Sunday, August 30, 2009

El Señor es el lote de mi heredad.


EL SEÑOR ES EL LOTE DE MI HEREDAD



SANTA ROSA DE LIMA - Solemnidad - Domingo 22° T.O.-B / 30-08-2009.



Mateo 13, 31-35.

En aquel tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a la gente: «El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas». Les dijo otra parábola: «El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente». Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas, y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: «Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo».


Eclesiástico 3,17 24.

Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad, y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes. No pretendas lo que te sobrepasa, ni escudriñes lo que se te esconde; atiende a lo que te han encomendado, pues no te importa lo profundo y escondido; no te preocupes por lo que te excede, aunque te enseñen cosas que te desbordan; ¡son tan numerosas las opiniones de los hombres!; y sus locas fantasías los extravían.


Filipenses 3, 8-14.

Hermanos: Todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía, la de la Uy, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe. Para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos. No es que haya conseguido el premio, o que ya esté en la meta: yo sigo corriendo a ver si lo obtengo, pues Cristo Jesús lo obtuvo para mí. Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús.

HIPOCRESÍA: CÁNCER DEL CULTO


HIPOCRESÍA: CÁNCER DEL CULTO


Domingo 22° T.O.-B / 30-08-2009.



Los fariseos y los maestros de la ley preguntaron a Jesús: «¿Por qué tus discípulos no observan la tradición de los mayores, sino que comen con las manos impuras?» Él les contestó: «Hipócritas, Isaías profetizó muy bien acerca de ustedes, según está escrito: ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto enseñando doctrinas que son preceptos humanos’. Ustedes dejan el mandamiento de Dios y se aferran a la tradición de los hombres». Llamó de nuevo a la gente y les dijo: «Óiganme todos y entiendan bien: Nada que entra de fuera puede manchar al hombre; lo que sale de dentro es lo que puede manchar al hombre, porque del corazón proceden los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, avaricia, maldad, engaño, desenfreno, envidia, blasfemia, soberbia y necedad. Todas esas cosas malas salen de dentro y hacen impuro al hombre». Marcos 7, 1-23.

Jesús no les reprocha a los fariseos y maestros de la Ley que se laven las manos, sino que suplanten con leyes y tradiciones humanas la Ley divina del amor a Dios y al prójimo, hasta el punto de sentirse con derecho a abandonar a sus padres ancianos y enfermos si daban al templo el dinero con que deberían socorrerlos.

La habilidad para sustituir las exigencias del amor a Dios y al prójimo por ritos externos, normas y leyes fáciles, costumbres cómodas, etc., es también hoy el cáncer fatal de la religión y de las relaciones familiares, humanas y sociales.

Muchos pretenden casar la religión con el dogmatismo, el legalismo, el culto al placer desordenado, la moda, el dinero, el poder, las apariencias, la violencia, la guerra, el racismo, los privilegios... Fatal hipocresía y perversión de la religión, hecha idolatría, ya que desplaza a Dios por intereses humanos.

El mero cumplimiento del culto externo merece la temible descalificación de Isaías repetida por Jesús: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. El culto, o es cuestión de corazón, de amor, o se reduce a hipocresía.

A Dios sólo le agrada el culto vivido en el amor efectivo a él y al prójimo, pues en eso consiste la verdadera religión, que es la fuente de la verdadera felicidad, de la santidad y de la salvación: “Les ruego, hermanos, por la gran ternura de Dios, que le ofrezcan su propia persona como sacrificio vivo y santo, capaz de agradarle; este es el culto verdadero” (Romanos 12, 1); “La religión verdadera consiste en socorrer a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones” (Santiago 1, 27).

La intención profunda, que brota del corazón, es la que hace grandes o perversas nuestras obras, palabras, culto, alegrías, penas y la vida. Todo lo que Dios ha creado es bueno. Nuestro corazón, con sus intenciones, puede consagrar la bondad de las cosas en función del amor a Dios y al prójimo; o pervertirlas con el egoísmo, la hipocresía, la idolatría y otros torcidos sentimientos que brotan del corazón y expulsan de la vida y de las relaciones al Dios del amor, de la libertad, de la salvación y de todo bien.

Jesús nos invita hoy a una revisión profunda y sincera de nuestro modo de celebrar y vivir el culto en el templo y de proyectarlo en la existencia cotidiana, desde lo profundo de nuestro corazón, donde acogemos o rechazamos a Dios y al prójimo, donde consagramos o profanamos las cosas, las obras y la vida.

La hipocresía y la idolatría nos tientan de continuo, quizás sin darnos cuenta. Hay que montar guardia permanente para no dejarnos atrapar y seducir, con el riesgo de arruinar nuestra vida en el tiempo y en la eternidad.

