Sunday, January 31, 2010


RECHAZO Y ESCUCHA DEL SALVADOR



Domingo 4º del tiempo ordinario-C/31-1-2010.



Jesús empezó a decir en la sinagoga: Hoy les llegan noticias de cómo se cumplen estas palabras proféticas. Todos lo aprobaban y se quedaban maravillados al escuchar esta proclamación de la gracia de Dios que salía de sus labios. Y decían: ¡Pensar que es el hijo de José! Jesús les dijo: Seguramente ustedes me van a recordar el dicho: Médico, cúrate a ti mismo. Realiza también aquí, en tu patria, lo que nos cuentan que hiciste en Cafarnaún. Y Jesús añadió: Ningún profeta es bien recibido en su patria. En verdad les digo que había muchas viudas en Israel en tiempos de Elías, cuando el cielo retuvo la lluvia durante tres años y medio y una gran hambre asoló todo el país. Sin embargo Elías no fue enviado a ninguna de ellas, sino a una mujer de Sarepta, en tierras de Sidón. También había muchos leprosos en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio. Todos en la sinagoga se indignaron al escuchar estas palabras; se levantaron y lo empujaron fuera del pueblo, llevándolo hacia un barranco del cerro sobre el que está construido el pueblo, con intención de arrojarlo desde allí. Pero Jesús pasó por medio de ellos y siguió su camino. (Lucas 4,21-30).

Desconcertante la reacción de los habitantes de Nazaret ante el anuncio de Jesús que declaraba ser el Mesías que ellos mismos esperaban. ¿Cómo va a ser el Mesías un pueblerino hijo de un carpintero, sin estudios ni renombre?

Si admitían a Jesús como Mesías, sus paisanos tenían que cambiar la forma de pensar y de vivir. Sin embargo, ni siquiera recapacitan ante el poder sobrenatural de Jesús, que los inmoviliza y se libera de ser despeñado, pasando ileso, seguro, tranquilo, por en medio de ellos.

Dios nos ama y pone continuamente profetas en nuestro camino a fin de que despertemos de muy posibles letargos en la fe, y cuestionemos nuestraq forma de vivir la fe, que tal vez consideramos la mejor, pero sin verificarlo. Siempre podemos ser y hacer más y mejor, al fin y al cabo para ventaja y felicidad nuestra. "Sean perfectos como el Padre celestial es perfecto". ¿Cómo podemos considerarnos ya perfectos?

Palabras, lecturas, gestos, conducta y necesidades de personas importantes o insignificantes, niños, jóvenes, adultos, ricos o pobres, familiares o ajenos, sacerdotes o fieles, creyentes e incluso no creyentes, pueden ser nuestros profetas de cada día, a través de los cuales Dios nos habla.

Pero escuchar a un profeta exige aceptar el esfuerzo -sufrido y feliz a la vez- de orientar mejor la vida hacia Dios y hacia el prójimo, como fuentes únicas de la felicidad que solemos buscar donde no puede encontrarse: en el dinero, en el placer, en el poder.

El mayor sufrimiento del profeta, en especial de Cristo, es ver rechazado su mensaje de liberación y salvación llevado a sus oyentes sin otro interés que el amor y el deseo del máximo bien para ellos. El rechazo a Jesús por parte de muchos judíos lo hizo llorar de pena y amargura; pero, ante ese rechazo, decidió enviar a sus mensajeros para llevar la buena noticia de la salvación fuera del pueblo judío, a todo el mundo.

Todo cristiano es mensajero y profeta por vocación, pero puede traicionarla, como dice San Juan: “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. Sin embargo, el cristiano verdadero acoge a Cristo en su vida real diaria, y es de aquellos de quienes dice el mismo evangelista: “A cuantos lo recibieron, les concedió ser hijos de Dios”.

Estos dejan que Dios intervenga en sus vidas pra dar eficacia salvadora a sus obras. Descubren a Cristo en el rostro y en la vida de sus semejantes, por más que éstos vivan y piensen de otra forma, y en ellos lo escuchan. Además, a su vez, se hacen profetas.

Ante el profeta Jesús, y ante sus profetas, hay sólo dos actitudes: quedar conmovidos en el alma y abrirse a ellos con fe, amor y gratitud, y cambiar de vida; o cerrarse por egoísmo y comocdidad. ¿Cuál es nuestra actitud real y profunda? Nos jugamos el éxito de esta vida y la eternidad.


