Sunday, August 26, 2007

¿CUÁNTOS SE SALVARÁN?

¿CUÁNTOS SE SALVARÁN?

Domingo 21º tiempo ordinario-C / 26-8-2007

Alguien preguntó a Jesús: Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan? Jesús respondió: Esfuércense por entrar por la puerta estrecha, porque les digo que muchos intentarán entrar y no lo conseguirán. Cuando el amo de casa se levante y cierre la puerta, ustedes se quedarán fuera y gritarán golpeando la puerta: “¡Señor, ábrenos!” Pero él les contestará: “No sé quiénes son ustedes”. Entonces comenzarán a decir: “Nosotros hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas”. Pero él les dirá: “No sé de dónde son ustedes. ¡Aléjense de mí todos los malhechores!” (Lucas 13,22-27).

“Son pocos los que se salvan?” Una pregunta de inútil curiosidad, que siguen haciéndose muchos hoy. Pero la pregunta seria y válida, es la del joven rico: “¿Qué tengo que hacer para salvarme?”

A esta pregunta responde Jesús, y no a la de simple curiosidad sin compromiso e interés serio por salvación propia y ajena. Esta, en realidad, no se merece ni se gana. Es un don gratuito que Dios concede a quienes reúnen las condiciones para acogerlo: pasar por la puerta estrecha de la bondad, de la justicia, de la honradez, del amor a Dios y al prójimo, usando los medios de salvación a nuestro alcance: ayuda al necesitado, escucha de la Palabra de Dios para hacerla vida, la oración, los sacramentos, la cruz cotidiana ofrecida en unión con Cristo.

Por desgracia muchos que tratan de conseguir “por rebajas” la salvación, como aquellos que pretendían que el amo les abriera las puertas del cielo. Hoy dirán: “Asistimos a misa, llevamos hábito y escapulario, hicimos novenas y procesiones, rezamos rosarios, leímos la Biblia, pusimos tu imagen en casa, somos católicos, sacerdotes, religiosos, miembros de un grupo parroquial…”

Y la respuesta se repetirá: “No los conozco. ¡Aléjense de mí, malvados!” Pues todo eso, “si no lo hago por amor, de nada me sirve”, dice san Pablo.

¿Cómo se explica? Porque se contentaban con prácticas puramente externas, sin espíritu, sin amor y sin vida, y con ellas encubrían injusticias, indiferencias ante el prójimo necesitado y ante el amor de Dios, y nadaban en abundancia y placeres, a costa del sufrimiento ajeno, incluso en el propio hogar.

Jesús condiciona la salvación ante todo a la ayuda prójimo necesitado, con quien él se identifica: personas, o familias, o grupos sociales marginados, o pueblos o naciones pobres… “Tuve hambre, estuve desnudo, enfermo, en la cárcel... y ustedes me socorrieron…; vengan, benditos de mi Padre a poseer el reino preparado para ustedes”… Y a la escucha y cumplimiento de su Palabra, a los sacramentos que nos unen a él, haciéndonos capaces de frutos de salvación.

Esas necesidades físicas simbolizan también otras necesidades morales y espirituales: respeto, perdón, amor, buen ejemplo, formación, oración, fe contagiada, ayuda en el camino de la salvación, sufrimiento ofrecido...

La puerta estrecha se identifica con el mismo Cristo, como él dijo: “Yo soy la puerta…; quien entra por mí, encontrará pastos abundantes”. “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”. Se entiende: fruto de salvación para sí y para otros. “Quien desee venirse conmigo, tome su cruz cada día, y me siga”.

En lugar de preguntar si son pocos o muchos los que se salvan, debemos preguntarnos si estamos en el camino de la salvación y ayudamos a los otros a vivir y a salvarse. Ahí está la seguridad de la salvación. “No se alegren porque les obedezcan los demonios, sino porque sus nombres están escritos en el Libro de la vida”, declara Cristo Jesús.

