ESCUCHAR A LOS PROFETAS Y SER PROFETAS
Domingo 14º Tiempo Ordinario-B / 9-7-2006
Al irse Jesús de allí, volvió a su tierra, Nazaret, y sus discípulos se fueron con él. Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga y mucha gente lo escuchaba con estupor. Se preguntaban: “¿De dónde le viene todo esto? ¿De dónde esta sabiduría, y cómo salen esos milagros de sus manos? Si no es más que el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y Simón. Y sus hermanas ¿no están aquí entre nosotros? Se extrañaban y no querían darle crédito. Jesús les dijo: “Un profeta no es despreciado sino en su tierra, entre su parentela y en su familia”. (Mc 6, 1-6).
Los vecinos de Nazaret conocían a Jesús desde la infancia: era un carpintero, sin carrera, hijo de una vecina y un vecino como todos. Y también él era uno más. Según ellos, no podía ser profeta, ni enseñarles algo nuevo. Y mucho menos podía ser el Profeta-Mesías, pues este debería aparecer con gran poder y majestad, para asumir portentosamente el poder político y religioso en el pueblo de Israel y librarlos de la opresión de Roma.
Profeta, en el lenguaje bíblico, no es tanto quien predice el futuro, sino quien ve y valora las cosas, los acontecimientos y a las personas con los ojos de Dios, y habla en nombre de Dios. El profeta no es necesariamente un santo. Pero tiene conciencia de que Dios lo elige para hablar y obrar en su nombre y que no puede guardarse para sí el mensaje.
El profeta choca contra quienes se han instalado en formas egoístas de religiosidad y de vida. Y se atreven a toda clase de injusticias, e incluso asesinatos, como lo intentaron con Jesús los vecinos de Nazaret cuando quisieron despeñarlo. Y como lo hicieron luego quienes lo crucificaron; y cuantos, a lo largo de la historia, han realizado persecuciones, torturas, martirios…
Procuremos no sumarnos a quienes se dicen “muy religiosos”, que tienen imágenes, comulgan, rezan el rosario, asisten a procesiones, reuniones, ocupan puestos eclesiales o sociales de privilegio…; pero si se sienten denunciados por el profeta, no tratarán de mejorar, sino que lo descalificarán de mil maneras e intentarán acallarlo por todos los medios: difamación, calumnia, cárcel, muerte... Mas Dios saldrá a favor de su profeta, devolviéndole la vida con la resurrección, como a Cristo Jesús, mientras que a los verdugos les llegará la hora de la ruina.
¿Qué sucedería, por ejemplo, si alguien dijera a ciertos grupos o personajes religiosos: "Ustedes rezan el Padrenuestro con frecuencia...; pero no basta: hay que vivirlo en el hogar, en el trabajo, en las relaciones, en la universidad...?” El Padrenuestro no es sólo una oración para recitar, sino un programa de vida cristiana propuesto por el mismo Hijo de Dios.
La vocación del profeta es riesgo constante, pues debe denunciar a quienes manipulan, utilizan, alienan y engañan a la gente sin los suficientes recursos culturales y de autodefensa. Y animar a ese pueblo a no dejarse engañar, a luchar por una vida y una sociedad mejor, según los valores humanos y cristianos.
Pero también hay falsos profetas. ¿Cómo distinguirlos de los verdaderos? “Por sus obras los conocerán”, nos dice Jesús. No por sus solas palabras, ideas, ritos o apariencias.
Por otra parte, todo cristiano recibe en el bautismo la vocación de profeta, y debe realizarla con la vida, la palabra y las obras. La religiosidad estática, de rutina, de sólo cumplimiento, es un escándalo; y constituye el mayor obstáculo para vivir, transmitir y aceptar la fe, para la relación filial con Dios en comunicación salvífica con los hermanos.
Ezequiel 2, 2-5
Un espíritu entró en mí y me hizo permanecer de pie, y yo escuché al que me hablaba. Él me dijo: “Hijo de hombre, Yo te envío a los israelitas, a un pueblo de rebeldes que se han rebelado contra mí; ellos y sus padres se han sublevado contra mí hasta el día de hoy. Son hombres obstinados y de corazón endurecido aquellos a los que Yo te envío, para que les digas: «Así habla el Señor». Y sea que escuchen o se nieguen a hacerlo -porque son un pueblo rebelde- sabrán que hay un profeta en medio de ellos”.
Si la Palabra de Dios no nos conmueve ni molesta, si no nos dice nada, es señal de que no la escuchamos, de que somos rebeldes y sordos como los israelitas. Pero si la escuchamos con gusto y avidez, si nos escuece, nos dejamos cuestionar, nos denuncia, nos anima y ayuda a mejorar, es buena señal.
El verdadero profeta, evangelizador o catequista, no va ni habla en nombre propio, sino que es enviado, se siente enviado y habla movido por la fuerza del Espíritu: “No serán ustedes los que hablen, sino que el Espíritu Santo hablará por ustedes”; “Quien a ustedes los escucha, a mí me escucha; y quien me escucha a mí, escucha a mi Padre”, asegura Jesús.
Dios habla e interviene a través de personas y de palabras humanas. Y hemos de estar bien atentos a esas palabras e intervenciones, pues son más frecuentes de lo que pensamos. Y es muy fácil buscar pretextos - las deficiencias del enviado, por ejemplo- para cerrarnos a la palabra exigente de Dios.
Por otra parte, todo cristiano es un enviado a sus hermanos para hablarles de parte de Dios e intervenir en sus vidas con la palabra, el ejemplo, la oración, el sufrimiento ofrecido… Negarse a este envío, equivale a no escuchar la Palabra de Dios ni llevarla a la práctica.
2 Cor 12, 7-10
Hermanos: Para que la grandeza de las revelaciones no me envanezca, tengo una espina clavada en mi carne, un ángel de Satanás que me hiere. Tres veces pedí al Señor que me librara, pero Él me respondió: «Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad». Más bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.
Pablo ha sido descalificado por algunos como evangelizador y como persona, a causa de su pobre apariencia, lo cual podría ser un riesgo para la fe de los corintios. Entonces revela los prodigios que Dios ha realizado en él y por él, a pesar de sus debilidades, enfermedad y lo poco que humanamente es.
Pero en lugar de gloriarse de la grandeza de las revelaciones y de las intervenciones de Dios en su vida, se gloría en sus debilidades y enfermedad, a pesar de las cuales el poder de Cristo se manifiesta en él y en su predicación, revelando así la fuerza de la cruz y de la resurrección.
Quien conoce sus debilidades y reconoce sinceramente sus pecados entonces la humildad (que es verdad) hace lugar al poder salvador de Cristo. Pero quien está pagado de su saber, de su hacer y de su profesionalidad, no deja lugar para la omnipotencia salvadora de Dios, y se atribuye sus obras.
El sufrimiento, la calumnia y la persecución no deben ser motivo de desaliento y desesperanza para el cristiano, para el evangelizador o el catequista, sino ocasión para que actúe en ellos la fuerza salvadora de Cristo resucitado.
P. Jesús Álvarez, ssp
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