La religión, la oración, la Eucaristía como encuentro amoroso con Dios, es nuestra salvación.


Deuteronomio 4,1-2.

Y ahora, Israel, escucha las leyes y prescripciones que te voy a enseñar y ponlas en práctica, para que tengan vida y entren a tomar posesión de la tierra que les da el Señor, el Dios de sus padres. No añadirán ni suprimirán nada de las prescripciones que les doy, sino que guardarán los mandamientos del Señor, su Dios, tal como yo os los prescribo hoy. Guárdenlos y pónganlos por obra, pues ellos los harán sabios y sensatos ante los pueblos. Cuando estos tengan conocimiento de todas estas leyes, exclamarán: ”No hay más que un pueblo sabio y sensato, que es esta gran nación”. En efecto, ¿qué nación hay tan grande que tenga dioses tan cercanos a ella como lo está de nosotros el Señor, nuestro Dios, siempre que le invocamos? ¿Qué nación hay tan grande que tenga leyes y mandamientos tan justos como esta ley que yo les propongo hoy?


Los mandamientos dados por Dios a los israelitas superaban con mucho en sabiduría y equidad a las leyes de los demás pueblos, porque eran obra del Dios verdadero, el único que está real y amorosamente cercano a su pueblo, en medio de él, para escucharlo y socorrerlo siempre que lo invoquen.

Los ídolos eran y son la expresión del abandono de Dios y de la tiranía que comienza con halagos, pero termina en destrucción sin piedad.

Pero Dios llega al máximo de su cercanía y presencia en su nuevo Pueblo, la Iglesia, mediante la encarnación de Cristo, Dios-hombre; cercanía que se hace identificación inefable de Jesús con quienes lo acogen, especialmente en el sacramento de la Eucaristía y en el “sacramento del prójimo” necesitado.

La tierra prometida al nuevo Pueblo de Dios no es un lugar geográfico de la tierra, sino el reino eterno de Dios, en el paraíso, por el que suspiramos.


Santiago 1,17-18 . 1,21-22.

Todo don excelente y todo don perfecto viene de lo alto, del Padre de las luces, en el que no hay cambio ni sombra de variación. Él nos ha engendrado según su voluntad por la palabra de la verdad, para que seamos como las primicias de sus criaturas. Por eso, alejen de ustedes todo vicio y toda manifestación de malicia, y reciban con docilidad la palabra que ha sido plantada en ustedes y que puede salvarlos. Cumplan la palabra y no se contenten sólo con escucharla, engañándose a ustedes mismos. La práctica religiosa pura y sin mancha delante de Dios, nuestro Padre, consiste en visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones y en guardarse de los vicios del mundo.

Todo lo bueno: lo que somos, tenemos, amamos, gozamos, esperamos, todo nos viene del corazón amoroso de la Trinidad. Y el don natural más grande es la vida inteligente, con la que nos sitúa por encima de toda otra criatura de este mundo.

Pero por sobre esa vida está la vida divina que Dios mismo injerta en nuestra vida humana mediante su Palabra viva, Cristo Jesús, que vino para hacernos capaces de su vida y felicidad eternas a través de la resurrección.

Si no nos esforzamos en cumplir las condiciones para acceder a esta vida divina, puesta a nuestro alcance sin merecerla, Dios nos dará el éxito total de nuestra existencia temporal: el paraíso eterno.

No puede haber mayor suplicio que el remordimiento de haber perdido el puesto que Cristo Jesús, por puro amor, nos ha ganado con su vida, muerte y resurrección: “Voy a prepararles un puesto”.

Para alcanzarlo sabemos el camino: una “religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre”, que consiste en el amor real a Dios y al prójimo, sin dejarse contaminar por los vicios de este mundo.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, August 23, 2009

CREER Y VIVIR EN SU PRESENCIA AMOROSA


CREER Y VIVIR EN SU PRESENCIA AMOROSA


Domingo 21° del tiempo ordinario B – 23-08-2009.


Después de escuchar la enseñanza de Jesús, muchos de sus discípulos decían: «¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?» Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen». En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede». Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de Él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?» Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios» (Juan 6, 60-69).

Jesús había afirmado algo totalmente nuevo: “Yo soy el pan de vida que baja del cielo. El que coma de este pan, vivirá para siempre”. “Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes”. Y la mayoría del auditorio se “escandaliza”, no acepta que Jesús, el hijo de un simple carpintero del pueblo, use un lenguaje tan desconcertante, extraño, difícil de admitir. Y la mayoría opta por lo más fácil: abandonar.

Este alejarse de Cristo, Pan de vida, sigue repitiéndose a través de la historia: casi todas las iglesias separadas y las sectas han abandonado la Eucaristía, privando a sus adeptos del don más grande de Dios a los hombres: Cristo hecho Pan de Vida eterna.

