Sunday, December 28, 2008

LA SAGRADA FAMILIA: JESÚS MARÍA Y JOSÉ


LA SAGRADA FAMILIA.

JESÚS MARÍA Y JOSÉ.


La Sagrada Familia / Ciclo B / 28-12-2008.



Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor. Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel. Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción - ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! - a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones. Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él. (Lucas 2: 22 - 40, 39 - 40)


Eclesiástico 3: 2 - 7, 12 - 14


Pues el Señor glorifica al padre en los hijos, y afirma el derecho de la madre sobre su prole. Quien honra a su padre expía sus pecados; como el que atesora es quien da gloria a su madre. Quien honra a su padre recibirá contento de sus hijos, y en el día de su oración será escuchado. Quien da gloria al padre vivirá largos días, obedece al Señor quien da sosiego a su madre: como a su Señor sirve a los que le engendraron. Hijo, cuida de tu padre en su vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque haya perdido la cabeza, sé indulgente, no le desprecies en la plenitud de tu vigor. Pues el servicio hecho al padre no quedará en olvido, será para ti restauración en lugar de tus pecados.


Colosenses 3: 12 - 21


Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección. Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo. Y sed agradecidos. La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantad agradecidos, himnos y cánticos inspirados, y todo cuanto hagáis, de palabra y de boca, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre. Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que se vuelvan apocados.

Thursday, December 25, 2008

LES DIO EL PODER DE SER HIJOS DE DIOS



LES DIO EL PODER DE SER HIJOS DE DIOS




Misa del día / Ciclo B / 25-12-2008




Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: «Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí, me ha precedido, porque existía antes que yo». Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Dios Hijo único, que está en el seno del Padre. (Juan 1,1-18).




La Navidad, cumpleaños de nuestro Salvador, es la ocasión para tomar una mayor conciencia de la alianza que Dios hace con nosotros por medio de la encarnación. Es el misterio de la salvación puesto a nuestro alcance por la fidelidad inquebrantable del Padre que nos envió a su propio Hijo, el cual comparte nuestra vida, haciéndose Dios-con-nosotros de cada día.




La Navidad es la fiesta para celebrar y agradecer el inmenso beneficio que Dios nos hace dándonos a su Hijo: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo”. Es la fiesta en la que tomamos mayor conciencia de que Dios comparte nuestra historia. El “puso su tienda entre nosotros” y se compromete a vivir con nosotros todos los días, y aunque “nosotros le seamos infieles, él permanece fiel”.




Pero el hombre, engañado por las fuerzas del mal y en complicidad con ellas, siembra en el mundo las tinieblas de la injusticia, del hambre, del odio, de la guerra, de la pobreza, del orgullo, del pecado, de la impiedad. Mas, a pesar de todo eso, el Salvador se compromete a “iluminar a todo hombre que viene a este mundo”, y a llevar al Reino eterno a todos los que crean en él, como él mismo afirmará: “Quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá”.




El nacimiento del Hijo de Dios en carne mortal alcanza su pleno sentido en la Resurrección, la cual fue el “nacimiento” de Cristo para la gloria eterna. La acogida de Cristo en el corazón, en la vida, en la familia..., hace que la Navidad sea verdadera, y nos merezca la Navidad sin fin a través de la resurrección, nacimiento a la vida eterna. Ese es el fruto espléndido de la Navidad.




La Navidad hoy se revive sobre todo en el acto sencillo y a la vez supremo de la comunión eucarística, donde se realiza de forma especial lo dicho por Juan evangelista: “A quienes creen, les dio el poder de legar a ser hijos de Dios”.




Pero la Navidad se vuelve fiesta pagana para quienes se cierran a la presencia real del Redentor resucitado, Dios-con-nosotros: “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. Sólo hay Navidad verdadera si se acoge con amor a Cristo vivo y presente. “A los que creen les dio el poder llegar a ser hijos de Dios”.




La Navidad es real cuando con fe y amor se acoge a Cristo Resucitado en el corazón, en la vida, en la familia, en las penas y alegrías, pues sólo así se celebra de verdad el acontecimiento de su primera Navidad en la humildad; y sólo así nos preparamos a la Navidad eterna, a la que Jesús nos llevará por la resurrección.




Isaías 52, 7-10




¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: «Tu Dios es Rey»! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Rompan a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén: el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.




Isaías se refiere al final del destierro de los hebreos y a su regreso a Jerusalén, reducida a ruinas. Destierro y destrucción son consecuencia de haber suplantado a Dios por ídolos: armas, aliados, soberbia, poder, placer...




¿Quién no ha probado la ausencia de Dios por haberlo rechazado? Se lo excluye de la familia, de la sociedad, de la enseñanza, de la política, del trabajo, de las relaciones, del sufrimiento y de la alegría..., y a menudo se lo echa incluso del templo, con un culto sin amor a él y al prójimo, de lo que Dios mismo se lamenta: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. Y luego se llega al descaro de echarle la culpa de los males de este mundo.




Pero Dios mismo toma la iniciativa de saltar la distancia que hemos puesto entre nosotros y él. Si la tristeza es el resultado del pecado, la alegría es la consecuencia del perdón de Dios y del perdón entre nosotros, del amor a Dios y al prójimo.




El nacimiento de Jesús es el acercamiento libre de Dios hacia nosotros, quien sólo espera ser acogido como Amor misericordioso para llenarnos de luz, alegría, paz, de sentido de vivir, y para llevarnos a la eterna Navidad.




Hebreos 1,1-6.




En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los Profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. El es reflejo de su gloria, impronta de su ser. El sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado»? O: ¿«Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo»? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios».




El autor alude a la Palabra de Dios en el Antiguo Testamento, pronunciada por los profetas, pero ahora hecha carne en Cristo, Palabra viva y personificada del Padre.




El Hijo ha sido nombrado heredero de toda la inmensa creación visible a invisible, que él gobierna y sostiene con su brazo poderoso, a la vez que guía a la humanidad, con su Palabra omnipotente, hacia las moradas eternas.




Cristo ejerce su omnipotencia sobre todo arrancando al hombre del poder del mal, mediante el perdón y la purificación de los pecados. Y ahora está encumbrado sobre todos los ángeles, a la derecha del Padre, donde intercede por nosotros. Él mismo nos está preparando un puesto en su banquete eterno.




Es para saltar de gratitud y alegría ante el infinito amor misericordioso que Dios nos ha mostrado y muestra en su Hijo encarnado, crucificado y resucitado, que anhela vivir con nosotros en una navidad permanente camino de la resurrección: “Llamo a la puerta; y quien me abra, me tendrá consigo a la mesa”.




Somos cuna y templo del Resucitado. Y en nosotros lo adoran los ángeles como en Belén. ¡Dichosa realidad para vivir con amorosa y eterna gratitud!




¡FELIZ NAVIDAD! Y que toda tu vida sea Navidad por la acogida diaria al Resucitado presente, Dios-con-nosotros de cada día, hasta la Navidad eterna, donde nos revestirá de un cuerpo glorioso como el suyo.




