Sunday, October 28, 2007

LA ORACIÓN EFICAZ

LA ORACIÓN EFICAZ

Domingo 30º tiempo ordinario / 28-10-2007

Jesús, al ver que algunos estaban convencidos de ser justos y que despreciaban a los demás, dijo esta parábola: Dos hombres subieron al Templo a orar. Uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, puesto de pie, oraba en su interior de esta manera: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros, o como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y doy la décima parte de todas mis entradas”. Mientras tanto el publicano se quedaba atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: «Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador.» Yo les digo que este último regresó a su casa en gracia de Dios, pero el fariseo no. Porque el que se enorgullece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. (Lucas. 18,9-14).

El que se creía bueno, oró mal. Más bien no oró, si no que presentó a Dios la factura de sus méritos. Mientras que el se veía malo, como era, oró bien, reconociendo su condición de pecador y exponiendo su deseo confiado de perdón y conversión. Dios escuchó la oración del publicano y marcó el principio de una vida nueva. Mientras que el fariseo salió del templo más pecador, por su orgullo.

Es imposible que haga oración verdadera quien se considera justo, quien no tiene nada de qué arrepentirse, nada que esperar de Dios ni nada que agradecerle. El fariseísmo es la total negación de la vida cristiana. Es decisivo verificar si estamos afectados por ese mal, pues sólo en quien reconoce su enfermedad, puede desear, pedir y recibir la curación.

La autosuficiencia nos lleva a creer que podemos ser cristianos sin creer en Cristo y sin amarlo; sin verdadera oración amorosa de tú a tú, de presencia mutua con él, de humildad, sinceridad, confianza. La oración es tiempo del corazón, tiempo de amor y de relación personal. Oración que lleva al compromiso de amor al prójimo necesitado. De lo contrario la oración será una exhibición inútil o farisaica ante Dios.

Orar y contemplar nos llevan a interesarnos en la real promoción de los valores del reino de Dios: la vida y la verdad, la justicia y la paz, la libertad y la solidaridad, la alegría y el amor. La oración se convierte en amor social y en actitud de política evangélica: trabajar por la convivencia social y el bien común a favor del pueblo según nuestras posibilidades. Empezando por lo más próximos, como es la familia.

Esa oración nunca es tiempo perdido. Cuando oramos de verdad, Dios trabaja por nosotros, dando eficacia divina, liberadora y salvífica a nuestra vida y a las obras humanas de nuestras pequeñas manos.

El tiempo que pasamos en oración es el más fecundo de nuestra existencia. La oración es la fuerza divina de nuestras obras, que llevan la salvación de Cristo si las realizamos en unión con él: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”.

Debemos tener un tiempo de oración en que nos presentamos ante Dios libres de preocupaciones y trabajos, para que Dios se haga presente en nuestras vidas, preocupaciones y trabajos, y les confiera valor eterno.

Estas disposiciones debemos llevarlas sobre todo a la Eucaristía, la oración máxima de la Iglesia y del cristiano, sacramento de la presencia viva y del amor salvador de Jesús resucitado. En la Misa él mismo ora y se ofrece al Padre por nosotros y con nosotros. Es la oración más eficaz, si la vivimos.

Necesitamos orar continuamente para vivir orientados hacia la fuente de todo cuanto somos, tenemos, amamos, gozamos y esperamos: Dios. Oración, jaculatorias, invocaciones, petición de perdón, acción de gracias, adoración…, en casa, en el trabajo, en los medios de locomoción, en las penas y en las alegrías.

Pidamos al Espíritu Santo que “ore en nosotros con palabras inefables, pues no sabemos pedir como conviene”; y a María que tome nuestras veces y presente a Dios nuestras oraciones como si fueran suyas. Entonces sí haremos oración grata a Dios.


Eclesiástico
35,12-14. 16-18

El Señor es juez y no hace distinción de personas; no se muestra parcial contra el pobre y escucha la súplica del oprimido; no desoye la plegaria del huérfano, ni de la viuda cuando le expone su queja. El que rinde culto que agrada al Señor, es aceptado, y su plegaria llega hasta las nubes. La súplica del humilde atraviesa el cielo, y mientras no llega a su destino, él no se consuela: no desiste mientras el Altísimo no interviene para juzgar a los justos y hacerles justicia.