Jeremias 1, 4-5.

Me llegó una palabra de Yavé: "Antes de formarte en el seno de tu madre, ya te conocía; antes de que tú nacieras, yo te consagré, y te destiné a ser profeta de las naciones." Tú, ahora, muévete y anda a decirles todo lo que yo te mande. No temas enfrentarlos, porque yo también podría asustarte delante de ellos. Este día hago de ti una fortaleza, un pilar de hierro y una muralla de bronce frente a la nación entera: frente a los reyes de Judá y a sus ministros, frente a los sacerdotes y a los propietarios. Ellos te declararán la guerra, pero no podrán vencerte, pues yo estoy contigo para ampararte, palabra de Yavé."

Lo que Dios le dice a Jeremías en el Antiguo Testamento, lo realiza en los seguidores de Cristo. En el bautismo todos recibimos la consagración de Dios como profetas, sacerdotes y reyes. Pero es necesario valorar, agradecer, ejercer y vivir estos ministerios, que son un gran privilegio de Dios para con nosotros.

Como profetas, para comprender y ayudar a comprender la realidad, los hechos, las personas, desde la perspectiva de Dios y de la eternidad.

Como sacerdotes, para compartir con Cristo la obra de la salvación nuestra, de los nuestros y de muchos otros, sobre todo mediante la Eucaristía, la oración, el ejemplo, la palabra, el sufrimiento y las obras.

Como reyes, hijos libres del Rey supremo y universal, para vivir y actuar con la libertad de los hijos de Dios frente a los poderes y seducciones del mundo.
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Para eso fuimos formados desde el seno de nuestras madres. ¡Gran privilegio del amor de Dios Padre!


1 Corintios 12, 31. 13, 1-13.

Ustedes aspiren a los carismas más elevados; y yo quisiera mostrarles un camino que los supera a todos. Aunque hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si me falta el amor, sería como bronce que resuena o campana que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía y descubriera todos los misterios -el saber más elevado-; aunque tuviera tanta fe como para trasladar montes, si me falta el amor, nada es. Aunque repartiera todo lo que poseo e incluso sacrificara mi cuerpo, pero para recibir alabanzas, sin hacerlo por amor, de nada me sirve. El amor es paciente y muestra comprensión. El amor no tiene celos, no aparenta ni se envanece. No actúa con bajeza ni busca su propio interés; no se deja llevar por la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo injusto, sino que se goza en la verdad. Perdura a pesar de todo, lo cree todo, lo espera todo y lo soporta todo. El amor nunca pasará. Ahora son válidas la fe, la esperanza y el amor; las tres, pero la mayor de estas tres es el amor.


Esta extraordinaria página de San Pablo es el necesario espejo que nos ayuda a distinguir hoy, con claridad, si vivimos o no en el verdadero amor o en el egoísmo camuflado de amor. Si estamos en el camino de la salvación o de la perdición.
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El poder, el dinero y el placer luchan sin descanso para sepultar el amor bajo las losas del egoísmo, y sobre ellas escriben en letras de oro la palabra amor, embaucando así a la gran mayoría de la humanidad, que se arrodilla, engañada, ante los altares de esos tres ídolos, dispuestos a destruir a quienes buscan en ellos la felicidad que no dan.

El amor verdadero se diferencia del falso (egoísmo) por la capacidad de renuncia sufriente a todo lo que puede hacer daño a las persona amadas, -o a uno mismo-, y por el esfuerzo costoso de hacerles el mayor bien posible. Por eso no existe amor real sin el sufrimiento real que lo sostenga y acredite.

El amor verdadero está muy lejos de reducirse a la experiencia sexual, como se esfuerzan por hacerlo creer, sobre todo a los jóvenes, quienes adoran los tres ídolos del poder, del poseer y del placer. Si éstos perdieran la lucha del amor falso por la victoria del amor verdadero, sus astronómicos negocios sucumbirían, pero la gente sería de verdad más feliz.

“¿De qué le vale al hombre ganar todo el mundo, si al final se pierde a sí mismo?” “Si me falta el amor, nada soy”.



P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, January 24, 2010

CRISTO JESÚS NOS HABLA HOY.


CRISTO JESÚS NOS HABLA HOY.