P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, December 21, 2008

DIOS SE HACE HOMBRE PARA HACER AL HOMBRE DIOS




DIOS SE HACE HOMBRE PARA HACER AL HOMBRE DIOS




Domingo 4° Adviento – b / 21-dic. 2008




Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una joven virgen que estaba comprometida en matrimonio con un hombre llamado José, de la familia de David. La virgen se llamaba María. Llegó el ángel hasta ella y le dijo: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo." María quedó muy conmovida al oír estas palabras, y se preguntaba qué significaría tal saludo. Pero el ángel le dijo: "No temas, María, porque has encontrado el favor de Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús. Será grande y justamente será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su antepasado David; gobernará por siempre al pueblo de Jacob y su reinado no terminará jamás." María entonces dijo al ángel: "¿Cómo puede ser eso, si yo soy virgen?" Contestó el ángel: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel está esperando un hijo en su vejez, y aunque no podía tener familia, se encuentra ya en el sexto mes del embarazo. Para Dios, nada es imposible." Dijo María: "Yo soy la servidora del Señor: hágase en mí tal como has dicho." Después la dejó el ángel. Lucas 1, 26-38




Hace más de dos mil años, en un rincón desconocido por el mundo, en el seno de una jovencita aldeana e insignificante, el Mesías, Hijo de Dios, asumía la vida mortal para hacer eterna nuestra vida temporal. Este hecho desconocido iba a cambiar para siempre la historia de la humanidad. Es el grandioso acontecimiento que en la Navidad conmemoramos.




La jovencita María estudiaba y vivía cuanto en las Escrituras se refería a la venida del Mesías prometido. Anhelaba e imploraba su pronta llegada, pero nunca habría soñado ser ella la madre del Salvador. Pero el Ángel le anunció que Dios se había fijado en ella para hacerla madre del Mesías Salvador que pedía y esperaba.




María se quedó perpleja, pues la propuesta no cuadraba con su proyecto de vida virginal, pues se había consagrado totalmente a Dios para entregarse como servidora a plena disposición del Mesías, cuya venida ella esperada como inminente, igual que todo el pueblo sometido a la dura dominación romana.




Sin embargo, María, valiente y humilde, pidió explicaciones al Ángel, quien le había dicho que se alegrara, pero a primera vista no había motivo de alegría. Mas el Ángel la tranquilizaba respecto a su virginidad, aclarando que el Dios del amor omnipotente la había elegido para ser la madre virgen del Mesías.




Entonces María aceptó y se llenó de júbilo, porque Dios añadía a su virginidad el incomparable privilegio de ser la madre virginal del Dios-con-nosotros. Así la virginidad y la maternidad ponían en marcha la última etapa del proyecto de salvación a favor de su pueblo y de todos los pueblos. Ese día se concretó el amor salvífico de María por nosotros, que luego, al pie de la cruz, nos engendraría con Cristo para la vida eterna.




En un mundo que ha elegido el odio y la muerte, estamos llamados a vivir en el amor y dar un sí a la vida, a imitación de María, hasta cuando nos toque entregar la existencia temporal en la espera de recibir a cambio la resurrección y la vida eterna, que es eterna fiesta navideña.




Cada cristiano, para serlo de verdad, tiene que acoger con alegría en su vida al Salvador, Cristo resucitado, para ofrecerlo a los demás, como María. Nos salvaremos ayudando a otros a conocer y amar al único Salvador y a gozar de su salvación.




2da Samuel 7, 1-5. 8-12. 14. 16




Cuando David se estableció en su casa y el Señor le dio paz, librándolo de todos sus enemigos de alrededor, el rey dijo al profeta Natán: «Mira, yo habito en una casa de cedro, mientras el Arca de Dios está en una tienda de campaña». Natán respondió al rey: «Ve a hacer todo lo que tienes pensado, porque el Señor está contigo». Pero aquella misma noche, la palabra del Señor llegó a Natán en estos términos: «Ve a decirle a mi servidor David: Así habla el Señor: ¿Eres tú el que me va a edificar una casa para que Yo la habite? Yo te saqué del campo de pastoreo, de detrás del rebaño, para que fueras el jefe de mi pueblo Israel. Estuve contigo dondequiera que fuiste y exterminé a todos tus enemigos delante de ti. Yo te he dado paz, librándote de todos tus enemigos. Y el Señor te ha anunciado que Él mismo te hará una casa. Sí, cuando hayas llegado al término de tus días y vayas a descansar con tus padres, Yo elevaré después de ti a uno de tus descendientes, a uno que saldrá de tus entrañas, y afianzaré su realeza. Seré un padre para él, y él será para mí un hijo. Tu casa y tu reino durarán eternamente delante de mí, y tu trono será estable para siempre».




Dios nunca se deja vencer en generosidad. David quiere “hacer un favor” a Dios, pero Dios corresponde a ese deseo de David con un inmenso favor: dar a su casa una duración eterna por el nacimiento de un descendiente suyo, el Mesías salvador.




Por lo demás, Dios prefiere la tienda movible y no ser encerrado en un templo inamovible: quiere estar con el hombre allí donde éste se encuentre, para hacerse él mismo patria del hombre al habitar entre los hombres.




La casa que Dios le construirá a David será al fin el templo preferido de Dios en todo el mundo: Jesús, quien se califica a sí mismo como templo: “Destruyan este templo, y en tres días yo lo reedificaré”.




Jesús es la Luz del mundo y va al frente de su pueblo guiando su caminar hacia la luz eterna, plenitud de la promesa de Dios.




Jesús es el Dios-con-nosotros, templo, víctima y altar. Pero él, a su vez, tiene un templo preferido por encima de todo templo-construcción: el templo-hombre. “Si alguien me ama, lo amará mi Padre, y vendremos a morar en él”. ¡Inmensa dignidad del hombre e inaudita dignación de Dios!




Romanos 16, 25-27




Hermanos: Gloria a Dios, que tiene el poder de afianzarlos, según la Buena Noticia que yo anuncio, proclamando a Jesucristo, y revelando un misterio que fue guardado en secreto desde la eternidad y que ahora se ha manifestado! Este es el misterio que, por medio de los escritos proféticos y según el designio del Dios eterno, fue dado a conocer a todas las naciones para llevarlas a la obediencia de la fe. ¡A Dios, el único sabio, por Jesucristo, sea la gloria eternamente! Amén.




Deberíamos alegrarnos y agradecer sin descanso a Dios el que nos haya concedido vivir en la época de Jesús, en quien se ha revelado y se realiza la plenitud del misterio insondable de la salvación de Dios. Misterio que permanecía oculto antes de la venida de Jesús.




A esta realidad sólo podemos y debemos corresponder con una fe viva en la presencia del Resucitado en nuestras vidas y en el mundo: “Estoy con ustedes todos los días”, y vivir en permanente alabanza, con una gratitud hecha obediencia, a imitación de la obediencia de Jesús, entregado a la liberación y salvación del hombre.




P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, December 14, 2008

JUAN BAUTISTA Y LOS PROFETAS HOY


JUAN BAUTISTA Y LOS PROFETAS HOY


Domingo 3° Adviento-B / 14-12-08


Vino un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino para dar testimonio, como testigo de la luz, para que todos creyeran por él. Aunque no fuera él la luz, le tocaba dar testimonio de la luz. Este fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén para preguntarle: "¿Quién eres tú?" Juan lo declaró y no ocultó la verdad: "Yo no soy el Mesías." Le preguntaron: "¿Quién eres, entonces? ¿Elías?" Contestó: "No lo soy." Le dijeron: "¿Eres el Mesías?" Contestó: "No." Le preguntaron de nuevo: "¿Quién eres, entonces? Pues tenemos que llevar una respuesta a los que nos han enviado. ¿Qué dices de ti mismo?" Juan contestó: "Yo soy, como dijo el profeta Isaías, la voz que grita en el desierto: Enderecen el camino del Señor." Los enviados eran del grupo de los fariseos, y le hicieron otra pregunta: "¿Por qué bautizas entonces, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?" Les contestó Juan: "Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno a quien ustedes no conocen, y aunque viene detrás de mí, yo no soy digno de soltarle la correa de su sandalia." (Juan 1,6-8. 19-28).