Dios no hace acepción de personas; pero tiene preferencia por los pobres, los débiles, los oprimidos, los huérfanos, las viudas desamparadas. Y esta actitud es una seria lección que hemos de llevar a la práctica, para no caer en el error de rechazar o marginar a quien Dios prefiere, y favorecer a quien Dios rechaza.

Dios escucha las plegarias de quienes le suplican con sinceridad, sencillez, confianza, humildad. San Pablo nos señala cuál es el culto que le agrada a Dios: “Les exhorto a presentar sus cuerpos (sus personas) como ofrenda agradable a Dios. Este es su culto razonable”: ofrecer a Dios lo que de él recibimos: lo que somos y lo que tenemos, lo que hacemos y sentimos, lo que gozamos y lo que sufrimos.

Esta ofrenda de nuestra persona presentada al Padre junto con Cristo por la salvación del mundo, la nuestra y la de los nuestros, coincide con el cumplimiento expreso de su voluntad: “Dios quiere que todos los hombres se salven”.

Esa ofrenda y súplica atraviesa el cielo hacia el trono de Dios, y es siempre atendida por él, a pesar de que pueda demorarse para que deseemos más intensamente, valoremos y agradezcamos más lo que pedimos. De ahí la necesidad de no desistir nunca de orar, aunque parezca que Dios no nos escucha o se demora.


2 Timoteo 4,6-8. 16-18

Yo, por mi parte, estoy llegando al fin y se acerca el momento de mi partida. He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado lo que depositaron en mis manos. Sólo me queda recibir la corona de toda vida santa con la que me premiará aquel día el Señor, juez justo; y conmigo la recibirán todos los que anhelaron su venida gloriosa. La primera vez que presenté mi defensa, nadie estuvo a mi lado, todos me abandonaron. ¡Que Dios no se lo tenga en cuenta! Pero el Señor estuvo conmigo llenándome de fuerza, para que el mensaje fuera proclamado por medio de mí y llegara a oídos de todas las naciones; y quedé libre de la boca del león. El Señor me librará de todo mal y me salvará llevándome a su reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

El cristiano teme la muerte como los demás; pero tiene la esperanza de llegar, por la muerte, a la resurrección y la gloria eterna, gracias a la misericordia de Dios, que tiene en cuenta las obras realizadas con amor en esta vida.

Además el cristiano – persona que vive unida a Cristo - anhela su venida gloriosa al final de la vida temporal, a semejanza de san Pablo: “Para mí es con mucho lo mejor morirme para estar con Cristo”.

Quien vive unido a Cristo sabe que él lo “librará de todo mal y lo salvará llevándolo a su reino celestial”, a la casa eterna de su Padre. Y esta esperanza le da fortaleza en las penas, en los peligros, en el abandono por parte incluso de los más allegados y queridos... Se fía de la palabra de Jesús: “Estoy con ustedes todos los días”.

Pero es necesario vivir la vida cristiana como lo que es: vida unida efectiva y afectivamente a Cristo resucitado presente y operante, como dice san Pablo de sí mismo: “Vivo yo, mas no soy yo quien vive; es Cristo quien vive en mí”. Porque sin esta unión, la vida es vida sin Cristo, no cristiana, aunque tenga apariencias de cristiana. Y el que no tiene la vida o “el Espíritu de Cristo, no es de Cristo”, está fuera de su reino, se autoexcluye de él.

P. Jesús Álvarez, ssp .

Sunday, October 21, 2007

LA ORACIÓN QUE DIOS SIEMPRE ESCUCHA


Domingo 29° del tiempo ordinario-C /21-10-2007


Jesús propuso este ejemplo sobre la necesidad de orar siempre sin desanimarse: En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaba nadie. Y una viuda fue donde él a rogarle: “Hágame justicia contra mi ofensor”. Mas el juez no le hizo caso durante un buen tiempo. Sin embargo al final pensó: “Aunque no temo a Dios ni me importa nadie, esta mujer me importuna tanto, que la voy a complacer, para que no vuelva a molestarme más”. Y continuó Jesús: - ¿Se han fijado en la decisión del juez malo? Pues bien: ¿no terminará Dios haciendo justicia a sus elegidos si claman a él día y noche? Les aseguro que sí les hará justicia, y pronto. Pero cuando vuelva el Hijo del hombre, ¿hallará esta fe en la tierra? Lucas 18, 1-8.


