicidad total que nos está preparando. No podemos arriesgarla por caramelos que se disuelven o pompitas de jabón que esfuman en el aire.

Sofonías 3, 14-18

¡Grita de gozo, oh hija de Sión, y que se oigan tus aclamaciones, oh gente de Israel! ¡Regocíjate y que tu corazón esté de fiesta, hija de Jerusalén! Pues Yavé ha cambiado tu suerte, ha alejado de ti a tus enemigos. No tendrás que temer desgracia alguna, pues en medio de ti está Yavé, rey de Israel. Ese día le dirán a Jerusalén: "¡No tengas ningún miedo, ni tiemblen tus manos! ¡Yavé, tu Dios, está en medio de ti, el héroe que te salva! Él saltará de gozo al verte a ti, y te renovará su amor. Por ti danzará y lanzará gritos de alegría como lo haces tú en el día de la Fiesta”. Apartaré de ti ese mal con el que te amenacé, y ya no serás humillada.

A este domingo se le llama “laetare”, alégrense: domingo de la alegría. La verdadera alegría -la que nadie nos puede quitar- se encuentra en Dios, que “está cerca”, “en medio de nosotros”, “en nosotros”, en la profundidad íntima de nuestro ser. Sólo es cuestión de abrirnos a él, acogerlo y tratarlo con amor.

De ahí la alegría de sabernos hijos de Dios muy queridos por él, arrullados entre sus brazos divinos y cubiertos de sus caricias. Dios salta de gozo al mirarnos y ver en nosotros su imagen divina, y nos mantiene su amor y fidelidad por encima de todo. Sólo espera correspondencia: “Sea el Señor tu delicia y él te dará lo que pide tu corazón”.

Por eso hay que desterrar el miedo y sustituirlo por la oración confiada, seguros de la presencia tierna y omnipotente de nuestro Padre “materno”, viviendo una esperanza indestructible apoyada en la promesa infalible de su esa presencia amorosa, que solicita de continuo nuestro amor y fidelidad hacia él y hacia el prójimo, con el cual él se identifica por ser su imagen.

Pero esta verdadera alegría no nos libra del sufrimiento y del dolor; no hace de nuestra vida una serie ininterrumpida de comodidades y gratificaciones. Sino que la alegría de Dios es nuestra fortaleza y paz en el combate contra las penas, las tensiones, el pecado y los temores que nos pueden asaltar en cualquier momento, y que él quiere transformar en victoria, felicidad y gloria eterna.

Filipenses 4, 4-7

Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres y den a todos muestras de un espíritu muy abierto. El Señor está cerca. No se inquieten por nada; antes bien, en toda ocasión presenten sus peticiones a Dios y junten la acción de gracias a la súplica. Y la paz de Dios, que es mayor de lo que se puede imaginar, les guardará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.

San Pablo escribe desde la cárcel, y tiene motivos más que suficientes para estar triste y afligido. Sin embargo, rebosa de alegría por la presencia del Resucitado en su vida, en sus acciones y sufrimientos, y por la victoria triunfal que espera de su mano poderosa y amorosa al final de la carrera terrena. Desde esa situación contagia a los filipenses su alegría por la presencia salvadora de Cristo vivo.

La presencia del Resucitado testimoniada con la vida, la adoración, la súplica y la acción de gracias, hacen que la paz y la alegría de Dios reine en los corazones y en los hogares. Se destierra el terror ante el mal y el miedo infundado a Dios, a la vez que son el más eficaz antídoto para curar las heridas del pecado y evitarlo.