En tiempo de Juan Bautista estaba muy viva la esperanza de la inminente venida del Mesías Salvador. Y al aparecer Juan proclamando que el reino de Dios estaba cerca, y que era necesario convertirse para acogerlo, muchos se preguntaban si Juan sería el Mesías esperado.


Por eso los jefes religiosos le envían una comisión para que se identifique: si es o no es el Mesías esperado. La ocasión era inmejorable para que Juan se hiciera pasar por el Mesías Rey. Le bastaba decir un sí. Pero dijo un rotundo no.


Juan había asimilado bien el sentido de su misión, según la profecía de su padre Zacarías: “Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos”, y por eso ratificó con firmeza que él no era el Mesías, sino un simple mensajero para preparar el camino al Salvador.


Juan no perdía ocasión para declarar que ya estaba en medio de ellos el verdadero Mesías que esperaban, y cuyo bautismo sería muy superior al suyo. Así se lo indicó a sus discípulos, que empezaron a irse con Jesús. Ejemplo admirable para todo predicador, catequista, maestros y padres, a fin de no suplantar a Cristo, sino señalarlo.


El Bautista, en su gran humildad declaró: “Conviene que él crezca y yo desaparezca”. Y así sucedió: fueron disminuyendo sus discípulos, hasta quedar solo, ser encarcelado y degollado, confirmando su fe con el martirio, que le abrió las puertas de la vida eterna, en premio de su misión cumplida fielmente.


La vocación del Bautista es la de todo cristiano: ser profetas, testigos de Cristo e indicarlo presente, con testimonio coherente de vida, palabras, actitudes y obras que reflejen a Cristo por la unión viva con él, pues en eso consiste el ser cristiano y profeta.


Lo más importante en la vida de una persona no es lo que hace, sino lo que es, lo que vive y, en consecuencia, las obras que surgen de sus convicciones y motivaciones profundas, continuamente alimentadas por el trato personal con Cristo resucitado y presente; de lo contrario Jesús será un simple desconocido.


Una práctica religiosa sin convicciones sólidas y sin experiencia personal de Cristo Resucitado, es un edificio sin fundamentos que se derrumba a la primera dificultad. Y esto se constata en las comuniones, confirmaciones y matrimonios: una vez realizados, abandonan los sacramentos, la oración, la Eucaristía, la catequesis permanente.


Juan afirmaba que él sólo bautizaba con agua, pero que Cristo bautizaría con el fuego del Espíritu. Hoy, todo pastor, misionero, catequista, padre o madre de familia, podrán bautizar y hablar con el fuego del Espíritu solamente si están unidos a Cristo resucitado, que así podrá hablar y actuar en ellos y mediante ellos. De lo contrario harán de falsos profetas que ignoran y suplantan a Cristo, en lugar de ser sus testigos y señalarlo a los hombres.


Isaías 61, 1-2. 10-11


El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor. Yo desbordo de alegría en el Señor, mi alma se regocija en mi Dios. Porque Él me vistió con las vestiduras de la salvación y me envolvió con el manto de la justicia, como un esposo que se ajusta la diadema y como una esposa que se adorna con sus joyas. Porque así como la tierra da sus brotes y un jardín hace germinar lo sembrado, así el Señor hará germinar la justicia y la alabanza ante todas las naciones.


El pueblo sufre las consecuencias de su idolatría, pues al expulsar a Dios de la vida familiar, social y hasta de la práctica religiosa, ya no hay motivos para respetar al prójimo, su dignidad y sus bienes. El hombre sin Dios, no es de fiar, pues es capaz de toda crueldad y destrucción. Y las primeras víctimas son siempre los más pobres e indefensos. Mas esos agentes de destrucción serán víctimas fatales de su propia maldad.


Sin embargo, en este panorama desolador siempre suscita Dios profetas de su misericordia, de su perdón, liberación y salvación; profetas que preparan el camino al Salvador universal, y lo señalan presente en el mundo.


Pero el Salvador se ha querido rodear profetas y ungidos que colaboren directamente con él en la liberación y salvación de la humanidad esclavizada por los ídolos del poder, del tener y del placer. Son los ungidos con una consagración especial, pero también todos los cristianos, que han sido ungidos en el bautismo como profetas, sacerdotes y reyes.


La primera y máxima ungida por su propio Hijo, el Ungido de Dios, es María, que reconoce y agradece su excelsa vocación con el Magníficat, calcado sobre el cántico de Isaías: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, desbordo de alegría en el Señor, porque se ha fijado en la insignificancia de su esclava”.


Todo cristiano está llamado a imitar a María, acogiendo a Cristo en su persona para darlo al mundo. Y así vivir su misma alegría y gratitud.


Tesalonicenses 5, 16-24


Hermanos: Estén siempre alegres. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús. No extingan la acción del Espíritu; no desprecien las profecías; examínenlo todo y quédense con lo bueno. Cuídense del mal en todas sus formas. Que el Dios de la paz los santifique plenamente, para que ustedes se conserven irreprochables en todo su ser --espíritu, alma y cuerpo-- hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo. El que los llama es fiel, y así lo hará.


Alegría, oración y gratitud marcan la vida del verdadero cristiano, porque el Salvador esperado ya ha venido, está presente y actúa la liberación y salvación de quienes lo acogen.


La alegría, la oración y la gratitud no aflojan en las horas difíciles y de sufrimiento, ya que esas tres expresiones de la vida cristiana no están a merced de las dificultades y sufrimientos, sino que se apoyan en la roca firme e inamovible, que es Cristo resucitado en persona, unido a la vida y persona de sus discípulos, los cristianos.


Alegría porque él está presente y guía hacia la victoria segura a quienes se le unen. Oración, para mantener e intensificar la unión amorosa con él. Gratitud gozosa por su presencia y por sus dones, por librarnos de las idolatrías que tratan de seducirnos, y sobre todo por el puesto que nos está preparando en el paraíso eterno. Alegría, oración y gratitud: las tres expresiones de la santidad real.


Pablo pide que nos cuidemos del mal en todas sus formas, porque a veces es frecuente sentirnos muy satisfechos por cosas que hacemos bien, y creernos con derecho a hacer otras cosas mal.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, December 07, 2008

CAMINOS DE CONVERSIÓN Y PAZ


CAMINOS DE CONVERSIÓN Y PAZ


Domingo 2º adviento - B / 7-12-2008.


Este es el comienzo de la Buena Nueva de Jesucristo, Hijo de Dios. En el libro del profeta Isaías estaba escrito: “Mira, te voy a enviar a mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Escuchen ese grito en el desierto: ¡Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos!” Así empezó Juan Bautista a bautizar en el desierto. Allí predicaba el bautismo e invitaba a la conversión para alcanzar el perdón de los pecados. Toda la provincia de la Judea y el pueblo de Jerusalén acudían a Juan para confesar sus pecados y ser bautizados por él en el río Jordán. Juan llevaba un manto de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de langostas y miel silvestre. Proclamaba este mensaje: “Detrás de mí viene uno con mayor poder que yo, y yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias arrodillado a sus pies”. (Marcos 1, 1-8).


La Buena Noticia de la venida de Jesús no es resultado de la historia o de la ciencia humana, sino don directo, espléndido y sorprendente de Dios. La buena y alegre noticia es la venida y la presencia real del mismo Hijo de Dios en el mundo, a quien Juan Bautista anunciaba como mayor que él, y no se sentía digno siquiera de desatarle las correas de sus sandalias. ¡Gran ejemplo de humildad para nosotros!