El evangelio nos presenta a una pobre viuda inocente, víctima de una injusticia y de la indiferencia por parte de la justicia humana.

Muchos suelen preguntarse: “Si Dios existe y es justo, ¿por qué permite tantas injusticias y penas? ¿Por qué son los inocentes los que más sufren?” Y hay quiénes se atreven a culpar a Dios de los males que sufren ellos y la humanidad.

Pero de Dios sólo puede venir el bien. El sufrimiento y el mal vienen de las fuerzas del mal y de sus secuaces, como también de nuestros propios pecados, errores, descuidos, y de los ajenos.

No es raro que expulsemos a Dios de nuestra vida, de nuestras alegrías y sufrimientos, diversiones y trabajo, familia y educación, y luego le echemos la culpa de los males que nos sobrevienen por no tenerlo en cuenta y por despreciarlo. Nosotros mismos elegimos el mal que nos castiga o somos sus cómplices.

Las fuerzas del mal son muy superiores a las fuerzas del hombre; necesitamos de la misma fuerza de Dios tanto para vencer el mal como para hacer el bien. Él tiene poder para transformar el sufrimiento en fuente de salvación y gloria. Y esta fuerza Dios nos la da en la oración perseverante y confiada.

La respuesta más clara al sufrimiento está en Cristo, que pasó a la resurrección y a la vida gloriosa a través del sufrimiento absurdo y de la muerte más injusta en la cruz. Su oración fue escuchada. Sin embargo, el Padre no lo libró del sufrimiento pasajero, pero sí le dio la fortaleza para afrontar el sufrimiento, y luego le dio mucho más de lo que pedía: la resurrección y la gloria para él y para los hombres, sus hermanos, nosotros.

El sufrimiento y la muerte no son absurdos si se viven en la perspectiva de la cruz redentora, de la resurrección y de la gloria eterna.

Es necesario orar con insistencia, como la viuda del Evangelio. Y esta oración Dios no puede menos de escucharla, pues él quiere nuestra resurrección y gloria, lo mismo que nosotros necesitamos y queremos desde lo más profundo de nuestro ser: cambiar el sufrimiento pasajero en felicidad eterna.

Si un juez injusto accede a una petición insistente, ¡cuánto más Dios que nos ama más que nadie! “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”.

En esa oración hemos de incluir también a todos nuestros hermanos que sufren en toda la redondez de la tierra, para que Dios les alivie, les dé fortaleza y esperanza, y transforme sus penas en fuente de salvación, resurrección y felicidad eterna. Quien ofrece los propios sufrimientos por la salvación de los demás, practica el amor más grande, que está en dar la vida por quienes se ama, como hizo Cristo.

La oración verdadera es encuentro, trato personal de fe y de amistad con quien sabemos que nos ama más que nadie. Justamente Jesús se pregunta si a su regreso encontrará gente con esta fe hecha oración confiada y perseverante, que se refleja en las obras y en la vida; y en la amorosa adoración a Dios en espíritu y en verdad.

Éxodo 17,8-13

En Refidim los amalecitas vinieron a atacar a Israel. Moisés dijo a Josué: "Elígete algunos hombres y marcha a pelear contra los amalecitas. Yo, por mi parte, estaré mañana en lo alto de la loma, con el bastón de Dios en mi mano." Josué hizo como se lo ordenaba Moisés, y salió a pelear contra los amalecitas. Mientras tanto, Moisés, Aarón y Jur subieron a la cumbre de la loma. Y sucedió que mientras Moisés tenía los brazos levantados, se imponía Israel, pero cuando los bajaba, se imponían los amalecitas. Se le cansaron los brazos a Moisés; entonces tomaron una piedra y sentaron a Moisés sobre ella, mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así, Moisés mantuvo sus brazos alzados hasta la puesta del sol y Josué derrotó a la gente de Amalec.