Domingo 3º del tiempo ordinario – C /24-01-2010.



Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros, tal como nos fueron transmitidos por aquéllos que han sido desde el comienzo testigos oculares y servidores de la Palabra. Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado, a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido. Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu y su fama se extendió en toda la región. Enseñaba en las sinagogas de ellos y todos lo alababan. Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”. Lucas 1, 1-4; 4, 14-21

El evangelista san Lucas no había visto a Jesús en su vida terrena. Por eso se ha dedicado a investigar de persona acudiendo a quienes “han sido testigos oculares y servidores de la Palabra”: los apóstoles, discípulos, y la misma Madre de Jesús.
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San Lucas es literato, historiador y teólogo, y su Evangelio está escrito en un estilo correcto, y elegante, con gran fuerza comunicativa, que trata de conectar con la vida concreta de cada lector.

El Evangelio no es un libro que sólo trate de contar y explicar lo que pasó en tiempos de Jesús, sino que ilumina, aprueba o denuncia lo que está pasando hoy, aquí y ahora referido a mi persona y a los otros.

El Evangelio no es una lección de moral, de exégesis, de historia o de catequesis, sino que proclama cómo se realiza el designio salvador del Padre en el cristiano y en el pueblo, que han de vivir el momento presente como ocasión privilegiada de la venida del resucitado: “Estoy con ustedes todos los días”. “Hoy se cumple esta palabra que han oído”.

Por tanto, no se puede abordar la Palabra de Dios como una simple narración de lo que hizo y dijo Jesús, sino como un encuentro personal con el mismo Cristo resucitado, que nos habla a través de su Palabra, que toca nuestra vida personal y comunitaria, que él quiere vivificar con su presencia y con su Palabra, y continuar con nosotros su obra liberadora y redentora, en nuestros ambientes y en el mundo entero.

La predicación o la catequesis no pueden referirse sólo a lo que pasó, o a transmitir la doctrina cristiana, sino interpretar lo que está pasando hoy en mi vida, en la vida de la Iglesia, de la comunidad y de la sociedad, a la luz de la Palabra y de la vida de Jesús, en perspectiva de liberación, redención y glorificación eterna.

Jesús nos sugiere la actitud y la vivencia que nos integran en su misión: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”.

La Palabra de Dios está al mismo nivel de la Eucaristía: ambas son presencia viva de Cristo resucitado, que en la Escritura nos habla y en la Eucaristía nos alimenta.

¿Cuánto nos falta para vivir a fondo estas divinas realidades?


Nehemías 8, 2-4. 5-6. 8-10.


El sacerdote Esdras trajo la Ley ante la Asamblea, compuesta por los hombres, las mujeres y por todos los que podían entender lo que se leía. Esdras, el escriba, estaba de pie sobre una tarima de madera que habían hecho para esa ocasión. Abrió el libro a la vista de todo el pueblo –porque estaba más alto que todos– y cuando lo abrió, todo el pueblo se puso de pie. Esdras bendijo al Señor, el Dios grande, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: “¡Amén! ¡Amén!”. Luego se inclinaron y se postraron delante del Señor con el rostro en tierra. Los levitas leían el libro de la Ley de Dios, con claridad, e interpretando el sentido, de manera que se comprendió la lectura. Entonces Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote escriba, y los levitas que instruían al pueblo, dijeron a todo el pueblo: “Éste es un día consagrado al Señor, su Dios: no estén tristes ni lloren”. Porque todo el pueblo lloraba al oír las palabras de la Ley.
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Es de admirar cómo el pueblo hebreo reverencia el Libro de la Ley, o de las Escrituras, y cómo percibe la presencia de Dios que les habla en ese Libro: “Todo el pueblo se puso de pie… Luego se inclinaron y se postraron ante el Señor con el rostro en tierra”.

Era tanta la impresión al oír la Palabra de Dios, que todo el pueblo lloraba al escucharla, tal vez arrepentido por no haber cumplido esa Palabra. Pero Esdras les dijo: “este es un día consagrado al Señor: no estén tristes ni lloren”. Tal vez anticipando lo que luego dijo Jesús: “Ustedes están limpios por la Palabra que les he dicho”.

Gran lección para nosotros, que tal vez vemos en la Biblia un libro más, y lo usamos sin percibir la presencia viva de Quien nos habla a través de él.