El hecho de que Jesús, el Hijo de Dios, haya venido al mundo y sea Dios-con-nosotros, es evangelio – que significa buena noticia -, porque tomó nuestra carne para salvarnos desde nuestra carne y hacernos con él hijos de Dios, con derecho a su misma vida y gloria eterna.


Hoy la Buena Noticia para nosotros no es sólo conmemoración de la venida y nacimiento histórico de Cristo hace más de dos mil años, sino su presencia salvadora, real, gloriosa y eficaz entre nosotros y en el mundo, como conductor, centro y rey de la historia, Cabeza de la Iglesia, a la que él va guiando de manera misteriosa, pero segura, hasta que haya un solo rebaño y un solo Pastor, y la lleve al Reino eterno.


Hay que preparar al Mesías los caminos de la vida individual, comunitaria, eclesial y social, enderezando conductas extraviadas, de espaldas a Dios y al prójimo.


Preparar el camino al Señor exige dejar todo lo que pueda marginar a Dios y al prójimo en nuestra vida diaria: la mentira, la indiferencia, la envidia, el rencor, la venganza, la cobardía, la incomprensión, la hipocresía, el orgullo, la ira, la idolatría…


Enderezar sus caminos es valernos de todo para volver a Dios, al prójimo, y a nosotros mismos: por el amor, la conversión, el perdón, el diálogo, la ayuda, la paz, el respeto, la alegría de vivir, la gratitud a Dios y a los demás, la oración sincera, la honradez, el trabajo de calidad, el sufrimiento ofrecido como aporte salvífico a la redención de Jesús…, y acoger a Cristo mismo, como el máximo don del Padre. Jesús se hace realmente nuestro, sobre todo en la Biblia, en la Eucaristía y en el prójimo. Es necesario reponer a Dios en su lugar dentro y alrededor de nosotros.


Juan predicaba el bautismo y la conversión a la vez; y no sólo el bautismo como rito externo. Los sacramentos sólo tienen valor de salvación cuando en ellos y desde ellos - que son acontecimientos de salvación - mejoramos continuamente la relación de amor con Dios y con el prójimo. Los sacramentos bien recibidos nos abren para que el Espíritu Santo nos bautice por dentro con el fuego del amor, que se experimenta y cultiva con obras concretas.


Es necesario romper con las esclavitudes propias y ajenas que se hacen pasar por libertad: cambiar los gestos de amor fingido por amor verdadero; dejar las falsas alegrías y las diversiones frívolas prefabricadas, para alcanzar la alegría del corazón y de la vida, contagiándola a los demás, que tanto la necesitan.


Hay que cerrar las puertas a los ídolos que intentan devorarnos, y cambiar las falsas imágenes de Dios por el Dios verdadero, Dios-Amor, Dios-vida, Dios-Paz, Dios-Alegría.


La fuente de la verdadera alegría brota allí donde la persona humana se encuentra con Dios y con el prójimo en el amor.


Isaías 40, 1-5. 9-11.


¡Consuelen, consuelen a mi Pueblo! -dice su Dios-. Hablen al corazón de Jerusalén y anúncienle que su tiempo de servicio se ha cumplido, que su culpa está pagada, que ha recibido de la mano del Señor doble castigo por todos sus pecados. Una voz proclama: ¡Preparen en el desierto el camino del Señor, tracen en la estepa un sendero para nuestro Dios! ¡Que se rellenen todos los valles y se aplanen todas las montañas y colinas; que las quebradas se conviertan en llanuras, los terrenos escarpados, en planicies! Entonces se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la verán juntamente, porque ha hablado la boca del Señor. Súbete a una montaña elevada, tú que llevas la buena noticia a Sión; levanta con fuerza tu voz, tú que llevas la buena noticia a Jerusalén. Levántala sin temor, di a las ciudades de Judá: «¡Aquí está tu Dios!» Ya llega el Señor con poder y su brazo le asegura el dominio: el premio de su victoria lo acompaña y su recompensa lo precede. Como un pastor, él apacienta su rebaño, lo reúne con su brazo; lleva sobre su pecho a los corderos y guía con cuidado a las que han dado a luz.


El pueblo de Israel está desterrado y humillado, al borde de la desesperación, dejado de la mano de Dios, porque ha rehusado tender la mano a Dios y aferrarse a ella.


Pero el Señor colma el abismo que el pueblo ha cavado entre él y Dios con sus pecados: le prepara el retorno a la tierra prometida, lo consuela con ternura infinita, lo toma de la mano sin fuerzas ya para alzarse, y se pone en marcha, guiado por el mismo Dios hacia la libertad.


La misericordia y ternura de Dios son inseparablemente de su omnipotencia. Él levanta su brazo poderoso contra los opresores y toma en brazos a su pueblo herido, como el Buen Pastor lleva en brazos la oveja herida.


En el Nuevo Testamento la misericordia y la ternura de Dios se han personificado en Cristo Jesús, que se ha hecho Dios-con-nosotros de cada día, y se nos da en la Eucaristía, en su Palabra, en la Iglesia, en el prójimo, en el sufrimiento y en la alegría.


Creámosle y vivamos correspondiendo su promesa infalible: “Yo estoy con ustedes todos los días”. “¡Aquí está tu Dios!” Gran paz, consuelo y alegría nos da sentirnos perdonados, amados, acompañados y estrechados contra su pecho por el mismo Hijo de Dios.


Pedro 3, 8-14.


Queridos hermanos, no deben ignorar que, delante del Señor, un día es como mil años y mil años como un día. El Señor no tarda en cumplir lo que ha prometido, como algunos se imaginan, sino que tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan. Sin embargo, el Día del Señor llegará como un ladrón, y ese día, los cielos desaparecerán estrepitosamente; los elementos serán desintegrados por el fuego; y la tierra, con todo lo que hay en ella, será consumida. Ya que todas las cosas se desintegrarán de esa manera, ¡qué santa y piadosa debe ser la conducta de ustedes, esperando y acelerando la venida del Día del Señor! Entonces se consumirán los cielos y los elementos quedarán fundidos por el fuego. Pero nosotros, de acuerdo con la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva donde habitará la justicia. Por eso, queridos hermanos, mientras esperan esto, procuren vivir de tal manera que Él los encuentre en paz, sin mancha ni reproche.


Los ancianos suelen decir: ¡Qué rápido pasó el tiempo! Mas para Dios el tiempo se hace eterno y la eternidad entra en el instante presente. Por eso tiene con nosotros una paciencia infinita, y en su ternura espera siempre que nos volvamos a él para poder salvarnos. No olvidemos que nuestro tiempo no es eterno: decidámonos de una vez y de todo corazón por Dios, por los otros y por nosotros mismos en perspectiva de eternidad.


Porque todo lo que nos fascina y nos distrae de él, desaparecerá consumido por el fuego, para dar lugar a una tierra nueva y a un cielo nuevo, lo cual sucederá para nosotros ya de alguna manera el día en que Dios nos llame a sí de improviso.


Lo decisivo es que apoyemos nuestra vida y pongamos nuestro corazón en personas, bienes y valores y que no serán desintegrados ni consumidos: Dios, el amor al prójimo, las obras buenas, la oración, sufrimientos, alegría interior…


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, November 30, 2008

¡QUE NOS ENCUENTRE DESPIERTOS!

¡QUE NOS ENCUENTRE DESPIERTOS!

Domingo 1º de Adviento - B / 30-11-2008.