El pueblo de Israel marcha por el desierto hacia la libertad, pero se encuentra con serios peligros: el hambre, la sed y los enemigos. Sin embargo Moisés cree firmemente en la ayuda de Dios que los acompaña para librarlos de esos peligros.

Los amalecitas eran un pueblo vagabundo que asaltaba a las caravanas en el desierto. Moisés, al conocer su presencia y el peligro de ser atacados en cualquier momento, manda a Josué, el jefe de las tropas israelíes, que les haga frente en nombre de Dios, mientras él sube al monte para interceder a favor de su gente.

No se dice que Moisés pronunciara alguna oración, pero su gesto de brazos en alto y rostro hacia el cielo, son por sí mismos oración elocuente, una real y confiada comunicación con Dios que, a través de Moisés y del pueblo, se hace protagonista de la historia.

Este hecho nos invita a considerar como oración, no sólo aquella que se pronuncia con los labios, sino también la que en el silencio se expresa con gestos, actitudes, deseos, llanto, sufrimiento ofrecido, gratitud, adoración, confianza en la presencia activa del Dios como compañero de nuestro caminar hacia la patria celestial. Presencia que Jesús nos promete con su palabra infalible: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.

2 Timoteo 3,14-17; 4,1-2

Tú, en cambio, quédate con lo que has aprendido y de lo que estás seguro, sabiendo de quiénes lo recibiste. Además, desde tu niñez conoces las Sagradas Escrituras. Ellas te darán la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar, rebatir, corregir y guiar en el bien. Así el hombre de Dios se hace un experto y queda preparado para todo trabajo bueno. Te ruego delante de Dios y de Cristo Jesús, juez de vivos y muertos, que ha de venir y reinar, y te digo: predica la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, rebatiendo, amenazando o aconsejando, siempre con paciencia y dejando una enseñanza.

San Pablo exhorta a Timoteo a que asimile, viva y predique lo que ha aprendido de él y de las Sagradas Escrituras que conoce desde la infancia.

Las Sagradas Escrituras, (la Biblia) han sido inspiradas por Dios que, mediante ellas, quiere llevar a cabo nuestra salvación. La Palabra de Dios está dirigida a cada uno en particular. Pero sólo podrá dar la salvación si se se la pone en práctica. No basta con saberla de memoria ni con enseñarla: no basta conocer la Palabra de Dios, sino que es necesario vivirla para que se haga fuente de salvación.

Y cuando la Palabra de Dios se conoce y vive de verdad, no podemos menos de comunicarla a los demás allí donde vivimos y actuamos. Pero la comunicación más elocuente no es la verbal, que fácilmente se queda en teórica, si no la que se realiza con la vida y la conducta y, en consecuencia, mediante la palabra proclamada “con ocasión o sin ella”.

Todos tenemos el privilegio, la posibilidad y la responsabilidad de comunicar la palabra viva de Dios, lo cual es posible sólo si se vive; y si se vive, resulta espontáneo anunciarla. Nuestra misión es “vivir en Cristo y comunicar a Cristo”.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, October 14, 2007

Si somos constantes, reinaremos con él.

SI SOMOS CONSTANTES, REINAREMOS CON ÉL.

Lucas 17,11-19

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se detuvieron a cierta distancia y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». Al verlos les dijo: «Vayan y preséntense a los sacerdotes». Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias. Éste era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?» Y le dijo: «Levántate y vete; tu fe te ha salvado».

Reyes 5,14-17

En aquellos días, Naamán, general del ejército del rey de Siria bajó al Jordán y se bañó siete veces, como había ordenado el profeta Elíseo, y su carne quedó limpia de la lepra, como la de un niño. Volvió con su comitiva y se presentó al profeta, diciendo: «Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el de Israel. Acepta, te lo ruego, un regalo de tu servidor». Elíseo contestó: « ¡Juro por Dios, a quien sirvo, que no aceptaré nada!» Y aunque Naamán insistió, Elíseo se negó a aceptar. Naamán dijo: «Entonces, permite que me den un poco de esta tierra que puedan cargar un par de mulas; porque en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios a otros dioses fuera del Señor».

