Sunday, August 16, 2009


EUCARISTÍA y VIDA ETERNA



Domingo 20° T.O.-B / 16-08-2009.



Jesús dijo a los judíos: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo». Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?» Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y Yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él. Así como Yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente». Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaúm. Juan 6, 51-59.

Las palabras de Jesús sobre el Pan de Vida eterna resultan inauditas e inaceptables para la mayoría de sus oyentes. Por eso todos lo abandonan, menos los Doce. Y Jesús los desafía también a ellos, poniéndolos con firmeza ante la alternativa de creer o de irse.

Mientras Jesús hace curaciones, multiplica y reparte el pan material, todos lo admiran y quieren estar a su lado. Pero aceptar a Jesús que ofrece mucho más: el Pan espiritual de Vida eterna, compromete sus seguridades, sus costumbres y su misma religión de ritos externos sin compromiso de vida. ¿Acaso no sigue pasando hoy lo mismo entre nosotros?

Las cosas no han cambiado mucho. ¡Cuántas veces se comulga la hostia, pero no se comulga con Cristo Resucitado en la vida cotidiana, en el amor al prójimo, en el sufrimiento, en las alegrías, en el trabajo, y ni siquiera en la misma oración. Así Él resulta un don nadie excluido de la vida como un estorbo.

La firme promesa de Jesús: “Quien coma de este pan, vivirá para siempre”, no se verifica por sólo recibir la hostia, sino por acoger en la hostia a Cristo Resucitado, y comulgar con él en la vida práctica, en su Palabra y en el prójimo, con quien él se identifica: “Todo lo que hagan a uno de éstos, a mi me lo hacen”.

La promesa infalible de Jesús: “Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí yo en él”, nos sitúa dentro de una realidad tan maravillosa, misteriosa y feliz, que nos puede parecer increíble, inaceptable. Y humanamente así es. Mas para el Amor omnipotente de Dios nada hay imposible. La Vida divina, que es Cristo en persona, nos lleva a la victoria sobre la muerte mediante la resurrección.

Frente a esta maravillosa e inaudita obra del amor salvador de Cristo hacia todos los hijos de Dios, cabe preguntarse: ¿Por qué la Eucaristía, fuente de vida para todos los hombres, hijos de Dios, llega a tan pocos? ¡Una situación preocupante! ¿Cómo llevar la gente a la Eucaristía y la Eucaristía a la gente?

Consuela saber que en otros pasos del Evangelio Jesús declara como medios de salvación y de vida eterna también “otros sacramentos”: “Quien escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna”. “Si ustedes perdonan, también el Padre celestial les perdonará”. “Tuve hambre y ustedes me dieron de comer, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron… Vengan, benditos de mi Padre, a poseer el reino preparado para ustedes”. “Felices los que sufren, pues de ellos es el reino de los cielos”…


Proverbios 9, 1-6.

La Sabiduría edificó su casa, talló sus siete columnas, inmoló sus víctimas, mezcló su vino, y también preparó su mesa. Ella envió a sus servidoras a proclamar sobre los sitios más altos de la ciudad: «El que sea incauto, que venga aquí». Y al falto de entendimiento, le dice: «Vengan, coman de mi pan, y beban del vino que yo mezclé. Abandonen la ingenuidad, y vivirán, y sigan derecho por el camino de la inteligencia».


El banquete que prepara la Sabiduría, es prefiguración del Banquete eucarístico, la Misa, en la cual la Sabiduría en persona, Cristo Jesús resucitado, se ofrece a sí mismo como alimento en el Pan de la Palabra que da la Vida y en el Pan eucarístico bajado del cielo.

Cristo Jesús es la Sabiduría y el Pan que nos sostiene en el camino hacia el Banquete eterno en la Casa del Padre. Todos estamos invitados a este doble banquete. Podemos aceptar con amor y gratitud, podemos aceptar sólo en apariencia y podemos menospreciar la invitación. De nosotros depende.

Para que la Eucaristía produzca frutos de vida cristiana y de vida eterna, hay que vivirla como experiencia vital y real de encuentro con Cristo Resucitado, que nos invita a su mesa eucarística y a su mesa eterna.

Al respecto, es importante volver a la comunión espiritual frecuente, como extensión de la comunión sacramental y preparación a la misma. Con ella se continúa acogiendo al mismo Cristo Resucitado en la propia vida, relaciones, trabajo, sufrimientos, alegrías... Comunión asequible también para quienes no pueden comulgar sacramentalmente.


Efesios 5, 15-20.

Hermanos: Cuiden mucho su conducta y no procedan como necios, sino como personas sensatas que saben aprovechar bien el momento presente, porque estos tiempos son malos. No sean irresponsables, sino traten de saber cuál es la volun¬tad del Señor. No abusen del vino que lleva al libertinaje; más bien, llénense del Espíritu Santo. Cuando se reúnan, reciten salmos, himnos y cantos espiritua¬les, cantando y celebrando al Señor de todo corazón. Siempre y por cualquier motivo, den gracias a Dios, nuestro Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.


San Pablo nos exhorta a vivir conscientes de los dones inapreciables que Dios pone a nuestra disposición, para no desperdiciarlos como unos necios.

Los mayores dones los hemos recibido y nos son conservados sin pagar un centavo y sin fatiga alguna: la vida, la inteligencia, el aire que respiramos, el sol que nos alumbra, la tierra que pisamos, la fe, los sacramentos…

Vivimos sumergidos en los dones inmensos de Dios, pero podemos vivir en la necedad de la ingratitud, creyéndonos con derecho absoluto a todo e incluso con derecho a desperdiciarlos…, con el riesgo de perderlos para siempre.

Pablo nos invita a darle gracias a Dios por todo y siempre con toda el alma, y sobre todo por la Eucaristía, por su Palabra, por su perdón y por el paraíso que nos ha merecido Jesucristo. Dones para agradecer en el tiempo y en la eternidad.

Es justo hacer de nuestra vida, llena de gracias, una acción de gracias permanente.


P. Jesús Álvarez, ssp.

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