Pero lo que más “escandaliza” es que un 90% de los mismos católicos, una vez hecha la primera comunión, abandonan la Eucaristía y la Iglesia. Pero tampoco todos los que van a misa los domingos reciben la comunión, porque, en realidad, no creen en Cristo eucarístico resucitado. Y muchos de los que la reciben, no creen ni aman al que reciben. Aceptan el rito, pero no la Persona viva de Cristo. Prefieren una vida cómoda antes que el esfuerzo de imitar a Jesús, como exige la unión eucarística con él para tener vida y gloria eterna.

La Eucaristía sin fe y sin amor a Cristo y al prójimo, es un fatal contrasentido. Como el beso hipócrita de Judas, con sus desastrosas consecuencias, según afirma San Pablo: “Se tragan la propia condena”. ¡Dios nos libre de tan gran desgracia irremediable!

Quien no cree ni acoge conscientemente a Cristo en la Eucaristía, ¿cómo va a creer que ha resucitado y subido al cielo, y que nos invita a recorrer el mismo camino por él abierto? ¿Cómo podrá reconocerlo y acogerlo cuando se le presente al final de su vida?

Urge, pues, verificar nuestra fe amorosa en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, y suplicarle con insistencia un aumento de fe y amor hacia él: Te creo, te amo y en ti espero, mas aumenta mi fe, mi amor y mi esperanza. “Señor mío y Dios mío”.

Por otra parte, Jesús afirma que es imposible unirse a él si el Padre no nos lo concede. Pero nos indica cómo lograr que nos lo conceda: “Pidan y recibirán, porque quien pide, recibe, y quien busca, encuentra”. “Todo lo que pidan al Padre en mi nombre, él se lo concederá”.

Repitamos con Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a ir? Sólo tú tienes palabras de vida eterna”. Creemos más allá de lo que vemos y tocamos. Somos felices por creer y amar sin ver. Esperamos, acogemos y amamos a Cristo como único Salvador, y nos asociamos a su cruz, la cual nos merecerá la resurrección y la vida eterna. Lo tenemos como luz, alegría, paz y salvación; creemos y vivimos en su presencia y amistad infalible: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.

La catequesis eucarística suele fallar por la base: se ocupa más de la doctrina y del rito, que de llevar a encuentro real con Cristo resucitado presente en la Eucaristía. Hay hambre de Cristo, pero también anemia espiritual por falta de real experiencia de Jesús eucarístico.


Josué 24,1-2

Josué reunió en Siquém a todas las tribus de Israel, y convocó a los ancianos de Israel, a sus jefes, a sus jueces y a sus escribas, y ellos se presentaron delante del Señor. Entonces Josué dijo a todo el pueblo: «Si no están dispuestos a servir al Señor, elijan hoy a quién quieren servir: si a los dioses a quienes sirvieron sus antepasados al otro lado del Río, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país ustedes ahora habitan. Yo y mi familia serviremos al Señor».
El pueblo respondió: «Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses. Porque el Señor, nuestro Dios, es el que nos hizo salir de Egipto, de ese lugar de esclavitud, a nosotros y a nuestros padres, y el que realizó ante nuestros ojos aquellos grandes prodigios. Él nos protegió en todo el camino que recorrimos y en todos los pueblos por donde pasamos. Por eso, también nosotros serviremos al Señor, ya que Él es nuestro Dios».

Josué nos invita también a nosotros a decidir libre y conscientemente a quién queremos amar y servir de veras: a Dios, fuente de todo bien, de la vida y de la salvación; o a los ídolos del placer desordenado, del dinero injusto y del poder abusivo, que terminan destruyendo a sus mismos adoradores.

Es decisivo, para no jugarnos la vida eterna, reconocer lealmente si servimos o no a Dios en el templo de nuestra persona y de nuestra vida, y no sólo en el templo de piedra o cemento.

Huyamos del autoengaño de dar por supuesto que Dios tiene seguro su trono en nuestro corazón y nuestra vida. Pueden servirnos estas pistas de verificación: “De la abundancia del corazón habla la boca”. “Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón”. “Por sus frutos los conocerán”, aplicándoselo a uno mismo.


Efesios 5,21-32

Hermanos: Sométanse los unos a los otros, por consideración a Cristo. Las mujeres respeten a su propio marido como al Señor, porque el varón es la cabeza de la mujer, como Cristo es la Cabeza y el Salvador de la Iglesia, que es su Cuerpo. Así como la Iglesia está sometida a Cristo, de la misma manera las mujeres deben respetar en todo a su marido. Los maridos amen a su esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla. Él la purificó con el bautismo del agua y la palabra, porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e inmaculada. Del mismo modo, los maridos deben amar a su mujer como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a sí mismo. Nadie menosprecia a su propio cuerpo, sino que lo alimenta y lo cuida. Así hace Cristo por la Iglesia, por nosotros, que somos los miembros de su Cuerpo. "Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos serán una sola carne". Éste es un gran misterio: y yo digo que se refiere a Cristo y a la Iglesia. En cuanto a ustedes, cada uno debe amar a su propia mujer como a sí mismo, y la esposa debe respetar a su marido.

