PAN DEL CIELO PARA TODOS
Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo / 6 de Junio de 2010.
Jesús entonces tomó los cinco panes y los dos pescados, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, los partió y se los entregó a sus discípulos para que los distribuyeran a la gente. Todos comieron hasta saciarse. Después se recogieron los pedazos que habían sobrado, y llenaron doce canastos. (Lucas 9,11-17).
La multiplicación de los panes es un preanuncio de la Eucaristía, en la que se multiplica y se sirve el Pan de la Palabra y el Pan de la Vida, que, desde la Última Cena, es distribuido para salvación de los hombres en todos los tiempos y en todo el mundo, aunque todavía de forma muy limitada.
La Última Cena fue la primera Misa. Jesús estaba para regresar al Padre y su inmenso amor a los discípulos lo llevó a buscar una forma inaudita de quedarse con ellos y con nosotros para siempre: la Eucaristía, en la que cumple a la letra su promesa: “No teman: Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.
En la celebración de la Eucaristía todos estamos invitados a ejercer el sacerdocio real que el Espíritu Santo nos confirió en el bautismo, haciéndonos “pueblo sacerdotal”, “ofrenda permanente”, para compartir con Cristo la obra de la propia salvación, la salvación de la humanidad y de la creación entera.
En la Comunión se da la máxima unión entre Jesús y nosotros; una fusión como la del alimento: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. "Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él". “Quien me come, vivirá por mí”. Todo el que comulga con fe y amor, puede en verdad decir con san Pablo: “Ya no soy el que vive; es Cristo quien vive en mí”. Y se cumple la consoladora palabra de Jesús: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”. Creámosle a Jesús presente.
La comunión -unión real con Cristo-, requiere y produce la comunión fraterna, empezando por casa. No recibe a Cristo quien comulga y luego alimenta rencores, desprecios, violencia o indiferencia hacia el prójimo, con el que Cristo mismo se identifica: “Todo lo que hagan a uno de estos, a mí me lo hacen”.
"Donde falta la fraternidad, sobra la Eucaristía", porque esa contradicción destruye la Eucaristía, que es fiesta de amor fraterno. Si los ojos de la fe y del corazón perciben a Cristo en la Eucaristía, también lo percibirán presente en el prójimo.
Quien comulga por costumbre, sin amor Cristo y al prójimo, merece la advertencia de san Pablo: “Quien come el Cuerpo de Cristo a la ligera, se come y traga su propia condena”. Decir que se cree en Jesús, y llevar luego una vida contraria a la suya, es estar en su contra: “Quien no está conmigo, está contra mí”.
P. Jesús Álvarez, ssp.
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