El Maestro prepara a los suyos para la revelación sobre el Pan Eucarístico, que ellos multiplicarán y repartirán, junto con el Pan de la Palabra, para la vida y salvación del mundo. Pero ellos no serán dueños de ese Pan que Jesús les dará.
El Maestro quiere enseñarles a la vez que no sólo han de preocuparse de lo espiritual y de la doctrina, sino también de las necesidades materiales y humanas de la gente. Porque él no vino sólo a predicar, sino también para ayudar de forma concreta a los necesitados de pan, salud, amor, sentido, consuelo, paz, alegría.
Cuando socorremos necesidades del prójimo, también compartimos con Jesús su obra evangelizadora y salvadora. Él mismo se identifica con los necesitados: “Lo que hagan con uno de estos, conmigo lo hacen”. Ya se trate de alimento espiritual, cultural, moral, afectivo o físico.
Multiplicar los panes es compartir lo que Dios nos ha dado para vivir y compartir: vida, capacidad de amar, fe, alegría, talentos, profesión, tiempo, salud, alimentos, bienes materiales... E invitar a quienes más han recibido a que compartan más.
Es necesario mentalizar a los grandes de la tierra –hombres y pueblos- para que cambien su corazón de piedra, pues les sobra mucho más de lo que necesitan para vivir, y lo peor es que lo usa para matar. Ellos se apropian los bienes que sobrarían para dar casa, comida y vida digna a todos los humanos.
Pero también hay quiénes reparten o comparten el Pan Eucarístico y el Pan de la Palabra, mas se quedan impasibles ante el hambre física o moral. Entonces no toma cuerpo el Pan divino ni produce vida...
Compartir es la mejor forma de agradecer, conservar y multiplicar lo que se tiene, se es, se sabe y se espera: todo don de Dios. Si ponemos lo que está de nuestra parte, Dios pondrá lo demás. “Den y se les dará... con una medida rebosante”. “Felices los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia”.
Dios no se compromete a conservarnos lo que se quita o se niega al necesitado. Sólo nos devolverá el ciento por uno de lo que damos. Seamos sabios calculadores y administradores de lo que recibimos para vivir y compartir. Así podremos escuchar al fin de la vida las palabras consoladoras de Jesús: “¡Vengan, benditos de mi Padre, a poseer el reino preparado para ustedes!”
2 Reyes 4, 42-44
En aquellos días: Llegó un hombre de Baal Salisá, trayendo pan de los primeros frutos para el profeta Eliseo, veinte panes de cebada y grano recién cortado, en una alforja. Eliseo dijo: «Dáselo a la gente para que coman». Pero su servidor respondió: «¿Cómo voy a repartir esto a cien personas?» «Dáselo a la gente para que coman -replicó él-, porque así habla el Señor: "Comerán y sobrará"». El servidor se lo sirvió; todos comieron y sobró, conforme a la palabra del Señor.
El profeta Eliseo, con la multiplicación de los veinte panes para cien hombres, anticipa los milagros de Jesús que multiplica el pan material para las multitudes, signo de la multiplicación del Pan Eucarístico y del Pan de la Palabra para todo el mundo en todos los tiempos hasta el fin de la historia humana.
Si un hombre de Dios, nueve siglos antes de Cristo, multiplicó los panes, cuánto más el mismo Hijo de Dios multiplicará el pan material, el pan espiritual de la Eucaristía y de la Palabra para la vida y salvación de la humanidad.
Dios no falta a la humanidad; es el hombre quien puede faltar y falta a Dios, a sus hermanos y a sí mismo.
¡Ay de quienes monopolizan el pan material! Y ¡felices quienes hacen lo posible para multiplicar el pan material, y más quienes multiplican el Pan de la Eucaristía y de la Palabra para las multitudes de los hijos de Dios!
Efesios 4, 1-6
Hermanos: Yo, que estoy preso por el Señor, los exhorto a comportarse de una manera digna de la vocación que han recibido. Con mucha humildad, mansedumbre y paciencia, sopórtense mutuamente por amor. Traten de conservar la unidad del Espíritu, mediante el vínculo de la paz. Hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, así como hay una misma esperanza, a la que ustedes han sido llamados, de acuerdo con la vocación recibida. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, lo penetra todo y está en todos.
La vocación a la que hemos sido convocados es la unidad y la fraternidad en el amor mutuo. El secreto y la fuente de esta unidad –familiar, comunitaria, social y global- se encuentra en la vida común de la Santísima Trinidad, nuestra comunidad familiar de origen y de destino; fuente fecunda de toda comunidad, de la fraternidad familiar y de la fraternidad en la familia universal.
Para lograr esta unidad es necesario decidirse a vivir la fe en Jesús resucitado presente, que en él nos une a la Trinidad, e imitarlo en su amor, humildad, paciencia, dulzura, misericordia, perdón, ayuda...
Esa es la forma de compartir el amor misericordioso y universal de las tres Personas de la Trinidad: del Padre que nos ama como hijos, del Hijo que nos salva como hermanos, del Espíritu Santo que nos sana en el amor del Padre y del Hijo, y nos integra en la Familia Trinitaria.
Esa es nuestra verdadera vocación, el único camino por donde encontraremos la satisfacción de nuestros deseos y la verdadera felicidad en el tiempo y en la eternidad: la esperanza a la que hemos sido llamados. Quien no responde a esta vocación y toma por felicidad lo que es sólo satisfacción superficial y pasajera, camina hacia la infelicidad, hacia el sufrimiento sin sentido y hacia la muerte sin esperanza.