Sunday, October 21, 2007

LA ORACIÓN QUE DIOS SIEMPRE ESCUCHA


Domingo 29° del tiempo ordinario-C /21-10-2007


Jesús propuso este ejemplo sobre la necesidad de orar siempre sin desanimarse: En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaba nadie. Y una viuda fue donde él a rogarle: “Hágame justicia contra mi ofensor”. Mas el juez no le hizo caso durante un buen tiempo. Sin embargo al final pensó: “Aunque no temo a Dios ni me importa nadie, esta mujer me importuna tanto, que la voy a complacer, para que no vuelva a molestarme más”. Y continuó Jesús: - ¿Se han fijado en la decisión del juez malo? Pues bien: ¿no terminará Dios haciendo justicia a sus elegidos si claman a él día y noche? Les aseguro que sí les hará justicia, y pronto. Pero cuando vuelva el Hijo del hombre, ¿hallará esta fe en la tierra? Lucas 18, 1-8.


El evangelio nos presenta a una pobre viuda inocente, víctima de una injusticia y de la indiferencia por parte de la justicia humana.

Muchos suelen preguntarse: “Si Dios existe y es justo, ¿por qué permite tantas injusticias y penas? ¿Por qué son los inocentes los que más sufren?” Y hay quiénes se atreven a culpar a Dios de los males que sufren ellos y la humanidad.

Pero de Dios sólo puede venir el bien. El sufrimiento y el mal vienen de las fuerzas del mal y de sus secuaces, como también de nuestros propios pecados, errores, descuidos, y de los ajenos.

No es raro que expulsemos a Dios de nuestra vida, de nuestras alegrías y sufrimientos, diversiones y trabajo, familia y educación, y luego le echemos la culpa de los males que nos sobrevienen por no tenerlo en cuenta y por despreciarlo. Nosotros mismos elegimos el mal que nos castiga o somos sus cómplices.

Las fuerzas del mal son muy superiores a las fuerzas del hombre; necesitamos de la misma fuerza de Dios tanto para vencer el mal como para hacer el bien. Él tiene poder para transformar el sufrimiento en fuente de salvación y gloria. Y esta fuerza Dios nos la da en la oración perseverante y confiada.

La respuesta más clara al sufrimiento está en Cristo, que pasó a la resurrección y a la vida gloriosa a través del sufrimiento absurdo y de la muerte más injusta en la cruz. Su oración fue escuchada. Sin embargo, el Padre no lo libró del sufrimiento pasajero, pero sí le dio la fortaleza para afrontar el sufrimiento, y luego le dio mucho más de lo que pedía: la resurrección y la gloria para él y para los hombres, sus hermanos, nosotros.

El sufrimiento y la muerte no son absurdos si se viven en la perspectiva de la cruz redentora, de la resurrección y de la gloria eterna.

Es necesario orar con insistencia, como la viuda del Evangelio. Y esta oración Dios no puede menos de escucharla, pues él quiere nuestra resurrección y gloria, lo mismo que nosotros necesitamos y queremos desde lo más profundo de nuestro ser: cambiar el sufrimiento pasajero en felicidad eterna.

Si un juez injusto accede a una petición insistente, ¡cuánto más Dios que nos ama más que nadie! “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”.

En esa oración hemos de incluir también a todos nuestros hermanos que sufren en toda la redondez de la tierra, para que Dios les alivie, les dé fortaleza y esperanza, y transforme sus penas en fuente de salvación, resurrección y felicidad eterna. Quien ofrece los propios sufrimientos por la salvación de los demás, practica el amor más grande, que está en dar la vida por quienes se ama, como hizo Cristo.

La oración verdadera es encuentro, trato personal de fe y de amistad con quien sabemos que nos ama más que nadie. Justamente Jesús se pregunta si a su regreso encontrará gente con esta fe hecha oración confiada y perseverante, que se refleja en las obras y en la vida; y en la amorosa adoración a Dios en espíritu y en verdad.