Por este texto se ha tachado de machista a San Pablo. Pero él deja bien claro que la ley suprema del matrimonio es el amor, el único valor que hace iguales, libres y felices a los esposos. Al aconsejar: “Sean esclavos los unos de los otros por amor”, señala la verdadera la libertad, dicha y respeto mutuo en la pareja.

Al decir que “los maridos amen a su mujer como Cristo ama a la Iglesia” y “como a su propio cuerpo”, San Pablo demuele la mentalidad machista de todo tiempo. Leyendo el capítulo 13 de la 1ª carta a los Corintios, se palpa cómo piensa Pablo sobre el amor en el matrimonio y en cualquier relación.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, August 16, 2009

LA ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA


LA ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA


Domingo 20° T.O.-B / 16-08-2009


Lucas. 1, 39-56

En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la vos de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor! Y dijo María: "Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia - como lo había anunciado a nuestros padres - en favor de Abraham y de su linaje por los siglos”. María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.


Apocalipsis 11, 19a; 12, 1. 3-6a,. 10ab

Y se abrió el Santuario de Dios en el cielo, y apareció el arca de su alianza en el Santuario, y se produjeron relámpagos, y fragor, y truenos, y temblor de tierra y fuerte granizada. Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; está encinta, y grita con los dolores de parto y con el tormento de dar a luz. Y apareció otra señal en el cielo: Un gran Dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas. Su cola arrastra la tercera parte de las estrellas de cielo y las precipitó sobre la tierra. El Dragón se detuvo delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su Hijo en cuanto lo diera a luz. La Mujer dio a luz a un Hijo varón, el que ha de regir todas las naciones con cetro de hierro; y su hijo fue arrebatado hasta Dios y hasta su trono. Y la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios para ser allí alimentada doscientos sesenta días. Oí entonces una fuerte voz que decía en el cielo: "Ahora ya ha llegado la salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios y la potestad de su Cristo, porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que nos acusaba día y noche delante de nuestro Dios." .


Corintios. 15, 20-27a

Hermanos: Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron. Porque, habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también revivirán en Cristo. Pero cada cual en su rango: Cristo como primicias; luego los de Cristo en su Venida. Luego, el fin, cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad. Porque debe él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la Muerte. Porque ha sometido todas las cosas bajo sus pies. Más cuando diga que "todo está sometido", es evidente que se excluye a Aquel que ha sometido a él todas las cosas.

EUCARISTÍA y VIDA ETERNA



Domingo 20° T.O.-B / 16-08-2009.



Jesús dijo a los judíos: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo». Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?» Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y Yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él. Así como Yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente». Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaúm. Juan 6, 51-59.

Las palabras de Jesús sobre el Pan de Vida eterna resultan inauditas e inaceptables para la mayoría de sus oyentes. Por eso todos lo abandonan, menos los Doce. Y Jesús los desafía también a ellos, poniéndolos con firmeza ante la alternativa de creer o de irse.

Mientras Jesús hace curaciones, multiplica y reparte el pan material, todos lo admiran y quieren estar a su lado. Pero aceptar a Jesús que ofrece mucho más: el Pan espiritual de Vida eterna, compromete sus seguridades, sus costumbres y su misma religión de ritos externos sin compromiso de vida. ¿Acaso no sigue pasando hoy lo mismo entre nosotros?

Las cosas no han cambiado mucho. ¡Cuántas veces se comulga la hostia, pero no se comulga con Cristo Resucitado en la vida cotidiana, en el amor al prójimo, en el sufrimiento, en las alegrías, en el trabajo, y ni siquiera en la misma oración. Así Él resulta un don nadie excluido de la vida como un estorbo.

La firme promesa de Jesús: “Quien coma de este pan, vivirá para siempre”, no se verifica por sólo recibir la hostia, sino por acoger en la hostia a Cristo Resucitado, y comulgar con él en la vida práctica, en su Palabra y en el prójimo, con quien él se identifica: “Todo lo que hagan a uno de éstos, a mi me lo hacen”.

La promesa infalible de Jesús: “Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí yo en él”, nos sitúa dentro de una realidad tan maravillosa, misteriosa y feliz, que nos puede parecer increíble, inaceptable. Y humanamente así es. Mas para el Amor omnipotente de Dios nada hay imposible. La Vida divina, que es Cristo en persona, nos lleva a la victoria sobre la muerte mediante la resurrección.

