LAS TENTACIONES DE JESÚS Y NUESTRAS
Domingo 1º de Cuaresma / Ciclo C / 25-02-2007.
Jesús volvió de las orillas del Jordán lleno del Espíritu Santo y se dejó guiar por el Espíritu a través del desierto, donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. En todo ese tiempo no comió nada, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: - Si eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan. Jesús le contestó: - Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan. Lo llevó después el diablo a un lugar más alto, le mostró en un instante todas las naciones del mundo y le dijo: -Te daré poder sobre estos pueblos, y sus riquezas serán tuyas, porque me las han entregado a mí y yo las doy a quien quiero. Si te arrodillas y me adoras, todo será tuyo. Jesús le replicó: - La Escritura dice: Adorarás al Señor tu Dios y a él sólo servirás. A continuación el diablo lo llevó a Jerusalén, y lo puso en la muralla más alta del Templo, diciéndole: - Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, pues dice la Escritura: Dios ordenará a sus ángeles que te protejan; y también: Ellos te llevarán en sus manos, para que tu pie no tropiece en ninguna piedra. Jesús le replicó: - También dice la Escritura: No tentarás al Señor, tu Dios. Al ver el diablo que había agotado todas las formas de tentación, se alejó de Jesús, a la espera de otra oportunidad. (Lucas. 4,1-13).
Jesús hace ayuno como entrenamiento de libertad frente a las exigencias del cuerpo, y también como experiencia de compartir el hambre, ese tormento de tantos humanos.
El tentador le pide que venda su conciencia por un trozo de pan gratuito que Jesús mismo podía sacar de las piedras. Frente a la solución milagrera, Jesús declara que por encima de las necesidades del cuerpo, hay necesidades más profundas y altas del espíritu y de la persona. El hombre no sólo estómago y vientre, sino un ser con hambre insaciable de Dios.
A la segunda propuesta de ambición y esclavitud al poder, Jesús responde que el poder y la libertad suprema están en servir, adorar y amar a Dios, de quien recibimos todo lo que somos, tenemos y amamos y esperamos. Servir a los ídolos del placer, del poder y del dinero es perderlo todo al final.
Y por último, la tentación de la fama, el aplauso y la admiración de los adoradores idolátricos. Es la peor de las tentaciones: ser como Dios y pretender utilizarlo para los propios intereses.
Jesús, entrenado al sufrimiento positivo y a la renuncia para la conquista, vence definitivamente, y el Padre lo premia con un banquete servido por los mismos ángeles.
Jesús nos enseña que el camino de la victoria sobre las tentaciones no es de pura renuncia y de tristeza, sino de valentía, libertad, gozo y honor por la victoria contra el mal.
Y nos indica los medios: la oración, mediante la cual nos hacemos con el mismo poder de Dios, único capaz de vencer al tentador en nosotros. Oración que pone a nuestro alcance el tesoro infinito que es el mismo Dios.
El ayuno, también de alimento físico, para compartir con los pobres; pero en especial de todo cuanto hace daño al otro o a uno mismo, a la naturaleza y a Dios, en el esfuerzo sufrido y valiente por hacer el bien.
Y la limosna, no sólo en ayudas materiales, sino en ayudas con lo que nos ha sido dado: amor, inteligencia, ternura, perdón, fortaleza, cercanía, compasión, aliento, oración y sufrimiento por la salvación de los otros, que es la máxima limosna que podemos hacer.
Así tendremos una cuaresma gozosa que termina con el júbilo de la Pascua, en el encuentro comunitario con el Resucitado presente, creído y sentido, quien cumple su promesa infalible: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.
