EN EL CIELO HAY MUCHO ESPACIO
Domingo 5º de Pascua- A / 20-04-2008
Dijo Jesús a sus discípulos: No pierdan la calma. Crean en Dios y crean también en mí. En la casa de mi Padre hay mucho espacio; y me voy allá a prepararles un lugar; (si no fuera así, se lo habría dicho). Y cuando se lo tenga preparado, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo estoy, estén también ustedes. Para ir a donde yo voy ustedes ya conocen el camino. Tomás le dijo: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo podemos conocer el camino? Jesús le respondió: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si ustedes me conocen, conocerán también al Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto. Felipe le dijo: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Jesús le replica: Hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre... Créanme: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Créanlo al menos por las obras. Les aseguro que quien cree en mí, hará también las obras que yo hago, y aun mayores, porque me voy al Padre. Y yo haré todo lo que ustedes pidan en mi nombre. (Juan 14, 1 - 12)
¿Cuándo perdemos la calma, la paz, la serenidad? Cuando apoyamos nuestra esperanza, nuestras ilusiones, nuestra felicidad y nuestra vida en valores o realidades que al final se nos escaparán de las manos y de la vida, por descuidar los valores eternos de la fe.
La esperanza en Dios, en la resurrección y la vida eterna, junto con el esfuerzo sincero y permanente por cultivar esa fe viva en Dios vivo, presente y amoroso, nos devuelve la paz y la serenidad, porque esos valores son infalibles y nadie jamás nos los podrá arrebatar. Sólo nosotros podemos descuidarlos, ignorarlos y perderlos.
En la casa de Dios Padre hay amor infinito, gozo inmenso; hay puesto para todos, no sólo para ciento cuarenta y cuatro mil, sino para “una multitud inmensa que nadie puede contar”, como dice el Apocalipsis en el capítulo 7, versículo 9. Allá está Jesús preparando sitio para todos aquellos que se esfuercen de veras en seguirlo imitando su vida con las actitudes, sentimientos, palabras y obras, y compartiendo con él su misión salvífica a favor de los hombres.
Tomás quiere conocer el camino del paraíso, y Jesús le responde con la expresión que constituye la mejor definición de sí mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
Cristo nos ha abierto el camino y va delante de nosotros. Él mismo es “el Camino que nos conduce al Padre”, y nos invita a seguirlo pisando sus huellas y tomados de su mano, amando como él amó y lo que él amó y ama. Él es “la Verdad que nos hace libres” frente a los falsos valores y esperanzas caducas que nos ofrecen los ídolos del poder, del placer y del poseer, que tratan de apartarnos de Dios y del camino que lleva a la vida eterna. Y él es la “Vida divina” que se injerta en nuestra vida humana y nos la hace eterna. “Quien cree en mí, posee la vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”, nos asegura nuestro Salvador.
Felipe quiere ver al Padre cara a cara, lo cual sólo es posible en la otra vida. Acá tenemos que contentarnos con verle por la fe, abriendo los ojos ante las maravillas que realiza a diario en la creación, en la historia, en la Iglesia, en el prójimo, con su palabra en la Biblia, en la Eucaristía, en nosotros mismos.
Jesús también asegura que quien crea en él y le siga, hará incluso mayores obras que él, porque en realidad es él quien realiza esas obras a través de los suyos. Por ejemplo, él no pudo hablar a millones de personas a la vez, como lo podemos hacer hoy a través de la televisión, de la radio, de internet y otros multiplicadores de su Palabra.
Pero Jesús tal vez nos puede reprochar hoy como a Felipe: “Llevo veinte siglos entre ustedes, y todavía no me conocen”, a pesar de que “estoy todos los días con ustedes”. Hacemos tantas prácticas religiosas, pero quizás no lo conocemos porque no lo tratamos, no nos relacionamos con él como Persona presente y amante, ni lo amamos ni escuchamos como a quien nos ama más que nadie.
Quien cree, espera y ama, hará el bien, tendrá calma, y Jesús le está asegurando un puesto en la Casa del Padre.