I Corintios 12, 12-14. 27


Hermanos: Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo –judíos y griegos, esclavos y hombres libres– y todos hemos bebido de un mismo Espíritu. El cuerpo no se compone de un solo miembro sino de muchos. Ustedes son el Cuerpo de Cristo, y cada uno en particular, miembros de ese Cuerpo.

San Pablo nos hace notar una realidad que quizás valoramos poco: “Ustedes son el Cuerpo de Cristo, y cada uno en particular, miembro de ese Cuerpo”, pues en el Bautismo el Espíritu Santo nos ha injertado en el Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia.

Este gran privilegio nos iguala a todos en la dignidad de hijos de Dios y en la dignidad del Pueblo sacerdotal de Dios, la Iglesia.
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Que el mismo Espíritu ilumine nuestra mente para valorar, agradecer y vivir esta realidad misteriosa que nos toca directamente a todos y cada cual en particular.



P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, January 17, 2010

Las Bodas de Caná


Hagan lo que él les diga.


Domingo 2° de Tiempo Ordinario "C" / 17-01-2010.


Juan 2, 1-11.

En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo: No les queda vino. Jesús le contestó: Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora. Su madre dijo a los sirvientes: Hagan lo que él les diga. Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dijo: Llenen las tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les mandó: Saquen ahora un poco y llévenselo al mayordomo. Así lo hicieron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (sólo lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo: Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora. Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él.

Isaías 62, 1-5.

Por amor a Sión no callaré, por amor a Jerusalén no descansaré, hasta que su justicia resplandezca como luz, y su salvación brille como antorcha. Los pueblos verán tu justicia, y los reyes tu gloria; te pondrán un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor. Serás corona preciosa en la mano del Señor y anillo real en la palma de tu Dios. Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra «Devastada»; a ti te llamarán «Mi favorita», y a tu tierra «Desposada», porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá un esposo. Como un joven se casa con su novia, así se casará contigo el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo.

Corintios 12, 4-11.

Hermanos: Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Y así, uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, según el mismo Espíritu. Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, el don de curar. A éste le ha concedido hacer milagros, a aquél profetizar. A otro, distinguir los buenos y los malos espíritus. A uno, la diversidad de lenguas; a otro, el don de interpretarlas. El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como a él le parece.

Sunday, January 10, 2010

BAUTISMO, VIDA DE DIOS PARA EL HOMBRE


El Bautismo de Jesús


10-1-2010


Un día fue bautizado también Jesús entre el pueblo que venía a recibir el bautismo. Y mientras estaba en oración, se abrieron los cielos: el Espíritu Santo bajó sobre él y se manifestó en forma corporal, como una paloma, y del cielo vino una voz: Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección. (Lucas 3,15-16.21-22).

Jesús en el bautismo fue “invadido” por el Espíritu Santo para liberar al pueblo de sus esclavitudes: “Dar la vista a los ciegos, oído a los sordos, libertad a los cautivos, resurrección a los muertos, y anunciar la buena noticia a los pobres”.

En el bautismo Jesús fue ungido por el Padre como sacerdote, que une al hombre con Dios; como profeta, que conoce e interpreta la historia y el mundo según Dios y habla en nombre de Dios; y como rey que vive en libertad victoriosa frente a las fuerzas esclavizantes del mal.

El sentido y valor salvífico de nuestro bautismo arranca del bautismo de Jesús, que nos hace miembros de su Cuerpo místico, la Iglesia. Nacemos hijos de Dios, pues de él recibimos la vida natural a través de los padres.

Pero el bautismo injerta en nosotros la misma vida divina y eterna de Dios: somos declarados hijos de Dios, “conformes con la imagen de su Hijo”, hermanos de Cristo, nuevas criaturas predilectas de Dios, sanadas por el fuego del amor infinito de la Trinidad, nuestra Familia de origen y de destino.

“Miren qué amor nos tiene el Padre, para llamarnos hijos suyos, pues lo somos”, exclama San Pablo con inmensa gratitud. El bautismo es eso: la gracia-amor de Dios que nos transforma en hijos suyos, semejantes a Jesús. En el bautismo la gracia de Dios invade toda nuestra persona.

