Sunday, March 05, 2006

CONVERSIÓN a la LIBERTAD y a la ALEGRÍA

CONVERSIÓN a la LIBERTAD y a la ALEGRÍA

Domingo 1º Cuaresma- B / 05-03-2006

Enseguida el Espíritu lo empujó al desierto. Estuvo cuarenta días en el desierto y fue tentado por Satanás. Vivía entre los animales salvajes y los ángeles le servían.

Después de que tomaron preso a Juan, Jesús fue a Galilea y empezó a proclamar la Buena Nueva de Dios. Decía: - El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca. Conviértanse de sus caminos equivocados y crean al Evangelio. (Mc 1,12-15).

Jesús quiso someterse a las tentaciones a que acosan a toda persona humana, para enseñarnos a mantenernos libres frente a los ídolos que tratan de esclavizarnos y privarnos de la dignidad y libertad de los hijos de Dios. Tenemos que evitar los caminos de perdición.

Hay que huir de la multitud de los que se han vendido a los ídolos, y se han convertido en autómatas programados para la ‘esclavitud de la alienación’: libres para hacer lo que quieran, con tal de que quieran hacer lo que se les sugiere y les agrada. Son esclavos de los ídolos del poder, del placer y del dinero; mecanizados y manipulados como robots sin vida, ni opciones propias, ni valores que no se esfumen con el rápido paso del tiempo.

Jesús nos da ejemplo de libertad en el uso de esos dones de Dios, para que no se conviertan en ídolos al servicio del egoísmo, del mal y de la muerte. La Iglesia nos propone para la cuaresma -camino hacia la Pascua-, tres recursos para reconquistar el amor, la libertad y la alegría de los hijos de Dios: la oración, la limosna y el ayuno.

La oración nos libra de la esclavitud al ídolo-poder. La oración es el máximo poder del hombre, pues en ella tiene a su disposición la omnipotencia de Dios. "Es el poder del hombre y la debilidad de Dios". El Infinito se abaja hasta nosotros. ¡Qué inmensa dignación!

En la oración el ser humano vive su máxima grandeza: ser imagen e hijo de Dios, mediante el trato filial y de amistad con él, de tú a tú. Por la paternidad y la amistad de Dios nos hacemos semejantes a él como hijos y amigos suyos. De él hemos recibido la vida temporal a través de nuestros padres naturales, y directamente la vida espiritual que sostiene la del cuerpo en el camino hacia la vida eterna. - Amor a Dios.

La limosna nos hace libres frente al ídolo-dinero y los bienes materiales. Nos hace capaces de compartir, sobre todo con los necesitados, pues Dios nos ayuda para que ayudemos. No podemos merecer los dones de Dios si luego nos negamos a compartir. Sólo recibiremos de Dios el ciento por uno de lo que compartimos y de lo que gozamos con gratitud y orden. Todo lo demás lo perderemos...

Pero la limosna no es sólo dar dinero y bienes materiales, sino de todo lo que somos, amamos, tenemos, creemos y esperamos. De eso hay que hacer limosna. Eso es amar, aunque no sintamos el amor. Renuncias sin amor, son polvo al viento. - Amor al prójimo.

El ayuno es hacerse libres frente al ídolo-placer, negándonos a todo lo que hace daño o perjudica al prójimo, a la creación, a nosotros mismos y al Creador. Pero además el ayuno ayuda a gozar con orden, intensidad y gratitud el placer de vivir y todos los demás placeres con los cuales Dios nos hace agradable y feliz la existencia física, moral, espiritual, familiar y social –incluso en el sufrimiento-, como anticipo del inmenso y eterno placer en el paraíso que esperamos, que Jesús mismo nos está preparando y nos dará por la resurrección.

El placer hecho ídolo termina envenenando todo placer y corta el camino al placer eterno. Hacernos esclavos del placer, es vender nuestra vida terrena y nuestra herencia eterna por un plato de lentejas. Huyamos de tan fatal fracaso sin remedio.

Los ídolos prometen caminos placenteros, pero minados, que no podemos pisar si queremos vivir. Los ídolos sólo se abaten dando a Cristo el lugar que le pertenece en la vida y en el corazón. Donde está Cristo, no queda espacio para los ídolos. – Amor a sí mismo.

Es necesario aferrarse a Cristo resucitado, presente y operante, el único remedio contra el poder destructor de los ídolos. Sólo su presencia pascual y su Palabra nos pueden librar de la esclavitud del poder, del placer y del dinero. “El reino de Dios está cerca”, dentro de nosotros. “¡Venga a nosotros tu reino!”