Decía Jesús a sus discípulos: Estén preparados y vigilantes, porque no saben cuándo será el momento. Cuando un hombre viaja al extranjero, dejando su casa al cuidado de los sirvientes, cada cual con su tarea, al portero le encarga estar vigilante. Lo mismo ustedes: estén vigilantes, ya que no saben cuándo vendrá el dueño de casa: si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo o de madrugada; no sea que llegue de repente y los encuentre dormidos. Lo que les digo a ustedes, se lo digo a todos: estén despiertos. Marcos 13, 33-37.

El Adviento es tiempo especial de tomar más en serio nuestro destino eterno; tiempo de vigilancia, silencio fecundo, oración con gozosa apertura al Mesías que viene y se queda cada día en nosotros, entre nosotros.

El Adviento es tiempo privilegiado para aprender a vivir en continua conversión, despiertos y abiertos a la presencia del Resucitado, compañero de camino, y así prepararnos para el momento inesperado en que nos llame a entrar por la muerte a la resurrección y al paraíso eterno, a recibir el puesto de gloria que tiene preparado para quienes pasan por la vida haciendo el bien.

Vivir despiertos ante Cristo resucitado implica sobre todo vivir abiertos cada día ante las incontables necesidades del prójimo: en el hogar, en el trabajo, grupo, educación, evangelización, comunidad, hospital, cárcel, Iglesia, sociedad, política, medios de comunicación… El día que nos llame nos juzgará sobre la ayuda que le prestamos o negamos en el prójimo necesitado, con quien él se identifica.

Vivir dormidos, es vivir indiferentes ante el sufrimiento humano, hacer sufrir y, peor aun, vivir gozando a costa del dolor ajeno, del inocente, del indefenso, del pobre, del enfermo, del ignorante, del niño desvalido, del anciano.

Que Dios nos libre de ese fatal letargo y nosotros hagamos lo posible para despertarnos de ese nefasto sueño. Nos examinará sobre lo que hicimos mal, pero sobre todo sobre el bien que no hicimos, habiendo podido hacerlo.

Adviento no significa esperar un nuevo nacimiento de Cristo, que nació una sola vez hace más de dos siglos, y hoy se revive o conmemora. No se puede esperar a quien ya vino y está con nosotros, según su explícita promesa: “Estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. No podemos imitar a los judíos que lo siguen esperando, anclados en el Antiguo Testamento.

El objetivo verdadero del Adviento como preparación a la celebración conmemorativa de Navidad y a la última venida gloriosa de Cristo al final de los tiempos, consiste en acogerlo en su venida real y continua a nuestra vida de cada día, e intensificar la unión viva con él, para que “se forme en nosotros” y en nosotros se transparente en las más diversas situaciones y personas.

Así él nos acogerá en su venida al final de nuestros días terrenos y nos tendrá a su derecha en su última venida gloriosa al fin de los tiempos.

Esa venida permanente de Cristo resucitado a nuestra persona y a nuestra vida, él mismo la confirma con su palabra infalible: “Estoy a la puerta y llamo; si alguien me abre, entraré y comeremos juntos”. “Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él”. “Quien me come, vivirá por mí”.

La Eucaristía es el acontecimiento admirable donde se realiza el “adviento” privilegiado, si la vivimos y acogemos de verdad a Cristo en la comunión.

La apertura diaria del Mesías Salvador y la ayuda al prójimo por amor a él, es la que proporciona eficacia salvadora a nuestra vida y a todo lo que vivimos, gozamos, sufrimos y hacemos en su nombre. Es el camino hacia la dichosa y gloriosa Navidad eterna en la Casa del Padre. ¡Que él no permita que la perdamos!

Isaías 63, 16-17. 19; 64, 2-7.

¡Tú, Señor, eres nuestro Padre, «nuestro Redentor» es tu Nombre desde siempre! ¿Por qué, Señor, permites que nos desviemos de tus caminos y se endurezcan nuestros corazones dejando de temerte? ¡Vuelve, por amor a tus servidores y a las tribus de tu herencia! ¡Si rasgaras el cielo y descendieras, las montañas se disolverían delante de ti! Cuando hiciste portentos inesperados, que nadie había escuchado jamás, ningún oído oyó, ningún ojo vio a otro Dios, fuera de ti, que hiciera tales cosas por los que esperan en Él. Tú vas al encuentro de los que practican la justicia y se acuerdan de tus caminos. Tú estás irritado, y nosotros hemos pecado, desde siempre fuimos rebeldes contra ti. Pero Tú, Señor, eres nuestro Padre; nosotros somos la arcilla, y Tú, nuestro alfarero: ¡todos somos la obra de tus manos!

Los israelitas no saben explicarse cómo ellos han llegado a tales extremos ni cómo Dios lo haya consentido y les oculte su rostro, dejándolos a merced de sus pecados. Sin embargo, en medido de tanto sufrimiento, se abre paso la esperanza y la súplica confiada a Dios: reconocen sus culpas, le piden perdón y lo invocan como Padre, tal y como enseñaría Jesús de Nazaret cinco siglos más tarde.

Un padre no puede desear el mal de sus hijos ni permanecer insensible ante su desgracia, por más culpable que sea. Sin embargo, Dios no obliga al hombre a recibir su perdón. Sólo quien lo pide y acoge, puede ser perdonado por él.

Una lección muy actual, pues la gran mayoría de los humanos expulsan a Dios de su vida individual, familiar, social, ¡e incluso religiosa, negándolo con la vida mientras lo proclaman con la palabra o con ritos! Y no solamente lo expulsan, sino que lo culpan neciamente de sus propios males. Así terminan sufriendo las desastrosas consecuencias de los pecados propios ajenos, como vemos día a día.

Sin embargo, la única solución posible está sólo en volverse a Dios, reconociendo la culpa propia y la ajena; pedir perdón, convertirse a él y apelarse a su entrañable ternura de Padre, a su amor. Y suplicar y esperar la intervención divina, que no puede fallar, pues “si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”.

1 Corintios, 1, 3-9.

Hermanos: Llegue a ustedes la gracia y la paz que proceden de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo. No dejo de dar gracias a Dios por ustedes, por la gracia que Él les ha concedido en Cristo Jesús. En efecto, ustedes han sido colmados en Él con toda clase de riquezas, las de la palabra y las del conocimiento, en la medida que el testimonio de Cristo se arraigó en ustedes. Por eso, mientras esperan la Revelación de nuestro Señor Jesucristo, no les falta ningún don de la gracia. Él los mantendrá firmes hasta el fin, para que sean irreprochables en el día de la Venida de nuestro Señor Jesucristo. Porque Dios es fiel, y Él los llamó a vivir en comunión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor.

El panorama que presenta san Pablo es totalmente opuesto al presentado por Isaías. Pablo augura a la comunidad de Corinto "la gracia y la paz" del Padre y del Hijo. La gracia es el don que el Padre hace al mundo y al hombre, al entregarle a su propio Hijo, el Príncipe de la paz; paz que él transmite a quienes lo acogen.

Jesucristo es el compendio viviente de todos los bienes mesiánicos anunciados por los profetas, y abre para el hombre la experiencia de una nueva relación filial con Dios, Padre de Jesús y Padre nuestro. El mismo Jesús nos garantiza: “El amor con que el Padre me ama a mí, los amo yo a ustedes”. ¡Infinita dignación que jamás podríamos imaginar ni podremos agradecer lo suficiente!

Viviendo esta relación filial en comunión con Jesús, que nos prometió estar todos los días con nosotros, él nos “mantendrá firmes e irreprochables hasta su venida”. Dice san Pablo en otro texto: “Sé de quién me he fiado”. Que así sea.