Isaías 66,18-21

Ahora vengo a reunir a los paganos de todos los pueblos y de todos los idiomas. Y cuando vengan, serán testigos de mi gloria. Yo haré un prodigio en medio de ellos y, luego, mandaré los sobrevivientes hacia todas las naciones: hacia Tarsis, Lud y Put, Meshek, Tubal y Javan, en una palabra, hacia las tierras lejanas de ultramar que no saben de mi fama ni han visto mi gloria. Ellos darán a conocer mi gloria entre las naciones a lo lejos, y de todos los pueblos traerán a todos tus hermanos dispersos como una ofrenda a Yavé, a caballo, en carro, en carretas, a lomo de mula o de camello. Me los traerán a mi cerro santo en Jerusalén, igual que los hijos de Israel me traen sus regalos para el templo de Yavé en vasos puros. Y Yavé lo afirma: "De entre ellos también tomaré sacerdotes y levitas para mí."

El pueblo de Israel tenía como misión dar a conocer a los pueblos paganos la grandeza, la gloria y el amor de Dios. Y el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, (las iglesias) sigue teniendo la misma misión.

Cada miembro de la Iglesia tiene esa misión con respecto a los alejados de Dios, a quienes lo desconocen o alimentan una idea deformada de Dios, que no tiene nada que ver con lo que Dios es: Amor. Y no hace falta ir lejos, pues los tenemos en nuestras familias, grupos, parroquias…

¿Cómo evangelizar? Ante todo con el ejemplo de una vida unida a Cristo resucitado presente. Si nos falta esta palabra esencial, todas las demás serán siembra en el desierto.

A partir de la palabra de la vida, podremos llegar también a los alejados lejanos: con la Eucaristía, en la que Cristo alcanza a todos los hombres; con la oración, el sufrimiento ofrecido por la salvación nuestra y de la humanidad…

Hebreos 12,5-7. 12,11-13

Tal vez hayan olvidado la palabra de consuelo que la sabiduría les dirige como a hijos: Hijo, no te pongas triste porque el Señor te corrige, no te desanimes cuando te reprenda; pues el Señor corrige al que ama y castiga al que recibe como hijo. Ustedes sufren, pero es para su bien, y Dios los trata como a hijos: ¿A qué hijo no lo corrige su padre? Ninguna corrección nos alegra en el momento, más bien duele; pero con el tiempo, si nos dejamos instruir, traerá frutos de paz y de santidad. Por lo tanto, levanten las manos caídas y fortalezcan las rodillas que tiemblan, enderecen los caminos tortuosos por donde han de pasar, para que el cojo no se pierda y más bien se mejore.

Quien de la vida espera sólo placer y bienestar, cuando venga el sufrimiento, que no puede menos de venir, se desalentará, protestará, se entristecerá, echará la culpa a Dios y a los otros, y buscará todos los medios para recuperar el placer y el bienestar: dinero, sexo, droga…, con lo cual, tarde o temprano, el sufrimiento consiguiente se redoblará sin esperanza.

Pero quien llega a comprender y vivir que el sufrimiento no es enemigo de la felicidad, sino que puede ser fuente de felicidad temporal y eterna, cuando se acepta y se ofrece. Esa es su finalidad y su fruto.

Dios no es culpable de nuestros sufrimientos, sino que los hace lugares de su amor hacia nosotros, convirtiéndolos en fuente de madurez, purificación, amplitud de horizontes, y sobre todo de felicidad eterna. Lo mismo que hizo con su Hijo Jesús, hace con nosotros, hermanos de Jesús: a través del sufrimiento y la muerte aceptados y ofrecidos, llegamos como él a la resurrección y a la gloria.La espera de la resurrección y de la gloria fue la que dio valor a Cristo para abrazar la cruz y la muerte, seguro del premio para él y para nosotros.

P. Jesús Álvarez, ssp.

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