Por el bautismo también nosotros somos constituidos sacerdotes, miembros del Pueblo Sacerdotal, la Iglesia, convertidos en ofrenda agradable a Dios para la salvación de nuestros hermanos. Somos constituidos profetas, capaces de ver y comprender a las personas, las cosas y los acontecimientos con los ojos de Dios. Somos constituidos reyes, porque se nos da la libertad de los hijos de Dios, pues servir a Dios en el prójimo es reinar en el tiempo y en la eternidad.

¿En qué medida vivimos el sacerdocio bautismal: en la eucaristía y en la vida, sirviendo y amando a los otros como Jesús los ama y nos ama? ¿Vemos las cosas como Dios las ve, y vivimos como hijos suyos, hijos del Rey universal?

¿Por qué tantos bautizados dejan de vivir como cristianos? Tal vez la catequesis no se fundamentó en lo que hace al cristiano: sacerdote, profeta y rey, unido a Cristo Resucitado presente, con todo lo que eso supone para la vida práctica.

Se necesita una catequesis más bíblica y vivencial en la preparación al bautismo,

- Con la escucha y experiencia viva del Hijo resucitado y presente en la Biblia, en la Eucaristía, en el prójimo y en uno mismo;

- Con la experiencia de ayuda al prójimo necesitado, como ayuda al mismo Cristo;

- Y la experiencia profética de evangelizar ya desde niños, de modo que esas experiencias dejen huellas definitivas en el espíritu, en la vida y la persona del bautizado, más allá de la “fiesta social”.

Así el bautismo se vivirá como lo que es: el inmenso don de la misma vida divina de Dios.

Isaías 40, 1-5. 9-11

¡Consuelen, consuelen a mi Pueblo, dice su Dios! Hablen al corazón de Jerusalén y anúncienle que su tiempo de servicio se ha cumplido, que su culpa está pagada, que ha recibido de la mano del Señor doble castigo por todos sus pecados. Entonces se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la verán juntamente, porque ha hablado la boca del Señor. Levanta tu voz sin temor, di a las ciudades de Judá: «¡Aquí está su Dios!» Ya llega el Señor con poder y su brazo le asegura el dominio: el premio de su victoria lo acompaña y su recompensa lo precede. Como un pastor, Él apacienta su rebaño, lo reúne con su brazo; lleva sobre su pecho a los corderos y guía con cuidado a las que han dado a luz.

Los individuos y los pueblos somos a menudo víctimas de los propios pecados y de los pecados ajenos: enfermedades, fracasos, muerte, grandes calamidades, guerras, hambre, violencias, asesinatos, holocausto de inocentes… Son como los dolores de parto que están dando a luz un mundo nuevo, con la fuerza invencible de la tierna mano de Dios que se hace presente para liberar y salvar.

La vida y la alegría surgen del fondo de la pena, cuando nos confiamos a Dios Padre:
“En tus manos, Señor, pongo mi vida, confío en ti: tú actuarás”. “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”, porque “aquí está tu Dios”: “Estoy con ustedes todos los días”. “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiado y yo los aliviaré”. Él nos lleva en sus brazos como a los corderitos.

Nuestro Dios convierte el fracaso en victoria, la enfermedad en felicidad y la muerte en resurrección y vida:
“Quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá”. Hay razones para esperar contra toda experiencia de fracaso, dolor y muerte.

Tito 2, 11-14; 3, 4-7

Querido hijo: La gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado. Ella nos enseña a rechazar la impiedad y los deseos mundanos, para vivir en la vida presente con sobriedad, justicia y piedad, mientras aguardamos la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador, Cristo Jesús. Él se entregó por nosotros, a fin de librarnos de toda iniquidad, purificarnos y crear para sí un Pueblo elegido y lleno de celo en la práctica del bien. Pero cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres, no por las obras de justicia que habíamos realizado, sino solamente por su misericordia, El nos salvó, haciéndonos renacer por el bautismo y renovándonos por el Espíritu Santo.

La gracia -el amor y la misericordia- de Dios es la que nos salva, no nuestras solas obras de bien que, sin embargo, son indispensables para que la salvación de Dios nos alcance: “Rechazar la impiedad y los deseos mundanos para vivir con sobriedad, justicia y piedad”, en una amorosa relación con Dios y con el prójimo.
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“Nuestro gran Dios y Salvador, Jesucristo… se entregó por nosotros, para merecernos el perdón, la conversión, santificación y la salvación que no podíamos merecer ni lograr por nosotros solos.
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Nuestra parte consiste en ser “buenos pecadores”, o sea: pecadores arrepentidos y convertidos de verdad, vueltos al Padre; pecadores profundamente agradecidos por el don inmenso del perdón de Dios, que nos anima a no pecar.

