Jesús da un nombre al pobre y no al rico. Al revés de lo que pasa en este mundo: los ricos tienen nombre y renombre; los pobres no tienen nombre ni voz. Pero Lázaro al morir encuentra amigos y felicidad; el rico encuentra tormento y soledad.
Es rico en camino hacia la infelicidad y la soledad todo aquel lo pasa bien, come, bebe y le sobra; tiene amigos, casa, atención médica, diversiones, pero que no quiere enterarse del sufrimiento del pobre y socorrerlo. Como el rico que ignoraba a Lázaro.
Los ricos que viven de espaldas al prójimo necesitado, también viven de espaldas a Dios, idolatrando el dinero, el placer y el poder, hacia el fracaso de su vida.
En el mundo hay mucha pobreza y mucha hambre, pero no sólo de pan, sino de justicia, de verdad, de paz, de cultura, de salud, de ternura, de respeto, de dignidad, de perdón, de compasión, de comprensión, de sonrisa... Y a todos nos es posible remediar alguna forma de pobreza, así como todos podemos ser cómplices de diversas formas de pobreza y hambre. Vale la pena pensar, verificarlo.
Jesús habla a los ricos con la máxima dureza, y no porque quiera condenarlos sin remedio, sino porque quiere que huyan de la ruina eterna, perdiendo en el momento menos pensado todo cuanto tienen, y excluyéndose de la felicidad eterna.
Hoy podemos encontrar a Lázaro donde menos se espera: canillitas, prostitutas, violadas-os, drogadictos, alcohólicos, madres solteras, desocupados, encarcelados…, hasta que una muerte prematura los ponga en las manos de Quien los ama de verdad.
Quienes tienen cuentas faraónicas en bancos nacionales y extranjeros, dejando a millones de Lázaros en la desocupación, en el hambre y en la miseria, suprimirían a quien intentara señalarles su error, aunque les hablara un muerto resucitado.
El dinero acumulado a costa del trabajo, de la pobreza y quizás de la vida de otros, y disfrutado con egoísmo, es una gran maldición, por más que proporcione gratificaciones pasajeras a quienes lo poseen.
Pero el dinero del rico empleado para crear puestos de trabajo, promover la salud y la educación, aliviar a los necesitados..., se vuelve bendición para él y para muchos otros. Este pone sus riquezas en el banco de Dios, que produce intereses eternos incalculables.
Lázaro, en la aceptación esperanzada del sufrimiento y de la muerte, gana la vida eterna, por haber recurrido a Dios, que da al pobre la máxima riqueza: la gloria y el placer eterno. El rico epulón, que endiosó sus riquezas poniéndolas en lugar de Dios, terminó en la máxima pobreza y desgracia.
Que esta parábola nos ayude a ver cómo empleamos todo lo que somos, tenemos y amamos. Y en especial a favor de la salvación ajena, la máxima riqueza.
Amós 6, 1. 4-7
¡Ay de ustedes, los primeros de la primera de las naciones, a quienes acude todo el mundo en Israel! Ustedes descansan en su orgullo y se sienten seguros en el cerro de Samaría, tendidos en camas de marfil o recostados sobre sus sofás, comen corderitos del rebaño y terneros sacados del establo, canturrean al son del arpa y, como David, improvisan canciones. Beben vino en grandes copas, con aceite exquisito se perfuman, pero no se afligen por el desastre de mi pueblo. Por eso ustedes serán ahora los primeros en partir al destierro, y así se terminará con tantos ociosos.
¡Cuán actual resulta hoy la denuncia del profeta Amós! Mientras naciones poderosas despojan a las pobres con intereses abusivos sobre deudas eternas, cada día más insoportables, y se apropian sus bienes mediante robos ingentes a guante blanco, practican el soborno, la corrupción, el engaño, la venta de armas; provocan guerras injustas en las que eliminan a multitud de inocentes, sembrando el luto en gran número de familias; mandan a sus jóvenes compatriotas a otras naciones para matar a quienes tienen el mismo derecho a vivir que ellos; miles de cuyos jóvenes pierden la vida o quedan mutilados para siempre.
Mientras los que orquestan toda esa ingente injusticia criminal se dan a la gran vida, que sostienen con astronómicas cuentas bancarias, e incluso se regodean en el sufrimiento de sus víctimas, supuestos enemigos “inventados” por su imaginación al servicio de sus intereses comerciales, armamentistas y consumistas..., sin pensar siquiera que “con la misma medida que miden, serán medidos”.
Así alimentan la amenaza global cada vez más cruel del terrorismo, que multiplica esa misma injusticia y crueldad contra multitud de inocentes.
¿Qué parte tenemos cada uno, cada nación, en tan cruel carrera de injusticia y muerte? ¿Nos pasa algo parecido en el hogar, en el trabajo, en los grupos?
I Timoteo 6,11-16
Pero tú, hombre de Dios, huye de todo eso. Procura ser religioso y justo. Vive con fe y amor, constancia y bondad. Pelea el buen combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado y por la que hiciste tu hermosa declaración de fe en presencia de numerosos testigos. Ahora te doy una orden en presencia del Dios que da vida al universo entero, y de Cristo Jesús, que dio su magnífico testimonio ante Poncio Pilato: guarda el mandato, presérvalo de todo lo que pueda mancharlo o adulterarlo hasta la venida gloriosa de Cristo Jesús, nuestro Señor. A su debido tiempo Dios lo manifestará, el bienaventurado y único Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el único poseedor de la inmortalidad, que habita en una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver, a él honor y poder por siempre jamás.
San Pablo exhorta a Timoteo a huir del orgullo, de la ambición, de la corrupción, de la mentira, de la avaricia, raíz de todos los males. Y le sugiere los medios para lograrlo: Ser religioso y justo; vivir con fe, amor, constancia y bondad; combatir por la fe y así conquistar la vida eterna.
Ser religioso y vivir con fe equivale a vivir de cara a Dios, pendientes de su voluntad y conscientes de su presencia amorosa y generosa.
Combatir por la fe para conquistar la vida eterna consiste en luchar con Cristo resucitado por los valores de su reino, por los cuales se encarnó, nació, vivió, trabajó, luchó, sufrió, murió y resucitó: la vida y la verdad, el amor y la libertad, la justicia y la paz, el sentido de la vida y la alegría de vivir y de morir para resucitar como él para la gloria eterna. Lucha que empieza por casa, o se reduce a una farsa.
Nadie es incapaz de vivir la fe y de luchar por esos bienes, en la seguridad de la victoria junto con el Resucitado. Pero esa fe hay que pedirla y cultivarla día a día.
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