La alegría cristiana, alegría pascual que brota de la presencia viva del Resucitado, es una condición esencial de la evangelización: nos hace testigos de Cristo presente. La alegría pascual hace convincente y eficaz la evangelización.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Tuesday, December 08, 2009

ALÉGRATE, ALÉGRANOS, LLENA DE GRACIA


ALÉGRATE, ALÉGRANOS, LLENA DE GRACIA

LA INMACULADA, esperanza y garantía de redención



8-12-2009



Llegó el ángel Gabriel hasta María y le dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. María quedó muy conmovida al oír estas palabras, y se preguntaba qué significaría tal saludo. Pero el ángel le dijo: No temas, María, porque has encontrado el favor de Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús. Será grande y justamente será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su antepasado David; gobernará por siempre al pueblo de Jacob y su reinado no terminará jamás. María entonces dijo al ángel: ¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre? Contestó el ángel: El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios. (Lucas 1,26-38)

La solemnidad de la Inmaculada al principio del adviento no es pura coincidencia, sino que forma parte del misterio del adviento: por María Inmaculada viene al mundo el Salvador. La Inmaculada es el símbolo y la primicia de la humanidad redimida y el fruto más espléndido de la obra redentora de Cristo.

La concepción inmaculada de María es una verdad firme de nuestra fe católica, que la Iglesia acoge y propone apoyándose en la experiencia de fe vivida durante siglos por el Pueblo de Dios. Es una grandiosa iniciativa del amor salvador de Dios que supera la inteligencia y la capacidad expresiva del lenguaje humano.
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Este admirable don de Dios abre al hombre la esperanza de poder realizar sus aspiraciones más hondas e imperecederas de felicidad, propias del “reinado de Cristo que no terminará jamás”.

¿Quién puede no desear compartir eternamente con nuestra Madre María la transparencia, la alegría, la belleza, la plenitud, la gracia de ser Inmaculada? Ella es la garantía de que un día seremos como ella, si acogemos con fe y amor al fruto de su vientre, Cristo Jesús, único Salvador.

La verdadera devoción a la Virgen consiste en imitarla en esta vocación y misión: acoger en nuestro corazón y en nuestras vidas a Cristo, vivir la experiencia de su presencia en nosotros, para darlo a los otros con el ejemplo, la oración, las obras, el sufrimiento ofrecido, la palabra, la alegría, el amor, la fe y la esperanza.
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En la Comunión eucarística recibimos al mismo Jesús que María acogió en la Anunciación. Y si lo acogemos con fe, amor y pureza de corazón, lo daremos sin duda a los otros, aunque no nos demos cuenta.

Entonces produciremos frutos de salvación para los otros y para nosotros, porque “quien está unido a mí, produce mucho fruto”, como asegura el mismo Jesús. María fue la criatura más unida a Cristo, y por eso la que produjo el máximo fruto de salvación para la humanidad: Jesús, que es “el fruto bendito de su vientre”.

María Inmaculada es el signo de la meta a la que Dios nos llama: la victoria eterna sobre el pecado, sobre el mal y la muerte, la cual por Cristo se hace puerta de la resurrección y de la gloria eterna que Dios tiene preparada para quienes lo aman.

El mal, el pecado existen en nuestro corazón y a nuestro alrededor, en la familia, en la Iglesia y en la sociedad: la injusticia, la prepotencia, la violencia, las violaciones, la corrupción, el holocausto de inocentes no nacidos y nacidos, la indiferencia, el placer egoísta a costa del sufrimiento ajeno, el divorcio, el odio, la guerra, el dominio despótico sobre los más débiles...

Pero el mal y el pecado, con todas sus consecuencias, se vencen sólo “a golpes” de bien, en unión con Cristo y con María Inmaculada, que tienen en su mano la victoria segura sobre todo mal y sobre la misma muerte.

La presencia de Jesús victorioso, formado también en nosotros por el Espíritu Santo, y la presencia maternal de María en nuestras vidas, las tenemos garantizadas por la misma palabra infalible de Jesús: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Donde está Jesús, allí está María, Madre suya y madre nuestra.