La gratitud es una expresión del amor a Dios, y
“a quien ama mucho, se le perdona mucho”. Pero la verdadera gratitud se muestra con una vida conforme a la voluntad de Dios: rechazar el mal y obrar el bien a favor del prójimo. Sólo así nos hacemos “herederos de la vida eterna”, y para agradecer eternamente el perdón misericordioso de Dios.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, January 03, 2010

LA EPIFANÍA DEL SEÑOR


Hemos visto salir su estrella

y venimos a adorarlo.


LA EPIFANÍA DEL SEÑOR - Solemnidad.

Mateo 2, 1-12.

Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo. Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó. y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: "Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel". Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: Vayan y averigüen cuidadosamente acerca del niño y, cuando lo encuentren, avísenme, para ir yo también a adorarlo. Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo sido advertidos en sueños, para que no volvieran adonde estaba Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.

Isaías 60, 1-6.

¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, y la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti. Y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora. Levanta la vista en torno, mira: todos se han reunido, vienen hacia ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos. Al ver esto, te pondrás radiante de alegría; palpitará y se emocionará tu corazón, cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar y te traigan las riquezas de los pueblos. Te inundará una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Saba, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor.

Efesios 3, 2-3a. 5-6.

Hermanos: Seguramente han oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado a favor de ustedes. Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio, que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus apóstoles y profetas: que también los otros pueblos comparten la misma herencia, son miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por medio del Evangelio.

Los judíos pretendían que el Mesías esperado fuera sólo para los judíos, como también hoy muchos católicos y no católicos pretenden que Jesús, el Salvador del mundo, sea sólo para ellos.

Pero el mismo Jesús, recién nacido, hizo llegar su salvación a los paganos, los magos, y empezó su misión pública predicando en una zona de paganos: Galilea. Y casi todos los apóstoles, después de Pentecostés, predicaron la salvación de Jesús por todo el mundo pagano entonces conocido. San Pablo es el abanderado de la evangelización de los paganos.

La fiesta de la Epifanía - que significa manifestación de Dios - nos recuerda que Jesús vino para todos, para salvar a todos los hijos de Dios en todo el mundo y en todos los tiempos. “A quienes lo acogen, les da el poder ser hijos de Dios”. “Ha aparecido la bondad y misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. Al conocimiento de su Padre Dios y de su hermano y Salvador, Cristo Jesús.

Una vez se decía que “fuera de la Iglesia no hay salvación”. Pero Dios realiza su salvación no sólo dentro de los templos, ni con los solos siete sacramentos oficiales (que sí son los máximos medios de salvación), ni sólo en los grupos católicos, catequesis, ni sólo en los límites de la Iglesia oficial o de otras iglesias. ¡Gracias a Dios! Pero lo que sí es cierto que “fuera de Cristo no hay salvación”. En la Iglesia católica tenemos los máximo medios de salvación, pero no la exclusiva de la salvación.

Sigue vigente para millones de hijos de Dios en todo el mundo, fuera de los límites geográficos de la Iglesia oficial, el bautismo de deseo y el bautismo de sangre, con la misma eficacia redentora y salvadora que el bautismo de agua, pues en los tres es el mismo Espíritu quien bautiza.

Sigue vigente la comunión con Cristo de quienes comulgan, como buenos samaritanos, con el prójimo necesitado, con el cual Jesús mismo se identifica: “Tuve hambre y ustedes me dieron de comer…, vengan benditos de mi Padre a poseer el reino preparado para ustedes desde el principio del mundo”; “Todo lo que hagan a uno de estos, a mí me lo hacen”.

La Palabra de Dios sigue siendo sacramento universal de salvación: “Ustedes están limpios por la palabra que les he dicho”. “Quien escucha mi Palabra y la cumple, tiene vida eterna”. ¡Y la cumplen muchos que ni siquiera la escuchan ni la conocen por oídas, si no por la voz interior del Espíritu, “que sopla donde quiere”! “Mi Palabra no regresa a mí sin producir fruto”."Tengo otras ovejas que no son de este redil, y debo atraerlas hacia mí".