Génesis 9, 8-15

Dios dijo a Noé y a sus hijos: «Yo establezco mi Alianza con ustedes, con sus descendientes, y con todos los seres vivientes que están con ustedes: con los pájaros, el ganado y las fieras salvajes; con todos los animales que salieron del arca, en una palabra, con todos los seres vivientes que hay en la tierra. Yo estableceré mi Alianza con ustedes: los mortales ya no volverán a ser exterminados por las aguas del Diluvio, ni habrá otro Diluvio para devastar la tierra». Dios añadió: «Éste será el signo de la Alianza que establezco con ustedes, y con todos los seres vivientes que los acompañan, para todos los tiempos futuros: Yo pongo mi arco en las nubes, como un signo de mi Alianza con la tierra. Cuando cubra de nubes la tierra y aparezca mi arco entre ellas, me acordaré de mi Alianza con ustedes y con todos los seres vivientes, y no volverán a precipitarse las aguas del Diluvio para destruir a los mortales».

Los contemporáneos de Noé pasaron improvisamente de su seguridad y depravación a la aniquilación. ¿No sigue sucediendo también hoy lo mismo? Aunque las catástrofes sólo alcancen a una pequeña parte del mundo. Pero el arco iris sigue apareciendo en el cielo y Dios sigue siendo fiel a su Alianza, y no sólo no destruye la humanidad y la creación, sino que tiene que defenderlas contra iniquidad destructora de muchos hombres aliados del mal.

Dios hace Alianza -promete la bendición de su presencia conservadora y salvadora- a favor de todos los hombres y de todos los seres vivos y, por consiguiente, también de toda la creación inanimada –alianza cósmica-, porque Dios ama las obras de sus manos y no las abandona al poder destructor del hombre ni de las “superpotencias” del mal y de la muerte.

Mas hoy la Alianza bendita de Dios es una persona: Cristo crucificado y resucitado, el “Dios-con-nosotros” de cada día, que está conduciendo la historia, la humanidad y la creación por misteriosos caminos hacia la resurrección. Y lo hace principalmente desde la Iglesia, y en especial desde la Eucaristía, mediante la cual llega la salvación a toda la humanidad, incluyendo las víctimas de los desastres naturales, del egoísmo, del odio y de las guerras.

Los paganos y seguidores de otras religiones tampoco están fuera del alcance de la gracia salvadora de Dios en Cristo. Es más: nos pide nuestra colaboración la tarea de la salvación universal, especialmente con la vivencia de la Eucaristía, ofreciéndonos con él.

Pedro 3, 18-22

Queridos hermanos: Cristo padeció una vez por los pecados -el justo por los injustos- para que, entregado a la muerte en su carne y vivificado en el Espíritu, los llevara a ustedes a Dios. Y entonces fue a hacer su anuncio a los espíritus que estaban prisioneros, a los que se resistieron a creer cuando Dios esperaba pacientemente, en los días en que Noé construía el arca. En ella, unos pocos -ocho en total- se salvaron a través del agua. Todo esto es figura del bautismo, por el que ahora ustedes son salvados, el cual no consiste en la supresión de una mancha corporal, sino que es el compromiso con Dios de una conciencia pura, por la resurrección de Jesucristo, que está a la derecha de Dios, después de subir al cielo y de habérsele sometido los Ángeles, las Dominaciones y las Potestades.

Cristo murió una sola vez, pues su muerte y su resurrección tienen una eficacia infinita de salvación a favor de la humanidad. Y sin embargo, esa eficacia absoluta sólo realiza la salvación en quienes la acogen libremente con la conversión y asocian la propia cruz a la cruz de Cristo, ya sea de forma consciente o implícita.

Entre su muerte y su resurrección Jesús fue a anunciar la Buena Nueva “a los espíritus que estaban prisioneros” por haberse resistido a creer en Dios. Esta misteriosa alusión de san Pedro trae a la mente la expresión de Jesús: “A los hombres se les perdonarán todos los pecados, menos el pecado contra el Espíritu Santo, que no se perdonará en esta vida ni en la otra”, y la oración de Jesús en la cruz por sus asesinos: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. ¡Oh misericordia infinita!

Las aguas del diluvio -que lavaron la tierra de la corrupción-, son figura del agua del bautismo, que nos libra del pecado y nos hace hijos de Dios, con derechos divinos y deberes de hijos: compromiso de vivir con una conciencia pura y un corazón sumiso, en relación filial con él. Así alcanzaremos un día la plenitud de la filiación, “viéndolo cara a cara, tal cual es”.
P. Jesús Álvarez, ssp

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