P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, November 23, 2008

SIN OBRAS DE AMOR, NO HAY SALVACIÓN


SIN OBRAS DE AMOR, NO HAY SALVACIÓN


Fiesta de Cristo Rey – A / 23-11-2008


Dijo Jesús: Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria rodeado de todos sus ángeles, se sentará en el trono de gloria, que es suyo. Todas las naciones serán llevadas a su presencia, y separará a unos de otros, al igual que el pastor separa las ovejas de los chivos. Colocará a las ovejas a su derecha y a los chivos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que están a su derecha: "Vengan, benditos de mi Padre, y tomen posesión del reino que ha sido preparado para ustedes desde el principio del mundo. Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y ustedes me dieron de beber. Fui forastero y ustedes me recibieron en su casa. Anduve sin ropas y me vistieron. Estuve enfermo y fueron a visitarme. Estuve en la cárcel y fueron a verme." Entonces los justos dirán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te recibimos, sin ropa y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?” El Rey responderá: "En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí." Dirá después a los que estén a la izquierda: "¡Malditos, aléjense de mí y vayan al fuego eterno, que ha sido preparado para el diablo y para sus ángeles! Porque tuve hambre y ustedes no me dieron de comer; tuve sed y no me dieron de beber; era forastero y no me recibieron en su casa; estaba sin ropa y no me vistieron; estuve enfermo y encarcelado y no me visitaron." Estos preguntarán también: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, desnudo o forastero, enfermo o encarcelado, y no te ayudamos?" El Rey les responderá: "En verdad les digo: siempre que no lo hicieron con alguno de estos más pequeños, ustedes dejaron de hacérmelo a mí. Y éstos irán a un suplicio eterno, y los buenos a la vida eterna." (Mateo 25,31-46).


A ningún líder religioso se le ha ocurrido jamás pronunciar un discurso como este de Jesús, cuyo tema es su identificación con el prójimo necesitado y débil. Sólo un Dios Amor hecho hombre puede expresarse así. Bastaría esta página para demostrar la divinidad de Jesús y su investidura como Rey eterno del universo visible e invisible.


El reino de Cristo Rey se construye a base de obras de misericordia corporal, moral, afectiva, psicológica, familiar, eclesial, social, espiritual... Todo lo demás, incluidos los sacramentos, sin el “sacramento del amor al prójimo”, no nos dan derecho a entrar en el reino temporal y eterno de Cristo Rey. No se acoge a Cristo en los sacramentos si no se lo acoge con amor en el prójimo.


Al final de esta vida seremos examinados sobre las obras concretas de amor al prójimo. No podemos vivir en la mediocridad, en el egoísmo, en la indiferencia frente al que está necesitado de mil maneras: sería exponernos a la maldición eterna.


Prepararse para la muerte, mejor dicho: para la resurrección y la vida eterna, es prepararse para el encuentro con Cristo Rey glorioso, que nos juzgará sobre el amor y la fe demostrados en obras concretas de misericordia con los necesitados.


Es significativo que Jesús no haga aquí alusión alguna a las prácticas de culto, pues el culto fundamental a Dios es el amor al prójimo expresado en las obras reales de misericordia, sin las cuales todo otro culto resulta estéril, y hasta escandaloso.


Un teólogo dice que ésta es “la página más laica del Evangelio”, “el evangelio de los que no conocen a Dios”, pero que se dedican al bien del prójimo, empezando por la familia y continuando por el amor al pueblo, a la nación, al mundo.


Y son multitud fuera de la Iglesia institucional, que ni siquiera han oído hablar de Cristo, pero son por él reconocidos, los sostiene y los acoge en su reino, gracias a la práctica del “sacramento del prójimo necesitado”. Pero este sacramento, para el cristiano, no excluye, sino que incluye los otros; como tampoco excluye, sino que incluye, el esfuerzo y la consagración a la salvación de los hombres, que es la máxima obra de misericordia.


Ezequiel 34, 11-12. 15-17


Así habla el Señor: ¡Aquí estoy Yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él. Como el pastor se ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado, en un día de nubes y tinieblas. Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las llevaré a descansar -oráculo del Señor-. Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la herida y sanaré a la enferma, pero exterminaré a la que está gorda y robusta. Yo las apacentaré con justicia. En cuanto a ustedes, ovejas de mi rebaño, así habla el Señor: «Yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carneros y chivos».


En la Biblia el pastor evoca a una persona cercana, cariñosa, que ayuda, defiende, cuida, cura, va delante como Rey-Pastor que guía hacia verdades y valores de su reino de vida y verdad, de justicia, de amor y paz. Él nos guía hacia la “tierra prometida”, la vida eterna.


Pero puede haber pastores que se apacientan a sí mismos a costa de las ovejas que les han sido encomendadas. Son más funcionarios que seguidores de Jesús, y más que señalar a Jesús, lo suplantan poniéndose a sí mismos en su lugar. Y son causa de muchos males que sufren las ovejas. Mas la amenaza de Dios contra los malos pastores es terrible: “¡Ay de los pastores que se apacientan a sí mismos!” Pidamos por su conversión.


Sin embargo, no debe embargarnos el desaliento por causa de algún mal pastor, pues Dios mismo en persona se ocupará de su rebaño. Y lo hace directamente por medio de su Hijo, el Buen Pastor, que conoce a sus ovejas y ellas lo conocen a él, que las guía hacia buenos pastos y “da la vida por ellas”, por cada uno de nosotros.


Nuestra fe cristiana no se fundamenta en los pastores humanos, buenos o malos, sino en Cristo Rey y Buen Pastor, que nos asegura: “Yo estoy con ustedes todos los días”, y sólo espera que nosotros queramos estar con él para llevarnos a los buenos pastos de su paz, palabra, de su eucaristía, de su alegría, de la vida eterna. Y además nos dará buenos pastores si los pedimos, los merecemos y agradecemos.


1 Corintios 15, 20-26. 28


Hermanos: Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos. Porque la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y también por medio de un hombre viene la resurrección. En efecto, así como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo, cada uno según el orden que le corresponde: Cristo, el primero de todos; luego, aquellos que estén unidos a Él en el momento de su venida. En seguida vendrá el fin, cuando Cristo entregue el Reino a Dios, el Padre, después de haber aniquilado todo Principado, Dominio y Poder. Porque es necesario que Cristo reine hasta que ponga a todos los enemigos debajo de sus pies. El último enemigo que será vencido es la muerte. Y cuando el universo entero le sea sometido, el mismo Hijo se someterá también a Aquel que le sometió todas las cosas, a fin de que Dios sea todo en todos.


Cristo es el primer resucitado para tomar posesión, como Rey universal, de toda la creación, sometida al pecado y a la muerte. Por su presencia resucitada se hace conductor y protagonista de la historia, y la va orientando misteriosamente hacia su final glorioso, cuando se manifestará abiertamente su triunfo redentor sobre el pecado y la muerte, los peores enemigos del hombre. A este triunfo asociará a todos los que se unan a él.