Sigue en pie el perdón de Dios para quienes –creyentes o no creyentes-perdonan de corazón, aunque no tengan sacerdotes confesores a su alcance, que cada vez son menos, y se prestan menos para administrar ese admirable sacramento del perdón y de salvación, gran privilegio de la Iglesia católica.

También las Bienaventuranzas se viven fuera de la Iglesia oficial por tantísimos cristianos anónimos, y que les merecen, por misericordia gratuita de Dios, el acceso a la felicidad del reino de los cielos: Los que trabajan por la paz en todos las naciones, los pobres de espíritu que renuncian a acumular sólo para sí, y viven compartiendo lo lo que tienen; los misericordiosos; los que sufren renunciando a la venganza y al odio; los que luchan por la justicia en el hogar, en el trabajo, en la política, en el comercio...; los limpios de corazón, que sustituyen el amor posesivo por el amor oblativo y salvador.

Es necesario dar a conocer estos sacramentos alternativos, que vienen también del Evangelio y de Cristo Salvador universal.

Muchos pastores limitan la evangelización al sólo 7% de los católicos que van a misa y que tal vez sólo reciben los máximos sacramentos de la salvación en un reducido 3 ó 4 % de ese 7%. Fuera de la Iglesia sí hay salvación, pero no fuera de Cristo, que desde la Iglesia hace llegar la salvación a todo el mundo.

En la Eucaristía Cristo se ofrece por toda la humanidad, y cada participante-celebrante de verdad comparte con él la salvación universal, si con él se ofrece como “ofrenda agradable y permanente” al Padre junto con su Hijo, y hace vida la Eucaristía.

Todos estamos invitados a colaborar con Cristo Salvador en la salvación de toda la humanidad. No puede resultarnos indiferente que se salven o se pierdan los hijos de Dios que él quiere que se salven, también con nuestra oración, sufrimiento, ejemplo, palabra, obras. Y sobre todo con la Eucaristía.

Encontremos a nuestro Salvador resucitado allí donde se manifiesta con una epifanía especial: La Palabra de Dios, la Eucaristía, el prójimo necesitado y la creación.


P. Jesús Alvarez, ssp.

Friday, January 01, 2010

MADRE DE DIOS Y MADRE NUESTRA


Santa María, Madre de Dios



1 enero 2010



Los Pastores fueron corriendo a Belén y encon-traron a María y a José, y al niño acostado en un pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, fueron a circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el Ángel antes de su concepción. Lucas 2, 16-21.

San Cirilo de Alejandría aclara qué significa el título Madre de Dios: “El Verbo viviente, subsistente… se hizo carne en el tiempo, y por eso se puede decir que ha nacido de mujer. Jesús, Hijo eterno de Dios, ha nacido de María en el tiempo”.

De esta prerrogativa inigualable derivan todos los títulos demás que damos a María. Sin embargo, Jesús, ante la exclamación de una mujer: “Bendito el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron”, afirmó: “Más bien dichosos quienes escuchan la Palabra de Dios y la practican”.
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María es más feliz por escuchar y cumplir la Palabra de Dios que por ser Madre Jesús. Así nosotros: no merecemos la salvación sólo por ser hijos de Dios e hijos de María, sino, a la vez, por escuchar y cumplir la Palabra de Dios. Lo uno no excluye lo otro, sino que lo exige.

Es admirable ver cómo Dios inició la creación del género humano por el hombre sin concurso de la mujer, y cómo inició la redención por la mujer sin concurso del varón, pues el Salvador nació por obra del Espíritu Santo.

Dios ha dado a la mujer un lugar irremplazable en la historia de la salvación, en complementariedad con el hombre. El modelo supremo de esta misión salvífica femenina es María, que se une al único Salvador acogiéndolo en su seno virginal para darlo a la humanidad.

La encíclica Lumen Gentium (n.56): “María, hija de Adán, consintiendo a la palabra divina, se convirtió en madre de Jesús y, abrazando la voluntad salvífica de Dios con toda su alma y sin peso alguno de pecado, se consagró totalmente, como Servidora del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la redención bajo él y con él, mediante la gracia del omnipotente”.