Frente a esta maravillosa e inaudita obra del amor salvador de Cristo hacia todos los hijos de Dios, cabe preguntarse: ¿Por qué la Eucaristía, fuente de vida para todos los hombres, hijos de Dios, llega a tan pocos? ¡Una situación preocupante! ¿Cómo llevar la gente a la Eucaristía y la Eucaristía a la gente?

Consuela saber que en otros pasos del Evangelio Jesús declara como medios de salvación y de vida eterna también “otros sacramentos”: “Quien escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna”. “Si ustedes perdonan, también el Padre celestial les perdonará”. “Tuve hambre y ustedes me dieron de comer, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron… Vengan, benditos de mi Padre, a poseer el reino preparado para ustedes”. “Felices los que sufren, pues de ellos es el reino de los cielos”…


Proverbios 9, 1-6.

La Sabiduría edificó su casa, talló sus siete columnas, inmoló sus víctimas, mezcló su vino, y también preparó su mesa. Ella envió a sus servidoras a proclamar sobre los sitios más altos de la ciudad: «El que sea incauto, que venga aquí». Y al falto de entendimiento, le dice: «Vengan, coman de mi pan, y beban del vino que yo mezclé. Abandonen la ingenuidad, y vivirán, y sigan derecho por el camino de la inteligencia».


El banquete que prepara la Sabiduría, es prefiguración del Banquete eucarístico, la Misa, en la cual la Sabiduría en persona, Cristo Jesús resucitado, se ofrece a sí mismo como alimento en el Pan de la Palabra que da la Vida y en el Pan eucarístico bajado del cielo.

Cristo Jesús es la Sabiduría y el Pan que nos sostiene en el camino hacia el Banquete eterno en la Casa del Padre. Todos estamos invitados a este doble banquete. Podemos aceptar con amor y gratitud, podemos aceptar sólo en apariencia y podemos menospreciar la invitación. De nosotros depende.

Para que la Eucaristía produzca frutos de vida cristiana y de vida eterna, hay que vivirla como experiencia vital y real de encuentro con Cristo Resucitado, que nos invita a su mesa eucarística y a su mesa eterna.

Al respecto, es importante volver a la comunión espiritual frecuente, como extensión de la comunión sacramental y preparación a la misma. Con ella se continúa acogiendo al mismo Cristo Resucitado en la propia vida, relaciones, trabajo, sufrimientos, alegrías... Comunión asequible también para quienes no pueden comulgar sacramentalmente.


Efesios 5, 15-20.

Hermanos: Cuiden mucho su conducta y no procedan como necios, sino como personas sensatas que saben aprovechar bien el momento presente, porque estos tiempos son malos. No sean irresponsables, sino traten de saber cuál es la volun¬tad del Señor. No abusen del vino que lleva al libertinaje; más bien, llénense del Espíritu Santo. Cuando se reúnan, reciten salmos, himnos y cantos espiritua¬les, cantando y celebrando al Señor de todo corazón. Siempre y por cualquier motivo, den gracias a Dios, nuestro Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.


San Pablo nos exhorta a vivir conscientes de los dones inapreciables que Dios pone a nuestra disposición, para no desperdiciarlos como unos necios.

Los mayores dones los hemos recibido y nos son conservados sin pagar un centavo y sin fatiga alguna: la vida, la inteligencia, el aire que respiramos, el sol que nos alumbra, la tierra que pisamos, la fe, los sacramentos…

Vivimos sumergidos en los dones inmensos de Dios, pero podemos vivir en la necedad de la ingratitud, creyéndonos con derecho absoluto a todo e incluso con derecho a desperdiciarlos…, con el riesgo de perderlos para siempre.

Pablo nos invita a darle gracias a Dios por todo y siempre con toda el alma, y sobre todo por la Eucaristía, por su Palabra, por su perdón y por el paraíso que nos ha merecido Jesucristo. Dones para agradecer en el tiempo y en la eternidad.

Es justo hacer de nuestra vida, llena de gracias, una acción de gracias permanente.


P. Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, August 09, 2009


PAN DE VIDA BAJADO DEL CIELO



Domingo 19°-B T.O. / 9 agosto 2009.



Los judíos murmuraban de Jesús, porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo». Y decían: «¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: "Yo he bajado del cielo?"» Jesús tomó la palabra y les dijo: «No murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y Yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en el libro de los Profetas: "Todos serán instruidos por Dios". Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí. Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo Él ha visto al Padre. Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna. Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero éste es el pan que desciende del cielo, para que aquél que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo». Juan 6, 41-51.