No sólo el hombre será resucitado, sino también toda la creación, que “está gimiendo con dolores de parto” para dar a luz “un mundo nuevo y una tierra nueva”, “donde Dios será todo en todos”. La resurrección es lo máximo a que puede aspirar el hombre, y el Resucitado la dará a todo el que lo acoja en su vida y persona: “A quienes lo reciban, les dará el ser hijos de Dios”.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, November 16, 2008

ADMINISTRAR SABIAMENTE LA VIDA


ADMINISTRAR SABIAMENTE LA VIDA



Domingo 33º del tiempo ordinario-A / 16 Noviembre de 2008


En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: Escuchen también esto. Un hombre estaba a punto de partir a tierras lejanas, y reunió a sus servidores para confiarles todas sus pertenencias. Al primero le dio cinco talentos de oro, a otro le dio dos, y al tercero solamente uno, a cada cual según su capacidad. Luego se marchó. Después de mucho tiempo, vino el señor de esos servidores, y les pidió cuentas. El que había recibido cinco talentos le presentó otros cinco más, diciéndole: «Señor, tú me entregaste cinco talentos, pero aquí están otros cinco más que gané con ellos». El patrón le contestó: «Muy bien, servidor bueno y honrado; ya que has sido fiel en lo poco, yo te voy a confiar mucho más. Ven a compartir la alegría de tu patrón.» Vino después el que recibió dos, y dijo: «Señor, tú me entregaste dos talentos, pero aquí tienes otros dos más que gané con ellos.» El patrón le dijo: «Muy bien, servidor bueno y honrado; ya que has sido fiel en lo poco, yo te confiaré mucho más. Ven a compartir la alegría de tu patrón». Por último vino el que había recibido un solo talento y dijo: «Señor, yo sabía que eres un hombre exigente, que cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has invertido. Por eso yo tuve miedo y escondí en la tierra tu dinero. Aquí tienes lo que es tuyo.» Pero su patrón le contestó: «¡Servidor malo y perezoso! Si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he invertido, debías haber colocado mi dinero en el banco. A mi regreso yo lo habría recuperado con los intereses. Quítenle, pues, el talento y entréguenselo al que tiene diez. Porque al que produce, se le dará y tendrá en abundancia, pero al que no produce, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese servidor inútil, échenlo a la oscuridad de afuera: allí será el llorar y el rechinar de dientes.» Mateo 25, 14-30.


Dios nos confió cúmulo de dones extraordinarios al crearnos: la vida, el cuerpo y el espíritu, la inteligencia, el corazón, la libertad, la salud, el tiempo, la familia, la fe, la Biblia, los sacramentos, María, la Iglesia, la redención, la creación, la técnica... Todos por él conservados e incrementados con muchos otros dones a través de la existencia bendita.


Todos tenemos una capacidad inmensa para agradecer a Dios tanta bondad haciendo producir esos talentos, para así tener acceso al talento-tesoro incomparable de la gloria eterna en el paraíso. No basta sólo con no hacer el mal, hay que hacer todo el bien posible, usando bien y para bien todo lo que hemos recibido, recibimos y recibiremos.


Malgastar tantos dones de una forma egoísta y necia, ajenos al bien del prójimo y al amor de Dios, es exponerse a perderlos para siempre. Nuestro mayor tesoro es el mismo Cristo resucitado presente en nuestra persona, que da valor eterno a nuestra vida, obras, alegrías, sufrimientos, y nos libra del máximo mal, que es muerte, dándonos la resurrección.


Vale la pena preguntarse qué clase de siervos somos, y tomar, en todo caso, la valiente decisión de aprovechar nuestros talentos prestados por Dios, haciéndolos producir para evitarnos el eterno pesar de haberlos desperdiciado y perdido para siempre.


Los servidores que trabajaron con sus talentos, no sólo le dieron ganancias a su patrón, sino sobre todo ganaron para sí mismos. Además se merecieron las alabanzas y la confianza de su señor, éste los invitó al gozo de su banquete y les confió cargos importantes. ¡Así de espléndido es Dios con nosotros! Para agradecérselo toda la vida y toda la eternidad.


Mientras que el siervo perezoso se pasó de listo, se traicionó a sí mismo, fue despedido y se arruinó. La suya es una actitud suicida, la de quien se limitan a conservar con egoísmo lo que tienen: tiempo, dinero, salud, capacidad de amar y decidir, bienestar etc., sin comprometerse a nada serio en la vida. Suelen ser de los que no hacen ni dejan hacer. Tienen de Dios una idea negativa. Su gran pecado es el de omisión: no hacer producir sus talentos, que prefieren sepultar en la tierra del egoísmo.


Muy claro lo dijo Jesús: “Quien pierde la vida por mí, la ganará; quien la reserva sólo para sí, la perderá”. Es gran sabiduría trabajar con los talentos recibidos, como los siervos diligentes. La condición para producir mucho, también nos la indica Jesús: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto; pero sin mí no pueden hacer nada”. Quien lo rechaza a él, todo lo que haga y tenga pierde su valor eterno y se le quitará para siempre.


Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31.


Una buena ama de casa, ¿quién la encontrará? Es mucho más valiosa que las perlas. El corazón de su marido confía en ella y no le faltará compensación. Ella le hace el bien, y nunca el mal, todos los días de su vida. Se procura la lana y el lino, y trabaja de buena gana con sus manos. Aplica sus manos a la rueca y sus dedos manejan el huso. Abre su mano al desvalido y tiende sus brazos al indigente. Engañoso es el encanto y vana la hermosura: la mujer que teme al Señor merece ser alabada. Entréguenle el fruto de sus manos y que sus obras la alaben públicamente.


El libro de los Proverbios presenta la imagen ideal de la mujer, ama de casa, esposa, madre. No coincide mucho con el ideal de mujer hoy generalizado: hermosa, rica, joven, fácil, que se esclaviza a las apetencias del varón; en fin: sierva o esclava del marido y de los hijos, del dinero, e incluso muchas veces tenida como un “descartable”.


La Biblia, y en especial el Nuevo Testamento, pregonan la igualdad entre el hombre y la mujer. Igualdad en la dignidad humana y en el trato, pero diversidad en funciones, aptitudes, expresiones. No sometimiento, sino complementariedad en la mutua, libre y gozosa dependencia por amor: “Sean esclavos unos de otros por amor”. La esclavitud por amor es libertad, si el amor brota de su fuente: Dios-Amor.


La mujer presentada en esta lectura no es fácil de encontrar hoy, pues se trata de una “perla” no común. Pero no es imposible, como tampoco es imposible que siga habiendo hombres leales que la busquen, la encuentren, la cuiden y amen de verdad.


Así es y debe ser la mujer cristiana auténtica: trabajadora, afable, prudente, ordenada, ardiente y serena; educa a los hijos para la vida y para la paz, para el amor, la libertad y la solidaridad, y además los engendra con su fe y ejemplo para la vida eterna. Tal mujer es corona de su marido, gloria de sus hijos, y digna de toda admiración y aprecio.


Pero el fundamento de todas esas cualidades y virtudes, es el amor y el temor a Dios, que la mueven a ser y obrar de esa forma con los hijos de Dios, y por eso hermanos. Las solas motivaciones humanas se esfuman con facilidad, por estar apoyadas en la arena movediza de intereses caducos, insuficientes, egoístas.


Tesalonicenses 5, 1-6.


Hermanos: En cuanto al tiempo y al momento, no es necesario que les escriba. Ustedes saben perfectamente que el día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche. Cuando la gente afirme que hay paz y seguridad, la destrucción caerá sobre ellos repentinamente, como los dolores del parto sobre una mujer embarazada, y nadie podrá escapar. Pero ustedes, hermanos, no viven en las tinieblas para que ese día los sorprenda como un ladrón: todos ustedes son hijos de la luz, hijos del día. Nosotros no pertenecemos a la noche ni a las tinieblas. No nos durmamos, entonces, como hacen los otros: permanezcamos despiertos y seamos sobrios.


