Domingo 4º de Pascua / 25-4-2010.
47ª Jornada Mundial de Oración por las vocaciones.
En aquel tiempo dijo Jesús: Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco. Ellas me siguen, y yo les doy vida eterna. Nunca perecerán y nadie las arrebatará jamás de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más fuerte que todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos una sola cosa. (Juan. 10,27-30).
Las ovejas de Jesús, sus verdaderos seguidores, conocen, escuchan y obedecen la voz de Jesús, Buen Pastor, y lo siguen, como las ovejas escuchan y obedecen a su pastor. Y como las ovejas están seguras de que el pastor las llevará por buenos caminos y a buenos pastos, así el verdadero cristiano sabe que Cristo lo llevará por caminos seguros a los prados eternos.
Jesús aclara qué significa ser sus ovejas: escuchar su voz, ser conocidos y amados por él, conocerlo con un conocimiento amoroso, y seguirlo como pastor y Maestro, Camino, Verdad y Vida. Con el símbolo de las ovejas y del buen pastor, Jesús expresa la intimidad de las relaciones entre él y sus verdaderos discípulos de todos los tiempos.
Seguir a Jesús es mucho más que creer unas verdades, cumplir unas normas, celebrar ritos y hacer prácticas de piedad: es aceptar su forma de vida, sus sentimientos, sus criterios, su manera de ser, de pensar, de hacer y de amar. Es aceptarlo y acogerlo a él como Persona viva, amabilísima, presente y actuante, manteniendo con él una relación íntima, confiada, asidua, gozosa. En eso consiste la vida plena y feliz que Jesús nos da en el tiempo y en la eternidad.
El Buen Pastor ha querido la colaboración de otros “pastores”: el Papa, los obispos, los sacerdotes, misioneros, diáconos, catequistas, comunicadores, escritores, autoridades, profesores, padres de familia, amigos..., para llevar a sus ovejas a buenos pastos. Las ovejas oirán y seguirán a los pastores cuya voz y conducta reflejen al Buen Pastor. Y habrá nuevos pastores que continúen su obra salvífica.
Sólo el Buen Pastor resucitado y presente, puede dar eficacia de salvación a nuestra vida y muerte, alegrías, sufrimientos, oración, palabras, acciones.
Por eso la primera tarea y compromiso primordial de los pastores consiste en estar unidos a Cristo, vivir en Cristo para engendrar a otros a la vida en Cristo. En eso consiste el éxito de la vida y de la misión de los pastores y fieles.
A cada uno de nosotros Dios nos ha asignado una “parcela de salvación”, para “pastorear”, formada por personas en cuya salvación nos ha encomendado colaborar. Tenemos que localizarlas, empezando por la propia familia, y comprometernos con ellas y por ellas.
P. Jesús Álvarez, ssp.
MENSAJE DE BENEDICTO XVI.
47ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones.
Tema: El testimonio suscita vocaciones
Venerados Hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio; queridos hermanos y hermanas:
La 47ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones… me ofrece la oportunidad de proponer a vuestra reflexión un tema en sintonía con el Año Sacerdotal: El testimonio suscita vocaciones.
La fecundidad de la propuesta vocacional, en efecto, depende primariamente de la acción gratuita de Dios, pero, como confirma la experiencia pastoral, está favorecida también por la calidad y la riqueza del testimonio personal y comunitario de cuantos han respondido ya a la llamada del Señor en el ministerio sacerdotal y en la vida consagrada, puesto que su testimonio puede suscitar en otros el deseo de corresponder con generosidad a la llamada de Cristo.
Él es el Testigo por excelencia de Dios y de su deseo de que todos se salven. En la aurora de los tiempos nuevos, Juan Bautista, con una vida enteramente entregada a preparar el camino a Cristo, da testimonio de que en el Hijo de María de Nazaret se cumplen las promesas de Dios. Cuando lo ve acercarse al río Jordán, donde estaba bautizando, lo muestra a sus discípulos como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). Su testimonio es tan fecundo, que dos de sus discípulos “oyéndole decir esto, siguieron a Jesús” (Juan 1, 37).
También la vocación de Pedro, según escribe el evangelista Juan, pasa a través del testimonio de su hermano Andrés: “Hemos encontrado al Mesías -que quiere decir Cristo- y lo llevó a Jesús” (Jn 1, 41-42). Lo mismo sucede con Natanael, Bartolomé, gracias al testimonio de otro discípulo, Felipe, el cual comunica con alegría su gran descubrimiento: “Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés, en el libro de la ley, y del que hablaron los Profetas: es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret” (Juan 1, 45).
Esto acontece también hoy en la Iglesia: Dios se sirve del testimonio de los sacerdotes, fieles a su misión, para suscitar nuevas vocaciones sacerdotales y religiosas al servicio del Pueblo de Dios.
Elemento fundamental y reconocible de toda vocación al sacerdocio y a la vida consagrada es la amistad con Cristo. Jesús vivía en constante unión con el Padre, y esto era lo que suscitaba en los discípulos el deseo de vivir la misma experiencia, aprendiendo de él la comunión y el diálogo incesante con Dios.
Si el sacerdote es el “hombre de Dios”, que pertenece a Dios y que ayuda a conocerlo y amarlo, no puede dejar de cultivar una profunda intimidad con él, permanecer en su amor, dedicando tiempo a la escucha de su Palabra. La oración es el primer testimonio que suscita vocaciones.
Un aspecto, que no puede dejar de caracterizar al sacerdote y a la persona consagrada, es el vivir la comunión. Jesús indicó, como signo distintivo de quien quiere ser su discípulo, la profunda comunión en el amor: “Por el amor que se tengan los unos a los otros reconocerán todos que sois discípulos míos” (Juan 13, 35).
Es importante llevar una vida indivisa, que muestre la belleza de ser sacerdote. Entonces, el joven dirá: "Sí, éste puede ser un futuro también para mí, así se puede vivir".
Esto vale también para la vida consagrada. La existencia misma de los religiosos y de las religiosas habla del amor de Cristo, cuando le siguen con plena fidelidad al Evangelio y asumen con alegría sus criterios de juicio y conducta. Su fidelidad y la fuerza de su testimonio, porque se dejan conquistar por Dios renunciando a sí mismos, sigue suscitando en el alma de muchos jóvenes el deseo de seguir a Cristo para siempre, generosa y totalmente.
Imitar a Cristo casto, pobre y obediente, e identificarse con él: he aquí el ideal de la vida consagrada, testimonio de la primacía absoluta de Dios en la vida y en la historia de los hombres.
Todo presbítero, todo consagrado y toda consagrada, fieles a su vocación, transmiten la alegría de servir a Cristo, e invitan a todos los cristianos a responder a la llamada universal a la santidad.
BENEDICTUS PP. XVI.