Los judíos conocían a Jesús como un vecino más, de una familia humilde como las demás. Pero se negaron a reconocer en su persona algo más de lo que ya sabían de él. Dieron por imposible que un simple paisano pudiera tener origen divino, como daba a entender Jesús: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo”. Y si diera su carne para comer, estaría en contra de la Ley, que prohíbe comer carne humana.

La estrechez del conocimiento sobre Jesús les impide reconocerlo como “pan vivo bajado del cielo”, como el Mesías. Es la actitud de quienes sólo creen lo que está al alcance de la razón. Pero “la fe tiene razones que la razón no conoce”, dice Pascal. A quien cree, le sobran razones; a quien no quiere creer, no le bastan todas las razones del mundo, ni la evidencia, ni los milagros.

Hoy sigue siendo difícil creer y vivir la realidad de la Eucaristía, con todo lo que supone la fe en Cristo Eucaristía, “Pan bajado del cielo para la vida del mundo”, “Cuerpo de Cristo entregado por nosotros”, para librarnos del pecado y salvarnos. Los paisanos de Jesús al menos lo veían a él y sus milagros; nosotros sólo vemos un poco de pan y vino… Pero “más dichosos son quienes creen sin ver”.

Y esa dificultad se debe en parte a la falta de costumbre para escuchar a Dios que habla de continuo a nuestro corazón, pues “todos los hombres son instruidos por Dios”. Quien escucha al Padre, escucha también al Hijo, que habla en su nombre. El mismo Padre nos pidió en el Bautismo de Jesús y en la Transfiguración: “Este es mi Hijo muy amado: escúchenlo”.

También es difícil creer en el “Pan bajado del cielo”, porque implica el esfuerzo de imitar la vida de Quien es el Pan del cielo. Pero de nada vale el rito de comer la hostia sin el deseo y el esfuerzo sincero de vivir en unión con Cristo vivo que se nos da en la hostia.

Comulgar la hostia sin acoger a Cristo en la vida, sin poner en práctica su Palabra, sin amarlo en el prójimo, equivale a “tragarse la propia condenación”, como advierte San Pablo. Es un serio imperativo verificar qué estamos haciendo con el “Pan vivo bajado del cielo”: ¿Acogiéndolo como Pan de Vida o realizando un rito externo sin vida?

Es creyente quien escucha la Palabra de Dios y la cumple, recibe el Pan eucarístico y ama a su prójimo, pues esas tres realidades son presencias privilegiadas de Cristo vivo. El creyente vive la vida de Dios en Cristo; el observante sólo realiza ritos vacíos y obras muertas.

Sólo desde el amor a Dios podemos creer en Jesús como el Pan de vida que elimina la muerte al injertar su vida divina en nuestra vida humana; vida divina que vencerá nuestra muerte con la resurrección. ¡Qué dicha con sólo pensarlo! Vale la pena hacer lo imposible para comulgar bien.

La fe en Cristo -que es acogerlo con amor como enviado del Padre-, es un don de Dios al alcance de todos, como afirma el mismo Jesús: “A quien venga a mí, no lo rechazaré”; “Estoy llamando a la puerta…” Sólo hay que abrirle con fe amante.


1 Reyes 19, 4-8.

El rey Ajab contó a Jezabel todo lo que había hecho Elías y cómo había pasado a todos los profetas al filo de la espada. Jezabel envió entonces un mensajero a Elías para decirle: «Que los dioses me castiguen si mañana, a la misma hora, yo no hago con tu vida lo que tú hiciste con la de ellos». Él tuvo miedo, y huyó en seguida para salvar su vida. Llegó a Berseba de Judá y dejó allí a su sirviente. Luego Elías caminó un día entero por el desierto, y al final se sentó bajo una retama. Entonces se deseó la muerte y exclamó: «¡Basta ya, Señor! ¡Quítame la vida, porque yo no valgo más que mis padres!» Se acostó y se quedó dormido bajo la retama. Pero un ángel lo tocó y le dijo: «¡Levántate, come!» Él miró y vio que había a su cabecera un pan cocido sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió, bebió y se acostó de nuevo. Pero el Ángel del Señor volvió otra vez, lo tocó y le dijo: «¡Levántate, come, porque todavía te queda mucho por caminar!» Elías se levantó, comió y bebió, y fortalecido por ese alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta la montaña de Dios, el Horeb.

El profeta Elías da un golpe moral a la idolatría; pero la consecuencia es la persecución política a muerte. Y huye sin rumbo a través del desierto, acosado por el hambre, el miedo, el sentimiento de inutilidad y la desesperación. Se encuentra solo y desea morirse. Pero Dios acude en su ayuda, le proporciona alimento, y Elías se recobra y sigue hacia el monte de la fe, el Horeb o Sinaí.

