Tan distintos y tan unidos!!!
Santos Pedro y Pablo / 29 de junio de 2010.
Mateo 16: 13 - 19
Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Ellos dijeron: Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas. Díceles él: Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro contestó: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Replicando Jesús le dijo: Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.
En la historia de la Iglesia ha habido grandes pecadores que terminaron siendo grandes santos y apóstoles. Y entre los primeros fueron San Pedro y San Pablo.
Pedro traicionó cobardemente al Maestro negando haberlo conocido. Pero toda su vida lloró amargamente su pecado, cuyo recuerdo fue un gran estimulo para mantenerse en el amor fiel al Maestro hasta el martirio.
Y Pablo, sin conocer directamente a Cristo, lo persiguió cruelmente en sus seguidores, y él mismo confiesa que había sido un blasfemo, indigno de llamarse apóstol. Pero ambos fueron cautivados por el sublime amor de Cristo.
Pedro hizo tres confesiones de amor a Jesús en reparación de las tres negaciones. Y Pablo llegó a confesar: “Todo lo considero basura comparado con el amor de Cristo”. En los dos se cumplió de modo admirable la palabra de Jesús: “Ha amado mucho porque se le ha perdonado mucho”.
A Jesús no le importa el pasado de pecado si es sepultado por un presente y un futuro de amor. Y los dos sellaron su amor total a Cristo con el martirio, la máxima expresión de amor, como Jesús lo confirma: “No hay amor más grande que el de quien da la vida por quienes ama”.
Si entre las dos columnas de la Igleisa ha habido diferencias y fallos, ¿por qué extrañarse tanto de que siga habiéndolos? El verdadero Jefe y conductor de la Igleisa no fue Pedro ni Pablo ni es Benedicto, sino Cristo resucitado en persona, que va al frente de su Pueblo hacia el reino eterno, guiando a los guías, y ninún jefe ni fuerza de este mundo podrá detener su marcha triunfal.
P. Jesús Álvarez, ssp.
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