EL TEMPLO, CASA DE ORACIÓN
Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán / 09-11-2008
En aquel tiempo se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quiten esto de aquí: no conviertan en un mercado la casa de mi Padre”. Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.» Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: “¿Qué signos nos muestras para obrar así?” Jesús contestó: “Destruyan este templo, y en tres días yo lo levantaré”. Los judíos replicaron: “Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?” Pero él hablaba del templo de su cuerpo. (Juan 2,13-22).
La Basílica de San Juan de Letrán es la basílica del Papa y la madre de todas las iglesias o templos católicos del mundo. En el evangelio de hoy Jesús nos invita a purificar nuestra concepción y uso de los templos.
El templo es un lugar privilegiado para el encuentro de Dios con el hombre y del hombre con Dios; donde el hombre puede darle culto, y hablar serenamente con él, en cuanto individuo y cocomuidad. En ese diálogo con la Trinidad el hombre encuentra el sentido real de su existencia temporal y su destino eterno, y a la vez el valor de la relación con prójimo y con toda la creación. Por eso todas las culturas han tenido y tienen siempre sus templos.
Los judíos habían pervertido el destino, sentido y uso del templo, convirtiéndolo en un mercado de animales para los sacrificios. Y hoy se repite en muchos templos parecida situación escandalosa: pretexto para negocios de toda clase alrededor y dentro de las iglesias, y también como ámbito donde se da más importancia a la supervivencia del clero que al culto de Dios y a la santificación del hombre.
Los templos y sus fiestas se han convertido muchas veces en pretexto para fiestas paganas y negocios comerciales, incluido el turismo, que atraen a un contingente de personas muy superior a los que acuden al templo para adorar a Dios “en espíritu y en verdad” y abrirse a los caminos de la salvación.
Por otro lado, un alto porcentaje acude al templo para cumplir, por costumbre, y reducen así las celebraciones sagradas a ritos vacíos, por la ausencia de amor a Dios y al prójimo, con lo cual el rito sagrado se queda en ritualismo supersticioso o pietismo, que no influye para nada en la vida, obras y relaciones de cada día.
“¿Para eso van tanto a la iglesia?”, suele oírse. Por ese escándalo muchos no van a la iglesia, pues si gran parte de los que van no son mejores que los demás, e incluso son peores, ¿para que sirve ir?
Ya en el Antiguo Testamento Dios se lamentaba: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. Con lo cual Dios declara que el culto sin amor a él y al prójimo, no le agrada en absoluto, sino que le ofende, por ser una perversión de lo sagrado, una indignante hipocresía. ¡Vale la pena verificar sinceramente, ya, si pertenecemos o no al grupo del “cumplo-y-miento”!
El cuerpo de Jesús es el verdadero templo de la Trinidad, y desafía a los judíos a que destruyan su cuerpo, y él lo resucitará glorioso, para hacerse templo universal. Desde su resurrección, ya no se adora a Dios sólo en los templos materiales, sino sobre todo en “espíritu y en verdad”, dentro y fuera de los templos, que sólo son lugares para “encontrarnos con quien nos ama”.
A semejanza del cuerpo de Jesús, también el cuerpo humano, la persona, es “templo de la Trinidad”. Por eso toda persona merece el máximo respeto, empezando por sí mismo. ¡Grandiosa dignidad del hombre, tantas veces conculcada en la propia persona y en la de los demás! ¿Nos valoramos de verdad?
Ezequiel 47,1-2. 8-9. 12.
En aquellos días, el ángel me hizo volver a la puerta del templo; por debajo del umbral del templo manaba agua hacia Levante -el templo miraba a Levante-, el agua iba bajando por el lado derecho del templo, al mediodía del altar. Me hizo salir por la puerta del Norte y me dirigió por fuera a la puerta exterior que mira a Levante; el agua iba corriendo por el lado derecho. Me dijo: "Estas aguas corren a la comarca de Levante, bajarán hasta el Arabá y desembocarán en el mar, el de las aguas pútridas, y lo sanearán. Todos los seres vivos que bullan allí donde desemboque la corriente, tendrán vida, y habrá peces en abundancia; al desembocar allí estas aguas quedará saneado el mar y habrá vida dondequiera que llegue la corriente. A la vera del río, en sus dos riberas, crecerán toda clase de frutales; no se marchitarán sus hojas ni sus frutos se acabarán; darán cosecha nueva cada luna, porque los riegan aguas que manan del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales".
Esta visión del profeta Ezequiel simboliza la gracia purificadora y vivificadora de Dios que sale de su templo, y hoy la fuerza salvífica brota del sacrificio y banquete eucarístico. Pues desde la Eucaristía Cristo crucificado y resucitado irradia su poder misericordioso y salvador hacia los cuatro puntos cardinales.
Y nosotros estamos invitados a compartir con Él el sacrificio y banquete eucarístico y la salvación de la humanidad, ofreciéndonos junto con Él al Padre por la conversión y salvación nuestra, de los nuestros y de toda la humanidad.
Una vez más: acojamos con gozo la invitación del Resucitado a compartir su Sacerdocio Supremo a favor de la humanidad ejerciendo nuestro sacerdocio bautismal: orar y ofrecer sacrificios, en especial la Eucaristía, por la salvación de los otros, que es la única forma de asegurarnos la nuestra.
1ª Corintios 3, 9-13. 16-17
Hermanos: Ustedes son edificio de Dios. Conforme al don que Dios me ha dado, yo como hábil arquitecto coloqué el cimiento, otro levanta el edificio. Mire cada uno cómo construye. ¿No saben que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: ese templo son ustedes.
Nuestra persona es construcción, templo de Dios, y el fundamento puesto en el bautismo, es Cristo. Sólo él es la piedra angular del templo de nuestra persona.
Cada cual puede edificar sobre ese fundamento, pero también, por desgracia, puede rechazar la piedra angular, Cristo Resucitado, y destruirse sobre el altar de los ídolos del placer, del dinero, del poder, del egoísmo.
Y también podemos construir o destruir los templos que son los otros. Y los otros pueden ayudarnos a construir o hacerse cómplices de la destrucción del templo de nuestra persona. Por eso san Pablo nos da una estremecedora advertencia: Quien destruya el templo de Dios, será por Dios destruido. No dejemos caer en el vacío esta grave y saludable advertencia, pues están en juego nuestra salvación o nuestra destrucción.
Usemos el templo de piedra, el templo persona de Cristo, el templo del hogar, el templo que es nuestra persona y la de los otros para lo que son: lugares del encuentro salvífico con el Resucitado y con los hermanos.
P. Jesús Álvarez, ssp.
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