La vida terrena sólo se entiende desde su final en este mundo y desde su principio en el mundo eterno. Es absolutamente necesario comprender y emprender la vida desde esa perspectiva anclada en la eternidad, si no se quiere exponerla a un total fracaso final. Como va hacia fracaso seguro el estudiante que no piensa en los exámenes ni en el objetivo existencial de sus estudios.


Pero hay una diferencia profunda: que no sabemos la fecha ni la hora del examen final de nuestra vida. Ese día es tan incierto como la aparición de un ladrón; y por eso es gran sabiduría estar en permanente preparación y vigilancia.


¿Estamos en verdad haciendo producir los talentos recibidos para bien de la familia, la Iglesia, la sociedad, el mundo, según el querer de Dios, que nos los dio? En eso consiste la preparación y la vigilancia. Que la pregunta sea sincera, sin miedo a encontrarnos deficientes, sino con la valentía y el optimismo para dejar de serlo. Nos va en ello la eternidad feliz. Seamos de verdad hijos de la luz, hijos del Dios de la luz.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, November 09, 2008

EL TEMPLO, CASA DE ORACIÓN


EL TEMPLO, CASA DE ORACIÓN


Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán / 09-11-2008


En aquel tiempo se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quiten esto de aquí: no conviertan en un mercado la casa de mi Padre”. Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.» Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: “¿Qué signos nos muestras para obrar así?” Jesús contestó: “Destruyan este templo, y en tres días yo lo levantaré”. Los judíos replicaron: “Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?” Pero él hablaba del templo de su cuerpo. (Juan 2,13-22).


La Basílica de San Juan de Letrán es la basílica del Papa y la madre de todas las iglesias o templos católicos del mundo. En el evangelio de hoy Jesús nos invita a purificar nuestra concepción y uso de los templos.


El templo es un lugar privilegiado para el encuentro de Dios con el hombre y del hombre con Dios; donde el hombre puede darle culto, y hablar serenamente con él, en cuanto individuo y cocomuidad. En ese diálogo con la Trinidad el hombre encuentra el sentido real de su existencia temporal y su destino eterno, y a la vez el valor de la relación con prójimo y con toda la creación. Por eso todas las culturas han tenido y tienen siempre sus templos.


Los judíos habían pervertido el destino, sentido y uso del templo, convirtiéndolo en un mercado de animales para los sacrificios. Y hoy se repite en muchos templos parecida situación escandalosa: pretexto para negocios de toda clase alrededor y dentro de las iglesias, y también como ámbito donde se da más importancia a la supervivencia del clero que al culto de Dios y a la santificación del hombre.


Los templos y sus fiestas se han convertido muchas veces en pretexto para fiestas paganas y negocios comerciales, incluido el turismo, que atraen a un contingente de personas muy superior a los que acuden al templo para adorar a Dios “en espíritu y en verdad” y abrirse a los caminos de la salvación.


Por otro lado, un alto porcentaje acude al templo para cumplir, por costumbre, y reducen así las celebraciones sagradas a ritos vacíos, por la ausencia de amor a Dios y al prójimo, con lo cual el rito sagrado se queda en ritualismo supersticioso o pietismo, que no influye para nada en la vida, obras y relaciones de cada día.


“¿Para eso van tanto a la iglesia?”, suele oírse. Por ese escándalo muchos no van a la iglesia, pues si gran parte de los que van no son mejores que los demás, e incluso son peores, ¿para que sirve ir?


Ya en el Antiguo Testamento Dios se lamentaba: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. Con lo cual Dios declara que el culto sin amor a él y al prójimo, no le agrada en absoluto, sino que le ofende, por ser una perversión de lo sagrado, una indignante hipocresía. ¡Vale la pena verificar sinceramente, ya, si pertenecemos o no al grupo del “cumplo-y-miento”!


El cuerpo de Jesús es el verdadero templo de la Trinidad, y desafía a los judíos a que destruyan su cuerpo, y él lo resucitará glorioso, para hacerse templo universal. Desde su resurrección, ya no se adora a Dios sólo en los templos materiales, sino sobre todo en “espíritu y en verdad”, dentro y fuera de los templos, que sólo son lugares para “encontrarnos con quien nos ama”.


A semejanza del cuerpo de Jesús, también el cuerpo humano, la persona, es “templo de la Trinidad”. Por eso toda persona merece el máximo respeto, empezando por sí mismo. ¡Grandiosa dignidad del hombre, tantas veces conculcada en la propia persona y en la de los demás! ¿Nos valoramos de verdad?


Ezequiel 47,1-2. 8-9. 12.


En aquellos días, el ángel me hizo volver a la puerta del templo; por debajo del umbral del templo manaba agua hacia Levante -el templo miraba a Levante-, el agua iba bajando por el lado derecho del templo, al mediodía del altar. Me hizo salir por la puerta del Norte y me dirigió por fuera a la puerta exterior que mira a Levante; el agua iba corriendo por el lado derecho. Me dijo: "Estas aguas corren a la comarca de Levante, bajarán hasta el Arabá y desembocarán en el mar, el de las aguas pútridas, y lo sanearán. Todos los seres vivos que bullan allí donde desemboque la corriente, tendrán vida, y habrá peces en abundancia; al desembocar allí estas aguas quedará saneado el mar y habrá vida dondequiera que llegue la corriente. A la vera del río, en sus dos riberas, crecerán toda clase de frutales; no se marchitarán sus hojas ni sus frutos se acabarán; darán cosecha nueva cada luna, porque los riegan aguas que manan del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales".


Esta visión del profeta Ezequiel simboliza la gracia purificadora y vivificadora de Dios que sale de su templo, y hoy la fuerza salvífica brota del sacrificio y banquete eucarístico. Pues desde la Eucaristía Cristo crucificado y resucitado irradia su poder misericordioso y salvador hacia los cuatro puntos cardinales.


Y nosotros estamos invitados a compartir con Él el sacrificio y banquete eucarístico y la salvación de la humanidad, ofreciéndonos junto con Él al Padre por la conversión y salvación nuestra, de los nuestros y de toda la humanidad.


Una vez más: acojamos con gozo la invitación del Resucitado a compartir su Sacerdocio Supremo a favor de la humanidad ejerciendo nuestro sacerdocio bautismal: orar y ofrecer sacrificios, en especial la Eucaristía, por la salvación de los otros, que es la única forma de asegurarnos la nuestra.


1ª Corintios 3, 9-13. 16-17


Hermanos: Ustedes son edificio de Dios. Conforme al don que Dios me ha dado, yo como hábil arquitecto coloqué el cimiento, otro levanta el edificio. Mire cada uno cómo construye. ¿No saben que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: ese templo son ustedes.


Nuestra persona es construcción, templo de Dios, y el fundamento puesto en el bautismo, es Cristo. Sólo él es la piedra angular del templo de nuestra persona.


Cada cual puede edificar sobre ese fundamento, pero también, por desgracia, puede rechazar la piedra angular, Cristo Resucitado, y destruirse sobre el altar de los ídolos del placer, del dinero, del poder, del egoísmo.


Y también podemos construir o destruir los templos que son los otros. Y los otros pueden ayudarnos a construir o hacerse cómplices de la destrucción del templo de nuestra persona. Por eso san Pablo nos da una estremecedora advertencia: Quien destruya el templo de Dios, será por Dios destruido. No dejemos caer en el vacío esta grave y saludable advertencia, pues están en juego nuestra salvación o nuestra destrucción.


Usemos el templo de piedra, el templo persona de Cristo, el templo del hogar, el templo que es nuestra persona y la de los otros para lo que son: lugares del encuentro salvífico con el Resucitado y con los hermanos.


P. Jesús Álvarez, ssp.