ADMINISTRAR SABIAMENTE LA VIDA
Domingo 33º del tiempo ordinario-A / 16 Noviembre de 2008
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: Escuchen también esto. Un hombre estaba a punto de partir a tierras lejanas, y reunió a sus servidores para confiarles todas sus pertenencias. Al primero le dio cinco talentos de oro, a otro le dio dos, y al tercero solamente uno, a cada cual según su capacidad. Luego se marchó. Después de mucho tiempo, vino el señor de esos servidores, y les pidió cuentas. El que había recibido cinco talentos le presentó otros cinco más, diciéndole: «Señor, tú me entregaste cinco talentos, pero aquí están otros cinco más que gané con ellos». El patrón le contestó: «Muy bien, servidor bueno y honrado; ya que has sido fiel en lo poco, yo te voy a confiar mucho más. Ven a compartir la alegría de tu patrón.» Vino después el que recibió dos, y dijo: «Señor, tú me entregaste dos talentos, pero aquí tienes otros dos más que gané con ellos.» El patrón le dijo: «Muy bien, servidor bueno y honrado; ya que has sido fiel en lo poco, yo te confiaré mucho más. Ven a compartir la alegría de tu patrón». Por último vino el que había recibido un solo talento y dijo: «Señor, yo sabía que eres un hombre exigente, que cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has invertido. Por eso yo tuve miedo y escondí en la tierra tu dinero. Aquí tienes lo que es tuyo.» Pero su patrón le contestó: «¡Servidor malo y perezoso! Si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he invertido, debías haber colocado mi dinero en el banco. A mi regreso yo lo habría recuperado con los intereses. Quítenle, pues, el talento y entréguenselo al que tiene diez. Porque al que produce, se le dará y tendrá en abundancia, pero al que no produce, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese servidor inútil, échenlo a la oscuridad de afuera: allí será el llorar y el rechinar de dientes.» Mateo 25, 14-30.
Dios nos confió cúmulo de dones extraordinarios al crearnos: la vida, el cuerpo y el espíritu, la inteligencia, el corazón, la libertad, la salud, el tiempo, la familia, la fe, la Biblia, los sacramentos, María, la Iglesia, la redención, la creación, la técnica... Todos por él conservados e incrementados con muchos otros dones a través de la existencia bendita.
Todos tenemos una capacidad inmensa para agradecer a Dios tanta bondad haciendo producir esos talentos, para así tener acceso al talento-tesoro incomparable de la gloria eterna en el paraíso. No basta sólo con no hacer el mal, hay que hacer todo el bien posible, usando bien y para bien todo lo que hemos recibido, recibimos y recibiremos.
Malgastar tantos dones de una forma egoísta y necia, ajenos al bien del prójimo y al amor de Dios, es exponerse a perderlos para siempre. Nuestro mayor tesoro es el mismo Cristo resucitado presente en nuestra persona, que da valor eterno a nuestra vida, obras, alegrías, sufrimientos, y nos libra del máximo mal, que es muerte, dándonos la resurrección.
Vale la pena preguntarse qué clase de siervos somos, y tomar, en todo caso, la valiente decisión de aprovechar nuestros talentos prestados por Dios, haciéndolos producir para evitarnos el eterno pesar de haberlos desperdiciado y perdido para siempre.
Los servidores que trabajaron con sus talentos, no sólo le dieron ganancias a su patrón, sino sobre todo ganaron para sí mismos. Además se merecieron las alabanzas y la confianza de su señor, éste los invitó al gozo de su banquete y les confió cargos importantes. ¡Así de espléndido es Dios con nosotros! Para agradecérselo toda la vida y toda la eternidad.
Mientras que el siervo perezoso se pasó de listo, se traicionó a sí mismo, fue despedido y se arruinó. La suya es una actitud suicida, la de quien se limitan a conservar con egoísmo lo que tienen: tiempo, dinero, salud, capacidad de amar y decidir, bienestar etc., sin comprometerse a nada serio en la vida. Suelen ser de los que no hacen ni dejan hacer. Tienen de Dios una idea negativa. Su gran pecado es el de omisión: no hacer producir sus talentos, que prefieren sepultar en la tierra del egoísmo.
