Sunday, August 20, 2006

COMUNIÓN y VIDA ETERNA

COMUNIÓN y VIDA ETERNA


Domingo 20° T.O.-B / 20-08-2006


Jesús dijo a los judíos: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo». Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?» Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y Yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él. Así como Yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente». Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaúm. Jn 6, 51-59

Las palabras de Jesús sobre el Pan de Vida eterna, resultan inauditas e inaceptables para sus oyentes. Por eso lo abandonan. Sólo se quedan sus discípulos. Y Jesús los desafía también a ellos, poniéndolos con firmeza ante la alternativa de creer o de irse.

Mientras Jesús hace curaciones, multiplica y reparte el pan material, todos lo admiran y quieren estar a su lado. Pero aceptar a Jesús que ofrece mucho más: el Pan espiritual de Vida eterna, compromete sus seguridades, sus costumbres y su misma religión de ritos externos sin compromiso de vida. ¿Sigue pasando hoy lo mismo entre nosotros?

Las cosas no han cambiado mucho. ¡Cuántos comulgantes toman la hostia, pero no comulgan con Cristo Resucitado en la vida cotidiana, en el amor al prójimo, en el sufrimiento, en las alegrías, en el trabajo, ni en la misma oración. Y así Él resulta un don nadie ajeno a la vida, excluido de la vida como un estorbo.

La promesa de Jesús: Quien coma de este pan, vivirá para siempre, no se aplica a quien sólo recibe la hostia, sino que, en la hostia que recibe, acoge a Cristo Resucitado, y luego comulga con él en la vida cotidiana, con su Palabra y con el amor al prójimo, con quien él se identifica: “Todo lo que hagan a uno de estos, a mi me lo hacen”.

La promesa infalible de Jesús: Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí yo en él, nos sitúa dentro de una realidad tan maravillosa, misteriosa y feliz, que nos puede parecer increíble, inaceptable. Y humanamente así es. Mas para el Amor omnipotente de Dios nada hay imposible. La Vida divina, que es Cristo en persona, nos lleva a la victoria sobre la muerte mediante la resurrección.

Frente a esta maravillosa e inaudita obra del amor salvífico de Cristo para con todos los hijos de Dios, cabe preguntarse: ¿Por qué la Eucaristía, fuente de vida para todos los hombres, hijos de Dios, llega a tan pocos? ¡Una situación preocupante que nos cuestiona!

Con todo, en otros pasos del evangelio, Jesús declara como cauces de salvación y de vida eterna también otras realidades: - Quien escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna. - Si ustedes perdonan, también el Padre celestial les perdonará. - Tuve hambre y ustedes me dieron de comer, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron… Vengan, benditos de mi Padre, a poseer el reino preparado para ustedes.

Proverbios 9, 1-6

La Sabiduría edificó su casa, talló sus siete columnas, inmoló sus víctimas, mezcló su vino, y también preparó su mesa. Ella envió a sus servidoras a proclamar sobre los sitios más altos de la ciudad: «El que sea incauto, que venga aquí». Y al falto de entendimiento, le dice: «Vengan, coman de mi pan, y beban del vino que yo mezclé. Abandonen la ingenuidad, y vivirán, y sigan derecho por el camino de la inteligencia».

El banquete que prepara la Sabiduría, es prefiguración del Banquete eucarístico, en el cual la Sabiduría en persona, Cristo Jesús resucitado, se ofrece a sí mismo como alimento en el Pan de la Palabra que da la Vida y en el Pan eucarístico bajado del cielo. Cristo es la Sabiduría y el Pan que nos sostiene en el camino hacia el Banquete eterno en la Casa del Padre. Todos estamos invitados a estos dos banquetes. Podemos aceptarlos con amor y gratitud, podemos aceptarlos sólo en apariencia y podemos menospreciarlos.

La experiencia real de Cristo resucitado presente en la Eucaristía y la Comunión, nos libran de la falta de sentido común, de la necedad, de la ingenuidad y del sinsentido de la existencia.

Para que la Eucaristía produzca frutos de vida cristiana y de vida eterna, hay que vivirla como experiencia vital y real de unión con Cristo Resucitado, que nos invita a su mesa eucarística y a su mesa eterna.

Al respecto, es importante volver a la comunión espiritual frecuente, como extensión de la comunión sacramental. Lo cual es factible en cualquier momento o situación. Con ella se continúa acogiendo al mismo Cristo Resucitado en la propia vida, relaciones, trabajo, sufrimientos, alegrías... Comunión asequible también para quienes no pueden comulgar sacramentalmente.

Efesios 5, 15-20

Hermanos: Cuiden mucho su conducta y no procedan como necios, sino como personas sensatas que saben aprovechar bien el momento presente, porque estos tiempos son malos. No sean irresponsables, sino traten de saber cuál es la volun­tad del Señor. No abusen del vino que lleva al libertinaje; más bien, llénense del Espíritu Santo. Cuando se reúnan, reciten salmos, himnos y cantos espiritua­les, cantando y celebrando al Señor de todo corazón. Siempre y por cualquier motivo, den gracias a Dios, nuestro Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.

San Pablo nos exhorta a vivir conscientes de los dones inauditos que Dios pone a nuestra disposición, para no desperdiciarlos como unos necios. Los mayores dones los hemos recibido y nos son conservados sin pagar un centavo ni una fatiga: la vida, la inteligencia, el aire que respiramos, la fe, los sacramentos… Vivimos sumergidos en los dones inmensos de Dios, pero podemos vivir en la necedad de la ingratitud, creyéndonos con derecho absoluto a todo e incluso con derecho a desperdiciarlos…, con el riesgo de perderlos para siempre.

Pablo nos invita a darle gracias a Dios por todo y siempre con toda el alma, y sobre todo por la Eucaristía, por su Palabra y por el paraíso que nos ha merecido Jesucristo. Dones para agradecer en el tiempo y en la eternidad. Es justo hacer de nuestra vida, llena de gracias, una acción de gracias permanente.


P. Jesús Álvarez, ssp

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