Génesis 3, 9-15. 20

Después que el hombre y la mujer comieron del árbol que Dios les había prohibido, el Señor Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?» «Oí tus pasos por el jardín», respondió él, «y tuve miedo porque estaba desnudo. Por eso me escondí». Él replicó: «¿Y quién te dijo que estabas desnudo? ¿Acaso has comido del árbol que yo te prohibí?». El hombre respondió: «La mujer que pusiste a mi lado me dio el fruto y yo comí de él». El Señor Dios dijo a la mujer: «¿Cómo hiciste semejante cosa?». La mujer respondió: «La serpiente me sedujo y comí». Y el Señor Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho esto, maldita seas entre todos los animales domésticos y entre todos los animales del campo. Te arrastrarás sobre tu vientre, y comerás polvo todos los días de tu vida. Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya. Él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón». El hombre dio a su mujer el nombre de Eva, por ser ella la madre de todos los vivientes.

El pecado original no consistió en comer una manzana (la cual es sólo un símbolo), sino pretender ser como Dios prescindiendo de Dios y haciendo caso al enemigo de Dios. Y ése sigue siendo el pecado del hombre en todos los tiempos, seducido por las serpientes del orgullo, del poder, del dinero y del placer, que perturban las relaciones entre Dios, el hombre y la mujer.

Al sentirse culpable, el hombre culpa a la mujer, y la mujer culpa a la serpiente. Y la escena se repite a diario a través de la historia: echar la culpa al otro para evadir la propia responsabilidad. Pero sólo reconociendo la propia culpa y detestándola ante Dios, podremos recuperar la paz y podremos volver a mirar sin miedo a Dios y vivir en amistad gozosa con él.

Dios maldice a la serpiente, pero no maldice al hombre y a la mujer, aunque deban soportar el dolor y el duro trabajo para sobrevivir a causa de su pecado. El hombre es responsable del pecado de poner los bienes creados por Dios en el lugar que le corresponde a Dios en el corazón y en la vda.

Pero el hombre y la mujer no sólo son pecadores, sino también víctimas del pecado propio y ajeno; mas también son capaces de vencer el pecado y sus consecuencias, volviéndose a Dios y uniéndose a Jesús y a María en la lucha victoriosa contra el mal, el pecado y la muerte.

Efesios 1, 3-6. 11-12

Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en Él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor. Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, que nos dio en su Hijo muy querido. En Él hemos sido constituidos herederos, y destinados de antemano --según el previo designio del que realiza todas las cosas conforme a su voluntad-- a ser aquellos que han puesto su esperanza en Cristo, para alabanza de su gloria.

A partir del pecado original y a pesar de él, Dios traza su proyecto de salvación a favor de la humanidad, para devolver al hombre la categoría sublime de hijo suyo en su Hijo, hecho Hijo de María, para que el hombre sea heredero de todos los bienes de su reino, de la misma vida de Dios y de su gloria.

El destino del hombre es dar gloria a Dios, y no porque Dios necesite la gloria y alabanza del hombre, sino porque el hombre encuentra su plena realización y su total felicidad al reconocer, agradecer y alabar a Dios, pues sólo así se hace semejante a Dios en grandeza y felicidad.

La fuente y el camino de la felicidad posible en la tierra y de la felicidad eterna, es la santidad. Pero se debe entender y experimentar en qué consiste esta santidad: simplemente en la unión real con Cristo resucitado presente.

San Pablo lo experimentó a la perfección: “Para mí la vida es Cristo”; “No soy yo el que vive; es Cristo quien vive en mí”. Jesús lo expresó así: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”, y se entiende: fruto de santidad y salvación. Santidad es sinónimo de felicidad plena, total, en el tiempo y en la eternidad.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, December 06, 2009

VERÁN LA SALVACIÓN DE DIOS


VERÁN LA SALVACIÓN DE DIOS



Domingo 2º Adviento-C / 6-12-2009.