Timoteo 2,8-13

Querido hermano: Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido de la descendencia de David. Éste ha sido mi Evangelio, por el que sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo soporto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación, lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna. Es doctrina segura: Si con él morimos, viviremos con él. Si somos constantes, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a si mismo.

Sunday, October 07, 2007

AUMÉNTANOS LA FE

AUMÉNTANOS LA FE

Domingo 27º tiempo ordinario / 7-10-2007

Los apóstoles dijeron al Señor: - Auméntanos la fe. El Señor respondió: - Si ustedes tienen un poco de fe, no más grande que un granito de mostaza, dirán a ese árbol: Arráncate y plántate en el mar, y el árbol les obedecerá. Si ustedes tienen un servidor que está arando o cuidando el rebaño, cuando él vuelve del campo, ¿le dicen acaso: “Entra y descansa?” ¿No le dirán más bien: “Prepárame la comida y ponte el delantal para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú?” ¿Y quién de ustedes se sentirá agradecido con él porque hizo lo que le fue mandado? Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que les ha sido mandado, digan: Somos servidores inútiles, pues hicimos lo que era nuestro deber. (Lucas. 17,5-10).

Los apóstoles reconocen que tienen fe, pero se ven deficientes en la imitación de la vida, actitudes, sentimientos y obras de Jesús.

Los apóstoles no piden aumento de capacidad mental para aceptar verdades y doctrinas, sino que piden aumento de la fe como experiencia de fidelidad y amor a Cristo. Una fe que los haga gozosamente capaces de transformarse y de transformar, y de recorrer en comunión con el Maestro el camino que lleva a la resurrección y a la vida eterna.

Gran parte de la sociedad corre ansiosa hacia la nada por el camino de la satisfacción inmediata, a costa de quien sea o de lo que sea, incluso a costa de sí mismo. Está como drogada por el materialismo, ciega y sorda frente las consecuencias fatales de su comportamiento.

Por otra parte, muchas personas que se creen “muy” religiosas, llevan una escandalosa incoherencia de vida. Cosa que sucede también a pastores y catequistas, que no viven lo que enseñan, o transmiten sólo conocimientos teóricos, moral y dogmas que no llevan a la experiencia amorosa den Cristo resucitado, vivo y presente. No es difícil encontrar a catequistas de primera comunión que ni siquiera comulgan.

La fe es una opción que arriesga todo por el todo; nos decide por la vida eterna a pesar de estar viendo cómo se apaga la vida temporal; nos pone a favor de la luz, a pesar de estar sumergidos en tinieblas; nos da confianza en la acogida y el amor de Dios, sin estar totalmente seguros de ello; arriesga lo que se tiene como seguro por lo que se espera; nos da la alegría de morir porque esperamos la resurrección y la gloria. La fe nos da la sabiduría de la vida, porque nos ayuda a ver la realidad con los mismos ojos de Dios.

Esta es la fe que trasplanta los árboles de la voluntad humana desviada, y mueve las rocas de los corazones empedernidos por la indiferencia; transforma mentalidades pervertidas o desviadas por la ignorancia y el orgullo.

Pero la fe no es una conquista personal de la que podamos gloriarnos, sino un don para el servicio humilde, liberador y salvador a favor de los otros. Nosotros sólo podemos pedir, acoger y agradecer ese don de Dios, suplicar, como los apóstoles, que nos lo acreciente.

La fe no es sólo creer en doctrinas y dogmas, sino unión de amor y trato personal con Cristo Resucitado para producir mucho fruto de salvación a favor nuestro y de muchos otros. La fe es a la vez amor sincero a Dios y amor efectivo al prójimo.

Mas cuando produzcamos mucho fruto, hemos de considerarnos siervos inútiles, en el sentido que el mismo Jesús nos dice: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto; pero sin unión conmigo, no pueden hacer nada”. Porque el fruto lo produce él a través de quien a él está unido.

La fe y sus obras de amor son como el pase gratuito y amoroso de Dios Padre y Amigo para que podamos tener el ciento por uno aquí en la tierra, y luego la resurrección y a la vida eterna en su reino.

