Jesús ha resucitado y de vez en cuando se aparece a los apóstoles. Ellos no tienen claro qué deben hacer, y vuelven a su oficio de pescadores, con Pedro, ya reconocido como guía del grupo. Pero Jesús está ausente. Y no pescan nada en toda la noche. Cuando el Maestro aparece en la orilla, no lo reconocen. El fracaso los ha frustrado. Mas por indicación del desconocido echan las redes y hacen una pesca milagrosa. Entonces el discípulo amado sí reconoce a Jesús, y se lo dice a Pedro, que se lanza al agua para ir a Jesús.
Jesús aprovecha el fracaso en la faena para darles - y darnos - una grande y decisiva lección, la misma que les había dado ya de palabra: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto; pero sin mí no pueden hacer nada”.
Jesús ya tiene fuego encendido, pescado sobre las brasas y pan; pero les pide que aporten a la comida fraterna del fruto de su trabajo. La colaboración de los discípulos con el Maestro es necesaria para continuar su obra salvadora. ¡Gran honor y noble responsabilidad! Pero es indispensable la presencia activa y acogida de Jesús resucitado para que sea fecunda la vida y la misión de los de los discípulos. Sin unión afectiva y efectiva con él es inevitable el fracaso. Jesús es el único Salvador. Nosotros solos no podemos salvar a nadie; pero él puede salvar a través de nosotros.
Hechos de los Apóstoles 5, 27 - 32
Los trajeron y los presentaron ante el Consejo. El sumo sacerdote los interrogó diciendo: "Les habíamos advertido y prohibido enseñar en nombre de ese. Pero ahora en Jerusalén no se oye más que su predicación, y quieren echarnos la culpa por la muerte de ese hombre." Pedro y los apóstoles respondieron: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien ustedes dieron muerte colgándolo de un madero. Dios lo exaltó y lo puso a su derecha como Jefe y Salvador, para dar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de esto y lo es también el Espíritu Santo, que Dios ha dado a los que le obedecen." Y mandaron entrar de nuevo a los apóstoles. Los hicieron azotar y les ordenaron severamente que no volviesen a hablar de Jesús Salvador. Después los dejaron ir. Los apóstoles salieron del Consejo muy contentos por haber sido considerados dignos de sufrir por el Nombre de Jesús.
Lo que no había logrado Jesús, lo consiguen los apóstoles por la acción del Espíritu Santo: “Ustedes han llenado Jerusalén con su enseñanza”, dice el sumo sacerdote, que creía que con haber asesinado a Jesús, acabaría todo. Ya él había dicho: “Harán cosas mayores que yo”.
Mas los apóstoles, sin miedo alguno, responden sin retóricas: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Y habiéndolos apaleado sin motivo – como sin motivo mataron a Jesús -, los sueltan, prohibiéndoles seguir predicando. Quieren tapar el sol con un dedo.
Los apóstoles, a imitación del Maestro en la pasión, no protestan por la paliza, sino todo lo contrario: “Salieron contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús”. Y continuaron predicando en nombre del Resucitado. Y los jefes religiosos se rindieron.
Sacerdotes, catequistas, agentes de pastoral, padres y cristianos en general, ¿nos atrevemos a obedecer a Dios antes que a los hombres, cuando se presenta la alternativa?Apocalipsis 5, 11 - 14
Yo seguía mirando, y oí el clamor de una multitud de ángeles que estaban alrededor del trono, de los Seres Vivientes y de los Ancianos. Eran millones, centenares de millones que gritaban a toda voz: Digno es el Cordero degollado de recibir poder y riqueza, sabiduría y fuerza, honor, gloria y alabanza. Y les respondían todas las criaturas del cielo, de la tierra, del mar y del mundo de abajo. Oí que decían: Al que está sentado en el trono y al Cordero, la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Y los cuatro Seres Vivientes decían "Amén", mientras los Ancianos se postraban y adoraban.
El evangelista san Juan intenta una descripción de la inmensa y eterna gloria de Jesús resucitado, por haber sido degollado como un manso cordero. Gloria que aclaman innumerables multitudes de habitantes del cielo y todos los seres de la tierra y del universo.
Sólo el hombre se atreve a desentonar en este concierto armonioso de toda la creación, negándose a bendecir a Dios por haberle dado la vida, todo lo que es, tiene, ama y disfruta. El toro, el perro respetan y obsequian a su dueño porque los cuida; pero el hombre muchas veces le niega a Dios la fidelidad y gratitud que un simple animal dispensa a su dueño. ¿Adoptamos nosotros con frecuencia esa actitud injusta y ofensiva para con nuestro Creador y Salvador? ¿Y luego pretendemos que nos conserve y multiplique sus dones?