Era el año quince del reinado del emperador Tiberio. Poncio Pilato era gobernador de Judea, Herodes gobernaba en Galilea, su hermano Filipo en Iturea y Traconítide, y Lisanias en Abilene; Anás y Caifás eran los jefes de los sacerdotes. En este tiempo la palabra de Dios le fue dirigida a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Juan empezó a recorrer toda la región del río Jordán, predicando bautismo y conversión, para obtener el perdón de los pecados. Esto ya estaba escrito en el libro del profeta Isaías: “Oigan ese grito en el desierto: Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos. Las quebradas serán rellenadas y los montes y cerros allanados. Lo torcido será enderezado, y serán suavizadas las asperezas de los caminos. Todo mortal entonces verá la salvación de Dios”. (Lucas 3, 1-6).

La predicación de Juan Bautista, precursor y anunciador del Mesías, se realiza en situaciones políticas, sociales y religiosas bien concretas, donde abunda la hipocresía, la corrupción, la opresión, la explotación, la manipulación, con el consiguiente sufrimiento para el pueblo sencillo y pobre. Y hoy la historia se repite.

El Bautista denuncia esas injusticias e invita a los responsables a que se conviertan, y trabajen por eliminar las diferencias escandalosas entre las clases sociales y religiosas, entre razas y naciones: allanar cerros, enderezar senderos, suavizar las asperezas creadas por el egoísmo, la prepotencia, la corrupción...

Hoy la palabra de Juan y sus denuncias son de absoluta actualidad. La Palabra de Dios sigue iluminando y cuestionando la historia, la vida social, política, religiosa, familiar e individual. Y llama a la conversión a todos los que se creen con derecho a gozar y enriquecerse a costa del sufrimiento y de la miseria de sus hermanos, desde el hogar al ámbito internacional.

La noticia de que el Mesías está para entrar en la historia, es una buena nueva esperada, deseada por quienes sufren; pero a la vez indeseada, temida y rechazada por quienes gozan a costa del sufrimiento ajeno, pues el Mesías liberador y salvador viene a dar la cara por los pobres y a ponerse, con todo su poder y su amor, al lado de los que sufren injusticia.

Los que tienen el poder de la autoridad y del dinero, individuos, grupos o naciones, imponen leyes y costumbres que les favorecen a ellos a costa de los más débiles, y a la vez se presentan cínicamente como bienhechores de los necesitados. También en lo religioso se leyes, ritos, cumplimientos que no raramente sirven de pretexto para encubrir la dureza de un corazón que rechaza a Cristo, quien pide a todos compartir su vida y misión en favor del prójimo necesitado y sufriente.

Cristo Jesús, vivo y presente en nuestra vida, y en la historia, es el objetivo y el centro de la Buena Nueva del Adviento y de la Navidad. Él nos pide modelar sobre su ejemplo nuestra existencia humana y cristiana de cada día, tanto en la alegría como en el sufrimiento, en el trabajo como en el descanso, en la lucha como en la fiesta.

La Palabra de Dios interpreta e ilumina el sentido de la vida, nos da fuerza y esperanza. Pero es necesario leer, escuchar, asimilar y vivir esa Palabra en momentos concretos de silencio y oración, que son los espacios de Dios, fuente de la vida, de la alegría, de la paz y de la esperanza.

En esos espacios Dios nos da la posibilidad de encontrarnos personalmente con la Palabra Viva, la Palabra Persona, el Verbo hecho carne, Cristo Jesús, el Dios-con-nosotros de cada día. Desde esa experiencia sentiremos la necesidad y el gozo de volvernos hacia el prójimo que sufre, empezando por casa... Entonces sí estaremos entre los que “verán la salvación de Dios”.

El Adviento se hace realidad en doble sentido: “¡Ven, Señor Jesús!” y ¡Voy, Señor Jesús!

Baruc 5, 1-9.