Muy claro lo dijo Jesús: “Quien pierde la vida por mí, la ganará; quien la reserva sólo para sí, la perderá”. Es gran sabiduría trabajar con los talentos recibidos, como los siervos diligentes. La condición para producir mucho, también nos la indica Jesús: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto; pero sin mí no pueden hacer nada”. Quien lo rechaza a él, todo lo que haga y tenga pierde su valor eterno y se le quitará para siempre.
Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31.
Una buena ama de casa, ¿quién la encontrará? Es mucho más valiosa que las perlas. El corazón de su marido confía en ella y no le faltará compensación. Ella le hace el bien, y nunca el mal, todos los días de su vida. Se procura la lana y el lino, y trabaja de buena gana con sus manos. Aplica sus manos a la rueca y sus dedos manejan el huso. Abre su mano al desvalido y tiende sus brazos al indigente. Engañoso es el encanto y vana la hermosura: la mujer que teme al Señor merece ser alabada. Entréguenle el fruto de sus manos y que sus obras la alaben públicamente.
El libro de los Proverbios presenta la imagen ideal de la mujer, ama de casa, esposa, madre. No coincide mucho con el ideal de mujer hoy generalizado: hermosa, rica, joven, fácil, que se esclaviza a las apetencias del varón; en fin: sierva o esclava del marido y de los hijos, del dinero, e incluso muchas veces tenida como un “descartable”.
La Biblia, y en especial el Nuevo Testamento, pregonan la igualdad entre el hombre y la mujer. Igualdad en la dignidad humana y en el trato, pero diversidad en funciones, aptitudes, expresiones. No sometimiento, sino complementariedad en la mutua, libre y gozosa dependencia por amor: “Sean esclavos unos de otros por amor”. La esclavitud por amor es libertad, si el amor brota de su fuente: Dios-Amor.
La mujer presentada en esta lectura no es fácil de encontrar hoy, pues se trata de una “perla” no común. Pero no es imposible, como tampoco es imposible que siga habiendo hombres leales que la busquen, la encuentren, la cuiden y amen de verdad.
Así es y debe ser la mujer cristiana auténtica: trabajadora, afable, prudente, ordenada, ardiente y serena; educa a los hijos para la vida y para la paz, para el amor, la libertad y la solidaridad, y además los engendra con su fe y ejemplo para la vida eterna. Tal mujer es corona de su marido, gloria de sus hijos, y digna de toda admiración y aprecio.
Pero el fundamento de todas esas cualidades y virtudes, es el amor y el temor a Dios, que la mueven a ser y obrar de esa forma con los hijos de Dios, y por eso hermanos. Las solas motivaciones humanas se esfuman con facilidad, por estar apoyadas en la arena movediza de intereses caducos, insuficientes, egoístas.
Tesalonicenses 5, 1-6.
Hermanos: En cuanto al tiempo y al momento, no es necesario que les escriba. Ustedes saben perfectamente que el día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche. Cuando la gente afirme que hay paz y seguridad, la destrucción caerá sobre ellos repentinamente, como los dolores del parto sobre una mujer embarazada, y nadie podrá escapar. Pero ustedes, hermanos, no viven en las tinieblas para que ese día los sorprenda como un ladrón: todos ustedes son hijos de la luz, hijos del día. Nosotros no pertenecemos a la noche ni a las tinieblas. No nos durmamos, entonces, como hacen los otros: permanezcamos despiertos y seamos sobrios.
La vida terrena sólo se entiende desde su final en este mundo y desde su principio en el mundo eterno. Es absolutamente necesario comprender y emprender la vida desde esa perspectiva anclada en la eternidad, si no se quiere exponerla a un total fracaso final. Como va hacia fracaso seguro el estudiante que no piensa en los exámenes ni en el objetivo existencial de sus estudios.
Pero hay una diferencia profunda: que no sabemos la fecha ni la hora del examen final de nuestra vida. Ese día es tan incierto como la aparición de un ladrón; y por eso es gran sabiduría estar en permanente preparación y vigilancia.
¿Estamos en verdad haciendo producir los talentos recibidos para bien de la familia, la Iglesia, la sociedad, el mundo, según el querer de Dios, que nos los dio? En eso consiste la preparación y la vigilancia. Que la pregunta sea sincera, sin miedo a encontrarnos deficientes, sino con la valentía y el optimismo para dejar de serlo. Nos va en ello la eternidad feliz. Seamos de verdad hijos de la luz, hijos del Dios de la luz.
P. Jesús Álvarez, ssp.