Buen ejemplo para nosotros cuando nos encontramos en situaciones extremas. Caerse de brazos y desesperarse no es la solución. Lo que procede es volverse a Dios, el único que puede valernos, ponerse en sus manos de Padre y pedirle fuerzas para continuar subiendo por el difícil camino de la fe, que da feliz éxito eterno a una vida de lucha y sufrimiento, por difícil que sea. Cristo es “vida que está presente en toda vida en aflicción”.

Si nos sentimos seguros y orgullosos de nuestras virtudes, de nuestra fe, prácticas, prestigio, cargos, éxitos externos, admiradores…, es fácil que hayamos excluido a Dios de la propia vida, y al fin llega la crisis, la quiebra, y ojalá nos demos cuenta de que están todavía al principio o tal vez fuera del camino hacia el Sinaí: “Sean perfectos como el Padre celestial es perfecto”. Y reaccionemos.


Efesios 4, 30 - 5, 2.

Hermanos: No entristezcan al Espíritu Santo de Dios, que los ha marcado con un sello para el día de la redención. Eviten la amargura, los arrebatos, la ira, los gritos, los insultos y toda clase de maldad. Por el contrario, sean mutuamente buenos y compasivos, perdonándose los unos a los otros como Dios los ha perdonado en Cristo. Traten de imitar a Dios, como hijos suyos muy queridos. Practiquen el amor, a ejemplo de Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y sacrificio agradable a Dios.


Sí, nosotros somos capaces de entristecer al mismo Dios, pues el daño que nos hacemos y hacemos a los demás, hiere el corazón del Padre, porque nos ama inmensamente. Y sucede cuando cedemos a la ira, al egoísmo, al insulto, a la condena, creando un verdadero infierno en nosotros y a nuestro alrededor.

Mas también somos capaces de ser la alegría de Dios dándole gracias, pidiéndole perdón, y amando al prójimo, sobre todo perdonando. Eso mismo nos hace a la vez alegría del prójimo y creamos el cielo en nuestros ambientes.

Pero el amor más grande a Dios y al prójimo consiste en imitar a Cristo, entregando la vida –como sea tenemos que entregarla- por la santificación y salvación de quienes amamos, haciéndonos así ofrenda agradable a Dios.

Es lo máximo que podemos hacer por nuestro prójimo, por Dios y por nosotros mismos. Y eso está al alcance de todos. “Nadie tiene un amor tan grande como el de quien da la vida por los que ama”.



Jesús Álvarez, ssp.

Sunday, August 02, 2009

ALIMENTO DE VIDA ETERNA


ALIMENTO DE VIDA ETERNA


Domingo 18º durante el año – B – 2/8/2009.


Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban en el lugar donde el Señor había multiplicado los panes, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo llegaste?» Jesús les respondió: «Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es Él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello». Ellos le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?» Jesús les respondió: «La obra de Dios es que ustedes crean en Aquél que Él ha enviado». Y volvieron a preguntarle: «¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: "Les dio de comer el pan bajado del cielo"». Jesús respondió: «Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo». Ellos le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Jesús les respondió: «Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed». Juan 6, 24-35.

Con los milagros Jesús quiere convencer a la gente de que él desea darles mucho más que el alimento físico: quiere darles el Pan que produce Vida eterna. Pero la gran mayoría no va más allá del hambre inmediata satisfecha sin trabajo y con el sólo sentarse y llevar la comida a la boca.

La mayoría de aquella gente se reúne alrededor de Jesús, pero no lo siguen. Buscan sus dones, pero no lo buscan a Él y su mensaje de salvación. Algo semejante pasa hoy con el cristianismo de muchos “cristianos” que no tienen interés alguno por imitar a Cristo y colocarlo por encima y en el centro de sus intereses. Cristianos sin Cristo. Cristianismo de pura apariencia, que desconcierta y escandaliza a los más débiles en la fe.

Jesús nos pide que trabajemos con esfuerzo e inteligencia, no sólo para ganarnos el pan de cada día, sino para asimilar el alimento que permanece y da la vida eterna: el Pan de la Palabra de Dios y el Pan de la Eucaristía. Ambos son presencia salvadora y privilegiada del Resucitado.

El trabajo que Dios quiere es éste: que crean en quien Él ha enviado, Jesucristo. Que creamos en Cristo resucitado, que está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, para guiarnos por el camino de la salvación hacia el éxito total de la existencia. Él sabe muy bien lo que nos jugamos cada día: ¿De que le sirve al hombre ganar todo el mundo, si al final se pierde a sí mismo?

El Padre desea ardientemente que nosotros, sus hijos muy queridos, trabajemos por el alimento que perdura, para así poder compartir con la Familia Trinitaria su misma vida eterna en fiesta sin fin.