Jerusalén, quítate tu vestido de duelo y desdicha, y vístete para siempre con el esplendor de la gloria de Dios. Reviste cual un manto la justicia de Dios, ponte como corona la gloria del Eterno; porque Dios mostrará tu grandeza a todo lo que hay bajo el cielo. Dios te llamará para siempre: "Paz en la justicia y gloria en el temor de Dios." Levántate, Jerusalén, ponte en lo alto, mira al oriente y ve a tus hijos reunidos del oriente al poniente por la voz del Santo, felices porque Dios se acordó de ellos. Salieron a pie escoltados por los enemigos, pero Dios te los devuelve, traídos con gloria, como hijos de rey. Porque Dios ha ordenado que todo cerro elevado y toda cuesta interminable sean rebajados, y rellenados los valles hasta aplanar la tierra, para que Israel camine seguro bajo la gloria de Dios. Hasta los bosques y todo árbol oloroso les darán sombra por orden de Dios. Porque él guiará a Israel en la alegría y a la luz de su gloria, escoltándolos con su misericordia y justicia.

Hoy se realiza en la Iglesia y en el mundo la profecía de Baruc: “Él guiará a Israel en la alegría y a la luz de su gloria, escoltándolos con su misericordia y justicia”. Aunque a veces parezca todo lo contrario.

De hecho, Cristo Resucitado realiza su promesa pascual: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Y aunque eso sea cuestión de fe, es una realidad misteriosa, profunda, oculta, pero realidad maravillosa a nuestro alcance: vivir y gozar con inmensa gratitud esa cercanía de Jesús.

Él hoy nos pone su manto de justicia y la corona de gloria de Dios, pues la Trinidad habita en quienes lo aman: “Si alguno me ama, lo amará mi Padre, y vendremos a él y haremos morada en él”. “Ustedes son templo del Espíritu Santo”.

Ante esta realidad todos somos iguales en nuestra esencia más profunda y más alta: ser hijos e imágenes de Dios, hermanos del mismo Hijo de Dios, Cristo Jesús. Todas las desigualdades, privilegios, poderes y ciencia no cuentan ante esta sublime realidad de nuestro ser. Pero quedan anulados quienes utilizan el poder, los privilegios, el dinero y el saber para ponerse por encima de sus hermanos y explotarlos o marginarlos.

Filipenses 1,4-11

Hermanos: En mis oraciones pido por todos ustedes a cada instante. Y lo hago con alegría, recordando la cooperación que me han prestado en el servicio del Evangelio desde el primer día hasta ahora. Y si Dios empezó tan buen trabajo en ustedes, estoy seguro de que lo continuará hasta concluirlo el día de Cristo Jesús. Bien sabe Dios que la ternura de Cristo Jesús no me permite olvidarlos. Pido que el amor crezca en ustedes junto con el conocimiento y la lucidez. Quisiera que saquen provecho de cada cosa y cada circunstancia para que lleguen puros e irreprochables al día de Cristo, habiendo hecho madurar, gracias a Cristo Jesús, el fruto de la santidad. Esto será para gloria de Dios y un honor para mí.

San Pablo mantiene con los filipenses una relación salvífica de amor, no sólo mediante la predicación, sino también con la oración y el sufrimiento a favor de ellos. Y agradece la cooperación evangelizadora que le han prestado y prestan.

La relación salvífica no es espiritualista, sino que se encarna en la ternura y en el amor humano-divino que Cristo mismo les pide y les tiene: “Ámense unos a otros como yo los amo”. Y Pablo suplica en su oración diaria que Dios acreciente en ellos ese amor-ternura, junto con el conocimiento amoroso y la lucidez.

El amor a Cristo y al prójimo nos llevará también a nosotros a la santidad y así podremos presentarnos puros e irreprochables cuando Cristo venga a buscarnos al final de los días terrenos. Por ese amor nos reconocerá Cristo y nosotros a él.

¿Se parece nuestra relación con los destinatarios de nuestra vida y misión –que constituyen nuestra parcela de salvación- a la relación salvífica cultivada por Pablo con sus evangelizados?