“¡Señor, auméntanos la fe!”


Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4


¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que tú escuches, clamaré hacia ti: «¡Violencia», sin que tú me salves? ¿Por qué me haces ver la iniquidad y te quedas mirando la opresión? No veo más que saqueo y violencia, hay contiendas y aumenta la discordia. El Señor me respondió y dijo: “Escribe la visión, grábala sobre unas tablas para que se la pueda leer de corrido. Porque la visión aguarda el momento fijado, ansía llegar a término y no fallará; si parece que se demora, espérala, porque vendrá seguramente, y no tardará. El que no tiene el alma recta, sucumbirá; pero el justo vivirá por su fidelidad.

¿Hasta cuándo? ¿Por qué? ¿Cómo puede Dios soportar el triunfo de la injusticia y tan ingente cúmulo de abusos y crímenes? ¿Sigue Dios dirigiendo la historia humana? Son preguntas que acosan a todo el que tenga un mínimo de fe en Dios. Y muchos, al no hallar respuestas satisfactorias, pierden la fe.

Los poderosos y políticos que prometen cambiar las cosas, no van más allá de palabras, y terminan contradiciendo con la obras lo que prometieron de palabra. Y los grandes perdedores son siempre los pobres y los inocentes, como podemos constatar a diario. ¿Hasta cuándo triunfarán los perversos?

Es necesario subir de órbita, pasar a la órbita de Dios, a su eterno presente, a su sabiduría y poder infinitos para comprender la situación, que de seguro se revertirá y nosotros lo veremos. Pero ya se verifica cada día en millones de inocentes que pasan a la gloria eterna, y en multitud de perversos van al tormento eterno. El paso a la eternidad da vuelta a la tortilla.

En el ámbito humano-temporal no hay explicación. Sólo hay respuesta desde la fe y la paciencia, la confianza y la fidelidad obstinada a Dios, podemos colaborar en el triunfo definitivo de Dios, que librará a los suyos de tanta calamidad y maldad.

Con el poder de Dios que Cristo ejerce en nosotros y a través de nosotros si estamos unidos a él, sin duda podemos ir cambiando el mundo donde nos toca vivir y actuar: familia, trabajo, política, educación, comunidad, grupo, Iglesia; y no siempre el cambio resulta perceptible, como sucede con el crecimiento a partir de una semilla. Pero Jesús nos asegura: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”.


Timoteo 1, 6-8. 13-14


Querido hijo: Te recomiendo que reavives el don de Dios que has recibido por la imposición de mis manos. Porque el Espíritu que Dios nos ha dado no es un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad. No te avergüences del testimonio de nuestro Señor, ni tampoco de mí, que soy su prisionero. Al contrario, comparte conmigo los sufrimientos que es necesario padecer por el Evangelio, animado con la fortaleza de Dios. Toma como norma las saludables lecciones de fe y de amor a Cristo Jesús que has escuchado de mí. Conserva lo que se te ha confiado, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.

Por medio del Espíritu Santo, que habita en nosotros, Dios nos ha y da dado a cada uno dones que debemos reconocer y poner al servicio del plan liberador y salvador que Cristo está llevando a cabo, también en nuestros ambientes. No podemos hacerlos talentos enterrados e improductivos, de los que tendríamos que dar cuenta. Pero no hemos de obrar por temor, sino por amor, con fortaleza y perseverancia tenaz.

Esos dones se los recibimos sobre todo en el Bautismo, en la Eucaristía, en la confirmación, en el matrimonio, en la ordenación sacerdotal, en la oración, etc. Y nos habilitan para que Cristo resucitado pueda dar testimonio de sí a través de nosotros.

Pero sin olvidar que por lo general tenemos que testimoniar el Evangelio en ambientes hostiles, - y puede serlo incluso nuestra propia familia – tomando conciencia de que toda forma de evangelización supone llevar la cruz junto con Cristo, y de que es él quien obra en nosotros, de lo contrario no podríamos hacer nada en el orden de la salvación. Necesitamos la fortaleza y la ayuda del Espíritu Santo, que debemos pedir, esperar y agradecer continuamente.


P. Jesús Álvarez, ssp.