Hechos de los Apóstoles 6, 1 - 7
En aquellos días: Como el número de discípulos aumentaba, los helenistas comenzaron a murmurar contra los hebreos porque se desatendía a sus viudas en la distribución diaria de los alimentos. Entonces los Doce convocaron a todos los discípulos y les dijeron: «No es justo que descuidemos el ministerio de la Palabra de Dios para ocuparnos de servir las mesas. Es preferible, hermanos, que busquen entre ustedes a siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, y nosotros les encargaremos esta tarea. De esa manera, podremos dedicarnos a la oración y al ministerio de la Palabra». La asamblea aprobó esta propuesta y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe y a Prócoro, a Nicanor y a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía. Los presentaron a los apóstoles, y estos, después de orar, les impusieron las manos. Así la Palabra de Dios se extendía cada vez más, el número de discípulos aumentaba considerablemente en Jerusalén y muchos sacerdotes abrazaban la fe.
Situaciones semejantes se presentan en la Iglesia de hoy: sacerdotes, religiosos, misioneros se sobrecargan de múltiples tareas y compromisos materiales, que no les dejan tiempo para orar y evangelizar, y que deberían delegar a laicos comprometidos y competentes, “llenos del Espíritu Santo”, para dedicarse ellos a la evangelización y a la oración.
Los apóstoles tenían como tarea primordial la predicación, cuyo tema fundamental era la resurrección de Cristo, o mejor dicho, Cristo resucitado presente. Y no principalmente la celebración eucarística y los sacramentos, que eran consecuencia y vivencia del evangelio predicado, y les ocupaban mucho menos tiempo. El sacramento sin suficiente evangelización, se queda estéril, pues ni se comprende ni se vive; por eso carece de fuerza transformadora y salvífica.
Pero muchos pastores se dedican principalmente a la administración y a la sacramentalización, y la vida cristiana se desintegra en apariencias y ritos; no progresa.
1 Pedro 2, 4 - 10
Queridos hermanos: Al acercarse al Señor, la piedra viva, rechazada por los hombres, pero elegida y preciosa a los ojos de Dios, también ustedes, a manera de piedras vivas, son edificados como una casa espiritual, para ejercer un sacerdocio santo y ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo. Porque dice la Escritura: «Yo pongo en Sión una piedra angular, elegida y preciosa: el que deposita su confianza en ella, no será confundido». Por lo tanto, a ustedes, los que creen, les corresponde el honor. En cambio, para los incrédulos, «la piedra que los constructores rechazaron, ha llegado a ser la piedra angular: piedra de tropiezo y roca de escándalo». Ellos tropiezan porque no creen en la Palabra: esa es la suerte que les está reservada. Ustedes, en cambio, son «una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido» para anunciar las maravillas de aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz. Ustedes, que antes no eran un pueblo, ahora son el Pueblo de Dios; ustedes, que antes no habían obtenido misericordia, ahora la han alcanzado.
Cristo Jesús es la piedra viva, la piedra angular rechazada por muchos, pero elegida y puesta por Dios; y quienes siguen a Cristo confiando en él, se hacen también piedras vivas del edificio de la Iglesia, que es su templo y su Cuerpo.
Los cristianos somos “una raza elegida”, con el privilegio del sacerdocio real y santo que se nos confiere en el bautismo, y que se actúa ofreciendo sacrificios espirituales, agradables a Dios. Los sacrificios agradables a Dios son la oración, el trabajo honrado y de calidad, la ayuda al necesitado, el sufrimiento ofrecido por la salvación de la humanidad, el testimonio de Cristo resucitado, y sobre todo la Eucaristía, en la cual podemos compartir de manera única el sacerdocio supremo de Jesús, si nos ofrecemos en unión con él y por sus mismas intenciones.
Es urgente y necesario recuperar el sacerdocio bautismal y ejercerlo con fe en unión con el sacerdocio ministerial.
P. Jesús Alvarez, ssp.
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