Deuteronomio 26, 4-10
El sacerdote tomará de tus manos el canasto y lo depositará ante el altar de Yavé, tu Dios. Entonces tú dirás estas palabras ante Yavé: "Mi padre era un arameo errante, que bajó a Egipto y fue a refugiarse allí, siendo pocos aún; pero en ese país se hizo una nación grande y poderosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron dura servidumbre. Llamamos pues a Yavé, Dios de nuestros padres, y Yavé nos escuchó, vio nuestra humillación, nuestros duros trabajos y nuestra opresión. Yavé nos sacó de Egipto con mano firme, demostrando su poder con señales y milagros que sembraron el terror. Y nos trajo aquí para darnos esta tierra que mana leche y miel. Y ahora vengo a ofrecer los primeros productos de la tierra que tú, Yavé, me has dado." Los depositarás ante Yavé, te postrarás y adorarás a Yavé, tu Dios.
Quien más quien menos, todos tenemos experiencia de haber sido liberados por Dios, sin merecerlo, de situaciones desdichadas después de habérselo pedido o sin habérselo pedido. Y lo hizo porque nos ama y le duele nuestra aflicción.
Pero ¿no es Dios quien manda los sufrimientos y las pruebas? La respuesta está en otra pregunta: Algún padre que tenga corazón y sentido común, ¿puede desear afligir con sufrimientos a sus hijos? ¿Dios puede ser peor que un padre humano?
Con todo, un padre puede permitir y desear una dolorosa operación para salvar la vida de su hijo. Esa es la actitud de Dios Padre ante nuestro sufrimiento: convertirlo en causa de vida, felicidad y gloria. Ahí se realiza la omnipotencia amorosa de nuestro Padre Dios.
Y nuestra actitud ante el Padre no puede ser sino de gratitud y alabanza, a la vez que le entregamos parte de lo que nos dio en el altar del prójimo necesitado de mil formas. Porque Dios se identifica con el necesitado a quien prestamos ayuda.
Romanos 10, 8-13
Hermanos: la Escritura dice: “Muy cerca de ti está la Palabra, ya está en tus labios y en tu corazón”. Ahí tienen nuestro mensaje, y es la fe. Porque te salvarás si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos. La fe del corazón te procura la verdadera rectitud, y tu boca, que lo proclama, te consigue la salvación. También dice la Escritura: “El que cree en él, no quedará defraudado”. Así que no hay diferencia entre judío y griego; todos tienen el mismo Señor, que es muy generoso con todo el que lo invoca; porque todo el que invoque el Nombre del Señor, se salvará.
La Palabra de Dios está escrita en nuestros corazones. Pero del corazón tiene que pasar a la mente y a la vida, de lo contrario el mismo corazón sería su tumba.
¿Cómo nos habla Dios al corazón? Mediante la vida, la naturaleza, la Biblia, las personas, la oración, los sacramentos y todo lo que sucede en nosotros y a nuestro alrededor. En todo se refleja la Palabra de Dios para ser escrita en nuestro interior y para hacerla vida.
Pero es necesaria la atención, el deseo, el silencio y la escucha leal para reconocer esa Palabra que llega a nuestros corazones, para dar a la vida valor eterno.
Y esa Palabra es salvadora cuando nos contacta con la Palabra Persona: Cristo, quien pronuncia esa Palabra. Sin esta unión, la Palabra queda estéril, como él mismo lo afirma: Quien está unido a mí, produce mucho fruto; pero sin mí no pueden hacer nada.
Él escribe y pronuncia de continuo su Palabra en nuestros corazones, en nuestras vidas y en nuestro entorno mediante su presencia infalible: Yo estoy con ustedes todos los días... Y por su parte el Padre nos exhorta: Este mi Hijo muy amado: escúchenlo. Él es el único Salvador: sólo quien le cree, lo ama y en él espera, puede alcanzar el perdón y la salvación.
No basta, pues, hablar de Dios ni oír hablar de él; es necesario escucharlo a él en el templo de nuestra persona donde nos habla al corazón y a la mente. Tenemos que evitar a toda costa quebrantar el segundo mandamiento: No pronunciarás el nombre de Dios en vano. Y se peca contra este mandamiento cuando tenemos a Dios en los labios, pero no en el corazón.
P. Jesús Álvarez, ssp.
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