En María queda superada la multisecular discriminación contra la mujer; discriminación que es contraria al plan creador y salvador de Dios, quien concede a la mujer la misión de compartir con el hombre el origen temporal y el destino eterno de la humanidad.

Hacen falta nuevas Marías que, con su ternura, decisión, fe y valentía continúen con la Madre de Jesús la historia de la salvación, acogiendo y haciendo presente a Cristo, único Salvador, para que libere a hombres y mujeres de las grandes esclavitudes que los están destruyendo como personas y degradando su condición de hijos e hijas de Dios.

Dichosas las mujeres -y los hombres- que creen y aman como María, pues también concebirán y darán a luz al Hijo de Dios, y compartirán su Sacerdocio supremo mediante el sacerdocio bautismal para salvar a la humanidad, empezando por el santuario doméstico, la familia.

Números 6,22-27.

El Señor habló a Moisés: “Di a Aarón y a sus hijos: ‘Esta es la fórmula con que ustedes bendecirán a los israelitas: El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz. Así invocarán mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré’”.


Esta fórmula de bendición estaba reservada a los sacerdotes, Aarón y sus hijos. Dios se comprometía a conceder al pueblo, por medio de la bendición de los sacerdotes, la bendición de su presencia, de su protección y de la paz.

Mas la bendición de Dios tiene su máxima expresión y eficacia a través del Sumo Sacerdote, Cristo Jesús, “en quien Dios nos bendice con toda clase de bendiciones” materiales, espirituales, celestiales. La máxima bendición de Dios es Jesús, que en la cruz nos dio como bendición a su propia Madre.

La bendición del Hijo de Dios sigue llegándonos eficazmente por manos de los sacerdotes ministeriales, que nos hacen presente a Cristo Resucitado: en la Eucaristía y demás sacramentos, en la predicación, en sus personas consagradas.

Mas a partir de Cristo, las bendiciones de Dios no pasan sólo a través del sacerdocio ministerial, pues el supremo sacerdocio de Cristo es compartido también por todos los bautizados mediante el sacerdocio bautismal. Por eso los laicos deben recuperar la costumbre de bendecir y bendecirse mutuamente en nombre de Dios, con fe y confianza en él, que corresponderá.

Los sacerdotes bendicen con el Santísimo – Cristo presente en Persona en la Eucaristía-; y los fieles pueden bendecir con la Biblia, que es presencia privilegiada de Cristo, Verbo de Dios. Eucaristía y Biblia son puestos al mismo nivel por Cristo y por la Iglesia. Bendigamos con la Biblia, y bendigámonos por la Biblia, sobre todo leyéndola y haciéndola vida.

Gálatas 4,4-7.

Hermanos: Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción. Como sois hijos Dios envió a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abbá! (Padre). Así que ya no eres esclavo, sino hijo, y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.


San Pablo es el que hace la primera alusión a María en el Nuevo Testamento. De ella nace el Libertador que viene a rescatar a los hombres de la esclavitud a las abusivas leyes humanas y a las poderosas fuerzas del mal.

El Hijo de Dios se hace esclavo con todas esas esclavitudes del hombre –menos el pecado-, para que el hombre alcance por él la libertad de los hijos de Dios, porque el Hijo no viene sólo a liberarnos de esclavitudes, sino a hacernos hijos de Dios y coherederos de su misma gloria eterna. Nos da un nuevo ser, y así podemos llamarle “Padre”, como lo hace su propio Hijo.

Ante tan inaudita bendición, san Juan exclama: “¡Miren qué amor nos tiene el Padre, que nos llama hijos suyos, pues lo somos!” (1 Juan 3, 1). Somos hijos de Dios, y nuestra vocación es la libertad de los hijos de Dios en esta vida y la e la libertad eterna a través de la resurrección, que dempostrará lo que realmente somos como hijos de Dios.
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Jesús "se hizo lo que somos nosotros para hacernos a nosotros lo que él es": hijos de Dios. Valoremos nuestra sublime dignidad.

Tenemos que ser conscientes y vivir con inmensa gratitud esta maravillosa realidad para liberarnos de las esclavitudes indignas de los hijos de Dios. ¡Qué grandeza la nuestra!: Tenemos por Padre y Madre al mismo Padre y la misma Madre del Hijo de Dios.



P. Jesús Álvarez, ssp.