FUEGO, GUERRA, PAZ
Domingo XX tiempo ordinario-C / 19-08-2001
Dijo Jesús: He venido a traer fuego a la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! Pero también he de recibir un bautismo y ¡qué angustia siento hasta que no se haya cumplido! ¿Creen ustedes que he venido para establecer la paz en la tierra? Les digo que no; más bien he venido a traer división. Pues de ahora en adelante hasta en una casa de cinco personas habrá división: tres contra dos y dos contra tres. El padre estará contra del hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra." Lucas 12, 49 - 57
El fuego que Jesús trae a la tierra es amor, purificación, renovación, juicio, junto con la destrucción de todo lo malo. Es el mismo reino de Dios que lleva en sí una fuerza destructora del pecado, del mal y de la muerte.
El fuego que Jesús trae a la tierra es amor, purificación, renovación, juicio, junto con la destrucción de todo lo malo. Es el mismo reino de Dios que lleva en sí una fuerza destructora del pecado, del mal y de la muerte.
Jesús es el portador del fuego de Dios, que purifica lo que es bueno y destruye lo perverso. Él desea que la voluntad de Dios se cumpla, pero a la vez siente la angustia en la espera del desenlace: su pasión y muerte, puerta de la resurrección y la gloria.
Pero los poderosos, amigos de la paz falsa construida sobre la opresión contra los pobres y los débiles, no pueden soportar el lenguaje de Jesús y planean el “bautismo” de sangre: la crucifixión del Hijo de Dios. Por eso el mismo Príncipe de la paz dice que no ha venido a traer la paz, sino la guerra, porque quien esté con él y con sus planteamientos, tendrá la guerra declarada por parte de quienes están en contra de la verdadera paz.
Quienes trabajan por la verdad, deberán enfrentarse con quienes viven de la mentira. Los que medran a fuerza de injusticias, entran en conflicto con quienes luchan por la justicia. Y eso puede pasar incluso en el seno de una familia, en las comunidades cristianas y hasta en la misma Iglesia...
Los mismos que nos llamamos cristianos podemos ser bomberos del fuego con que Jesús vino a incendiar la tierra. Porque extender el fuego y la paz de Jesús supone entrar en un camino de oposiciones y sufrimientos, a los que solemos resistirnos, pero es el único camino de la paz, de la alegría verdadera y de la salvación eterna.
Siempre es útil cuestionarse, como personas, familia, comunidad, Iglesia, si realmente se está a favor del fuego y de la paz que Jesús vino a traer a la tierra, o se entra en componendas con los enemigos de Jesús. Pobre de la persona, familia cristiana, comunidad o Iglesia que se cierra a la autocrítica, dando por supuesto que ya está totalmente de parte de Jesús.
O se opta radicalmente por Cristo o se entra en complicidad con este mundo injusto. “Quien no está conmigo, está contra mí”. “Quien conmigo no recoge, desparrama”. “A quien se ponga a mi favor ante los hombres, yo lo defenderé ante mi Padre; y a quien me niegue ante los hombres, yo lo negaré ante mi Padre”. ¡No basta salvar las apariencias!
La lectura leal y valiente del Evangelio, con la ayuda de Dios, nos harán transparencia y presencia de Cristo. ¡Que así sea!
Jeremías 38, 3 - 6. 8 - 10
El profeta Jeremías decía al pueblo: «Así habla el Señor: "Esta ciudad será entregada al ejército del rey de Babilonia, y éste la tomará"». Los jefes dijeron al rey: «Que este hombre sea condenado a muerte, porque con semejantes discursos desmoraliza a los hombres de guerra que aún quedan en esta ciudad, y a todo el pueblo. No, este hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia». El rey Sedecías respondió: «Ahí lo tienen en sus manos, porque el rey ya no puede nada contra ustedes». Entonces ellos tomaron a Jeremías y lo arrojaron al aljibe de Malquías, hijo del rey, que estaba en el patio de la guardia, descolgándolo con cuerdas. En el aljibe no había agua sino sólo barro, y Jeremías se hundió en el barro. Ebed Mélec salió de la casa del rey y le dijo: «Rey, mi señor, esos hombres han obrado mal tratando así a Jeremías; lo han arrojado al aljibe, y allí abajo morirá de hambre, porque ya no hay pan en la ciudad». El rey dio esta orden a Ebed Mélec, el hombre de Cusa: «Toma de aquí a tres hombres contigo, y saca del aljibe a Jeremías, el profeta, antes de que muera».
Jeremías dice la verdad en nombre de Dios, que quiere la salvación del pueblo, pero no en la forma que desean los políticos. Por eso el profeta es condenado.
Jeremías es una figura de Cristo Jesús, condenado a muerte por decir la verdad y promover la justicia. También hoy se multiplican los mártires del bien y de la verdad en todo el mundo, víctimas del egoísmo, del poder, del placer desordenado, de la guerra, de la violencia. Mártires de toda raza y religión.
En China son encarcelados, torturados y desaparecidos muchos cristianos, sacerdotes y obispos. Y en nuestra misma nación sigue habiendo mártires, en especial de inocentes, que no pueden hacer valer su derecho a la vida.
Y muchos que se consideran cristianos y católicos, son cómplices de tanto martirio, mientras que miembros de otras religiones, e incluso ateos, luchan por los inocentes, incluso hasta perder la vida. ¿Estamos con los verdugos o con las víctimas? ¿Con quiénes queremos estar en el juicio de Dios?
Hebreos 12, 1 - 4
Hermanos: Ya que estamos rodeados de una verdadera nube de testigos, despojémonos de todo lo que nos estorba, en especial del pecado, que siempre nos asedia, y corramos resueltamente al combate que se nos presenta. Fijemos la mirada en el iniciador y consumador de nuestra fe, en Jesús, el cual, en lugar del gozo que se le ofrecía, soportó la cruz sin tener en cuenta la infamia, y ahora «está sentado a la derecha» del trono de Dios. Piensen en Aquél que sufrió semejante hostilidad por parte de los pecadores, y así no se dejarán abatir por el desaliento. Después de todo, en la lucha contra el pecado, ustedes no han resistido todavía hasta derramar su sangre.
El cristiano verdadero –persona unida a Cristo, que imita Cristo- tendrá siempre espectadores indiferentes, burlones o perseguidores. Y a la vez se sentirá asediado por toda clase de tentaciones, como los no cristianos.
Y la peor tentación será la de ceder ante cualquier dificultad, sufrimiento o placer que se le presente, “convirtiéndose en una hoja a merced de cualquier viento de doctrina”: nueva era, reencarnación, superstición, indiferencia religiosa.
El cristiano verdadero tiene la mirada fija en Cristo, que camina con él, que lo imita en el sufrimiento, con la mirada puesta en la resurrección, no tanto en la cruz y en la muerte.
P. Jesús Álvarez, ssp.
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