Éxodo 17,8-13

En Refidim los amalecitas vinieron a atacar a Israel. Moisés dijo a Josué: "Elígete algunos hombres y marcha a pelear contra los amalecitas. Yo, por mi parte, estaré mañana en lo alto de la loma, con el bastón de Dios en mi mano." Josué hizo como se lo ordenaba Moisés, y salió a pelear contra los amalecitas. Mientras tanto, Moisés, Aarón y Jur subieron a la cumbre de la loma. Y sucedió que mientras Moisés tenía los brazos levantados, se imponía Israel, pero cuando los bajaba, se imponían los amalecitas. Se le cansaron los brazos a Moisés; entonces tomaron una piedra y sentaron a Moisés sobre ella, mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así, Moisés mantuvo sus brazos alzados hasta la puesta del sol y Josué derrotó a la gente de Amalec.

El pueblo de Israel marcha por el desierto hacia la libertad, pero se encuentra con serios peligros: el hambre, la sed y los enemigos. Sin embargo Moisés cree firmemente en la ayuda de Dios que los acompaña para librarlos de esos peligros.

Los amalecitas eran un pueblo vagabundo que asaltaba a las caravanas en el desierto. Moisés, al conocer su presencia y el peligro de ser atacados en cualquier momento, manda a Josué, el jefe de las tropas israelíes, que les haga frente en nombre de Dios, mientras él sube al monte para interceder a favor de su gente.

No se dice que Moisés pronunciara alguna oración, pero su gesto de brazos en alto y rostro hacia el cielo, son por sí mismos oración elocuente, una real y confiada comunicación con Dios que, a través de Moisés y del pueblo, se hace protagonista de la historia.

Este hecho nos invita a considerar como oración, no sólo aquella que se pronuncia con los labios, sino también la que en el silencio se expresa con gestos, actitudes, deseos, llanto, sufrimiento ofrecido, gratitud, adoración, confianza en la presencia activa del Dios como compañero de nuestro caminar hacia la patria celestial. Presencia que Jesús nos promete con su palabra infalible: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.

2 Timoteo 3,14-17; 4,1-2

Tú, en cambio, quédate con lo que has aprendido y de lo que estás seguro, sabiendo de quiénes lo recibiste. Además, desde tu niñez conoces las Sagradas Escrituras. Ellas te darán la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar, rebatir, corregir y guiar en el bien. Así el hombre de Dios se hace un experto y queda preparado para todo trabajo bueno. Te ruego delante de Dios y de Cristo Jesús, juez de vivos y muertos, que ha de venir y reinar, y te digo: predica la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, rebatiendo, amenazando o aconsejando, siempre con paciencia y dejando una enseñanza.

San Pablo exhorta a Timoteo a que asimile, viva y predique lo que ha aprendido de él y de las Sagradas Escrituras que conoce desde la infancia.

Las Sagradas Escrituras, (la Biblia) han sido inspiradas por Dios que, mediante ellas, quiere llevar a cabo nuestra salvación. La Palabra de Dios está dirigida a cada uno en particular. Pero sólo podrá dar la salvación si se se la pone en práctica. No basta con saberla de memoria ni con enseñarla: no basta conocer la Palabra de Dios, sino que es necesario vivirla para que se haga fuente de salvación.

Y cuando la Palabra de Dios se conoce y vive de verdad, no podemos menos de comunicarla a los demás allí donde vivimos y actuamos. Pero la comunicación más elocuente no es la verbal, que fácilmente se queda en teórica, si no la que se realiza con la vida y la conducta y, en consecuencia, mediante la palabra proclamada “con ocasión o sin ella”.

Todos tenemos el privilegio, la posibilidad y la responsabilidad de comunicar la palabra viva de Dios, lo cual es posible sólo si se vive; y si se vive, resulta espontáneo anunciarla. Nuestra misión es “vivir en Cristo y comunicar a Cristo”.

P. Jesús Álvarez, ssp.

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