Dios desea nuestro máximo bien, el mismo que nosotros anhelamos desde lo más profundo de nuestro ser, aunque no nos demos cuenta. Pero tal vez nos dejamos seducir por aparentes felicidades caducas, que nos alejan del camino de la vida eterna, la única donde se podrán saciar para siempre nuestra hambre y sed de felicidad.

Dios, que nos ha creado sin nuestra colaboración, no nos salvará sin nuestro esfuerzo libre, gozoso y tenaz para vivir una fe-adhesión amorosa que pone en el centro de nuestra vida, de las alegrías y penas a Cristo resucitado y presente, único Salvador nuestro, verdadero Pan bajado del cielo que da la vida al mundo y a cada uno de nosotros, si de veras nos abrimos a él.

La Eucaristía es el máximo medio de salvación que Dios pone a nuestro alcance; en ella Cristo nos admite a compartir con él cada día el misterio de la salvación a favor nuestro y del mundo entero. “Quien me come, vivirá por mí… tiene vida eterna”.

Éxodo, 16, 2-4. 12-15.

En el desierto, los israelitas comenzaron a protestar contra Moisés y Aarón. «Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto, les decían, cuando nos sentábamos delante de las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos. Porque ustedes nos han traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea». Entonces el Señor dijo a Moisés: «Yo haré caer pan para ustedes desde lo alto del cielo, y el pueblo saldrá cada día a recoger su ración diaria. Así los pondré a prueba, para ver si caminan o no de acuerdo con mi ley. Yo escuché las protestas de los israelitas. Por eso, háblales en estos términos: "A la hora del crepúsculo ustedes comerán carne, y por la mañana se hartarán de pan. Así sabrán que Yo, el Señor, soy su Dios"». Efectivamente, aquella misma tarde se levantó una bandada de codornices que cubrieron el campamento; y a la mañana siguiente había una capa de rocío alrededor de él. Cuando ésta se disipó, apareció sobre la superficie del desierto una cosa tenue y granulada, fina como la escarcha sobre la tierra. Al verla, los israelitas se preguntaron unos a otros: «¿Qué es esto?» Porque no sabían lo que era. Entonces Moisés les explicó: «Éste es el pan que el Señor les ha dado como alimento».


¿Cuántas veces suspiramos como los hebreos por las cebollas de Egipto? Preferimos un camino fácil, aunque no lleve a ninguna parte o al fracaso final. El seguimiento de Cristo hacia la resurrección y la vida eterna no es camino de rosas. Por eso tendemos más a la esclavitud de las seguridades caducas que a la conquista de la libertad que nos asegura la vida eterna en “nuestra” patria eterna.

El hambre de infinito puede ser sofocada por la ansiedad de bienes finitos que nos desvían del feliz destino eterno. El apego posesivo a los dones de Dios nos lleva a ignorancia práctica del Dios de los dones. Es la pretensión necia de hacer consistir la felicidad y la salvación en los bienes caducos de la tierra, cuando sabemos que el único Salvador es Cristo, pues sólo él puede eternizar nuestra vida temporal con todo lo que tiene de bueno.

Cristo resucitado es el único capaz de saciarnos con el maná de su Palabra y de su Carne en la Eucaristía. Vivamos con fe estas intervenciones amorosas y presencias reales de Cristo en nuestra vida.

Efesios 4,17. 20-24.

Hermanos: Les digo y les recomiendo en nombre del Señor: no procedan como los paganos, que se dejan llevar por la frivolidad de sus pensamientos. Pero no es eso lo que ustedes aprendieron de Cristo, si es que de veras oyeron predicar de Él y fueron enseñados según la verdad que reside en Jesús. De Él aprendieron que es preciso renunciar a la vida que llevaban, despojándose del hombre viejo, que se va corrompiendo por la seducción de la concupiscencia, para renovarse en lo más íntimo de su espíritu y revestirse del hombre nuevo, creado a imagen de Dios en la justicia y en la verdadera santidad.

San Pablo nos exhorta a que no andemos como los paganos que llevan una vida sin sentido, a merced del instinto y de los pensamientos frívolos, para terminar en la desesperación y en el vacío, a pesar de abundar en riquezas y bienes.

Es indispensable que nos dejemos llevar por el Espíritu, que nos hará posible el paso progresivo de un modo inconsistente de vivir a otro nuevo y más perfecto y feliz, mediante la conversión continua hacia Dios y hacia el prójimo. Es necesario despojarse cada día del hombre viejo y pecador, para revestirse continuamente de Cristo, que nos hace personas nuevas y libres, templos vivos de la Trinidad.

El ideal y la esencia de la vida cristiana es revestirse de Cristo, hasta que él se forme en nosotros, y podamos decir con san Pablo: No soy el que vive, es Cristo quien vive en mí. Ahí está la santidad verdadera.


P. Jesús Álvarez, ssp.